miércoles, 24 de noviembre de 2021

_- Economía mundial: El riesgo de una tormenta perfecta

_- Cuando las economías se hundieron a causa de la Covid-19, los líderes políticos y los economistas de los grandes organismos internacionales decían que no se sabía cuándo llegaría la recuperación pero que, una vez que comenzara, las economías registrarían una recuperación muy potente y duradera. Otros, por el contrario, dijimos que eso no iba a ocurrir porque la economía internacional no estaba afectada tan solo por los efectos del confinamiento sino también por una crisis muy profunda que se había comenzado a manifestar ya antes de la pandemia.

Los datos macroeconómicos que se han ido conociendo en las últimas semanas nos han dado la razón. Los precios están registrando las mayores subidas de las últimas tres décadas y el crecimiento del PIB es bastante más bajo del estimado tan solo hace unos pocos meses.

En España nos sorprendió la subida de precios interanual a finales de septiembre (5,5%) por haber sido la más elevada de los últimos 29 años, pero es justo el mismo record que la de Alemania (4,5%) y un año menos que la de Estados Unidos (4,4%), la más alta desde 1992, según los datos del Banco Mundial.

Los datos de evolución del Producto Interior Bruto también han mostrado que las economías han perdido ya el fuelle que se disparó con enorme potencia al acabar el confinamiento.

En España, el crecimiento ha estado muy por debajo del previsto. El Instituto Nacional de Estadística registró un crecimiento interanual del 17,5% de mayo a junio de este año. Sin embargo, el estimado para el periodo de junio a septiembre solo ha sido del 2,7%, lo que da idea del frenazo. Sobre todo, si se tiene en cuenta que el consumo de los hogares ha caído en el trimestre veraniego (-0,5%), aunque no la inversión (2%), ni las exportaciones (6,4%).

En Alemania ha ocurrido más o menos lo mismo. El PIB solo creció el 1,8% en el tercer trimestre de este año, casi la mitad de lo previsto en abril y dos décimas menos que España. Y una investigación reciente de David Blanchflower, profesor de Dartmouth y ex miembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra, y Alex Bryson, profesor de la University College de Londres, sugiere que Estados Unidos entrará en recesión a final de año.

Quienes antes decían que la recuperación sería potente y sin reservas, ahora señalan que nos encontramos ante problemas «transitorios». Dicen que no hay que preocuparse demasiado por la subida de precios porque se debe a circunstancias pasajeras como el alza en los costes de la energía o los desajustes provocados por la presión de la demanda retenida durante el confinamiento. La ralentización de la actividad parece haberles sorprendido tanto que no terminan de explicarla.

A mi juicio, es un error creer que nos encontramos ante un simple incidente como consecuencia de la pandemia y, por tanto, pasajero y resoluble a poco que todo se vaya normalizando.

Para entender lo que nos está sucediendo hay que poner los datos que ahora se están empezando a registrar en todo el mundo junto a los que teníamos antes de la pandemia.

Al hacerlo, se podrá descubrir que no estamos sufriendo solamente el impacto de un simple trastorno, por muy grave que haya sido el provocado por la Covid-19 y el confinamiento que paralizó a gran parte de la actividad económica.

Sufrimos lo que los médicos llaman «morbiilidad asociada». Es decir, la confluencia, no necesariamente al mismo tiempo, de otros males con la enfermedad primaria.

El error es creer que las economías han padecido o siguen padeciendo el efecto de la pandemia como única enfermedad, cuando la realidad es que fue una patología económica asociada a otra -la primaria- que ya se estaba padeciendo con anterioridad.

Es verdad que el confinamiento ha producido un bloqueo en los canales de suministro por diferentes razones: muchas empresas productoras tuvieron que cerrar y no han tenido capacidad material de recuperar el ritmo de producción anterior, otras compradoras aumentaron sus pedidos excesivamente por prevención mal gestionada, produciendo acaparamiento; y las de logística y transporte se han visto afectadas por los cambios tan imprevistos y rápidos en la oferta y la demanda cuando, además, hay problemas de rotación en los mercados laborales. Y también es verdad que la demanda, en casi todas las economías, rebotó inicialmente con fuerza tras el confinamiento, produciendo una inevitable presión sobre los precios.

Pero la prueba evidente de que no se trata tan solo de problemas de ajuste coyuntural es que afectan de modo muy desigual a diferentes sectores. Y la complejidad del desajuste lo demuestra el hecho de que no se esté resolviendo como dice la economía convencional que debiera resolverse, mediante el mecanismos de los precios. Estamos comprobando, efectivamente, que la subida de precios no solo no reduce el exceso de demanda sino que incluso este aumenta a medida que se van elevando.

Para entender el presente hay que analizar lo que estaba ya sucediendo justo antes de la pandemia.

En primer lugar, un proceso que venía de largo de caída de la tasa de beneficio en la industria como consecuencia del freno en la inversión productiva y de la constante retención de la demanda de consumo a causa de la caída de la masa salarial,

En segundo lugar, el resquebrajamiento de la globalización dominante en las últimas décadas como consecuencia de las asimetrías y brechas cada vez más grandes que ha venido produciendo, no solo entre grupos sociales y naciones sino incluso entre las diferentes franjas del capital, de las empresas.

En tercer lugar, un acortamiento del ciclo económico como consecuencia de la continuada aplicación de políticas económicas inadecuadas que frenan la extensión de las fases expansivas o de recuperación y así impiden que se pueda crear suficiente producción y empleo.

En cuarto lugar, el continuado privilegio de la actividad financiera que ha creado una economía drogo-deuda-dependiente con millones de empresas zombis que han de dedicar todos sus beneficios, si es que llegan, a pagar la deuda, y que paralizan el aumento de la productividad y la innovación. Un estudio de Bloomberg calculó que así se encuentran 527 de las 3.000 mayores firmas de Estados Unidos y algunas estimaciones señalan que a nivel global podrían estar en esa situación más del 20% de las empresas.

En ese contexto y por esas causas, ya antes de la pandemia se venía produciendo un proceso de relocalización empresarial, de búsqueda de nuevos nichos de aprovisionamiento y ventas y, sobre todo, el inicio de una auténtica revolución en el sistema global de logística.

Esto último es, en realidad, lo que explica (y no la pandemia) la mayor parte de los cuellos de botella que vienen provocando la escasez de suministros que lleva consigo tantas pérdidas (110.000 millones de dólares se calcula que está suponiendo para la industria mundial del automóvil) y que está obligando a muchas empresas a realizar movimientos estratégicos de gran calado para no desaparecer si las perturbaciones prosiguen.

Durante el confinamiento se observaron los primeros síntomas de la perturbación (desacoplamientos, bloqueos de rutas, retraso de contenedores, aumento de tarifas, escasez de transportistas..) y muchas empresas tuvieron que diversificar rápidamente sus cadenas de aprovisionamiento para evitar riesgos. Eso exacerbó los desajustes, ciertamente, pero si todo ello está resultando tan problemático es porque se estaba produciendo un cambio crucial desde antes. Y la prueba es que las cosas, en lugar de ir a mejor a medida que se han ido recuperando los intercambios, están empeorando.

El sistema global de logística había estado respondiendo a la crisis industrial y de la globalización que he mencionado generando una auténtica revolución tecnológica orientada a automatizar las redes globales mediante la digitalización y la inteligencia artificial, un proceso desarrollado a través de estrategias diferentes y con distintas velocidades y resultados, sobre todo, entre China y Estados Unidos. Y aquí está la clave.

La pandemia ha acelerado el proceso (tal y como ha ocurrido en otros momentos de la historia en que se han producido shock inesperados) pero lo ocurrido con la pandemia no es el proceso mismo.

Lo que está sobre la mesa y genera los problemas que están sufriendo las empresas y las economías en su conjunto no es la normalización del sistema de aprovisionamiento anterior a la crisis de la Covid. Este no va a volver a ser lo que era. Ahora se trata de algo más importante. La globalización ya no se va a seguir guiando por la misma lógica de competencia anterior. El coste y el precio van a dejar de ser determinantes de la ganancia y pasarán a serlo la inmediatez y la seguridad y las empresas han de modificar sus estrategias de producción, aprovisionamiento y localización. Este es el desorden en el nos empezamos a mover y el que provoca la escasez y subidas de precios y por eso es ingenuo creer que se va a resolver en cuestión de unos meses.

Lo que está en juego es el rediseño y el control del nuevo sistema logístico global digitalizado y automatizado gracias a la inteligencia artificial que está en proceso de desarrollo y la readaptación productiva y espacial de las empresas para adaptarse al cambio. La nueva guerra fría tendrá allí uno de sus escenarios principales Quien lo domine, dominará el mundo en la nueva fase de la historia cuyo nacimiento ha acelerado la Covid-19.

Muy pronto vamos a ver cómo este tema pasa a primer plano de las agendas internacionales, aunque de manera cada día más conflictiva entre las dos grandes potencias y sin solución a corto plazo para los bloqueos en el suministro y la subida de precios. Estos van a ir a más porque ni los gobiernos ni los bancos centrales están en condiciones de poner orden para aliviarlos sin quebrar la lógica que guía a un capitalismo neoliberal herido por su fracaso para hacerse sostenible (concentrando la renta y la riqueza ha triunfado plenamente). De hecho, han agudizado el problema al no haber tenido presente el cambio que se estaba produciendo a la hora de inyectar los recursos tan cuantiosos que han proporcionado a las economías. Si se siguen equivocando y desatan una crisis de deuda tendremos la combinación que provocará una tormenta perfecta.

martes, 23 de noviembre de 2021

_- La matanza de 400 esclavos de Pedanio Segundo define (la crueldad de) el mundo romano

        

El descubrimiento de una habitación para siervos en una villa de Pompeya revela las condiciones de vida de unos seres humanos que eran tratados como ganado

La antigüedad era “una sociedad de esclavos”, como la definió el influyente historiador Moses Finley, en la que millones de personas no poseían absolutamente nada, no eran dueños de su vida ni de su voluntad. Podían ser asesinados, violados, obligados a trabajar hasta la extenuación y separados de sus familias. Vivían sometidos al miedo constante a ser vendidos o maltratados pero, sobre todo, estaban “consumidos por el deseo de libertad”, escribe el profesor de Berkeley, Robert C. Knapp, en su clásico ensayo Los olvidados de Roma (Crítica).

El descubrimiento en Pompeya de una habitación de esclavos da nueva información sobre cómo vivían.
 La presencia de los esclavos es constante en la literatura latina, desde El Satiricón de Petronio hasta El asno de oro de Apuleyo. Ahora bien, como explica Knapp, apenas existen restos materiales, puesto que no tenían casi posesiones. Sin embargo, el equipo arqueológico de Pompeya anunció el sábado 6 de noviembre el descubrimiento de una habitación que seguramente ocupaban los esclavos. Se trata de un espacio de 16 metros cuadrados con tres camas y algunos objetos, en la villa de Civita Giuliana, que todavía está siendo excavada, en la ciudad enterrada por la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era.

La estancia, que solo tenía una pequeña ventana en la parte superior y carecía de decoración en las paredes, debía ser a la vez dormitorio y almacén. Los objetos que contiene, cuando sean investigados, permitirán conocer mejor la vida cotidiana de seres humanos que representaban en torno al 15% de la población, pero cuya contribución a la economía era esencial. “Aunque sabemos que los esclavos han sido explotados en la mayoría de las sociedades”, escribió Finley, “solo ha habido cinco genuinas sociedades esclavistas, dos de ellas en la antigüedad: Grecia y Roma”. Las otras tres son: Estados Unidos, el Caribe y Brasil hasta bien entrado el siglo XIX.

Una institución despiadada
En los años cincuenta, Finley fue uno de los primeros historiadores que comenzó a arrojar luz sobre la profunda injusticia que marca el mundo romano y que, hasta entonces, solo aparecía como telón de fondo. “La vida de un esclavo no era muy diferente de la de un animal doméstico”, escribe el profesor de clásicas de Cambridge Jerry Toner en Sesenta millones de romanos (Crítica). “Una vida de trabajo duro, palizas y comida escasa, así como de abusos sexuales, sin apenas derechos. Si debían presentarse ante los tribunales, incluso como testigos, se les torturaba para garantizar que su declaración era fiable. Sometidos a un régimen embrutecedor, su humillación psicológica era total”. Incluso en una sociedad brutal como la romana, la esclavitud era una institución especialmente despiadada.

Aunque casi siempre realizaban los trabajos más duros y peligrosos, no todos los esclavos vivían en las mismas condiciones —no era lo mismo ser un maestro que un trabajador en unas minas de sal o una esclava sexual—, pero todos estaban sometidos al martirio no solo físico, sino también psicológico de carecer de voluntad: estaban obligados a hacer lo que les ordenasen sus amos en el momento en el que se lo pidiesen. La profesora de clásicas de Cambridge Mary Beard escribió el prólogo del libro Cómo manejar a tus esclavos (Esfera de los Libros), en el que un noble romano llamado Marco Sidonio Falco (en realidad, era el profesor de clásicas Jerry Toner) explicaba cómo funciona un sistema basado en la servidumbre, que solo podía mantenerse con la violencia y el terror.

En aquel texto, la investigadora británica recordaba la dificultad para entender, desde el siglo XXI, las relaciones entre amos y esclavos en la Roma clásica. “Estaban preocupados por lo que los esclavos tramaban a sus espaldas. ‘Todos los esclavos son nuestros enemigos’, decía un antiguo lema que Falco conocía bien”, escribe Beard, quien recuerda una historia que resume la brutalidad con la que Roma trataba a los siervos: el asesinato de los 400 esclavos de Lucio Pedanio Secundo, que Tácito recoge en el libro XIV de sus Anales.

Dioses como testigos
Pedanio Secundo era un prefecto de Roma que fue asesinado por uno de sus esclavos en tiempos de Nerón, en el siglo I de nuestra era. “Según la antigua costumbre, procedía que todos los esclavos que habían habitado bajo el mismo techo fueran llevados al suplicio”, escribe el historiador Tácito (55-120), en los Anales (Alianza Editorial, traducción de Crescente López de Juan). La orden provocó grandes tumultos en Roma, seguramente por la alta presencia de libertos en la población. Se produjo una discusión pública a favor y en contra de la matanza, durante la que Cayo Casio Longino pronunció un discurso que refleja perfectamente la mentalidad de muchos romanos hacia sus posesiones humanas.

“Nuestros antepasados desconfiaban de la manera de ser de los esclavos”, recoge Tácito en su crónica, “a pesar de que estos nacían en los mismos campos y casas que ellos y recibían enseguida el cariño de sus señores. Pues bien, una vez que tenemos en nuestras familias de esclavos a naciones con distintos ritos, con religiones extranjeras o carentes de ellas, a todo ese revoltijo no se lo podrá reprimir si no es con el miedo. Es cierto que morirán algunos inocentes. Pero, cuando en un ejército que ha huido uno de cada diez muere apaleado, también los valientes entran en el sorteo. Todo gran escarmiento tiene algo de injusto, pero lo que va en contra de cada uno en particular queda compensado por el interés general”.

Se confirmó la ejecución, pero no se podía realizar porque la multitud impedía el paso de las víctimas hacia el patíbulo. El emperador Nerón, indignado, desplegó sus tropas para permitir que se llevase a cabo la masacre. Este horror recuerda al final de la película de Stanley Kubrick Espartaco, basada en una novela de Howard Fast, cuando todos los que han participado en la rebelión son crucificados en la vía Apia por negarse a delatar a su jefe: el famoso “Yo soy Espartaco”, que impide que el líder revolucionario sea localizado.

En ese mundo cruel, que no cambió con la llegada del cristianismo —San Pablo dijo a los cristianos de Colosas: “Siervos, obedeced en todo momento a vuestros amos de la Tierra”—, también existía la solidaridad. “Nos han llegado muchas pruebas de ayuda mutua y amistad entre esclavos”, escribe Knapp en Los olvidados de Roma. “En circunstancias normales, ya fuese en una casa grande, en un recinto más pequeño o en el ámbito rural, los esclavos creaban vínculos y entablaban relaciones que daban sentido a sus vidas, a pesar de la inseguridad y brutalidad”, prosigue este profesor emérito de Historia Antigua de la Universidad de Berkeley.

Knapp recuerda una inscripción que relata la amistad entre dos esclavos que acabaron como libertos: “Entre tú y yo, mi más apreciado compañero, nunca hubo disputa alguna. Con esta inscripción quiero también que los dioses de arriba y de abajo sean testigos de que tú y yo, comprados como esclavos al mismo tiempo en la misma casa, fuimos liberados juntos. Ningún día estuvimos separados hasta el día de tu fatídica muerte”. 

lunes, 22 de noviembre de 2021

_- Luchar contra la acrasía

_- La acrasía es la debilidad de la voluntad, la carencia de fortaleza, la falta de temple. No se debe confundir con acracia, concepto que hace referencia a la doctrina política consistente en la negación de cualquier tipo de autoridad.

Los griegos forjaron el concepto esclarecedor de acrasía para describir los conflictos interiores que se originan en el fondo del corazón. Etimológicamente, acratos significa no poder. De ahí la traducción de este término como debilidad de la voluntad.

En los tratados de psicología ha desaparecido la voluntad como objeto de estudio. Y ha ocupado su lugar el concepto de motivación. Es necesario recuperar la importancia de la voluntad. Decía Einstein: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Así es. El problema es que hoy se cultiva con poco empeño.

En gran parte de la sociedad, el concepto de voluntad está desprestigiado por su relación con la coacción o la disciplina, que la oponen a la libertad, el valor dominante en nuestra sociedad. La falta de voluntad da lugar a una serie de problemas serios: falta de responsabilidad personal, incapacidad para el esfuerzo, indolencia, frustración…

Es necesario, pues, recuperarla, porque mediante la voluntad dirigimos nuestra conducta y podemos alcanzar nuestras aspiraciones. La voluntad es la inteligencia aplicada a la acción, y sin ella estaríamos sometidos a nuestros impulsos, a nuestro destino o al azar.

José Antonio Marina escribió hace unos años un libro titulado “El misterio de la voluntad perdida”. Quizás no sea un misterio y, de hecho, el autor trata de ofrecer en el libro una explicación razonada sobre esa pérdida.

Sostiene Marina que la sociedad actual, como reacción contra los excesos vividos en el pasado, ha convertido la libertad en un valor supremo, dando lugar a una desvinculación generalizada, una equivalencia universal que acaba conduciendo a la apatía y el desinterés; asimismo, la pérdida de la voluntad ha ocasionado graves problemas en la sociedad actual. Muchos de estos problemas provienen de concepciones erróneas tanto de la voluntad como de la libertad, por eso necesitamos redefinir estos conceptos integrándolos en el modelo de la inteligencia creadora.

Tanto la libertad, como la voluntad no son facultades, ni propiedades, ni fines en sí mismas, sino los medios para alcanzar la autonomía. La voluntad se basa en una estructura mental convertida en una estructura psicológica durante el proceso educativo. Con este nuevo modelo de la inteligencia alcanzamos la libertad cuando cumplimos nuestro deber fundamental: adaptar el comportamiento a lo que nuestra inteligencia nos dice que es lo mejor. La voluntad es el medio del que se sirve la inteligencia para conseguir la autonomía y la felicidad.

Conseguir los objetivos que nos proponemos exige realizar un esfuerzo continuado. Lo que pasa es que nuestros niños y jóvenes no están habituados a realizar esos esfuerzos de manera persistente. Es más fácil recibirlo todo hecho sin ni siquiera pedirlo. He hablado alguna vez de la generación del yo-yo y del ya-ya.

Dice Rabindranat Tagore: “No es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su canción constantes”. La voluntad es la gran aliada de la perseverancia.

Es así en todos los ámbitos de la vida. También en el del aprendizaje. Nos lo dice alguien que lo supo hacer en su propia historia. Son palabras de Santiago Ramón y Cajal: “Las empresas científicas exigen más que vigor intelectual, disciplina severa de la voluntad y perenne subordinación de todas las fuerzas mentales a un objeto de estudio”.

He leído con fruición un libro titulado “¡Viva la libertad!”, regalo de una amiga con la que mantengo un intercambio de regalos, exclusivizado en libros. El subtítulo es largo para lo que se usa “¿Cómo superar el miedo, los prejuicios, las adicciones o los traumas? Un monje budista, un filósofo y un psiquiatra reflexionan sobre la libertad interior”. Sus autores son Christophe André, médico, psiquiatra y psicoterapeuta, Alexandre Jollien, filósofo y escritor y Matthieu Ricard, doctor en Biología Molecular y monje budista. La estructura del libro es original ya que consiste en la transcripción de varias conversaciones grabadas entre los tres amigos.

Uno de los primeros capítulos se titula La acrasía, debilidad de la voluntad. Dicen los autores que “la acrasía puede llegar a gangrenar no pocas parcelas de nuestra existencia. El alcoholismo, las adicciones, la toxicomanía, todas las facetas, en suma, de nuestros desgarros interiores, vienen a revelarnos la dificultad de perseverar en lo mejor de nosotros mismos”.

Queremos y no podemos: no podemos dejar una relación tóxica, no podemos mantener el esfuerzo para conseguir el ideal deseado, no podemos superar un bache emocional, no podemos dejar de fumar o dejar de beber… Nos falta voluntad. Nos falta temple.

Desde un punto de vista práctico, la acrasía designa la incapacidad de cumplir con los compromisos y resoluciones personales. Querría hacer más deporte, estudiar más, comer menos, ser más benevolente, pero no lo consigo. No tengo la fuerza de voluntad necesaria. Decía Oscar Wilde: “Puedo resistirme a todo, menos a la tentación”.

En el día a día hay mil y una situaciones en las que se manifiesta la acrasía: no podemos comer una patata frita solamente, tenemos que seguir comiendo aunque “no querríamos”; no podemos interrumpir la serie que nos atrapa, aunque tendríamos que estudiar; no podemos dejar de lado el móvil, aunque nos dañe la vista; no podemos cortar la dependencia afectiva, aunque mantenerla nos haga sufrir…

Creo que es preciso fortalecer la voluntad en los procesos educativos de la escuela y de la familia. De lo contrario, cualquier adversidad, cualquier problema, cualquier dificultad, aunque sean de pequeña intensidad, será suficiente para paralizarnos, para hundirnos, para desanimarnos.

Hay que educar la voluntad, hay que entrenarla. Porque no surge por generación espontánea. Es seguro que la vida nos va a enfrentar a situaciones difíciles que solo se podrán superar con esfuerzo y tesón.

Ahorrar a los hijos y a los alumnos el menor esfuerzo, es convertirlos, tarde o temprano, en víctimas propicias de la una sociedad que se asemeja a una selva y en la que hace falta esforzarse para sobrevivir.

Desde el punto de vista educativo, darle patadas a un encadenado conminándolo a caminar, no es el mejor modo de actuar. Es preferible enseñarle cómo liberarse de las cadenas. Ni tampoco sirve de nada dar lecciones si uno no ha hecho realidad el consejo que imparte.

Había leído esta anécdota atribuida a Mahatma Gandi. Hoy la encuentro atribuida al Mulá Nasrudin, sabio travieso cuyas aventuras se cuentan en la India y el Próximo Oriente desde tiempo inmemorial. Una madre va a visitar al sabio con su hijo, desesperada porque, padeciendo diabetes, no deja de tomar golosinas. Nasrudin le dice a la madre que vuelva con el chico pasados quince días. Así lo hace. Cuando están en su presencia, el sabio aconseja al niño encarecidamente que deje de tomar golosinas ya que son veneno para su salud. La madre le pregunta al sabio por qué no le dio el consejo cuando vinieron por primera vez. Nasrudin contestó:

– Es que entonces yo comía muchas golosinas.

Me gusta repetirlo: el ruido de lo que somos, llega a los oídos de nuestros hijos y alumnos con tanta fuerza que les impide oír lo que decimos. 

domingo, 21 de noviembre de 2021

10 consejos alimenticios para mejorar tu salud cardiovascular, según la guía más reciente de la Asociación Estadounidense del Corazón

   

"A barriga llena, corazón contento", dice un viejo refrán.

Pero la Asociación Estadounidense del Corazón (AHA, por sus siglas en inglés) tiene otro criterio.

Este gremio médico, uno de los más influyentes de EE.UU. publicó el martes su guía dietética de 2021, la más actualizada "para mejorar la salud cardiovascular".

Es la primera vez en más de 15 años que la AHA actualiza sus recomendaciones y, según dijo, busca adaptarlas a los hábitos alimenticios actuales, marcados por "la tendencia, agravada por la pandemia, de más opciones de comida rápida, como entrega a domicilio, kits de comida y alimentos previamente preparados".

Las nuevas sugerencias buscan hacerlas más funcionales para cualquier persona, independientemente de las restricciones dietéticas o adaptaciones culturales que desee implementar.

La AHA recomienda incorporar estos hábitos saludables a largo plazo, en lugar de realizar cambios drásticos basados en dietas de moda.

Estas son las 10 recomendaciones de la AHA para mantener tu corazón saludable.

1. Ajustar la ingesta y el gasto de energía para lograr y mantener un peso corporal saludable
Según la Asociación Estadounidense del Corazón, mantener un peso corporal saludable a lo largo de la vida es un componente importante de la reducción del riesgo de enfermedades cardiovasculares (ECV).

Y más en una época en la que la ingesta de alimentos y el estilo de vida sedentario han aumentado.

El reporte aclara que las necesidades energéticas varían ampliamente según la edad, el nivel de actividad, el sexo y el tamaño de un individuo.

Sin embargo, durante la edad adulta, las necesidades energéticas disminuyan entre 70 y 100 calorías con cada década de vida.

"Un enfoque clínico y de salud pública para promover la adopción de un patrón dietético saludable (…) concurrente con el control de las porciones y el equilibrio energético es fundamental para reducir el aumento de peso y el riesgo de ECV", indica.

2. Come muchas frutas y verduras (y variadas)
El reporte de la AHA recuerda que la mayoría de los subgrupos de frutas y verduras se han asociado con una reducción de la mortalidad.

"El consumo de una amplia variedad de estos grupos de alimentos proporciona los nutrientes esenciales y fitoquímicos adecuados. Todas las formas de frutas y verduras (frescas, congeladas, enlatadas y secas) se pueden incorporar a patrones dietéticos saludables para el corazón", señala.

Los arándanos contienen antocianina, que se ha relacionado con la reducción del riesgo de enfermedad cardíaca.

Los cardiólogos recomiendan especialmente las frutas y verduras de colores intensos y comerlas enteras, en lugar de en jugos.

Igualmente recomienda limitar aquellas a las que se les ha añadido sal y azúcar.

3. Come alimentos elaborados con granos integrales en lugar de granos refinados
El reporte de la AHA indica que diversos estudios reafirman los beneficios de comer granos integrales en lugar de otros que hayan sido previamente refinados.

En general, recomiendan los productos elaborados con al menos un 51% de cereales integrales.

Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte prematura.

4. Elige fuentes saludables de proteína
Según la AHA, se deben elegir principalmente fuentes proteicas a base de proteínas de plantas, como legumbres y frutos secos.

La soja (incluidos el edamame y el tofu), frijoles, lentejas, garbanzos y guisantes son tipos comunes de estas legumbres.

"Es de destacar que reemplazar los alimentos de origen animal con alimentos integrales de origen vegetal tiene el beneficio adicional de reducir la huella de carbono de la dieta, contribuyendo así a la salud planetaria", señala.

La mejor forma de consumir una dieta variada es comiendo colores variados.

No obstante, alerta sobre el consumo de carne de origen vegetal, dado que actualmente son productos ultraprocesados y contienen azúcares saturados añadidos, grasas, sal, estabilizantes y conservantes.

"En la actualidad, hay pruebas limitadas de los efectos sobre la salud a corto y largo plazo de estas alternativas de carne a base de plantas", indica la AHA.

Recomienda en ese sentido:
Consumo regular de pescados y mariscos
Productos lácteos bajos en grasa o sin grasa en lugar de productos lácteos enteros
Si deseas carnes rojas o aves, elige cortes magros y evita las formas procesadas

5. Usa aceites vegetales líquidos
La AHA asegura que se deben evitar los llamados aceites tropicales (coco, palma, etc.), así como las grasas animales (mantequilla y manteca de cerdo) y las grasas parcialmente hidrogenadas.

En cambio, recomienda el uso de los aceites de soja, maíz, cártamo y girasol, nueces y semillas de lino. También los de canola, de oliva, nueces y aquellos que provienen de cacahuetes y la mayoría de los frutos secos y sus mantequillas.

El aceite de coco tiene más grasas saturadas que la mantequilla.

6. Elige alimentos mínimamente procesados en lugar de alimentos ultraprocesados
El reporte alerta, como otros de su tipo, que el consumo de muchos alimentos ultraprocesados es de preocupación debido a su asociación con efectos sobre la salud adversos, incluidos el sobrepeso y la obesidad, trastornos cardiometabólicos (diabetes tipo 2, enfermedad cardiovascular) y aumento de la mortalidad.

"Un principio general es enfatizar el consumo de alimentos sin procesar o mínimamente procesados", indica.

7. Reduce la ingesta de bebidas y alimentos con azúcares añadidos
Otra de las recomendaciones sobre las que vuelve la AHA es limitar el consumo de los azúcares añadidos a los alimentos o bebidas, ya sea glucosa, dextrosa o sacarosa u otros tipos de edulcorantes como jarabe de maíz, miel, jarabe de arce o jugo de frutas concentrado.

Igualmente, sugiere limitar el consumo de edulcorantes de bajo contenido energético y los mono y disacáridos de baja abundancia, cuyos beneficios potenciales no han sido todavía determinados.

8. Disminuye o elimina el consumo de sal
Como un clásico de las recomendaciones de los cardiólogos, la AHA sugiere limitar el consumo de sal.

En esta ocasión, no solo se refiere a aquella que agregamos a la comida, sino también a poner un ojo en alimentos procesados, en los preparados fuera el hogar o enlatados y envasados.

"Una alternativa prometedora es el reemplazo de sal regular con sales enriquecidas en potasio, especialmente en entornos de preparación de alimentos", señala.

9. Si no bebes alcohol, no comiences a beber; si eliges beber alcohol, limita su consumo
Una recomendación para muchos difícil, la misma AHA reconoce que la relación entre el alcohol y las enfermedades cardiovasculares es "compleja", dado que "el riesgo parece diferir según la cantidad y el patrón de la ingesta de alcohol; edad y sexo".

El sedentarismo y una dieta alta en grasas aumentan el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

"Las Guías Alimentarias para Estadounidenses de 2020 a 2025 continúan recomendando no más de una copa de bebida con alcohol por día para mujeres y dos copas al día para hombres".

10. Sigue estos consejos, independientemente del lugar donde se preparen o consuman los alimentos
Según la AHA, estas recomendaciones deberían aplicarse a todos los alimentos y bebidas, independientemente de dónde se preparen, se adquieran y se consuman.

"Deben promulgarse políticas que fomenten opciones de alimentación más saludables, como hacer disponibles productos de granos integrales en lugar de granos refinados y minimizar el contenido de sodio y azúcar en los productos", señala.

sábado, 20 de noviembre de 2021

“Si sabes que puedes morir y no te vacunas, eres irracional o estúpido”

                                                      

El neurocientífico Antonio Damasio, una eminencia en el estudio del cerebro, reflexiona sobre la consciencia, la racionalidad y la inteligencia 

En el apartamento de Antonio Damasio (Lisboa, 1944) en Los Ángeles cuelga una enorme fotografía de una sala de conciertos. Un pianista toca una melodía para una audiencia compuesta por sí mismo. En todas las butacas está el mismo hombre, cada uno tiene una postura diferente y parece reflejar un sentimiento distinto. Se trata de una obra del artista alemán Martin Liebscher. Es una inmejorable pieza para adornar la pared de un hombre que ha dedicado su vida a investigar el cerebro y su relación con los sentimientos.
 
Considerado una eminencia en su campo y director del Instituto del Cerebro y la Creatividad de la Universidad del Sur de California (USC), Damasio publica Sentir y saber (editorial Destino). El libro comunica de forma accesible décadas de investigación sobre las sensaciones y los procesos del cerebro. El doctor explica también las diferencias entre mente y consciencia, dos conceptos que suelen confundirse. Además, aboga por un mundo con máquinas inteligentes que puedan sentir. En su opinión, la inteligencia artificial que se abre paso en el mundo moderno tiene un “error de concepto” que priva a las máquinas de cuerpos más hechos a la imagen del humano. Con voz baja y pausada, Damasio conversa en la sala de su casa frente a una edición de la biografía de otro portugués que escribió del ser: Fernando Pessoa.

Boris Cyrulnik: “Los adolescentes más afectados por la pandemia, de adultos, tendrán depresión crónica”

Pregunta. Usted combate la idea de que la consciencia es un misterio. 
Respuesta. Esa posición se está derrumbando. Cada vez más gente cree que este asunto puede ser abordado desde la ciencia. Quizá no tenemos la solución todavía. El mayor problema es que falta reconocer que la mente y la consciencia son diferentes. La clave la tienen los sentimientos. Una vez que podemos sentir dolor, enojo, ira o deseo es que somos conscientes. Y después, todo lo demás —que está en nuestra mente— se engancha a ese sentimiento, que es el de uno mismo vivo. Al final la consciencia es la habilidad de sentir el estado de la vida dentro de nuestro cuerpo en cualquier momento. Y está ahí desde poco después de haber nacido hasta el fin de la vida.

P. Dice que nos beneficiamos de una inteligencia no explícita que nos hermana a organismos milenarios.
R. Las bacterias son inteligentes, los organismos con mil células pueden ser muy inteligentes. Eligen lo que más les conviene para mantenerse vivas, para mantener la homeostasis [el equilibrio al que tiende un cuerpo biológico], pero no saben que lo hacen. Lo hacen de forma implícita. Nosotros tenemos el beneficio de ambas inteligencias. No tenemos forma de regular la digestión, la respiración o la función del corazón, eso se hace de forma implícita. Nos beneficiamos de un nivel de inteligencia encubierto y otro relacionado con nuestro conocimiento. Sentir te da conocimiento. El gran momento del desarrollo de la consciencia es el momento en que las criaturas comenzaron a tener sentimientos. Y estos comenzaron a ser homeostáticos: hambre, sed, el estar bien, enfermedad, dolor y deseo. Todo gira en torno a esto.

P. ¿Y qué pasa con la pérdida de un ser querido o el duelo? No es físico, pero afecta a la consciencia.
R. Lo interesante de la mente es que conforme se ha desarrollado ha tomado prestados de la naturaleza señales y sistemas. Es algo que hacemos también con las estructuras culturales. ¿Qué es una economía? Son proyecciones de nuestras necesidades físicas en la sociedad. ¿Por qué la gente está interesada en descubrir cómo compensar no solo el dolor físico sino también el dolor de la pérdida? Había apego y la tristeza viene con él. La gente es capaz de imaginar mundos, tienes la construcción de cosas que ayudan a hacer tolerable la pérdida. Las ideas fundamentales de la religión giran en torno a eso. Puede decirse que no solo se descubre a Dios, sino una construcción de él que se relaciona con que somos conscientes de nuestro sufrimiento.

P. ¿Por qué es el cuerpo tan importante para la mente?
R. Nada de esto tiene sentido sin el cuerpo. No somos fantasmas. Hay algo bello y dramático a lo que debemos enfrentarnos: la vida que se nos va a cada minuto y que es como el acto de un funambulista en el circo. Necesitas habilidad para mantener la vida.

P. Por la importancia del cuerpo usted dibuja una línea de separación con la Inteligencia Artificial (IA).
R. La IA es espectacular, pero somos nosotros quienes le proveemos la consciencia y la guía para que haga cosas que probablemente no podríamos hacer. ¿Vamos a aceptar la IA tal y como es ahora o podemos hacerla aún más inteligente? Es un debate con dos bandos. Uno está conforme con cómo funciona. Otro dice que puede adaptarse más a lo que somos. Para ello debería tener algo parecido a sentimientos. Creo que pueden desarrollarse máquinas así.

P. Científicos en universidades como la suya están trabajando para extender la vida de los humanos hasta los 140 años o más. ¿Cómo cambiaría esto nuestra relación con la mente?
R. Cualquier viejo querrá vivir 10 o 15 años más si se lo ofrecen. Pero no sabemos qué consecuencias podría tener. Es una buena idea y es posible porque muchas de las razones de por qué envejecemos y morimos se pueden corregir, hasta cierto punto. No sabemos el límite. Cada vez la gente vive más y se puede conservar la mente. No tienes que ser viejo e idiota.

P. Usted dice que los sentimientos ya están en el cerebro. ¿Puede este repertorio cambiar con el tiempo?
R. Mire lo que ha pasado con las redes sociales. Es muy fácil manipular a las personas para que crean algo, que no hagan algo o hacerles pensar que algo les gusta más de lo que debería. Hay una posibilidad de cambio en las influencias culturales de cosas como Facebook. Debemos tener cuidado.

P. ¿Nos estamos haciendo menos inteligentes?
R. No lo creo. La habilidad para entender incluso ha mejorado. La inteligencia está. Es la habilidad de ser racional lo que falla. Mira la irracionalidad de todos los que han decidido no vacunarse. ¿De dónde viene eso? Hay gente que está firmando su sentencia de muerte. La capacidad intelectual es la misma, pero no estás siendo racional. Es diferente a no ser inteligente.

P. Uno tendría que ser inteligente para ver que está siendo irracional.
R. Si sabes que existe la posibilidad de que mueras y aun así decides no vacunarte, es que eres irracional o directamente estúpido. No hay vacuna para la estupidez.

Luis Pablo Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.

viernes, 19 de noviembre de 2021

_- Paul Preston: “Franco era tímido con las mujeres; Mussolini, un predador agresivo, y Hitler, un abanico de perversiones”

                     

 Cuando al historiador nacido en Liverpool le preguntan en el Reino Unido si la guerra civil española y el franquismo dan para tanto, se le ocurre otro libro más. Ha pasado su vida dedicado al siglo XX de un país cuyas heridas sangrantes ha ayudado a clarificar. Ahora, con ‘Arquitectos del terror’, su nuevo ensayo, desmonta y señala a los autores de los bulos y mentiras que llevaron al desastre.

Con el Reino Unido bloqueado y a trancas y barrancas tras el Brexit, Paul Preston (Liverpool, 75 años) vive en Londres una suerte de distopía: “Aunque, bueno, es lo que sabíamos que se nos venía encima con este Gobierno incompetente, corrupto y mentiroso”, nos dice. Su virtud como ciudadano es la claridad. Y como historiador, más. Es necesaria esa claridad cuando abordas una materia como la suya: el siglo XX español. Sobre todo cuando desde algunos bandos continúa una tergiversación de los hechos. 

A Preston le debemos sin embargo la mejor biografía sobre Franco que se ha escrito hasta la fecha. Y muchos ensayos alrededor de esa figura, que han colocado el foco en su perfil sanguinario cuando, no solo en España, también fuera, se había instalado una suerte de imagen blanda respecto a otros tiranos coetáneos suyos.

Con Preston aprendimos que Franco estuvo a la altura —o, más bien, en la misma cloaca— que otras bestias en términos de crueldad. Una crueldad que además, más allá del fanatismo, el dictador español aplicó por ventajismo. Para asegurarse a perpetuidad en el poder. Algo que consiguió tras haber laminado a todo tipo de opositores, al menos hasta el punto de que no le estorbaran más de lo necesario su meta de morir como jefe del Estado. Lo leímos, por ejemplo, en La guerra civil española, Un pueblo traicionado, El holocausto español —el libro que más ha hecho sufrir a Preston, nos confiesa— y ahora en Arquitectos del terror (Debate), donde cuenta cómo el franquismo se alzó con el poder en los años treinta, entre otros factores, por medio de bulos. Bulos que provocaron entonces una guerra civil y que hoy, 90 años después, todavía siguen esparciéndose y, lo que resulta más asombroso, calando en un sector nada desdeñable de la población.

No cesa la ofensiva por cambiar los consensos sobre el franquismo. Hemos tenido que escuchar a dirigentes del PP que la guerra no se produjo tras un golpe de Estado, o a Vox, en el Congreso, calificando al actual Gobierno de Pedro Sánchez como el peor en 80 años, es decir, más nocivo que la dictadura. ¿No le deprime que, tras años de trabajo echando abajo esas teorías con hechos, continúen extendiéndose en boca de líderes políticos?

Recuerdo que hace 20 años, cuando los periodistas me preguntaban si esa tensión sobre la Guerra Civil iba a durar, yo, guiri inocente, respondía: “No, seguramente es cuestión de tiempo”. Pero cada vez que lo digo, surge un brote de franquismo preocupante. Lo que no veo es la ventaja de hablar en estos términos. En Occidente existe un debate entre izquierda y derecha intenso e interesante sobre temas que afectan a la gente que en España, en cambio, se reduce a términos de guerra cultural. Sobre todo cuando tocan asuntos como la homosexualidad y vienen con varias chuminadas provistas de una amargura… Incluso aquí, en el Reino Unido, cuando se ha polarizado todo en lo del Brexit, no han llegado a tanto. Las distancias en cuestión de tiempo respecto a los años treinta son colosales. Pero, aun así, continúan con ello.

¿Qué beneficios reporta, aparte de traumas? ¿Un retorcido masoquismo?

La izquierda, aun con alguna justificación, o los familiares todavía pueden hablar de temas pendientes. Pero en la derecha lloraron a sus muertos. Lo solucionaron en el momento en las zonas tomadas por los franquistas. Entonces, ¿de qué coño hablan?

Cuando llegó a España por primera vez en los años sesenta, como dice usted, empeñarse en hablar de la guerra era cuestión de tiempo. ¿Cuánto pensaba entonces que duraría?

Yo entendía muy poco. Era verdaderamente un país extraño y extranjero. Mi abuelo me advertía: “Ten cuidado, hijo, que allí comen cosas rarísimas y lo cocinan todo con aceite de oliva…”. Yo había nacido justo después de la II Guerra Mundial. En el colegio, en casi todos los atlas había muchos países en rojo, es decir, que formaban parte del Imperio Británico. Nos educaron con esa superioridad que yo me quité pronto de encima. Y mira ahora, de ahí viene en parte el Brexit. Cuando yo empecé a estudiar España, la República, la Guerra Civil, me chocaba el cerrilismo de la derecha. En comparación, entonces, los conservadores británicos eran mucho más listos.

¿En qué?
Aplicaban lo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo: cambiar algo para que todo siguiera igual. Ahora, la derecha británica es tan cerril, casi, como la española.

Dice que ese sentido de superioridad usted se lo quitó pronto. ¿Cómo?

Viajando. Para mí, lo más importante en mi vida han sido los años que pasé en España. Ahí adquirí conciencia de qué suponía ser británico. Al vivir fuera. Yo aprendí en Oxford que para conocer y hacerte especialista en un país debías adquirir una especie de segunda identidad. Los cuatro años que pasé en España desarrollé una percepción de la diferencia o aprecié el sentido de la vida familiar. En el Reino Unido, con la revolución industrial, muchas costumbres folclóricas, tradicionales, habían desaparecido. En España no. Y eso me parecía divino. O que los acentos no estuvieran ligados a la clase social… Yo pertenezco a la clase obrera del norte. Ahora da igual, estoy viejo y más cerca de cascar, pero para sobrevivir en el mundo en el que yo me he desenvuelto… Por ejemplo, ir a Oxford con una beca no era nada normal en mi caso. Todavía pasa. Sigue siendo muy elitista. Sentías esa presión, la de hablar como ellos. Lo que pasa es que, al ser de Liverpool, tenemos una mala follá que nos sirve para defendernos. Se puede decir que en el Reino Unido conviven dos idiomas: el normando para las clases altas y el anglosajón para las clases más bajas. En esos aspectos me llamaban mucho la atención esas diferencias.

¿Cuánto tiempo se quedó en España la primera vez?
Tardé mucho en regresar. Viajar entonces era muy caro y más complicado. Me quedé como dos años. Llegué al aeropuerto de Gatwick en hora punta. Al montarme en un tren, acostumbrado a la gente con piel de aceituna, me sorprendieron tantas caras rojas. Todos me parecían caricaturas de novelas de Dickens. Llegué y sentí la delicia de haber aprendido otro idioma. Algo que se ha perdido ahora también con las becas Erasmus, esa maravilla, gracias a que estos desgraciados del Brexit han cortado con eso.

Vuelven ustedes al famoso parte de guerra de la II Guerra Mundial: “Niebla en el canal, el continente está aislado”. ¿Le deprime?
¡Muchísimo! Y encima la pandemia ha beneficiado en ese aspecto a Boris Johnson. Ha ralentizado las consecuencias, que serán muchas más que las que vivimos ahora.

Las que veíamos venir: sin exagerar y bien rápido.

Ya el referéndum fue un horror. No se hubiera tenido que permitir una victoria por solo un 51%. Se han cometido demasiados errores. Si, como en el referéndum de Escocia, hubiesen permitido a los menores de 16 años votar, el resultado hubiese sido otro, por ejemplo. En fin…

Aquella primera vez en España, llegó usted a Vallecas directamente. ¿Es así?

Fue un día, solo, por contacto con un amigo. Pero cuando llegué a Madrid, lo que me sorprendió en los alrededores de la Puerta del Sol eran las tiendas ortopédicas para mutilados de la guerra. También los olores en los restaurantes o los artesanos trabajando a la puerta en sus tiendas. Para alguien británico resultaba muy exótico.

Se sufre mucho por usted leyendo este último libro. Si para prepararlo ha tenido que escuchar los discursos de los generales Queipo de Llano o Mola, o los del padre Tusquets y José María Pemán, piensas: se le ha debido quedar el cerebro seco. ¿Cómo se supera eso?

Bueno, yo ya me había curtido con El holocausto español. Muchos días, mi mujer, al volver del trabajo, me encontraba llorando sobre el teclado. Los crímenes contra mujeres y niños eran insoportables. En este libro iba trazando biografías concretas. Hablamos de tipos retorcidos, perversos o, en el caso de Tusquets y Pemán, responsables con sus doctrinas de muchos muertos mientras que en algunos periodos dieron la impresión de ser una especie de santos laicos. El Pemán que quedó en la Transición poco tenía que ver con el de la guerra. Y el padre Tusquets, para alguien que como yo se crio católico —aunque ya me quité hace tiempo—, es un caso que repele por esa hipocresía que lo caracteriza.

La tenían más que tomada con los judíos. El antisemitismo fanático que todos ellos despiden es clarificador.

Increíble. Existían en España 3.000 judíos antes de que empezaran a ser expulsados del norte y centro de Europa. Luego pasaron a 6.000. Masones eran 8.000, más o menos. En el fichero de Tusquets reunía a 80.000; entre ellos, muchos de los militares franquistas. ¿Cómo podía ser posible? El caso es que les sirvió como buena excusa para perseguir a cualquiera.

De hecho, si a Franco le hubieran inspeccionado la biblioteca, hubiese caído. Poseía unos cuantos volúmenes masónicos.

¡Claro! Muy interesante. Parece que sí, que coqueteó con ellos e intentó entrar en la masonería.

Ya, porque Franco, muy al principio, ¿sabía que era franquista?

Efectivamente, eso se lo tuvo que enseñar su esposa, doña Carmen.

Antes resultaba una especie de ameba ideológica. No enseñaba las cartas.

Ni sabía dónde las tenía.

Y de su nuevo libro se desprende que era el moderado, al lado de Mola, Queipo de Llano, ­Tusquet o Pemán. ¿Les tomaba en serio?

En comparación, sí, lo era. No solo de ellos, que cuentan con su capítulo propio en el libro. También en relación con quienes pululan alrededor: Serrano Suñer, Carrero Blanco, ambos llegaron a ser cruciales para el régimen como miembros destacados del Gobierno, pero también el escritor Giménez Caballero. Todos ellos muy moralistas sin que precisamente llevaran una vida pulcra.

En el antisemitismo que todos ellos compartían, la Iglesia, por su parte, ¿no mantiene una posición más ambigua?

Yo creo que la Iglesia es entonces antisemita, claramente. Pero, además, en todos ellos no operaba una distinción entre lo étnico y lo religioso, igual que ocurría con los nazis. Eran antisemitas y punto.

¿De dónde viene ese sentido patrimonial que empuja a la derecha más radical a pensar que España es suya?

Entre otras cosas, de la construcción de la anti España como idea. Aquello empuja a querer eliminar al 60% de la población. Tienen a la mayoría del país en contra de ello. Por eso deciden exterminarlos o expulsarlos.

Con atención especial a los maestros, por ejemplo, o la inquina en ese caso redoblada a la Institución Libre de Enseñanza, que formaban ante todo liberales, no una izquierda dogmática.

Ellos hablan del peligro de la formación. Más que desprecio, aquello se debía al miedo. De ahí su rechazo a que se generalizara la educación, porque creían que formar obreros o pastores incrementaba el peligro de revueltas.

El fanatismo y la radicalidad de Mola y Queipo de Llano, ¿llegan a asustar al propio Franco? Usted apunta con datos, casi sin dudas, a que la muerte del primero pudo ser conscientemente provocada. Un complot. Y que la caída en desgracia del segundo no extraña. Incluso en este último caso apunta a una relación rara con su hija. ¿Qué pasó?

Mantenía una relación insana, diría. En la biografía que hizo su nieta, Ana Quevedo, describe como sofocante el vínculo del general con su hija Maruja. Eso trajo las consecuentes sospechas de su mujer. Cuando Maruja decidió casarse sin su consentimiento, Queipo, en un arrebato de cólera incontrolable, la desheredó. Su madre entonces dio rienda suelta a sus sospechas y le preguntó a Maruja si su oposición al matrimonio se debía a motivos, dijo, “que iban más allá del amor paterno”. Y le preguntó: “¿Alguna vez se te ha insinuado o se ha propasado contigo?”. Maruja se negó a responder. A todos les superaba la doble moral, la hipocresía. Ahí nos movemos en un territorio delicado. He tenido muchísimo cuidado. En el libro, por un lado, se ve adoración; por otro, rechazo. Yo lo trato en el límite de lo permisible legalmente.

¿De ahí el título del capítulo que le dedica: El psicópata del sur? Es un extremo que se sostiene mediante testigos en ese regusto por la violencia y los abusos con que incitaba a sus tropas.

Era absolutamente repugnante.

Pero ahí sigue, enterrado en la iglesia de la Macarena.

Curioso que él continúe ahí y a Franco se lo hayan llevado del Valle de los Caídos.

Insisto en un punto: ¿le desespera después de haberse pasado la vida denunciando con hechos las brutalidades de estos personajes que se les reivindique o se quite importancia a sus crímenes?

Soy consciente de que mis libros llegan a una ínfima parte de la población. Intento ser honesto, aunque a la prensa de derechas les parezca un mentiroso diletante. Pero no se me ocurre contestarles ni a quienes se pasan la vida tratando de desacreditarme. Hago lo que puedo, soy consciente. Además, no utilizo las redes sociales. Me parecen una pérdida de tiempo que prefiero emplear en leer clásicos.

¿Qué tiene ahora entre manos?
Estoy en algo que no sé si va a cuajar. Ando recopilando material, pero me gustaría escribir algo sobre la vida sexual de los dictadores. Aunque va a ser complicado. Me gustaría abordar a Franco, a Hitler, a Mussolini. Otros no dan mucho de sí. De Mussolini podría escribir cientos de páginas, pero de Salazar, el portugués, como mucho, tres.

¿Que caracterizaba a cada uno de ellos?
Franco era tímido con las mujeres; Mussolini era predador agresivo, incluso un violador, y Hitler, un abanico de perversiones.

Promete la cosa. Pero aparte de eso, que ya nos irá contando, entretanto, ¿le llega el ruido político que ensordece hoy España?

Me llega porque leo los medios españoles, pero, si me limitara a informarme sobre ello desde el Reino Unido, no me enteraría. No lo cubren, ni le dan importancia.

¿Le preocupa?
Algo que repito mucho en mi caso es que menudo problema tengo yo con el pasado como para preocuparme ahora por el futuro. En eso, quizás, sea demasiado complaciente. Primero, dentro de la Unión Europea es muy difícil que se produzcan estallidos de violencia. Lo que buscan de manera descarada es volver al poder. Y eso dependerá, como siempre, de que la izquierda no se divida.

Pues ese error puede volver a cometerse. ¿Tampoco le desespera, en ese espacio, el desprecio al pasado como para volver a tropezar otra vez con la misma piedra?

En el Reino Unido ya se ha vuelto a cometer. El actual líder moderado, sir Keir Starmer, está intentando llevar al Partido Laborista hacia el centro para evitar los errores que cometió su antecesor de izquierdas, Jeremy Corbyn. Los seguidores de este, a quien se puede hacer una comparación muy interesante con Largo Caballero por su retórica hueca revolucionaria, están obstaculizando lo que pretende Starmer. Entonces, se puede decir que la izquierda británica no es consciente del pasado español. Quien sí fue muy consciente de ello y al principio, como mínimo, actuaba en consecuencia fue Felipe González. Y creo que Pedro Sánchez también lo es. Ahora, yo, insisto, no sé si los políticos leen los libros en los que se tratan esos asuntos. Ni idea de hasta qué punto un político tiene tiempo para leerse un tocho de 700 páginas. 

SOBRE LA FIRMA
Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

jueves, 18 de noviembre de 2021

_- "No sabemos muy bien cómo la desigualdad se nos mete en los huesos y hace nuestra vida en común peor, pero tenemos la certeza de que es así"

 

  César Rendueles es un filósofo y sociólogo español. Es profesor en la Universidad Complutense de Madrid, España. 

 El filósofo y sociólogo español César Rendueles ha decidido arremeter contra un concepto que suele despertar simpatía: la igualdad de oportunidades.

Tan es así que Rendueles le ha dedicado un libro a criticar esa idea, que a su juicio tiende a preservar o incluso aumentar la desigualdad social.

"El problema de la igualdad de oportunidades es que es una reformulación de la meritocracia, que es siempre una forma de justificar los privilegios de las élites", explica Rendueles, que se define de izquierda, en una entrevista con BBC Mundo.

Lo que sigue es una síntesis del diálogo con este profesor de la Universidad Complutense de Madrid, cuyo más reciente libro es "Contra la igualdad de oportunidades: Un panfleto igualitarista" y que participa del Hay Festival Arequipa 2021. _______________________________________________________________________________

En su libro subraya que la igualdad es "una de las bases de nuestra vida en común". ¿Cómo es eso?

Sabemos que la falta de igualdad es la causa de una enorme cantidad de problemas sociales. Es algo que intuíamos pero que en las dos últimas décadas las investigaciones científicas han demostrado con muchísima precisión.

Las sociedades más desiguales —no aquellas en las que hay más pobreza en general— tienen menos esperanza de vida, más enfermedades mentales, delincuencia, problemas de abusos de estupefacientes, violencia escolar…

No sabemos muy bien cómo pasa, cómo la desigualdad se nos mete debajo de la piel en los huesos y hace nuestra vida en común peor, pero tenemos la certeza de que es así.

¿Cuán antiguo es el concepto de igualdad social?

La igualdad social ha sido la pauta generalizada de las sociedades humanas durante la mayor parte del tiempo que el Homo sapiens lleva sobre la Tierra.

La igualdad social en distintos grados, pero a unos niveles que hoy nos parecerían prácticamente revolucionarios, ha dominado las sociedades de cazadores y recolectores hasta la revolución neolítica.

Es en ese momento, hace unos 10.000 años, cuando empieza a aumentar paulatinamente la desigualdad. Y no ha dejado de crecer.

Los niveles estratosféricos de desigualdad económica que conocemos hoy no tienen parangón a lo largo de la historia. 

Según Rendueles, la desigualdad comenzó a aumentar paulatinamente a partir de la revolución neolítica.

;¿Y de dónde viene la idea de competencia, de ganadores y perdedores entre nosotros?

La meritocracia, la idea de que quienes tienen privilegios los tienen porque lo merecen y que eso es el fruto de una sana competición que ha colocado a cada cual en su lugar, es el ideal que han difundido las clases altas desde hace cientos, tal vez miles de años.

Lo novedoso de nuestro tiempo es que esa ideología meritocrática ya no es exclusiva de pequeños grupos sociales de élite, sino que se ha difundido al conjunto de la población.

En aquellas sociedades en que se ha dado un mayor crecimiento del mercado y de la desigualdad, más cree la gente en la meritocracia. Es curioso: un mecanismo de compensación ideológica, si se quiere decir así.

Desde una lógica de capitalismo liberal dirán que es a través del mayor esfuerzo o capacidad individual que se logra el progreso colectivo, y por lo tanto no está mal que alguien quiera ser exitoso y como consecuencia de eso gane más que otros. ¿Qué responde?

Que en esa afirmación, que parece de sentido común, en realidad hay dos afirmaciones mezcladas que no tienen nada que ver entre sí.

La primera es que el esfuerzo es importante. Estoy completamente de acuerdo y además hay que promocionar el esfuerzo de aquellos que tienen ciertos talentos escasos. Pero eso si se quiere es una defensa de la movilidad social horizontal.

Otra cosa completamente diferente es que haga falta premiar con ciertos beneficios económicos y mayor prestigio a ciertas ocupaciones frente a otras. Eso implica una visión caricaturesca de la gente con más talento.

Es como si pensáramos que los médicos o ingenieros fueran una especie de niños malcriados a los cuales hay que estar sobornando permanentemente para que cumplan con su obligación.

La realidad es que la gente tiende a cumplir con sus obligaciones cuando siente que su trabajo está bien valorado, es importante y tiene sentido. Y eso ocurre con todas las ocupaciones, no sólo con las más prestigiosas.

Durante la pandemia hemos visto que la valoración social de qué se considera importante muchas veces está equivocada. 

Damos prestigio o dinero a ocupaciones que socialmente son muy poco importantes o incluso negativas, como la especulación financiera. En cambio, ocupaciones vitales para el funcionamiento de la sociedad las infravaloramos o pagamos mal.

Era más importante la limpieza de los hospitales que la publicidad, por ejemplo.

Vimos también que gente con ocupaciones poco prestigiosas y mal pagadas se toman muy en serio esas labores, incluso arriesgando su vida.

Los transportistas, cajeros de supermercados o limpiadores de hospitales arriesgan su vida.

Distintos liberales también argumentan que el igualitarismo tiende a igualar hacia abajo, que nivelar las diferencias económicas quita estímulo a la búsqueda de superación individual. ¿No es así?

A veces sí es así, por supuesto. Esa es una de las prevenciones que tenía el propio Marx contra ciertas formas de socialismo. Hay un párrafo muy bonito de Marx en el que alerta de esta igualación hacia abajo de los talentos.

Pero lo cierto es que la competencia también hace eso muy a menudo: desperdicia una enorme cantidad de talento.

A veces pienso que lo peor de la desigualdad no es tanto los lujos repugnantes que proporcionamos a una pequeña élite, sino la cantidad de esfuerzo que se desperdicia por abajo.

Es algo que vemos muy bien en el ámbito del deporte: queremos que haya competencia, pero sabemos lo enormemente nociva que es la competencia extrema, cuando todos los esfuerzos deportivos están diseñados como si fueran un embudo para generar una pequeña élite de superatletas. Ese proceso impide que el deporte sea disfrutado por millones de personas. 

El filósofo Rendueles compara el reparto de oportunidades con el síndrome embudo que se genera en el deporte, con una competencia extrema que puede resultar nociva. 

¿Por qué ha decidido poner el punto central de su crítica en el concepto de igualdad de oportunidades?

Porque la igualdad de oportunidades es un lema que suena bien. ¿Quién va a estar en contra? De hecho, es un modelo irrenunciable en muchos procesos competitivos, como por ejemplo cuando tenemos que seleccionar para una beca o un puesto en la administración.

Pero cuando se difunde como único modelo de igualdad social esconde una trampa: supone renunciar a la igualdad real.

Porque lo que nos ofrece la igualdad de oportunidades es la promesa de que cada cual recibirá lo que se merece en función de sus méritos. Eso en primer lugar sabemos que es falso, que tanto el sistema educativo como el mercado de trabajo actual reproducen y amplían las desigualdades.

En segundo lugar, el igualitarismo profundo asociado a las tradiciones democráticas no es dar a cada cual lo que se merece, sino dar a cada uno lo que necesita para desarrollarse como persona.

El igualitarismo profundo democrático no es una especie de control antidoping antes de la competición social. Al revés, consiste en limitar los efectos más nocivos de esa competición.

El problema de la igualdad de oportunidades es que es una reformulación de la meritocracia, que es siempre una forma de justificar los privilegios de las élites.

Usted habla de una "igualdad real". Pero el concepto de igualdad de oportunidades surge de la premisa de que los humanos somos naturalmente desiguales y por lo tanto es necesario ajustar el punto de partida para que haya una competencia justa. ¿Qué hay de malo en eso?

No hay nada de malo allí donde creamos que deba haber competencia para regular nuestra vida común.

La cuestión es si queremos que la competencia domine nuestra vida social, convertir nuestras sociedades en una especie de partido de fútbol en el que sólo pueda haber ganadores y perdedores, desde la educación o cultura, al campo laboral. 

"Claro que no somos iguales al nacer. Precisamente por eso necesitamos una intervención política constante para generar igualdad, no como punto de partida sino de llegada". 

Yo tenía una profesora de griego en educación secundaria que no dejaba que nadie suspendiera. No porque regalara el aprobado sino porque repetía los exámenes tantas veces como hiciera falta hasta que conseguías aprobar. Nadie se quedaba atrás, con lagunas educativas. No todos sacaban la misma nota, pero todos acababan sabiendo lo que tenían que saber.

¿Qué pasa si decidimos que sólo en algunos ámbitos de nuestra vida social debería haber ganadores y perdedores? Que, por ejemplo, en el ámbito de la vivienda no debería haberlos y todos deberíamos tener una vivienda digna. O que en el ámbito de la alimentación no debería haber gente que come con lujos obscenos y gente que no tiene para comer.

Claro que no somos iguales al nacer. Precisamente por eso necesitamos una intervención política constante para generar igualdad, no como punto de partida sino de llegada.

América Latina es considerada la región más desigual del mundo, donde el 10% más rico concentra una porción de ingresos mayor que en otras regiones. ¿Qué ejemplo debería seguir para paliar estas diferencias?

Sabemos razonablemente bien cómo reducir esas diferencias extremas, porque es algo que ya ha ocurrido.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en muchos países se produjeron unas reducciones brutales de las desigualdades sociales en un plazo muy breve y además sin generar grandes fracturas sociales.

Uno de los elementos básicos de esos procesos es una transformación profunda de los impuestos: básicamente obligar a las grandes empresas a que empiecen a pagar impuestos. Lo mismo con las grandes fortunas. 

América Latina es considerada la región más desigual del mundo. 

Durante los años '50 se generalizaron en muchos países de Occidente —no en la Unión Soviética, ni sólo en países gobernados por la izquierda— tasas fiscales superiores al 90% para las rentas más elevadas.

Eso significa que a partir de cierto nivel de renta, que hoy vendría a ser aproximadamente de US$300.000, de cada dólar adicional el Estado se quedaba con 90 centavos.

Sin esa transformación fiscal no se pueden financiar los programas educativos, la sanidad pública ni los programas de viviendas.

Y para que eso ocurra también necesitamos recuperar la soberanía económica: no se pueden poner esas tasas fiscales si las empresas y las grandes fortunas pueden traicionar el país donde estaban asentadas y huir a paraísos fiscales.

Podría decirse que a menudo la derecha ha sacrificado la igualdad en nombre de la libertad económica, pero también la izquierda suele descuidar la libertad en busca de la igualdad. ¿Es posible lograr un equilibrio perfecto entre ambas?

Claro que no es posible encontrar un equilibrio perfecto entre igualdad y libertad. Son conceptos en tensión. Pero también es cierto que mantienen una relación tan compleja que tienden a confundirse.

La libertad, si no se dan ciertos niveles mínimos de igualdad, es pura ficción. Pero al mismo tiempo la igualdad sin libertad es el imperio de la mediocridad, de la homogeneidad. ¿Quién querría vivir en una sociedad así?

Tiendo a pensar que la igualdad es un valor mucho más transversal políticamente de lo que a veces creemos.

Ha habido momentos en los que tanto la izquierda como la derecha compartían ciertos valores de igualdad que hoy parecen casi revolucionarios. Nadie decía estar en contra de la igualdad. Y en parte creo que eso sigue vigente.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

_- Degradación progresiva. Javier Pérez Royo

_- A medida que nos hemos ido alejando del momento constituyente originario sin hacer uso de la reforma de la Constitución, se ha ido degradando el "principio de legitimidad" y, como consecuencia de ello, también el procedimiento de renovación de los magistrados del TC

— Enrique Arnaldo evita hablar sobre los pinchazos de Lezo y Concepción Espejel niega ser cercana al PP
Javier Pérez Royo


La Justicia Constitucional es tributaria de la reforma de la Constitución. La reforma es la condición sine qua non para que la Justicia Constitucional pueda incorporarse a la ordenación constitucional del Estado. Cuando el Tribunal Constitucional (TC) declara anticonstitucional una ley, lo único que está haciendo es decir que el legislador ha reformado la Constitución sin seguir el procedimiento de reforma previsto para ello. Toda declaración de anticonstitucionalidad material es, en consecuencia, una declaración de anticonstitucionalidad formal. El precepto que se declara anticonstitucional no lo hubiera sido, si el legislador hubiera seguido el procedimiento de reforma de la Constitución para aprobarlo. Porque no lo ha seguido es por lo que el precepto es declarado anticonstitucional. Esto es lo que dicen todas las sentencias que declaran la anticonstitucionalidad de una ley.

Tanto la reforma como la Justicia Constitucional son instrumentos para la protección del "principio de legitimidad democrática", en el que descansa todo el edificio constitucional. Porque el Estado Constitucional es el resultado de la combinación de un "principio de legitimidad", que reside única y exclusivamente en la Constitución, y un "principio de legalidad", que está presente en todas las demás normas que integran el ordenamiento jurídico del Estado.

El "principio de legalidad" se renueva permanentemente en todos los niveles presentes en la fórmula constitucional del Gobierno. Siempre están presentes las Cortes Generales o los Parlamentos de las Comunidades Autónomas o las Corporaciones municipales que van dictando las normas necesarias para hacer frente a los problemas con los que la sociedad tiene que enfrentarse. La ley del Estado o de la Comunidad Autónoma o la Ordenanza municipal siempre puede ser renovada o derogada y sustituida por otra. Lo mismo ocurre con los Decretos de los Gobiernos o con las Órdenes ministeriales y así sucesivamente. Es una operación incesante.

El "principio de legitimidad" por el contrario, únicamente puede renovarse a través del o de los procedimientos de reforma previstos en la Constitución. Cualquier renovación que se haga de otra manera, lo vulnera, es decir, es anticonstitucional.

Para evitar que esto ocurra, es para lo que se incorpora la Justicia Constitucional a la fórmula de gobierno. Se trata de evitar que la mayoría parlamentaria pueda erosionar o incluso subvertir el principio de legitimidad del que únicamente la Constitución es portadora.

Dicho de otra manera, el TC no está para renovar el principio de legitimidad constituyente, sino para evitar que se pueda renovar dicho principio de manera distinta a como está previsto en la Constitución.

Para renovar el principio de legitimidad del que es portadora la Constitución y en el que descansa el principio de legalidad, es decir, todo el ordenamiento jurídico del Estado, es necesario activar el o los procedimientos de reforma previstos en la Constitución.

A diferencia de la Justicia Constitucional, que es puramente negativa, la reforma de la Constitución es, además, positiva, renovadora del principio de legitimidad. Es simultáneamente límite para el legislador ordinario y vehículo para que la voluntad constituyente originaria se renueve. Esta función de renovación de la voluntad constituyente originaria es privativa de ella.

La reforma es la única institución que posibilita la renovación de la voluntad constituyente originaria de una manera jurídicamente ordenada. Por eso, también se la define como potestad constituyente constituida. Es constituyente en la medida en que afecta a la voluntad constituyente originaria. Es constituida, en la medida en que está jurídicamente ordenada en el propio texto constitucional.

Para evitar la petrificación del principio de legitimidad en el que descansa el Estado Constitucional democrático es necesario hacer uso de la reforma de la Constitución. La reforma no es una opción, sino una necesidad. No hay Estado democráticamente constituido que pueda sobrevivir sin hacer uso de la Reforma de la Constitución. La evidencia empírica de que se dispone es abrumadora. El "principio de legitimidad" en el que descansa el Estado y su ordenamiento jurídico se va difuminando a medida que se aleja el momento constituyente originario. Puede acabar resultando irreconocible para la mayoría de la población.

Esto es lo que está ocurriendo con el sistema político constitucionalizado en 1978. La legitimidad constituyente originaria sigue exactamente igual que el 29 de diciembre en que la Constitución entró en vigor. A pesar del tiempo transcurrido, no se ha considerado que dicha legitimidad tenía que ser renovada. No sustituida, sino perfeccionada, teniendo en cuenta que la del 78 venía de cuarenta años de una Dictadura anticonstitucional y antidemocrática y que ahora nos encontramos con más de cuarenta años de trayectoria democrática, que ha hecho de España un país sensiblemente distinto al que era a finales de los setenta del siglo pasado.

Para la renovación del principio de legitimidad el constituyente exigió una mayoría de tres quintos en el Congreso de los Diputados y en Senado. La misma mayoría que se exige para la renovación de los Magistrados del Tribunal Constitucional. Es la forma en la que el constituyente subrayó el vínculo que existe entre ambas.

A medida que nos hemos ido alejando del momento constituyente originario sin hacer uso de la reforma de la Constitución, se ha ido degradando el "principio de legitimidad" y, como consecuencia de ello, también el procedimiento de renovación de los magistrados del Tribunal Constitucional. En cada renovación se da un paso más en el proceso de degradación.

Así hemos llegado a esta última, en la que uno de los candidatos propuestos se ha visto obligado a recurrir al principio de "presunción de inocencia" para defender su candidatura. De un magistrado del Tribunal Constitucional cabe esperar algo más que el que no se pueda demostrar que es un delincuente.

Mientras la Reforma de la Constitución continúe bloqueada, la renovación de los órganos constitucionales para los que se exige la misma mayoría de tres quintos en ambas Cámaras continuará degradándose. Seguirá siendo un problema sin solución.

martes, 16 de noviembre de 2021

Jaspers, Heidegger, Arendt… y Gertrud Mayer. Reseña de El informe Jaspers, de José Ignacio Nájera, Pre-Textos, Ajuntament de València, 2020, 177 páginas

Recomendable, muy recomendable. Tanto para personas interesadas en uno de los grandes temas de la filosofía del siglo XX (Heidegger, el nazismo, Jaspers, Arendt) como para las personas distanciadas del tema. Nájera muestra su profundo conocimiento del asunto, incluso de libros de profunda metafísica y difícil lectura (yo nunca lo he conseguido) como Sein und Zeit (Ser y tiempo).

El informe Jaspers se lee como una novela, como una buena novela. Es eso: una excelente y documentada novela filosófica (que da juego para una futura obra de teatro de interés asegurado, o incluso para una “serie filosófica”), por contenido y por forma, que se abre con una cita de Jaspers: “Uno cree tener un suelo, pero lo que ha ocurrido es que ha ido a parar a un callejón sin salida”.

Jaspers recordemos fue el autor de un informe (negativo) sobre Heidegger, escrito en la Navidad de 1945, solicitado por el profesor Max Oehler (fallecido en marzo de 1946), uno de los miembros de la comisión de depuración política de la Universidad de Friburgo.

Son tres, cuatro más bien, los principales dramatis personae de esta novela, apta para todos los públicos (incluidos lectores/as no propiamente filosóficos): Heidegger, Jaspers y Arendt. También Gertrud Mayer, la esposa de Jaspers, de origen judío. La trama esencial: las turbulentas relaciones entre dos grandes de filosofía como Heidegger y Jaspers, con la presencia en determinados momentos de Arendt, alumna de ambas.

Una breve noticia sobre el autor: José Ignacio Nájera (Xauen (Marruecos), 1951) reside en Murcia desde los años ochenta del pasado siglo. Doctor en filosofía, ha ejercido como profesor de filosofía de secundaria. Entre sus novelas: Olvídate de Alcibíades, Hermanos mayores y El enfermo epistemológico (Premio Novela Pío de Baroja). Entre sus ensayos: Caminos de otoño y El universo malogrado. En 2020 ganó el Premio de Narrativa Vicente Blasco Ibáñez con este libro, con El informe Jaspers.

Componen el informe dos cartas (ficción) de Jaspers escritas desde Basilea, el 23 de febrero de 1963 (cuando Jaspers cumplía 80 años) y el 15 de marzo de 1965, una adenda de Gertrud Mayer y una nota bibliográfica.

En la nota bibliográfica, Nájera nos advierte que no obstante la ficcionalidad del relato (¡leemos una novela!), además de los epistolarios cruzados entre Heidegger, Jaspers, Arendt y Elfride Heidegger, y los diversos escritos autobiográficos de Jaspers y sus notas sobre Heidegger, la narración está en deuda con la obra historiográfica de autores como Hugo Ott, Jean Pierre y Emmanuel Faye, Ernst Nolte, Rüdiger Safranski, Víctor Farías, Áxel Xolocotzi, Otto Pögeller, Dominique Janicaud. En mi opinión, para penetrar más en Ser y tiempo y en las características político-ideológicas del filosofar de Heidegger, le hubiera sido útil al autor consultar también una obra decisiva sobre el filósofo : Heidegger: nazismo y política del Ser, de Nicolás González Varela:

Selecciono para incitar a la lectura de este “informe filosófico”:

1. “En abril del 27 recibí del editor de Heidegger un ejemplar de Ser y tiempo. Desenvolví el paquete con emoción, tanta que lo rasgué de mala manera. La fiera, por fin completa, estaba frente a mi vista. Sus entrañas las ocupaban cerca de cuatrocientas cincuenta páginas. Y ya sabía, por los pliegos ojeados previamente, que me encontraba ante una especie de inmenso jeroglífico. Al mismo tiempo que sentía admiración, y cierta envidia, sabía que tenía entre mis manos algo intranquilizador. Ser y tiempo es un libro que se ama y se odia, un libro que se desea y se detesta. Un libro que se abandona una y otra vez, y al que se vuelve con igual frecuencia. Es una obra diabólica por lo que trastorna y por lo que promete” (p. 27).

2. “La niebla de ignorancia que me envolvía con respecto a las simpatías nacionalsocialistas de Heidegger se empezaría a deshacer más deprisa con su nombramiento de rector [Universidad de Friburgo] en abril de ese mismo año, concretamente el 21 y con el ingreso en el partido… Heidegger parecía ser que estaba profundamente convencido de que la única salida era la fascista, ya que incluso venía votándola desde no se sabía cuándo. ¿Por qué Heidegger se mostró cauto conmigo en sus declaraciones? No lo sé. Quizá porque no me oyó decir nada a favor de lo que a él lo seducía. Es posible. Quizá porque yo estaba casado con Gertrud, que era judía. Es posible. ¿Por eso me pidió en una de aquellas últimas visitas a nuestra casa que fuese discreto con respecto a su publicidad? Puede ser. Tal vez los Jaspers ya pudiésemos ser una pequeña impedimenta para sus proyectos” (pp. 43-44).

3. “El espaldarazo que inicialmente Heidegger le proporcionó al nazismo sólo se lo podía dar él. Nadie era como el filósofo del ser y por eso tantos y tantos estuvieron a la escucha de sus discursos de apoyo. Y nada más acabar la guerra, ¿Qué tuvimos?, ¿una confesión de culpabilidad?, ¿una muestra de arrepentimiento? No, nada de eso, sólo falsas y taimadas excusas. Heidegger seguía actuando de igual modo tanto en la victoria como en la derrota, con una coherencia siempre al servicio de su interés” (p. 83).

4. “Por lo demás, hace muy poco -todavía está muy fresco- se ha producido la enésima arremetida pública y filosófica contra su pensamiento. Esta vez de la mano de Theodor Adorno. Este pensador, que hace mucho tiempo que está muy alejado de Heidegger, lo ha tachado de miope y arcaico presocrático. Bien, parece una tremenda e insultante andanada y así lo creerán muchos. Seguro que ellos no saben que Heidegger suscribiría para sí con gusto lo de “arcaico” y “presocrático”. Y con respecto a la miopía tampoco habría sido mal recibida, habida cuenta de lo virtuosa que resulta para ver mejor desde cerca” (p. 165).

Como no hay misterio, como no hay rompecabezas que resolver, me resisto a finalizar esta reseña sin dejar constancia de las palabras de Gertrud Mayer con las que Nájera cierra su novela: “Nuestra llamada excelente cultura no nos ha servido para nada; aún más, sirve de contraste patético de nuestra extrema barbarie. La que hemos expandido por Europa. Cierto es que no todos hemos estado en el mismo bando. Así es. Ellos dos estuvieron en partes distintas. Y digo “estuvieron” cuando uno de ellos dos, mi marido ya no está. El otro sigue viviendo en su Alemania, donde a día de hoy es cada vez más loado gracias a que las cosas se van olvidando. Nosotros, sin embargo, decidimos un buen día irnos porque no podíamos soportar tanta voluntad de desmemoria. Por mis lecturas de filosofía, bien sé que el profesor Heidegger abundó en la idea de que la voluntad de verdad consistía en buscar el desvelamiento. En hacer que lo velado salga de su oscuro estado. Pues bien, en su nota de duelo [un telegrama fechado el 2 de marzo de 1969: “Con respeto y dolor en el recuerdo de años lejanos, Martin Heidegger”] únicamente apela al recuerdo de los años lejanos. Sólo espero que algún día salgan a la luz los años postreros para ser desvelados y, ojalá, rechazados”. Esa ha sido en gran parte la tarea del autor en esta novela.

PS: Como se recuerda, Manuel Sacristán escribió su tesis doctoral sobre Las gnoseológicas de Heidegger (1959; reeditada en 1995 con prólogo de Francisco Fernández Buey) y estuvo muy interesado en la obra de Karl Jaspers. Lo reseñó para Laye y escribió sobre él en su artículo sobre la filosofía de la posguerra hasta 1959.

Fuente: El Viejo Topo, octubre de 2021.

lunes, 15 de noviembre de 2021

_- La Gran Renuncia al empleo (malo)

_- Publicado en Público.es el 15 de octubre de 2021

Un nuevo fantasma recorre el mundo, el fantasma de la renuncia de millones de trabajadores a seguir trabajando en las condiciones en las que estaban antes del confinamiento.


Los datos son indiscutibles.
En Estados Unidos, el informe de la Secretaría de Trabajo de hace un par de semanas señala que 4,3 millones de personas habían renunciado a sus empleos en agosto. Eso ha hecho que ya pase de 10 millones el número de empleos vacantes en todo el país, a pesar de que hay casi 8,5 millones de personas desempleadas.

En los 38 países que forman parte de la OCDE hay 20 millones de personas menos empleadas que antes del confinamiento y 14 millones ya han dejado de considerarse activas porque ni tienen empleo ni lo buscan. Y, en comparación con 2019, hay 3 millones más de jóvenes sin empleo, ni educación ni formación.

En China, Vietnam y otros países asiáticos también ocurre lo mismo, pues millones de personas que habían vuelto a sus aldeas cuando se produjo el confinamiento no han vuelto a sus empresas. Y en Europa, leemos diariamente noticias sobre la «escasez» de personas para ocupar puestos de trabajo en muchos sectores económicos.

En Alemania se calcula que hay unos 400.000 empleos vacantes, en Francia 300.000 y en España casi 120.000, un 88% de ellos en el sector servicios.

Las causas de este fenómeno global son variadas y no todas ellas se quieren poner sobre la mesa porque el fenómeno supone una especie de enmienda a la totalidad de lo que ha venido pasando en los mercados laborales y en la economía en general durante los últimos 40 años.

Quien quiera engañarse puede creer que el problema se debe a que hay desajustes temporales entre la oferta y la demanda de trabajo. Puede haberlos, sin duda, pero no los suficientes como para explicar toda la magnitud del problema.

Lo curioso, además, es que los mismos economistas liberales que defienden esta tesis (para no tener que enfrentarse a lo que voy a señalar inmediatamente) actúan con bastante incoherencia. Cuando hay paro dicen que se trata tan solo de un exceso de oferta que se resuelve automáticamente en el mercado laboral a poco que bajen los salarios. Pero, ahora que hay escasez de oferta, no dicen que suban los salarios para evitar el desequilibrio. Una muestra más del fraude intelectual y del engaño que hay detrás de las teorías liberales sobre la naturaleza del desempleo y su solución.

La realidad es que el modelo laboral del neoliberalismo ha generalizado no solo los salarios más bajos con la excusa permanente de que eso era imprescindible para crear empleo.

Al bajar la masa salarial han disminuido las ventas de las empresas y eso ha hecho que se genere menos actividad y empleo. Así se ha creado un ejército de parados que ha permitido que los salarios no suban y que las condiciones de trabajo empeoren sin cesar, en beneficio de las grandes empresas (no de todas, porque una gran parte se ve perjudicada por la caída de ventas y actividad que he señalado).

Eso explica que en los últimos años de dominio neoliberal se hayan generalizado condiciones de trabajo extenuantes en donde han florecido la ansiedad, el estrés, el agotamiento, el miedo, la frustración y la renuncia creciente a la vida familiar, la crianza y el bienestar en el más amplio sentido. Muy particularmente, en algunos sectores, grupos sociales o en el caso de las mujeres.

Durante los años 60 y 70 del siglo pasado la rotación en los empleos era alta. Quien se pudiera encontrar insatisfecho con su puesto de trabajo podía cambiar con la seguridad de encontrar otro, más o menos en las mismas condiciones. En los últimos 40 años, por el contrario, los trabajadores no han tenido apenas posibilidad de rotar, sencillamente, porque las posibilidades de encontrar algo mejor eran mínimas. Con sindicatos debilitados, con la negociación colectiva en entredicho y, sobre todo, con ese ejército de millones de personas necesitadas de emplearse allí donde fuese, se ha podido establecer un modelo laboral en el que o se aceptaba lo que ofrecía la empresa, o se perdía el empleo: en la cola había cientos de personas dispuestas a aceptar cualquier condición de trabajo. De ahí los falsos autónomos, los contratos sin horas determinadas, las horas extraordinarias no pagadas y el incumplimiento generalizado de las leyes laborales.

El confinamiento ha transformado la situación, tal y como lo ha descrito muy claramente la profesora de Harvard Tsedal Neeley, en un interesante libro publicado el pasado mes de abril (Remote Work Revolution: Succeeding From Anywhere): «Hemos cambiado. El trabajo ha cambiado. La forma en que pensamos sobre el tiempo y el espacio ha cambiado (…).

Las encuestas que se están realizando en muchos países muestran claramente que la pandemia ha abierto los ojos a millones de trabajadores en todo el mundo que ahora rechazan la situación laboral anterior y se replantean su vida y, en especial, las condiciones de trabajo. Un informe reciente de McKinsey & Co. afirma que una de cada cuatro mujeres en Estados Unidos está pensando en cambiar de empleo o en dejar la actividad laboral debido al Covid-19.

En España, la mayoría de las grandes empresas, con mayor poder de negociación y sobre los mercados, han aprovechado la pandemia para intensificar las jornadas de trabajo y bajar salarios (a veces, hasta un 30% para los mismos puestos de trabajo que se contrataban antes del confinamiento) y el salario medio ha sufrido, no solo en España, una caída sin precedentes.

Por todo esto, es una ingenuidad y un error descomunal creer que lo que se está produciendo es una escasez de trabajo. Como escribía hace unos días Robert Reich, Secretario de Trabajo con Clinton (aquí), no es escasez de trabajo sino de salarios dignos, es escasez de cuidado de niños, de licencias por enfermedad pagadas y escasez de atención médica.

Es cierto que Reich se refiere a Estados Unidos y que en otros países, como el nuestro, aún no se está produciendo este fenómeno con la misma magnitud o por las mismas razones. Pero, donde allí se dice escasez de licencias por enfermedad pagadas o de atención médica, pongamos aquí jornadas interminables, salario de miseria y falta de estímulos y autonomía personal.

Lo cierto es que, por primera vez en esas últimas décadas, los trabajadores de todo el mundo se están dando cuenta del poder que tienen frente a una gran clase empresarial que ha querido quedarse con todo, a costa de destruir la economía en su conjunto. Como dice Reich en el artículo que he citado, «se podría decir que los trabajadores han declarado una huelga general nacional no oficial hasta que obtengan mejores salarios y mejores condiciones laborales».

No va a haber más remedio que negociar, aceptar que las relaciones laborales deben mantener un imprescindible equilibrio y devolver derechos, salarios y condiciones de empleo dignos a las clases trabajadoras si no se quiere que la economía internacional entre en una nueva crisis de una magnitud y gravedad sin precedentes. Aunque no soy optimista. Se han acostumbrado a ganar tanto con toda facilidad que no será fácil que renuncien ni a uno solo de sus privilegios.

Web de Juan Torres López https://juantorreslopez.com/la-gran-renuncia-al-empleo-malo/

domingo, 14 de noviembre de 2021

"Cuando uno comprende mejor el núcleo de su vida puede revertirlo en actuaciones concretas"

                    

El filósofo Josep María Esquirol es, según su propia filosofía, un resistente, alguien que propone un pensamiento a contrapelo, opuesto a la dirección que a muchos nos parece que toma el mundo.

En una época en que la tecnología y la ciencia prometen llevar al humano más allá de sí mismo, Esquirol (1963, Sant Joan de Mediona, Barcelona, España) apuesta por explotar primero todo el humano que tenemos dentro, frenar ciertas aspiraciones transhumanistas, mirarnos al interior y acentuar rasgos de nuestra condición para fortalecernos.

Esquirol practica lo que él acuña filosofía de la proximidad.

Su propuesta está recogida en volúmenes como "La resistencia íntima: Ensayo de una filosofía de la proximidad" (Acantilado, 2015) y su más reciente "Humano, más humano: Una antropología de la herida infinita" (Acantilado, 2021).

Como parte de nuestra cobertura del Hay Festival de Arequipa 2021, BBC Mundo conversó con Esquirol sobre su propuesta filosófica.

¿En qué consiste la filosofía de la proximidad y cómo se diferencia de otras filosofías?

Procuro no utilizar demasiadas etiquetas ni conceptos simplistas que aparentemente sitúan las cosas, pero en realidad no te dejan pensar demasiado bien.

Intento buscar un adjetivo que describa mi manera de hacer filosofía, el tipo de camino y pensamiento que procuro andar.

Me pareció que la palabra proximidad era adecuada.

Primero porque intento hacer una filosofía en donde la abstracción nunca se desconecte de lo concreto.

Es lo que en la filosofía contemporánea se ha llamado el mundo de la vida, de las experiencias fundamentales.

Y en cierto modo, la palabra proximidad recoge eso.

Quiero siempre que los verbos sean más radicales que los sustantivos. Y aunque hable de proximidad, en realidad lo que cuenta es el verbo que está detrás.

¿Y cuál es el verbo que está detrás? El hecho de aproximarse. A las cosas, a las situaciones, y sobre todo, a los demás.

Convertir al otro en el prójimo, acercarse a él. 

Además de defender una "filosofía sin lujos", Esquirol también apuesta por profundizar más en lo humano que llevamos dentro ante ciertas tendencias transhumanistas.

¿Tiene que ver esto con el hecho de que defiendas una filosofía sin lujos?

Cuando hablo de filosofía sin lujos, me refiero básicamente a que el pensamiento filosófico es una propuesta que explica, dice cosas y defiende cosas.

Sin embargo, no pretende explicarlo todo, no es una teoría omniabarcadora u omniexplicativa. No pretende dar un sentido global y reconoce sus límites.

Por eso hablo de filosofías sin lujos, modesta.

¿Y hay alguna forma de aplicar esto en nuestro beneficio?

En eso soy prudente y procuro no elaborar recetas fáciles que podrían resultar un poco forzadas.

Al final en cada ámbito profesional o de la vida lo que cuenta es la experiencia de cada cual.

Lo que pretendo entonces es acentuar algunos rasgos de nuestra condición humana para poder fortalecer y alimentar la vida de las personas.

Pero no creo que sea propio de la filosofía estar dando recetas de pasos a seguir.

Solo intento profundizar en comprender y ayudar a que los demás participen de esta comprensión.

Cuando uno comprende mejor el núcleo de su vida puede revertirlo en actuaciones concretas. 

El último libro de Esquirol se titula "Humano, más humano: Una antropología de la herida infinita".

Como parte de esta filosofía, rechazas de cierto modo algunas corrientes que piden ir más allá de lo humano porque te parece que no hemos terminado de explotar lo humano en sí. ¿Podrías explicarlo?

Hay aspectos cotidianos de la vida de las personas que no por ser cotidianos son superficiales. Todo lo contrario, tienen mucha profundidad.

En mi filosofía intento recuperar la fuerza y riqueza de la vida cotidiana frente a ciertos planteamientos teñidos de un romanticismo superficial, que exalta lo extraordinario y las aventuras más especiales.

Una especie de caricatura de romanticismo que no creo que le hace bien a las personas. En este sentido quiero recuperar la hondura de lo cotidiano.

Vivimos bajo una serie de discursos ideológicos que nos piden superarnos como humanos.

Se habla de todo lo que conseguiremos con las innovaciones tecnológicas y demás, pero opino que estas ideas transhumanistas nos desvían de lo más fundamental, que es profundizar todavía más en lo mejor que tenemos como humanos.

Tenemos todavía mucho terreno por recorrer.

Hay algo muy valioso de lo humano que tiene que ver con la sensibilidad, la fraternidad, que sin ninguna duda, desde el punto de vista social y colectivo, no hemos profundizado lo que deberíamos.

¿En qué momento crees que el humano ha empezado a menospreciar la cotidianidad?

Es difícil hacer este tipo de diagnósticos culturales e históricos.

Me parece que, sin que esto sea muy riguroso, hay dos elementos que han intervenido en la huida de lo sencillo, que por cierto no tiene por qué ser banal, porque lo sencillo también puede ser muy profundo.

Uno de ellos, como decía antes, es una herencia romántica algo deteriorada, un romanticismo de segunda categoría que ha derivado en la superficialidad.

El otro elemento tiene que ver con el pensamiento contemporáneo y el existencialismo.

No me refiero al existencialismo de autores como Sartre, sino de una cierta herencia también bastante superficial y pobre, que a veces ha tomado la forma de un lenguaje de autoayuda y que insiste en que la vida es decisión, un proyecto, una expansión.

Este tipo de lenguaje también ha ayudado a dejar de lado esta sencillez de la vida cotidiana en favor de proyectos extraordinarios y decisiones extraordinarias que han constituido nuestras vidas. 

¿Es por eso que te parece más importante construir más mundo en lugar de más futuro?

Obviamente no hay ningún problema en hablar de futuro ni en preparar cosas para el día de mañana.

Pero sí que es cierto es que hay un tipo de discurso de prepararse para el futuro que tiene un carácter un poco fatalista.

Cuando la gente dice que hemos de prepararnos para el futuro, estamos entendiendo el futuro como algo que viene y respecto a lo cual tú tienes que prepararte.

En este sentido me pareció mucho más plástico que en lugar de construir el futuro, deberíamos hacer que el mundo sea todavía más mundo, más habitable, más bello, más justo.

¿Confías en que profundizar más en lo humano y construir más mundo sean posibles con tanto estímulo externo, tanta distracción, con la velocidad que a veces parece que se mueve el mundo?

Soy consciente de que este planteamiento va a contracorriente. Sé que el contexto del mundo occidental tiene en este momento otra orientación y respira otra cosa.

Pero hay que resistir.

Que algo sea a contracorriente, a contrapelo, no significa que no tenga sentido o valor.

No sé que va a ocurrir en el futuro y nadie lo sabe.

Por eso deposito confianza en las cosas que tienen sentido, en profundizar la cotidianidad, en mi caso, en lo que respecta a mi valor como docente y escritor.

¿Eso supone para ti ser un buen resistente?

El buen resistente es una persona que sabe apreciar lo que vale la pena y que se esfuerza por ello aunque la civilización y la sociedad del momento no lo potencie.

El resistente siempre se mueve en un tipo de marginalidad que puede terminar siendo muy fecunda.

El resistente, precisamente, confía en ser fecundo a pesar de esa marginalidad.

Este artículo es parte del Hay Festival Arequipa digital, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza del 1 al 7 de noviembre de 2021.