La última voz de la generación de norteamericanos que luchó en la Guerra Civil española se apagó el domingo después de un siglo en una casa de piedra en el norte de California. Delmer Berg (Anaheim, 1915) era el último superviviente de la Brigada Lincoln, formada por milicianos de Estados Unidos que combatieron en la Guerra Civil española (1936-1939) para defender la II República. Allí resultó herido. Berg estuvo toda su vida involucrado en movimientos de izquierda. “Mi vida se ha construido alrededor de las cuestiones por las que fuimos a España”, decía a EL PAÍS en el comedor de su casa durante una entrevista el pasado mes de abril.
La forma de ver el mundo de Berg quedó definida para siempre cuando le tocó vivir como adolescente el hundimiento de la economía de Estados Unidos en 1929. El año pasado aún recordaba con sorprendente detalle su vida de lavaplatos en Hollywood mientras a su alrededor se hundían agricultores y pequeños negocios. Recordaba a su padre preocupado por la situación en el campo y las colas en los bancos para sacar un dinero que se había evaporado. “Había un sentimiento, un ambiente, de qué vamos a hacer al respecto”. Contaba que empezó a creer en la movilización social cuando vio a los veteranos de la I Guerra Mundial ganar un pulso al Gobierno para cobrar sus pensiones a través de movilizaciones masivas.
Se alistó en el Ejército con 21 años para rescindir su contrato al año siguiente, cuando le surgió la posibilidad de ir a España, que veía como el lugar donde se estaba defendiendo una especie de conciencia global trabajadora. “Yo me sentía parte de eso. Soy así. Sentía que había un nosotros, en todo el mundo. Y yo soy parte de ese nosotros. Sentí que lo que pasaba allí me concernía”. Unos 2.800 norteamericanos participaron en la Guerra Civil española, según la asociación de veteranos Archivos de la Brigada Lincoln (Alba), que informó del fallecimiento de Berg en su web.
Durante el resto de su vida en California, Berg siguió involucrado en movimientos sindicales y organizaciones de izquierda. Aseguraba que perdió trabajos en los años siguientes por su compromiso y sintió la persecución de la furia anticomunista del macarthismo. Volvió a España tres veces en tours organizados para veteranos de las Brigadas Internacionales. Se emocionaba recordando el reconocimiento que se le había dado, tantos años después y se quedó con la sensación de que España en general valoraba su lucha.
Cuando EL PAÍS visitó a Delmer Berg en Columbia, un pueblo del oeste conservado como parque turístico al norte de California, era un momento difícil en su vida. Su tercera esposa, June, acababa de ser internada en un hospital. Falleció tres meses después, en junio, a la edad de 93 años. Se conocieron en un baile en Modesto y vivieron juntos cuatro décadas. Construyeron la casa de su vejez ellos mismos con materiales sacados de su propia finca, según el obituario que publicó The Union Democrat, el periódico local de la zona de la fiebre el oro. Berg era una celebridad local en un lugar donde poca gente compartía sus ideas. “Todos respetan el hecho de que fuera a España”, decía.
En aquella casa de piedra en un lugar inaccesible, con 99 años Berg se movía con dificultad, apoyado en un bastón y con ayuda de la asistenta que iba tres veces por semana. Aun así subía dos tramos de escaleras hasta su dormitorio. Tenía un potente timbre de voz, aunque rasgado y tembloroso por la edad. Había perdido casi completamente su capacidad auditiva y había que gritarle, literalmente, cerca del oído o escribirle las preguntas en un papel. Hablaba y reía con energía, sin embargo, y devoraba unos bollos con leche. Pasaba las mañanas sentado al sol en el porche.
La muerte de Berg hace presente qué poco nos queda, cuando se van a cumplir 80 años de la rebelión militar, para que perdamos definitivamente cualquier posibilidad de escuchar de viva voz recuerdos de la guerra de España. Qué poco queda para que no haya nadie a quién preguntar.
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/02/actualidad/1456908585_999275.html
Entrevista con Delmer Berg (mayo de 2015)
martes, 22 de marzo de 2016
Guerra al filantrocapitalismo. David Rieff pasa revista crítica a los organismos internacionales, fundaciones y ONG que aspiran a acabar con el hambre en el mundo en un ensayo de argumentos fascinantes.
Pero no vemos ni oímos a los que sufren, y lo terrible de la vida pasa en algún lugar, entre bambalinas. Todo está en silencio, tranquilo, y solo protesta la muda estadística: tantos se volvieron locos, tantos baldes bebidos, tantos niños murieron de inanición… Y este orden, evidentemente, es necesario; evidentemente, el feliz se siente bien, solo porque los infelices llevan su carga callados, y sin ese callar, la felicidad sería imposible. Es una hipnosis general. Es necesario que en la puerta de cada hombre satisfecho, feliz, esté parado alguien con un martillo, y le recuerde con un martillazo de modo constante, que hay hombres infelices, que, por muy feliz que él sea, la vida tarde o temprano le enseñará sus garras, llegará la desgracia, la enfermedad, la pobreza, la pérdida, y nadie lo verá ni lo oirá a él, como él no ve ni oye ahora a los otros.
ANTON CHÉJOV, «Las grosellas».
Las naciones pobres están hambrientas y las naciones ricas son orgullosas, y el orgullo y el hambre estarán en discordia siempre.
JONATHAN SWIFT, «Los viajes de Gulliver».
A nuestros pies se extiende una gran riqueza; no obstante, su generosa distribución languidece a la vista de cómo se administra. Primordialmente, esto se debe a que quienes gestionan el intercambio de los bienes de la humanidad han fracasado a causa de su obstinación e incompetencia, han admitido dicho fracaso y renunciaron.
Las prácticas de los cambistas poco escrupulosos comparecen en el banquillo de los acusados ante el tribunal de la opinión pública, repudiados por los corazones y por las mentes de los hombres…
Los cambistas han abandonado sus tronos en el templo de nuestra civilización. Ahora debemos devolver a ese templo sus antiguos valores. La magnitud de la recuperación depende de la medida en que apliquemos valores sociales más nobles que el mero beneficio económico.
FRANKLIN DELANO ROOSEVELT, «Discurso de investidura», 1933.
Si es de los que creen que el progreso tecnológico y la filantropía van camino de acabar con el hambre en el mundo, David Rieff tiene malas noticias para usted. Su nuevo ensayo, El oprobio del hambre, es un repaso crítico y minucioso a los organismos internacionales, fundaciones y ONG que aspiran a acabar con el hambre en el mundo y que, pese a sus buenas intenciones, logran, a juicio del autor, resultados decepcionantes.
Rieff reconoce que se han producido ciertos avances en la erradicación del hambre en la última década, pero también advierte de que la población no deja de crecer, de que el planeta se calienta a marchas forzadas provocando sequías y arrasando cosechas y de que la desigualdad avanza sin freno. ¿Cómo vamos a alimentar a los 9.000 millones de personas que habitarán el planeta a mediados de siglo?, se pregunta con angustia neomalthusiana.
Seis años ha dedicado el autor de A punta de pistola o Contra la memoria a escribir esta valiente e inteligente disección de las políticas de desarrollo, en la que dispara sin miramientos y con la que probablemente no hará muchos amigos en el mundillo humanitario. El blanco de sus demoledoras críticas son inversores que especulan con materias primas, el Banco Mundial, las ONG, la ayuda oficial al desarrollo de los países ricos y, sobre todo, los filantrocapitalistas. De ellos dice que “juegan a ser dios” y que no rinden cuentas más que a sí mismos. De Bill Gates llega incluso a escribir que es tan totalitario como Fidel Castro.
A “las élites del desarrollo” les acusa sobre todo de predicar un optimismo casi mesiánico, de no decir la verdad a sabiendas cuando anuncian con estruendo que asistimos al principio del fin del hambre en el mundo. De ellos dice también que se mueven en un magma en el que los intereses comerciales y los fines altruistas no acaban de estar bien delimitados. “¿Es una exageración aseverar que a principios del siglo XXI a veces puede parecer que cuatro categorías de personas (…) tienen derecho a comportarse como les plazca: los niños, los psicópatas, las víctimas y los filántropos?”, escribe.
El problema de fondo es lo que Rieff llama la “antipolítica tecnocrática”, que asegura que inspira los programas de ayuda al desarrollo. Es decir, la creencia de que una buena dosis de innovación promovida por el sector privado lo arreglará todo. Para demostrar que se trata de una creencia errónea, Rieff cita como ejemplo la revolución verde y la eclosión transgénica que se suponía que iban a llenar los estómagos de los hambrientos y no lo hicieron. Rieff parece alinearse más bien con los activistas que defienden que las hambrunas son sobre todo un problema de acceso y no tanto de producción, y rescata en el libro una poderosa cita de Mahatma Gandhi: “En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no para satisfacer su codicia”.
El tema y los argumentos de Rieff son fascinantes, el problema es que el autor dedica demasiadas páginas a explicar qué se está haciendo mal y tal vez demasiado pocas en exponer cómo se podría hacer mejor. Solo al final del libro, Rieff apunta a recetas como el fortalecimiento del Estado y la democracia en un mundo en el que “nuestra política se ha corrompido con el dinero y la publicidad”. Puede que sea esa la vía adecuada, pero resulta una respuesta excesivamente vaga y escasa tras más de 400 páginas dedicadas a desmontar los logros de las organizaciones humanitarias.
Lee el comienzo de 'El oprobio del hambre'.
Leer más:
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/16/babelia/1458150314_544272.html?rel=lom
ANTON CHÉJOV, «Las grosellas».
Las naciones pobres están hambrientas y las naciones ricas son orgullosas, y el orgullo y el hambre estarán en discordia siempre.
JONATHAN SWIFT, «Los viajes de Gulliver».
A nuestros pies se extiende una gran riqueza; no obstante, su generosa distribución languidece a la vista de cómo se administra. Primordialmente, esto se debe a que quienes gestionan el intercambio de los bienes de la humanidad han fracasado a causa de su obstinación e incompetencia, han admitido dicho fracaso y renunciaron.
Las prácticas de los cambistas poco escrupulosos comparecen en el banquillo de los acusados ante el tribunal de la opinión pública, repudiados por los corazones y por las mentes de los hombres…
Los cambistas han abandonado sus tronos en el templo de nuestra civilización. Ahora debemos devolver a ese templo sus antiguos valores. La magnitud de la recuperación depende de la medida en que apliquemos valores sociales más nobles que el mero beneficio económico.
FRANKLIN DELANO ROOSEVELT, «Discurso de investidura», 1933.
Si es de los que creen que el progreso tecnológico y la filantropía van camino de acabar con el hambre en el mundo, David Rieff tiene malas noticias para usted. Su nuevo ensayo, El oprobio del hambre, es un repaso crítico y minucioso a los organismos internacionales, fundaciones y ONG que aspiran a acabar con el hambre en el mundo y que, pese a sus buenas intenciones, logran, a juicio del autor, resultados decepcionantes.
Rieff reconoce que se han producido ciertos avances en la erradicación del hambre en la última década, pero también advierte de que la población no deja de crecer, de que el planeta se calienta a marchas forzadas provocando sequías y arrasando cosechas y de que la desigualdad avanza sin freno. ¿Cómo vamos a alimentar a los 9.000 millones de personas que habitarán el planeta a mediados de siglo?, se pregunta con angustia neomalthusiana.
Seis años ha dedicado el autor de A punta de pistola o Contra la memoria a escribir esta valiente e inteligente disección de las políticas de desarrollo, en la que dispara sin miramientos y con la que probablemente no hará muchos amigos en el mundillo humanitario. El blanco de sus demoledoras críticas son inversores que especulan con materias primas, el Banco Mundial, las ONG, la ayuda oficial al desarrollo de los países ricos y, sobre todo, los filantrocapitalistas. De ellos dice que “juegan a ser dios” y que no rinden cuentas más que a sí mismos. De Bill Gates llega incluso a escribir que es tan totalitario como Fidel Castro.
A “las élites del desarrollo” les acusa sobre todo de predicar un optimismo casi mesiánico, de no decir la verdad a sabiendas cuando anuncian con estruendo que asistimos al principio del fin del hambre en el mundo. De ellos dice también que se mueven en un magma en el que los intereses comerciales y los fines altruistas no acaban de estar bien delimitados. “¿Es una exageración aseverar que a principios del siglo XXI a veces puede parecer que cuatro categorías de personas (…) tienen derecho a comportarse como les plazca: los niños, los psicópatas, las víctimas y los filántropos?”, escribe.
El problema de fondo es lo que Rieff llama la “antipolítica tecnocrática”, que asegura que inspira los programas de ayuda al desarrollo. Es decir, la creencia de que una buena dosis de innovación promovida por el sector privado lo arreglará todo. Para demostrar que se trata de una creencia errónea, Rieff cita como ejemplo la revolución verde y la eclosión transgénica que se suponía que iban a llenar los estómagos de los hambrientos y no lo hicieron. Rieff parece alinearse más bien con los activistas que defienden que las hambrunas son sobre todo un problema de acceso y no tanto de producción, y rescata en el libro una poderosa cita de Mahatma Gandhi: “En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no para satisfacer su codicia”.
El tema y los argumentos de Rieff son fascinantes, el problema es que el autor dedica demasiadas páginas a explicar qué se está haciendo mal y tal vez demasiado pocas en exponer cómo se podría hacer mejor. Solo al final del libro, Rieff apunta a recetas como el fortalecimiento del Estado y la democracia en un mundo en el que “nuestra política se ha corrompido con el dinero y la publicidad”. Puede que sea esa la vía adecuada, pero resulta una respuesta excesivamente vaga y escasa tras más de 400 páginas dedicadas a desmontar los logros de las organizaciones humanitarias.
Lee el comienzo de 'El oprobio del hambre'.
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El gasto público en educación se retrotrae a niveles de 2000 y las familias gastan un 33% más. INFORME DE LA FUNDACIÓN BBVA Y EL IVIE
Un estudio de la Fundación BBVA y el IVIE pone de manifiesto la caída del gasto público en educación después de la crisis y revela cómo las familias han compensado con su bolsillo los recortes de la inversión en la enseñanza. La educación pública sufre mucho más las consecuencias que la concertada.
El gasto público total en educación creció en España de 2000 a 2009 un 36%, pero con la crisis económica comienza una senda continuada de descenso hasta acumular una caída del 15% desde entonces hasta 2014, año en que experimenta un ligero repunte, según se extrae del informe Cuentas de la Educación en España 2000-2013. Recursos, gastos y resultados elaborado por la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie).
Los autores del estudio, hecho hoy público, analizan los datos estadísticos del sistema educativo desde comienzos del siglo XXI (2000-2014) y concluyen que, a la luz de los datos, sería necesario dotar al sistema educativo de de un fondo de reserva para darle estabilidad y garantías de futuro.
"La financiación pública de la educación ha sido irregular en el último ciclo económico, generando tensiones no deseables en estas actividades", advierten los autores del informe, coordinado por Francisco Pérez, director de investigación del Ivie y catedrático de la Universidad de Valencia, y Ezequiel Uriel, profesor investigador del Ivie y catedrático de la misma universidad.
El impacto de contener el déficit
El estudio refleja el impacto que han tenido sobre la educación las medidas adoptadas por el Gobierno a raíz de la crisis económica para contener el déficit: si bien el gasto por alumno creció con intensidad (un 25%) desde 2000, desde 2008 retrocede un 20% hasta recuperar en 2013 los niveles de partida.
El trabajo pone de manifiesto que la financiación del gasto de la totalidad de los centros de formación reglada, desde la educación infantil a la universitaria, se reparte de la siguiente manera: un 80,4% correspondiente al sector público (33.949 millones de euros en 2013), un 17% a las familias (7.173 millones de euros) y tan sólo un exiguo 2,6% (1.101 millones de euros) a empresas y otras entidades), con lo que la aportación de las administraciones públicas a la financiación de los centros públicos representan el 91% de los fondos que les sustentan. Por esta razón "los ajustes de gastos en las cuentas públicas han sido determinantes de la trayectoria irregular de la financiación de estos centros educativos".
Por ello sería necesario crear un mecanismo similar al de la seguridad social, desvinculado de la coyuntura económica, capaz de proteger el sistema educativo de posibles ajustes durante crisis intensas y duraderas como la actual e igualmente capaz de controlar el crecimiento del gasto en las fases de expansión económica y vincular la financiación a los resultados formativos para hacerlo más eficiente".
La educación depende de decisiones políticas
"Desde el año 2000, la evolución del gasto educativo en España se ha caracterizado por una trayectoria irregular y dependiente del ciclo económico", destacan los autores. La crisis ha frenado su ritmo de crecimiento previo, situado en el entorno del 3% anual.
Después de alcanzar en 2011 un máximo de 73.662 millones de euros constantes de 2013, el gasto total (público y privado) en educación se redujo un 5,7% hasta situarse en 2014 en 69.461 millones de euros. "Este ajuste ha tenido su origen fundamental en el comportamiento del gasto público, que se redujo 7.000 millones entre 2009 y 2014, habiendo repuntado en 2015 para situarse en 41.165 millones de euros, según estimaciones provisionales".
Los autores advierten de que la caída del gasto público en educación ha puesto en riesgo la estabilidad financiera del sistema educativo" y recomiendan "orientar las políticas educativas a largo plazo; promover el acceso a la educación infantil y fortalecer la educación primaria; orientar la gestión de los centros a los resultados y ampliar el esfuerzo en formación ocupacional".
Las familias tiran del bolsillo para compensar El informe revela que las familias han incrementado su gasto en educación en un 28% desde 2009, lo que da fe "del compromiso más estable de las familias con el gasto educativo durante la crisis, a pesar de que también han sufrido caídas de ingresos en los últimos años", si bien hay grandes diferencias según la titularidad del centro al que acuden y el nivel educativo.
En líneas generales, la trayectoria de los últimos años del gasto público en educación contrasta significativamente con la del gasto de los hogares, que ha mantenido una evolución más regular, y creciente durante la crisis, pasando de 9.567 millones de euros en 2000 a 12.766 millones en 2013 (ambas cifras en euros de 2013).
"Así pues, las familias han mantenido el gasto en educación durante la crisis y lo han incrementado en un 33% desde principios de siglo, compensando en parte la caída reciente del gasto público. Mientras que el crecimiento del gasto en educación de las familias entre 2000 y 2009 fue de un 5%, desde 2009 hasta la actualidad ha crecido un 28,2%".
El peso del gasto en educación de las familias españolas en el gasto final de la economía alcanza el 0,5% del producto interior bruto (PIB) y es superior a la media europea (0,4%), mientras que el gasto del sector público es claramente inferior (3,8% frente a 4,6%).
Las extraescolares, libros y transporte, la mayor partida de gasto
Los mayores incrementos de gasto de las familias se han producido en el nivel universitario y en la educación privada", resalta el informe. La mayor parte del gasto de las familias en educación se dedica a actividades extraescolares y a bienes y servicios conexos como libros y transporte.
"Las familias destinan un 39,2% de su gasto a clases lectivas, y la mitad de esta partida se concentra en la educación infantil y primaria, los niveles educativos en los que se cursan más años de formación, siendo la financiación pública más limitada en educación infantil. En segundo lugar, la compra de bienes y servicios conexos, como uniformes, libros o transporte escolar representa un 25,5%. Los servicios y actividades complementarias suponen un 23,9% y las actividades extraescolares, dentro y fuera del centro, el 11,4%".
Asimismo, como es lógico, el gasto de los hogares en educación aumenta en función del nivel de renta: los de mayores ingresos dedican un porcentaje cuatro veces superior al de las familias de ingresos menores. También se ve muy influido por el nivel de estudios de los progenitores y la titularidad del centro al que acuden los alumnos: el gasto se duplica cuando es un centro privado concertado y se cuadruplica cuando es privado no concertado.
Los ajustes afectan principalmente a la educación pública
Así, tras los ajustes, la financiación pública de los centros públicos se situaba en 2013 al nivel de la de 2004, y los recursos por alumno equivalían a los de 2001. Por el contrario, las familias han aumentado sus contribuciones a la financiación de la educación pública del 4,3% al 6,3% entre 2009 y 2013 ya que las tasas universitarias han aumentado, elevando sus aportaciones hasta el 21% en este nivel educativo.
En cambio, los recursos de los centros privados -concertados y no concertados- apenas han retrocedido durante la crisis debido a que sus fuentes de financiación están más diversificadas y se han comportado mejor.
Las aportaciones de las administraciones a la enseñanza privada a través de los conciertos educativos representan algo más del 55% de los recursos de los centros privados de infantil y primaria y el 61% de los de educación secundaria y profesional. "Estas aportaciones se han comportado de manera más regular que las realizadas a los centros públicos, al evitarse en gran medida los ajustes".
Asimismo, las aportaciones de los hogares a la financiación de la educación privada han ganado peso a lo largo del periodo 2000-2013 y representan alrededor del 45% del total de los ingresos de estos centros, siendo obviamente mayores en los centros no concertados.
Su importancia es también superior en la educación universitaria privada -en la que no hay conciertos- donde llegan a representar casi el 90% de los ingresos.
En definitiva, los investigadores subrayan que el sistema educativo español es similar en muchos de sus rasgos a los de los países desarrollados, pero identifican importantes problemas de eficiencia, equidad y también de inestabilidad financiera, derivados fundamentalmente de una deficiente programación a medio plazo del gasto público.
"España necesita hacer un esfuerzo mayor para mejorar la educación reglada y la formación a lo largo de la vida laboral. Eso no significa sólo gastar más sino, sobre todo, gastar mejor, con objetivos y programas de actuación a largo plazo", señalan los autores.
http://www.expansion.com/economia/2016/03/08/56deaeb2e2704e62538b4657.html
lunes, 21 de marzo de 2016
Dejar a la madre en paro
Uno pensaba hasta hoy que estos neoliberales, del mismo modo que los rusos amaban a sus hijos, también debían amar a sus madres y, tarde o temprano, devolverían las tijeras al cajón, ya sea por bondad o para ir al callista. Pues no.
Esta semana, el primer ministro británico David Cameron ha dejado a su madre sin empleo –de acuerdo, era voluntaria, pero el valor aquí está en el simbolismo- al cerrar la escuela en la que trabajaba. A su madre. A la única persona que le conoce desde antes de que naciera.
La noticia me ha recordado al tema Russians, escrito por Sting en 1985. La letra rememoraba la célebre frase pronunciada treinta años antes por Nikita Kruschev en la embajada polaca en Moscú durante una recepción a la que acudieron los embajadores de las principales naciones occidentales. “Os enterraremos”, amenazó el premier soviético. Sting afirmaba en su canción que Kruschev no iba en serio, iba de vodka. Suponía el músico que “los rusos también deben amar a sus hijos”. Escuchando el tema hoy, no queda muy claro si el ex The Police negaba la posibilidad de un apocalipsis nuclear porque los soviéticos jamás matarían niños occidentales, o porque los soviéticos sabían que si mataban niños occidentales caerían también los suyos; si no le daban al botón rojo por bondad, o por prudencia. La Guerra Fría siempre fue un poco demasiado compleja para el pop.
Tres décadas después, otro peligro nos acecha: los recortes neoliberales. Aunque se cierren hospitales y escuelas, e incluso parezca que se llegará al punto de que existan contratos por cero horas, o sea, un contrato de trabajo que no garantiza ningún trabajo y, por ende, ningún sueldo, uno pensaba hasta hoy que estos neoliberales, del mismo modo que los rusos amaban a sus hijos, también debían amar a sus madres y, tarde o temprano, devolverían las tijeras al cajón, ya sea por bondad o para ir al callista. Pues no.
http://elpais.com/elpais/2016/03/11/estilo/1457711992_794194.html
Esta semana, el primer ministro británico David Cameron ha dejado a su madre sin empleo –de acuerdo, era voluntaria, pero el valor aquí está en el simbolismo- al cerrar la escuela en la que trabajaba. A su madre. A la única persona que le conoce desde antes de que naciera.
La noticia me ha recordado al tema Russians, escrito por Sting en 1985. La letra rememoraba la célebre frase pronunciada treinta años antes por Nikita Kruschev en la embajada polaca en Moscú durante una recepción a la que acudieron los embajadores de las principales naciones occidentales. “Os enterraremos”, amenazó el premier soviético. Sting afirmaba en su canción que Kruschev no iba en serio, iba de vodka. Suponía el músico que “los rusos también deben amar a sus hijos”. Escuchando el tema hoy, no queda muy claro si el ex The Police negaba la posibilidad de un apocalipsis nuclear porque los soviéticos jamás matarían niños occidentales, o porque los soviéticos sabían que si mataban niños occidentales caerían también los suyos; si no le daban al botón rojo por bondad, o por prudencia. La Guerra Fría siempre fue un poco demasiado compleja para el pop.
Tres décadas después, otro peligro nos acecha: los recortes neoliberales. Aunque se cierren hospitales y escuelas, e incluso parezca que se llegará al punto de que existan contratos por cero horas, o sea, un contrato de trabajo que no garantiza ningún trabajo y, por ende, ningún sueldo, uno pensaba hasta hoy que estos neoliberales, del mismo modo que los rusos amaban a sus hijos, también debían amar a sus madres y, tarde o temprano, devolverían las tijeras al cajón, ya sea por bondad o para ir al callista. Pues no.
http://elpais.com/elpais/2016/03/11/estilo/1457711992_794194.html
Cuerdas con arte y vocación industrial. La firma Guitarras Manuel Rodríguez fabrica en Toledo y vende en 122 países.
Al padre de Manuel Rodríguez III, a Manuel Rodríguez II, le preguntaron una vez: “¿Por qué no se viene usted a hacer guitarras a Estados Unidos?” A lo que respondió: “Why not?” (¿por qué no?). Así es cómo la segunda generación de estos fabricantes de guitarras viajó a Estados Unidos… y cómo la tercera generación nació en la otra orilla del océano Atlántico. Era el año 1955 y el padre del actual responsable de esta empresa marchó a Los Ángeles. Se fue con poco más de un par de herramientas y mucha ilusión. Manuel Rodríguez III recuerda que estuvieron viviendo en Norteamérica unos 18 años. “Estando allí, solo vendíamos en el mercado estadounidense, así que, una vez muerto Franco, decidimos volver. Ahora vendemos en 122 países…, incluidos 6.000 puntos de venta en Estados Unidos”.
La empresa funciona desde las instalaciones que Guitarras Manuel Rodríguez tiene en Esquivias (Toledo). “Vinimos aquí desde una fábrica que teníamos en la también toledana Illescas. Y, aún antes, un taller en el centro de Madrid”, dice Manuel. “Mi padre viene de una escuela de luthería y soy yo quien convierte aquel trabajo artesanal en un negocio que se hace industrial sin dejar de ser artesanal”. En la fábrica, diferentes operarios hacen un mínimo del 70% de cada guitarra a mano. “Y eso en nuestras guitarras de 300 euros”, dice Rodríguez. “A partir de ahí, y a más precio, más tiempo empleado en la fabricación de cada instrumento, maderas de más calidad y mayor número de operaciones hechas a mano”. Y así hasta llegar a las guitarras de 20.000 euros, alguna de las cuales ha acabado en manos de Carlos Santana, Eric Clapton o Stevie Wonder.
Hablando con Manuel Rodríguez, se hace evidente que ha mamado el oficio desde niño. “Cuando llegaba del colegio, en casa olía a madera, a barnices. También veía llegar a muchos actores y músicos famosos que le compraban guitarras a mi padre, mientras yo jugaba con los hijos de estas personas, con muchos de los cuales aún mantengo contacto”. ¿Y cuándo supo que se iba a dedicar al negocio de hacer y vender guitarras? “Cuando, por error, me bebí un vaso de barniz creyendo que era cola cao”, dice con sorna Manuel Rodríguez III.
Y así, cumplidos los 18, Manuel construye su primera guitarra. “No conseguía vender ninguna, así que mi padre me dijo que cogiera el coche y saliera a buscar yo compradores. Y eso hice. Viajé por el norte de Europa y volví con tantos pedidos que, para un segundo viaje, ya me fui con un camión”. Era una época en la que aún no existía Internet. “Todo era a base de páginas amarillas e ir directamente a las tiendas. No fue fácil, pero aprendí que, cuando uno supera dificultades, creces. Y en nuestra familia, que ha pasado dos guerras mundiales y una civil, sabemos de eso”. Fruto “del emprendimiento pasional e insistencia”, Guitarras Manuel Rodríguez ha acabado vendiendo hasta en la Polinesia. “A la gente le gusta que viajes y vayas a conocerla”, dice el responsable de la empresa.
Con respecto a los nichos de mercado en los que Guitarras Manuel Rodríguez vende sus productos, el criterio es que, “evidentemente, los países más ricos son los que tienen un mayor poder adquisitivo para comprar guitarras como las nuestras. Vamos ampliando las ventas a medida que la cultura va subiendo, sobre todo en Asia. Allí aman el flamenco… y nosotros no lo valoramos. China, Singapur o Australia, por poner tres ejemplos, tienen gente que buscan lo puro, a quienes les encanta el flamenco, por lo que estamos subiendo las ventas. También han hecho mucho daño las guitarras de mala calidad de los chinos, que no motivan, pues apenas duran un mes. Hay que hacer que la gente joven disfrute tocando la guitarra”.
Como segundo fabricante de guitarras más antiguo del mundo, el futuro de la empresa dirigida por Manuel Rodríguez III pasa “por convencer a las personas que tienen poder en el mundo de que la música es importante para el ser humano. Además, trabajamos para ser más sostenibles, construir guitarras con energía solar y en madera sostenible, y utilizar barnices ecológicos. Llevo la pasión española y el marketing norteamericano”, concluye Rodríguez, que ha llevado a su empresa a facturar tres millones de euros y a dar trabajo a 50 personas.
https://www.guitarrasramirez.com/index.php?seccion=biblio&lang=es
http://economia.elpais.com/economia/2016/03/03/actualidad/1457019915_744868.html
La empresa funciona desde las instalaciones que Guitarras Manuel Rodríguez tiene en Esquivias (Toledo). “Vinimos aquí desde una fábrica que teníamos en la también toledana Illescas. Y, aún antes, un taller en el centro de Madrid”, dice Manuel. “Mi padre viene de una escuela de luthería y soy yo quien convierte aquel trabajo artesanal en un negocio que se hace industrial sin dejar de ser artesanal”. En la fábrica, diferentes operarios hacen un mínimo del 70% de cada guitarra a mano. “Y eso en nuestras guitarras de 300 euros”, dice Rodríguez. “A partir de ahí, y a más precio, más tiempo empleado en la fabricación de cada instrumento, maderas de más calidad y mayor número de operaciones hechas a mano”. Y así hasta llegar a las guitarras de 20.000 euros, alguna de las cuales ha acabado en manos de Carlos Santana, Eric Clapton o Stevie Wonder.
Hablando con Manuel Rodríguez, se hace evidente que ha mamado el oficio desde niño. “Cuando llegaba del colegio, en casa olía a madera, a barnices. También veía llegar a muchos actores y músicos famosos que le compraban guitarras a mi padre, mientras yo jugaba con los hijos de estas personas, con muchos de los cuales aún mantengo contacto”. ¿Y cuándo supo que se iba a dedicar al negocio de hacer y vender guitarras? “Cuando, por error, me bebí un vaso de barniz creyendo que era cola cao”, dice con sorna Manuel Rodríguez III.
Y así, cumplidos los 18, Manuel construye su primera guitarra. “No conseguía vender ninguna, así que mi padre me dijo que cogiera el coche y saliera a buscar yo compradores. Y eso hice. Viajé por el norte de Europa y volví con tantos pedidos que, para un segundo viaje, ya me fui con un camión”. Era una época en la que aún no existía Internet. “Todo era a base de páginas amarillas e ir directamente a las tiendas. No fue fácil, pero aprendí que, cuando uno supera dificultades, creces. Y en nuestra familia, que ha pasado dos guerras mundiales y una civil, sabemos de eso”. Fruto “del emprendimiento pasional e insistencia”, Guitarras Manuel Rodríguez ha acabado vendiendo hasta en la Polinesia. “A la gente le gusta que viajes y vayas a conocerla”, dice el responsable de la empresa.
Con respecto a los nichos de mercado en los que Guitarras Manuel Rodríguez vende sus productos, el criterio es que, “evidentemente, los países más ricos son los que tienen un mayor poder adquisitivo para comprar guitarras como las nuestras. Vamos ampliando las ventas a medida que la cultura va subiendo, sobre todo en Asia. Allí aman el flamenco… y nosotros no lo valoramos. China, Singapur o Australia, por poner tres ejemplos, tienen gente que buscan lo puro, a quienes les encanta el flamenco, por lo que estamos subiendo las ventas. También han hecho mucho daño las guitarras de mala calidad de los chinos, que no motivan, pues apenas duran un mes. Hay que hacer que la gente joven disfrute tocando la guitarra”.
Como segundo fabricante de guitarras más antiguo del mundo, el futuro de la empresa dirigida por Manuel Rodríguez III pasa “por convencer a las personas que tienen poder en el mundo de que la música es importante para el ser humano. Además, trabajamos para ser más sostenibles, construir guitarras con energía solar y en madera sostenible, y utilizar barnices ecológicos. Llevo la pasión española y el marketing norteamericano”, concluye Rodríguez, que ha llevado a su empresa a facturar tres millones de euros y a dar trabajo a 50 personas.
https://www.guitarrasramirez.com/index.php?seccion=biblio&lang=es
http://economia.elpais.com/economia/2016/03/03/actualidad/1457019915_744868.html
domingo, 20 de marzo de 2016
13 juegos para fomentar la autoestima en el aula. Usar un lenguaje motivador y hacer que el alumno se sienta valioso por lo que hace es esencial para su desarrollo
Cada vez más centros, y profesores a título particular, piden herramientas para trabajar las emociones y la autoestima en el aula, como parte de la formación integral de sus alumnos. Puede ayudar a prevenir males mayores, conflictos, casos de bullying y acoso escolar, en ocasiones con un final dramático. Las educadoras de la escuela infantil Arlequín, en Fuenlabrada (Madrid), han realizado cursos para iniciar un programa de inteligencia emocional este año. “Hacemos asambleas donde decimos si estamos contentos o tristes, enfadados o aburridos; trabajamos la empatía y la asertividad”, enumera la directora, Laura Santana.
La escuela de desarrollo emocional y social Afectiva organiza una extraescolar en el colegio público Francisco Arranz a instancias de la asociación de padres y madres de alumnos (AMPA). “Ha de ser una autoestima ajustada y realista; que sean conscientes de sus cualidades y capacidades, pero también de en qué pueden mejorar, de cuáles son sus limitaciones”, matiza Raquel Burguillo, una de las psicólogas del equipo de Afectiva.
“No hace falta hacer cosas muy complicadas, a veces basta con consejos pequeños y cotidianos aplicados de manera constante”, interviene Rocío López, maestra especializada en innovación y directora de comunicación del portal Edúkame. Algo tan básico como reconocer las cualidades de los niños. “Tenemos tendencia a centrarnos en lo negativo, para corregir”. Y no caer en lo que los expertos denominan profecías autocumplidas: “No vas a ser capaz”, “Eres un pesado”… El interpelado, efectivamente, termina por no ser capaz y ser un pesado. “Un buen profesor sabe potenciar la autoestima de sus alumnos elogiando los pequeños progresos y esfuerzos realizados; para ello debe usar un lenguaje positivo, hacer que cada alumno se sienta valioso por lo que es, por lo que siente y por lo que hace”, tercia la psicóloga infantil Sara Tarrés, que ofrece varias recomendaciones más: “Ayudar al desarrollo de aptitudes que el niño tenga, fomentar la comunicación, trabajar hábitos de estudio, huir de las comparaciones y etiquetas, evitar resaltar las cualidades negativas delante de otros niños o adultos, criticar de forma constructiva los trabajos realizados”.
El juego, asegura Tarrés, es “primordial para el desarrollo de la autoestima del niño”. A continuación proponemos algunos.
Infantil
Carteles con autoconceptos. El profesor coloca en distintas partes de la clase carteles con cualidades académicas, sociales o físicas. “Soy simpático”, “Juego muy bien al fútbol”, “Soy listo”. Los carteles son como los de algunas publicidades, con pequeñas pestañas con el teléfono del anunciante en su parte inferior. Los niños corren hacia el cartel que creen que los define mejor, arrancan una de sus pestañas y la pegan en un dibujo de ellos mismos que previamente han realizado.
La silla caliente. Un alumno se sienta en una silla y el resto va pasando por delante diciéndole qué le gusta de él o ella, o qué le hace sentir bien. “Vemos cómo algunos se ruborizan o se sienten incómodos; no están acostumbrados a que les digan cosas positivas”, constatan desde el equipo de Afectiva.
Juego de las estatuas. Sirve para trabajar las emociones. Mientras suena la música, los niños bailan; cuando para, cada uno debe quedarse quieto, reflejando una emoción en su rostro, y sus compañeros han de adivinar de qué emoción se trata.
Primaria
Reparto de estrellas. Los niños se sientan en el suelo, en círculo. El maestro dice algo positivo de cada uno al tiempo que le entrega una estrella de papel o pegatina. A lo largo de la sesión, cada niño debe decir algo positivo de los compañeros que tiene a ambos lados mientras les entrega una estrella. “Lo fundamental es pensar en lo que decimos a los demás, lo que nos dicen y lo que sentimos”, plantea la psicóloga Sara Tarrés.
Caja del tesoro oculto. El docente esconde un espejo en una caja y explica que dentro hay un tesoro único. “Generaremos así expectativa”, aduce Tarrés. Los alumnos abrirán la caja de uno en uno, sin decir a nadie lo que contiene. Al final, el profesor les pedirá que digan en voz alta qué tesoro han visto, y les preguntará por aquello que ellos creen que los hace únicos y especiales, irrepetibles, maravillosos.
Las gafas positivas. El maestro pedirá a sus alumnos que hagan el gesto de ponerse unas gafas imaginarias y muy especiales, a través de las cuales verán solo lo positivo que hay en el mundo. Cada uno se dibujará en el centro de un folio, indicando su nombre. Estos folios irán pasando de mesa en mesa y los niños, todos con sus gafas positivas colocadas, irán escribiendo cualidades de sus compañeros. “Me ayuda con los deberes” o “Aprende muy rápido”. Es importante que el docente también haga su aportación, firmada. “Estos mensajes alimentarán la confianza del niño a través del reconocimiento de los compañeros y del docente, que es un referente clave en su vida”, sostenía Rocío López en un artículo publicado en la revista Educación 3.0.
Una variante de esta dinámica consiste en que cada niño o niña se cuelga un folio en la espalda con su nombre y el resto escribe cosas buenas de él o ella. Para terminar, todos comparten sus impresiones y emociones en una asamblea.
Juego de mímica. Cada chaval anota cosas que se le dan bien y otras que le gustaría mejorar. A continuación expone, utilizando la mímica, aquello en lo que es bueno, y sus compañeros tendrán que adivinarlo.
Hoy te enseño yo. Actividad que también funciona en secundaria. Se trata de organizar en el aula minitalleres impartidos por los propios alumnos, a los que podrá apuntarse el resto de la clase. Los pequeños profesores diseñarán sus talleres en función de sus propios intereses, mostrando, por ejemplo, cómo hacer un truco de magia, cómo dar muchos toques con el balón sin que caiga el suelo, cuánto saben sobre Star Wars o cómo programar un videojuego.
Secundaria
Hay una carta para ti. Cada alumno escribe tres virtudes y tres defectos que crea tener en una hoja de papel, que guardará en un sobre. El sobre irá pasando por todos los compañeros, que habrán de sumar otras tres cualidades, pero no defectos. Cada alumno leerá todo lo bueno que los demás piensan de él. “El objetivo es que lleguen a entender que todos somos distintos y, si bien todos tenemos defectos, también tenemos muchas cualidades que el resto aprecia”, argumenta Tarrés.
Anuncios de contactos. A la entrada del aula se coloca un folio con dos columnas: en la primera, cada alumno indicará qué puede ofrecer a los demás (enseñar matemáticas, coger las cosas de los armarios más altos); en la segunda escribirá sus necesidades, o qué le gustaría aprender de sus compañeros (clases de dibujo, apoyo en ciencias). “Descubrimos a nuestros alumnos cualidades y capacidades de sí mismos que desconocían o creían no tener, y reforzamos su vínculo con compañeros y maestro, favoreciendo su inclusión dentro del grupo”, dice López.
Véndete (?). Los chicos y chicas habrán de inventarse un anuncio para venderse (promocionarse) a ellos mismos, lo que les supondrá reflexionar sobre sus cosas buenas, para que los demás los compren. Lo expondrán delante de sus compañeros.
¡Fuera etiquetas! La dinámica permite reflexionar sobre las etiquetas, buenas y malas, que vienen impuestas desde el exterior y que nos condicionan. Vago, torpe, desordenado, guapo, empollón. El alumno las escribe en pegatinas blancas y se las va pegando por el cuerpo. Tras una puesta en común en asamblea, decide con cuáles se queda y se quita las que no quiere. “Les ayuda a entender que vale, me han puesto etiquetas y las he aceptado, pero tengo el poder de cambiarlas o quitármelas”, indica el equipo de Afectiva.
Comunidad educativa
Buzón de sugerencias. Que los conflictos no se queden cociéndose en silencio, que los problemas salgan a la luz y se hablen resulta fundamental para detectar a tiempo, antes de que sea demasiado tarde, casos de baja autoestima, bullying o acoso escolar. Desde este convencimiento, el equipo de Afectiva propone un buzón de sugerencias, para todo el centro o por aula, donde los alumnos puedan comunicarse, escribir sus quejas, expresarse sobre lo que les gusta y lo que no de su grupo o de su centro.
http://economia.elpais.com/economia/2016/03/17/actualidad/1458211539_319733.html
La escuela de desarrollo emocional y social Afectiva organiza una extraescolar en el colegio público Francisco Arranz a instancias de la asociación de padres y madres de alumnos (AMPA). “Ha de ser una autoestima ajustada y realista; que sean conscientes de sus cualidades y capacidades, pero también de en qué pueden mejorar, de cuáles son sus limitaciones”, matiza Raquel Burguillo, una de las psicólogas del equipo de Afectiva.
“No hace falta hacer cosas muy complicadas, a veces basta con consejos pequeños y cotidianos aplicados de manera constante”, interviene Rocío López, maestra especializada en innovación y directora de comunicación del portal Edúkame. Algo tan básico como reconocer las cualidades de los niños. “Tenemos tendencia a centrarnos en lo negativo, para corregir”. Y no caer en lo que los expertos denominan profecías autocumplidas: “No vas a ser capaz”, “Eres un pesado”… El interpelado, efectivamente, termina por no ser capaz y ser un pesado. “Un buen profesor sabe potenciar la autoestima de sus alumnos elogiando los pequeños progresos y esfuerzos realizados; para ello debe usar un lenguaje positivo, hacer que cada alumno se sienta valioso por lo que es, por lo que siente y por lo que hace”, tercia la psicóloga infantil Sara Tarrés, que ofrece varias recomendaciones más: “Ayudar al desarrollo de aptitudes que el niño tenga, fomentar la comunicación, trabajar hábitos de estudio, huir de las comparaciones y etiquetas, evitar resaltar las cualidades negativas delante de otros niños o adultos, criticar de forma constructiva los trabajos realizados”.
El juego, asegura Tarrés, es “primordial para el desarrollo de la autoestima del niño”. A continuación proponemos algunos.
Infantil
Carteles con autoconceptos. El profesor coloca en distintas partes de la clase carteles con cualidades académicas, sociales o físicas. “Soy simpático”, “Juego muy bien al fútbol”, “Soy listo”. Los carteles son como los de algunas publicidades, con pequeñas pestañas con el teléfono del anunciante en su parte inferior. Los niños corren hacia el cartel que creen que los define mejor, arrancan una de sus pestañas y la pegan en un dibujo de ellos mismos que previamente han realizado.
La silla caliente. Un alumno se sienta en una silla y el resto va pasando por delante diciéndole qué le gusta de él o ella, o qué le hace sentir bien. “Vemos cómo algunos se ruborizan o se sienten incómodos; no están acostumbrados a que les digan cosas positivas”, constatan desde el equipo de Afectiva.
Juego de las estatuas. Sirve para trabajar las emociones. Mientras suena la música, los niños bailan; cuando para, cada uno debe quedarse quieto, reflejando una emoción en su rostro, y sus compañeros han de adivinar de qué emoción se trata.
Primaria
Reparto de estrellas. Los niños se sientan en el suelo, en círculo. El maestro dice algo positivo de cada uno al tiempo que le entrega una estrella de papel o pegatina. A lo largo de la sesión, cada niño debe decir algo positivo de los compañeros que tiene a ambos lados mientras les entrega una estrella. “Lo fundamental es pensar en lo que decimos a los demás, lo que nos dicen y lo que sentimos”, plantea la psicóloga Sara Tarrés.
Caja del tesoro oculto. El docente esconde un espejo en una caja y explica que dentro hay un tesoro único. “Generaremos así expectativa”, aduce Tarrés. Los alumnos abrirán la caja de uno en uno, sin decir a nadie lo que contiene. Al final, el profesor les pedirá que digan en voz alta qué tesoro han visto, y les preguntará por aquello que ellos creen que los hace únicos y especiales, irrepetibles, maravillosos.
Las gafas positivas. El maestro pedirá a sus alumnos que hagan el gesto de ponerse unas gafas imaginarias y muy especiales, a través de las cuales verán solo lo positivo que hay en el mundo. Cada uno se dibujará en el centro de un folio, indicando su nombre. Estos folios irán pasando de mesa en mesa y los niños, todos con sus gafas positivas colocadas, irán escribiendo cualidades de sus compañeros. “Me ayuda con los deberes” o “Aprende muy rápido”. Es importante que el docente también haga su aportación, firmada. “Estos mensajes alimentarán la confianza del niño a través del reconocimiento de los compañeros y del docente, que es un referente clave en su vida”, sostenía Rocío López en un artículo publicado en la revista Educación 3.0.
Una variante de esta dinámica consiste en que cada niño o niña se cuelga un folio en la espalda con su nombre y el resto escribe cosas buenas de él o ella. Para terminar, todos comparten sus impresiones y emociones en una asamblea.
Juego de mímica. Cada chaval anota cosas que se le dan bien y otras que le gustaría mejorar. A continuación expone, utilizando la mímica, aquello en lo que es bueno, y sus compañeros tendrán que adivinarlo.
Hoy te enseño yo. Actividad que también funciona en secundaria. Se trata de organizar en el aula minitalleres impartidos por los propios alumnos, a los que podrá apuntarse el resto de la clase. Los pequeños profesores diseñarán sus talleres en función de sus propios intereses, mostrando, por ejemplo, cómo hacer un truco de magia, cómo dar muchos toques con el balón sin que caiga el suelo, cuánto saben sobre Star Wars o cómo programar un videojuego.
Secundaria
Hay una carta para ti. Cada alumno escribe tres virtudes y tres defectos que crea tener en una hoja de papel, que guardará en un sobre. El sobre irá pasando por todos los compañeros, que habrán de sumar otras tres cualidades, pero no defectos. Cada alumno leerá todo lo bueno que los demás piensan de él. “El objetivo es que lleguen a entender que todos somos distintos y, si bien todos tenemos defectos, también tenemos muchas cualidades que el resto aprecia”, argumenta Tarrés.
Anuncios de contactos. A la entrada del aula se coloca un folio con dos columnas: en la primera, cada alumno indicará qué puede ofrecer a los demás (enseñar matemáticas, coger las cosas de los armarios más altos); en la segunda escribirá sus necesidades, o qué le gustaría aprender de sus compañeros (clases de dibujo, apoyo en ciencias). “Descubrimos a nuestros alumnos cualidades y capacidades de sí mismos que desconocían o creían no tener, y reforzamos su vínculo con compañeros y maestro, favoreciendo su inclusión dentro del grupo”, dice López.
Véndete (?). Los chicos y chicas habrán de inventarse un anuncio para venderse (promocionarse) a ellos mismos, lo que les supondrá reflexionar sobre sus cosas buenas, para que los demás los compren. Lo expondrán delante de sus compañeros.
¡Fuera etiquetas! La dinámica permite reflexionar sobre las etiquetas, buenas y malas, que vienen impuestas desde el exterior y que nos condicionan. Vago, torpe, desordenado, guapo, empollón. El alumno las escribe en pegatinas blancas y se las va pegando por el cuerpo. Tras una puesta en común en asamblea, decide con cuáles se queda y se quita las que no quiere. “Les ayuda a entender que vale, me han puesto etiquetas y las he aceptado, pero tengo el poder de cambiarlas o quitármelas”, indica el equipo de Afectiva.
Comunidad educativa
Buzón de sugerencias. Que los conflictos no se queden cociéndose en silencio, que los problemas salgan a la luz y se hablen resulta fundamental para detectar a tiempo, antes de que sea demasiado tarde, casos de baja autoestima, bullying o acoso escolar. Desde este convencimiento, el equipo de Afectiva propone un buzón de sugerencias, para todo el centro o por aula, donde los alumnos puedan comunicarse, escribir sus quejas, expresarse sobre lo que les gusta y lo que no de su grupo o de su centro.
http://economia.elpais.com/economia/2016/03/17/actualidad/1458211539_319733.html
Justicia social
El pasado 20 de febrero se celebró el Día Mundial de la Justicia Social proclamado por Naciones Unidas. No todo el mundo conoce el significado de la justicia social, principio fundamental para la convivencia dentro y entre las naciones. Defendemos sus principios cuando promovemos la igualdad de género o los derechos de los pueblos indígenas. Pero a decir verdad, este día no es un día que merezca celebrarse puesto que actualmente son 22 los países que están en guerra y hay unos 300.000 niños implicados en ellas. Creo que todos deberíamos reflexionar sobre la cita de José Luis Sampedro (antiguo miembro de la Real Academia Española), que dice: “Es asombroso que la humanidad todavía no sepa vivir en paz, que palabras como competitividad sean las que mandan frente a palabras como convivencia”.— MANOLO CAMPOS. Sevilla
sábado, 19 de marzo de 2016
Siempre tengo deberes. Los padres de la escuela pública quieren trasladar al Congreso y al debate político su protesta contra las tareas escolares.
"¿En qué ley pone que los profesores pueden sancionar a sus alumnos que no hacen deberes? ¿Dónde está escrito cómo se deben evaluar?”, pregunta Jesús Salido, presidente de la Confederación de Asociaciones de Padres de Alumnos (Ceapa). “Queremos respuestas para que las familias puedan solventar una cuestión que está condicionando sus vidas”, añade. Ahora la Ceapa ultima un escrito sobre la base legal para poner deberes que será enviado al ministro y al Congreso de los Diputados.
La protesta por los deberes se reactivó en 2012 en Francia cuando decenas de miles de padres y alumnos secundaron una huelga contra los “trabajos forzosos” fuera del horario lectivo. Debió de ser divertida: consistió en obligar a los niños a tener las tardes libres.
En España, que nunca ha ido tan lejos, la petición “por la racionalización de los deberes” que lanzó una madre, Eva Bailén, en la plataforma digital Change.org, ha superado esta semana las 200.000 firmas. La acompaña con un vídeo que termina con la siguiente pregunta: “¿No es hora de que les devolvamos la infancia?”.
España está entre los países industrializados en los que los alumnos de 15 años destinan más horas a las tareas en casa, según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). Según sus comparaciones de 2012, los chicos españoles dedican 6,5 horas a la semana frente a las 4,8 de media. El organismo alerta de que estas tareas, a veces ingentes, que asumen pueden aumentar la brecha entre quienes pueden pagar clases extraescolares y los que no. ¿Es mucho o poco? Y sobre todo, ¿es útil?
“Como sucede con casi todo lo que concierte a educación, nos falta un diagnóstico certero”, señala el presidente Consejo Escolar del Estado, Francisco López Rupérez. “Necesitamos saber cuál es el impacto negativo exacto que el exceso o falta de deberes escolares puedan estar produciendo en el rendimiento de los alumnos y en su vida personal, porque seguro que hay centros y profesores que se pasan y otros que no llegan”.
La política también ha empezado a fijarse en este tema. El PSOE incluía en su programa electoral “promover un acuerdo con las comunidades autónomas para ordenar y limitar” estas tareas. Hasta el ministro Méndez de Vigo admitió al inicio de curso que le parecía un motivo "de reflexión”. Los deberes que el niño se lleva a casa dependen directamente de la decisión de su profesor. Hay una vieja recomendación, la regla de 10 minutos, que goza de cierto consenso entre los docentes, aunque no debe ser la norma general a la vista de las quejas. Se trata de añadir 10 minutos al tiempo diario para las tareas conforme se avanza en los cursos: 10 minutos en 1º de Primaria, 20 en 2º…
El catedrático de Sociología Mariano Fernández Enguita recuerda esta regla en su libro La educación en la encrucijada (Fundación Santillana). “La estructura tradicional del tiempo escolar y de su proyección sobre el tiempo familiar está hoy en crisis. Es un tiempo aparentemente insuficiente, si se presta atención a las elevadas tasas de fracaso escolar, por un lado, y al malestar con los deberes o la proliferación de actividades extraescolares, por otro”, señala.
La OCDE y los expertos coinciden en que la mesura viene bien, pero los deberes no pueden desaparecer. Sirven para fijar los conceptos y profundizar en el aprendizaje. “Un mínimo de trabajo después de clase es necesario. Hay un momento de estudio y silencio en la casa que ayuda al estudiante”, considera Ricardo Moreno, catedrático de instituto y profesor durante más de 35 años, que acaba de publicar La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza (Pasos Perdidos). “Se trata de mandar cosas que el niño pueda abarcar solo: sumas, fracciones, 10 líneas de redacción o un poema, en lugar de todas estas cosas innovadoras de ahora que acaban involucrando a toda la familia y ocupando la tarde entera”.
http://politica.elpais.com/politica/2016/03/04/actualidad/1457114229_994730.html
La protesta por los deberes se reactivó en 2012 en Francia cuando decenas de miles de padres y alumnos secundaron una huelga contra los “trabajos forzosos” fuera del horario lectivo. Debió de ser divertida: consistió en obligar a los niños a tener las tardes libres.
En España, que nunca ha ido tan lejos, la petición “por la racionalización de los deberes” que lanzó una madre, Eva Bailén, en la plataforma digital Change.org, ha superado esta semana las 200.000 firmas. La acompaña con un vídeo que termina con la siguiente pregunta: “¿No es hora de que les devolvamos la infancia?”.
España está entre los países industrializados en los que los alumnos de 15 años destinan más horas a las tareas en casa, según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). Según sus comparaciones de 2012, los chicos españoles dedican 6,5 horas a la semana frente a las 4,8 de media. El organismo alerta de que estas tareas, a veces ingentes, que asumen pueden aumentar la brecha entre quienes pueden pagar clases extraescolares y los que no. ¿Es mucho o poco? Y sobre todo, ¿es útil?
“Como sucede con casi todo lo que concierte a educación, nos falta un diagnóstico certero”, señala el presidente Consejo Escolar del Estado, Francisco López Rupérez. “Necesitamos saber cuál es el impacto negativo exacto que el exceso o falta de deberes escolares puedan estar produciendo en el rendimiento de los alumnos y en su vida personal, porque seguro que hay centros y profesores que se pasan y otros que no llegan”.
La política también ha empezado a fijarse en este tema. El PSOE incluía en su programa electoral “promover un acuerdo con las comunidades autónomas para ordenar y limitar” estas tareas. Hasta el ministro Méndez de Vigo admitió al inicio de curso que le parecía un motivo "de reflexión”. Los deberes que el niño se lleva a casa dependen directamente de la decisión de su profesor. Hay una vieja recomendación, la regla de 10 minutos, que goza de cierto consenso entre los docentes, aunque no debe ser la norma general a la vista de las quejas. Se trata de añadir 10 minutos al tiempo diario para las tareas conforme se avanza en los cursos: 10 minutos en 1º de Primaria, 20 en 2º…
El catedrático de Sociología Mariano Fernández Enguita recuerda esta regla en su libro La educación en la encrucijada (Fundación Santillana). “La estructura tradicional del tiempo escolar y de su proyección sobre el tiempo familiar está hoy en crisis. Es un tiempo aparentemente insuficiente, si se presta atención a las elevadas tasas de fracaso escolar, por un lado, y al malestar con los deberes o la proliferación de actividades extraescolares, por otro”, señala.
La OCDE y los expertos coinciden en que la mesura viene bien, pero los deberes no pueden desaparecer. Sirven para fijar los conceptos y profundizar en el aprendizaje. “Un mínimo de trabajo después de clase es necesario. Hay un momento de estudio y silencio en la casa que ayuda al estudiante”, considera Ricardo Moreno, catedrático de instituto y profesor durante más de 35 años, que acaba de publicar La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza (Pasos Perdidos). “Se trata de mandar cosas que el niño pueda abarcar solo: sumas, fracciones, 10 líneas de redacción o un poema, en lugar de todas estas cosas innovadoras de ahora que acaban involucrando a toda la familia y ocupando la tarde entera”.
http://politica.elpais.com/politica/2016/03/04/actualidad/1457114229_994730.html
viernes, 18 de marzo de 2016
Si la homeopatía no funciona, ¿por qué no se prohíbe su venta? No cuenta con estudios que la avalen y ni siquiera es necesario un diploma para prescribirla
En una popular parodia sobre las medicinas alternativas, un hombre entra en un hospital homeopático tras sufrir un accidente de tráfico. El médico pide a la enfermera que consiga un trozo del coche que lo atropelló, lo diluya en agua y lo agite y diluya repetidamente para poner tres gotas del líquido resultante bajo la lengua del herido. “Si esto no lo salva, no sé qué lo hará”, exclama el doctor.
Aunque es humor, la base teórica de la homeopatía está tan alejada de lo que se sabe de física y química que en el mundo real existen preparados que no distan mucho de este chascarrillo. En resumen, esta terapia —que se solía calificar de alternativa y ahora algunos de sus practicantes llaman complementaria o integrativa— se basa en una ocurrencia que tuvo el médico sajón Samuel Hahnemann a finales del siglo XVIII, que viene a decir que lo similar cura lo similar. Así, para tratar una enfermedad se ha de usar la misma sustancia que causa sus síntomas, pero diluida en agua hasta proporciones infinitesimales. Tanto, que la mayoría de remedios homeopáticos no contiene ni una molécula del supuesto agente sanador.
Un ejemplo real: la cafeína espabila. Según la homeopatía, si se toma en proporciones ínfimas, hace lo contrario: dar sueño. Así que existe un preparado para dormir que se obtiene mezclando un parte de cafeína con 99 de agua. Se agita y el resultante se vuelve a mezclar con otras 99 partes de agua. Y así sucesivamente. Cada una de estas diluciones se denominan CH (Centesimal Hahnemanianna, en honor a su inventor). Existen preparados con 6 CH, 10 CH, 30 CH… En algunos casos, el resultado equivale a verter una gota de principio activo en todos los océanos del planeta, agitarlo y beber al azar de todos los mares.
Obviamente, ahí no queda nada de lo que en un principio se mezcló. Quienes toman homeopatía, pues, no ingieren más que agua. O, más exactamente, sacarosa y lactosa, pues el líquido suele estar rociado en bolitas de estos excipientes.
La cafeína es un ejemplo, pero existen otros reales que hacen que la parodia del coche se quede corta: diluciones de Muro de Berlín para luchar contra las sensaciones de opresión, separación y aislamiento; de radiación de teléfono móvil para paliar el (inexistente) daño de las ondas que emiten estos aparatos; de TNT (explosivo) contra la tos convulsiva; de agua del Amazonas para armonizar los estados emocionales; de caca de perro para tratar gastroenteritis, colitis y diarreas… Y muchas más parecidas que ha recopilado Fernando Frías, fundador del Círculo Escéptico, en su blog La lista de la vergüenza.
Un negocio (muy) lucrativo
Aunque suene a broma, el negocio de la homeopatía mueve enormes cantidades de dinero y sus seguidores se cuentan por millones en el mundo. Si realmente no hay nada en estas bolitas, ¿por qué existen, según la Sociedad Española de Medicina Homeopática (SEMH), unos 10.000 médicos colegiados que la recetan? ¿Por qué un tercio de los españoles la ha probado —según, eso sí, una encuesta de Boiron, el mayor laboratorio homeopático? La respuesta que dan practicantes y pacientes que la defienden —que no son todos los que la han usado— es simple: “No sabemos cómo, pero funciona”. Alegan sus teóricos que el agua tiene memoria y que es capaz de recordar los principios activos con los que se mezcló —una memoria selectiva, en todo caso, puesto que a lo largo de la historia ha estado en contacto con todo tipo de sustancias—. Y aunque esto fuese así, algo muy lejos de contar con evidencia que lo respalde, tampoco tiene explicación cómo los recuerdos de ese agua son capaces de curar el cuerpo.
“Pero el caso es que funciona”, insisten sus defensores. Podría suceder que tuviera éxito por mecanismos desconocidos que la medicina no ha sido capaz de desentrañar: cómo el agua recuerda lo que los homeópatas quieren y cómo a través de esa prodigiosa memoria cura enfermedades. Hasta hoy no existe evidencia científica de que la homeopatía tenga más efecto que el placebo. Es cierto que muchas personas se sienten mejor de determinadas dolencias tras tomarla, pero estudios rigurosos que han dividido a los enfermos en dos grupos aleatorios no muestran que el que tomó estos preparados experimentase más mejoras que quienes ingirieron simples pastillas de azúcar que no estaban rociadas de agua con memoria. La mejoría, pues, se debe a la sanación natural que sucede con la mayoría de las enfermedades o al efecto placebo.
La evidencia científica en contra de la homeopatía es abrumadora. Sobre la base de numerosos metaanálisis (revisión de varios estudios) y consultas a especialistas, el Gobierno australiano decidió rechazar estos tratamientos en 2014: “En base a la valoración de las evidencias sobre la efectividad de la homeopatía, el Consejo Nacional de Investigación en Salud y Medicina concluye que no hay ningún problema de salud para el cual existan evidencias fehacientes de que la homeopatía es efectiva”. Este alegato se sumó a una larga lista. En España, por ejemplo, un grupo de expertos elegido por el ministerio de Sanidad concluyó en un informe de 2011 que “no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta”. “Los resultados de los ensayos clínicos disponibles son muy contradictorios y resulta difícil interpretar que los resultados favorables encontrados en algunos ensayos sean diferenciables del efecto placebo”, reza el documento. La Universidad de Barcelona fulminó hace unos días su máster de Homeopatía "por falta de base científica".
Algunos sistemas públicos de salud que respaldaban la homeopatía la han ido retirando. Reino Unido, con un fuerte apoyo de la corona a esta terapia, se plantea incluso prohibir a sus médicos que la prescriban. Pero en realidad las pruebas llevan ahí mucho tiempo. El debate lo dio por concluido hace una década la más prestigiosa revista científica, The Lancet, que, en un editorial de 2005 titulado El fin de la homeopatía, proponía pasar página y dejar de malgastar tiempo y dinero en tratar de demostrar los efectos de una terapia que no había conseguido hacerlo en dos siglos de historia. “Cuanto más se diluyen las pruebas en favor de la homeopatía, mayor parece su popularidad”, ironiza el editorial.
A pesar de ello, sus defensores no se dan por vencidos. Alberto Sacristán, presidente de la SEMH, explica que en la Revisión del uso de altas potencias en investigación básica en homeopatía (Clasen J. 2011), un 90% de los resultados de 830 estudios con altas diluciones fueron positivos. “Como cualquier especialidad de la medicina, todavía debemos continuar investigando. Dado que incluso Premios Nobel de la talla de Luc Montagnier y Brian Josephson se han interesado por las altas diluciones y se han manifestado a favor de la viabilidad científica de su planteamiento, seguramente es cuestión de tiempo que los trabajos que se están llevando a cabo sobre los distintos tratamientos homeopáticos nos aporten argumentos definitivos”, asegura. Vicente Baos, médico de familia y asesor de la Agencia Europea del Medicamento y de su homóloga española, contesta que los experimentos que realizan los homeópatas no tienen los más mínimos niveles de calidad y no son homologables a los que usa la comunidad científica para rechazar la homeopatía.
Todos coinciden en atribuirle simplemente el efecto placebo, un fenómeno muy demostrado por la ciencia y especialmente poderoso en mejorías de algunos dolores o enfermedades psicosomáticas. Como narra el psiquiatra Ben Goldacre en su libro Mala ciencia (Planeta), el placebo no reside solo en la píldora, sino que es extraordinariamente importante el contexto terapéutico. Es decir, la atención del especialista, la seguridad que dé, el tiempo que le dedique… Goldacre asegura que mucha gente se siente cómoda con la homeopatía porque, en la consulta, sus practicantes son más atentos y prestan más atención que la mayoría de médicos de atención primaria de una sanidad pública saturada, cuyos profesionales se suelen ver obligados a despachar medicamentos de forma casi rutinaria.
Para solucionar el dilema de satisfacer la demanda de un pretendido fármaco que no cura, el médico Dylan Evans, autor del libro Placebo (Alba), propone incluir en sus cajas una advertencia: “Cuidado, este producto es un placebo. Funciona solo si usted cree en la homeopatía y solo para determinadas dolencias, como el dolor y la depresión. Pero, incluso en tal caso, es probable que no surta tanto efecto como un fármaco ortodoxo. Tendrá usted menos efectos secundarios con este tratamiento que con un fármaco, pero obtendrá probablemente también menos beneficios”. Como dice Evans, efectos secundarios no tiene, a no ser que haya alguna intolerancia a los excipientes (sacarosa y lactosa), ya que no contienen nada más que esos rociados de agua. Por eso, uno de los argumentos de su defensa es su inocuidad. Pero esto no está ni mucho menos tan claro. La resolución del consejo médico australiano explica por qué: “La homeopatía no debería ser considerada para el tratamiento de problemas de salud crónicos, serios o que puedan tornarse serios. Las personas que la elijan pueden poner su salud en riesgo si rechazan o retrasan tratamientos para los cuales sí hay buena evidencia de seguridad y efectividad”. El problema radica en usar estos productos en lugar de los verdaderamente eficaces. Los casos de muertes por esta razón se cuentan por cientos. El pasado enero, en Girona, un niño de siete años falleció por una afección respiratoria que sus padres trataban solo con homeopatía, según el fiscal del caso.
Entre sus practicantes más sensatos, como los miembros de la SEMH, que además de homeópatas son médicos, advierten de que este tratamiento es solo uno más y que en cada situación el profesional debe evaluar si se aplica y, en su caso, si se acompaña de otros fármacos efectivos. “En las enfermedades graves, como autoinmunes o respiratorias, es raro que un solo tipo de intervención sea suficiente y la homeopatía puede ayudar”, alega Sacristán.
De vuelta al humor, en la parodia del hospital homeopático, tras probar con varios métodos alternativos, el doctor mira en la mano del paciente su línea de la vida. Al ver que es muy corta, la alarga con un bolígrafo en una acción desesperada. Pero el resultado de este método es el mismo que el del tratamiento homeopático: ninguno.
¿ES MEDICINA?
La homeopatía no cuenta con estudios reglados que la avalen y cualquiera que lo desee, con un diploma de un curso de 20 horas (o sin él), puede prescribirla. Como explica Jerónimo Fernández Torrente, vicesecretario de la Organización Médica Colegial, se trata de “una disciplina con una notable fragmentación de técnicas y procedimiento, de método de aplicación, llena de incertidumbre, escasez de evidencia, carencia de control de calidad, aspectos asistenciales, docentes y formativos”. Asegura que en España hay un vacío legal al respecto y que los médicos colegiados que la prescriben deben saber que su código deontológico les obliga a recetar remedios probados clínicamente. “Los facultativos están sometidos por el código a informar a sus pacientes. Ellos [los colegiados que recetan homeopatía] sabrán lo que hacen, es su responsabilidad ética y legal”, sentencia.
LOS FARMACÉUTICOS Y EL VACÍO LEGAL
Los medicamentos de verdad de venta exclusiva en farmacias están sometidos a unas exigentes pruebas que les obligan a probar su eficacia. Los preparados homeopáticos no, basta con que demuestren su inocuidad. Por supuesto, no hace falta receta para ellos. Ante el vacío legal en el que se encuentran, el ministerio de Sanidad elaboró en 2013 una orden para regularizarlos. Pero nunca se llegó a aprobar. El departamento asegura que se sigue consultando con las partes implicadas. La Organización Farmacéutica Colegial reclama que se apruebe una normativa que “clarifique el escenario tanto a los profesionales sanitarios como a los ciudadanos”. Mientras tanto, la mayoría de las farmacias hace negocio con la homepatía. Pero algunas se resisten, como la de Jesús Fernández, que a quienes preguntan por estos preparados les entrega una hoja informativa que comienza así: “Nuestro compromiso de calidad con el servicio que prestamos nos impide recomendar el uso terapéutico de pseudomedicinas como la homeopatía, flores de Bach, oligoterapia y todas aquellas que no hayan demostrado científicamente su eficacia”.
http://elpais.com/elpais/2016/03/08/buenavida/1457437017_576363.html
Aunque es humor, la base teórica de la homeopatía está tan alejada de lo que se sabe de física y química que en el mundo real existen preparados que no distan mucho de este chascarrillo. En resumen, esta terapia —que se solía calificar de alternativa y ahora algunos de sus practicantes llaman complementaria o integrativa— se basa en una ocurrencia que tuvo el médico sajón Samuel Hahnemann a finales del siglo XVIII, que viene a decir que lo similar cura lo similar. Así, para tratar una enfermedad se ha de usar la misma sustancia que causa sus síntomas, pero diluida en agua hasta proporciones infinitesimales. Tanto, que la mayoría de remedios homeopáticos no contiene ni una molécula del supuesto agente sanador.
Un ejemplo real: la cafeína espabila. Según la homeopatía, si se toma en proporciones ínfimas, hace lo contrario: dar sueño. Así que existe un preparado para dormir que se obtiene mezclando un parte de cafeína con 99 de agua. Se agita y el resultante se vuelve a mezclar con otras 99 partes de agua. Y así sucesivamente. Cada una de estas diluciones se denominan CH (Centesimal Hahnemanianna, en honor a su inventor). Existen preparados con 6 CH, 10 CH, 30 CH… En algunos casos, el resultado equivale a verter una gota de principio activo en todos los océanos del planeta, agitarlo y beber al azar de todos los mares.
Obviamente, ahí no queda nada de lo que en un principio se mezcló. Quienes toman homeopatía, pues, no ingieren más que agua. O, más exactamente, sacarosa y lactosa, pues el líquido suele estar rociado en bolitas de estos excipientes.
La cafeína es un ejemplo, pero existen otros reales que hacen que la parodia del coche se quede corta: diluciones de Muro de Berlín para luchar contra las sensaciones de opresión, separación y aislamiento; de radiación de teléfono móvil para paliar el (inexistente) daño de las ondas que emiten estos aparatos; de TNT (explosivo) contra la tos convulsiva; de agua del Amazonas para armonizar los estados emocionales; de caca de perro para tratar gastroenteritis, colitis y diarreas… Y muchas más parecidas que ha recopilado Fernando Frías, fundador del Círculo Escéptico, en su blog La lista de la vergüenza.
Un negocio (muy) lucrativo
Aunque suene a broma, el negocio de la homeopatía mueve enormes cantidades de dinero y sus seguidores se cuentan por millones en el mundo. Si realmente no hay nada en estas bolitas, ¿por qué existen, según la Sociedad Española de Medicina Homeopática (SEMH), unos 10.000 médicos colegiados que la recetan? ¿Por qué un tercio de los españoles la ha probado —según, eso sí, una encuesta de Boiron, el mayor laboratorio homeopático? La respuesta que dan practicantes y pacientes que la defienden —que no son todos los que la han usado— es simple: “No sabemos cómo, pero funciona”. Alegan sus teóricos que el agua tiene memoria y que es capaz de recordar los principios activos con los que se mezcló —una memoria selectiva, en todo caso, puesto que a lo largo de la historia ha estado en contacto con todo tipo de sustancias—. Y aunque esto fuese así, algo muy lejos de contar con evidencia que lo respalde, tampoco tiene explicación cómo los recuerdos de ese agua son capaces de curar el cuerpo.
“Pero el caso es que funciona”, insisten sus defensores. Podría suceder que tuviera éxito por mecanismos desconocidos que la medicina no ha sido capaz de desentrañar: cómo el agua recuerda lo que los homeópatas quieren y cómo a través de esa prodigiosa memoria cura enfermedades. Hasta hoy no existe evidencia científica de que la homeopatía tenga más efecto que el placebo. Es cierto que muchas personas se sienten mejor de determinadas dolencias tras tomarla, pero estudios rigurosos que han dividido a los enfermos en dos grupos aleatorios no muestran que el que tomó estos preparados experimentase más mejoras que quienes ingirieron simples pastillas de azúcar que no estaban rociadas de agua con memoria. La mejoría, pues, se debe a la sanación natural que sucede con la mayoría de las enfermedades o al efecto placebo.
La evidencia científica en contra de la homeopatía es abrumadora. Sobre la base de numerosos metaanálisis (revisión de varios estudios) y consultas a especialistas, el Gobierno australiano decidió rechazar estos tratamientos en 2014: “En base a la valoración de las evidencias sobre la efectividad de la homeopatía, el Consejo Nacional de Investigación en Salud y Medicina concluye que no hay ningún problema de salud para el cual existan evidencias fehacientes de que la homeopatía es efectiva”. Este alegato se sumó a una larga lista. En España, por ejemplo, un grupo de expertos elegido por el ministerio de Sanidad concluyó en un informe de 2011 que “no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta”. “Los resultados de los ensayos clínicos disponibles son muy contradictorios y resulta difícil interpretar que los resultados favorables encontrados en algunos ensayos sean diferenciables del efecto placebo”, reza el documento. La Universidad de Barcelona fulminó hace unos días su máster de Homeopatía "por falta de base científica".
Algunos sistemas públicos de salud que respaldaban la homeopatía la han ido retirando. Reino Unido, con un fuerte apoyo de la corona a esta terapia, se plantea incluso prohibir a sus médicos que la prescriban. Pero en realidad las pruebas llevan ahí mucho tiempo. El debate lo dio por concluido hace una década la más prestigiosa revista científica, The Lancet, que, en un editorial de 2005 titulado El fin de la homeopatía, proponía pasar página y dejar de malgastar tiempo y dinero en tratar de demostrar los efectos de una terapia que no había conseguido hacerlo en dos siglos de historia. “Cuanto más se diluyen las pruebas en favor de la homeopatía, mayor parece su popularidad”, ironiza el editorial.
A pesar de ello, sus defensores no se dan por vencidos. Alberto Sacristán, presidente de la SEMH, explica que en la Revisión del uso de altas potencias en investigación básica en homeopatía (Clasen J. 2011), un 90% de los resultados de 830 estudios con altas diluciones fueron positivos. “Como cualquier especialidad de la medicina, todavía debemos continuar investigando. Dado que incluso Premios Nobel de la talla de Luc Montagnier y Brian Josephson se han interesado por las altas diluciones y se han manifestado a favor de la viabilidad científica de su planteamiento, seguramente es cuestión de tiempo que los trabajos que se están llevando a cabo sobre los distintos tratamientos homeopáticos nos aporten argumentos definitivos”, asegura. Vicente Baos, médico de familia y asesor de la Agencia Europea del Medicamento y de su homóloga española, contesta que los experimentos que realizan los homeópatas no tienen los más mínimos niveles de calidad y no son homologables a los que usa la comunidad científica para rechazar la homeopatía.
Todos coinciden en atribuirle simplemente el efecto placebo, un fenómeno muy demostrado por la ciencia y especialmente poderoso en mejorías de algunos dolores o enfermedades psicosomáticas. Como narra el psiquiatra Ben Goldacre en su libro Mala ciencia (Planeta), el placebo no reside solo en la píldora, sino que es extraordinariamente importante el contexto terapéutico. Es decir, la atención del especialista, la seguridad que dé, el tiempo que le dedique… Goldacre asegura que mucha gente se siente cómoda con la homeopatía porque, en la consulta, sus practicantes son más atentos y prestan más atención que la mayoría de médicos de atención primaria de una sanidad pública saturada, cuyos profesionales se suelen ver obligados a despachar medicamentos de forma casi rutinaria.
Para solucionar el dilema de satisfacer la demanda de un pretendido fármaco que no cura, el médico Dylan Evans, autor del libro Placebo (Alba), propone incluir en sus cajas una advertencia: “Cuidado, este producto es un placebo. Funciona solo si usted cree en la homeopatía y solo para determinadas dolencias, como el dolor y la depresión. Pero, incluso en tal caso, es probable que no surta tanto efecto como un fármaco ortodoxo. Tendrá usted menos efectos secundarios con este tratamiento que con un fármaco, pero obtendrá probablemente también menos beneficios”. Como dice Evans, efectos secundarios no tiene, a no ser que haya alguna intolerancia a los excipientes (sacarosa y lactosa), ya que no contienen nada más que esos rociados de agua. Por eso, uno de los argumentos de su defensa es su inocuidad. Pero esto no está ni mucho menos tan claro. La resolución del consejo médico australiano explica por qué: “La homeopatía no debería ser considerada para el tratamiento de problemas de salud crónicos, serios o que puedan tornarse serios. Las personas que la elijan pueden poner su salud en riesgo si rechazan o retrasan tratamientos para los cuales sí hay buena evidencia de seguridad y efectividad”. El problema radica en usar estos productos en lugar de los verdaderamente eficaces. Los casos de muertes por esta razón se cuentan por cientos. El pasado enero, en Girona, un niño de siete años falleció por una afección respiratoria que sus padres trataban solo con homeopatía, según el fiscal del caso.
Entre sus practicantes más sensatos, como los miembros de la SEMH, que además de homeópatas son médicos, advierten de que este tratamiento es solo uno más y que en cada situación el profesional debe evaluar si se aplica y, en su caso, si se acompaña de otros fármacos efectivos. “En las enfermedades graves, como autoinmunes o respiratorias, es raro que un solo tipo de intervención sea suficiente y la homeopatía puede ayudar”, alega Sacristán.
De vuelta al humor, en la parodia del hospital homeopático, tras probar con varios métodos alternativos, el doctor mira en la mano del paciente su línea de la vida. Al ver que es muy corta, la alarga con un bolígrafo en una acción desesperada. Pero el resultado de este método es el mismo que el del tratamiento homeopático: ninguno.
¿ES MEDICINA?
La homeopatía no cuenta con estudios reglados que la avalen y cualquiera que lo desee, con un diploma de un curso de 20 horas (o sin él), puede prescribirla. Como explica Jerónimo Fernández Torrente, vicesecretario de la Organización Médica Colegial, se trata de “una disciplina con una notable fragmentación de técnicas y procedimiento, de método de aplicación, llena de incertidumbre, escasez de evidencia, carencia de control de calidad, aspectos asistenciales, docentes y formativos”. Asegura que en España hay un vacío legal al respecto y que los médicos colegiados que la prescriben deben saber que su código deontológico les obliga a recetar remedios probados clínicamente. “Los facultativos están sometidos por el código a informar a sus pacientes. Ellos [los colegiados que recetan homeopatía] sabrán lo que hacen, es su responsabilidad ética y legal”, sentencia.
LOS FARMACÉUTICOS Y EL VACÍO LEGAL
Los medicamentos de verdad de venta exclusiva en farmacias están sometidos a unas exigentes pruebas que les obligan a probar su eficacia. Los preparados homeopáticos no, basta con que demuestren su inocuidad. Por supuesto, no hace falta receta para ellos. Ante el vacío legal en el que se encuentran, el ministerio de Sanidad elaboró en 2013 una orden para regularizarlos. Pero nunca se llegó a aprobar. El departamento asegura que se sigue consultando con las partes implicadas. La Organización Farmacéutica Colegial reclama que se apruebe una normativa que “clarifique el escenario tanto a los profesionales sanitarios como a los ciudadanos”. Mientras tanto, la mayoría de las farmacias hace negocio con la homepatía. Pero algunas se resisten, como la de Jesús Fernández, que a quienes preguntan por estos preparados les entrega una hoja informativa que comienza así: “Nuestro compromiso de calidad con el servicio que prestamos nos impide recomendar el uso terapéutico de pseudomedicinas como la homeopatía, flores de Bach, oligoterapia y todas aquellas que no hayan demostrado científicamente su eficacia”.
http://elpais.com/elpais/2016/03/08/buenavida/1457437017_576363.html
El día en que un carpintero casi mata a Hitler. Oliver Hirschbiegel (‘El hundimiento’) reflexiona en su nuevo filme sobre cómo el nazismo absorbió el alma alemana.
Antes de que Adolf Hitler saliera solo con heridas leves de la operación Valkiria en julio de 1944 —preparada por el coronel del Estado Mayor Claus von Stauffenberg para asesinarle—, antes de los otros 40 intentos de atentado, tentativas todas frustradas que no acabaron con la vida del Führer, hubo un carpintero que estuvo muy cerca de alterar la Historia.
En noviembre de 1939, Hitler asistió a un mitin en la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich, una de las más grandes de la ciudad. En una de sus columnas, cerca de donde el Führer iba a dar su discurso, Georg Elser colocó una bomba para que estallara durante el acto. Por una vez en su vida, Hitler acortó su arenga y se fue 13 minutos antes de que explotara el dispositivo, que asesinó a siete personas. “Hoy sería calificado de jipi”, asegura el cineasta alemán Oliver Hirschbiegel, el director de 13 minutos para matar a Hitler, la película que llegó ayer a las salas españolas y que ilustra aquel magnicidio frustrado. Lo curioso de Hirschbiegel es que su cine nunca ha abandonado los fascismos y los enfrentamientos violentos (El experimento, Cinco minutos de gloria o Invasión, versión hollywoodiense contemporánea de La invasión de los ultracuerpos) o la figura del Führer (El hundimiento y esta 13 minutos para matar a Hitler). Mejor olvidarse de Diana, su biopic sobre Lady Di.
Hirschbiegel (Hamburgo, 1957) asegura que a él, como cineasta, lo que realmente le interesa es la figura del demonio. “Hitler fue ese diablo dotado para el mal que por desgracia ejerció su poder en Alemania apoyado por los alemanes. Y aún estamos pagando aquel pecado. A mí siempre me ha fascinado cómo pudo pasar aquello, qué mecanismos funcionaron en el cerebro de los alemanes como para que todo un país ayudara y permitiera aquel horror. Porque claro, la barbaridad, el tamaño de la salvajada de lo que fue el Holocausto no ha dejado espacio durante décadas a la reflexión más profunda: ¿por qué, cómo pudo ocurrir lo que ocurrió?”.
Sin comparaciones
Hirschbiegel es duro con la Alemania de entonces y con la actual. Se niega a comparar Gobiernos o a hablar de similares culpabilidades diluidas en la Alemania de los años treinta y en la actual. “La crisis de los refugiados no tiene que ver con una crisis identitaria alemana o europea, tiene que ver con otra cosa, con la guerra como negocio, con la falta de nuestra ayuda en sus países de origen, con el capitalismo salvaje en el que vivimos”.
En la época nazi, muy pocos se sustrajeron a la oleada de fascismo. “Me siento muy cercano a Elser porque era un defensor de la individualidad, y únicamente con sus actos casi logra el éxito, porque lo ideó en solitario. Me interesa el tema del nazismo desde que tenía ocho años. Iba mucho a una biblioteca pública, mi familia no tenía mucho dinero, y un día cogí un libro sobre la II Guerra Mundial. Me acuerdo perfectamente de las fotos, de cómo empecé por el capítulo de Dunquerque, fui pasando páginas y llegué al dedicado a los campos de concentración, de los que nadie me había hablado. Las fotografías... Mi cabeza estalló. Me parecía algo irreal”. Durante un tiempo, el cineasta asegura que ha intentado encontrar respuestas, explicaciones a todo aquel salvajismo: “No las hay, al menos yo no las he encontrado”. Y tampoco pudo recurrir a recuerdos familiares. “Mi padre solo tenía 14 años cuando acabó la guerra. Yo nunca conocí a mi abuelo paterno y el materno se pasó bastante tiempo del conflicto bélico escondido. En esto soy un alemán extraño. Pero si preguntas en general, nadie recuerda nada, nadie vio nada”.
A Elser todo llegó un poco después. “Con 15 o 16 años su nombre aparecía en otro libro. Le definían como un tipo extraño, nerd [la entrevista se realiza en inglés y el director asegura que ese término define a la perfección la imagen que en Alemania había del carpintero], un hombre manipulado por algún servicio secreto extranjero... porque en mi país aún muchos piensan que fue un antipatriota. Cuando empecé a investigar, me di cuenta de que todo eran estereotipos, de que Elser fue un idealista, un jipi visionario, un artesano muy dotado para el trabajo manual, inteligente y con encanto para las mujeres”. Lo fascinante es que los descendientes de Elser han borrado sus huellas, avergonzados por el comportamiento del carpintero: “En vez de pensar —y yo así lo creo— que fue un héroe”.
Para el cineasta, en el alma de sus 13 minutos para matar a Hitler anida la idea de que “un solo hombre puede marcar la diferencia”. “En esta ocasión, no tuvo suerte. Por desgracia”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/04/actualidad/1457110471_493868.html
jueves, 17 de marzo de 2016
Un pequeño bar de Lavapiés (Madrid) se convierte una vez al mes en el único Bechdel Film Club de España. Este cine solo pone películas que pasan el test de Bechdel
Las cintas tienen que cumplir tres requisitos para entrar en el programa: que haya dos personajes femeninos, que interactúen entre ellas y que la conversación no tenga que ver con un hombre
Con diez butacas y una televisión XXL se puede construir un cine. Y no uno cualquiera. Este espacio tiene una particularidad única en España: solo acoge películas que superan el test de Bechdel. "¿Y qué es eso?". Amanda Hawthorne, su fundadora, lo explica al inicio de cada sesión. "Aquí solo proyectamos cintas que cumplan con tres requisitos: que haya al menos dos personajes femeninos, que interactúen entre ellas y cuya conversación no tenga como protagonista a un hombre". El examen es tan sencillo como eso. Nunca fue publicado en ninguna revista científica ni humanística y para encontrar su origen solo hay que rebuscar un poco en las viñetas de la historietista Alison Bechdel. Un repaso por sus tiras de Dykes to Watch Out For de 1985 y... ¡tachán!.
Alison Bechdel. “The Rule” (en “Dykes to Watch Out For”), 1985. "Cuando me di cuenta de que mi película favorita no superaba el test me sentí muy molesta y empecé a revisar las cintas de mis actores y actrices favoritas. Muchas tampoco lo pasaban", recuerda sentada en uno de los locales cercanos a Dr. Steam, el bar de Lavapiés que se viste todos los días de cine y una vez al mes de Bechdel Film Club.
Es su día libre de clases de inglés y lo dedica a buscar espacios más grandes para ampliar el proyecto. "Quiero empezar a hacerlo dos veces al mes". Luego, dice, se va de batucada y en los ratos que le quedan enseña su idioma en el centro autogestionado La Tortuga del barrio.
Se trata sobre todo, asume Amanda, de hacer comunidad. "Suelo venir antes de la proyección para tomar algo con la gente que va a ver la peli. Al terminar solemos tomarnos otra para hablar de nuestras impresiones. Todos y todas tienen una opinión sobre esta experiencia compartida".
La misma Amanda ha conocido a mucha gente a través del club. "Pocos españoles", bromea. Una de estas amigas ha iniciado otra actividad de este tipo unas calles más abajo: Latin Waves.
Por Dr. Steam han pasado desde Hairspray a Volver. "No es tan complicado encontrar películas que cumplan con los requisitos, pero no todas las que los cumplen colocan a las mujeres en un nivel de igualdad respecto de los hombres", puntualiza la impulsora del Bechdel Film Club. "Lo realmente difícil -añade- es que sean cintas inspiradoras".
Cuando se queda sin ideas recurre a Bechdeltest.com, una página colaborativa para listar tramas que superen el examen. "Por eso siempre pido recomendaciones, no paro de preguntar".
Se presupone de las películas que pasan el test la presencia de personajes femeninos bien representados, en toda su complejidad psicológica. ¿Y esto importa, por ejemplo, a las academias de cine? Ahora que estamos a las puertas de los Oscar, echemos la vista atrás por un momento. Quien dice atrás dice la última gala, donde las dos grandes triunfadoras, Whiplash y Birdman, fueron cintas con un protagonismo indiscutiblemente masculino. La primera no pasa el test; la segunda, raspada, con apenas una conversación breve entre las actrices.
Y un apunte final para los soñadores: hay evidencias que demuestran que sí hay academias que se toman en serio esta fórmula (nada matemática). Por ejemplo, el Instituto del Film de Suecia la emplea desde 2013 para conceder a los largometrajes una calificación (A) que acredita su fomento de la igualdad de género.
Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/cine/solo-proyectan-peliculas-pasan-Bechdel_0_487501627.html
Con diez butacas y una televisión XXL se puede construir un cine. Y no uno cualquiera. Este espacio tiene una particularidad única en España: solo acoge películas que superan el test de Bechdel. "¿Y qué es eso?". Amanda Hawthorne, su fundadora, lo explica al inicio de cada sesión. "Aquí solo proyectamos cintas que cumplan con tres requisitos: que haya al menos dos personajes femeninos, que interactúen entre ellas y cuya conversación no tenga como protagonista a un hombre". El examen es tan sencillo como eso. Nunca fue publicado en ninguna revista científica ni humanística y para encontrar su origen solo hay que rebuscar un poco en las viñetas de la historietista Alison Bechdel. Un repaso por sus tiras de Dykes to Watch Out For de 1985 y... ¡tachán!.
Alison Bechdel. “The Rule” (en “Dykes to Watch Out For”), 1985. "Cuando me di cuenta de que mi película favorita no superaba el test me sentí muy molesta y empecé a revisar las cintas de mis actores y actrices favoritas. Muchas tampoco lo pasaban", recuerda sentada en uno de los locales cercanos a Dr. Steam, el bar de Lavapiés que se viste todos los días de cine y una vez al mes de Bechdel Film Club.
Es su día libre de clases de inglés y lo dedica a buscar espacios más grandes para ampliar el proyecto. "Quiero empezar a hacerlo dos veces al mes". Luego, dice, se va de batucada y en los ratos que le quedan enseña su idioma en el centro autogestionado La Tortuga del barrio.
Se trata sobre todo, asume Amanda, de hacer comunidad. "Suelo venir antes de la proyección para tomar algo con la gente que va a ver la peli. Al terminar solemos tomarnos otra para hablar de nuestras impresiones. Todos y todas tienen una opinión sobre esta experiencia compartida".
La misma Amanda ha conocido a mucha gente a través del club. "Pocos españoles", bromea. Una de estas amigas ha iniciado otra actividad de este tipo unas calles más abajo: Latin Waves.
Por Dr. Steam han pasado desde Hairspray a Volver. "No es tan complicado encontrar películas que cumplan con los requisitos, pero no todas las que los cumplen colocan a las mujeres en un nivel de igualdad respecto de los hombres", puntualiza la impulsora del Bechdel Film Club. "Lo realmente difícil -añade- es que sean cintas inspiradoras".
Cuando se queda sin ideas recurre a Bechdeltest.com, una página colaborativa para listar tramas que superen el examen. "Por eso siempre pido recomendaciones, no paro de preguntar".
Se presupone de las películas que pasan el test la presencia de personajes femeninos bien representados, en toda su complejidad psicológica. ¿Y esto importa, por ejemplo, a las academias de cine? Ahora que estamos a las puertas de los Oscar, echemos la vista atrás por un momento. Quien dice atrás dice la última gala, donde las dos grandes triunfadoras, Whiplash y Birdman, fueron cintas con un protagonismo indiscutiblemente masculino. La primera no pasa el test; la segunda, raspada, con apenas una conversación breve entre las actrices.
Y un apunte final para los soñadores: hay evidencias que demuestran que sí hay academias que se toman en serio esta fórmula (nada matemática). Por ejemplo, el Instituto del Film de Suecia la emplea desde 2013 para conceder a los largometrajes una calificación (A) que acredita su fomento de la igualdad de género.
Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/cine/solo-proyectan-peliculas-pasan-Bechdel_0_487501627.html
miércoles, 16 de marzo de 2016
La Universidad de Barcelona fulmina su máster de homeopatía. La mejor universidad de España, según varias clasificaciones internacionales, cancela su curso de posgrado por "falta de base científica".
La Universidad de Barcelona ha decretado el fin de su polémico máster de homeopatía por “falta de base científica”, según informan fuentes de la institución. El curso de posgrado se impartía desde 2004 a un precio de 6.940 euros, pese a que el propio Ministerio de Sanidad español asegura que “la homeopatía no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta”. La Universidad de Barcelona, la mejor de España según varias clasificaciones internacionales, tomó la decisión hace un mes tras recibir "un informe oral" crítico de su propia Facultad de Medicina, explican las mismas fuentes.
La homeopatía es una pseudociencia inventada por el médico alemán Samuel Hahnemann en 1796. Se basa en aplicar dosis extremadamente pequeñas, a veces indetectables en el agua diluyente, de sustancias que producen los mismos síntomas que la enfermedad que se pretende curar. En más de dos siglos de historia, la homeopatía no ha demostrado ser más eficaz que una dosis de agua con azúcar. Si da la sensación de curar es porque muchas dolencias desaparecen por sí solas o por el efecto placebo: cualquier sustancia puede producir un efecto favorable en un enfermo si la toma convencido de que así ocurrirá. Pese a su nulidad, la facturación en España de la industria homeopática, encabezada por la multinacional francesa Boiron, alcanzó los 60 millones de euros en 2011, según datos de la cátedra de la propia empresa en la Universidad de Zaragoza.
La decisión de la Universidad de Barcelona (UB) de fulminar su máster de homeopatía puede ser un varapalo definitivo a la infiltración de esta pseudociencia en las instituciones académicas españolas. Centros como la Universidad de Valencia y la Universidad Nacional de Educación a Distancia todavía ofrecen cursos de posgrado sobre la homeopatía. La Universidad de Córdoba canceló sus cursos en 2013 y la de Sevilla suspendió su máster en 2009. La Universidad de Zaragoza se desmarcó de la Cátedra Boiron de Homeopatía en 2014, tras un lustro de cooperación.
Un alumno de la Facultad de Química de la UB, Adrián Gómez, lanzó hace cinco meses una petición en la web Change.org solicitando al rector Dídac Ramírez i Sarrió “la eliminación de la homeopatía en la Universidad de Barcelona”. Logró 1.290 firmantes para su manifiesto contra un máster “que no está apoyado por la evidencia, carente de metodología científica, criticado y catalogado como una estafa por toda la comunidad científica”. Pese a la supresión del curso, la edición actual, iniciada con 20 alumnos en noviembre de 2014, continuará hasta su finalización en octubre de este año. Serán los últimos discípulos de esta pseudociencia en la Universidad de Barcelona.
Fe de errores (22:57): En una primera versión de esta noticia se afirmaba que la Universidad de Sevilla ofrece un máster de homeopatía. El curso ya no se oferta, según informa la propia universidad.
http://elpais.com/elpais/2016/03/01/ciencia/1456856774_534268.html
DOGMATISMO CIENTÍFICO Y UNIVERSIDAD
Ramon J. Moles
Ex secretario general de Universidades de la Generalitat de Catalunya
La homeopatía es una pseudociencia inventada por el médico alemán Samuel Hahnemann en 1796. Se basa en aplicar dosis extremadamente pequeñas, a veces indetectables en el agua diluyente, de sustancias que producen los mismos síntomas que la enfermedad que se pretende curar. En más de dos siglos de historia, la homeopatía no ha demostrado ser más eficaz que una dosis de agua con azúcar. Si da la sensación de curar es porque muchas dolencias desaparecen por sí solas o por el efecto placebo: cualquier sustancia puede producir un efecto favorable en un enfermo si la toma convencido de que así ocurrirá. Pese a su nulidad, la facturación en España de la industria homeopática, encabezada por la multinacional francesa Boiron, alcanzó los 60 millones de euros en 2011, según datos de la cátedra de la propia empresa en la Universidad de Zaragoza.
La decisión de la Universidad de Barcelona (UB) de fulminar su máster de homeopatía puede ser un varapalo definitivo a la infiltración de esta pseudociencia en las instituciones académicas españolas. Centros como la Universidad de Valencia y la Universidad Nacional de Educación a Distancia todavía ofrecen cursos de posgrado sobre la homeopatía. La Universidad de Córdoba canceló sus cursos en 2013 y la de Sevilla suspendió su máster en 2009. La Universidad de Zaragoza se desmarcó de la Cátedra Boiron de Homeopatía en 2014, tras un lustro de cooperación.
Un alumno de la Facultad de Química de la UB, Adrián Gómez, lanzó hace cinco meses una petición en la web Change.org solicitando al rector Dídac Ramírez i Sarrió “la eliminación de la homeopatía en la Universidad de Barcelona”. Logró 1.290 firmantes para su manifiesto contra un máster “que no está apoyado por la evidencia, carente de metodología científica, criticado y catalogado como una estafa por toda la comunidad científica”. Pese a la supresión del curso, la edición actual, iniciada con 20 alumnos en noviembre de 2014, continuará hasta su finalización en octubre de este año. Serán los últimos discípulos de esta pseudociencia en la Universidad de Barcelona.
Fe de errores (22:57): En una primera versión de esta noticia se afirmaba que la Universidad de Sevilla ofrece un máster de homeopatía. El curso ya no se oferta, según informa la propia universidad.
http://elpais.com/elpais/2016/03/01/ciencia/1456856774_534268.html
DOGMATISMO CIENTÍFICO Y UNIVERSIDAD
Ramon J. Moles
Ex secretario general de Universidades de la Generalitat de Catalunya
martes, 15 de marzo de 2016
No fue Lee Harvey Oswald. El filósofo alemán Karl Hepfer plantea un estudio crítico del auge y popularidad de las versiones que persiguen manipular la realidad
Todo el mundo sabe que los atentados en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, fueron perpetrados por los servicios secretos estadounidenses, pero resulta difícil averiguar quién es ese “todo el mundo” y, más aún, a qué se denomina aquí “saber”. En un libro publicado recientemente, el filósofo alemán Karl Hepfer se pregunta ambas cosas en relación al auge de las teorías conspirativas en Europa, y responde que se trata de “modelos de interpretación de la realidad simplificados”, intentos de regresar a un estadio anterior de nuestra cultura en el que la realidad supuestamente era sencilla de comprender, y los actores, buenos o malos. Así, el presidente norteamericano John F. Kennedy (bueno) no habría sido asesinado por un paranoico llamado Lee Harvey Oswald, sino en realidad por la mafia, por el Gobierno cubano o por el vicepresidente Lyndon B. Johnson (malos), según las versiones.
El libro de Hepfer, Teorías conspirativas: Una crítica filosófica de la sinrazón (Transcript), presenta, sin embargo, algunos problemas. Uno es que soslaya el hecho de que la nostalgia de un mundo más “simple” de comprender y el consiguiente auge de las teorías conspirativas, no son algo reciente. En el año 64, por ejemplo, un gran incendio en Roma fue atribuido a los cristianos para justificar su persecución. En 1312, el rey francés Felipe IV acusó de prácticas heréticas y sodomía a los templarios para eximirse del pago de una importante deuda económica que había contraído con ellos. Durante la Edad Media, se acusó a los judíos de beber la sangre de niños cristianos y de envenenar las fuentes para desatar la peste. Más adelante casi todo acontecimiento político de relevancia fue atribuido a una conspiración de alguna índole. Así, la disolución de la orden jesuitica habría sido la respuesta a un supuesto intento de asesinato de la reina de Inglaterra para reinstaurar el catolicismo y convertir a un Habsburgo en rey de Estados Unidos; detrás de la Revolución Francesa y el auge de los nacionalismos habrían estado masones e Illuminati; y la derrota alemana en la I Guerra Mundial habría sido producto una conspiración de socialdemócratas y judíos. También la Revolución Rusa, la propagación del VIH-Sida y la crisis de los refugiados tendrían una trama secreta. Para el historiador alemán Dieter Groh las teorías conspirativas serían, en ese sentido, una “constante antropológica” a lo largo de la Historia.
El otro problema del libro de Hepfer es que sostiene que las teorías conspirativas serían un modelo simplificado de interpretación de la realidad, un argumento que la complejidad de ciertas teorías parece desmentir. Piénsese, por ejemplo, en las del británico David Icke, quien afirma que el mundo estaría siendo controlado por una alianza de judíos e Illuminati, los cuales serían extraterrestres “reptiloides” dirigidos por la familia Rothschild. Esta teoría no sólo es absurda —una afirmación que se enfrenta a la popularidad de su autor y de los foros dedicados a su trabajo—, sino también extremadamente complicada. ¿No es más sencillo pensar que son la desigualdad económica y política y la concentración de poder los responsables de las catástrofes del presente?
Naturalmente, la respuesta es que no. Las teorías conspirativas proponen (a pesar de su complejidad) un modelo de interpretación más simple y más atractivo de la realidad para ciertas personas porque articulan procesos económicos, políticos y demográficos simultáneos y de gran complejidad en un relato coherente. Vivimos, sostiene Hepfner, en el mundo del “Logos destruido”. Y esto equivale a decir, como hace el británico John Higgs en su excelente Historia alternativa del siglo XX: Más extraño de lo que cabe imaginar (Taurus), que vivimos en una realidad desasosegante en la que —al menos desde la Teoría de la Relatividad— debemos aceptar que estamos imposibilitados para ofrecer una explicación racional, absoluta y libre de paradojas de cómo funciona el mundo.
En ese sentido, el auge de las teorías conspirativas no sólo se apoyaría en una intencionalidad deliberada —como la que llevó recientemente a que, en el marco de las elecciones españolas, regresasen las teorías conspirativas acerca de los hechos trágicos del 11 de marzo de 2004 en ciertas televisiones—, sino en la necesidad humana —la “constante antropológica” de Groh— de articular los hechos en series y estas series en relatos, como pondría también de manifiesto la popularidad de las ucronías literarias en las que se especula con la pregunta acerca de qué habría pasado si, por ejemplo, Alemania hubiese ganado la II Guerra Mundial.
Existe, por supuesto, una diferencia entre especular literariamente con la posibilidad de un triunfo nacionalsocialista en 1945 —lo hicieron Philip K. Dick y Philip Roth, entre muchos otros— y creer que ese triunfo tuvo lugar, efectivamente y de forma secreta, por ejemplo, a través de la influencia que las empresas alemanas ejercen en la economía mundial. Pero esa diferencia sólo existe en relación con lo que hacemos con ambos tipos de relatos. Los dos comparten, sin embargo, un fondo de miedo y de perplejidad. Si las teorías conspirativas funcionan, lo hacen debido a ese fondo común, como prueban la popularización tímida pero constante en la Red de versiones conspirativas de lo sucedido en París el 13 de noviembre de este año. Son la dificultad de comprender que alguien pueda desplazarse armado por una ciudad como París y el miedo a que todo ello se repita, en la capital francesa o en cualquier otra parte, los que impulsan la creación anónima de explicaciones que a muchos no les parecen más implausibles que las que ofrecen la prensa y el Gobierno.
Bajo la impresión de hechos conmovedores —el asesinato de un presidente, por ejemplo— es más fácil creer en una conspiración antes que en la acción individual. Lo que las teorías de este tipo evidencian es que lo primero que se pierde bajo esa impresión es la capacidad del individuo de formarse un juicio crítico: es bueno pensar que ese juicio podría ser estimulado con más y mejor educación. Pero esto también es discutible, como pone de manifiesto la proliferación de teorías conspirativas durante el siglo XX. A ese siglo, nos recuerda Higgs, le debemos dos neologismos que lo describen bien, “racismo” y “genocidio”, y es nuestra responsabilidad individual en relación con ambos lo que explica el auge de la teoría conspirativa, que permite que los “malos” sean, por una vez, los otros.
El libro de Hepfer, Teorías conspirativas: Una crítica filosófica de la sinrazón (Transcript), presenta, sin embargo, algunos problemas. Uno es que soslaya el hecho de que la nostalgia de un mundo más “simple” de comprender y el consiguiente auge de las teorías conspirativas, no son algo reciente. En el año 64, por ejemplo, un gran incendio en Roma fue atribuido a los cristianos para justificar su persecución. En 1312, el rey francés Felipe IV acusó de prácticas heréticas y sodomía a los templarios para eximirse del pago de una importante deuda económica que había contraído con ellos. Durante la Edad Media, se acusó a los judíos de beber la sangre de niños cristianos y de envenenar las fuentes para desatar la peste. Más adelante casi todo acontecimiento político de relevancia fue atribuido a una conspiración de alguna índole. Así, la disolución de la orden jesuitica habría sido la respuesta a un supuesto intento de asesinato de la reina de Inglaterra para reinstaurar el catolicismo y convertir a un Habsburgo en rey de Estados Unidos; detrás de la Revolución Francesa y el auge de los nacionalismos habrían estado masones e Illuminati; y la derrota alemana en la I Guerra Mundial habría sido producto una conspiración de socialdemócratas y judíos. También la Revolución Rusa, la propagación del VIH-Sida y la crisis de los refugiados tendrían una trama secreta. Para el historiador alemán Dieter Groh las teorías conspirativas serían, en ese sentido, una “constante antropológica” a lo largo de la Historia.
El otro problema del libro de Hepfer es que sostiene que las teorías conspirativas serían un modelo simplificado de interpretación de la realidad, un argumento que la complejidad de ciertas teorías parece desmentir. Piénsese, por ejemplo, en las del británico David Icke, quien afirma que el mundo estaría siendo controlado por una alianza de judíos e Illuminati, los cuales serían extraterrestres “reptiloides” dirigidos por la familia Rothschild. Esta teoría no sólo es absurda —una afirmación que se enfrenta a la popularidad de su autor y de los foros dedicados a su trabajo—, sino también extremadamente complicada. ¿No es más sencillo pensar que son la desigualdad económica y política y la concentración de poder los responsables de las catástrofes del presente?
Naturalmente, la respuesta es que no. Las teorías conspirativas proponen (a pesar de su complejidad) un modelo de interpretación más simple y más atractivo de la realidad para ciertas personas porque articulan procesos económicos, políticos y demográficos simultáneos y de gran complejidad en un relato coherente. Vivimos, sostiene Hepfner, en el mundo del “Logos destruido”. Y esto equivale a decir, como hace el británico John Higgs en su excelente Historia alternativa del siglo XX: Más extraño de lo que cabe imaginar (Taurus), que vivimos en una realidad desasosegante en la que —al menos desde la Teoría de la Relatividad— debemos aceptar que estamos imposibilitados para ofrecer una explicación racional, absoluta y libre de paradojas de cómo funciona el mundo.
En ese sentido, el auge de las teorías conspirativas no sólo se apoyaría en una intencionalidad deliberada —como la que llevó recientemente a que, en el marco de las elecciones españolas, regresasen las teorías conspirativas acerca de los hechos trágicos del 11 de marzo de 2004 en ciertas televisiones—, sino en la necesidad humana —la “constante antropológica” de Groh— de articular los hechos en series y estas series en relatos, como pondría también de manifiesto la popularidad de las ucronías literarias en las que se especula con la pregunta acerca de qué habría pasado si, por ejemplo, Alemania hubiese ganado la II Guerra Mundial.
Existe, por supuesto, una diferencia entre especular literariamente con la posibilidad de un triunfo nacionalsocialista en 1945 —lo hicieron Philip K. Dick y Philip Roth, entre muchos otros— y creer que ese triunfo tuvo lugar, efectivamente y de forma secreta, por ejemplo, a través de la influencia que las empresas alemanas ejercen en la economía mundial. Pero esa diferencia sólo existe en relación con lo que hacemos con ambos tipos de relatos. Los dos comparten, sin embargo, un fondo de miedo y de perplejidad. Si las teorías conspirativas funcionan, lo hacen debido a ese fondo común, como prueban la popularización tímida pero constante en la Red de versiones conspirativas de lo sucedido en París el 13 de noviembre de este año. Son la dificultad de comprender que alguien pueda desplazarse armado por una ciudad como París y el miedo a que todo ello se repita, en la capital francesa o en cualquier otra parte, los que impulsan la creación anónima de explicaciones que a muchos no les parecen más implausibles que las que ofrecen la prensa y el Gobierno.
Bajo la impresión de hechos conmovedores —el asesinato de un presidente, por ejemplo— es más fácil creer en una conspiración antes que en la acción individual. Lo que las teorías de este tipo evidencian es que lo primero que se pierde bajo esa impresión es la capacidad del individuo de formarse un juicio crítico: es bueno pensar que ese juicio podría ser estimulado con más y mejor educación. Pero esto también es discutible, como pone de manifiesto la proliferación de teorías conspirativas durante el siglo XX. A ese siglo, nos recuerda Higgs, le debemos dos neologismos que lo describen bien, “racismo” y “genocidio”, y es nuestra responsabilidad individual en relación con ambos lo que explica el auge de la teoría conspirativa, que permite que los “malos” sean, por una vez, los otros.
“Marxismo y filosofía” Notas sobre Karl Korsch
Alberto Quiñónez
Rebelión
Hacia 1920, los movimientos proletarios en Europa configuraban una gama bastante diversa de interpretaciones del marxismo. Alimentados por las condiciones que las realidades específicas imponían a los movimientos y partidos de izquierda, diversos planteamientos políticos fueron surgiendo a lo largo y ancho de Europa. El peso de la figura de Lenin se hacía sentir de una forma notoria en esa diversidad de planteamientos, siendo el mismo Lenin quien denunciara en ¿Qué hacer? el mal uso que muchos movimientos estaban haciendo de su obra El Estado y la revolución, cuyas premisas eran en muchos casos vistas como dogmas de fe. El riesgo del fascismo, el empuje imperialista por distintos flancos, las devastadoras consecuencias de la Primera Guerra Mundial y la situación relativamente ejemplar de la URSS, hicieron del dogmatismo un lugar común en el marxismo.
En ese plano surgen posturas disidentes como las de Georg Lukács y Karl Korsch1, sucedidos después por un creativo y comprometido Antonio Gramsci. El aporte filosófico de Korsch hay que situarlo precisamente en ese contexto de creciente ideologización del marxismo, de unificación de estrategias y tácticas políticas de los diferentes partidos comunistas europeos, y de la creciente influencia e injerencia del Partido Comunista de la URSS sobre los demás partidos comunistas. De hecho, una de las obras más importantes de Korsch, su libro Marxismo y filosofía, fue sepultada en su tiempo por las urgencias ideológicas y políticas del marxismo soviético. El libro de Korsch sufrió la suerte de otros libros y autores, como Historia y conciencia de clase de Lukács, que fueron proscritos y olvidados y luego recuperados por corrientes críticas al “marxismo oficial”. Las presentes notas suponen alguna explicación introductoria a las ideas de Marxismo y filosofía2.
El eje central de la problemática que aborda Korsch en el libro ya citado, es la relación entre marxismo y la filosofía, lo que de otro modo puede caracterizarse como la relación entre acción política y teoría. La preocupación de Korsch no es banal: la historia del movimiento proletario no hallaba una expresión enteramente positiva respecto al desarrollo de la teoría revolucionaria, y viceversa. Ni la teoría ni la práctica siguen de forma ineluctable un camino ascendente y hacia adelante. De esta forma, Korsch plantea sistemáticamente que el estado de la teoría está siempre en relación a las condiciones materiales y que son estas condiciones las que ejercen en muchos casos la presión hacia atrás de la teoría y de la práctica revolucionarias, incidiendo en que esa teoría se cosifique y se convierta en ideología, en falsa conciencia del mundo, que no por ser falsa es menos real.
La tensión entre el marxismo y la filosofía no es casual. Ya para el mismo Marx la abolición de la filosofía representa una condición de la emancipación del ser humano. No obstante, en Marx la abolición de la filosofía no se entiende como supresión, sino como realización de la filosofía. Dialécticamente puede decirse que la cosa en sí se realiza si, a partir de la tensión de sus contradicciones, pasa a un estado cualitativamente superior. Es decir, si la cosa da de sí todo lo que posiblemente puede dar; y este dar de sí deviene de las contradicciones mismas. Así, la realización de la filosofía, para Marx, es la superación de las contradicciones materiales y espirituales que la filosofía en su larga tradición ha expresado. Por otro lado, para el marxismo vulgar, la abolición de la filosofía significaba la eliminación de la especulación filosófica idealista lo que implicaba, además, poner entre paréntesis toda la historia del pensamiento humano por ser productos de sociedades divididas en clases. Si bien el conocimiento es producto de una situación social conflictiva en la que la clase dominante determina la visión de mundo vigente, este conocimiento debe pasar por su asimilación crítica y su reconfiguración en instrumento de la lucha de clases. La negación de esa posibilidad refuerza las posiciones hegemónicas de las clases dominantes a nivel cultural, político, económico y social, porque mantiene intactos sus instrumentos de legitimación.
Para Marx, en la interpretación de Korsch, la abolición de la filosofía supone la imbricación de ésta con el mundo de lo real; la filosofía deja de ser filosofía como especulación vacía, deja de ser abstracta para “ascender a lo concreto”, deja de ser especulación para convertirse en horizonte de posibilidades. Con ello, el horizonte de la filosofía es eminentemente práctico, y lo es no en una visión reduccionista de la filosofía como instrumento de la emancipación –lo cual supondría derivar hacia una racionalidad instrumental propia del marxismo soviético-, sino como contenido utópico de toda transformación social. Pero, si la abolición de la filosofía supone su realización ¿cómo lograr esa realización, por cuáles vías teóricas y prácticas? ¿Cuál es el puente que media entre la filosofía apartada del mundo y la filosofía como horizonte de la praxis? Precisamente, alrededor de esta mediación se abre la discusión de Korsch, mediación que identifica en la dialéctica entre filosofía y ciencia, específicamente, entre filosofía y ciencia social.
En la ciencia oficial (tanto natural como social), el positivismo había hecho una separación insalvable entre epistemología y ética, entre conocimiento del mundo y acción humana; dicha separación no sólo era una reducción de las posibilidades del conocimiento mismo, sino que producía una cosificación del objeto y del sujeto del conocimiento (que en el caso de la sociedad es el mismo). Por otro lado, el positivismo aspiraba al conocimiento especializado y atomizado de los fenómenos sin que para ello fuera necesaria la comprensión del fenómeno social en su totalidad. Estos dos elementos derivarían en la constitución de una razón atrofiada, cuyo peso principal recaería sobre la instrumentalización del conocimiento.
La realización de la filosofía parte de un puntal eminentemente crítico: la negación de la filosofía burguesa como filosofía real y de la ciencia positiva como ciencia real. Ya Marx sostenía en las Tesis sobre Feuerbach que es la praxis la que constituye el criterio de verdad de última instancia, lo cual es válido tanto para la filosofía como para la ciencia3. Ese criterio de verdad es válido no como burdo empirismo, sino como efectividad histórica axiológicamente demarcada. Los límites axiológicos, además, responden a la emancipación del ser humano, a la destrucción de todas las formas de destrucción de la humanidad. Lo verdadero es aquello posible, y lo posible es aquello que es justo.
La realización de la filosofía entonces supone esfuerzos teóricos y práxicos de transformación sistémica. La filosofía se realiza como una filosofía que supere lo abstracto y puro de la filosofía tradicional. Pero asimismo, la ciencia debe realizarse como ciencia superando el carácter cosificatorio y abstracto de la ciencia positiva, es decir, negándose en su forma burguesa y moderna. Es por ello que en Marx la realización de la filosofía no se deslinda del devenir de su sujeto histórico, el proletariado: la tijera de la historia es a la vez la emancipación material de las clases oprimidas y la configuración de una filosofía que dote a esa emancipación material de sentido.
En el plano de la filosofía, hay que insistir en que no es la filosofía como tal la que desparece o la llamada a ser abolida, sino aquella filosofía que mantiene al ser humano en el sojuzgamiento y la denigración, esa filosofía abstracta que plantea principios por encima de toda condición humana. Ya Marx habría planteado: “La profesión de fe de Prometeo: ‘En una palabra, yo odio a todos los dioses’, es la suya propia [de la filosofía], su propio juicio contra todas las deidades celestiales y terrestres que no reconocen a la autoconciencia humana como la divinidad suprema […] En el calendario filosófico Prometeo ocupa el lugar más distinguido entre los santos y los mártires”4. Esa filosofía deshumanizada es la que hay que abolir, situando en su lugar una filosofía humana, liberadora. En el plano de la teoría social, la apuesta está por una ciencia al servicio de la transformación del mundo, teoría a la cual subyace un marco filosófico. La teoría para ser científica debe pasar por el filo de la praxis que, como ya se dijo, es su criterio de verdad de última instancia. Y para ello debe reconstruirse a través de una comprensión multidimensional de la realidad social, es decir, de una ciencia histórica tal como pedía el mismo Marx y que, en cierto modo, sigue la línea de la omnicomprensión social de corte hegeliano.
De esta forma reivindica Korsch el socialismo científico planteado por Marx y Engels5, que es la forma supletoria de la filosofía abstracta, a la vez que es un principio normador e integrador de una nueva ciencia. Esa nueva ciencia no es una ciencia delineada bajo los parámetros cosificadores de la ciencia burguesa, moderna, positiva. Debe partir de un principio axiológico determinado por la filosofía concreta y situar como centro al ser humano y a la vida.
Con el riesgo de utilizar una categoría cargada de significaciones metafísicas, podría decirse que Korsch, recuperando a Marx, aboga por una transubstanciación de la filosofía y de la ciencia, en donde ambos conceptos se mantienen pero a cambio de ser afines a la liberación del ser humano, para ello, claro está, debe cambiar su contenido. Ese cambio de contenido no es una sustitución simple y burda, es una asimilación crítica de la tradición filosófica y científica. El medio para esa asimilación y el comodín epistémico de tal transubstanciación es el socialismo científico.
Notas:
1 Karl Korsch fue miembro de la socialdemocracia alemana, primero como militante y luego como político y funcionario. Su libro “Marxismo y filosofía” es uno de los primeros que se atrevieron a cuestionar la dogmatización en que paulatinamente caía la teoría marxista. Pese a su erudición y sus aportes novedosos en el libro mencionado, murió abjurando del marxismo. Para mayor detalle puede consultarse el prólogo de Adolfo Sánchez Vázquez a “Marxismo y filosofía” en la edición que citamos más adelante.
2 Korsch, K. Marxismo y filosofía. Traducción y prólogo de A. Sánchez Vázquez. Ediciones Era. México. 1971.
3 Marx, K. “Tesis sobre Feuerbach”. Manuscritos de 1844. UCA editores. San Salvador, El Salvador. 1987. Págs. 145.
4 Marx, K. Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro. Editorial Ayuso. 1971. Pág. 7.
5 Hay que hacer una precisión importante. En Del socialismo utópico al socialismo científico, no hay una supresión del socialismo utópico por un socialismo matemático, “científico” en el sentido positivista. Al contrario, Engels recupera aquí la memoria y aportes de los socialistas utópicos frente al mundo irracional del capitalismo. Cfr.: Engels, F. Del socialismo utópico al socialismo científico. Ocean Sur. Caracas, Venezuela. 2013. No obstante, la positivización del marxismo encarnada en un socialismo previsible casi matemáticamente, sobre todo, algunas derivaciones en el campo de la economía apuntaban al cálculo en tiempo de los periodos de crisis y de cómo eso abría prácticamente la puerta al devenir del socialismo (palpable, por ejemplo, en la periodización de las crisis capitalistas, elaborada por Kondratiev y luego discutida por Mandel y Trotsky).
Alberto Quiñónez es miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).
Rebelión
Hacia 1920, los movimientos proletarios en Europa configuraban una gama bastante diversa de interpretaciones del marxismo. Alimentados por las condiciones que las realidades específicas imponían a los movimientos y partidos de izquierda, diversos planteamientos políticos fueron surgiendo a lo largo y ancho de Europa. El peso de la figura de Lenin se hacía sentir de una forma notoria en esa diversidad de planteamientos, siendo el mismo Lenin quien denunciara en ¿Qué hacer? el mal uso que muchos movimientos estaban haciendo de su obra El Estado y la revolución, cuyas premisas eran en muchos casos vistas como dogmas de fe. El riesgo del fascismo, el empuje imperialista por distintos flancos, las devastadoras consecuencias de la Primera Guerra Mundial y la situación relativamente ejemplar de la URSS, hicieron del dogmatismo un lugar común en el marxismo.
En ese plano surgen posturas disidentes como las de Georg Lukács y Karl Korsch1, sucedidos después por un creativo y comprometido Antonio Gramsci. El aporte filosófico de Korsch hay que situarlo precisamente en ese contexto de creciente ideologización del marxismo, de unificación de estrategias y tácticas políticas de los diferentes partidos comunistas europeos, y de la creciente influencia e injerencia del Partido Comunista de la URSS sobre los demás partidos comunistas. De hecho, una de las obras más importantes de Korsch, su libro Marxismo y filosofía, fue sepultada en su tiempo por las urgencias ideológicas y políticas del marxismo soviético. El libro de Korsch sufrió la suerte de otros libros y autores, como Historia y conciencia de clase de Lukács, que fueron proscritos y olvidados y luego recuperados por corrientes críticas al “marxismo oficial”. Las presentes notas suponen alguna explicación introductoria a las ideas de Marxismo y filosofía2.
El eje central de la problemática que aborda Korsch en el libro ya citado, es la relación entre marxismo y la filosofía, lo que de otro modo puede caracterizarse como la relación entre acción política y teoría. La preocupación de Korsch no es banal: la historia del movimiento proletario no hallaba una expresión enteramente positiva respecto al desarrollo de la teoría revolucionaria, y viceversa. Ni la teoría ni la práctica siguen de forma ineluctable un camino ascendente y hacia adelante. De esta forma, Korsch plantea sistemáticamente que el estado de la teoría está siempre en relación a las condiciones materiales y que son estas condiciones las que ejercen en muchos casos la presión hacia atrás de la teoría y de la práctica revolucionarias, incidiendo en que esa teoría se cosifique y se convierta en ideología, en falsa conciencia del mundo, que no por ser falsa es menos real.
La tensión entre el marxismo y la filosofía no es casual. Ya para el mismo Marx la abolición de la filosofía representa una condición de la emancipación del ser humano. No obstante, en Marx la abolición de la filosofía no se entiende como supresión, sino como realización de la filosofía. Dialécticamente puede decirse que la cosa en sí se realiza si, a partir de la tensión de sus contradicciones, pasa a un estado cualitativamente superior. Es decir, si la cosa da de sí todo lo que posiblemente puede dar; y este dar de sí deviene de las contradicciones mismas. Así, la realización de la filosofía, para Marx, es la superación de las contradicciones materiales y espirituales que la filosofía en su larga tradición ha expresado. Por otro lado, para el marxismo vulgar, la abolición de la filosofía significaba la eliminación de la especulación filosófica idealista lo que implicaba, además, poner entre paréntesis toda la historia del pensamiento humano por ser productos de sociedades divididas en clases. Si bien el conocimiento es producto de una situación social conflictiva en la que la clase dominante determina la visión de mundo vigente, este conocimiento debe pasar por su asimilación crítica y su reconfiguración en instrumento de la lucha de clases. La negación de esa posibilidad refuerza las posiciones hegemónicas de las clases dominantes a nivel cultural, político, económico y social, porque mantiene intactos sus instrumentos de legitimación.
Para Marx, en la interpretación de Korsch, la abolición de la filosofía supone la imbricación de ésta con el mundo de lo real; la filosofía deja de ser filosofía como especulación vacía, deja de ser abstracta para “ascender a lo concreto”, deja de ser especulación para convertirse en horizonte de posibilidades. Con ello, el horizonte de la filosofía es eminentemente práctico, y lo es no en una visión reduccionista de la filosofía como instrumento de la emancipación –lo cual supondría derivar hacia una racionalidad instrumental propia del marxismo soviético-, sino como contenido utópico de toda transformación social. Pero, si la abolición de la filosofía supone su realización ¿cómo lograr esa realización, por cuáles vías teóricas y prácticas? ¿Cuál es el puente que media entre la filosofía apartada del mundo y la filosofía como horizonte de la praxis? Precisamente, alrededor de esta mediación se abre la discusión de Korsch, mediación que identifica en la dialéctica entre filosofía y ciencia, específicamente, entre filosofía y ciencia social.
En la ciencia oficial (tanto natural como social), el positivismo había hecho una separación insalvable entre epistemología y ética, entre conocimiento del mundo y acción humana; dicha separación no sólo era una reducción de las posibilidades del conocimiento mismo, sino que producía una cosificación del objeto y del sujeto del conocimiento (que en el caso de la sociedad es el mismo). Por otro lado, el positivismo aspiraba al conocimiento especializado y atomizado de los fenómenos sin que para ello fuera necesaria la comprensión del fenómeno social en su totalidad. Estos dos elementos derivarían en la constitución de una razón atrofiada, cuyo peso principal recaería sobre la instrumentalización del conocimiento.
La realización de la filosofía parte de un puntal eminentemente crítico: la negación de la filosofía burguesa como filosofía real y de la ciencia positiva como ciencia real. Ya Marx sostenía en las Tesis sobre Feuerbach que es la praxis la que constituye el criterio de verdad de última instancia, lo cual es válido tanto para la filosofía como para la ciencia3. Ese criterio de verdad es válido no como burdo empirismo, sino como efectividad histórica axiológicamente demarcada. Los límites axiológicos, además, responden a la emancipación del ser humano, a la destrucción de todas las formas de destrucción de la humanidad. Lo verdadero es aquello posible, y lo posible es aquello que es justo.
La realización de la filosofía entonces supone esfuerzos teóricos y práxicos de transformación sistémica. La filosofía se realiza como una filosofía que supere lo abstracto y puro de la filosofía tradicional. Pero asimismo, la ciencia debe realizarse como ciencia superando el carácter cosificatorio y abstracto de la ciencia positiva, es decir, negándose en su forma burguesa y moderna. Es por ello que en Marx la realización de la filosofía no se deslinda del devenir de su sujeto histórico, el proletariado: la tijera de la historia es a la vez la emancipación material de las clases oprimidas y la configuración de una filosofía que dote a esa emancipación material de sentido.
En el plano de la filosofía, hay que insistir en que no es la filosofía como tal la que desparece o la llamada a ser abolida, sino aquella filosofía que mantiene al ser humano en el sojuzgamiento y la denigración, esa filosofía abstracta que plantea principios por encima de toda condición humana. Ya Marx habría planteado: “La profesión de fe de Prometeo: ‘En una palabra, yo odio a todos los dioses’, es la suya propia [de la filosofía], su propio juicio contra todas las deidades celestiales y terrestres que no reconocen a la autoconciencia humana como la divinidad suprema […] En el calendario filosófico Prometeo ocupa el lugar más distinguido entre los santos y los mártires”4. Esa filosofía deshumanizada es la que hay que abolir, situando en su lugar una filosofía humana, liberadora. En el plano de la teoría social, la apuesta está por una ciencia al servicio de la transformación del mundo, teoría a la cual subyace un marco filosófico. La teoría para ser científica debe pasar por el filo de la praxis que, como ya se dijo, es su criterio de verdad de última instancia. Y para ello debe reconstruirse a través de una comprensión multidimensional de la realidad social, es decir, de una ciencia histórica tal como pedía el mismo Marx y que, en cierto modo, sigue la línea de la omnicomprensión social de corte hegeliano.
De esta forma reivindica Korsch el socialismo científico planteado por Marx y Engels5, que es la forma supletoria de la filosofía abstracta, a la vez que es un principio normador e integrador de una nueva ciencia. Esa nueva ciencia no es una ciencia delineada bajo los parámetros cosificadores de la ciencia burguesa, moderna, positiva. Debe partir de un principio axiológico determinado por la filosofía concreta y situar como centro al ser humano y a la vida.
Con el riesgo de utilizar una categoría cargada de significaciones metafísicas, podría decirse que Korsch, recuperando a Marx, aboga por una transubstanciación de la filosofía y de la ciencia, en donde ambos conceptos se mantienen pero a cambio de ser afines a la liberación del ser humano, para ello, claro está, debe cambiar su contenido. Ese cambio de contenido no es una sustitución simple y burda, es una asimilación crítica de la tradición filosófica y científica. El medio para esa asimilación y el comodín epistémico de tal transubstanciación es el socialismo científico.
Notas:
1 Karl Korsch fue miembro de la socialdemocracia alemana, primero como militante y luego como político y funcionario. Su libro “Marxismo y filosofía” es uno de los primeros que se atrevieron a cuestionar la dogmatización en que paulatinamente caía la teoría marxista. Pese a su erudición y sus aportes novedosos en el libro mencionado, murió abjurando del marxismo. Para mayor detalle puede consultarse el prólogo de Adolfo Sánchez Vázquez a “Marxismo y filosofía” en la edición que citamos más adelante.
2 Korsch, K. Marxismo y filosofía. Traducción y prólogo de A. Sánchez Vázquez. Ediciones Era. México. 1971.
3 Marx, K. “Tesis sobre Feuerbach”. Manuscritos de 1844. UCA editores. San Salvador, El Salvador. 1987. Págs. 145.
4 Marx, K. Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro. Editorial Ayuso. 1971. Pág. 7.
5 Hay que hacer una precisión importante. En Del socialismo utópico al socialismo científico, no hay una supresión del socialismo utópico por un socialismo matemático, “científico” en el sentido positivista. Al contrario, Engels recupera aquí la memoria y aportes de los socialistas utópicos frente al mundo irracional del capitalismo. Cfr.: Engels, F. Del socialismo utópico al socialismo científico. Ocean Sur. Caracas, Venezuela. 2013. No obstante, la positivización del marxismo encarnada en un socialismo previsible casi matemáticamente, sobre todo, algunas derivaciones en el campo de la economía apuntaban al cálculo en tiempo de los periodos de crisis y de cómo eso abría prácticamente la puerta al devenir del socialismo (palpable, por ejemplo, en la periodización de las crisis capitalistas, elaborada por Kondratiev y luego discutida por Mandel y Trotsky).
Alberto Quiñónez es miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).
lunes, 14 de marzo de 2016
El número pi no es 3,14. Los matemáticos celebran hoy el Día de Pi, una constante conocida desde hace milenios que todavía genera fascinantes problemas, como averiguar si contiene infinitas veces el 5
El 20 de noviembre de 2005, mientras una patera con 10 personas a bordo desaparecía frente a las costas de Cádiz, mientras una tormenta tropical dejaba 11 muertos en Honduras, mientras el tenista suizo Roger Federer perdía su primer partido tras ganar 24 finales consecutivas, el chino Chao Lu recitaba números sin parar. Durante 24 horas y cuatro minutos, grabado por 26 cámaras y con decenas de testigos de la Universidad de Agricultura y Ciencias Forestales del Noroeste, en la provincia china de Shaanxi, Chao Lu cantó de memoria 67.890 decimales del número pi. Su hazaña fue certificada por el Libro Guinness de los records. No falló ni uno.
“Cuando alguien escribe que pi es igual a 3,14 me lloran los ojos”, confiesa el matemático Javier Cilleruelo, asombrado por los enigmas milenarios que oculta el número. Pi no es 3,14, como aprendimos en el colegio. Ni siquiera es 3,141592653, la cifra que hace que el año pasado se celebrara el Día de Pi por representar, según la notación anglosajona, del mes 3, el día 14, del año 15, a las 9 horas, 26 minutos y 53 segundos. Y pi tampoco es el larguísimo número que memorizó Chau Lao. “Pi es la razón entre el perímetro de una circunferencia y su diámetro”, zanja Cilleruelo, miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT), en Madrid. Pi, por lo tanto, es eterno.
En internet, es sencillo encontrar a chavales con los ojos vendados recitando de memoria los 1.000 primeros decimales del número pi. No llegan al prodigio de Chau Lo, pero tienen mérito. “Pi es un número irracional. No sigue ningún patrón y tiene un número infinito de cifras”, explica Cilleruelo. Esto significa que el número de teléfono móvil o el DNI de cualquier persona que esté leyendo esto probablemente aparecerán entre los primeros millones de decimales de pi, como se puede comprobar en varias páginas web. El teléfono móvil que publicó Wikileaks del expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo, aparece a partir del decimal número 85.711.627.
El nacimiento de pi se pierde en la noche de los tiempos. En el Antiguo Testamento (III Reyes, 7:23), aparece una aproximación de 3: “Hizo asimismo un mar de fundición [una concha grande para meter agua], de diez codos de un lado al otro, perfectamente redondo, [...] y lo ceñía alrededor un cordón de treinta codos”. Y el matemático griego Arquímedes, célebre por haber supuestamente corrido desnudo por la calle gritando “¡Eureka!” tras resolver un problema, calculó el valor de pi como 3,14 hace unos 2.265 años. Desde entonces, el número no ha dejado de fascinar a los matemáticos. Y todavía genera problemas sin resolver.
“Si coges todos los números del listín telefónico de tu ciudad y los pones en fila, ese número larguísimo debería aparecer infinitas veces en el número pi, pero no sabemos si es cierto. Es muy difícil demostrarlo. Y el que lo demuestre se llevará una medalla Fields [el Nobel de las matemáticas]”, apunta Cilleruelo.
Ante pi, bautizado con la letra griega π en el siglo XVII, los matemáticos se sienten como los europeos en Finisterre antes del descubrimiento de América. Más allá de los 10 billones de dígitos no se sabe lo que hay. "En el primer millón de dígitos de pi, el número 5 aparece 100.359 veces. El número 6 aparece 99.598 veces. Pero no sabemos si el número 5 aparece infinitas veces en pi”, recalca el investigador del ICMAT. El 5 podría desaparecer en algún punto de la infinita ristra de dígitos de pi. O no.
“La magia de pi es que aparece en situaciones alucinantes, en los lugares más insospechados que te puedas imaginar”, sostiene Raúl Ibáñez, director del portal de divulgación científica DivulgaMAT, de la Real Sociedad Matemática Española. Ibáñez recuerda el problema de la aguja de Buffon, propuesto en 1777 por el científico francés Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon.
El enunciado es sencillo. Si dibujas en el suelo líneas paralelas y coges agujas de la misma longitud que la distancia entre las rectas, la probabilidad de que lances una aguja y caiga en una de las rayas es 2 partido por pi. No hay círculos en esta historia, pero ahí está pi.
“La fórmula que calcula la probabilidad de que un grupo de personas siga con vida al cabo de un determinado número de días también implica al número pi”, añade Ibáñez con voz todavía sorprendida por las matemáticas de las empresas de seguros que aparecen en el libro Un presupuesto de paradojas, publicado en 1915 por el matemático británico Augustus De Morgan.
Ibáñez también recuerda otro ejemplo que deja los ojos como platos. Lo descubrió Hans-Henrik Stølum, geólogo de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), en 1996. El investigador calculó la relación entre el doble de la longitud total de un río y la distancia en línea recta entre su nacimiento y su desembocadura. Y la relación era de aproximadamente 3,14.
“Los matemáticos nos dedicamos a jugar con cosas como pi. Y, a veces, la tecnología avanza gracias a estos juegos”, afirma Ibáñez con una sonrisa.
http://elpais.com/elpais/2015/03/13/ciencia/1426279728_452492.html
“Cuando alguien escribe que pi es igual a 3,14 me lloran los ojos”, confiesa el matemático Javier Cilleruelo, asombrado por los enigmas milenarios que oculta el número. Pi no es 3,14, como aprendimos en el colegio. Ni siquiera es 3,141592653, la cifra que hace que el año pasado se celebrara el Día de Pi por representar, según la notación anglosajona, del mes 3, el día 14, del año 15, a las 9 horas, 26 minutos y 53 segundos. Y pi tampoco es el larguísimo número que memorizó Chau Lao. “Pi es la razón entre el perímetro de una circunferencia y su diámetro”, zanja Cilleruelo, miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT), en Madrid. Pi, por lo tanto, es eterno.
En internet, es sencillo encontrar a chavales con los ojos vendados recitando de memoria los 1.000 primeros decimales del número pi. No llegan al prodigio de Chau Lo, pero tienen mérito. “Pi es un número irracional. No sigue ningún patrón y tiene un número infinito de cifras”, explica Cilleruelo. Esto significa que el número de teléfono móvil o el DNI de cualquier persona que esté leyendo esto probablemente aparecerán entre los primeros millones de decimales de pi, como se puede comprobar en varias páginas web. El teléfono móvil que publicó Wikileaks del expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo, aparece a partir del decimal número 85.711.627.
El nacimiento de pi se pierde en la noche de los tiempos. En el Antiguo Testamento (III Reyes, 7:23), aparece una aproximación de 3: “Hizo asimismo un mar de fundición [una concha grande para meter agua], de diez codos de un lado al otro, perfectamente redondo, [...] y lo ceñía alrededor un cordón de treinta codos”. Y el matemático griego Arquímedes, célebre por haber supuestamente corrido desnudo por la calle gritando “¡Eureka!” tras resolver un problema, calculó el valor de pi como 3,14 hace unos 2.265 años. Desde entonces, el número no ha dejado de fascinar a los matemáticos. Y todavía genera problemas sin resolver.
“Si coges todos los números del listín telefónico de tu ciudad y los pones en fila, ese número larguísimo debería aparecer infinitas veces en el número pi, pero no sabemos si es cierto. Es muy difícil demostrarlo. Y el que lo demuestre se llevará una medalla Fields [el Nobel de las matemáticas]”, apunta Cilleruelo.
Ante pi, bautizado con la letra griega π en el siglo XVII, los matemáticos se sienten como los europeos en Finisterre antes del descubrimiento de América. Más allá de los 10 billones de dígitos no se sabe lo que hay. "En el primer millón de dígitos de pi, el número 5 aparece 100.359 veces. El número 6 aparece 99.598 veces. Pero no sabemos si el número 5 aparece infinitas veces en pi”, recalca el investigador del ICMAT. El 5 podría desaparecer en algún punto de la infinita ristra de dígitos de pi. O no.
“La magia de pi es que aparece en situaciones alucinantes, en los lugares más insospechados que te puedas imaginar”, sostiene Raúl Ibáñez, director del portal de divulgación científica DivulgaMAT, de la Real Sociedad Matemática Española. Ibáñez recuerda el problema de la aguja de Buffon, propuesto en 1777 por el científico francés Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon.
El enunciado es sencillo. Si dibujas en el suelo líneas paralelas y coges agujas de la misma longitud que la distancia entre las rectas, la probabilidad de que lances una aguja y caiga en una de las rayas es 2 partido por pi. No hay círculos en esta historia, pero ahí está pi.
“La fórmula que calcula la probabilidad de que un grupo de personas siga con vida al cabo de un determinado número de días también implica al número pi”, añade Ibáñez con voz todavía sorprendida por las matemáticas de las empresas de seguros que aparecen en el libro Un presupuesto de paradojas, publicado en 1915 por el matemático británico Augustus De Morgan.
Ibáñez también recuerda otro ejemplo que deja los ojos como platos. Lo descubrió Hans-Henrik Stølum, geólogo de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), en 1996. El investigador calculó la relación entre el doble de la longitud total de un río y la distancia en línea recta entre su nacimiento y su desembocadura. Y la relación era de aproximadamente 3,14.
“Los matemáticos nos dedicamos a jugar con cosas como pi. Y, a veces, la tecnología avanza gracias a estos juegos”, afirma Ibáñez con una sonrisa.
http://elpais.com/elpais/2015/03/13/ciencia/1426279728_452492.html
Ejemplo de lo que pasó en 1936
Ejemplo de lo que pasó en 1936
El diario Ya, de Madrid, el 2 de Mayo de 1939, bajo el titular Auto de Fe en la Universidad Central se dice:
Los enemigos de España fueron condenados al fuego. Con motivo de la fiesta del libro se celebró un auto de fe en el patio de la Universidad Central, pronunciando el catedrático Antonio Luna las siguientes palabras: “para edificar a España una, grande y libre, condenamos al fuego los libros separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo enfermizo y extravagante, los cursis, los cobardes, los seudocientíficos, los textos malos y los periódicos chabacanos. E incluimos en nuestro índice a Sabino Arana, J. J. Rousseau, Carlos Marx, Voltaire, Lamartine, Máximo Gorki, Remarque, Freud y “Heraldo de Madrid”.
El diario Ya, de Madrid, el 2 de Mayo de 1939, bajo el titular Auto de Fe en la Universidad Central se dice:
Los enemigos de España fueron condenados al fuego. Con motivo de la fiesta del libro se celebró un auto de fe en el patio de la Universidad Central, pronunciando el catedrático Antonio Luna las siguientes palabras: “para edificar a España una, grande y libre, condenamos al fuego los libros separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo enfermizo y extravagante, los cursis, los cobardes, los seudocientíficos, los textos malos y los periódicos chabacanos. E incluimos en nuestro índice a Sabino Arana, J. J. Rousseau, Carlos Marx, Voltaire, Lamartine, Máximo Gorki, Remarque, Freud y “Heraldo de Madrid”.
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