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sábado, 18 de junio de 2022

En campaña electoral

Un político muere. Va al otro mundo y pregunta por el camino del cielo.

Le dicen que las normas están muy claras. Tiene que pasar 24 horas en el cielo y otras 24 en el infierno. Después tendrá que hacer una elección importantísima. Tendrá que decidir dónde quiere pasar la eternidad. Sin posibilidad de corregir la elección. El político dice que, por supuesto, prefiere ir al cielo.

-No, le dicen. La elección tiene que realizarse después de la prueba, no antes. ¿Por dónde quiere usted empezar?

-Por el infierno, dice el político.

Abren las puertas del infierno. Entra y ve a otros políticos de su partido paseando, con trajes elegantes. El clima es magnífico, los rostros muestran una juventud y una belleza extraordinarias. Camina sin rumbo y llega a un campo de golf, con un verde que es una alfombra. Se detiene para jugar unos hoyos. Mientras juega, siente la punzada del hambre y pregunta a uno de los jugadores dónde se puede comer algo en el infierno.

-Mire, cerquita de donde estamos hay un restaurante llamado El Tridente.

Magnífica cocina, excelentes vinos. Y, por supuesto, completamente gratuito.

Da las gracias al amable informante, se despide de los compañeros de juego y se encamina hacia el restaurante. Piensa que puede tardar más de lo que su apetito le exige y detiene a un taxi que lleva el cartel de libre. Le pide que le lleve al restaurante El Tridente. Charla animadamente con el simpático taxista y, cuando llega, le pide la cuenta.

-No, por favor, es gratuito, sea cual sea la distancia.

El restaurante es lujoso. Se sienta en un mesa cerca de los ventanales que miran a un maravilloso paisaje. Le traen la carta. Efectivamente, no aparecen los precios. Recuerda que le han dicho que es gratuito. Pide caviar ruso, langosta a la termidor, chuletas de cordero y un vino tinto recomendado por el camarero como el mejor del restaurante y de todo el infierno.

Está encantado de cómo va el día. Por megafonía se anuncia que van a dar comienzo los festejos, bailes y juegos de ese día. Le pregunta al camarero cómo se llega a los escenarios de la fiesta. Le dice que en la puerta hay taxis que le llevarán con rapidez. Le desea que lo pase bien.

Entra en el primer taxi y le pide al taxista que le lleve a la zona de baile. El ambiente no puede ser más festivo, se nota que la gente está animada y contenta.

Se encuentra con grupos de personas con vasos en la mano, bebiendo y charlando alegremente. Se dirige a la barra y pide un gin tonic. Le aborda un grupo de chicas. Una de ellas le llama especialmente la atención. Salen a la pista de baile…

-La noche es joven, dice cuando su pareja le pregunta si está cansado.

Pasan las horas. Casi no recuerda por qué está allí. Está amaneciendo. En

el mismo lugar de la fiesta sirven el desayuno… Está tan feliz que se sorprende cuando le vienen a decir que han acabado las 24 horas de estancia en el infierno. Se despide de sus amigas y se dirige a la puerta de salida feliz, porque recuerda que ahora le toca ir al cielo. Así que si esto es el infierno, ¿qué no encontraré en el cielo?, se dice.

Le conducen a las puertas del cielo. Abren las puertas y ve unas nubes blancas esponjosas de diferentes tamaños. Le entregan un arpa, a pesar de sus protestas porque no sabe tocarla. Le dicen que puede pasar de una nube a otra sin problema. Cuando pregunta si va a venir alguien más y le dicen que no, pide acabar con esa prueba porque ya tiene la decisión tomada. Le dicen que no es posible. Tiene que pasar allí las 24 horas reglamentarias. Se le hace aburrido y eterno.

Cuando termina las dos pruebas le dicen que es el momento decisivo. Tiene que decir dónde quiere pasar toda la eternidad. Le advierten con insistencia de que no hay marcha atrás. Dice que no tiene dudas, que quiere ir al infierno, que está seguro de que no se arrepentirá porque ha hecho allí buenas amistades y se lo ha pasado en grande. Firma el documento que le presentan sobre su decisión.

Abren las puertas del infierno y cuando entra se lleva un susto tremendo: siguen allí los políticos de su partido, que ahora visten con andrajos y buscan comida en la basura, el clima es insoportable, el olor pestilente, los rostros son tristes y decrépitos… El campo de golf está calcinado.

Pregunta dónde se puede comer algo y le dicen que lo que encuentre en la basura. La decepción es tremenda y la irritación indescriptible. Quiere cambiar la decisión y le dicen que le advirtieron varias veces que no se podía modificar la decisión. Era para toda la eternidad. Va a protestar a las oficinas del infierno:

-Ayer pasé aquí 24 horas inolvidables. Ahora, que he elegido, esto es insoportable. ¿Qué ha pasado aquí?

La respuesta le deja atónito:

-Muy sencillo, señor. Es que ayer en el infierno estábamos en campaña electoral.

Hasta aquí la historia. Desde aquí el recuerdo de que mañana tenemos que votar en Andalucía. Creo que la historia es elocuente. En campaña electoral se promete todo a todos. Aseguran que se hará un puente en un lugar donde no hay ni río. Pero somos los votantes quienes tenemos que analizar y que decidir. ¿Se cumplieron las promesas? ¿Se explicó por qué no se cumplieron? Se pidió disculpas por no haber cumplido lo prometido?

También respecto a los pactos se hacen promesas que luego se incumplen. No pactaremos con esta fuerza bajo ningún concepto. O pactaremos con esta otra para conseguir un buen gobierno. Y luego, ¿qué?

Me preocupa que el señor Juanma Moreno desprecie de forma tan dura al partido con el que ha gobernado. Juan Marín (que por cierto piensa que antes de él estaba la nada y que en tres años ha convertido a Andalucía en el modelo de Europa) se muestra orgulloso de lo que ha hecho el gobierno y promete seguir trabajando con su presidente desde las 8 de la mañana del día 20. Pero no le han dicho una palabra de gratitud por el apoyo, ni le incluyen nunca en un pacto futuro. Porque Moreno repite como un mantra que él quiere gobernar solo (¿sin Ciudadanos, señor Moreno?) en una alianza con los andaluces. ¿Y eso qué es?

El señor Feijoó dice que si al PSOE le parece tan negativo pactar con Vox, por qué no apoya con su abstención la formación de un gobierno del PP. Y por qué, si su partido considera tan indeseables a los de extrema izquierda, a los independentistas y a los filoetarras, ¿por qué no apoyó un gobierno del PSOE con su abstención?

Y, para ganar votos, se ponen en marcha estrategias inadmisibles. No vale todo para persuadir a quienes van a votar, como la escena en la que un supuesto afiliado del PP rompe el carnet en presencia de la señora Olona diciendo que el debate le había convencido cuando, en realidad, es una persona que ya apoyó a Vox y, al parecer, votó a su favor en las anteriores elecciones. Lo supe desde el primer momento que vi la escena.

Luego he visto confirmada mi sospecha. Qué mentira. Qué teatro más tramposo con pésimos actores ¡Ah, es que estamos en campaña electoral!

Yo no voy a votar para que otros no gobiernen, voy a votar para que se pongan en marcha políticas de izquierdas, solidarias, feministas, progresistas…

Concurren a las elecciones 22 partidos y federaciones y 5 coaliciones. No todas tienen implantación en las 8 provincias (7 partidos de los 22 y 4 coaliciones de las 5). La fragmentación de la izquierda puede ser un obstáculo o una ayuda. Espero que lo que vaticinan las encuestas sea desmentido por las urnas. Decía Winston Churchill que solo se fiaba de las encuestas que él había manipulado previamente.

Las urnas son la cuna, no el ataúd de la democracia. Quiero decir que después de las elecciones, los ciudadanos y ciudadanas tenemos que seguir participando para que las promesas electorales, tanto las programáticas como las relativas a los pactos, se cumplan de forma inexcusable.

Cuando leas esto, amable lector, amable lectora, ya se conocerán los resultados de las elecciones andaluzas. Ya estaremos empezando a ver si las promesas electorales eran un señuelo o realmente tenían visos de verdad. Esa comprobación es una forma de control democrático.

El Adarve-

sábado, 12 de marzo de 2022

_- Javier Pérez Royo. El vía crucis de las inmatriculaciones de la Iglesia Católica: una aberración jurídica

_- Como el lector habrá advertido, el título del artículo no es mío, sino de Raúl Rejón, que detalló este pasado martes cómo el Gobierno de José María Aznar, mediante el Real Decreto 1867/1998 por el que se modifican determinados artículos del Reglamento hipotecario, habilitó a la Iglesia católica para registrar inmuebles con la sola firma del obispo de la diócesis como prueba de su propiedad.

Dicha habilitación supone una innovación del ordenamiento jurídico de una trascendencia extraordinaria. Lo que no se podía hacer en ningún caso antes del Real Decreto, se ha podido hacer después de su publicación y entrada en vigor. En decenas de miles de ocasiones la Iglesia católica no ha necesitado nada más que la firma del obispo de la diócesis para acreditar la propiedad de un determinado inmueble y poder proceder a inscribirlo a continuación en el Registro de la Propiedad.

Esta facultad que se atribuye a la Iglesia católica no deriva de los Acuerdos entre el Estado y la Santa Sede de enero de 1979. No encuentra su fundamento tampoco en ninguna Ley aprobada por las Cortes Generales. Es una facultad que crea ex novo una norma de naturaleza reglamentaria, que carece de rango normativo para poder hacerlo.

Se trata de una aberración jurídica, que subvierte el sistema de fuentes del derecho vigente en nuestro país desde la entrada en vigor de la Constitución. En realidad, desde siempre, desde que existe en España el Estado Constitucional. Incluso en la época del General Franco.

Únicamente las Cortes Generales pueden innovar el ordenamiento jurídico del Estado. El monopolio de creación del derecho a favor de las Cortes Generales es la brújula que permite al jurista, y al no jurista también, orientarse en la selva de disposiciones en que el ordenamiento del Estado de nuestros días consiste. Siempre que se encuentre ante una disposición de carácter normativo el jurista tiene que hacerse la siguiente pregunta: ¿se innova con ella el ordenamiento jurídico, hay creación de derecho? Y si la respuesta es afirmativa, tiene que formularse inmediatamente otra. ¿Dónde están las Cortes Generales? Si estas no aparecen, esa creación del derecho es anticonstitucional.

Esto es lo que ocurre con el Real Decreto 1867/1998, con base en el cual la Iglesia Católica ha procedido a inscribir en el Registro de la Propiedad decenas de miles de inmuebles. Es obvio que otorgar a la firma del obispo de una diócesis el valor de prueba acreditativa de la propiedad de un bien inmueble supone una innovación del ordenamiento jurídico español. En ningún momento de la historia del Estado Constitucional español han dispuesto los obispos de tal facultad. Jamás se la ha ocurrido a las Cortes Generales contemplar siquiera tal posibilidad.

Quiere decirse, pues, que todas las operaciones de registro de bienes con base exclusivamente en la firma del obispo de la diócesis correspondiente tienen que ser consideradas nulas de pleno derecho. El Estado no tiene que negociar con la Iglesia católica respecto a qué debe hacerse con tales bienes. Son las Cortes Generales las que tienen que tomar la decisión de lo que debe hacerse. Sin negociar nada. De manera unilateral, como titular que es de la potestad legislativa en régimen de monopolio.

A la Iglesia católica no hay ni siquiera que oírla, aunque las Cortes Generales pueden decidir que aleguen lo que estime pertinente. Pero no porque tenga derecho a ser oída, sino porque las Cortes Generales graciosamente así lo deciden.

Habría que retrotraer el status de todos los inmuebles registrados por la Iglesia con base en el Real Decreto 1867/1998 al que tenían antes de que tal Real Decreto fuera dictado. Una vez corregida la aberración que ha supuesto la publicación de dicho Real Decreto y su aplicación posterior, se estaría en condiciones de decidir de manera jurídicamente correcta qué es lo que debe ocurrir con cada uno de tales inmuebles.

Un mínimo de dignidad democrática impone que los órganos constitucionales del Estado actúen de esta manera.

[Fuente: eldiario.es

jueves, 24 de febrero de 2022

_- Juan Torres López. La noche que hablé con Pablo Casado y la gran lección que ha dado a la política y la gran empresa españolas

_- Solo he hablado una vez en mi vida con Pablo Casado. Fue el 30 de noviembre de 2014 en el plató donde se emitía el programa La Sexta Noche.

Me habían invitado para debatir sobre el documento que, junto a Vicenç Navarro, habíamos entregado a Podemos para que le sirviera de referencia en la elaboración de su programa electoral.

Cuando entré en el set, saludé a quienes estaban más cerca de mí. Muy brevemente, a Antonio Miguel Carmona, entonces en el POSE y asistente habitual a ese programa. Estuvo muy frío y distante y apenas nos dirigimos la palabra. Luego me acerqué a Francisco Marhuenda que sí entabló un pequeño diálogo conmigo, con la misma cordialidad y respeto con los que siempre se ha dirigido a mí. Enseguida me dijo que él también era profesor universitario y comentamos alguna cosa más que ahora no recuerdo porque no creo que tuviera más trascendencia que la agradable cortesía con que las personas educadas solemos tratarnos en cualquier momento. A su izquierda llegó Pablo Casado y creo recordar que fue él quien se acercó a mí, lo cual me produjo una primera impresión grata y que agradecí. Me saludó también cariñosa y respetuosamente y, sin que por mi parte mediara otro comentario, me dijo que no conocía a Vicenç Navarro pero que había estado en su misma universidad de Estados Unidos. Más tarde, en su intervención en el programa lo dijo expresamente: «Venimos de la misma universidad, de la John Hopkins, que es una universidad muy conservadora (se puede comprobar en el minuto 5:08 de este video).

También me dijo que él no había leído el documento.

En unos pocos minutos, Pablo Casado me había mostrado que era un mentiroso y un charlatán. Mentiroso porque no es verdad que viniese de la misma universidad en la que Vicenç Navarro es catedrático desde hace décadas. Se lo había inventado cuando habló conmigo en privado y también cuando lo dijo en público ante millones de espectadores. Y un charlatán porque lo demostró cuando intervino en directo acusándome de defender justamente lo que en el documento condenaba. Tanto así, que debí reprocharle que un parlamentario que trabaja con dinero público y al servicio de la ciudadanía no hiciera el esfuerzo mínimo de leer los documentos que criticaba.

A lo largo de su carrera como secretario general del PP, Casado ha mostrado, ya a toda España o incluso en las instituciones europeas, que miente sin pudor y se inventa lo que más le conviene con tal de descalificar a sus adversarios. Ha ofendido a otros líderes políticos con datos falsos, con palabras sin más contenido que el insulto y ha dado cifras inventadas en multitud de ocasiones. Yo mismo lo he denunciado por escrito en alguno de mis artículos (Las mentiras y burradas económicas de Pablo Casado son incompatibles con la democracian o Pablo Casado y el Partido Popular también mienten a los españoles en materia económica).

Es bien sabido que Pablo Casado forjó su trayectoria académica a base de, digámoslo así, «cosas raras» y que se ha sacado de la manga méritos que no es verdad que haya alcanzado. Sus mentiras están en las hemerotecas muy bien documentadas y en alguna ocasión se dijo que ya había mentido en público 1.637 veces (aquí). Yo no sé si ha sido esa la cantidad de mentiras que ha dicho, o si han sido algunas más o menos, pero que han sido muchas se puede comprobar fehacientemente tan solo poniendo «las mentiras de Pablo Casado» en cualquier buscador de internet.

No voy a insistir, pues, en esos rasgos de su carácter y de su forma de hacer política. En realidad, estas letras que he comenzado a escribir a partir de mi recuerdo personal pretenden subrayar algo que me parece mucho más importante, la gran lección que Pablo Casado ha dado y sigue empeñado en dar cuando escribo estas líneas, a la política española.

Durante unos años, los medios de comunicación, muchos periodistas, empresarios y otros dirigentes políticos y financieros lo han jaleado sin pudor, cuando atacaba sin piedad al gobierno, a los socialistas o, en general, a la izquierda española. Estaban contentos porque su descaro, en realidad la poca vergüenza, destrozaba la imagen y la labor de un gobierno que no era el que hubieran deseado que existiera. Sabían que inventó su curriculum, que no tenía apenas formación, que decía barbaridades impropias no ya de un jurista sino de un mal bachiller, que nunca había tenido más oficio que el de medrar en las organizaciones y aparatos del Partido Popular, pero lo apoyaban y financiaban porque tenía la sangre fría de un matón y no se arredraba ante nada ni nadie a la hora de atacar a quien la derecha económica, eclesial y política siempre ha despreciado. Estaban contentos con Pablo Casado porque era un descarado sin igual a la hora de defender los intereses de las grandes empresas y del poder mediático y financiero sin que nunca le importase decir un día una cosa y otro la contraria, inventarse los argumentos, o asumir valores que ponían en peligro la convivencia pacífica entre los españoles.

Sin embargo, lo que me parece más relevante es que, como digo, Pablo Casado ha terminado dando una gran lección que espero tengan en cuenta y aprendan los grandes poderes que lo han apoyado, como apoyan a otros y otras que están haciendo exactamente lo mismo que él: no se puede poner a un tonto, a un tipo iletrado y torpe, irresponsable, sin vergüenza y mentiroso compulsivo al mando de un nave, si se quiere que esa nave llegue a buen puerto.

Dejemos de lado el daño que hizo Casado a miles de personas cuya salud o la de sus familiares sufrió o que perdieron la vida por su boicoteo permanente al gobierno de Pedro Sánchez durante la pandemia. Seguramente, eso sea lo que menos importa a los poderes que recurren a tipos como él. Sí se han debido poner nerviosos cuando estuvo a punto de echar por tierra una reforma laboral que la gran empresa deseaba o de poner en riesgo el dinero europeo que, al fin y al cabo, van a recibir las empresas. Sí, esas empresas que financian al PP que auparon y jalearon a Casado.

En fin, la gran lección que da este político mediocre que hace lo imposible por mantenerse en el puesto a costa de destruir al PP, es muy clara: a nadie compensa recurrir a gente sin experiencia, a pillos sin más conocimientos que los de la traición y el pasilleo, sin formación, ni cultura, ni más valores que los de cualquier otro delincuente, para que se hagan cargo de responsabilidades políticas de envergadura.

Confiar en ese tipo de personas para tareas importantes se vuelve antes o después contra quien confió en ellas. Por eso creo que hay que dar las gracias a Pablo Casado: ha demostrado lo peligrosas que son las personas como él y ahora solo cabe esperar que aprendan la lección quienes tienen que aprenderla.

Juan Torres López.

sábado, 19 de febrero de 2022

_- Tongo, tongo o tonto, tonto

_- En época de elecciones los políticos casi se muestran serviles con los votantes. Todo son halagos, promesas, parabienes y sonrisas. La cercanía es constante en mítines, reuniones y encuentros de todo tipo. Necesitan hablar con el pueblo, necesitan al pueblo. Van corriendo detrás de los electores y las electoras para pedirles el voto. Lo hemos visto estos días durante la campaña electoral por la presidencia de la Comunidad de Castilla y León, mi querida tierra.

“Si te he visto, no me acuerdo”, dirán algunos bajo cuerda. Los halagos se vuelven desprecios, las promesas se olvidan, los parabienes desapareen y la cercanía se transforma por arte de magia en lejanía y olvido. Ahora ya están atrincherados en sus despachos y hace falta pedir audiencia para que te escuchen durante unos minutos.

Es cierto que no se puede generalizar. Yo no lo hago, al menos. No digo que todos los políticos sean iguales y, mucho menos, que todos los políticos sean malos. Defiendo con rotundidad la buena voluntad de muchas personas que se dedican a la política. Cuando no se manifiesta esa bondad hay que denunciarlo públicamente.

Hemos visto un caso de olvido de los intereses de los ciudadanos y ciudadanas en el proceso de votación de la Ley de Reforma Laboral. Es que no se ha hablado de la ley. De si es buena o de si es mala, de si es beneficiosa para la ciudadanía o no. De si es buena para el país o no. Y por qué. Lo que se ha hecho es convertir la ley en un arma arrojadiza contra el adversario político. Y los apoyos no se han producido por modificaciones o mejoras del texto legal sino por la concesión de prebendas a cambio del sí.

Los motivos de la oposición para rechazarla no se han basado en el análisis de la ley. Ni los de los socios de gobierno, salvo el PNV. Se han ignorado los beneficios que reporta su articulado y las consecuencias positivas que su aprobación suponía para la llegada de fondos europeos.

¿Qué importancia tenían los trabajadores y las trabajadoras, los empresarios y las empresarias? Porque ellos veían la bondad de la ley, aunque fuese mejorable. ¿Qué valor le daban a los acuerdos alcanzados por los sindicatos y la patronal? ¿Qué importancia tenían los que durante el período electoral eran tan necesarios como votantes? Lo que importa es machacar al gobierno, es destruir a Sánchez, es echar de la Moncloa a los socialistas y a los comunistas, a los independentistas y a los etarras. Les pedíamos a estos que abandonasen la vía armada y que abrazasen la vía política pero, cuando lo han hecho, siguen siendo igual de malditos. Se trataba de dar una patada a Sánchez en el culo de los trabajadores y las trabajadoras. Que sufran.

No podía creer lo que veía. Me tenía que frotar los ojos ante la pantalla del televisor para dar crédito a lo que estaba pasando en el Congreso de los Diputados.

Se trataba de votar la Ley de Reforma Laboral que habían pactado (oh, milagro) los sindicatos y la patronal. Un acuerdo importante ya que la ley en vigor se había aprobado con el rechazo de los sindicatos, en un momento de mayoría absoluta del Partido Popular. Era muy conveniente que se aprobase la Ley porque de ello dependía, como he dicho, la recepción de importantes fondos europeos.

La aritmética parlamentaria, después de negociaciones interminables, auguraba una votación ajustada: 176 síes y 173 noes. Si no había imprevistos, errores, deserciones, compra o venta de votos. Existían algunos temores. Porque dos diputados de UPN (Unión del Pueblo Navarro), los señores Sergio Sayas y Carlos García Adanero, decían que iban a votar sí por disciplina de voto, pero que su postura personal era de rechazo. ¿Cómo se pudieron fiar de ellos?

Se procede a la votación presencial a cuyos votos habría que añadir los votos que se que se habían emitido de forma telemática. Catorce votos exactamente.

Al hacer el recuento, la presidenta del Congreso, Meritxel Batet, comete un error y da por rechazada la Ley con el consiguiente alborozo, los intensos aplausos y el jolgorio de la derecha. ¿Qué es lo que aplaudían? ¿Que no se produjesen las mejoras para los trabajadores y las trabajadoras? ¿Descalificar el acuerdo social? ¿Que no llegasen los fondos europeos? Cuesta explicar tanta alegría.

Segundos después la presidenta anuncia: “Me informan los servicios de la Cámara que la Ley ha sido aprobada por 175 votos a favor y 174 en contra”. Y ahora los aplausos y el regocijo eran de los partidos del gobierno de coalición y de todos los que habían votado favorablemente. Mientras tanto, los diputados de la derecha gritaban: ¡tongo, tongo, tongo!, aunque creo que deberían haber dicho, refiriéndose a su distraído diputado:¡tonto, tonto, tonto!

¿Qué había pasado? Dos cosas que habían roto las previsiones de unos y otros.

Los dos diputados de UPN, antes citados, habían roto la disciplina de voto de su partido y, aunque habían dicho durante todo el día que iban a votar que sí, a la hora de la verdad, votaron que no. Ese cambio, del que algunos recelaban, hacía que ganase el no. 174 síes y 175 noes. La operación habría sido perfecta. La maniobra era magistral.

Pero hubo otro hecho insospechado. Un diputado del PP, Alberto Casero, se equivocó a la hora de emitir el voto telemático y en lugar de votar no, votó sí. Con lo cual el resultado era de 175 síes y 174 noes.

Los dos diputados díscolos habían traicionado a su partido ya que habían dicho que acatarían la decisión. Y habían mentido a todo el mundo, principalmente a los partidos del gobierno. Se puede invocar el voto por conciencia en algunos casos. En este, no. No se puede decir que “no le quiero lanzar un salvavidas a Sánchez”, “o no me llevo bien con el jefe de mi partido”, o “no me llamaron por teléfono”, sean cuestiones de conciencia. Ni “yo conozco lo que piensan los electores”, es un argumento que tenga que ver con la ética. Se convirtieron en tránsfugas porque fueron elegidos en listas cerradas y fueron votados por pertenecer a UPN. Es el partido el que tiene que tomar la decisión.

Y ahora vienen las reacciones. El PP, de forma visceral y alocada habla de error informático, luego de error humano subsanable, después de que no habían dejado entrar en el Congreso al Diputado Casero (¡enfermo de gravedad!, que no podía ir a votar, pero sí a reclamar), después de que no se hubiera reunido la mesa del Congreso, luego que era necesaria una comprobación telefónica invocando una norma de 2012 ya caducada, luego hablan de pucherazo, de conspiración, de fraude electoral, de prevaricación de la Presidenta de la Cámara.

Pus bien, no hay una mínima prueba de error informático, no era subsanable el error del diputado porque no se puede votar dos veces, nadie pidió la reunión de la mesa, las puertas del Congreso se cierran preceptivamente desde el inicio al final de la votación, no hubo omisión de llamada para la comprobación del sentido del voto porque esa comprobación ya se hace en el sistema de votación (“Compruebe si el sentido de su voto es correcto”, se dice en el proceso de votación), y nunca antes se ha hecho una llamada desde 2020 ya que había caducado la norma de 2012, ni es posible, cuando se ha votado telemáticamente, volver a votar presencialmente. Se podría hablar de pucherazo o complot si hubo connivencia entre el PP y la mentirosa actitud de los dos diputados de UPN. Si el señor Casero hubiera pulsado el sí, ¿estaríamos hablando de conspiración?

El PP no ha soportado esta rocambolesca derrota. Con la bonita jugada que habían preparado para ganar el partido, se desesperaron porque alguien por torpeza o despiste, metió un gol en propia puerta. Y los goles en propia puerta suben al marcador.

Y ahora vuelvo al comienzo del artículo. ¿Dónde han estado los intereses de los ciudadanos y las ciudadanas del país? ¿Cuándo se ha preocupado la oposición del interés común en esta votación? ¿En quién han pensado los tránsfugas para desobedecer la orden del partido? Si se hubiesen tenido en cuenta los intereses de la ciudanía, esta ley debería haber tenido un respaldo unánime, no digo mayoritario, digo unánime.

Tenemos que ser exigentes. En primer lugar tenemos que informarnos de lo que sucede. Y luego, analizar con rigor esa información, levantar la voz con energía y tomar decisiones racionales y justas a la hora de votar.

El Adarve

martes, 28 de septiembre de 2021

Batalla real por la democracia contra la extrema derecha

Javier Pérez Royo.

Texas está sustituyendo a California como el Estado que marca tendencia en la evolución del sistema político americano. Y lo está haciendo con la imposición de la estrategia de la extrema derecha.

En un debate organizado por The Guardian esta misma semana, Hillary Clinton mantuvo la tesis de que Estados Unidos se enfrenta a un "batalla real por la democracia" con la extrema derecha. La deriva que se ha producido en el Partido Republicano y que parece haberse no solo consolidado sino incluso profundizado después de la derrota de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales, ha situado el enfrentamiento político en esos términos.

Consciente de que es un partido minoritario y que tiende a serlo cada vez más como consecuencia de la evolución que se está produciendo en la composición de la población, que el censo de 2020 ha evidenciado, el Partido Republicano ha decidido poner en cuestión de manera preventiva cualquier resultado que arrojen las urnas. Las elecciones solamente son limpias si es el candidato republicano el que resulta elegido. En caso contrario, es que ha habido fraude electoral. La sospecha generalizada de fraude electoral es el mensaje que el Partido Republicano está enviando de manera permanente a la población con el concurso de buena parte del poder judicial.

El Partido Republicano no está dispuesto a aceptar la "legitimidad" de un Gobierno del Partido Demócrata. Está intentando evitarlo mediante la reforma de las leyes electorales de los Estados en los que gobierna, con la finalidad de dificultar, cuando no imposibilitar, que voten los ciudadanos afroamericanos, latinos y asiáticos, con lo que se garantizaría la victoria. Pero, para el supuesto que ni aún así lo consiguiera, está difundiendo el mensaje de que las elecciones no son fiables, porque el fraude electoral se ha constituido en parte del propio sistema.

La forma en que se ha puesto fin a la guerra en Afganistán ha conducido a que en la opinión pública se plantee la cuestión de si la retirada de Afganistán supone o no el fin del imperio americano (John Lee Anderson. The New Yorker. 1 de septiembre). Pero, en mi opinión, lo que está ocurriendo en Texas es un mejor indicador que el fin de la presencia militar en Afganistán.

La combinación que se ha producido en Texas de poner fin a la interrupción del embarazo como un derecho constitucional de la mujer embarazada con el concurso de la mayoría conservadora del Tribunal Supremo y la aprobación de una reforma de la ley electoral que va a hacer imposible que el Partido Demócrata pueda ganar las elecciones, es el más potente indicador de la degradación de la democracia y del consiguiente final de la hegemonía de los Estados Unidos.

Texas está sustituyendo a California como el Estado que marca tendencia en la evolución del sistema político americano. Y lo está haciendo con la imposición de la estrategia de la extrema derecha. Ya está en marcha en otros estados una estrategia similar. Y dentro de poco más de un año se celebrarán las elecciones de mitad de mandato cuyos resultados suelen ser negativos para el partido que está en La Casa Blanca.

La batalla real por la democracia contra la extrema derecha a la que se refirió Hillary Clinton en el debate organizado por The Guardian va a tener un momento decisivo en dichas elecciones. De ellas puede salir una mayoría republicana tanto en el Congreso como en el Senado, que convertiría a Joe Biden en una suerte de Jimmy Carter, es decir, un Presidente fallido, que dejaría el terreno abonado para una hegemonía del Partido Republicano de largo alcance.

Y un Partido Republicano que ya sabemos, tras la trayectoria de Donald Trump, que no está dispuesto a aceptar la alternancia en el poder. Los años de la Presidencia de Donald Trump ha erosionado el prestigio de la democracia americana de manera considerable. En dicho prestigio y no en su fuerza militar es donde residía la fortaleza de los Estados Unidos. Era el modelo de democracia a imitar.

En lo que está ocurriendo en Texas y no en lo que ha ocurrido en Afganistán es donde se está librando la guerra por la democracia contra la extrema derecha. El resultado nos afectará a todos.

sábado, 10 de julio de 2021

“Los republicanos están dispuestos a destruir la democracia para recuperar el poder”. Entrevista a Noam Chomsky

El Partido Republicano de hoy en día constituye una fuerza extremista que ya no cumple con los requisitos de un partido político en la corriente principal, y a buen seguro ya no se encuentra interesado en participar en la política “normal”. De hecho, el GOP [Grand Old Party, apelativo histórico habitual del Partido Republicano] de hoy se ciñe tanto a creencias extremas e irracionales que hasta los partidos y movimientos de la extrema derecha en Europa, entre ellos el Rassemblement National de Marine Le Pen, parecen convencionales por comparación.

La identidad política del GOP se ha visto drásticamente configurada por el expresidente Donald Trump, pero esas movimientos recientes no habrían sido posibles si no hubiera ya toda una serie de grupos que recorren la sociedad y la cultura norteamericanas (entre ellos, supremacistas blancos, cristianos evangélicos derechistas y activistas de la Segunda Enmienda [sobre el derecho a portar armas de fuego], por no mencionar más que a unos pocos) que han abrazado puntos de vista extremistas y “proto-fascistas” sobre la forma en que debería gobernarse el país y los valores que debería mantener. Para ellos, Trump era y sigue siendo la “gran esperanza blanca”. En este contexto, la base de votantes de Trump — que sigue creyendo en la idea de que les han robado las elecciones y apoya el GOP dirigido por Trump para extirpar la teoría crítica de la raza de los colegios y restringir el derecho al voto — lo dice todo sobre la naturaleza antidemocrática y amenazadora del GOP de hoy.

En la entrevista que sigue [a cargo, como es habitual en la revista Truthout, de su fiel interlocutor C. J. Polychroniou], Noam Chomsky, universalmente renombrado como activista e intelectual académico, explica lo que le ha sucedido al Partido Republicano y por qué está en juego algo más incluso que la democracia si las fuerzas “proto-fascistas” inspiradas por Trump regresan al poder.

C. J. Polychroniou: En el curso de las últimas décadas, el Partido Republicano ha experimentado una serie de transformaciones ideológicas: del conservadurismo tradicional al reaccionarismo y, por ultimo, a lo que podemos definir como “proto-fascismo”, en el que lo irracional se ha convertido en la fuerza impulsora. ¿Cómo explicamos lo que le ha ocurrido al GOP?

Noam Chomsky: Tu denominación “proto-fascismo neoliberal” me parece una caracterización bastante precisa de la actual organización política … dudo en llamarla “Partido”, habida cuenta de que podría sugerir que tuvieran algún interés en participar honestamente en la política parlamentaria normal. Más adecuado, me parece, es el juicio de de los analistas políticos del American Enterprise Institute, Thomas Mann y Norman Ornstein, de que el moderno Partido Republicano se ha transformado en una “insurgencia radical” que desdeña la participación democrática. Y eso fue antes de los martillazos de Trump-McConnell de los últimos años, que remachan la conclusión con mayor fuerza.

El término “proto-fascismo neoliberal” capta bien tanto los rasgos del actual partido como la diferenciación con el fascismo del pasado. El compromiso con la forma más brutal de neoliberalismo es evidente en el historial legislativo, y de manera crucial en la subordinación del Partido al capital privado, a la inversa del fascismo clásico. Pero los síntomas fascistas están ahí, entre ellos el racismo extremo, la violencia, el culto al líder (enviado por Dios, según el exsecretario de Estado Mike Pompeo), la inmersión en un mundo de “hechos alternativos” y un frenesí de irracionalidad. Y también de otras maneras, como en los extraordinarios esfuerzos en los estados en manos de los republicanos para suprimir la enseñanza en los colegios que no se adapte a sus doctrinas de supremacismo blanco.

Se está promulgando una legislación que prohíbe la enseñanza de la “teoría crítica de la raza”, el nuevo demonio, que substituye al comunismo y al terror islámico como plaga de la era moderna. La “teoría crítica de la raza” es la frase espantajo utilizada para el estudio de los factores estructurales y culturales sistemáticos en una horrenda historia, a lo largo de cuatrocientos años, de esclavitud y perdurable represión racista. El adoctrinamiento adecuado debe prohibir esta herejía. Lo que sucedió durante cuatrocientos años y está hoy bien vivo debe presentarse a los estudiantes como una desviación de la verdadera Norteamérica, pura e inocente, en buena medida como en los estados totalitarios bien manejados.

Lo que está ausente en el “protofascismo” es la ideología: el control estatal del orden social, incluyendo a las clases empresariales, y control del Estado en manos del Partido con el líder máximo al mando. Eso podría cambiar. La industria y las finanzas alemanas pensaron en un principio que podían doblegar a los trabajadores y la izquierda, a la vez que continuaban al mando. Aprendieron que lo que pasó fue otra cosa. La actual escisión entre el liderazgo empresarial más tradicional y el partido dirigido por Trump sugiere algo similar, pero sólo de modo remoto. Estamos lejos de las condiciones que llevaron a Mussolini, Hitler y sus secuaces.

Por lo que respecta a la fuerza impulsora de la irracionalidad, los hechos son ineludibles y deberían causar honda inquietud. Aunque no podemos concederle a Trump todo el mérito de ese logro, desde luego ha mostrado una gran habilidad a la hora de llevar a cabo una tarea que suponía un desafío: poner en práctica medidas políticas en beneficio de su electorado de gran opulencia y poder empresarial, a la vez que engañaba a las víctimas para que le venerasen como a su salvador. No es un logro baladí, e inducir una atmósfera de absoluta irracionalidad ha constituido un instrumento primordial, un requisito previo en la práctica.

Tendríamos que distinguir entre la base de votantes, hoy en día mayormente en manos de Trump, del escalón político (el Congreso), y distinguir ambos de una élite más tenebrosa que dirige realmente el Partido, McConnell y asociados.

Las actitudes entre la base de los votantes son verdaderamente siniestras. Eso, dejando aparte el hecho de que una gran mayoría de votantes de Trump cree que las elecciones fueron un robo. La mayoría cree también que “El tradicional modo de vida norteamericano está desapareciendo tan rápidamente que puede que tengamos que recurrir a la fuerza para salvarlo” y un 40 % adopta una posición más contundente: “si los dirigentes electos no protegen a Norteamérica, lo tendrá que hacer la gente misma, aunque requiera acciones violentas”. No resulta, quizás, sorprendente, cuando se informa de que una cuarta parte de los republicanos creen que “el mundo del gobierno, el de los medios de comunicación y el financiero están controlados en los EE.UU. por un grupo de pederastas que rinden culto a Satán y dirigen una red de tráfico global de niños”.

En el fondo hay preocupaciones más realistas sobre la desaparición del “tradicional modo de vida norteamericano”: un mundo supremacista blanco en el que los negros “saben cuál es su lugar” y no hay contagios de “anormales” que pidan derechos para los gais y otras obscenidades semejantes. Esa forma de vida tradicional desde luego que está desapareciendo.

Hay también elementos de realismo en las diversas teorías de la “gran substitución” que parecen consumir a buena parte de la base de Trump. Dejando aparte los absurdos sobre inmigración y conspiraciones de las élites, basta un simple vistazo a la distribución de nacimientos para mostrar que la dominación blanca va declinando.

Vale la pena recordar también las hondas raíces de esas preocupaciones. Entre los fundadores [de los EE.UU], había dos distinguidas figuras de la Ilustración, una de las cuales tenía la esperanza de que el nuevo país se viera libre de “mancha o mezcla”, roja o negra (Jefferson), mientras que la otra pensaba que a alemanes y suecos quizás se les debiera prohibir la entrada al ser demasiado “atezados” (Franklin). Los mitos de origen anglosajón predominaron a lo largo del siglo XIX. Todo esto aparte del racismo virulento y sus horrendas manifestaciones.

La preocupación por los cultos satánicos ya tiene bastante peligro, pero otras creencias profundamente irracionales son bastante más relevantes. Una de las revelaciones más amenazadoras de los últimos días fue una observación apenas advertida en el último informe de un grupo de la Universidad de Yale que sigue atentamente las actitudes respecto al cambio climático, ese eufemismo para el calentamiento del planeta que acabará con la vida humana organizada, a menos que pueda ponerse pronto bajo control. El informe descubrió que “En el ultimo año se ha producido un brusco descenso en el porcentaje tanto de republicanos liberales/moderados como de republicanos conservadores que creen que debería ser una prioridad del presidente y el Congreso desarrollar fuentes de energía limpia. Las actuales cifras representan un bajón absoluto desde que empezamos a realizar la encuesta en el año 2010”.

Entretanto, todos los días hay noticias que ofrecen información sobre nuevos desastres potenciales: así, por ejemplo, la publicación este 11 de junio de estudios que informan del derrumbe acelerado de un inmenso glaciar antártico que podría elevar el nivel del mar casi 50 centímetros, además de los recordatorios por parte de los científicos que avisan de que “El futuro está todavía abierto al cambio… si la gente hace lo necesario para que cambie”.

No cambiará mientras prevalezcan estas actitudes de las que se informa. A menos que se superen, eso podría suponer una sentencia de muerte si la actual estrategia del Partido Republicano tiene éxito en devolver a los desguazadores al poder. La estrategia es sencilla: sin que importe el daño que se haga al país y a su propia base de votantes, hay que asegurarse de que la administración no pueda hacer nada para poner remedio a graves problemas internos y embestir con una legislación al estilo Jim Crow [conjunto de leyes sureñas posteriores a la Guerra Civil norteamericana destinadas a impedir el voto de la población negra] para bloquear el voto de la gente de color y de los pobres, contando con la aquiescencia del poder judicial que McConnell y Trump han conseguido instalar.

El Partido no es un caso perdido. Los demócratas han contribuido al no conseguir ofrecer una alternativa constructiva que responda a las necesidades y justas aspiraciones de muchos de los que se han sumado en masa a las filas de Trump. Eso puede cambiar. Por ende, están cambiando las actitudes entre los republicanos más jóvenes, e incluso entre los jóvenes evangélicos, parte central de la base republicana desde los años 70.

Nada es irremediable.
En relación al escalón político, poco podemos decir. Con excepciones marginales, han abandonado cualquier apariencia de integridad. Las actuales votaciones constituyen un indicativo claro: total oposición republicana a medidas a favor de las cuales saben que están sus votantes, con el fin de garantizar que la administración Biden no llegue a nada.

La capitulación más abyecta del escalón político fue la del calentamiento global. En 2008, el candidato republicano a la presidencia, John McCain, tenia una propuesta limitada sobre el clima en su programa, y los republicanos del Congreso estaban considerando una legislación aneja. El conglomerado energético de los Koch [donantes más desmesuradamente opulentos de los republicanos] respondió en bloque y se extinguió toda chispa de independencia. Eso quedó muy en evidencia en las últimas primarias republicanas de 2016, antes de Trump: negación al 100 % de que esté pasando lo que está pasando, o algo peor, afirmando que tal vez sí, pero nosotros vamos de cabeza al desastre sin disculparnos (tal como afirmó John Kasich, a quien por su integridad se honró invitándole a hablar en la Convención Demócrata de 2020).

No se me ocurre ninguna objeción a lo que afirmas, pero me encuentro un poco desconcertado por la insistencia de Biden en tratar de llegar a acuerdos con los republicanos en algunas de las cuestiones de importancia a las que se enfrenta el país. ¿No es una quimera el enfoque bipartidista?

No del todo. El líder de la mayoría demócrata, Chuck Schumer, sí que logró un triunfo del enfoque bipartidista. Abandonando un compromiso anterior con la legislación sobre cambio climático, Schumer se unió al republicano Todd Young para esconder un programa limitado de política industrial dentro de un proyecto de ley de los de “odio a China” que apelaba a sentimientos chovinistas compartidos. Los republicanos se aseguraron de que esos componentes significativos, como la financiación de la National Science Foundation se vieran reducidos. Young celebró ese triunfo declarando que “cuando futuras generaciones de norteamericanos dirijan la vista hacia nuevas fronteras”, no verán allí “plantada una bandera roja”, sino la nuestra, roja, blanca y azul. Qué mejor razón podría haber para revivir la manufactura nacional a la vez que se intenta socavar la economía china…en un momento en el que la cooperación es condición sine qua non de la supervivencia.

Mientras tanto, el Departamento de Defensa de Biden está reorientando recursos y planificación hacia la guerra con China, una forma de locura que apenas recibe atención, analizada con detalle en el Número 1 del Comité por una Política Juiciosa entre EE.UU y China, del 11 de junio de 2021.

Trump ha transformado el Partido Republicano en culto a la personalidad. ¿Es esta la razón por la que los líderes republicanos han bloqueado la creación de una comisión que investigue el asalto del 6 de enero al Capitolio?

Trump ha copado la base de los votantes, pero el escalón político se enfrenta a una disyuntiva. Durante mucho tiempo, la élite del Partido ha sido un club de ricos, indulgente con el poder empresarial más todavía que los demócratas, incluso después de que los demócratas abandonaran a la clase trabajadora en los años 70, convirtiéndose en un partido de Wall Street y los profesionales pudientes. El mundo empresarial estaba dispuesto a tolerar las payasadas de Trump mientras les sirviera lealmente, con cierto disgusto, puesto que manchaba la imagen que proyectan de “grandes empresas con alma”. Pero para sectores de importancia, el 6 de enero [fecha del asalto al Congreso] ya fue demasiado.

Los tipos como McConnell que dirigen el Partido se ven atrapados entre una furiosa base de votantes cautiva de Trump y los dueños de la economía a los que sirven. Una comisión de investigación, de ser honesta en algo, habría agrandado esta grieta, para la que han de encontrar un modo de sutura, si el Partido, tal cual es, ha de sobrevivir. Así que, mejor cancelarla.

Las mentiras, la propaganda y la restricción del derecho al voto se han convertido en los principios de gobierno del GOP de hoy en día. ¿Hasta qué punto van a funcionar en provecho del Partido Republicano y qué repercusiones tendrán en el actual clima político en general y en el futuro de lo que sea que quede de democracia en los EE.UU. en particular?

La estrategia de Trump, enormemente eficaz, de legitimar “hechos alternativos” se basaba en un interminable aluvión de mentiras, pero entre los escombros flotaban una cuantas declaraciones veraces. Una de ellas es que los republicanos no pueden ganar nunca unas elecciones limpias. Eso es un verdadero problema para el club de los ricos. Resulta difícil conseguir votos con el lema: “Te quiero robar. Vótame”. Eso deja sólo unas pocas opciones. Una consiste en impedir que vote la “gente equivocada”. La otra consiste en configurar el programa del Partido de manera que las medidas políticas queden ocultas por las apelaciones a “cuestiones culturales”. Y ambas se han perseguido activamente. Trump les dio a estas prácticas un giro particularmente vulgar, pero no las inventó él.

La actual oleada de legislación republicana al estilo Jim Crow resulta comprensible: La observación que hace Trump es precisa, y es probable que lo sea todavía más en el futuro con los cambios demográficos y la tendencia de los votantes más jóvenes a favorecer la justicia social y los derechos humanos, también entre los republicanos. Esos esfuerzos se han vuelto más factibles después de que el Tribunal [Supremo presidido por] Roberts vaciara la Ley de Derecho al Voto [Voting Rights Act] con la sentencia Shelby de 2013, que “preparó el escenario para una nueva era de hegemonía blanca”, tal como observó correctamente Vann Newkirk.

El desplazamiento de las medidas políticas por las “asuntos culturales” se remonta a la estrategia sureña de Nixon. Cuando los demócratas empezaron a apoyar una tibia legislación de derechos civiles, Nixon y sus asesores se dieron cuenta de que podia desviar el voto del Sur hacia los republicanos con apelaciones racistas, apenas disfrazadas.

Con Reagan había poco disimulo; la retórica y las prácticas racistas le salían de forma natural. Paul Weyrich, estratega nacionalista cristiano, convenció fácilmente a la dirección política de que, abandonando sus anteriores posiciones “pro-choice” [proabortistas] y pretendiendo oponerse al aborto, podían recoger el voto católico del Norte y el voto evangélico de reciente politización. A la mezcla se le sumó pronto la afición a las armas, que ahora llega a inquietantes absurdos como la reciente decisión que revoca la prohibición de los fusiles de asalto en California, de[l juez Roger] Benítez, fusiles, que son, al fin y al cabo, no muy diferentes de las navajas del ejército suizo [de acuerdo con Benítez]. Trump le añadió algo más a la mezcla. Como sus colegas demagogos de Europa, entendió bien que se puede utilizar a los refugiados para azuzar pasiones y miedos xenófobos. Sus apelaciones racistas también rebasaban lo normal.

Trump ha mostrado cierto genio a la hora de instilar venenos que discurren no muy por debajo de la superficie de la cultura y la sociedad norteamericanas. Por esos medios logró adueñarse de la base de votantes republicana. La dirección del Partido anda dedicada a la estrategia obstruccionista de sacrificar los intereses del país con el fin de recuperar el poder. Esto deja al país sólo con un partido político que funcione [el Partido Demócrata], desgarrado él mismo entre un liderazgo neoliberal y una base de votantes más jóvenes que son socialdemócratas.

Tu frase “lo que sea que quede de la democracia norteamericana” resulta pertinente. Por muy progresista que pudiera haber sido en el siglo XVIII — y habría mucho que decir sobre eso —, con los baremos de hoy la democracia norteamericana tiene profundas fallas en aspectos que para el principal Fundador, James Madison, ya iban poniéndose de manifiesto hacia 1791, cuando le escribió a Jefferson deplorando “la osada depravación de los tiempos”, pues los “agiotistas se convierten en la horda pretoriana del gobierno…a la vez sus instrumentos y su tirano; sobornado con sus larguezas, e intimidado por sus clamores y combinaciones”.

Esa bien podría ser una descripción de los últimos años, sobre todo a medida que el ataque neoliberal tenia como consecuencia completamente previsible poner el gobierno todavía más bajo el mando de concentraciones de poder privado que antes. Las “larguezas” resultan demasiado familiares como para tener que analizarlas. Una amplia investigación de las ciencias políticas más centrales ha demostrado que los “clamores y combinaciones” han dejado a la mayoría de los votantes sin representación, pues sus propios representantes hacen caso de las voces de los superricos, de opulentos donantes y cabilderos de grandes empresas.

El estudio más reciente, recurriendo a sofisticadas técnicas de inteligencia artificial disipa “las nociones de que la opinión de alguien sobre la política pública, fuera del 10% más elevado de norteamericanos opulentos, ayude a explicar esa política”. Thomas Ferguson, destacado especialista académico del poder de las “herramientas y tiranos” del gobierno, concluye que: “Conocer el área política, las preferencias del 10 % en lo más alto y las opiniones de un puñado de grupos de interés basta para explicarlos los cambios de política con una exactitud impresionante”.

Pero permanecen algunos vestigios de democracia, después incluso de los ataques neoliberales. No por mucho tiempo, probablemente, si el “proto-fascismo” neoliberal amplía su ascendiente.

Pero el destino de la democracia no tendrá en realidad gran importancia si los “proto-fascistas” recuperan el poder.

El medio ambiente que sostiene la vida no puede aguantar por mucho tiempo a los desguazadores de la era Trump del declive. Pocas cosas más tendrán importancia si se rebasan los puntos de inflexión irreversibles.

Noam Chomsky profesor laureado de la Universidad de Arizona y catedrático emérito de Lingüística del Massachusetts Institute of Technology, es uno de los activistas sociales más reconocidos internacionalmente por su magisterio y compromiso político. Su libro más reciente es “Climate Crisis and the Global Green New Deal: The Political Economy of Saving the Planet”.

Fuente: 
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domingo, 28 de marzo de 2021

Gloriosa entrepierna la del PP: le cabe todo

Publicado en La VozdelSur.es el 8 de marzo de 2021. Ganas de Escribir

El Partido Popular tiene mérito. Lo tiene, porque no es fácil decir una cosa y hacer lo contrario constantemente sin venirse abajo. Porque afirmar algo y prácticamente al mismo tiempo defender una tesis distinta sin inmutarse requiere mucha autoestima y sangre fría. Tiene mucho mérito el ser capaz de mantener durante tantos años, como hizo de nuevo José María Aznar hace unos días en televisión, lo que es manifiestamente contrario a lo que los demás han podido comprobar con sus propios ojos que no es así.

Hay que tener una gran habilidad para desplegar unos cuantos papeles sin enseñar su contenido delante de los periodistas, como hizo en su día Casado, para decir que con ellos demostraba la rigurosidad de sus títulos universitarios sabiendo que allí no podía haber nada escrito que demostrase la mentira que sobre ellos había urdido durante años. O para proporcionar datos falsos un día tras otro en la tribuna de oradores del Parlamento, donde se recoge literalmente y para siempre todo lo que se dice, como ha hecho tantas veces y ha quedado demostrado. Hay que tener mucho aplomo y capacidad para dejar a un lado, en esos casos, la vergüenza y no perder la mirada ni volver la cara.

En fin, hay que reconocer abiertamente que el PP ha hecho cierto lo que decía Emil Cioran: la mentira es una forma de talento.

Un talento, eso sí, que emponzoña España y destroza la convivencia entre los españoles, en beneficio de los mismos que se han apropiado de ella siempre.

Mentir y convertir la realidad en una circunstancia meramente acomodaticia a lo que conviene decir en cada momento tiene una causa que es a la vez consecuencia: establecer un estado de cosas en donde todo vale. Lo que anhela cualquier bandido.

El Partido Popular se presenta siempre como el gran valedor de la Constitución, el cofre sagrado donde descansan los valores de la libertad y la democracia, la garantía de que nuestras instituciones más valiosas se respeten y conserven. Pero se salta a la torera la Constitución cuando le conviene, se financia y actúa al margen de las leyes democráticas, cercena libertades elementales de los demás cuando gobierna y solo respeta las instituciones cuando las controla mientras que las boicotea cuando no tiene en ellas suficiente mayoría.

Una de las manifestaciones más vergonzosas de esa infamia se viene dando en la negativa del PP a negociar la renovación del Consejo Superior del Poder Judicial, donde jueces de su confianza y a su servicio le proporcionan seguridad y protección jurídica a la hora de hacer frente a los diversos procesos que tiene abiertos por sus prácticas corruptas. Un «fraude constitucional«, en palabras de Javier Pérez Royo, cometido por quien dice ser el máximo y más sincero defensor de la Constitución.

El PP no solo está permitiendo que miembros de ese Consejo cuyo mandato ya ha cesado sigan tomando decisiones, sino que se está beneficiando de ello.

En Andalucía, sin embargo, hace lo contrario. Aquí lo que boicotea no es la prórroga de la Cámara de Cuentas, pues ahora que disfruta de mayoría le conviene que se realice cuanto antes, sino su funcionamiento. Niega lo que hace y dice en Madrid y defiende que no es legítimo que el órgano tome decisiones si hay alguna interinidad.

El comportamiento del PP y sus monagos en Andalucía no se justifica por un simple criterio formal. Da la casualidad de que el bloqueo a la Cámara de Cuentas se produce cuando se iba a emitir un informe que podría poner de relieve que el gobierno del Partido Popular tiene sobre sus espaldas los mismos cargos y defectos que criticó con inusitada virulencia al gobierno del PSOE. Parece que al PP no le gusta que se sepa que su gobierno ha mantenido un volumen muy elevado de facturas sin pagar, como suele decirse, escondidas en los cajones. Seguramente, no porque haya deseado hacerlo así, como tampoco lo desearía el PSOE, sino porque gobernar sin recursos suficientes y en la precariedad permanente impide hacer las cosas como uno quisiera o, en este caso, pagar todo lo que se debe en el momento preciso.

Lo criticable, en justicia, no es que el PP no haya tenido más remedio que actuar como el PSOE, apurando al máximo el dinero disponible pero sin poder solucionar o pagar todo lo que se pone por delante. Lo deleznable es la doble vara, la moral de goma del Partido Popular que le permite azotar sin piedad a los demás y mentir para ocultar que cuando le toca hace exactamente lo mismo que critica en la oposición.

Todo eso se puede hacer porque en España no disponemos de ningún mecanismo que obligue a nuestros gobernantes y representantes a rendir cuentas de lo que hacen y dicen. Se afirma que las rinden cuando se presentan de nuevo a las elecciones pero no es cierto que esa sea una forma de hacerlo que pueda evitar que tantos políticos conviertan a la mentira y el cinismo en su instrumento cotidiano. A las pruebas me remito.

La democracia -por muy limitada que sea- es el mejor sistema que conocemos para que se revelen las preferencias de la población. Por eso es incompatible con el engaño y la doble moral que constantemente practica el Partido Popular porque entonces se falsea la percepción y la expresión de las preferencias ciudadanas.

Tiene mucho mérito, como decía al principio, que a los dirigentes del Partido Popular no les cruja la cara cada vez que mienten o al hacer lo mismo, cuando gobiernan, que lo que critican con tan mala sangre cuando están en minoría. Causa admiración que su entrepierna sea un arco del triunfo de tamaña desmesura, capaz de que pasen limpiamente bajo él tantos carros y carretas. Pero es triste que se esté pasando por ahí a la Constitución que dice defender, a media España y a la democracia.

Juan Torres López   

lunes, 9 de noviembre de 2020

_- El problema no es Donald Trump

_- Hace cuatro años escribí en este periódico, (La Opinión de Málaga) a petición de su Director, un artículo sobre la elección de Donald J. Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. Después de cuatro años de mandato, el artículo cobra mayor fuerza. Porque resulta increíble, a mi juicio, que más de 65 millones de votantes, hayan apoyado ahora con su voto una gestión tan calamitosa (más de 22000 mentiras según el Washington Post, desprecio por la lucha contra el cambio climático, enriquecimiento ilícito, pésima actuación ante la pandemia, prepotencia a raudales, defraudación a la Hacienda Pública, paralización de la reforma sanitaria de Obama, olvido de los desfavorecidos, dureza en el trato a los inmigrantes, abuso de poder, instalación de un estilo chabacano en la Casa Blanca…). Resulta increíble que, después de esos cuatro años de mandato, hayan tenido lugar unas elecciones reñidas, ajustadas en sus resultados. Pensé que el candidato demócrata, fuera el que fuera, se llevaría la victoria de calle. Y no ha sido así. ¿Cómo es posible?

La reacción del candidato republicano proclamando su victoria en la noche electoral antes de que se hubiera terminado el recuento, su afirmación de que no abandonará la Casa Blanca de forma pacífica, su acusación sin prueba alguna de “gran fraude a la nación” cuando ve que su adversario gana terreno, su insistencia en que se detenga el recuento de votos, la agitación de sus seguidores…, dejan al descubierto la catadura moral del todavía Presidente. El apellido de Trump (estuve no hace mucho en su impresionante torre de Nueva York) me lleva de forma inevitable al adjetivo ”tramposo”. Voy a hacer lo que nunca he hecho. Voy a reproducir aquel artículo porque tiene hoy una mayor vigencia, ya que los millones de votantes de Trump apoyan ahora no solo promesas electorales (muchas no cumplidas, por cierto) sino políticas y formas de actuación detestables. Esto decía hace cuatro años. Ahora lo subrayan los hechos.

“El que haya una persona (un personaje) como Donald Trump no es un problema para una sociedad. No. No es un problema inquietante para un país ni para el mundo el hecho de que haya un individuo xenófobo, racista, machista, zafio, autoritario, descortés, grosero, mentiroso, violento… El problema es que ese individuo pueda convertirse en candidato a la presidencia del país más poderoso del mundo y que, posteriormente haya sido elegido como el 45º Presidente de su historia.

El problema es, pues, que este personaje insolente y provocador haya sido elegido por millones de votantes entusiastas. Le han votado mujeres a pesar de que han aparecido testimonios más que evidentes de su machismo y de su grosería. ¿Cómo es posible ese inusitado fervor tras los carteles “Women for Trump”? Sería más oportuno enarbolar una pancarta con estos lemas: “Mi opresor tiene razón”. “Mi verdugo es maravilloso”. “Mi maltratador es admirable”. La actriz Susan Sarandon, que lo apoya, ha dicho que ella no vota con la vagina. Pues con la cabeza creo que tampoco. ¿Qué les pasa a las mujeres americanas que no quieren que haya por primera vez una mujer en la presidencia de su país? ¿No sería un avance respecto a ese maldito androcentrismo que causa tantos daños?

Le han votado mexicanos a los que ha despreciado de forma insistente y vergonzosa. Le han votado inmigrantes a los que ha tratado de delincuentes. Le han votado negros a los que ha maltratado verbalmente. Y le han votado a él. Digo esto porque el voto no se le ha dado al Partido Republicano sino a su persona y figura. A los valores que él defiende y representa. Para echarse a temblar.

¿Cómo puede obtener un solo voto un candidato que dice que, aunque matase a alguien de un tiro en la Quinta Avenida, sería igualmente apoyado? ¿Cómo puede tener un solo voto alguien que dice que no aceptará los resultados si no es él el ganador? ¿Cómo puede ser votado alguien que afirma que las mujeres se dejan arrastrar a gusto por el fango a manos del hombre que tiene fama, dinero y poder? ¿Qué tipo de democracia defiende? ¿Qué tipo de sociedad desea? ¿En qué tipo de valores cree?

Todas estas inquietudes desembocan en una preocupación que, siempre que tiene lugar un fenómeno de este tipo, se me presenta en forma de pregunta acuciante: ¿para qué les ha servido la escuela a los votantes de Donald Trump? ¿Cómo razonan, cómo argumentan, como analizan la realidad, cómo se comprometen con ella?

En el año 2001 escribió Philippe Perrenoud un artículo titulado “L´école ne sert à rien” (La escuela no sirve para nada”). Confieso que cuando leí el título me quedé noqueado. Según esa afirmación habría tirado mi vida por las alcantarillas de la historia. Desde los 19 años he trabajado en la escuela.

El artículo apareció en “La Tribune de Genève”. Es tan breve como contundente. En él dice que de los doce dignatarios nazis que decidieron construir las cámaras de exterminio, más de la mitad tenía un doctorado. De donde se deduce que un alto nivel de instrucción tiene muy poco que ver con el orden de la ética. Y en él hace referencia el sociólogo suizo a los electores y electoras del país americano. Traduzco del francés:

“Los acontecimientos recientes demuestran de manera dramática que se puede tomar a los ciudadanos por imbéciles y tener todas las posibilidades de ser aclamado en las elecciones. Y así el 90% de los americanos mantienen a un presidente (se refiere a George Bush) del que la historia dirá, a buen seguro que ha profundizado la fractura entre el Norte y el Sur, entre el cristianismo y el islam, entre los ricos y los desheredados. La escalada del terror es escondida por los aplausos del pueblo, de modo que la condena del terrorismo impide percibir sus causas profundas y la parte de responsabilidad de los Estados Unidos. Ben Laden no es más que un síntoma de un mundo injusto, que la política de los países ricos reproducen. Para qué le ha servido la escuela a los americanos si la emoción y el nacionalismo atrofian el juicio de las personas instruidas?”.

La escuela tiene, a su juicio, dos finalidades Primera: desarrollar la solidaridad y el respeto al otro sin los cuales no se puede vivir juntos ni construir un orden mundial equitativo. Y segunda: construir las herramientas para hacer el mundo inteligible y ayudar a comprender las causas y las consecuencias de la acción, tanto individual como colectiva. Por eso concluye: “el sistema educativo está lejos de alcanzar sus objetivos fundamentales”.

Algo falla, pues. O la escuela no ha cumplido bien su misión o los escolares han traicionado lo que han aprendido durante todos los años de escolaridad.

Sé que puede parecer petulante creer que quien no piensa como tú está peor formado. Pero es que, en este caso, el candidato era tan esperpéntico, tan bruto, tan desconsiderado, tan despótico, tan caprichoso, tan demagógico, tan machista, tan ególatra, tan violento, tan agresivo… que cuesta entender las razones que hay detrás del voto.

Insisto, el problema no es Donald Trump. El problema es la enorme masa de votantes de Donald Trump. Apareció como un payaso en un circo y se ha convertido en el tigre del circo que ha devorado los valores de respeto, igualdad, justicia, solidaridad, apertura y libertad que son la esencia de la democracia. Donald Trump, Presidente. Que Dios nos ampare”.

Hasta aquí el artículo de hace cuatro años. Ahora añado algunas peguntas más que inquietantes: ¿qué le hace falta a algunos votantes para rechazar a un candidato?, ¿qué tiene que decir y qué tiene que hacer o dejar de hacer para ver que es un peligro público?, ¿cómo explicar la euforia de los votantes de Donald Trump y su rechazo a los resultados que dan como ganador a su adversario?, ¿cómo justificar ese mal perder del que están haciendo gala?

Tengo tres explicaciones, que se han fortalecido en estos cuatro años: falta de educación, falta de educación y falta de educación. En el sentido más profundo de la palabra.


domingo, 4 de octubre de 2020

Chile y los «dueños del poder real»

Por Carlos Fernández Liria | 30/10/2020 | Opinión

Fuentes: Público [Foto: Centenares de personas celebran en las calles de Valparaíso el resultado del referéndum en Chile por la reforma de la Constitución. REUTERS/Rodrigo Garrido]

A mis alumnos siempre les digo que para comprender en general la historia del siglo XX, para hacerse cargo de la relación entre ciudadanía, democracia y capitalismo, para entender, en suma, las dificultades a las que siempre se ha enfrentado el proyecto político de la Ilustración, desde que la burguesía logró derrotarlo imponiendo su contrarrevolución francesa en 1794, incluso para entender a Carl Schmitt y a Hannah Arendt, o para que Habermas o Savater no te empujen a decir demasiadas tonterías, para todo esto y más, conviene que vean La batalla de Chile (1), la famosa película de Patricio Guzmán.

Este 25 de octubre, el pueblo chileno ha conquistado, por fin, el derecho a romper con el legado de Pinochet. Han pasado casi 50 años desde el golpe de Estado que, en 1973, acabó con la democracia chilena y con la vida de su presidente Salvador Allende. Es verdad que, ya en 1990, Pinochet había aceptado el resultado de las elecciones que él mismo se había visto obligado a convocar, y había traspasado el poder a Patricio Aylwin, que sería así, según nos dice la Wikipedia, el «primer presidente democráticamente elegido» tras la dictadura. Así más o menos se le quiere recordar. La verdad es que este señor, un senador demócrata cristiano, aplaudió, apoyó y vitoreó el golpe de Estado de Pinochet. La verdad es que la democracia cristiana había perdido las elecciones, porque las ganó Allende. Y no estaban acostumbrados a eso. Esa gente trabajó sin descanso para dar cobertura a un golpe de Estado militar que pusiera remedio a tan grave equivocación de los votantes chilenos. Una vez corregido este desliz popular, una vez escarmentado el electorado con miles de torturados, desaparecidos y represaliados, estos vampiros que se autodenominaban cristianos, empezaron a tomar posiciones más equidistantes, distanciándose hipócritamente de la dictadura y preparándose para el futuro que finalmente llegó. En 1990 ganaron por fin las elecciones, que habían perdido en 1970. Y encima, había que celebrarlo como la resurrección de la democracia.

Esto es lo que, en otros sitios, he llamado «la ley de hierro de la democracia en el siglo XX». No la descubrió Habermas, ni tampoco Hannah Arendt, ni mucho menos Fernando Savater. La formuló al desnudo Augusto Pinochet cuando, el 17 de abril de 1989, declaró que «estaba dispuesto a respetar el resultado de las elecciones con tal de que no ganaran las izquierdas». Al contrario de lo que dijo el editorial de El País al día siguiente, tales declaraciones no tenían nada de «pintorescas». Era la lógica Aylwin, la lógica del que finalmente ganó las elecciones, y la lógica general que presidió la democracia durante todo el siglo XX: las izquierdas tuvieron derecho a presentarse a las elecciones, pero no a ganarlas. Lo mismo que ocurrió en España en 1936. Aquí tardamos 40 años en pagar el crimen de haber votado a la izquierda. Y luego hemos cargado con las consecuencias. Tras 40 años de represión no se vuelve a ser el mismo. En 1978 no se devolvió el poder a la República y al Frente popular, sino que se convocaron elecciones y, naturalmente, las ganó la centroderecha, como era de esperar tras cuatro décadas de escarmiento. Lo que pasó en Chile. Tras década y media de torturas, el pueblo ya había sido suficientemente aleccionado: ya no se podía devolver el poder a Allende y a la Unidad Popular, se votó sobre un campo de cadáveres. Y ganaron, por supuesto, los moderados, los mismos demócratas cristianos que habían alentado el golpe de Estado cuando perdieron las elecciones en los años setenta. Jamás se hará un mejor retrato de esta gente que el que hizo la Polla Records: «Hinchado como un cerdo, podrido de dinero, ¡cómo hueles! / Hiciste nuestras casas al lado de tus fábricas / Y nos vendes lo que nosotros mismos producimos / Eres demócrata y cristiano, eres un gusano/ ¡Cristo, Cristo, qué discípulos!»

Esta «ley de hierro de la democracia», antes que Pinochet, ya la había formulado el gran jurista del siglo XX Carl Schmitt, que era un nazi, pero que no tenía un pelo de tonto y, además, precisamente porque era un nazi, no tenía muchas ganas de disimular y de mentir, como no han parado de hacer nuestros apologetas de la democracia y el Estado de derecho (siempre que no ganen las izquierdas, por supuesto). Lo dijo en 1923: «Seguro que hoy ya no existen muchas personas dispuestas a prescindir de las antiguas libertades liberales, y en especial de la libertad de expresión y de prensa. Pero seguro que tampoco quedarán muchas en el continente europeo que crean que se vayan a mantener tales libertades allí donde puedan poner en peligro a los dueños del poder real.» Estaba hablando del parlamentarismo. ¿Quién va a estar en contra del parlamentarismo? Seguro que nadie… ¿pero habrá alguien tan ingenuo de pensar que las libertades parlamentarias se van a mantener si algún día osan legislar contra «los dueños del poder real», contra los poderes económicos, en definitiva? Ah, claro que sí, el 90% de nuestros intelectuales funcionan así, con esa insensata ingenuidad oportunista. Mientras no ganen las izquierdas (o mientras las izquierdas no estén dispuestas a tocar los intereses de los que detentan el poder económico), da gusto declararse progresista y de izquierdas. Si ganan las izquierdas, no tanto, porque entonces te torturan, te matan y te desaparecen.

Esta es la terrible realidad del siglo XX. Así fue todo el rato. Nos lo había advertido un nazi: la democracia se tolera con tal de que no sirva para nada, si no… se acabó lo que se daba. Y nos lo confirmó ese gran filósofo político que fue Augusto Pinochet: los comunistas tenían derecho a presentarse a las elecciones, pero si las ganaban, así lo expresó con todas sus letras, «¡se acabó la democracia!». Y lo más divertido es que luego no ha parado de repetirse que los socialistas y los comunistas nunca hemos tenido respeto por la democracia. Que allí donde hemos gobernado nunca hemos sido democráticos. Que el «socialismo real» nunca fue democrático. Pues sí, eso es cierto, sólo que se podría haber añadido: cuando el socialismo intentó ser democrático, cada vez que intentó llegar al poder mediante unas elecciones, cada vez que intentó conservar todas las garantías constitucionales y trabajar parlamentariamente por el socialismo, siempre vino a ocurrir lo mismo: que un golpe militar acabó con la democracia, el parlamentarismo, la división de poderes y la libertad de expresión. Estos son los límites de la democracia bajo condiciones capitalistas, un paréntesis entre dos golpes de Estado, en el que ganan las derechas (o las izquierdas de derechas).

Hubo una inmensa excepción que confirma la regla. Lo que ocurrió en Europa tras la segunda guerra mundial, lo que se ha venido en llamar «el espíritu del 45» (por recordar la excelente película de Ken Loach). En realidad, la guerra había sido gestionada de forma socialista. Y si el socialismo había permitido ganar la guerra, podía también ganar la paz. Y así pareció que podía ser durante algunas décadas, hasta que, a partir de 1979, Reagan y Thatcher acabaron con ello. El Estado del Bienestar europeo fue, sin duda, un experimento socialista de primer orden. Fue la demostración fáctica innegable de que el socialismo es mucho más compatible con la democracia y el Estado de derecho que el capitalismo y el libre mercado. Hasta que lo asesinaron, el primer ministro de Suecia Olof Palme no dejó de luchar por un modelo económico que hoy en día sería considerado muy a la extrema izquierda del de Unidas Podemos. Un modelo que estaba resultando más exitoso cuanto más se lo radicalizaba.

Pero este éxito no es una excepción a la citada ley de hierro del siglo XX. Es más bien su confirmación a escala más amplia. Para comprobarlo, hay que comenzar por desmentir algunas leyendas. Para empezar, la de que Hitler ganó las elecciones en 1933. No, Hitler nunca ganó las elecciones, como tantas veces se pretende cuando quiere alertarse de los peligros de que ganen las izquierdas. Me limito a citar un espléndido artículo que Andrés Piqueras publicó en este mismo periódico hace ya años: «Hitler fue aupado políticamente y en enero de 1933 nombrado a dedo canciller por la gran industria y Banca alemana (los Bayer, Basch, Hoechst, Haniel, Siemens, AEG, Krupp, Thyssen, Kirdoff, Schröder, la IG Farben o el Commerzbank, entre otros), utilizando para ello la figura del presidente de la República, Hindenburg. Apenas un mes después el nuevo canciller provocó el incendio del Reichstag y acusó a los comunistas de haberlo hecho para conseguir que se dictara el estado de excepción, a partir del cual desató una fulminante represión contra las organizaciones de los trabajadores, cuyos partidos políticos juntos (KPD -comunistas- y SPD –socialistas-) le habían superado con creces (unos 13 millones de votos contra 11 y medio). Ilegalizó al KPD y prohibió toda la prensa y la propaganda del SPD. Después, el 6 de marzo, convocó unas elecciones y entonces ya sí, claro, las ganó». Luego, se autoproclamó Jefe del Estado. En resumen: cuando «los dueños del poder real» vieron que podían perder las elecciones, decidieron recurrir a los nazis, para que les quitaran de encima a esos «comunistas». Y provocaron una guerra mundial, durante la cual, aprovecharon para exterminarlos en campos de concentración, junto a los judíos y a los gitanos.

La otra leyenda que conviene desenmascarar es la de que fueron los aliados comandados por EEUU los que ganaron la segunda guerra mundial. No, ocurre que fueron precisamente los comunistas los que la ganaron en toda Europa. Tanto por el avance de las tropas soviéticas, como por la resistencia interna, que en casi todos los países fue protagonizada por los comunistas. Fueron los comunistas los que salvaron la democracia contra los nazis. Se entiende así que, al acabar la segunda guerra mundial, estaban en muy buenas condiciones para negociar una paz acorde, como hemos dicho, con el «espíritu del 45», que era contundentemente socialista.

De modo que el socialismo, el de verdad, no el que tenemos ahora, dio muy buenos resultados democráticos cuando pudo sostenerse sin guerras ni golpes de Estado. Esta es la tercera leyenda que hay que desmentir, la de que el socialismo «real» siempre ha sido incompatible con la democracia. En la fórmula «socialismo real» no sólo habría que incluir a los países que, como Cuba, lograron defender el socialismo por la fuerza de las armas, sino a los países que, como Chile, lo intentaron por la fuerza de la democracia y fueron castigados por ello acabando con la democracia. Hay varias decenas de casos en el siglo XX que son ejemplos de ello, sin ir más lejos, España en 1936.

Así pues, la historia de Chile puede muy bien instruirnos para sopesar los pilares sobre los que se asienta nuestro propio sistema democrático, y alentarnos a hacer una pregunta crucial: ¿realmente hemos logrado constitucionalizar, es decir, someter a legislación, a los «dueños del poder real», es decir, a los poderes económicos que serían capaces de suspender el orden constitucional y acabar con la democracia si se vieran amenazados por el Parlamento? Muy al contrario, les hemos dado carta blanca introduciendo en nuestra Constitución el artículo 135. Ahora, los golpes de Estado financieros ya no necesitan de los tanques, como dijo Yanis Varoufakis, cuando en 2015 se le forzó a dimitir como ministro de economía. Una historia parecida a la que ocurrió en Alemania en 1990, cuando una insensatez de los votantes había logrado que nombraran ministro de hacienda a Oskar Lafontaine, una inmensa victoria para la izquierda. El sueño no duró ni un mes. El presidente de la Mercedes Benz amenazó con trasladar toda su producción a los EEUU si no se le destituía de ipso facto y en seguida quedó claro quiénes eran «los dueños del poder real». Como decía Carl Schmitt, el nazi, el poder no lo detenta quien lo ejerce, sino quien te puede cesar por ejercerlo.

Si las democracias europeas no logran encontrar la vía para constitucionalizar la vida económica, nuestros parlamentos estarán siempre secuestrados y amenazados. Continuaremos viviendo en un nuevo Antiguo Régimen, sometidos al arbitrio de corporaciones privadas, verdaderos poderes feudales, capaces de anonadar cualquier espacio público, a los que la vida parlamentaria no se atreverá a enfrentarse jamás. Una situación premoderna y preilustrada, que indica todo lo contrario de lo que se proclama como soberanía popular. La democracia continuará siendo un paréntesis entre dos golpes de Estado.

(1) . https://www.youtube.com/watch?v=NuQhPEmjUQQ
. https://www.youtube.com/watch?v=lUKR_lKRoQc
. https://www.youtube.com/watch?v=6kF233Ab_HM
Carlos Fernández Liria es Profesor de Filosofía de la UCM. ‘La Filosofía en canal’, https://www.youtube.com/channel/UCBz_dr-JLhp0NDJxNeigqMQ
Fuente: https://blogs.publico.es/dominiopublico/34967/chile-y-los-duenos-del-poder-real/

sábado, 3 de octubre de 2020

_- A vueltas con el juramento o promesa de la Constitución

_- Es urgente que el Congreso de los Diputados reforme su Reglamento y derogue el "requisito" de "prestar, en la primera sesión del Pleno a que asista la promesa o juramento de acatar la Constitución".

Tras la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) de 19 de diciembre de 2019 parecía que quedaba definitivamente resuelta la cuestión de si es necesario o no prometer o jurar la Constitución Española para adquirir la condición de parlamentario. El TJUE dejó establecida de manera rotunda que en el Estado Democrático la condición de parlamentario se adquiere por el voto de los ciudadanos en las urnas y nada más. Una vez que el candidato ha sido proclamado diputado electo por el órgano competente de la Administración Electoral y o no se ha presentado recurso alguno contra dicha proclamación o el recurso ha sido resuelto por el órgano judicial competente, la persona proclamada diputado electo lo es desde ese mismo momento sin que sea preciso que "adicionalmente" tenga que dar cumplimiento a "requisito" alguno.

El TJUE fundamentaba dicha conclusión en el concepto de "democracia". Resulta incompatible con la democracia tal como tiene que ser entendida en todos los países que integran la Unión Europea que se exija un requisito adicional al voto de los ciudadanos en las urnas para adquirir la condición de diputado. Es una doctrina general que vale para todo tipo de elecciones: europeas, estatales, autonómicas o municipales. Los ciudadanos eligen a representantes y no a "candidatos a representantes" diputados. No se puede hacer depender la adquisición de la condición de representante de ningún requisito ulterior que no guarde relación alguna con la manifestación de voluntad expresada por los ciudadanos mediante el ejercicio del derecho de sufragio.

A pesar de la claridad y rotundidad de la "doctrina constitucional" del TJUE, la Junta Electoral Central (JEC) ya se resistió a aceptarla y rechazó enviar al Parlamento Europeo los nombres de Carles Puigdemont, Toni Comín y Oriol Junqueras como diputados electos.

El Tribunal Supremo (TS), respecto de Oriol Junqueras exclusivamente, aceptó la "doctrina" del TJUE y se comprometió a aplicarla en el futuro, pero consideró que ya no era aplicable a Oriol Junqueras, porque había sido condenado mediante sentencia firme el 14 de octubre. Esta posición del TS sería aceptada por el Parlamento Europeo. Contra ella se ha interpuesto un recurso por Oriol Junqueras ante el Tribunal General de la Unión Europea, cuya sentencia no debe tardar mucho en hacerse pública, aunque en estos tiempos de COVID-19 es posible que se produzca algún retraso.

Faltaba el Tribunal Constitucional. Y aunque no de manera definitiva, ya que simplemente ha admitido a trámite un recurso interpuesto por los parlamentarios de PP y Vox contra la forma en que se prestó el juramento o promesa por determinados diputados, pero no lo ha resuelto todavía; el TC parece que también se resiste a aceptar la doctrina del TJUE.

La mera admisión a trámite del recurso es un acto de rebeldía frente a la doctrina del TJUE. Si la condición de diputado se adquiere con la proclamación como candidato por la Junta Electoral competente tras el escrutinio general y la resolución de los recursos, si los hubiera habido, la forma en que se evacúe el trámite exigido por el Reglamento del Congreso de los Diputados es irrelevante. Tras la sentencia del TJUE de 19 de diciembre de 2019 cualquier recurso que se interponga con base en la exigencia del Reglamento del Congreso de los Diputados de jurar o prometer la Constitución con la finalidad de privar de la condición de diputado a quien ha sido proclamado por la Junta Electoral, tendría que ser rechazado de entrada por "antidemocrático".

Lo más preocupante es que ha habido un intenso debate en el interior del TC y que, como consecuencia del mismo, se ha decidido que no sea una de las Salas, sino el Pleno el que resuelva el recurso. Da la impresión de que se "está construyendo" una doctrina constitucional española contraria a la doctrina del TJUE, con base en la cual resolver el recurso.

Dado que el recurso está dirigido contra la forma en que se prestó el juramento o promesa por parte de 29 diputados, de imponerse una interpretación del trámite exigido por el Reglamento del Congreso de los Diputados, que considerara que el juramento o promesa no es un "trámite" que tiene que ser evacuado, sino un "requisito insoslayable" que solamente puede ser cumplido de una determinada manera, nos podríamos encontrar ante una crisis constitucional de proporciones incalculables.

Si los 29 diputados contra los que se dirige el recurso, no hubieran adquirido la condición de diputados porque no fue válida la forma en que prestaron el juramento o promesa a la Constitución, ¿qué ocurriría con todos los actos parlamentarios en los que han participado, empezando por la investidura del presidente del Gobierno?

Tal como está el patio, no es descartable que el TC acabe tomando esa decisión. El pandemonium posterior estaría garantizado. Es urgente que el Congreso de los Diputados reforme su Reglamento y derogue el "requisito" de "prestar, en la primera sesión del Pleno a que asista la promesa o juramento de acatar la Constitución" (art. 20.1 3º). Tras la STJUE, no debería ser necesario. Pero confiar en que los jueces del TC van a hacer suya la doctrina del TJUE es jugar con fuego.

Javier Pérez Royo Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla

sábado, 19 de septiembre de 2020

_- Entrevista al politólogo y activista Noam Chomsky «La supervivencia de la democracia está en juego»

_- Bernarda Llorente | 15/09/2020 | Noam Chomsky

Fuentes: Télam

El pensador norteamericano definió a las elecciones presidenciales de noviembre próximo en su país como «las más importantes en la historia de la humanidad» y habló del deterioro de la democracia y la catástrofe medioambiental en una entrevista exclusiva con Télam.

El lingüista y politólogo estadounidense Noam Chomsky, uno de los intelectuales más elocuentes para leer los escenarios complejos que se articulan por debajo de la pandemia que hoy paraliza al mundo, sostiene que estamos ante una confluencia crítica generada por el deterioro de la democracia, la inminencia de una catástrofe medioambiental y la amenaza de una guerra nuclear: la evolución de ese panorama depende de las próximas elecciones en su país, a las que define en una entrevista exclusiva con la Presidenta de Télam como «las más importantes no sólo en la historia de Estados Unidos sino también en la historia de la humanidad».

A los 91 años, el brillante pensador y autor de obras como «El nuevo orden mundial (y el viejo)» o «Poder y terror» mantiene la potencia de su voz disidente y antibelicista que a lo largo de más de sesenta años lo llevó a compatibilizar sus aportes académicos con intervenciones públicas que le han valido represalias de los sucesivos gobiernos de su país, como ser detenido por condenar la guerra de Vietnam, figurar en la lista negra del ex presidente Richard Nixon o recibir duros cuestionamientos por denunciar la guerra sucia de Ronald Reagan.

Acusado a veces de «antiamericano» por la dureza de sus críticas, Chomsky tiene un rol activo en causas colectivas -hace pocos meses firmó junto a 150 intelectuales un manifiesto donde alertan sobre el riesgo de la censura a los contenidos que no se ajustan a los parámetros impuestos por la corrección política- sin dejar de atizar sus cruzadas personales: el combate a las multinacionales, al neoliberalismo y al actual presidente Donald Trump, a quien caracteriza en una entrevista con Télam, vía Zoom desde su casa en Tucson (Arizona), como «una especie de dictador de pacotilla que ha creado en Washington un pantano de corrupción».

Entrevista exclusiva a Noam Chomsky
Dr. Chomsky, mientras una parte importante de la humanidad pareciera centrada en el impacto del Coronavirus y sus consecuencias, usted redobla la apuesta y advierte que la sobrevivencia de nuestra especie humana es lo que verdaderamente está en peligro.

Debemos reconocer que este es un momento histórico notable. Estamos en medio de una confluencia de crisis existenciales: la de la catástrofe medioambiental, la de la guerra nuclear, la crisis del deterioro de la democracia, que es el único medio para combatir estas crisis. Y, además, las crisis de pandemias. El Covid-19 en particular -del que saldremos- tendrá un costo innecesario, terrible. Pero no será el último. Hemos tenido mucha suerte hasta ahora porque las repetidas epidemias de coronavirus que hemos vivido lograron contenerse. El Ébola, por ejemplo, fue altamente letal pero no demasiado contagioso. El SARS es muy contagioso, pero no muy letal. La próxima pandemia que se presente podría ser ambas: altamente contagiosa y altamente letal. Entonces nos enfrentaremos a algo así como la Peste Negra del siglo XIV. Podemos prevenirlo, pero hay que hacerlo.

¿Por qué tenemos una pandemia hoy?
Es una pregunta importante para hacer. Tuvimos la epidemia de SARS en 2003, un virus muy similar. Los científicos advirtieron que vendrían otros, que debíamos prepararnos y sabíamos cómo hacerlo: aislar los virus, planificar cómo desarrollar una vacuna, fortalecer un sistema de prevención de pandemias. Todo está bastante claro. Pero no basta con tener la información, alguien tiene que hacerlo. Las grandes empresas farmacéuticas tienen los recursos, los laboratorios, etc. No lo hacen, sin embargo, porque hay algo que se llama Capitalismo. El capitalismo dicta que siempre intentes aumentar tus ganancias. No gastas dinero en algo que podría suceder dentro de diez años y en lo que no se ganará mucho dinero, de todos modos. Tienes la vacuna, la gente la usa, se acabó. Las compañías farmacéuticas invierten en cosas que puedan seguir vendiendo mañana.
¿Tal vez las crisis están mostrando la necesidad de que el Estado retome su protagonismo?
El gobierno tiene recursos inagotables, laboratorios maravillosos, pero no puede hacerlo por algo llamado neoliberalismo. Como lo expresó Ronald Reagan en su discurso inaugural, “el gobierno es el problema, no la solución”. Esto significa que las decisiones tienen que pasar de las manos del gobierno al poder privado. ¿La razón? Ellos creen que el gobierno es una institución defectuosa porque responde a la población, al menos en parte, y ese es un problema grave. No podemos permitirlo. Por tanto para ellos es necesario trasladar las decisiones a tiranías privadas que no rinden cuentas al público en absoluto. Se llama “libertad” en el discurso orwelliano contemporáneo. Volviendo a la pandemia, significa que el gobierno no pudo intervenir, porque nunca pensaron en la gente. Así que no hubo esfuerzos para desarrollar la vacuna y así sucesivamente. No obstante, hubo algunos avances.

¿Se refiere a las políticas del presidente Obama y su propuesta de seguro médico? Cuánto devastó Trump de ese legado?
La administración Obama puso en funcionamiento un plan de respuesta ante una pandemia que era bastante esperable que estallara. Hubo investigaciones conjuntas entre científicos estadounidenses y chinos para tratar de identificar coronavirus en cuevas de China e intentar secuenciar los genomas. Se ejecutaron programas de demostración para ver qué pasaría si el virus se propagaba. Todos estas iniciativas sucedieron hasta enero de 2017. Si bien no eran suficientes, al menos eran algo.

A los primeros días de asumir, Trump desmanteló estos proyectos. Todos los años ha intentado retirar los fondos. La última vez fue en febrero de 2020. Cuando la pandemia se desata, el presidente recorta los gastos relacionadas con la salud pública, incluidos los del Centro para el Control de Enfermedades. Como resultado, Estados Unidos estaba singularmente mal preparado cuando golpeó la pandemia. Ha habido todo tipo de incompetencia y malicia en relación a su manejo.

Lo que aparecen como serios desatinos del presidente Trump ha contado, en realidad, con respaldos institucionales sólidos.

El Congreso Republicano ha aprobado cientos de esfuerzos legislativos para acabar con la ley de atención asequible, la ley de Obama, y no dejar nada en su lugar. La ley algo avanzó. No se acerca a lo que tienen otros países, pero al menos fue un adelanto y quieren matarla, porque para ellos ,no debería existir nada fuera del mercado. Si puedes sobrevivir bien o si no mal. Se llama “Libertario”, lo que es una broma de mal gusto. Es totalitario. Te están diciendo que si eres lo suficientemente rico para sobrevivir, genial; si no lo eres, mala suerte. Eso se está manifestando en la crisis del COVID-19. Hay mucha gente que se niega a hacerse la prueba porque es demasiado cara. Me refiero a que técnicamente el gobierno paga pero luego la gente recibe copagos que su compañía de seguros no pagará. Los ciudadanos de los Estados Unidos son el cuatro por ciento de la población mundial y el 25 por ciento de los casos. No hay mejoría. De hecho, está empeorando. Yo no he salido de mi casa en cuatro meses.

¿Hay un momento en que estas ideas tomaron mayor fuerza?
Echa un vistazo a los hospitales, especialmente desde Reagan. Los programas neoliberales de Reagan fueron realmente duros con la población en general. Los hospitales funcionan con un modelo comercial, deben ser eficientes, solo tienen los recursos a utilizarse en una situación normal. Se asemejan a una línea de montaje en la empresa Ford Motors. Con los recursos justos. Cuando se presenta cualquier situación excepcional, el desastre es total. De hecho, este modelo de negocio Reaganiano tuvo un efecto en todo el mundo. Esas son las batallas que se libran internamente en Estados Unidos, pero lo mismo está sucediendo en todas partes. Los movimientos populares están tratando de moverse hacia una sociedad viable y habitable. Y la pregunta es ¿quién va a ganar?

¿Como revertirse algunas de estas políticas frente a tantas urgencias?
Por supuesto que es mucho lo que puede hacerse, pero hay que superar barreras serias. Hay que superar la lógica capitalista, hay que superar la plaga neoliberal y hay que superar el liderazgo malévolo; tres barreras principales. No va a ser fácil, pero no es imposible. Las otras crisis: calentamiento global, guerra nuclear, deterioro de la democracia, sabemos cómo afrontarlas y es imprescindible hacerlo. No queda mucho tiempo.

¿En este contexto, ¿El resultado electoral del próximo 3 de noviembre puede ser la bisagra para superar o agravar las distintas crisis que viene enumerado y describiendo?
Claro, las elecciones de 2020 son probablemente las más importantes que ocurran no sólo en la historia de Estados Unidos sino también en la historia de la humanidad, por una razón que no se discute y que es en sí misma asombrosa. Es la pregunta más importante que hoy enfrenta la humanidad y, de no se responderse pronto, podría significar el fin de la vida humana organizada en la Tierra. Se trata de la catástrofe medioambiental que se avecina. No está lejos, no se puede retrasar y debemos decidir si la vamos a enfrentar. Este es el tema principal que está en juego en la elección. El presidente Trump y su partido han dejado muy claro que quieren acelerar la carrera hacia el desastre. Quizás sea una señal de que la especie humana es simplemente inviable, si no puedes lidiar con un problema como este. Y no es el único. La segunda cuestión crucial que enfrentan los seres humanos -y que tampoco se menciona- es la creciente amenaza de guerra nuclear. Es muy alta, mayor que durante la Guerra Fría según los principales expertos en el tema, y sigue elevándose considerablemente. Tenemos que preguntarnos en qué tipo de sociedad vivimos. Qué clase de especie somos si no estamos dispuestos a parar estos desastres.

¿Cuál es la razón para que estos temas tan vitales y urgentes no sean la prioridad en la agenda política estadounidense?
Estados Unidos es un país muy libre, más que cualquier otro en el mundo. Por otro lado, es la más empresarial de las democracias occidentales. Los empresarios estadounidenses tienen una elevada conciencia de clase. Son marxistas hasta la médula, en una especie de marxismo vulgar invertido. Libran conscientemente una guerra de clases, sin descanso, sin retroceder, sin detenerse nunca. Y hay resultados.

Las instituciones financieras son tan poderosas que no permiten resolver estos temas porque para ellos no son un problema. La población lo quiere, pero cada vez que se hace algo las instituciones financieras vienen y lo aplastan. Bueno, ¿por qué deberían existir? ¿Por qué deberíamos tener el 40 por ciento de las ganancias en Estados Unidos en manos de instituciones depredadoras, que no hacen nada por la economía y probablemente la perjudican? ¿Por qué deberíamos tener una industria de combustibles fósiles, que cumplió su función en las primeras etapas del desarrollo capitalista, pero ahora es una institución que se dedica a matar personas y destruir la vida en la Tierra? ¿Por qué conservarla? ¿Por qué no hay un rechazo masivo? Ni siquiera sería tan caro actualmente con el precio del petróleo a la baja. Por mucho menos gasto del que se dedica a otras cosas, el gobierno podría acabar con la industria de los combustibles fósiles. Por qué no tapar los pozos que tienen fugas de metano o avanzar hacia una energía sostenible?. Son tareas factibles, pero antes que nada deben elevarse al nivel de conciencia.

En este sentido, se observa el surgimiento de nuevos tipos de activismo político sumados a las protestas masivas, con una intensa participación de los jóvenes, o fenómenos como el movimiento Black Lives Matter. ¿Qué significa la aparición de estos nuevos factores y actores en la política estadounidense?

Es muy significativo. Black Lives Matter después del asesinato de George Floyd no se parece a nada en la historia de Estados Unidos, literalmente. Nunca ha habido un movimiento social que se haya desarrollado a tal escala con un enorme respaldo popular. Dos tercios de la población lo apoyaron, eso es más que lo que Martin Luther King logró en pleno apogeo. Es solidaridad entre negros y blancos, marchando del brazo, buscando temas importantes que abordar; no solo los ataques policiales contra los negros -que ya es bastante escandaloso- sino también problemas mucho más profundos. Si bien es un cambio notable en la sociedad estadounidense no es un fenómeno aislado. Es uno de los muchos signos de una conciencia creciente acerca de los problemas más enraizados y complejos. Han transcurrido 400 años desde que trajeron esclavos a los Estados Unidos; 400 años de continua violencia y opresión sin tregua hasta el presente, con un lúgubre legado. Y finalmente se está considerando con bastante seriedad. Hace un par de meses el New York Times publicó una serie muy significativa llamada “1619” (fecha del comienzo del trafico de esclavos), en la cual se exponía los crímenes atroces de la esclavitud y la post esclavitud hasta el presente. Hace unos años hubiera sido inimaginable, ni siquiera se le hubiera ocurrido a alguien hacerla.

¿Cuánto influye el racismo y antirracismo en las próximas elecciones del 3 de noviembre?
Está teniendo un efecto sustancial. Para la administración Trump, para el Partido Republicano, es la pieza absolutamente central de su campaña. Hacen hincapié abiertamente sobre la supremacía blanca. El tema central es mostrar una América cristiana blanca en peligro; mientras disminuye su número y crece sobre ella la amenaza de personas de color, de minorías, de sectores con ideas progresistas, hay que preservar la América cristiana supremacista, blanca y racista. Ese es el tema abierto de la campaña. Nunca ha existido nada parecido. He visto corrientes subterráneas de este tipo a lo largo de la historia de Estados Unidos, pero nada tan abiertamente racista. No es solo la campaña, son los tweets, los comentarios, cada declaración que está haciendo Trump es una incitación a la supremacía blanca, al odio blanco. Su base son ahora los evangélicos, ese 25 por ciento de la población que es republicana, rural, tradicional, conservadora, cristiana blanca.

Hoy se refleja en el clima social un nivel de polarización que no se veía desde hace décadas. Una parte importante esta movilizada con cuestionamientos profundos. ¿Las protestas pueden ser el motor del cambio?
Si, es posible con un activismo popular comprometido. Es el tipo de cosas que se están viendo en las calles después del asesinato de Floyd. Ese tipo de movilización intergeneracional y multiétnica puede generar cambios. De hecho, ha llevado a todos los cambios positivos que han tenido lugar a lo largo de la historia: abolición de la esclavitud, derechos de la mujer, oposición a la agresión, lo que sea; siempre ha venido del mismo lugar y eso puede pasar ahora. Pero hay que hacerlo. Todo lo que hemos mencionado tiene soluciones que no son utópicas, están al alcance. Es necesario que alguien recoja la pelota y corra con ella. Algunas de las formas de hacerlo es manifestarse en las calles u ocupando oficinas del Congreso, como lo hizo el grupo de jóvenes Sunrise Movement con la oficina de Nancy Pelosi. Bueno, obtuvieron apoyo de los representantes jóvenes elegidos en la ola de Sanders, especialmente Alexandria Ocasio-Cortez, y se logró poner un New Deal Verde en la agenda legislativa por primera vez. Ese es un prerrequisito para la supervivencia, la enorme oposición en los centros de poder, la industria de combustibles fósiles, las industrias financieras, los bancos, etc. Es el tipo de cosas que ofrecen esperanza de una supervivencia y una vida digna. Se puede hacer, pero no ocurre por sí solo.

¿Como juega el Partido Demócratas en este nuevo escenario político y con un panorama electoral en el que lleva ventaja pero puede ser imprevisible?
Los movimientos populares son tremendamente significativos, también al interior del Partido Demócrata. Cuál se impondrá? El partido de la base popular, que es una especie de socialdemócrata, o el de los clintonistas, orientado hacia los donantes, particularmente los más ricos. La oposición demócrata está dividida entre estas dos tendencias y sus diferencias se plasman en muchos temas importantes. Uno, por ejemplo, el cambio climático. Joe Biden y Kamala Harris, los nominados a la presidencia y vicepresidencia, pedían el fin de los subsidios para las empresas de combustibles fósiles, demanda explicitada en la plataforma electoral de 2016. La idea de que el gobierno subsidie a las empresas que se comprometen a destruir la vida en la Tierra está más allá de las palabras. Y no solo en los Estados Unidos, sucede en todo el mundo. El Partido Demócrata, dirigido por burócratas seguidores de Clinton, la eliminó del programa, ante el riesgo de que estas empresas dejarán de contribuir a la campaña.

¿Cuán profundas son las diferencias entre el ala más “progresista” y la “burocracia recaudadora”, como usted llama a los seguidores de Clinton?
Echa un vistazo a la campaña de Sanders. Las posiciones de Bernie son condenadas en un espectro amplio, incluso por liberales que dicen: “son agradables, son buenas, pero el país no está preparado para ellas”. Repasemos el programa para el que el país “no está preparado”. Sanders tiene dos propuestas principales: una es la atención médica universal. ¿Se te ocurre algún país que no tenga salud universal? No, existe en todas partes. Entonces, lo que se afirma en todo el espectro mediático es que es demasiado radical decir que Estados Unidos podría llegar al nivel de cualquier otro país avanzado, incluso al de los países pobres. “Es imposible. No podemos llegar tan alto ”.

El otro programa es la educación superior gratuita. Está en todas partes; en los países capitalistas más avanzados, aquellos con mayores récords y logros: Alemania, Finlandia, Francia, dondequiera que mires hay educación superior gratuita. Los países pobres también la tienen. Pero suena como algo demasiado radical para los estadounidenses. Para los clintonistas -burócratas, conservadores, preocupados por los donantes ricos – estas propuestas no se pueden permitir. Para la base popular son fundamentales; desean elevarse al nivel del resto del mundo.

Casi habiendo terminado su primer mandato, ¿Qué cree que ha significado la presidencia de Trump para la democracia estadounidense?
Abrís los periódicos casi todos los días, por ejemplo, en el New York Times, y ves un titular que dice “¿Es este el fin de la democracia estadounidense?”, “¿Es esta la última elección estadounidense?”. No son teorías conspirativas marginales. La supervivencia de la democracia está en juego. La democracia no se basa solo en reglas y leyes. Se basa en la buena fe y la confianza. La democracia moderna más antigua, Gran Bretaña, tiene 350 años, su constitución se puede escribir en una pequeña tarjeta, es una oración o dos. Y ha existido gracias a la buena fe y la confianza. Cuando Boris Johnson prorrogó el Parlamento, para poder aprobar su versión del Brexit, hubo un gran alboroto en Inglaterra y la Corte Suprema reaccionó. Eso no sucedería en Estados Unidos con la Corte que tenemos. Lo que está haciendo Trump es mucho más extremo. El Poder Ejecutivo ha sido casi totalmente depurado de cualquier voz crítica o incluso independiente. Quienes quedan son sólo aduladores, como Mike Pompeo o Mike Pence. Constitucionalmente, los nombramientos realizados por el presidente deben ser ratificados por el Congreso, por el Senado. No está sucediendo. Ni siquiera los envía para su confirmación. Simplemente los nombra en un puesto temporal. Trump ha creado en Washington un pantano de corrupción. Es como una especie de dictador de pacotilla.

¿En la era Trump no solo se redujeron derechos, también se vio afectada la calidad institucional de una democracia que aparecía como “ejemplar”?
¿Qué queda de la democracia? No demasiado. Hay mucho de qué culpar a los demócratas. Mucho. Pero lo que está pasando en el Partido Republicano nunca ocurrió en la historia de la Democracia Parlamentaria, bajo el liderazgo de un dictador de pacotilla. El Senado en manos de Mitch McConnell, cómplice cercano del Presidente, simplemente se niega a actuar. No hace nada más que aprobar leyes para enriquecer a la porción del electorado súper rico de Trump: recortes de impuestos, exenciones corporativas, etc. También se dedica a copar de lleno el poder judicial, con abogados jóvenes de ultraderecha que permanecerán por más de una generación y podrán bloquear cualquier legislación que se aleje de sus posiciones extremadamente reaccionarias. Este es el Senado. El Poder Ejecutivo se acabó.

Como ha señalado muy claramente, en Estados Unidos conviven un gobierno que se va corriendo cada vez más a la extrema derecha del espectro político, con enormes movimientos políticos de participación masiva en medio de esta profunda crisis de salud, que ha agudizado muchas de las contradicciones subyacentes. En ese contexto, ¿Cómo imagina el mundo post-covid-19?
Quienes produjeron la crisis en la que estamos ahora (la pandemia, el calentamiento global -que es mucho más grave-, la amenaza de una guerra nuclear, la destrucción de los procesos democráticos, básicamente todo el programa neoliberal) están luchando sin descanso para asegurarse que el sistema que crearon, del que se han beneficiado, persista de una forma aún más dura, con mayor vigilancia y control. Una tendencia mundial que se ejemplifica en la política exterior de Trump. No es fácil encontrar demasiada coherencia en el caos de la administración actual, aunque destacan algunas ítems. En asuntos internacionales la intención descrita abiertamente por Steve Bannon (uno de los principales estrategas de Trump en los primeros años) ha sido crear una internacional reaccionaria; una internacional de los Estados más derechistas del mundo, dirigida por la Casa Blanca. Eso significa en Medio Oriente alentar las dictaduras familiares del Golfo, MBS [Mohammad bin Salman, príncipe de Arabia Saudita] y el resto. O apoyar la peor dictadura en la historia de Egipto, (Trump la llama su dictadura favorita), o que Israel se haya movido muy a la derecha. En el hemisferio occidental, respaldar países como el Brasil de Bolsonaro o a otras figuras de ultraderecha. Moviéndonos más hacia el este tenemos la India de Modi, que intenta desmantelar la democracia secular. El grupo gobernante radical hindú es su candidato preferido. En Europa, Victor Orban de Hungría, quien atenta contra el sistema democrático y además de otros ejemplos que abundan por el mundo. Básicamente, una iniciativa internacional reaccionaria de la Casa Blanca.

Se trata de una estrategia global que se combina a nivel nacional con los programas neoliberales que han perjudicado gravemente a la población y han beneficiado enormemente a una minoría minúscula. Persistirán en una forma aún más dura, esa es una tendencia internacional.

¿Que alternativas hay frente a esto? ¿Cuál sería la respuesta?
En todo el Planeta hay fuerzas populares que dicen “ese no es el mundo que queremos”, “ese no es un mundo en el que la gente pueda vivir una vida digna, en el que la sociedad pueda sobrevivir, en el que habrá políticas dirigidas a las necesidades no lucrativas”. Se están reuniendo de hecho. En unos días se realizará el primer encuentro de La Internacional Progresista. Fue fundada por la gente de Bernie Sanders en los Estados Unidos, Young 25 en Europa con la gente de Varoufakis (ex ministro de economía de Grecia), un movimiento europeo transnacional que está tratando de preservar lo que es valioso en la Unión Europea y superar sus serias fallas. Tienen candidatos en el Parlamento Europeo y han traído voces del Sur Global. La primera reunión tendrá lugar en Islandia, el Primer Ministro es miembro de la organización. Eso representa otra fuerza en distintos lugares del mundo. Representa una especie de guerra de clases a escala internacional, enfrentando riesgos que nunca han existido en la historia de la humanidad. Son colosales. Se trata literalmente de la supervivencia de la humanidad. Esa es la situación que tenemos ahora mismo, no se puede hacer una predicción.

El líder demócrata Bernie Sanders promueve la conformación de una Internacional Progresista.
Si sabemos muy bien cómo actuarán las fuerzas reaccionarias. Tienen recursos económicos, poder estatal, tienen programas, están comprometidos. La pregunta es cómo reaccionará la población general del mundo. Tienen opciones, tienen posibilidades, tienen números. La pregunta es si pueden montar una fuerza contraria que de alguna manera permita a la humanidad escapar de la actual confluencia de crisis que enfrentamos.

¿Qué tipo de liderazgos políticos se requiere en estas circunstancias? ¿Cuales imagina emergiendo de esta pandemia?
Ahora mismo es difícil ser particularmente optimistas al respecto, pero sabemos qué tipo de liderazgo político nos gustaría que saliera. La cuestión es si podemos hacer que asuman. Tomemos la Internacional Progresista. Creo que gente como Bernie Sanders y Yanis Varoufakis y otros asociados con su movimiento, AOC [Alexandria Ocasio-Cortez] en los Estados Unidos, y algunos otros con este perfil, serían el tipo de líderes políticos que podrían lidiar con estas grandes crisis. No solos, por supuesto. Los líderes políticos no pueden hacer nada [solos]. Primero necesitan un apoyo popular masivo. Y luego tienen que romper el poder que poseen las instituciones y que controlan la sociedad. Hay que recordar que vivimos en mundos de Estado-Capitalismo y cada país tiene una forma u otra de Estado-Capitalismo. Eso significa una concentración extrema de poder en instituciones privadas con enorme voluntad y poder enorme y que suelen tener una gran influencia en todo lo que sucede. Eso tiene que ser eliminado.

Dr. Chomsky, una pregunta final. En lo que respecta a América Latina, en la cual vemos esta batalla entre gobiernos más progresistas y gobiernos de derecha o extrema derecha como es el caso del Brasil de Bolsonaro. ¿Qué mensaje le gustaría transmitir a la Región en este momento?
Brasil envía mensajes muy claros. El Banco Mundial, que no es una organización particularmente de izquierda, hizo un análisis detallado de la economía en 2016, un par de años después de que Lula dejará el cargo. Calificaron los años de Lula como una década dorada en la historia de Brasil, con fuertes reducciones de la pobreza, incorporación de gran parte de las poblaciones que habían sido marginadas, inclusión, grandes avances en el desarrollo social. Dijeron que fue una década dorada, nada comparable. En ese momento Brasil fue probablemente el país más admirado del mundo, estaba en foros internacionales, era una voz para el Sur Global, estaba uniendo a Sudamérica. Lula era probablemente la figura política más respetada del mundo. ¿Qué es ahora? Brasil es simplemente objeto del desprecio y el ridículo del mundo, dirigido por un payaso virulento, una persona que apoya la dictadura militar, que busca destruir. La devastación de la selva amazónica aumentó aproximadamente el 30% sólo en el último año. Acabemos con todo, enriquezcamos aún más a los ricos, matemos a quien no nos guste, dejemos que la pandemia continúe. Es el gobierno quizás más reaccionario en la historia de Brasil. Un objeto de burla en todo el mundo. Bueno, esas son lecciones. Contamos con un plazo de diez años. La lección es que tienes el futuro en tus manos. Puedes hacerlo de una manera, puedes hacerlo de otra manera. No hay forma de predecirlo. Eso es Brasil, se podría aplicar lo mismo a los demás.

Dr. Chomsky, gracias una vez más por todo.
Bernarda Llorente. Presidenta de Télam.