miércoles, 13 de noviembre de 2013

José María de la Mata, vocación de arquitecto

Dar cuenta en una breve nota de lo que fue la vida de un hombre cabal es tarea triste y dolorosa. Pero hacerlo es obligado para que sepan aquellos que no lo conocieron quién fue José María de la Mata Gorostizaga —fallecido el 10 de octubre— y para que quienes fuimos sus colegas y amigos nos traslademos por unos momentos a un pasado que, a pesar de su proximidad, comienza a desvanecerse.

Miembro de una familia numerosa en la que el ejercicio de la abogacía y el servicio a las instituciones públicas prevalecían, José María de la Mata (Collado Villalba, Madrid, 1935) abrió una brecha en lo que era la tradición familiar al decantarse por la arquitectura, profesión a la que también se dedicaría más tarde su hermano Ramón. Fuimos compañeros tanto en la Facultad de Ciencias Exactas como en la Escuela de Arquitectura y en el Campamento de La Granja, titulándonos como arquitectos a comienzos de los sesenta. Eran años en los que la arquitectura española hacía esfuerzos por recuperar el tiempo perdido, buscando un encuentro con la modernidad olvidada. Y los jóvenes arquitectos teníamos como guía la labor de arquitectos como Oiza, de la Sota, Corrales, Molezún, García de Paredes... que luchaban por hacer que sus obras reflejasen unos afanes muy diversos de los de la generación inmediatamente anterior.

De la Mata se sintió atraído por la figura de Ramón Vázquez Molezún, con quien colaboraría en la Oficina Técnica del Instituto Nacional de Industria. Al acercarse a este arquitecto, José María hacía toda una declaración de intenciones. Los arquitectos no pueden olvidar los usos a que un edificio se ha destinado, sin perder de vista que ello ha de estar acompañado por una racional elección de los sistemas constructivos y de los materiales, cuyo hábil manejo, en último término, da como resultado una expresión plástica inteligible y clara. E incluso inesperada y nueva, contribuyendo así a reflejar lo mejor de los ideales de una época.

Pienso que su obra siempre ha permanecido fiel a estos principios. Unos principios que tendría ocasión de aplicar en lo que fue el terreno profesional en el que se especializó: los hospitales. Junto con Javier Feduchi creó la empresa Estudios de Arquitectura Hospitalaria, que llevó a cabo un ambicioso programa que abordó tanto la construcción de toda una serie de centros que hablan de su buen hacer profesional (la clínica Asepeyo en Coslada, el hospital de Cuenca) como la puesta en marcha de toda una serie de trabajos de investigación sobre el diseño de hospitales que hoy siguen vigentes.

Y pasando a hablar de José María de la Mata en términos más personales, diría que sin su valiosísima colaboración no hubiese podido llevar a término el hospital materno-infantil de O’Donnell en Madrid. Aunque amigos desde los años de escuela, fue entonces cuando tuve ocasión de conocer más íntimamente a José María, personal y profesionalmente. Se daban en él a un tiempo el rigor y la ternura, la seriedad y el sentido del humor, la exigencia y la generosidad. Su persona respiraba una hidalguía que nunca se traducía en distancia, haciendo que virtudes como la honradez y la lealtad conviviesen sin ostentación. Su clara inteligencia se manifestaba en la inevitable atracción que sentía por un mundo formal en el que el orden debía prevalecer.

Dueño de amplios conocimientos en arquitectura hospitalaria, se sumaban a los mismos un sentido constructivo poco común y una gran claridad para plantear la disposición de edificios complejos. Siempre dispuesto a transmitir sus conocimientos a los jóvenes colegas, puedo decir que en torno al proyecto de O’Donnell crecieron, como futuros arquitectos de hospitales, un puñado de jóvenes arquitectos que hoy sienten su falta tanto como yo, que no podré disfrutar de un nuevo proyecto con él porque desgraciadamente José María nos ha dejado.

Rafael Moneo es arquitecto.

Si llueve que llueva

martes, 12 de noviembre de 2013

Documental de Oliver Stone, La historia nunca contada de los EE.UU.

¿Galileo menospreció el magnetismo por razones económicas?



El padre de la ciencia moderna intentaba obtener beneficios con sus descubrimientos, pero no siempre lo conseguía

El padre de la ciencia moderna no solo inventó el método que la hacía infalible sino el trabajo en colaboración, la relación de la investigación con la industria y la manera de obtener pingües beneficios con los resultados de la misma. No siempre consiguió esto último, pero siempre lo intentó.

Francesco Sagredo era un amigo de Galileo Galilei (Pisa, 15 de febrero de 1564 - Arcetri, 8 de enero de 1642) con el cual hizo muchos trabajos en colaboración. Tanto lo apreciaba que fue el trasunto de uno de los tres protagonistas de la obra de Galileo que casi le cuesta la vida condenado por la Inquisición: “Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo”. Sagredo hacía el papel de embustero inteligente.

Galileo y Sagredo se introdujeron en el magnetismo por el camino más lógico: observando los efectos de la magnetita sobre el hierro. Entonces se les ocurrió la idea de acudir a un artesano y hacer que engastara un buen trozo de roca magnética, de más de kilo y medio, en un bello artilugio de madera. La magnetita se disponía de tal manera que a modo de imán atraía una bola de hierro de casi cuatro kilos de peso.
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La idea, antes de iniciar investigaciones en serio sobre los fenómenos magnéticos, era obtener fondos para ello (o para lo que fuese) y trataron de vender el artefacto al Gran Duque Fernando de Medici. No lo consiguieron. Después lo intentaron con varios otros nobles para que se lo regalaran a Cosimo de Medici por su boda. Se podía interpretar como un magnífico símbolo de atracción y fuerza para un matrimonio. Y nada. Galileo y Sagredo se dieron por vencidos y concluyeron que aquello del magnetismo serviría para poco, por lo que pasaron de largo de él.

Por aquellos mismos años, concretamente en 1600, William Gilbert publicó en Londres su obra De magnete que estableció las bases de la nueva ciencia a la que, sin duda, el gran Galileo podía haberle dado un fundamento tan sólido o más que el inglés. Pero… money is money.
Fuente: Manuel Lozano Leyva El País.

Juego para aprender sobre los descubrimientos de Galileo, aquí.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Magos contra la farsa

El Asombroso Randi fue uno de los grandes ilusionistas del siglo XX. Pero su gran hazaña consistió en desenmascarar los trucos de Uri Geller, destruyendo su aura sobrenatural
A los 84 años, lidera un movimiento de prestidigitadores contra mentalistas y curanderos

Esta escena transcurre hacia 1943, en una parroquia de Toronto (Canadá). El sacerdote pasa una cesta, y muchos feligreses depositan en ella sobres con sus nombres escritos en el exterior que contienen las súplicas que quieren dirigir a Dios. El cura extrae uno, lo sostiene en alto sin abrirlo, lee el nombre del remitente y exclama: “Esto es lo que Mary quiere saber. Y Dios me dice que su hermana, que está enferma de cáncer, se va a curar y que va a vivir mucho tiempo”. Después, el orador abre el sobre, lee su contenido y lo pasa abierto para que lo compruebe un público asombrado. De forma metódica, este religioso va averiguando el contenido de cada sobre antes de abrirlo. Nadie duda de su clarividencia. Salvo un chico de 15 años que ha cazado la trampa.

El muchacho es un aprendiz de mago llamado James Randi que años antes había contemplado algo mucho más exótico en un viejo teatro de variedades: el famoso mago Harry Blackstone había hecho levitar a una princesa sobre el escenario. Tras el espectáculo, el niño fue al encuentro de Blackstone en el camerino y el mago le enseñó unos cuantos trucos de manos. La experiencia le marcó. Y unos pocos años después tendría su primer encontronazo con el charlatán de la parroquia de Toronto.

“Randi se dio cuenta del truco”, explica el director de documentales Justin Weinstein desde su oficina en Nueva York. “Cuando el charlatán escoge el primer sobre, con el nombre de Mary, pregunta por un tal David entre el público, que en realidad es su compinche”. Por supuesto, el predicador sabe de antemano la pregunta de su colaborador. Aprovecha la ocasión para abrir el sobre de Mary haciendo creer que es el de David y memoriza su contenido. Coge otro sobre y dice: “Este lo ha escrito Mary”, cuando en realidad pertenece a la siguiente. Y sigue la cadena hasta desvelar los contenidos de todos los sobres.

El joven Randi subió al púlpito y mostró la técnica. “Los que estaban allí se negaron a escuchar. Estaban indignados”, detalla Weinstein. “Uno de ellos fue a buscar a un policía, el cual cogió al muchacho por las orejas y lo llevó a la comisaría. Fue el primer acto en el que Randi descubría a un embaucador, pero sin éxito”. El Asombroso Randi sería el nombre artístico que catapultaría al joven aprendiz hasta convertirse en el primer escapista tras Harry Houdini. En 1956 aguantó dentro de un ataúd metálico sellado y sumergido durante 104 minutos, nueve más que el récord de Houdini. En un programa presentado por el actor Peter Lawford, desafió a los espectadores al surgir del interior de una caja fuerte de un banco llevando en su cuerpo relojes, pulseras y pendientes de un grupo de asistentes. El público había visto previamente que la caja estaba vacía, antes de que se depositara en ella los objetos en otra caja más pequeña y bajo llave. En 1976, colgado de un cable, boca abajo sobre las cataratas del Niágara, se libró de su traje de fuerza y sus cadenas en poco más de dos minutos.

Todas sus hazañas como ilusionista, sin embargo, pasaron a un segundo plano. Randi ha cumplido 84 años, pero ese encuentro cuando era un muchacho con un charlatán de parroquia le condicionó de por vida, dice Weinstein, que está finalizando An honest liar (Un mentiroso honesto), un documental sobre este hombre de baja estatura y barba blanca que parece salido de un cuento medieval. “Randi es alguien con una misión”, según Weinstein. Un mago con fama mundial por haber expuesto de forma infatigable y a la luz pública muchos de los subterfugios que usan todo un ejército de videntes, psíquicos y curanderos milagrosos. La Fundación MacArthur distinguiría a Randi en 1986 con un premio de 272.000 dólares por su trabajo educativo y su energía a la hora de exponer los fraudes.

Su leyenda empezó con un cheque de 10.000 dólares que llevaba en el bolsillo de la camisa destinado a cualquiera que demostrase, en un entorno controlado y científico, que posee genuinos poderes paranormales. La Fundación Randi ofrece hoy un millón de dólares a cualquier psíquico que lo consiga. Randi suele bromear cuando se le pregunta si teme perder semejante fortuna. “Nunca mi dinero ha estado en lugar más seguro”.

A mediados de los setenta, mostró ante las cámaras cómo doblar las cucharas a la manera de Uri Geller, la superestrella psíquica del momento. También asesoró a su amigo el presentador Johnny Carson para que preparara unos experimentos antes de que Geller pasara por su show. El mentalista israelí fracasó ante millones de telespectadores, aduciendo que en el aire había malas vibraciones. Randi escribiría a principios de los ochenta un libro demoledor, La magia de Uri Geller, en el que exponía todos sus trucos. Aunque Geller le denunció tres veces, fracasó en su intento de arruinarle.

En 1986 se haría famoso al tender una trampa al telepredicador Peter Popoff. Los espectáculos de este charlatán resultaban extravagantes: adivinaba entre la gente congregada los nombres de los enfermos. Se acercaba a ellos, descubriendo peculiaridades sobre sus vidas y dolencias, hasta que los tocaba. Invocando el poder divino, Popoff los sanaba entre gritos de ¡aleluya! Ganaba más de cuatro millones de dólares al mes, hasta que Randi mostró el truco. El evangelista usaba un dispositivo inalámbrico en su oído; su mujer le transmitía los nombres, direcciones y enfermedades de las personas a las que iba a curar. Todo quedó grabado en una película. Popoff se declararía en bancarrota poco después. Sin embargo, el predicador ha vuelto y en su web comercializa botellitas de agua milagrosa. Y posee una fortuna de decenas de millones de dólares, de acuerdo con una noticia del canal estadounidense ABC.

Esta resurrección no le sorprende a Randi, un hombre afable, siempre dispuesto a hablar con cualquiera que apueste por el escepticismo. Para alguien desesperado, asegura, el charlatán que invoca a Dios ofrece una solución. Randi ha tachado a las autoridades estadounidenses de irresponsables por no haber hecho nada ante los hechos. Popoff no es el único que ha resucitado. En Estados Unidos y muchas otras partes del mundo –incluida España–, la legión de curanderos y seudomédicos no para de crecer. “Existe un peligro financiero”, asegura Randi, atendiendo la llamada de El País Semanal desde su oficina en Florida (Estados Unidos). “Algunas personas han enviado todo su dinero a estos predicadores que prometen sanar enfermedades de forma sobrenatural”. Las donaciones suelen llegar por correo, con la esperanza de que la curación tendrá lugar también a distancia. “Mucha gente es tan ingenua que se lo cree y envía todo su dinero”. Hay muchos historiales de familias completamente arruinadas, nos dice.

Junto a los sanadores espirituales, que curan milagrosamente el cáncer, surgen aquellos que hablan con los muertos, nos dice Randi; una moda transformada de las sesiones de espiritismo del siglo XIX. Todos desean lo mismo, vaciarle la cartera a los ingenuos. “A la gente poco educada se les quita su seguridad. Se les inculca una falsa filosofía para vivir. Si la aceptan, aceptarán cualquier cosa que se les diga”. Quienes envían dinero por correo esperando un milagro lo volverán a hacer con los colegas de los charlatanes, ya avisados sobre los nuevos yacimientos de crédulos. La estafa no se detiene en el estafado. Es como una epidemia, una mancha de tinta que se extiende.

Las víctimas de videntes, farsantes y mentalistas suelen tener una educación pobre, explica Randi. Siempre hay excepciones, como la escritora de novelas románticas Jude Deveraux, con más de 50 millones de ejemplares vendidos y 37 referencias en la listas de best sellers de The New York Times. En 2011, el detective Charles Stacks encontró a la escritora en la habitación de un hotel en un estado lamentable, sin dinero; “a días de suicidarme”, describiría Deveraux a la cadena ABC News. Había caído en las garras de Rose Marks, jerarca de un clan de videntes neoyorquinos.

Durante 17 años, la escritora le transfirió 20 millones de dólares. Marks aseguraba a sus clientes que el dinero era una fuente de corrupción diabólica. Convenció a Deveraux para que vendiera sus propiedades. Logró aislarla de su familia y amigos. Su hijo había muerto en un accidente de motocicleta en 2005, con ocho años, y la vidente aseguraba que el alma del pequeño se encontraba “entre la tierra y el cielo”. Los informes policiales sugieren que la novelista recibía amenazas para que el dinero siguiera fluyendo. Las víctimas del clan de Marks eran en su mayoría mujeres inteligentes y con recursos que habían tenido un suceso desgraciado en sus vidas. Ahora se enfrentan a un juicio por estafa.

“La industria de la seudociencia es tremendamente rentable, pero no podemos saber las cifras”, dice Randi. Los charlatanes que han fundado alguna secta acogiéndose a alguna creencia religiosa son los más opacos. “Ellos no informan sobre lo que ganan. En este país no pagan impuestos si escogen algún título religioso de algún credo, se les da el privilegio de no pagar”. En España, la opción de darse de alta como astrólogo o similar está tipificada en el registro de actividades económicas de Hacienda. Pese a ello, resulta imposible obtener una cifra global de ganancias.

Los videntes pueden registrarse y pagar impuestos. Si la astrología y la adivinación son legales, ¿hasta qué punto la ley protege a quien ha sido estafado? “Cuando el usuario de esos servicios posee un nivel de entendimiento medio-alto, se entiende que no puede haber engaño porque ha sido el propio engañado quien se ha dejado engañar”, dice Luis Javier Capote, profesor del departamento de disciplinas jurídicas de la Universidad de La Laguna (Tenerife). “Si la persona está afectada desde el punto de vista mental o tiene una cultura muy baja, sí hay casos de condenas”. La solución no pasa por la prohibición de este tipo de prácticas sin fundamento científico, comenta este experto por correo electrónico.

Desde hace décadas, James Randi intenta convencer a las grandes estrellas de la magia norteamericana para que se sumen a su causa. El gran Harry Houdini se convirtió progresivamente en un investigador de fenómenos paranormales, descubriendo las argucias de los espiritistas en la segunda década del siglo XX. “Admito que al principio me inspiré en lo que hizo”, dice Randi. “Houdini, como yo, no tuvo educación superior, ni fue a la universidad. En cierto modo era ingenuo. Pero nunca creyó a los farsantes, porque conocía sus trucos. Él me mostró el camino”.

La línea que separa al mago del psíquico a veces es muy estrecha. Geller no se dedica ya a doblar cucharas. Pero vive en una mansión a las afueras de Londres. Usa sus poderes para encontrar oro y petróleo. Y hace poco compró una pequeña isla en la costa escocesa, como él mismo afirma en su web, al intrigarle unas imágenes que mostraban un ovni sobre ella. Ha comentado en programas de televisión que el hecho de que los magos logren reproducir sus hazañas no significa que él no posea poderes sobrenaturales, como hacer germinar las semillas entre sus dedos o mover con la mente una brújula. “Geller empezó como un mago que realizaba números en salas de fiesta en Israel, y descubrió que ganaba mucho más cuando se presentaba como alguien dotado”, explica Ricardo Campo, colaborador del departamento de filosofía de la Universidad de La Laguna y autor del libro Ovnis, vaya timo (Laetoli).

Los magos coquetean con el misterio. La tentación para pasarse a ese otro lado es grande. El ilusionismo es el arte de engañar al cerebro haciéndonos creer lo imposible. Y los magos del gran espectáculo, como Criss Angel y David Copperfield, lo consiguen: levitan entre dos edificios, hacen desaparecer la estatua de la Libertad, atraviesan paredes y caminan sobre el agua. ¿Cómo reaccionan estas estrellas ante la petición de descubrir a los farsantes o magos reconvertidos en místicos con poderes mentales?

“La respuesta es mixta, mitad y mitad”, dice Randi, con cierta comprensión no exenta de crítica. En privado, y en los templos sagrados de la magia como El Castillo Mágico, un exclusivo club de magos en Hollywood, o el legendario Círculo Mágico de Londres, se observa su causa con simpatía. Pero la mayoría se sienten incómodos si tienen que dar un paso al frente. No desean convertirse en detectives de lo paranormal. Las estrellas como Angel o Copperfield no prestan mucha atención. “Piensan que no es de su incumbencia el interferir con la actuación de otros”, dice Randi. “Pero no se dan cuenta de que son criminales que se aprovechan de la gente para robarles y quitarles su seguridad por medios falsos”.

Pese a las reticencias, Randi ha cosechado la complicidad de algunas estrellas como la pareja formada por Penn y Teller –quizá el dúo de magos más famoso en la actualidad–. Penn es un tipo más bien grande, mientras que Teller es un hombre bajo que apenas habla. Forman una pareja inigualable, realizando trucos revolucionarios en los que se parte el torso de una mujer, las monedas en un recipiente con agua se transforman en peces de colores o aparecen 100.000 moscas volando en un plató. Y también se han dedicado a desentrañar los trucos de los psíquicos, denunciando a farsantes de todo tipo, desde los que dicen hablar con los muertos hasta los curanderos. “Randi fue el que nos hizo”, confiesa la pareja en la película de Justin Weinstein. “Nos miraba como si fuéramos especímenes”. Él fue quien les sugirió que debían formar equipo.

La respuesta de los magos españoles es parecida, mezcla de indiferencia e interés. Cada vez que Randi ha venido a España para impartir sus conferencias ha encontrado buena acogida. Entre los miembros de la organización Círculo Escéptico se encuentran ilusionistas como David Blanco, en cuyas actuaciones realiza efectos de mentalismo en los que adivina mensajes que el público escribe en trozos de papel… “Siempre advierto a la audiencia de que lo que van a ver no son fenómenos paranormales. No puedo mandarles a casa haciéndoles creer que tengo poderes”. Blanco admira la cruzada de Randi contra los farsantes. Incluso llamó a uno de sus números Las honestas mentiras de David Blanco. En ocasiones, la reacción del público le sugiere que la fuerza para creer en lo sobrenatural es irresistible en muchas personas, sobre todo por no ejercitar el pensamiento escéptico. Se corre el peligro de abandonarse delante de un televisor creyendo a pies juntillas todo lo que allí se dice. Incluso hay gente dentro de la magia que cree. “No estamos acostumbrados a pensar por nosotros mismos”, asegura este ilusionista.

¿Por qué es más fácil creer en lo mágico? Para D. J. Grothe, presidente de la Fundación Randi, las seudociencias tratan de calmar nuestras ansiedades simulando responder a las cuestiones que preocupan a todo el mundo, como la muerte, el dinero, las relaciones humanas y la salud. “La gente cree básicamente en los ovnis porque les hacen sentir que están menos solos en el universo, en los sanadores divinos porque les dan esperanza de curación, o en los psíquicos que hablan con los muertos porque echan profundamente de menos a sus seres queridos que han perdido”.

La ciencia, en cambio, ha logrado explicar las posesiones demoniacas como ataques epilépticos, las abducciones alienígenas como alteraciones del sueño, o la creencia en fantasmas como el deseo de vivir tras la muerte. Para el periodista Mauricio-José Schwarz, que lleva 30 años combatiendo la seudociencia, se trata de entrenar los mecanismos del pensamiento y la deducción. “Nadie compra un coche usado a ciegas. Necesitamos abrir el capó, probar el coche. Hemos de tratar las afirmaciones paranormales como coches usados”.

Aquellos que están convencidos de que hay personas con poderes tendrían que preguntarse por qué ninguno de ellos se ha presentado a las pruebas para ganar el millón de dólares ofertada por la Fundación Randi. “Cada semana nos topamos con algún candidato, pero no están suficientemente preparados para engañarnos. Rellenan el formulario para obtener el premio, pero luego no oímos nada de ellos. Tratan de ver si tenemos alguna flaqueza, pero no la tenemos”, asegura Randi. Alguno intenta llegar un paso más allá. Pero al final todos los psíquicos se esfuman y desaparecen… casi de manera sobrenatural.

Fuente: El País.

Aprendiendo a reír

Saber gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia

Yo creía, y así lo escribí en mi último libro, que no había ninguna foto de la gran Marie Curie en la que apareciera sonriente. Antes al contrario: sus retratos la muestran invariablemente adusta, tensa, a menudo incluso trágica, una dura máscara de esfuerzo y dolor. Una lectora genial, sin embargo, me mandó hace poco una instantánea de Madame Curie, ya mayor y pareciendo aún mucho más vieja por los estragos causados por la radiactividad, muy cercana sin duda a la fecha de su muerte, vestida como siempre de negro y, también como siempre, sin maquillaje y con los cabellos recogidos de cualquier manera. Pero sonríe. ¡Sonríe! No es una risa franca, pero es un gesto indudablemente risueño. Y a mí me parece que esa pequeña curvatura de sus labios es un logro monumental de la científica. Quizá más importante para ella, incluso, que el descubrimiento del polonio y el radio.

“El joven que no llora es un salvaje, pero el viejo que no ríe es un necio”, decía el filósofo George Santayana. Es una frase profundamente conmovedora; y creo que he tenido que llegar a los alrededores de la vejez para poder comprenderla en toda su sabiduría. Las palabras de Santayana me recordaron uno de mis cuadros preferidos; se trata de un autorretrato de Rembrandt, el último del centenar de autorretratos que se hizo. Lo pintó más o menos un año antes de morir y es un cuadro casi monocromático, una explosión de ocres, de luces doradas y brillos que se apagan entre las sombras. Por entonces el artista debía de tener 62 años (murió a los 63), pero parece ancianísimo. Rembrandt fue un hombre muy vital y probablemente supo ser feliz en muchas ocasiones. Alcanzó un tremendo éxito como pintor siendo muy joven, tuvo varios amores, se casó en segundas nupcias con una mujer a la que adoraba. Pero luego la vida le pasó factura. Su inmenso talento le impidió seguir siendo el artista comercial que triunfa haciendo los retratos complacientes que le pide el mercado. Eligió pintar cada vez mejor y de manera más auténtica, y eso le hizo perder la clientela. Su éxito terminó, los encargos dejaron de llegar y se llenó de deudas. Para comer tuvo que venderlo todo, incluso su colección de arte. Cuando murió estaba en la más completa miseria.

El Rembrandt que pintó el último autorretrato era este hombre olvidado y arruinado. Y no sólo eso: para entonces había enterrado a su primera mujer, y luego también a su segunda y muy amada esposa, fallecida prematuramente pese a que era mucho más joven que él; por último, también había tenido que soportar la muerte de su hijo Titus. Y, sin embargo, pese a toda esta devastación, o seguramente por todo eso, el Rembrandt de este autorretrato sonríe. Asomado de escorzo a la ventana del lienzo, el pintor nos contempla y parece decirnos: mirad, esta es la vida, la gran broma pesada de la vida, así es la inocencia de los humanos, así el afán, el fulgor, el dolor. Es una sonrisa triste, pero serena e inmensamente sabia.

“El arte es una herida hecha luz”, decía el pintor francés Georges Braque. Otra frase certera que me viene a la cabeza cuando recuerdo este cuadro de Rembrandt. La luz otoñal del rostro del pintor emerge de las tinieblas del fondo, de la oscura herida de la vida, cauterizando y suavizando su dolor y el nuestro. Por lo menos, Rembrandt tuvo su arte hasta el final (el valor de seguir pintando, de no rendirse). Por lo menos, nosotros tenemos a Rembrandt. El arte nos salva, la belleza nos salva, y la vida, si se vive con conciencia de vivir e intentando aprender de lo vivido, quizá nos proporcione esa comprensión final, ese entendimiento apaciguado que permite que aflore la sonrisa.

En las Navidades de 1928, Marie Curie le mandó una carta a su hija Irene para felicitarle las fiestas. Y escribió: “Os deseo un año de salud, de satisfacciones, de buen trabajo, un año durante el cual tengáis cada día el gusto de vivir, sin esperar que los días hayan tenido que pasar para encontrar su satisfacción y sin tener necesidad de poner esperanzas de felicidad en los días que hayan de venir. Cuanto más se envejece, más se siente que saber gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia”. Creo que estas palabras son el logro de una vida. Y la insólita sonrisa de Curie en la foto que me envió la generosa lectora es sin duda una consecuencia de estos pensamientos. Alcanzar esa maravillosa sencillez no es fácil, desde luego, así que habrá que aplicarse. Aquí estoy, en fin, intentando aprender a reír día tras día.
Fuente Rosa Montero, El País.
www.facebook.com/escritorarosamontero www.rosa-montero.com

_- “España nos roba”

_- Si El Corte Inglés reduce un 10% sus precios en un edificio de nueve plantas, ¿de cuánto es la rebaja? Para todos, del 10%. Para el eximio nuevo económetra Ignacio González González —también famoso como presidente de la Comunidad de Madrid, CAM—, el descuento será del 90% (9 x 10). Al menos si aplica el baremo de su rebaja fiscal: es del 0,4% en cada uno de los cuatro tramos del IRPF, por lo que la ha vendido como del (0,4 x 4=) ¡1,6%! Genial.

Lo mejor de esta rebaja es que solemniza el principio de autonomía, incluso para la competencia fiscal, algo normal en un Estado compuesto, si no genera deslocalizaciones de sujetos y bases imponibles o desviaciones de flujos económicos exagerados, distorsionadores o provocados por ventajismos. Ninguna patronal acusa a González de romper la unidad de mercado, ya se sabe que no es Oriol Junqueras. Ni siquiera el presidente de la CEIM, Arturo Fernández, el que creó ex-novo, aposta, un puesto de empleada de postín para Lourdes Cavero, esposa del económetra, en la organización empresarial madrileña.

Lo peor es lo demás.
Técnicamente, es dudoso que esta rebaja (y la de otros impuestos) ayude a cuadrar las cuentas madrileñas, este año y en 2014. Es verosímil lo contrario. A final de agosto, su déficit ascendía al 0,91% del PIB, superando el objetivo del 0,7% con que se elaboró el presupuesto para todo 2013. Y si los cuatro meses restantes siguen a igual ritmo, (0,11 puntos/mes) superará el 1,36%, desbordará el -1,07% que le autorizó el Consejo de Política Fiscal y Financiera. Acertaba la ironía de Cristóbal Montoro: “Será que les sobra el dinero”. Y el recordatorio de Luis de Guindos a quienes compiten en rebajas: “Hay que cumplir con el déficit”.

Socialmente es discutible que se rebajen impuestos (incluso el IRPF, exorbitante con las rentas del trabajo) si se recortan prestaciones sanitarias y educativas. Y llueve sobre inequidad mojada, pues los impuestos de donaciones y sucesiones gozan en la CAM de exenciones del 99%. Acertaba Soraya Sáenz de Santamaría al advertir que de la “obtención de ingresos” depende “la financiación de los servicios básicos”.

“Queremos el dinero que nos corresponde a los madrileños”, blande González desvelando sus propósitos: presionar ante la reforma de la financiación autonómica e iniciar la carrera preelectoral. Otros denostan la “persecución (¡!) a la que somete el Gobierno central” a los madrileños, escribe el director de la Asociación Madrileña de la Empresa Familiar, Antonio Barderas (Expansión, 29 de octubre). Nos vamos acercando al “España nos roba”, ese delicado, sutil lema del sector más recalcitrante del secesionismo catalán.

Quiere el azar del calendario que este victimismo coincida con la socialización de pérdidas de las cuatro autopistas radiales de Madrid, la AP-41 a Toledo y la M-12 a Barajas (3.600 millones potenciales), amén de otras (hasta 4.500 millones de deuda a los bancos). Es un rescate público a las constructoras, pues su inclusión en la Empresa Nacional de Autopistas implica la garantía pública de esas deudas privadas, un segundo mini-rescate a la banca (¿ayuda de Estado?) y un capote a la capital.

O sea: desde ya habrá que incorporar los costes de la radialidad (para los demás) al debate financiero territorial. Las ventajas de la capitalidad (contando inconvenientes) debieran descartar al Madrid-Distrito-Central de la lista de autonomías normales: por su dotación de infraestructuras públicas; por sus mayores huestes en el sector público, estabilizador del consumo en las crisis; por sus sedes corporativas (60% de las empresas del Ibex); por su monopolio en organismos centrales de la Administración central. ¿Persecución? ¡Mamma mia!
Fuente: El País.

domingo, 10 de noviembre de 2013

"Bancocracia": de la república de Venecia a Mario Draghi y Goldman Sachs

Éric Toussaint
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Traducido por Alberto Nadal
Desde el siglo XII hasta comienzos del siglo XIV, la Orden de los Templarios, presente en una gran parte de Europa, se convirtió en banquero de los poderosos. Contribuyó a financiar varias cruzadas. A comienzos del siglo XIV, se había convertido en la principal acreedora del rey de Francia Felipe el Hermoso. Frente al peso de una deuda que gravaba sus recursos, Felipe el Hermoso se libró de sus acreedores y, de la misma, de su deuda, demonizando la Orden de los Templarios, acusándola de múltiples crímenes [2] . La Orden fue prohibida, sus jefes ejecutados y sus bienes confiscados. La Orden de los Templarios carecía de un estado y de un territorio para hacer frente al rey de Francia. Su ejército (15.000 hombres, de ellos 1.500 caballeros), su patrimonio y sus créditos con los dirigentes no la protegieron de la potencia de un estado decidido a eliminar a su principal acreedor.

En la misma época (siglos XI-XIV), los banqueros venecianos financiaban también cruzadas y prestaban dinero a los poderosos de Europa, pero maniobraron mucho más hábilmente que la Orden de los Templarios. En Venecia, se apoderaron de la cabeza del estado dándole la forma de una república. Financiaron la transformación de Venecia, ciudad-estado, en un verdadero imperio que comprendía Chipre, Eubea (Negrepont) y Creta. Adoptaron una estrategia imparable para enriquecerse duraderamente y garantizar el reembolso de sus créditos: fueron ellos quienes decidieron endeudar al estado veneciano con los bancos que poseían. Los términos de los contratos de los préstamos fueron definidos por ellos puesto que eran a la vez propietarios de los bancos y dirigentes del estado.

Mientras Felipe el Hermoso tenía interés en librarse físicamente de sus acreedores para liberarse del peso de la deuda, el estado veneciano devolvía hasta la última moneda de la deuda a los banqueros. Éstos tuvieron por otra parte la idea de crear títulos de la deuda pública que podían circular de un banco a otro. Los mercados financieros comenzaban entonces a ponerse en pie [3] . Este tipo de préstamo es el precursor de la forma principal de endeudamiento de los estados tal como se conoce en el siglo XXI.

Siete siglos después del aplastamiento de la Orden de los Templarios por Felipe el Hermoso, hoy los banqueros de Europa, igual que sus predecesores venecianos o genoveses, no tienen manifiestamente que estar inquietos por los gobiernos actuales.

Los estados nacionales y el protoestado que es la Unión Europea de hoy son quizás más complejos y sofisticados que las repúblicas de Venecia (o de Génova) de los siglos XIII al XVI, pero son con igual crudeza los órganos de ejercicio del poder de la clase dominante, el 1% opuesto al 99%. Mario Draghi, antiguo responsable de Goldman Sachs en Europa, dirige el Banco Central Europeo. Los banqueros privados han colocado a sus representantes o a sus aliados en puestos clave en los gobiernos y las administraciones. Los miembros de la Comisión Europea están muy atentos a la defensa de los intereses de las finanzas privadas, y el trabajo de lobby que los bancos ejercen ante parlamentarios, reguladores y magistrados europeos es de una eficacia temible.

Que un puñado de grandes bancos capitalistas ocupe el primer plano estos últimos años, no debe ocultar el papel de las grandes empresas privadas de la industria y del comercio, que usan y abusan de su proximidad a las estructuras del estado de forma tan hábil como los banqueros. La interconexión y la imbricación inextricables entre los estados, los gobiernos, los bancos, las empresas industriales y comerciales, y los grandes grupos privados de comunicación constituyen, por otra parte, una de las características del capitalismo, tanto en su fase actual como en las precedentes.

Efectivamente, desde la victoria del capitalismo como modo de producción y como formación social dominante, el poder es ejercido por los representantes de los grandes grupos privados y sus aliados.

Desde un punto de vista histórico, la New Deal iniciada por el presidente F. Roosevelt en 1933 y los treinta años que siguieron a la II Guerra Mundial aparecen como un paréntesis durante el cual la clase dominante tuvo que hacer concesiones, ciertamente limitadas pero reales, a las clases populares. Los grandes patronos tuvieron que disimular un poco su dominio sobre el estado. Con el giro neoliberal emprendido a finales de los años 1970, abandonaron la discreción. Los años 80 ponen en un primer plano una clase dominante completamente desinhibida que asume y proclama con cinismo la carrera por la ganancia y la explotación generalizada de los pueblos y de la naturaleza. La fórmula, tristemente célebre, de Margaret Thatcher “There is no alternative” marca hasta hoy el paisaje político, económico y social, a través de los ataques violentos a los derechos y conquistas sociales. Mario Draghi, Angela Merkel, Silvio Berlusconi (gran patrón italiano), José Manuel Barroso, aparecen como figuras emblemáticas de la consecución del proyecto thatcheriano. La complicidad activa de los gobiernos socialistas (de Schröeder a Hollande, pasando por Tony Blair, Gordon Brown, Papandreu, Zapatero, Socrates, Letta, Di Rupo, y muchos otros) muestra hasta qué punto se insertaron en la lógica del sistema capitalista, hasta qué punto forman parte del sistema igual que Barack Obama del otro lado del Atlántico. Como afirmaba el multimillonario americano Warren Buffet, “es una guerra de clases, y es mi clase la que va ganando”.

El sistema de la deuda pública tal como funciona en el capitalismo constituye un mecanismo permanente de transferencia de riquezas producidas por el pueblo hacia la clase capitalista. Este mecanismo se ha reforzado con la crisis comenzada en 2007-2008, pues las pérdidas y las deudas de los bancos privados han sido transformadas en deudas públicas. A una gran escala, los gobiernos han socializado las pérdidas de los bancos a fin de permitirles continuar haciendo beneficios que redistribuyen a sus propietarios capitalistas.

Los gobiernos están directamente conchabados con los grandes bancos y ponen a su servicio los poderes y las arcas públicas. Hay un va y viene permanente entre los grandes bancos y los gobernantes. El número de ministros de finanzas y de economía, o de primeros ministros, que provienen directamente de los grandes bancos o que van a ellos cuando abandonan el gobierno no deja de aumentar desde 2008.

El oficio de la banca es demasiado serio para ser dejado en manos del sector privado, es necesario socializar el sector bancario (lo que implica su expropiación) y colocarlo bajo control ciudadano (de los asalariados de los bancos, de los clientes, de las asociaciones y de los representantes de los actores públicos locales), pues debe estar sometido a las reglas de un servicio público [4] y las rentas que su actividad genera deben ser utilizadas para el bien común.

La deuda pública contratada para salvar a los bancos es definitivamente ilegítima y debe ser repudiada. Una auditoría debe determinar las demás deudas ilegítimas y/o ilegales y permitir una movilización tal que una alternativa anticapitalista pueda tomar forma.

La socialización de los bancos y la anulación/repudio de las deudas ilegítimas deben inscribirse en un programa más amplio [5].

Como durante la república de Venecia, hoy en la Unión Europea y en la mayoría de los países más industrializados del planeta, el estado está en ósmosis con la gran banca privada y paga dócilmente la deuda pública. El no pago de la deuda ilegítima, la socialización de la banca así como otras medidas vitales serán el resultado de la irrupción del pueblo como actor de su propia historia. Se tratará de poner en pie un gobierno tan fiel a los oprimidos como los gobiernos de Merckel y Hollande lo son a las grandes empresas privadas. Tal gobierno del pueblo deberá hacer incursiones en la sacrosanta gran propiedad privada para desarrollar los bienes comunes a la vez que respeta los límites de la naturaleza. Ese gobierno deberá igualmente realizar una ruptura radical con el estado capitalista y erradicar todas las formas de opresión. Una auténtica revolución es necesaria.

Notas:
[1] Ver David Graeber, En deuda. Una historia alternativa de la economía, Editorial Ariel, Barcelona, 2012, 714 pp; Thomas Morel et François Ruffin, Vive la Banqueroute!, Paris, Fakir Editions, 2013.
[2] Fernand BRAUDEL, Civilisation matérielle, économie et capitalisme. XVe-XVIIIe siècle. Paris, Armand Collin, 1979; David Graeber, En deuda. Una historia alternativa de la economía, Editorial Ariel, Barcelona, 2012, 714 pp
[3] El sector bancario debería ser enteramente público con excepción de un sector cooperativo de pequeña talla con el que podría cohabitar y colaborar.
[4] Ver Damien Millet y Eric Toussaint, Europa, ¿qué programa de urgencia frente a la crisis? http://cadtm.org/Europa-Que-programa-de-urgencia . Ver también Thomas Coutrot, Patrick Saurin y Eric Toussaint. Anular la deuda o gravar al capital: ¿Por qué elegir? http://cadtm.org/Anular-la-deuda-o-gravar-al. Finalmente, ver ¿Qué hacer con la deuda y el euro?, http://cadtm.org/Que-hacer-con-la-deuda-y-el-euro publicado el 30 de abril de 2013.
Éric Toussaint, doctor en ciencias políticas, es presidente del CADTM Bélgica (Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo, www.cadtm.org ) y miembro del consejo científico de ATTAC. Autor, entre otros libros, de Una mirada al retrovisor: el neoliberalismo desde sus orígenes hasta la actualidad, Icaria 2010; La Deuda o la Vida (junto a Damien Millet) Icaria, Barclona, 2011; La crisis global, El Viejo Topo, Barcelona, 2010;. La bolsa o la vida: las finanzas contra los pueblos, Gakoa, 2002.
Fuente: http://cadtm.org/Francais

My Caribbean: 5 Vignettes



My Caribbean: 5 VignettesBy BERNICE L. McFADDEN, RAQUEL CEPEDA, EDWIDGE DANTICAT, COLIN CHANNER and ELIZABETH NUNEZ From NYT.

How do you define the Caribbean? Writers intimately acquainted with the islands answer with postcards from their ancestral homes.



1. BARBADOS

I was just 8 years old when my grandmother announced to my brother and me that she would be taking us to Barbados for the summer.

Where is that? I asked. Her response was, in the West Indies, but I had no idea where the West Indies was or what type of people inhabited such a place. Did they all look like my grandmother or something else?

I spent most of the hours on the Pan Am flight staring out into the darkness, wondering about this foreign land we were traveling to. From my dinner, I’d saved the dessert, a square slice of pineapple spongecake. It would be my offering to the great chief of the West Indians that no doubt would be meeting us at the airport.

After landing we walked out into the warm morning air, heavy with scents of sea salt and sugar cane. The sun was just beginning to glow, casting a soft light onto the surrounding pastures, dotted with grazing cows, hogs and goats.

Weeks before our departure my young mind had churned out visions of the West Indies in a dream that placed me shaking and scared in a tepee circled by Indians clutching bows and arrows. But my grandmother’s cousins looked nothing like what I had imagined, nor did they look like my grandmother; they were short and stout in stature, similar to the women depicted in Botero’s paintings.

Eric Payne
Bernice L. McFadden.

They embraced me, but I did not drop my guard, no matter how wonderful their fat arms felt wrapped around my slim body. I presented them with my gift, and they giggled.

My brother and I slid across the broad leather seat of a 1956 Fairlane as it sped down unpaved roads that snaked through hollowed-out mountains dripping with pink and white bougainvillea. The vast, unbelievably blue Caribbean was always to our left, bucking with exultation as the sun slipped over the horizon and sprinkled it with shimmering rays of confetti.

Their home was in Paynes Bay, St. James, an area known as the Gold Coast. They lived in a small brown and beige chattel house that rested on a foundation of quarry and sea stones. It shook and shivered when we walked across the thin wooden floor.

My first meal in that strange land was steamed fish and a molehill of something that looked like mashed potatoes, but was buttery in color, made of cornmeal and okra.

“What is this?”

“Barbados national dish, flying fish and coo-coo.”

Flying fish? Fish with wings?

I was intrigued.

In the weeks that followed, I became comfortable with barefoot living and the green lizards that watched me curiously from the windowsills and walls. I looked forward to dusk as I had become fascinated by the ruby-colored soldier crabs that climbed from earthen holes to begin their nightly scavenge for food. In Brooklyn, stars were scarce, but in Barbados, the night sky was littered with them.

Our playground was the sea, and most of our days were spent frolicking in it. We were thrilled when the Jolly Rogers, a party cruise boat, entered our playground waters. The soca and calypso music sailed our way and we would bump, grind and gyrate in the “wuk-up” style of dance that has come to be known as “twerking” — but has ancient African roots.

Every day I thought about the flying fish and secretly watched for them in the emerald-colored canopy of the breadfruit trees.

As the end of the summer approached, I promised myself that I would return again and again. Forty years later, I honor the promise at least once a year.

The day before we were set to return to the states, I fell into a deep melancholy because I did not want to leave and I had not caught a glimpse of the elusive flying fish. I was swimming, and the sun was just beginning to set when my aunt called us children in for dinner.

“One last time,” I screamed in response, sucked air into my lungs and dove deeper than I had the entire summer, so deep that my ears popped as I surged toward the creamy-colored sand beneath me.

When I resurfaced, gasping for air, I found myself turned around, my back to the beach and my vision fixed on the place where the ocean empties into the sky. Just an arm’s length away the water began to ripple and a school of flying fish burst from its depths and sailed through the air. The moment was magical, and I was struck with my first profound sense of awe.

BERNICE L. McFADDEN is the author of eight novels, including “Sugar, Nowhere Is a Place” and “Gathering of Waters.”

2. DOMINICAN REPUBLIC

The lobby of the upscale resort where I was staying in Santo Domingo in
late spring was a study in the colonial legacy of my mother country. There was a litter of mostly white men dressed in business casual and local women in every hue of brown feigning interest in them. The men cast knowing looks in my direction, undoubtedly mistaking me for a prostitute too.

It isn’t easy to place me. Although I was born in New York City, both of my parents are from here, and I lived nearby in Urbanización Paraíso with my maternal grandparents when I was a child. I may have been rolling sans suit, but I was in town on my own business, filming part of a documentary. While the rest of the small crew I was traveling with filed upstairs to unwind, this dominiyorkian was looking for a much-needed ice-cold bottle of Presidente beer, to reflect on my time there.

Heather Weston

Raquel Cepeda.
So I headed for the bar, passing by the seemingly endless hallway to the left, the one festooned with tawdry frames featuring pictures of the Dominican Republic’s one-time Führer Rafael Trujillo chilling there in his heyday. The images were a contrast to the current and mostly unreported proletarian awakening of African and indigenous consciousness, especially among younger folks.

The island’s real history is too complicated to frame and hang on a wall. The Dominican Republic is the place where Christopher Columbus set up his second settlement in the New World, nearby in the Zona Colonial. However, that part of colonial history wasn’t what we were in country to see. We had spent one day navigating dirt roads and unmarked turnoffs to the ruins of two former colonial sugar mills, Engombe and Boca de Nigua, with the Caribbean historian Frank Moya Pons as our guide. As we stood on that sacred ground, he told us that in 1796, 200 slaves at Boca de Nigua rose up against the Spanish, setting the sugar cane fields and surrounding buildings ablaze. I dug my hands into the earth, trying to imagine those events playing out around me as the cows peacefully grazed nearby.

The next morning we started out at the Cuevas de las Marravillas, an ancient Taino cave about two hours outside of Santo Domingo, near San Pedro de Macorís, where my father’s mother was born. Her mitochondrial DNA revealed a direct maternal connection to the indigenous people of the island. Those original inhabitants used the caves for religious and funeral rights, and for shelter against the forces of nature that sometimes ravaged the island. One petroglyph depicted what looked like a helmeted Spaniard, which made me shudder. And still, though we were literally enclosed in history, I felt something wasn’t quite right. The cave was so overly renovated it felt as if we were walking through an art installation in Williamsburg, Brooklyn. An employee, likely sensing my dissatisfaction, pointed me to Pomier, a less-gentrified cluster of 55 caves she said contained some of the oldest and finest pre-Columbian rock art in the Caribbean.

We made a dash for our bus and drove for what seemed like hours. After a long wait, the unofficial boss man arrived on the back of a rickety moped. The jefe was a tall and imposing older man decked out in a military-issued uniform. His grin was both wide and menacing at the same time. I’ve seen that face before, on sketchy policemen in Rio, Tangier and Freetown.

After begging him to let us film the cave, the jefe left without saying a word, and a tall young man from a nearby hood, dressed in a neon green YMCA Camp T-shirt, long plaid shorts and flip-flops, appeared in his stead. He carried two small flashlights and began the tour with the uninflected tone of someone who would have rather been anywhere else. But his knowledge of the caves was masterful and his love for them fierce. He recounted an epic saga between the community and the companies that have put these caves in danger by quarrying limestone nearby.

Seeing the depictions of life before the Western invasion — and right before the cave’s inevitable gentrification — was mind-blowing. But all along, I felt a chill, as if this may not end well. Different scenarios played out in my mind, all ending with the jefe robbing us, and maybe worse. We emerged safely, though, passing by what looked like a used condom at the cave’s entrance before heading back to the hotel.

Later, sipping my rimy beer, I was grateful. The universe had allowed us to retrace humankind’s historic footprints. As the breeze shrouded me in its warmth, I felt it was well worth those moments of uncertainty.

RAQUEL CEPEDA is a filmmaker and the author of “Bird of Paradise: How I Became Latina.”

3. HAITI

On the southern coast of Haiti, in a town called Jacmel, a group of film students dream and create,
surrounded by a super lush landscape that includes clusters of hibiscus, palm groves and birds of paradise. But the sea is never too far, crashing loudly against the cliffs and grottoes that surround Ciné Institute, Haiti’s only professional film school.

Jonathan Demme

Edwidge Danticat.

The day we arrived on campus, the school year was wrapping up and students were showing the short films that are their year-end projects. In one film, a local Lothario spends his days in a neighborhood gym plotting ways to seduce the girl he thinks he loves. In another a father is tempted to steal a bag of rice to feed his family. In yet another a young man becomes an unwilling apprentice to the town sorcerer. But in one of the simplest, a woman simply tells a story.

All the films make full use of the historic town of 40,000, which the original Taino settlers had named Yaquimel, or fertile land. The thatch-roofed open-air classroom, where the students assemble, looms so high over the sea that it could just as easily be the site of a lighthouse. The entire five-acre campus was once the site of the Indian Rock Hotel, which was made up of colorfully painted bungalows. The owners of the hotel were planning to turn it into a scuba diving center. Then came the January 2010 earthquake. The film school lost its location in the middle of town. The hotel owner got called elsewhere and allowed the film school to take the nonfunctioning hotel by the sea.

I had been on the campus before for the viewing of “Dix Gourdes films.” With a budget that was the equivalent of an American quarter, students produced short films on subjects ranging from neglectful fathers to the evils of smoking to the unintended consequences of practical jokes. The screenings happened to coincide with Carnival, which the town celebrates with its own particular flair, highlighting Jacmel’s signature papier-mâché masks and historically minded costumes. People come from near and far to Kanaval Jacmel, crowding the main thoroughfare, Barranquilla Avenue, following on foot, or dancing behind the packed floats of their favorite musical bands. There are even plans to build a carnival museum in Jacmel, which, after the 2010 earthquake, has been designated a Unesco World

Heritage site.

Jacmel has seen its share of worldly visitors. (In 1816, Simón Bolívar stopped by on his way to fight against the Spanish empire in Latin America.) Recently the town has hosted international fashion shoots and its papier-mâché masks have been featured in a music video by the Grammy-award winning indie rock sensation Arcade Fire, a video that has five million views, and counting, on You Tube. Still Jacmel’s charm remains homebound. Its beaches still feel like secrets, though they are packed on the weekends by visitors and locals alike. Jacmel’s French colonial houses and their wrought-iron balconies look stately even when worn down, as though the ghosts of the wealthy coffee planters, who transported them in fragments from Europe and pieced them together on the island, were still haunting their narrow halls.

These sites are all perfect for adventurous tourists’ cameras or for local film students’ sets. As is the Moulin Price, a rusty 19th-century steam engine scattered in pieces across a grassy plain that was once the site of a thriving sugar plantation. Or Bassin Bleu, a trio of turquoise pools beneath a magnificent waterfall. Or even the town cemetery with its houselike mausoleums.

But sometimes Jacmel tells its stories quietly. An older woman in town who is filmed for a series of short films called “Ti Koze Lakay,” or “A Little Chat at Home,” speaks of a young woman who passes over rich and flashy lovers for the poor, unassuming guy she truly loves. In many ways, Jacmel — along with the rest of Haiti — is a lot like that less flashy gentleman caller, who demands a closer look but is guaranteed to steal your heart.

EDWIDGE DANTICAT is the author, most recently, of the novel “Claire of the Sea Light.”

4. JAMAICA

I first saw the Pelican Bar in 2001, perhaps a week after it opened. I had gone to Jamaica to
pursue the reckless notion of directing a literary festival in Treasure Beach, a district of red dirt, blond sheep and hazel-eyed people on the wild south coast. I was traveling with my children: Addis, boy-haired and 6-ish; and her brother Makonnen, 4, who was calm except when seawater touched his feet.

Which was worse, I thought while lifting each into a fiberglass pirogue: taking children on open water without life vests? Or bringing them into a bar? But it wasn’t just a bar, I had been told by my friend Jason, it was a bar I had to see. Or so I thought. He had actually said, “A bar out in the sea.”

The Pelican is an idling spot on a sandbar about a quarter-mile off Jamaica’s southwest coast. In a sense it is an accidental version of a tiki hut reconceived in waist high water. Made of bamboo, driftwood and tree bark and covered by a slump by thatch, it’s saved from “coolness” by sincerity. It may look like a clever dive bar created for the in-the-know, but it isn’t. It’s too roots. It’s a bar where regulars make shallow dives from short, uneven ladders into warm, clear water; where they float over starfish in mind, if not in body; and where they can feel distant, far away and speckish, like grains of sand in the universe.

Makonnen Fouché-Channer

Colin Channer.

Since that time with the children, I have gone there many times with friends, writers mostly, leaving from Jakes Hotel, where I directed a book festival for 10 short years. The authors love the leaping, the way the long bright hulls separate from the ocean, then crash into the waves. They love the rumble tumble gray sand dunes. But most of all they like the bar for what it is. To see them settled there among the regulars, cup in hand, is to witness the peculiar comfort of artists settling into kinship with an architecture that has found its own voice. There is a way they pat the slatted wood, running their hands along it without fear of splinters. There’s a delight in using hands to pull their food.

The food there — lobster and fish served fried, grilled, curried or braised — is simple. But it is ready only if you call ahead. Water, soda, beer and rum are the only drinks for knocking back. And it’s not like the owner doesn’t know about martinis.

The best rum is Appleton, from a centuries-old estate in the nearby hills. The bar has no seating. It’s a joint where you cotch — lean in a slight squat to catch an edge of something with your bum. If you don’t have much bum, stand up. There’s always good music to rock, mostly 70s soul, dancehall from the ‘80s, and this being Jamaica, country and western in the mix.

Cowboy films have always been popular here. Sentimentalism travels well and has a long shelf life in places like my country, where basics are expensive. Living in Jamdown is serious business, hence the love of sentimental music. The mood at the Pelican is too blissed to have hipsters adopt it as an ironic accessory.

And this isn’t a place to be edgy, though the Edge from U2 and other famous music makers have dropped in. The regulars come to get the edge off with a sweet view and a drink. Fishermen bring their wives and bona fides. Residents of close districts hire boats and motor in with guests from villas and high-style small hotels.

When I left the Pelican that first time with my children, I asked Shabba the boat captain to go down the coast and up the Black River. I was too enraptured to go straight home.

In 15 minutes, we were cruising in a wide channel lined with water lilies and man-high grass. The views were long like those on continents, perhaps the one my ancestors called home. At a certain point the river made a wide S curve. We came out of it sweeping, slowed down, then crept toward a tunnel of mangroves. Their roots and limbs were silver, but their leaves were mostly white. Blossoms? My son shouted at a crocodile sunning on a log. The ibises went gushing in a fountain. I was more astounded than the birds.

On the way back to Jakes we cut between the shore and the Pelican, waving at the people looking out. Farther on the boat began to leap. My son complained about the water on his feet. My daughter shouted high above the engine, “Faster, go faster.” I sat quietly, contemplating what it meant to be home.

COLIN CHANNER is the father of Addis and Makonnen. He has written a few books.

5. TRINIDAD

When it first occurred to me to write “Prospero’s Daughter,” a novel based loosely on “The
Tempest,” Chacachacare, one of the largest of the offshore islands on the northwest coast of Trinidad, came immediately to mind, mirroring as it does the isolated island in Shakespeare’s play. Abandoned for more than half a century, Chacachacare was once a leper colony and an American military base. Today, still unpopulated, Chacachacare attracts “yachties” who dock yachts flying flags from around the world in the calm waters of its many coves.

I had never been to Chacachacare as a child — few Trinidadians have — and on that first trip to reassure myself that I picked the right setting for my novel, schools of silvery dolphins leapt and twirled next to my boat, accompanying me close to the pebble-strewn beach. I was awe-struck by the stunning vegetation: ancient trees, their branches stretching up to a brilliant blue sky, orange and lime trees, and the calcified stems of pigeon peas and tomato, relics from the time of the leper colony, and everywhere blasts of color, ripening fruit and wildflowers, red, orange, yellow, purple. There is a tall white lighthouse, ringed with wide black bands, on Chacachacare, and on the top, a metal door that opens to a narrow ledge where it seems you could touch the looming mountains of South America.

Leonid Knizhnik

Elizabeth Nunez.

Neither Chacachacare nor the rest of Trinidad has the blue seas typical of the Caribbean islands. The waters on the west of Trinidad are stained with silt from the Orinoco River; on the east roiling waves from the Atlantic erode the roots of coconut trees already bent low by the relentless trade winds. Yet Trinidad is the luckiest of the islands in the Caribbean archipelago. In just a three-hour ferry ride, I can be in Tobago, Trinidad’s sister island a few miles to the northeast, where the sand is white and rainbow-colored fish swim through forests of coral reefs. To me, though, Trinidad’s greatest stroke of luck is its situation in the Doldrums, that low-pressure area near the Equator, sparing the island from the devastating hurricanes that today pummel the other islands with regularity. Unusual for the Caribbean too are Trinidad’s flora and fauna — wild orchids and lilies my mother collected, deer and ocelots my father hunted. For Trinidad was once part of the Amazon rain forest, cut off from it in that great continental seismic shift many centuries ago. Once my father barely escaped being squeezed to death by a macajuel snake, our name for the Amazonian boa constrictor.

Trinidad is known for its Carnival and calypso as well as for the steelpan, one of the few musical instruments invented in the 20th century, but I am drawn to the gifts nature has given us. In my novels I write about the ribbons of red gracefully dipping and rising across the sky at sunset, the multitudes of scarlet ibis returning from Venezuela to roost in the mangrove in our Caroni swamp. I write too about our La Brea Tar Pits, the largest of the only three existing asphalt lakes in the world.

I grew up on the outskirts of the capital, Port of Spain, where the northern range rose dark blue and magnificent against a gold-tinged sunlit blue sky. Behind the mountains are the best beaches on the island, for years inaccessible until America built a road for us as a sort of compensation for appropriating miles of flat land near the capital for a Naval base.

Whenever I write stories about the immigrant’s longing for home I find myself writing about that road which leads to Maracas Bay where I spent some of my happiest days with my family on the beach. It is the narrowest of roads, on one side a wall of mountain, on the other plunging precipices that never fail to take my breath away: translucent mists floating among cottony clouds and sinking down to valley upon rolling valley where glistening trees of variegated greens cling precariously up the sides, and at the bottom the glorious Atlantic, big and powerful, slapping enormous waves against gigantic black rocks and pitching long, frothy white sprays high in the air. Each time I travel up that miraculous road, I press my face into the wind, I drink in the salt-filled air, I take snapshots in my mind’s eye of the trees, the flowers, the roaring ocean, and I am prepared once more for wintry days in the land I now call home.

< ELIZABETH NUNEZ is the author of eight novels and the memoir “Not For Everyday Use,” to be published in April.
Aquí en español.
¿Cómo define usted el Caribe?
Los escritores explican con detalle las islas responden con las postales de sus hogares ancestrales.

1. BARBADOS

Tenia sólo 8 años cuando mi abuela anunció a mi hermano y a mí que nos llevaría a Barbados en el verano.

¿Dónde está eso? Le pregunté. Su respuesta fue, en las Indias Occidentales, pero no tenía ni idea de dónde estaban las Indias Occidentales o qué tipo de personas habitaban ese lugar. ¿Todos ellos se parecen a mi abuela o algo no?

Pasé la mayor parte de las horas en el vuelo de Pan Am mirando hacia la oscuridad, preguntándome acerca de esta tierra extraña a la que viajábamos. Desde mi cena, me salvó el postre, un trozo cuadrado de bizcocho de piña. Sería mi ofrenda al gran jefe de los antillanos que sin duda nos reunirá en el aeropuerto.

Después de aterrizar salimos al aire caliente de la mañana, cargado de aromas de sal marina y de la caña de azúcar. El sol comenzaba a brillar, proyectando una luz suave en los pastos circundantes, salpicada de vacas pastando, cerdos y cabras.

Semanas antes de nuestra partida mi mente joven había logrado unas visiones de las Antillas en un sueño que me puse temblando y asustada en un tipi rodeada por indios sosteniendo arcos y flechas. Pero los primos de mi abuela no se parecían en nada a lo que había imaginado, ni se parecen a mi abuela, que era baja y robusta de estatura, similar a las mujeres representadas en las pinturas de Botero.

Eric Payne

Bernice L. McFadden.

Ellos me abrazaron, pero no cayeron en guardia, no importa lo maravilloso que sentí sus brazos gordos envuelto alrededor de mi cuerpo delgado. Yo les presenté mi regalo, y reí.

Mi hermano y yo nos deslizamos por el amplio asiento de cuero de un Fairlane 1956, que aceleró por caminos de tierra que serpenteaban a través de ahuecadas montañas que goteaban con buganvillas de color rosa y blanco. El increíblemente azul del mar del Caribe fue siempre a nuestra izquierda, yendo con gran alegría cuando el sol cayó sobre el horizonte y la roció con brillantes rayos de confeti.

Su casa estaba en Paynes Bay, St. James, una zona conocida como la Costa de Oro. Vivían en una pequeña casa de color marrón y beige con mueble que descansaban sobre una base de cantera y piedras de mar. Se sacudió y tembló cuando entramos en el piso de madera fina.

Mi primera comida en esa tierra extraña fue pescado cocido al vapor pescado y un grano paecido a la arena en algo que parecía puré de patatas, pero era crujiente, hecha de color de la harina de maíz y okra.

"¿Qué es esto?"

"Plato nacional de Barbados, peces voladores y coo-coo".

Los peces voladores? Pescado con alas?

Yo estaba intrigado.
En las semanas que siguieron, disfruté con los lagartos verdes que me miraban con curiosidad desde las ventanas y paredes donde estaba descalzo. Yo esperaba a la noche ya que había quedado fascinado por los cangrejos soldados de color rubí que subían desde los orificios de tierra para comenzar su barrido nocturno de comida. En Brooklyn, las estrellas eran escasas, pero en Barbados, el cielo estaba lleno de ellas.

Nuestro patio era el mar, y la mayoría de los días los pasamos retozando en ella. Nos quedamos encantados cuando la Jolly Rogers, un barco de crucero de fiesta, entró en nuestras aguas de recreo. La soca y calipso navegado nuestro camino y nos lo golpee, moler y girar en el estilo "wuk -up" de la danza que ha llegado a ser conocido como "twerking"- pero tiene antiguas raíces africanas.

Todos los días pensaba en los peces voladores y secretamente visto por ellos en el dosel de color esmeralda de los árboles del pan.

A medida que el final del verano se acercaba, me prometí que volvería una y otra vez. Cuarenta años más tarde, me honro con la promesa, al menos, una vez al año.

El día antes de que nos fijamos para regresar a los Estados Unidos, que cayó en una profunda melancolía, porque yo no me quería ir y yo no había captado  ni un vistazo de los peces voladores difícil de alcanzar. Estaba nadando, y el sol estaba empezando a configurar cuando mi tía nos llama hijos a cenar.

"Por última vez," me gritó en respuesta, aspira el aire en mis pulmones y se zambulló más profundo de lo que tenía todo el verano, tan profundo que mis oídos aparecieron como yo surgí hacia la arena color crema debajo de mí.

Cuando resurgió, respirando con dificultad, me encontré a mí mismo me di la vuelta, de espaldas a la playa y mi visión fija en el lugar donde se une al mar con el cielo. Sólo a un brazo de distancia del agua comenzó a ondear y una escuela de peces voladores brotó de sus profundidades y navegó por el aire. El momento era mágico, y me llamó la atención con mi primer profundo sentido de respeto.

BERNICE L. McFADDEN Es autor de ocho novelas, entre ellas "Sugar, un lugar que está en ninguna parte" y "Encuentro de las Aguas".

2. REPÚBLICA DOMINICANA
El lobby del resort de lujo, donde me estaba quedando en Santo Domingo a finales de primavera fue un estudio de la herencia colonial de mi patria. Había una cama en su mayoría hombres blancos vestidos de las mujeres de negocios informales y locales en todos los colores de marrón fingiendo interés en ellos. Los hombres echaron miradas de complicidad hacia mí, sin duda, me confunde con una prostituta también.

No es fácil para mí otro. Aunque nací en la Ciudad de Nueva York, a mis padres son de aquí, y yo vivía cerca, en Urbanización Paraíso con mis abuelos maternos cuando yo era un niño. Puedo haber estado rodando traje sin, pero yo estaba en la ciudad en mi propio negocio, filmar parte de un documental. Mientras que el resto de la pequeña tripulación que viajaba con escaleras presentada para relajarse, este dominiyorkian buscaba una muy necesaria botella helada de cerveza Presidente, para reflexionar sobre mi estancia allí.

Heather Weston

Raquel Cepeda.

Así que me dirigí a la barra, pasando por el pasillo interminable a la izquierda, la adornada con cuadros de mal gusto con imágenes de la República Dominicana de una sola vez Führer Rafael Trujillo escalofriantes allí en sus buenos tiempos. Las imágenes eran un contraste con la corriente y en su mayoría no se denuncian despertar de la conciencia proletaria africana e indígena, especialmente entre los más jóvenes.

La verdadera historia de la isla es demasiado complicado para enmarcar y colgar en la pared. La República Dominicana es el lugar donde Cristóbal Colón estableció su segundo asentamiento en el Nuevo Mundo, en las inmediaciones de la Zona Colonial. Sin embargo, esa parte de la historia colonial no era lo que estábamos en el país para ver. Nos habíamos pasamos un día navegando caminos de tierra y desvíos sin marcar a las ruinas de dos antiguos molinos coloniales azúcar, Engombe y Boca de Nigua, con el Caribe historiador Frank Moya Pons como nuestra guía. Mientras estábamos en esa tierra sagrada, nos dijo que en 1796, 200 esclavos en Boca de Nigua se levantaron contra los españoles, el establecimiento de las plantaciones de caña de azúcar y los edificios circundantes en llamas. Saqué mis manos en la tierra, tratando de imaginar los acontecimientos que juega a mi alrededor como las vacas pastaban tranquilamente cerca.

A la mañana siguiente empezamos a Cuevas de las Marravillas, un antiguo Taino cueva cerca de dos horas las afueras de Santo Domingo, cerca de San Pedro de Macorís, donde nació la madre de mi padre. Su ADN mitocondrial reveló una conexión materna directa a la población indígena de la isla. Los habitantes originales utilizaron las cuevas de los derechos religiosos y funerarios, y en busca de refugio contra las fuerzas de la naturaleza que a veces asolaron la isla. Un petroglifo representa lo que parecía ser un español con casco, lo que me hizo estremecer. Y aún así, a pesar de que estábamos literalmente encerrados en la historia, sentí que algo no estaba bien. La cueva fue tan excesivamente renovado se sentía como si estuviéramos caminando a través de una instalación de arte en Williamsburg, Brooklyn. Un empleado, probablemente sintiendo mi descontento, me señaló a Pomier, un grupo menos aburguesado de 55 cuevas que dijo contenía algunas de las pinturas rupestres precolombinas más antiguas y más bellas del Caribe.

Hicimos un guión para nuestro autobús y nos llevaron por lo que parecieron horas. Después de una larga espera, el hombre jefe no oficial llegó a la parte trasera de una moto desvencijada. El jefe era un hombre alto e imponente mayor ataviado con un uniforme militar emitida. Su sonrisa era a la vez amplia y amenazador al mismo tiempo. Yo he visto esa cara antes, el policía incompletos en Rio, Tánger y Freetown.

Después de rogarle a dejarnos la película de la cueva, el jefe se fue sin decir una palabra, y un joven alto de una capilla cercana, vestido con un neón verde YMCA Camp camiseta , bermudas a cuadros y flip- flops, apareció en su lugar. Llevaba dos pequeñas linternas y comenzó la gira con el tono sin inflexiones de alguien que hubiera preferido estar en otro sitio . Pero su conocimiento de las cuevas fue maestro y su amor por ellos feroz. Relató una saga épica entre la comunidad y las empresas que han llevado a estas cuevas en peligro por la explotación de canteras de piedra caliza cerca.

Al ver las representaciones de la vida antes de la invasión occidental - y justo antes de inevitable aburguesamiento de la cueva - fue alucinante. Pero todo el tiempo, me sentí un escalofrío, como si esto no puede terminar bien. Diferentes escenarios jugado en mi mente, todo termina con el jefe nos roba, y tal vez peor. Salimos con seguridad, sin embargo, pasar por lo que parecía un condón usado en la entrada de la cueva antes de regresar al hotel.

Más tarde, bebiendo mi cerveza rimy, me alegré mucho. El universo se había permitido volver sobre las huellas históricas de la humanidad. A medida que la brisa me envolvía con su calor, sentí que valió la pena esos momentos de incertidumbre.

RAQUEL CEPEDA es un director de cine y autor de "Ave del paraíso: Cómo me convertí Latina."

3. HAITI
En la costa sur de Haití, en un pueblo llamado Jacmel, un grupo de estudiantes de cine de ensueño y crear, rodeado de un paisaje súper exuberante que incluye grupos de hibiscos, palmeras y aves del paraíso. Pero el mar no está demasiado lejos, chocando con fuerza contra los acantilados y grutas que rodean Ciné Institute, única escuela de cine profesional de Haití.

Jonathan Demme

Edwidge Danticat.

El día que llegamos en el campus, el año escolar estaba terminando y los estudiantes estaban mostrando los cortometrajes que son sus proyectos de fin de año. En una película, un Lotario local, pasa sus días en un gimnasio de barrio trazado maneras de seducir a la chica que piensa que él ama. En otro padre tiene la tentación de robar un saco de arroz para alimentar a su familia. En otro un joven se convierte en un aprendiz dispuesto a que el hechicero ciudad. Pero en una de las más simples , una mujer sólo cuenta una historia.

Todas las películas que hagan pleno uso de la histórica ciudad de 40.000, lo que los pobladores originales taínos habían llamado Yaquimel, o la tierra fértil. El salón de clases al aire libre con techo de paja, donde los estudiantes se reúnen, se vislumbra tan alto sobre el mar que podría ser tan fácilmente el sitio de un faro . El plantel completo de dos hectáreas fue una vez el sitio de la Rock Hotel india, que se compone de bungalows pintadas de colores. Los propietarios del hotel estaban planeando convertirlo en un centro de buceo. Luego vino el terremoto de enero de 2010. La escuela de cine perdió su ubicación en el centro de la ciudad. El dueño del hotel fue llamado en otro lugar y permitió que la escuela de cine para tomar el hotel que no funciona por el mar.

Yo había estado en la escuela antes de la visualización de "películas Dix Gourdes." Con un presupuesto que era el equivalente a un cuarto de América, los estudiantes producen cortometrajes sobre temas que van de padres negligentes a los males del tabaquismo a las consecuencias imprevistas de la práctica bromas. Las proyecciones coincidieron con el Carnaval, que la ciudad celebra con su propio estilo en particular, destacando la firma de Jacmel máscaras de papel maché y los trajes con perspectiva histórica. La gente viene de todas partes para Kanaval Jacmel, desplazando la calle principal, Avenida Barranquilla, siguiendo a pie o bailando detrás de las carrozas llenas de sus grupos musicales favoritos. Incluso hay planes para construir un museo de carnaval de Jacmel, que, después del terremoto de 2010 , ha sido designada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Jacmel ha visto su cuota de visitantes mundanos. (En 1816, Simón Bolívar se detuvo cerca en su manera de luchar contra el imperio español en América Latina.) Recientemente la ciudad ha sido sede de sesiones de moda internacionales y sus máscaras de papel maché se han presentado en un video musical por el indie ganadora del premio Grammy sensación del rock Arcade Fire, un vídeo que dispone de cinco millones de visitas, y contando, en You Tube. Aún así el encanto de Jacmel se mantiene confinado a su hogar. Sus playas aún se sienten como secretos , a pesar de que están llenos los fines de semana por los visitantes y lugareños por igual. Casas coloniales francesas de Jacmel y sus balcones de hierro forjado parecen majestuosa incluso cuando se lleva hacia abajo, como si los fantasmas de los cafetaleros ricos, quienes los transportan en fragmentos de Europa y les monté en la isla, seguían frecuentando sus estrechos pasillos.

Estos sitios son perfectos para cámaras o para estudiantes de cine locales, turistas aventureros sets. Como es el precio Moulin, una máquina de vapor del siglo 19 oxidada dispersada en piezas a través de una llanura cubierta de hierba que fue una vez el sitio de una próspera plantación de azúcar. O Bassin Bleu, un trío de piscinas de color turquesa debajo de una magnífica cascada. O incluso el cementerio de la ciudad , con sus mausoleos houselike.

Pero a veces Jacmel dice a sus historias en voz baja. Una mujer mayor en la ciudad que se filmó para una serie de cortos llamados "Ti Koze Lakay", o "una pequeña charla en el hogar," habla de una joven que pasa por encima de los amantes ricos y llamativos para los pobres, hombre modesto que realmente ama. En muchos sentidos, Jacmel -junto con el resto de Haití- se parece mucho a la persona que llama caballero menos llamativo, que exige una mirada más cercana, pero está garantizado para robar su corazón.

Edwidge Danticat es el autor, más recientemente, de la novela "Claire de la Luz del Mar".

4. JAMAICA
La primera vez que vi el Pelican Bar en 2001, tal vez una semana después de su inauguración. Yo había ido a Jamaica para perseguir la idea temeraria de dirigir un festival literario en Treasure Beach, una zona de tierra roja, ovejas rubio y los ojos castaños, en la costa sur salvaje. Yo estaba viajando con mis hijos: Addis, muchacho de pelo y 6-ish, y su hermano Makonnen, 4 que era tranquilo, excepto cuando el agua de mar se tocaron sus pies.

¿Qué era peor, pensé mientras levanta cada uno en una piragua de fibra de vidrio: llevar a los niños en aguas abiertas sin chalecos salvavidas ? O ponerlos en un bar? Pero no era más que un bar, me habían dicho por mi amigo Jason, que era un bar que tenía que ver. O eso creía yo. En realidad había dicho: "Un bar en el mar."

El pelícano es un lugar de marcha en vacío en un banco de arena cerca de un cuarto de milla de la costa suroeste de Jamaica. En cierto sentido, es una versión accidental de una choza tiki reconcebida en la cintura alta del agua. Hecho de bambú, madera flotante y corteza de árbol y cubierto por una caída por paja, se salvó de la "frialdad" de la sinceridad. Puede parecer un antro inteligente creado para el en-el-saber, pero no lo es. Es demasiado raíces. Es un bar donde los clientes habituales hacen inmersiones poco profundas de cortos, escaleras irregulares en agua caliente, claro, en el que flotan sobre las estrellas de mar en la mente, si no en cuerpo, y donde se puede sentir distante, lejano y speckish, como granos de arena en el universo.

Makonnen Fouché - Channer

Colin Channer.

Desde ese tiempo con los niños, he ido muchas veces con amigos, escritores sobre todo, dejando de Jakes Hotel, donde dirigí un festival del libro de apenas 10 años. Los autores les encanta el salto, la forma en que los largos cascos brillantes separadas del océano, entonces se estrellan las olas. Aman las tambor dunas de arena gris sonoras. Pero sobre todo les gusta el listón de lo que es. Para verlos se asentaron allí entre los clientes habituales, copa en mano, es ser testigo de la peculiar comodidad de artistas de sedimentación en el parentesco con una arquitectura que ha encontrado su propia voz. Hay una forma en que acarician listones de madera, corriendo la mano por ella sin temor a astillas. Hay un placer en el uso de las manos para tirar de su comida.

La comida -langosta y pescado servidos fritos, a la parrilla, curry o estofado- es simple. Pero es listo si te llama con antelación. Agua, refrescos, cerveza y ron son las únicas bebidas para golpear de nuevo. Y no es que el propietario no sabe nada de martinis.

El mejor ron Appleton es, desde una finca centenaria en las colinas cercanas. El bar no tiene asientos. Es una empresa en la que Cotch - se apoyan en una ligera posición en cuclillas para tomar una ventaja de algo con su culo. Si no es muy vago, ponerse de pie. Siempre hay buena música de rock, sobre todo 70s soul, dancehall de los años 80, y siendo Jamaica, país y occidental en la mezcla.

Películas de vaquero siempre han sido populares aquí. El sentimentalismo viaja bien y tiene una larga vida útil en lugares como mi país, donde los fundamentos son caros. Vivir en Jamdown es un asunto serio, por lo tanto el amor por la música sentimental. El estado de ánimo en el Pelican es demasiado blissed tener urbanitas que lo adopten como un accesorio irónico.

Y esto no es un lugar para estar nervioso, aunque el Edge de U2 y otros famosos creadores de música han caído pulg. Los regulares llegan a tener una ventaja en el campo con una visión dulce y una bebida. Los pescadores traen a sus esposas y buena fe. Los residentes de los distritos cercanos alquilar barcos de motor y con invitados de villas y hoteles pequeños de gran estilo.

Cuando salí del Pelican ese primer tiempo con mis hijos, me pregunté Shabba el capitán del barco para ir por la costa y el río Negro. Yo estaba demasiado extasiada para ir directamente a casa.

En 15 minutos, estábamos de crucero en un amplio canal bordeado de lirios de agua y el hombre la hierba alta. Las vistas eran largos como los de los continentes, tal vez el mis ancestros llamaron hogar. En un momento dado el río hace una curva S de ancho. Salimos de ella barrido, más lento, luego se deslizó hacia un túnel de manglares. Sus raíces y ramas eran de plata, pero sus hojas eran en su mayoría blancos. Flores? Mi hijo le gritó a un cocodrilo tomando el sol en un registro. Los ibis fueron brotando en una fuente. Yo estaba más sorprendido que los pájaros.

En el camino de vuelta a Jakes cortamos entre la costa y el pelícano, saludando a la gente mirando. Más adelante el barco empezó a saltar. Mi hijo se quejó de que el agua en sus pies. Mi hija gritó por encima del motor, "Más rápido, más rápido. "Me senté en silencio, contemplando lo que significaba estar en casa.

COLIN Channer es el padre de Addis y Makonnen . Ha escrito algunos libros .

5 . TRINIDAD
Cuando por primera vez se me ocurrió escribir "La hija de Próspero", una novela basada libremente en "La Tempestad", Chacachacare, una de las más grande de las islas de la costa noroeste de Trinidad, vino inmediatamente a la mente, reflejando como lo hace el isla aislada en la obra de Shakespeare. Abandonada desde hace más de medio siglo, Chacachacare fue una vez una colonia de leprosos y de una base militar estadounidense. Hoy en día, todavía despoblada, Chacachacare atrae "navegantes" que atracar yates con banderas de todo el mundo en las tranquilas aguas de sus calas.

Yo nunca había estado en Chacachacare como un niño -algunos trinitarios tienen- y en ese primer viaje a asegurarme de que he elegido la configuración correcta para mi novela, grupos de delfines de plata saltó y le dio vueltas al lado de mi barco, me acompaña cerca de la piedra playa sembrada. Yo estaba pasmado por la impresionante vegetación: árboles centenarios, sus ramas se extiende hasta un cielo azul brillante, naranja y limoneros, y los tallos calcificados de gandules y tomate, reliquias de la época de la colonia de leprosos, y en todas partes explosiones de color, la maduración de frutas y flores silvestres, rojo, naranja, amarillo, morado. Hay un faro blanco de altura, rodeada de bandas negras anchas en Chacachacare, y en la parte superior, una puerta metálica que se abre a un estrecho saliente en el que parece que podría tocar las montañas que asoman de América del Sur.

Leonid Knizhnik

Elizabeth Núñez.

Ni Chacachacare ni el resto de la Trinidad tiene los mares azules típicos de las islas del Caribe . Las aguas situadas en el oeste de Trinidad están manchadas de cieno del río Orinoco, en las olas turbulentas al este del Atlántico erosionar las raíces de los árboles de coco ya se inclinó por los vientos alisios implacables. Sin embargo, Trinidad es la más afortunada de las islas en el archipiélago caribeño. En tan sólo un viaje en ferry de tres horas, puedo estar en Tobago, la isla hermana de Trinidad a pocos kilómetros hacia el noreste, donde la arena es blanca y peces nadan colores del arco iris a través de los bosques de los arrecifes de coral. Para mí, sin embargo, el mayor golpe de suerte de la Trinidad es su situación en la crisis, esa zona de baja presión cerca de la línea ecuatorial, evitando la isla de los devastadores huracanes que hoy golpean las otras islas con regularidad. Inusual para el Caribe también son la flora y la fauna de Trinidad -orquídeas silvestres y lirios mi madre recogió, venados y tigrillos mi padre cazaba. Para Trinidad fue una vez parte de la selva amazónica, cortar de ella en ese gran movimiento sísmico continental hace muchos siglos. Una vez que mi padre apenas escapó de ser exprimido hasta la muerte por una serpiente macajuel, nuestro nombre para la boa amazónica.

Trinidad es conocida por su Carnaval y calypso, así como para el steelpan, uno de los pocos instrumentos musicales inventados en el siglo 20, pero me siento atraído por la naturaleza nos ha dado dones . En mis novelas que escribo sobre las cintas de color rojo con gracia inmersión y aumento a través del cielo al atardecer, la multitud de ibis escarlata que regresan de Venezuela a posarse en el manglar en nuestro pantano Caroni. Escribo demasiado sobre nuestros Brea Tar Pits La, la mayor de las únicas tres lagos de asfalto existentes en el mundo.

Yo me crié en las afueras de la capital, Puerto España, donde el rango norte aumentó azul oscuro y magnífica contra un oro teñido soleado cielo azul. Detrás de las montañas son las mejores playas de la isla, desde hace años inaccesibles hasta que Estados Unidos construyó un camino para nosotros como una especie de compensación por apropiarse de kilómetros de tierra plana cerca de la capital para una base naval.

Siempre que escribo historias de deseo de los inmigrantes para el hogar me encuentro escribiendo sobre ese camino que conduce a Maracas Bay, donde pasé algunos de mis días más felices con mi familia en la playa. Es el más estrecho de los caminos, en un lado de una pared de montaña, en los otros barrancos pronunciados que nunca dejan de tomar mi aliento : nieblas translúcidos flotando entre nubes de algodón y hundiéndose hacia el valle a rodar valle donde los árboles brillantes de verduras variadas aferran precariamente por los lados y en la parte inferior de la gloriosa Atlántico, grandes y poderosas, enormes olas golpeando contra las gigantescas rocas negras y pitcheo aerosoles largos y blancos, espumosos de alta en el aire. Cada vez que viajo a ese camino milagroso, prosigo mi cara en el viento, bebo en el aire lleno de sal, me tomo fotos en el ojo de la mente de los árboles, las flores, el mar rugiente, y yo estoy dispuesto, una vez más para días de invierno en la tierra es ahora mi hogar.

ELIZABETH NUÑEZ es la autora de nueve novelas y el libro de memorias "No es para el uso diario ", que se publicará en abril.