domingo, 30 de abril de 2023
‘Cosmos’: Carl Sagan tenía razón (y le hicimos poco caso).
El divulgador exploraba el universo en la serie de 1980 con su carisma, efectos visuales rústicos y la música de Vangelis. Hablaba de otros mundos que dan lecciones sobre este. El programa, en Filmin, no ha envejecido nada mal.
Cuando los humanos de la prehistoria apagaban, de noche, las hogueras, se quedaban a solas con las estrellas. Había algo mágico en la forma en que el cielo aparecía inmutable cuando sobre la Tierra reinaba el caos. Además de magia, los que miraban los astros también se fijaban en sus patrones. Ya lo hizo Ptolomeo muchos siglos antes de que Copérnico, Galileo y Kepler se metieran en líos por eso. El progreso fue arrinconando a la astrología en favor de la astronomía: al principio eran lo mismo. En culturas antiguas, la astrología servía además al poder político, que se cuidaba de controlarlo: por entonces predecir la caída de un tirano equivalía a instigar su derrocamiento.
El gran divulgador científico Carl Sagan lo explicaba de maravilla en su serie Cosmos, estrenada en 1980. Y, como buen apóstol del racionalismo, aprovechaba para burlarse de los horóscopos. Coge varios diarios y lee la predicción para un signo: libra. Todas son tan vagas que valen para cualquiera; todas tan distintas entre sí que no pueden responder a ninguna base. (Conocí una publicación en que los montadores de páginas, viejo oficio, se divertían intercambiando los párrafos de cada signo. Nadie se dio cuenta nunca).
Cosmos tiene una versión moderna, y atractiva, que presenta Neil deGrasse Tyson. La original, 13 capítulos de una hora, puede revisitarse en Filmin y ha envejecido muy bien. Sagan introdujo algunas actualizaciones al final de los capítulos en 1989 con los últimos hallazgos. Pero tampoco tuvo que corregirse demasiado. La serie se hizo cuando decaía ya la fascinación por la carrera espacial, lastrada por los recortes presupuestarios durante la crisis del petróleo. Sagan lamentaba mucho que se racaneara en la investigación espacial mientras seguía creciendo el gasto militar. Aun así, se habían dado pasos importantes para el conocimiento de los astros cercanos y lejanos, gracias a las sondas. Entonces ya llegaban fotos de los paisajes de Marte, aunque no fueran en alta definición.
Sagan, físico y astrofísico, exploraba el universo con su carisma, efectos visuales rústicos (punteros para la época), dramatizaciones de época y la bella música de Vangelis. Daba respuestas claras y hacía buenas preguntas. ¿Habrá vida allí fuera, podrá ser de otra naturaleza? La gran cuestión, si la vida es un fenómeno excepcional o abundante, sigue sin resolverse cuatro décadas después. Él apostaba por la segunda idea: creía probable que hubiera vida en millones de lugares. Y más remota la opción de que contactemos con otras civilizaciones avanzadas, pero no perdía la esperanza y animaba a intentarlo. Consideraba que un encuentro de ese tipo nos sacaría del provincianismo terrícola. Eso sí, también se ríe del fenómeno ovni, muy popular entonces, que considera cercano a la religión y a la superstición.
Sagan, por cierto, aprovechaba el conocimiento de otros planetas para hablar del nuestro. Venus, un infierno por el efecto invernadero, es el ejemplo perfecto, y temible, de lo que puede pasar si seguimos destruyendo el medio ambiente aquí abajo. Sagan advertía de que la devastación de la vegetación y la contaminación que provocamos los humanos pueden hacer la Tierra inhabitable. “No es necesario que la Tierra llegue a parecerse a Venus para convertirse en un lugar estéril y sin vida”, afirmaba. No había entonces un consenso científico tan rotundo sobre los efectos del cambio climático, pero él lo tenía claro. Incluso hay quien lo discute hoy, con 38 grados en abril y 135 días sin ver llover. El añorado científico se confesaba obsesionado por las capacidades autodestructivas de nuestra especie, desde el destrozo ecológico a la amenaza nuclear, muy presente en los años de la Guerra Fría y reaparecida ahora.
Medio siglo después de la última vez que una persona pisara la Luna, 43 años después de estrenarse Cosmos, 27 años después de la muerte de Sagan, el cohete que debe llevarnos de vuelta a la Luna y más tarde a Marte ha explotado en el despegue. La empresa (de Elon Musk) detrás del proyecto considera un éxito que no explotara antes.
Si Sagan sigue vigente, quizás sea que no hemos avanzado tanto como creemos. Que seguimos siendo insignificantes en el universo.
https://elpais.com/television/2023-04-28/cosmos-carl-sagan-tenia-razon-y-le-hicimos-poco-caso.html
Niños dictadores: cómo atajar el síndrome del emperador.
La recomendación para los padres y madres que siempre acceden a las peticiones de sus hijos es que los eduquen desde el respeto y el afecto, y que establezcan límites claros en su crianza
Los padres de Rubén García [nombre ficticio] acuden a una tutoría que ha solicitado de manera urgente su profesora. Rubén tiene cinco años y está cursando el último año de Educación Infantil. Es sociable y tranquilo... salvo cuando las cosas no son como él quiere. Los progenitores acuden muy extrañados a la tutoría, puesto que él es un niño modélico en casa. Es poco frecuente que surjan conflictos. La tutora se muestra preocupada por su comportamiento, ya que es incapaz de cumplir las normas y tampoco acepta un no por respuesta. Si el adulto hace lo que él quiere o desea, todo va bien, pero como se encuentre con un límite o algo que no encaje con lo que quiere, puede llegar a comportarse de manera desafiante y agresiva. Los padres reconocen en la tutoría que no les gusta que su hijo sufra y lo pase mal. Es por ello por lo que no le ponen límites en casa y que, si lo que tienen de cena no le gusta, ellos siempre piensan: “Qué me cuesta hacerle otra cosa con tal de que cene...”.
Rubén solo tiene problemas en aquellos lugares donde se le ponen límites, se le exige que cumpla con unas obligaciones y donde recibe alguna que otra vez un no por respuesta. Por este motivo, su profesora ve en él un niño problemático y sus padres no. En clase se le trata como a uno más y en casa sus padres acceden a todo lo que les pide. Es muy probable que Rubén sea etiquetado en la escuela como niño caprichoso. De una manera técnica también podría ser diagnosticado del síndrome del emperador. Como su propio nombre indica, esta manifestación implica tener unos cuidadores principales que acceden a todas las peticiones que hace su hijo. Los padres suelen tener mucho miedo y se angustian cada vez que el menor llora o lo pasa mal.
Son muchos los que se suben al carro de la crianza respetuosa; cada vez más padres y madres son conscientes de las repercusiones que tienen los buenos tratos en la infancia sobre la salud mental y emocional de los hijos. En ocasiones, desgraciadamente, a los que creen y luchan por la crianza respetuosa, se les tacha de malcriar a los menores. Estos aducen que el día de mañana estos niños serán personas débiles, malcriadas, caprichosas, dependientes y sin recursos para enfrentarse a los obstáculos que les pone la vida. Al comprender y validar las emociones de los hijos no se les está haciendo más débiles, sino más bien todo lo contrario. Lo que el ser humano necesita, a todas las edades, es cariño, respeto y comprensión.
Los seres humanos funcionan mejor con la cooperación que con la competición. Los niños necesitan que se les pongan límites, normas, y que se les diga que no cuando corresponde. Atenderles y comprenderles no es malcriarlos. No es que sea recomendable establecer límites, sino que es una necesidad. En el ejemplo de Rubén, necesita de manera urgente que sus padres se los pongan en casa. Debe aprender a respetarlos y a experimentar el sufrimiento que implica no poder hacer algo que quiere, aunque siempre ante la presencia de un adulto que le ayude a digerir todo esto.
Tratar bien a los hijos no implica atender todas sus peticiones. Los niños piden muchísimas cosas: piden cosas necesarias, pero también expresan lo que les gustaría comprar. Esto último, por ejemplo, no es una necesidad, sino un deseo. En ocasiones necesitan sentirse pertenecientes, protegidos o ser vistos, pero no son conscientes de lo que necesitan y no lo dicen.
Es más, muchas de las conductas que se etiquetan como desafiantes o disruptivas tienen que ver con una necesidad no cubierta. La única manera que tienen los niños de hacer saber que tienen una necesidad sin cubrir es portándose mal y llamando la atención. En conclusión, no siempre que piden algo es porque lo necesitan, y no siempre que necesitan algo lo van a pedir de manera explícita.
El problema de lo que se conoce como el síndrome del emperador o los niños dictadores, donde los padres atienden todas las peticiones de sus hijos, no está en el menor sino más bien en sus progenitores. Una vez más, reitero que todos los padres lo hacen todo lo bien que saben, pero no siempre lo hacen bien. Un porcentaje importante de progenitores que atienden los caprichos de sus hijos de manera constante son sobreprotectores. Son padres y madres a los que les cuesta mucho conectar con las necesidades reales del menor y se centran en sus propios miedos y angustias, motivo por el que acceden a todo lo que sus hijos piden.
Suelo comentar que los progenitores y maestros deben estar al servicio de las necesidades de sus hijos y alumnos; el problema está en que, si se deja de estar al servicio de lo que necesitan para cubrir todo lo que piden (necesidades y deseos), se les estará haciendo un flaco favor a niños y adolescentes. Por este motivo es fundamental que los adultos sean capaces de dejar sus expectativas, deseos y conflictos a un lado para poder conectar con el menor. Una vez que se sintoniza con el hijo es importante saber diferenciar entre lo que necesita y lo que desea. Las necesidades deben cubrirse y atenderse siempre, mientras que los deseos y caprichos son esporádicos.
Rafa Guerrero es psicólogo y doctor en Educación. Director de Darwin Psicólogos. Autor de los libros TDAH. Entre la patología y la normalidad (2021) o ¿Me acompañas? (2022).
Los padres de Rubén García [nombre ficticio] acuden a una tutoría que ha solicitado de manera urgente su profesora. Rubén tiene cinco años y está cursando el último año de Educación Infantil. Es sociable y tranquilo... salvo cuando las cosas no son como él quiere. Los progenitores acuden muy extrañados a la tutoría, puesto que él es un niño modélico en casa. Es poco frecuente que surjan conflictos. La tutora se muestra preocupada por su comportamiento, ya que es incapaz de cumplir las normas y tampoco acepta un no por respuesta. Si el adulto hace lo que él quiere o desea, todo va bien, pero como se encuentre con un límite o algo que no encaje con lo que quiere, puede llegar a comportarse de manera desafiante y agresiva. Los padres reconocen en la tutoría que no les gusta que su hijo sufra y lo pase mal. Es por ello por lo que no le ponen límites en casa y que, si lo que tienen de cena no le gusta, ellos siempre piensan: “Qué me cuesta hacerle otra cosa con tal de que cene...”.
Rubén solo tiene problemas en aquellos lugares donde se le ponen límites, se le exige que cumpla con unas obligaciones y donde recibe alguna que otra vez un no por respuesta. Por este motivo, su profesora ve en él un niño problemático y sus padres no. En clase se le trata como a uno más y en casa sus padres acceden a todo lo que les pide. Es muy probable que Rubén sea etiquetado en la escuela como niño caprichoso. De una manera técnica también podría ser diagnosticado del síndrome del emperador. Como su propio nombre indica, esta manifestación implica tener unos cuidadores principales que acceden a todas las peticiones que hace su hijo. Los padres suelen tener mucho miedo y se angustian cada vez que el menor llora o lo pasa mal.
Son muchos los que se suben al carro de la crianza respetuosa; cada vez más padres y madres son conscientes de las repercusiones que tienen los buenos tratos en la infancia sobre la salud mental y emocional de los hijos. En ocasiones, desgraciadamente, a los que creen y luchan por la crianza respetuosa, se les tacha de malcriar a los menores. Estos aducen que el día de mañana estos niños serán personas débiles, malcriadas, caprichosas, dependientes y sin recursos para enfrentarse a los obstáculos que les pone la vida. Al comprender y validar las emociones de los hijos no se les está haciendo más débiles, sino más bien todo lo contrario. Lo que el ser humano necesita, a todas las edades, es cariño, respeto y comprensión.
Los seres humanos funcionan mejor con la cooperación que con la competición. Los niños necesitan que se les pongan límites, normas, y que se les diga que no cuando corresponde. Atenderles y comprenderles no es malcriarlos. No es que sea recomendable establecer límites, sino que es una necesidad. En el ejemplo de Rubén, necesita de manera urgente que sus padres se los pongan en casa. Debe aprender a respetarlos y a experimentar el sufrimiento que implica no poder hacer algo que quiere, aunque siempre ante la presencia de un adulto que le ayude a digerir todo esto.
Tratar bien a los hijos no implica atender todas sus peticiones. Los niños piden muchísimas cosas: piden cosas necesarias, pero también expresan lo que les gustaría comprar. Esto último, por ejemplo, no es una necesidad, sino un deseo. En ocasiones necesitan sentirse pertenecientes, protegidos o ser vistos, pero no son conscientes de lo que necesitan y no lo dicen.
Es más, muchas de las conductas que se etiquetan como desafiantes o disruptivas tienen que ver con una necesidad no cubierta. La única manera que tienen los niños de hacer saber que tienen una necesidad sin cubrir es portándose mal y llamando la atención. En conclusión, no siempre que piden algo es porque lo necesitan, y no siempre que necesitan algo lo van a pedir de manera explícita.
El problema de lo que se conoce como el síndrome del emperador o los niños dictadores, donde los padres atienden todas las peticiones de sus hijos, no está en el menor sino más bien en sus progenitores. Una vez más, reitero que todos los padres lo hacen todo lo bien que saben, pero no siempre lo hacen bien. Un porcentaje importante de progenitores que atienden los caprichos de sus hijos de manera constante son sobreprotectores. Son padres y madres a los que les cuesta mucho conectar con las necesidades reales del menor y se centran en sus propios miedos y angustias, motivo por el que acceden a todo lo que sus hijos piden.
Suelo comentar que los progenitores y maestros deben estar al servicio de las necesidades de sus hijos y alumnos; el problema está en que, si se deja de estar al servicio de lo que necesitan para cubrir todo lo que piden (necesidades y deseos), se les estará haciendo un flaco favor a niños y adolescentes. Por este motivo es fundamental que los adultos sean capaces de dejar sus expectativas, deseos y conflictos a un lado para poder conectar con el menor. Una vez que se sintoniza con el hijo es importante saber diferenciar entre lo que necesita y lo que desea. Las necesidades deben cubrirse y atenderse siempre, mientras que los deseos y caprichos son esporádicos.
Rafa Guerrero es psicólogo y doctor en Educación. Director de Darwin Psicólogos. Autor de los libros TDAH. Entre la patología y la normalidad (2021) o ¿Me acompañas? (2022).
https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2023-03-01/ninos-dictadores-como-atajar-el-sindrome-del-emperador.html
MÁS INFORMACIÓN
sábado, 29 de abril de 2023
La cultura de la cancelación
Las librerías de los aeropuertos siempre me tientan con nuevos títulos. A poco tiempo de que disponga en las conexiones aéreas siempre disfruto ojeando las novedades. En mi reciente viaje a Barcelona, después de repasar el Índice (alguien ha dicho que no se puede fiar uno ni del título ni del índice) he comprado un libro titulado “Así es la puta vida”. El subtítulo te ofrece algunas pistas sobre el contenido: “El libro de ANTI-autoayuda”. Está escrito por el actor y autor catalán, nacido en Manresa, Jordi Wild.
Uno de los capítulos que me llamó la atención fue el titulado “La cultura de la cancelación”. Hace tiempo que estaba dándole vueltas a este problema. La cultura de la cancelación implica quitarle el apoyo o “cancelar” a una persona o un grupo que dijo o hizo algo ofensivo o cuestionable. Y si bien es un fenómeno potenciado por las redes sociales y la instantaneidad que tiene la comunicación en la era digital, no es para nada nuevo.
Las intenciones de este fenómeno suelen ser loables, como erradicar las actitudes nocivas o criminales. No obstante, las consecuencias tienden a ser despiadadas, provocando daños irreparables y desproporcionados a los afectados. Incluso, ha perjudicado a personas que no cometieron un delito y solo pensaron de forma diferente.
La cultura de la cancelación, a mi juicio, representa un peligro para la sociedad. Además, fomenta la intolerancia, coarta la libertad de expresión y pone en riesgo la integridad.
Según Rommel Piña, magister en comunicación social, dice que el fenómeno guarda una estrecha relación con las redes sociales. De esta manera, la cancelación es la vía más reciente de protesta de los internautas ante hechos o comentarios que son considerados inaceptables u ofensivos.
Somos poco tolerantes. Por muy poquito nos sentimos ofendidos. “Vivimos en tiempo de ofendidos. Todo puede ser una ofensa, dice Jordi Wild, porque todo se basa en el criterio del ofendido. Incluso en sus emociones. Si él dice que se siente emocionalmente afectado (sea verdad o no, porque no lo podemos saber) es suficiente para que se cuestione o hasta se censure cualquier contenido. Incluso se pueden prohibir idas y hasta palabras. Todo lo que sea necesario para que el ofendido deje de sentir que se le ofende ”.
Un colectivo de payasos de la ciudad rusa de San Petersburgo ha pedido prohibir la exhibido de la película It, por considerar que denigra su profesión y ofende sus sentimientos.
Las asociaciones de alérgicos del Reino Unido solicitaron la retirada de la película de animación Peter Rabbit porque unos conejos hacen bromas con las alergias.
La película española de animación Tadeo Jones 2 fue criticada porque ofendía a los abogados de oficio con uno de sus chistes.
Cada vez es más difícil decir algo que no resulte ofensivo a alguien en algún lugar del mundo. Guiarnos por las emociones de quienes se ofenden es peligroso. Porque algunos podrían aprovecharse para censurar sencillamente lo que quieren hacer desaparecer del mundo. Otros podrían pretender cosas que no tienen que ser buenas para todos. Otros, en fin, podrían ser tan sensibles que quizás el problema es suyo, no nuestro. Los llamados flanders u ofendidos.
En el programa televisivo La Roca hay una sección en la que se entrega un título de Club de Ofendidos por Juan del Val. Este tertuliano se muestra despectivo con los perros (“los perros son imbéciles”), con los que hacen halterofilia con mucha edad, con los culturistas, con los expertos en psicofonías, con los coachs… Son muchos los haters de Juan del Val.
A mí me censuraron en Argentina el libro “Pasión por la escuela. Cartas a la comunidad educativa” porque contenía una Carta a un profesor homosexual. Una carta que nació de la compasión hacia un ser humano que sufre injustamente.
En la cultura de la cancelación es más fácil eliminar a un enemigo que debatir sus ideas. Es una tendencia que está creciendo cada día, sobre todo en las generaciones más jóvenes… “Si no piensas como yo, no eres digno de mi respeto como ser humano”.
El principal problema que tiene la cultura de la cancelación es que en vez de hacer del mundo un lugar más respetuoso y diverso, lo cual sería maravilloso, favorece que la sociedad sea más intolerante, más uniforme y menos plural. La cultura de la cancelación arrasa el pensamiento critico.
Tenemos que escuchar opiniones diferentes a las nuestras, tenemos que relacionarnos con quienes tienen una visión diferente de la vida. De lo contrario perderemos la habilidad de comprender puntos de vista ajenos. Solo nos sentiremos a gusto con personas que piensan como nosotros. Eso hará que nos convirtamos en personas más tribales. El tribalismo alimenta la convicción de que “nosotros” somos mejores que “ellos”.
Por supuesto que no hay que admitir discursos de odio hacia un colectivo cualquiera. Otra cosa es que ni siquiera se pueda nombrar un tema para debatirlo o expresar una opinión de manera educada.
Karl Popper, famoso filósofo austríaco, formuló en 1945 la paradoja de la tolerancia. Básicamente dice que si somos totalmente tolerantes con las ideas de los demás también seremos tolerantes con las ideas intolerantes de los demás, lo que finalmente destruirá nuestra tolerancia.
Esta paradoja es habitualmente utilizada por la cultura de la cancelación para justificar sus procedimientos intolerantes. El problema, sin embargo, es que no siempre es fácil definir qué es una idea intolerante.
Otra cuestión que plantea Popper es que incluso las ideas intolerantes deberían ser toleradas siempre y cuando los intolerantes permitan el diálogo y un debate en el plano racional. Si se recurre a la imposición y a la violencia, entonces las ideas intolerantes no se pueden tolerar.
En la actualidad, la cultura de la cancelación tiene defensores y detractores. Entre estos últimos se encuentra un grupo de 150 famosos (entre ellos J.K Rowling, escritora de la famosa saga de Harry Potter), quienes firmaron un manifiesto en contra de este fenómeno en el año 2020.
Si alguien comenta o realiza acciones dentro de la legalidad, invítalos a justificar sus posturas, argumenta las tuyas y cuestiona todo. Esto te ayudará a comprender sus puntos de vista y promover versiones más informadas sobre tu perspectiva.
Ningún ser humano es perfecto. No obstante, resulta difícil darse cuenta y asumir los propios errores. En su lugar, es más sencillo señalar, humillar o agredir al otro que se equivoca. Si aceptamos que somos susceptibles de cometer fallas, seremos más empáticos con aquellos que cometen errores. Lo importante es que nos demos cuenta y rectifiquemos.
Jonathan Rauch, plantea seis señales para identificar una cancelación cultural. Voy a destacar tres
La primer es el punitivismo: se quiere castigar al que es distinto, no comprenderlo ni dialogar con él.
La segunda es la organización en grupos que hacen proselitismo, porque se busca ser más en lugar de tener razón.
La tercera pista es la fanfarronería moral. El discurso de quien cancela, de quien elimina es repetitivo, ritualista y acusatorio y se abusa de las etiquetas para dejar claro que el cancelado es moralmente inferior.
Dice Jordi Wild en el libro citado: “Para mí la cultura de la cancelación es uno de los peores cánceres. Es una verdadera pena que en este mundo cada día más complejo en el que deberíamos intentar dialogar más, intentar entender más al otro, intentar avanzar todos justos, aunque no estemos de acuerdo en todo…Solo nos dedicamos a censurarnos mutuamente porque no toleramos que el otro piense de una manera diferente”.
La cultura de la cancelación es la cultura del dogma. Los que no aceptan el dogma no solo están equivocados sino que son malvados.
Sin pretenderlo, encontré en la librería del aeropuerto de Barcelona ese mismo día otro libro que da respuesta a la cultura de la cancelación (de la eliminación, de la exclusión). Se titula “Educar la tolerancia. Cómo vivir comprometidos con la igualdad y la diversidad, cuya autora es la maestra Coni La Grotteria. Esa es la clave, a mi juicio.
Quiero cerrar citando a Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar; el amor llega más naturalmente al corazón que su contrario”. Que así sea.
Uno de los capítulos que me llamó la atención fue el titulado “La cultura de la cancelación”. Hace tiempo que estaba dándole vueltas a este problema. La cultura de la cancelación implica quitarle el apoyo o “cancelar” a una persona o un grupo que dijo o hizo algo ofensivo o cuestionable. Y si bien es un fenómeno potenciado por las redes sociales y la instantaneidad que tiene la comunicación en la era digital, no es para nada nuevo.
Las intenciones de este fenómeno suelen ser loables, como erradicar las actitudes nocivas o criminales. No obstante, las consecuencias tienden a ser despiadadas, provocando daños irreparables y desproporcionados a los afectados. Incluso, ha perjudicado a personas que no cometieron un delito y solo pensaron de forma diferente.
La cultura de la cancelación, a mi juicio, representa un peligro para la sociedad. Además, fomenta la intolerancia, coarta la libertad de expresión y pone en riesgo la integridad.
Según Rommel Piña, magister en comunicación social, dice que el fenómeno guarda una estrecha relación con las redes sociales. De esta manera, la cancelación es la vía más reciente de protesta de los internautas ante hechos o comentarios que son considerados inaceptables u ofensivos.
Somos poco tolerantes. Por muy poquito nos sentimos ofendidos. “Vivimos en tiempo de ofendidos. Todo puede ser una ofensa, dice Jordi Wild, porque todo se basa en el criterio del ofendido. Incluso en sus emociones. Si él dice que se siente emocionalmente afectado (sea verdad o no, porque no lo podemos saber) es suficiente para que se cuestione o hasta se censure cualquier contenido. Incluso se pueden prohibir idas y hasta palabras. Todo lo que sea necesario para que el ofendido deje de sentir que se le ofende ”.
Un colectivo de payasos de la ciudad rusa de San Petersburgo ha pedido prohibir la exhibido de la película It, por considerar que denigra su profesión y ofende sus sentimientos.
Las asociaciones de alérgicos del Reino Unido solicitaron la retirada de la película de animación Peter Rabbit porque unos conejos hacen bromas con las alergias.
La película española de animación Tadeo Jones 2 fue criticada porque ofendía a los abogados de oficio con uno de sus chistes.
Cada vez es más difícil decir algo que no resulte ofensivo a alguien en algún lugar del mundo. Guiarnos por las emociones de quienes se ofenden es peligroso. Porque algunos podrían aprovecharse para censurar sencillamente lo que quieren hacer desaparecer del mundo. Otros podrían pretender cosas que no tienen que ser buenas para todos. Otros, en fin, podrían ser tan sensibles que quizás el problema es suyo, no nuestro. Los llamados flanders u ofendidos.
En el programa televisivo La Roca hay una sección en la que se entrega un título de Club de Ofendidos por Juan del Val. Este tertuliano se muestra despectivo con los perros (“los perros son imbéciles”), con los que hacen halterofilia con mucha edad, con los culturistas, con los expertos en psicofonías, con los coachs… Son muchos los haters de Juan del Val.
A mí me censuraron en Argentina el libro “Pasión por la escuela. Cartas a la comunidad educativa” porque contenía una Carta a un profesor homosexual. Una carta que nació de la compasión hacia un ser humano que sufre injustamente.
En la cultura de la cancelación es más fácil eliminar a un enemigo que debatir sus ideas. Es una tendencia que está creciendo cada día, sobre todo en las generaciones más jóvenes… “Si no piensas como yo, no eres digno de mi respeto como ser humano”.
El principal problema que tiene la cultura de la cancelación es que en vez de hacer del mundo un lugar más respetuoso y diverso, lo cual sería maravilloso, favorece que la sociedad sea más intolerante, más uniforme y menos plural. La cultura de la cancelación arrasa el pensamiento critico.
Tenemos que escuchar opiniones diferentes a las nuestras, tenemos que relacionarnos con quienes tienen una visión diferente de la vida. De lo contrario perderemos la habilidad de comprender puntos de vista ajenos. Solo nos sentiremos a gusto con personas que piensan como nosotros. Eso hará que nos convirtamos en personas más tribales. El tribalismo alimenta la convicción de que “nosotros” somos mejores que “ellos”.
Por supuesto que no hay que admitir discursos de odio hacia un colectivo cualquiera. Otra cosa es que ni siquiera se pueda nombrar un tema para debatirlo o expresar una opinión de manera educada.
Karl Popper, famoso filósofo austríaco, formuló en 1945 la paradoja de la tolerancia. Básicamente dice que si somos totalmente tolerantes con las ideas de los demás también seremos tolerantes con las ideas intolerantes de los demás, lo que finalmente destruirá nuestra tolerancia.
Esta paradoja es habitualmente utilizada por la cultura de la cancelación para justificar sus procedimientos intolerantes. El problema, sin embargo, es que no siempre es fácil definir qué es una idea intolerante.
Otra cuestión que plantea Popper es que incluso las ideas intolerantes deberían ser toleradas siempre y cuando los intolerantes permitan el diálogo y un debate en el plano racional. Si se recurre a la imposición y a la violencia, entonces las ideas intolerantes no se pueden tolerar.
En la actualidad, la cultura de la cancelación tiene defensores y detractores. Entre estos últimos se encuentra un grupo de 150 famosos (entre ellos J.K Rowling, escritora de la famosa saga de Harry Potter), quienes firmaron un manifiesto en contra de este fenómeno en el año 2020.
Si alguien comenta o realiza acciones dentro de la legalidad, invítalos a justificar sus posturas, argumenta las tuyas y cuestiona todo. Esto te ayudará a comprender sus puntos de vista y promover versiones más informadas sobre tu perspectiva.
Ningún ser humano es perfecto. No obstante, resulta difícil darse cuenta y asumir los propios errores. En su lugar, es más sencillo señalar, humillar o agredir al otro que se equivoca. Si aceptamos que somos susceptibles de cometer fallas, seremos más empáticos con aquellos que cometen errores. Lo importante es que nos demos cuenta y rectifiquemos.
Jonathan Rauch, plantea seis señales para identificar una cancelación cultural. Voy a destacar tres
La primer es el punitivismo: se quiere castigar al que es distinto, no comprenderlo ni dialogar con él.
La segunda es la organización en grupos que hacen proselitismo, porque se busca ser más en lugar de tener razón.
La tercera pista es la fanfarronería moral. El discurso de quien cancela, de quien elimina es repetitivo, ritualista y acusatorio y se abusa de las etiquetas para dejar claro que el cancelado es moralmente inferior.
Dice Jordi Wild en el libro citado: “Para mí la cultura de la cancelación es uno de los peores cánceres. Es una verdadera pena que en este mundo cada día más complejo en el que deberíamos intentar dialogar más, intentar entender más al otro, intentar avanzar todos justos, aunque no estemos de acuerdo en todo…Solo nos dedicamos a censurarnos mutuamente porque no toleramos que el otro piense de una manera diferente”.
La cultura de la cancelación es la cultura del dogma. Los que no aceptan el dogma no solo están equivocados sino que son malvados.
Sin pretenderlo, encontré en la librería del aeropuerto de Barcelona ese mismo día otro libro que da respuesta a la cultura de la cancelación (de la eliminación, de la exclusión). Se titula “Educar la tolerancia. Cómo vivir comprometidos con la igualdad y la diversidad, cuya autora es la maestra Coni La Grotteria. Esa es la clave, a mi juicio.
Quiero cerrar citando a Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar; el amor llega más naturalmente al corazón que su contrario”. Que así sea.
Nunca lo sabremos todo.
Allí lejos hay muchas más galaxias de las que predicen los modelos evolutivos del cosmos, y son mucho más grandes y brillantes de lo que habíamos imaginado.
Los buscadores nos están dejando sin héroes ni villanos a los que atribuir las citas eruditas. Se te ocurre mirar Google y de pronto resulta que ni el teorema de Pitágoras era de Pitágoras, ni los cinco sólidos platónicos fueron descubiertos por Platón, ni Ockham tuvo jamás una navaja. No es que esto importe mucho, puesto que una historia mal atribuida o planamente falsa mantiene intacto su valor didáctico, aun cuando no haya ocurrido nunca. Una de estas leyendas cuenta que el físico británico William Thomson, más conocido como lord Kelvin, proclamó en 1900 que los grandes principios de la ciencia ya habían sido descubiertos y que solo quedaba precisar el sexto decimal de los cálculos. Kelvin nunca dijo eso, por supuesto, pero la cita se atribuye ahora a su colega Albert Michelson, lo que en realidad es todavía mejor, como verás si tienes un poco de paciencia.
El caso es que la frase que nunca dijo Kelvin se cita a menudo —yo mismo lo he hecho— para ilustrar el error garrafal de creer que el conocimiento ha llegado a su culminación. Ya lo sabemos todo, parece decirnos el falso Kelvin, abandonad toda esperanza de seguir investigando, la ciencia morirá conmigo. Pero el falso Kelvin ni había cerrado la boca cuando, entre 1900 y 1905, Max Planck y Albert Einstein descubrieron la mecánica cuántica y la relatividad, que son los dos cimientos de la física actual. Y lo cierto es que este cuento moral funciona con Michelson mucho mejor que con Kelvin, porque fueron justo los experimentos de Michelson y su colega Edward Morley los que indicaron que la velocidad de la luz es una constante fundamental de la naturaleza y pusieron en marcha la revolución de Einstein. La moraleja de la parábola sigue siendo la misma en cualquier caso: que nunca lo sabremos todo.
Muchos lectores habrán visto las imágenes espectaculares que ha obtenido el telescopio espacial James Webb (JWST en sus siglas en inglés) en sus primeros meses de trabajo. Este artefacto, un heredero muy aventajado del Hubble, ha sido diseñado a la Kelvin, con una sincera vocación de alcanzar el mismísimo confín del universo observable, que es tanto como decir el origen de todo lo que existe. Las estrellas y galaxias que ve el JWST están tan lejos que su luz ha tenido que viajar más de 10.000 millones de años para llegar a nosotros, y eso es una cifra cercana a la edad del universo (13.770 millones de años). Las primeras galaxias de aquel cosmos recién nacido están al alcance de este prodigio de la ingeniería, y los astrofísicos esperaban que tuvieran características juveniles, inmaduras, distintas de las actuales.
Pero no parece ser así. Allí lejos —o en aquellos tiempos remotos, que es lo mismo— hay muchas más galaxias de las que predicen los modelos evolutivos del cosmos, y son mucho más grandes y brillantes de lo que habíamos imaginado. Como no podemos tirar las galaxias, habrá que tirar los modelos. Si algún moderno Kelvin esperaba que el JWST fuera el último y definitivo telescopio espacial, ha vuelto a meter la pata.
Cuando oigo a un economista proclamar que nuestra actual estructura de mercado es la definitiva, me entra un ataque de risa.
Los buscadores nos están dejando sin héroes ni villanos a los que atribuir las citas eruditas. Se te ocurre mirar Google y de pronto resulta que ni el teorema de Pitágoras era de Pitágoras, ni los cinco sólidos platónicos fueron descubiertos por Platón, ni Ockham tuvo jamás una navaja. No es que esto importe mucho, puesto que una historia mal atribuida o planamente falsa mantiene intacto su valor didáctico, aun cuando no haya ocurrido nunca. Una de estas leyendas cuenta que el físico británico William Thomson, más conocido como lord Kelvin, proclamó en 1900 que los grandes principios de la ciencia ya habían sido descubiertos y que solo quedaba precisar el sexto decimal de los cálculos. Kelvin nunca dijo eso, por supuesto, pero la cita se atribuye ahora a su colega Albert Michelson, lo que en realidad es todavía mejor, como verás si tienes un poco de paciencia.
El caso es que la frase que nunca dijo Kelvin se cita a menudo —yo mismo lo he hecho— para ilustrar el error garrafal de creer que el conocimiento ha llegado a su culminación. Ya lo sabemos todo, parece decirnos el falso Kelvin, abandonad toda esperanza de seguir investigando, la ciencia morirá conmigo. Pero el falso Kelvin ni había cerrado la boca cuando, entre 1900 y 1905, Max Planck y Albert Einstein descubrieron la mecánica cuántica y la relatividad, que son los dos cimientos de la física actual. Y lo cierto es que este cuento moral funciona con Michelson mucho mejor que con Kelvin, porque fueron justo los experimentos de Michelson y su colega Edward Morley los que indicaron que la velocidad de la luz es una constante fundamental de la naturaleza y pusieron en marcha la revolución de Einstein. La moraleja de la parábola sigue siendo la misma en cualquier caso: que nunca lo sabremos todo.
Muchos lectores habrán visto las imágenes espectaculares que ha obtenido el telescopio espacial James Webb (JWST en sus siglas en inglés) en sus primeros meses de trabajo. Este artefacto, un heredero muy aventajado del Hubble, ha sido diseñado a la Kelvin, con una sincera vocación de alcanzar el mismísimo confín del universo observable, que es tanto como decir el origen de todo lo que existe. Las estrellas y galaxias que ve el JWST están tan lejos que su luz ha tenido que viajar más de 10.000 millones de años para llegar a nosotros, y eso es una cifra cercana a la edad del universo (13.770 millones de años). Las primeras galaxias de aquel cosmos recién nacido están al alcance de este prodigio de la ingeniería, y los astrofísicos esperaban que tuvieran características juveniles, inmaduras, distintas de las actuales.
Pero no parece ser así. Allí lejos —o en aquellos tiempos remotos, que es lo mismo— hay muchas más galaxias de las que predicen los modelos evolutivos del cosmos, y son mucho más grandes y brillantes de lo que habíamos imaginado. Como no podemos tirar las galaxias, habrá que tirar los modelos. Si algún moderno Kelvin esperaba que el JWST fuera el último y definitivo telescopio espacial, ha vuelto a meter la pata.
Cuando oigo a un economista proclamar que nuestra actual estructura de mercado es la definitiva, me entra un ataque de risa.
Etiquetas:
Albert Einstein,
Albert Michelson,
Edward Morley,
Javier Sampedro,
la ciencia,
Lord Kelvin,
Max Planck,
nunca se sabrá todo,
Ockham,
Pitágoras,
Platón,
William Thomson
viernes, 28 de abril de 2023
_- PSICOLOGÍA. Los cuatro rasgos que definen a los niños altamente sensibles, que perciben el mundo de forma diferente.
_- La alta sensibilidad no es un trastorno psicológico ni una enfermedad, sino un rasgo más de la personalidad, por el que las personas se emocionan y preocupan en exceso y se agobian con el ruido, las luces o los olores fuertes
Todos los niños son sensibles. Pero quizá algunos padres notan que el suyo lo es un poquito más, que todo lo emociona, da vueltas a las cosas, le preocupan excesivamente los demás y se agobia con el ruido, las luces y los olores fuertes. En ese rango se encuentran los niños de alta sensibilidad (NAS), quienes perciben el mundo de forma diferente. Este rasgo, marcado en su temperamento, hace que vivan y sientan todo intensamente, procesen la información del entorno de manera profunda y se detengan en las emociones que les producen. Tienen esa encomiable capacidad para disfrutar con cada pequeño detalle, establecer lazos profundos y empatizar. Pero la cara b es que, por la misma razón, pueden sufrir más de la cuenta, afectarles casi en primera persona lo que les pasa a los demás y ser especialmente perfeccionistas.
Juan (nombre ficticio) tiene 16 años. Cuando iba a la guardería, las maestras les comentaban a sus padres sobre “su ajuste excesivo a las normas, su capacidad de observación y empatía”, cuenta su madre, Rosa María Rodríguez Jiménez (54 años, Madrid). “Lloraba con facilidad si veía a alguien llorar. En eventos con mucha animación, se agobiaba con el ruido y la gente, o cuando un profesor regañaba en voz alta a otros alumnos, se sentía incómodo. Eso sigue sin gustarle”, recuerda.
El desconocimiento de este rasgo conlleva que muchos NAS carguen con la etiqueta de ser introvertidos, tímidos o intensos, e incluso con errores de diagnóstico. “Es posible que el niño parezca estar distraído y se confunda con trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). O que le cueste estar en grupos en los que no se siente cómodo, y entonces dicen que tiene un trastorno del espectro autista (TEA), como el síndrome de Asperger”, explica Manuela Pérez, psicóloga infantojuvenil del Hospital Puerta del Sur, en Cádiz, y presidenta de PAS España (Asociación de Personas Altamente Sensibles). Las consecuencias pueden ser durísimas para el niño, quien estará años pensando algo que no es.
El rasgo de la alta sensibilidad fue descrito por primera vez por la doctora en psicología estadounidense Elaine Aron en los años noventa. Es importante aclarar que la alta sensibilidad es eso: un rasgo. No se trata de un trastorno psicológico ni de una enfermedad, sino de una característica más de la personalidad, como puede ser la extroversión o el narcisismo, por ejemplo, aunque si no se gestiona podría derivar en depresión, ansiedad, estrés y baja autoestima. Se calcula que entre un 20% y 30% de la población podría ser PAS; personas cuyo sistema nervioso percibe y procesa más información a nivel cognitivo, sensorial y emocional. Su cerebro y sus sentidos actúan como una antena gigante, captando todo lo que ocurre, por muy pequeño que sea. “Al recibir un estímulo, lo perciben igual que cualquier niño. Luego, lo procesan y esta etapa es más intensa. Por eso, la respuesta que emiten también lo es”, describe Pérez. “Los niños altamente sensibles se emocionan más, piensan más y actúan conforme a ello”.
Además de madre de Juan, Rosa María Rodríguez es catedrática universitaria, investigadora, doctora en ciencias físicas y psicóloga especialista en Danza Movimiento Terapia. Y también es PAS. “Una bendición”, como ella dice, que le permite comprender bien a su hijo. “Cuando leí sobre la alta sensibilidad, supe enseguida que en mi familia varios teníamos el rasgo”, comenta. No es raro porque tiene un gran componente genético. Por eso, si un padre o madre lo ha detectado en su hijo, es probable que, como sus progenitores, también lo tengan. Pero no es igual en adultos (PAS) que en niños (NAS). “Los adultos han tenido más tiempo para mezclar el componente innato con las experiencias vividas”, explica Pérez. “Estamos a tiempo de orientar a los niños en el beneficio de ser altamente sensible”.
¿Cómo detectarlo?
En la web de PAS España, los padres pueden encontrar el test oficial para saber si su hijo es NAS. Basado en el original de la doctora Aron, está adaptado a la población española por Manuela Pérez, Antonio Chacón y el equipo de doctorado de la Universidad de Sevilla. Aron identificó cuatro pilares básicos:
Sensibilidad ante las sutilezas. Captan pequeños detalles a través de los sentidos y de las emociones. Perciben ligeros cambios en su entorno: son observadores, se percatan de todo, incluso del lenguaje no verbal.
Alta emocionalidad y empatía. Se ponen en el lugar del otro, debido a la dinámica del sistema especular, y en concreto de las neuronas espejo. Por eso, entienden bien cómo se sienten los demás. “Experimentan también alegría y tristeza, todo muy intensamente, lo que les genera tendencia a dar vueltas y vueltas a una misma idea”, sostiene Rodríguez.
Procesamiento profundo. Analizan la información exhaustivamente, algo que en principio podría ser positivo, pero que dificulta la toma de decisiones, porque tienen demasiados datos. “Su procesamiento cognitivo profundo puede interpretarse como falta de atención, pero, en realidad, se han quedado atentos a una información previa y están procesándola con intensidad”, dice Rodríguez.
Sobreestimulación. El sistema nervioso se satura con tanta información: tienen mayor sensibilidad a los olores, ruidos, texturas o imágenes, por lo que pueden bloquearse y agobiarse.
¿Qué pueden hacer los padres y madres?
El esfuerzo no debe estar en intentar que los niños con alta sensibilidad dejen de sentir como sienten, sino en que los padres y madres les faciliten herramientas para disfrutar, gestionar sus emociones y protegerse.
Todos los niños son sensibles. Pero quizá algunos padres notan que el suyo lo es un poquito más, que todo lo emociona, da vueltas a las cosas, le preocupan excesivamente los demás y se agobia con el ruido, las luces y los olores fuertes. En ese rango se encuentran los niños de alta sensibilidad (NAS), quienes perciben el mundo de forma diferente. Este rasgo, marcado en su temperamento, hace que vivan y sientan todo intensamente, procesen la información del entorno de manera profunda y se detengan en las emociones que les producen. Tienen esa encomiable capacidad para disfrutar con cada pequeño detalle, establecer lazos profundos y empatizar. Pero la cara b es que, por la misma razón, pueden sufrir más de la cuenta, afectarles casi en primera persona lo que les pasa a los demás y ser especialmente perfeccionistas.
Juan (nombre ficticio) tiene 16 años. Cuando iba a la guardería, las maestras les comentaban a sus padres sobre “su ajuste excesivo a las normas, su capacidad de observación y empatía”, cuenta su madre, Rosa María Rodríguez Jiménez (54 años, Madrid). “Lloraba con facilidad si veía a alguien llorar. En eventos con mucha animación, se agobiaba con el ruido y la gente, o cuando un profesor regañaba en voz alta a otros alumnos, se sentía incómodo. Eso sigue sin gustarle”, recuerda.
El desconocimiento de este rasgo conlleva que muchos NAS carguen con la etiqueta de ser introvertidos, tímidos o intensos, e incluso con errores de diagnóstico. “Es posible que el niño parezca estar distraído y se confunda con trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). O que le cueste estar en grupos en los que no se siente cómodo, y entonces dicen que tiene un trastorno del espectro autista (TEA), como el síndrome de Asperger”, explica Manuela Pérez, psicóloga infantojuvenil del Hospital Puerta del Sur, en Cádiz, y presidenta de PAS España (Asociación de Personas Altamente Sensibles). Las consecuencias pueden ser durísimas para el niño, quien estará años pensando algo que no es.
El rasgo de la alta sensibilidad fue descrito por primera vez por la doctora en psicología estadounidense Elaine Aron en los años noventa. Es importante aclarar que la alta sensibilidad es eso: un rasgo. No se trata de un trastorno psicológico ni de una enfermedad, sino de una característica más de la personalidad, como puede ser la extroversión o el narcisismo, por ejemplo, aunque si no se gestiona podría derivar en depresión, ansiedad, estrés y baja autoestima. Se calcula que entre un 20% y 30% de la población podría ser PAS; personas cuyo sistema nervioso percibe y procesa más información a nivel cognitivo, sensorial y emocional. Su cerebro y sus sentidos actúan como una antena gigante, captando todo lo que ocurre, por muy pequeño que sea. “Al recibir un estímulo, lo perciben igual que cualquier niño. Luego, lo procesan y esta etapa es más intensa. Por eso, la respuesta que emiten también lo es”, describe Pérez. “Los niños altamente sensibles se emocionan más, piensan más y actúan conforme a ello”.
Además de madre de Juan, Rosa María Rodríguez es catedrática universitaria, investigadora, doctora en ciencias físicas y psicóloga especialista en Danza Movimiento Terapia. Y también es PAS. “Una bendición”, como ella dice, que le permite comprender bien a su hijo. “Cuando leí sobre la alta sensibilidad, supe enseguida que en mi familia varios teníamos el rasgo”, comenta. No es raro porque tiene un gran componente genético. Por eso, si un padre o madre lo ha detectado en su hijo, es probable que, como sus progenitores, también lo tengan. Pero no es igual en adultos (PAS) que en niños (NAS). “Los adultos han tenido más tiempo para mezclar el componente innato con las experiencias vividas”, explica Pérez. “Estamos a tiempo de orientar a los niños en el beneficio de ser altamente sensible”.
¿Cómo detectarlo?
En la web de PAS España, los padres pueden encontrar el test oficial para saber si su hijo es NAS. Basado en el original de la doctora Aron, está adaptado a la población española por Manuela Pérez, Antonio Chacón y el equipo de doctorado de la Universidad de Sevilla. Aron identificó cuatro pilares básicos:
Sensibilidad ante las sutilezas. Captan pequeños detalles a través de los sentidos y de las emociones. Perciben ligeros cambios en su entorno: son observadores, se percatan de todo, incluso del lenguaje no verbal.
Alta emocionalidad y empatía. Se ponen en el lugar del otro, debido a la dinámica del sistema especular, y en concreto de las neuronas espejo. Por eso, entienden bien cómo se sienten los demás. “Experimentan también alegría y tristeza, todo muy intensamente, lo que les genera tendencia a dar vueltas y vueltas a una misma idea”, sostiene Rodríguez.
Procesamiento profundo. Analizan la información exhaustivamente, algo que en principio podría ser positivo, pero que dificulta la toma de decisiones, porque tienen demasiados datos. “Su procesamiento cognitivo profundo puede interpretarse como falta de atención, pero, en realidad, se han quedado atentos a una información previa y están procesándola con intensidad”, dice Rodríguez.
Sobreestimulación. El sistema nervioso se satura con tanta información: tienen mayor sensibilidad a los olores, ruidos, texturas o imágenes, por lo que pueden bloquearse y agobiarse.
¿Qué pueden hacer los padres y madres?
El esfuerzo no debe estar en intentar que los niños con alta sensibilidad dejen de sentir como sienten, sino en que los padres y madres les faciliten herramientas para disfrutar, gestionar sus emociones y protegerse.
Por ejemplo:
● Hablarle con naturalidad. Cuando las experiencias de la infancia son buenas, los NAS aprovecharán su rasgo en positivo. En el caso de Juan, además de ser NAS, también tiene altas capacidades. Su madre explica que no hay trato especial ni por ellas ni por ser más sensible: “Hablar abiertamente con tu hijo será el mejor regalo para que disfrute de esta alta capacidad emocional y sepa qué hacer si se desborda. Hablemos siempre desde el respeto y basándonos en que la diversidad es enriquecedora”.
● Observar cómo lo percibe su entorno. Es habitual no saber cómo se siente un NAS. Los padres suelen ser quienes comunican a profesores, abuelos, resto de la familia y amigos. “Respecto al apoyo emocional, todavía queda mucho por hacer en el ámbito educativo. La formación y los recursos que reciben los profesores en este sentido no son suficientes”, opina Rodríguez.
● Potenciar su creatividad. Los NAS sienten con emoción el arte en toda su expresión. Buscar actividades artísticas que les gusten para que den rienda suelta a su imaginación puede ser una buena ida. “A Juan lo animaron desde pequeño a bailar, escribir y a disfrutar de la naturaleza, por ejemplo. No obstante, su creatividad puede aplicarse también a otros campos como el juego, los estudios o las relaciones sociales”, puntualiza esta madre.
● Crear un ambiente amable. “Juan, en lugares ruidosos, se cansa más y necesita su espacio tranquilo, de soledad y silencio, por lo que evitamos esas situaciones”, dice su madre.
● Pedir ayuda. Si hay malestar y los padres perciben que su hijo se siente desbordado, lo mejor es buscar ayuda de un profesional especializado en alta sensibilidad o, al menos, familiarizado con ella: “Leer e informarse en fuentes válidas y avaladas por investigaciones te dará más y mejores herramientas”.
FLAMENCO. Un homenaje pendiente y largamente acariciado a Manolo Sanlúcar. Más de una veintena de artistas se reúnen para rendir tributo a la memoria del maestro de la guitarra flamenca
“Con Manolo Sanlúcar el flamenco estaba en deuda y eso era algo que sabíamos todos, hasta él mismo”. Son palabras del guitarrista Juan Carlos Romero, uno de los discípulos directos del maestro Sanlúcar (que falleció en agosto de 2022), que recibió del Instituto Andaluz del Flamenco, impulsor del homenaje, el encargo de crear y dirigir un espectáculo para recordar su figura y su legado. La gala se celebró la noche del martes 25 de abril en el Teatro Villamarta de Jerez, el lugar de una de las últimas apariciones públicas que se le recuerdan. Fue en 2019, cuando asistió a la presentación de la obra con la que la Compañía de la bailaora Mercedes Ruiz, junto a otro de sus discípulos, Santiago Lara, llevó al terreno de la danza su celebrada grabación Tauromagia.
La idea de un homenaje a Sanlúcar había sido abordada desde diversas instancias en los últimos años, e incluso alguno de los intentos tuvo que ser suspendido debido a su delicado estado de salud. En esta ocasión, y aunque sea tras su marcha, se podría decir que el espectáculo planteado reunía los suficientes elementos y conocimientos de su obra para tributarle los honores que merecían su persona y su legado.
La lectura de la lista de participantes en el evento podía resultar apabullante, pero para nada era gratuita. Todos respondían a la llamada de Romero que, en realidad, era la llamada del maestro: “El nombre de Manolo, al que se ha querido mucho, ha allanado el camino”, declaraba el director artístico de la función, que reconocía que solo había recibido facilidades y que “todo había encajado perfectamente”. Pocas personas tan conocedoras de la obra del guitarrista para reflejar su complejidad y su gran riqueza de perspectivas.
Para Romero son aspectos difíciles de concentrar en una sola persona: “Está su perfil arraigado en la tradición, reflejado en su obra Tauromagia; el sinfónico, representado en Medea, la obra que creó para el Ballet Nacional de España; el lírico de La Gallarda, la obra de teatro de Rafael Alberti a la que puso música y el de vanguardia, con la grabación Locura de brisa y trino junto a Carmen Linares”.
Todas esas vertientes recibieron la pertinente atención en la gala, pero en ningún momento se olvidó ese otro aspecto ineludible del maestro: su condición de escritor y pensador reflexivo, en muchos momentos atormentado, del que quedó conocida constancia en su libro de memorias El alma compartida, que es solo una parte de un gran corpus que está aún sin publicar, como recordó el profesor Suárez Japón en una justa introducción. Juan Carlos Romero ha escarbado entre las muchas carpetas en las que Sanlúcar fue vertiendo sus pensamientos para extractar una selección de textos, todos ellos inéditos, con los que el actor Antonio Dechent se metió en la piel de Sanlúcar y fue intercalando sus reflexiones, de forma tan natural como brillante, entre las actuaciones de guitarra, de cante y de baile.
La enumeración de la veintena de cuadros de la noche resultaría interminable, además de cansina. Pero es obligado dejar constancia de que, en conjunto, lograron transmitir la música y el espíritu del gran maestro y que, sobre todo, contuvieron muchos momentos de emoción. Ver reunidos a sus discípulos Rafael Riqueni, José Antonio Rodríguez y el propio Romero —más David Carmona, de la siguiente generación— reviviendo los temas de Tauromagia pudo ser uno de ellos. La docencia, la transmisión de saberes, siempre fue una preocupación del maestro.
También sonó viva la música de una Medea que llevaron a la danza Merche Esmeralda, Eva Yerbabuena, Farruquito y Pastora Galván. O el cante de La Macanita haciendo De Muleta como si no hubieran pasado los años (la interpretó en el disco cuando tenía diecinueve), y el de Carmen Linares recordando al Lorca de Locura de brisa y trino… Dos horas para un espectáculo bien hilvanado y con una característica única: su condición de irrepetible.
Homenaje a Manolo Sanlúcar. 'El pesimismo de la razón. El optimismo de la voluntad'
Juan Carlos Romero, Rafael Riqueni, José Antonio Rodríguez, Manuel Valencia, David Carmona (guitarras). Cristina Hoyos, Merche Esmeralda, Eva Yerbabuena, Farruquito, Pastora Galván (baile). Carmen Linares, La Macanita, Diego Carrasco, Jesús Méndez, Naike Ponce, Carmen Molina (cante). Pasión Vega Tino (canción). Tino Di Geraldo, Paquito González (percusión), Los Mellis (palmas y cante). Orquesta Sinfónica de Triana. Antonio Dechent (actor). Borja Évora (ayudante de dirección). Dirección artística: Juan Carlos Romero.
Teatro Villamarta, 25 de abril.
La idea de un homenaje a Sanlúcar había sido abordada desde diversas instancias en los últimos años, e incluso alguno de los intentos tuvo que ser suspendido debido a su delicado estado de salud. En esta ocasión, y aunque sea tras su marcha, se podría decir que el espectáculo planteado reunía los suficientes elementos y conocimientos de su obra para tributarle los honores que merecían su persona y su legado.
La lectura de la lista de participantes en el evento podía resultar apabullante, pero para nada era gratuita. Todos respondían a la llamada de Romero que, en realidad, era la llamada del maestro: “El nombre de Manolo, al que se ha querido mucho, ha allanado el camino”, declaraba el director artístico de la función, que reconocía que solo había recibido facilidades y que “todo había encajado perfectamente”. Pocas personas tan conocedoras de la obra del guitarrista para reflejar su complejidad y su gran riqueza de perspectivas.
Para Romero son aspectos difíciles de concentrar en una sola persona: “Está su perfil arraigado en la tradición, reflejado en su obra Tauromagia; el sinfónico, representado en Medea, la obra que creó para el Ballet Nacional de España; el lírico de La Gallarda, la obra de teatro de Rafael Alberti a la que puso música y el de vanguardia, con la grabación Locura de brisa y trino junto a Carmen Linares”.
Todas esas vertientes recibieron la pertinente atención en la gala, pero en ningún momento se olvidó ese otro aspecto ineludible del maestro: su condición de escritor y pensador reflexivo, en muchos momentos atormentado, del que quedó conocida constancia en su libro de memorias El alma compartida, que es solo una parte de un gran corpus que está aún sin publicar, como recordó el profesor Suárez Japón en una justa introducción. Juan Carlos Romero ha escarbado entre las muchas carpetas en las que Sanlúcar fue vertiendo sus pensamientos para extractar una selección de textos, todos ellos inéditos, con los que el actor Antonio Dechent se metió en la piel de Sanlúcar y fue intercalando sus reflexiones, de forma tan natural como brillante, entre las actuaciones de guitarra, de cante y de baile.
La enumeración de la veintena de cuadros de la noche resultaría interminable, además de cansina. Pero es obligado dejar constancia de que, en conjunto, lograron transmitir la música y el espíritu del gran maestro y que, sobre todo, contuvieron muchos momentos de emoción. Ver reunidos a sus discípulos Rafael Riqueni, José Antonio Rodríguez y el propio Romero —más David Carmona, de la siguiente generación— reviviendo los temas de Tauromagia pudo ser uno de ellos. La docencia, la transmisión de saberes, siempre fue una preocupación del maestro.
También sonó viva la música de una Medea que llevaron a la danza Merche Esmeralda, Eva Yerbabuena, Farruquito y Pastora Galván. O el cante de La Macanita haciendo De Muleta como si no hubieran pasado los años (la interpretó en el disco cuando tenía diecinueve), y el de Carmen Linares recordando al Lorca de Locura de brisa y trino… Dos horas para un espectáculo bien hilvanado y con una característica única: su condición de irrepetible.
Homenaje a Manolo Sanlúcar. 'El pesimismo de la razón. El optimismo de la voluntad'
Juan Carlos Romero, Rafael Riqueni, José Antonio Rodríguez, Manuel Valencia, David Carmona (guitarras). Cristina Hoyos, Merche Esmeralda, Eva Yerbabuena, Farruquito, Pastora Galván (baile). Carmen Linares, La Macanita, Diego Carrasco, Jesús Méndez, Naike Ponce, Carmen Molina (cante). Pasión Vega Tino (canción). Tino Di Geraldo, Paquito González (percusión), Los Mellis (palmas y cante). Orquesta Sinfónica de Triana. Antonio Dechent (actor). Borja Évora (ayudante de dirección). Dirección artística: Juan Carlos Romero.
Teatro Villamarta, 25 de abril.
Etiquetas:
Carmen Linares,
flamenco,
Jerez,
Juan Carlos Romero,
La Macanita,
Manolo Sanlucar,
Merche Esmeralda,
Rafael Riqueni,
Sanlucar de Barrameda,
Teatro Villamarta
jueves, 27 de abril de 2023
_- LA PARADOJA OPPENHEIMER: una universidad útil no solo debe ser práctica.
La paradoja Oppenheimer
Una universidad útil no solo debe ser práctica.
Hace décadas que la otrora cuna del pensamiento, la ciencia y la filosofía cayó en desgracia por falta de recursos y su reorientación hacia el utilitarismo. La democracia desinformada, la economía desigual y el empleo precario requieren el renacimiento de la que durante siglos fue una grandiosa institución.
El general Leslie Groves junto a Oppenheimer en el desarrollo del proyecto Manhattan (Circa 1944
Oppenheimer fue un físico teórico brillante que dirigió el proyecto colosal de investigación y fabricación de la bomba atómica en Los Álamos (EEUU), lo que culminaría con las detonaciones nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki (ambas en Japón). Desde su infancia fue identificado por sus familiares y profesores como un superdotado en toda la extensión y hondura de la palabra. Capaz de hablar alemán y holandés con soltura tras unos pocos meses de inmersión durante sus estancias investigadoras en estos países mientras desafiaba a sus maestros, muchos de ellos premios Nobel, y, con la misma facilidad, podía darse el lujo de aprender sánscrito para leer del original el poema hindú Bhagavad Guitá, o italiano para recitar de memoria a Dante.
A pesar de aquella polimatía excéntrica y, para algunos, maldita, resultó ser un profesor muy querido por sus alumnos y discípulos en las universidades en las que impartió docencia (Caltech, Chicago, Berkeley, Princeton), tanto por su exigencia académica como por su tolerancia y solidaridad para apoyar a los alumnos que tenían que esforzarse como un mortal común para seguir sus clases.
Oppie, como le apodaron sus amigos, creció yendo a la Escuela por la Cultura Ética de Nueva York, fundada por Felix Adler, un reformista liberal y defensor los derechos civiles de las minorías desde 1876. La visión deísta de Adler moldeó su mentalidad social: una en la que había que tomar posición y celebrar la acción y la responsabilidad hacia el mundo. Una en la que la voluntad individual para superarse y enfocarse en un propósito de justicia social pasó a ocupar la posición del ideal del Superyó en su inconsciente y que ya no le abandonaría en toda su vida. Esto le llevó a participar activamente en los esfuerzos de su país para acabar con Hitler. Pero, tras la caída de la bomba y el fin de la guerra, cuando quiso recuperar su autonomía política e intelectual apoyando la doctrina del desarme nuclear, pasó de héroe nacional a traidor, calumniado y acusado de comunista y judío taimado y antiamericano.
En la época de oro de la ciencia en la Universidad, sin darse cuenta de las consecuencias a largo plazo, esta fue secuestrada por la industria armamentística. Precisamente Bird y Sherwin cuantifican que el número de laboratorios privados que se abastecieron intensivamente de catedráticos e investigadores de las universidades estadounidenses pasó de solamente cuatro en 1890 a casi 2.000 al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Es verdad que este fenómeno tuvo lugar dentro de una coyuntura mundial extraordinaria, pero desde entonces la dependencia de la investigación y el I+D+I del sector universitario de EE. UU. con respecto a los intereses industriales y militares no ha dejado de persistir, poniendo en peligro la independencia de sus fines educativos y la diversidad de pensamiento que se fomenta dentro de sus facultades.
En nuestro futuro imaginado, y quizá ingenuo, la Universidad en Europa no perdería su autonomía, independencia, neutralidad y ecuanimidad para así no dejar de discernir cuando el plano ético de sus acciones quedara sustituido por los intereses de la economía o de otros supuestos como el nacionalismo, el totalitarismo, el racismo o el fascismo. Es cierto que no sería fácil conseguirlo, pero su estatuto moral debería balancearse entre, en uno de los extremos,
(1) tomar decisiones ante cuestiones delicadas y actuar con audacia, evitando caer en un conservadurismo e inmovilismo infructuoso y regresivo, y
(2) en el otro extremo, tomarse tiempo para reflexionar con diligencia sobre las razones por las que debe actuar en cada momento para estar segura de por qué hace lo que hace.
Ciertamente, como creía Oppenheimer, en la vida real tiene que haber espacio para ejercer las dos posibilidades, aunque una de ellas prime sobre la otra en determinados momentos de la historia. De cualquier forma, la Universidad del futuro deberá ser un lugar de valor y reflexión, una institución ética y bien equilibrada que brinde una formación integral a sus estudiantes y contribuya al desarrollo de la sociedad. Si hacemos bien las cosas, la Universidad europea será un faro de conocimiento y sabiduría para las futuras generaciones. O no será.
SOBRE LA FIRMA
Alberto González Pascual. Doctor en Ciencias de la Información y de Pensamiento Político, y profesor universitario. Responsable del programa de Transformación Cultural de ESADE. Director de Cultura, Desarrollo y Gestión del talento de PRISA. Su último libro es Los Nuevos Fascismos. Manipulando el resentimiento (Almuzara, 2022).
Ciertamente, como creía Oppenheimer, en la vida real tiene que haber espacio para ejercer las dos posibilidades, aunque una de ellas prime sobre la otra en determinados momentos de la historia. De cualquier forma, la Universidad del futuro deberá ser un lugar de valor y reflexión, una institución ética y bien equilibrada que brinde una formación integral a sus estudiantes y contribuya al desarrollo de la sociedad. Si hacemos bien las cosas, la Universidad europea será un faro de conocimiento y sabiduría para las futuras generaciones. O no será.
SOBRE LA FIRMA
Alberto González Pascual. Doctor en Ciencias de la Información y de Pensamiento Político, y profesor universitario. Responsable del programa de Transformación Cultural de ESADE. Director de Cultura, Desarrollo y Gestión del talento de PRISA. Su último libro es Los Nuevos Fascismos. Manipulando el resentimiento (Almuzara, 2022).
miércoles, 26 de abril de 2023
_- El premio Nobel Stiglitz asesorará a Sumar para su programa económico.
_- El prestigioso profesor de la Universidad de Columbia, de perfil progresista, colaboró en su día con Clinton y Rodríguez Zapatero.
Yolanda Díaz incorpora perfiles de reconocido prestigio internacional para reforzar las bases teóricas de su proyecto de cara a las próximas generales. Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, colaborará con Sumar, la plataforma que impulsa la vicepresidenta segunda del Gobierno y con la que busca ensanchar el espacio electoral a la izquierda del PSOE tras años de retroceso en las urnas. Según fuentes de la organización, el profesor de la Universidad de Columbia, asesor en su día de los presidentes Bill Clinton y José Luis Rodríguez Zapatero y ex economista jefe del Banco Mundial, participará en la revisión del documento final del grupo de trabajo de economía y modelo productivo en el proyecto de Díaz.
Stiglitz, de perfil progresista y quien ya hace años defendía que subir el salario mínimo “no daña el empleo”, participará de este modo en la última fase del programa del área coordinada por Rafael Muñoz de Bustillo, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Salamanca.
Hasta la fecha, un millar de expertos, repartidos en 35 grupos diferentes, se han encargado de dotar de contenido teórico a la plataforma que lidera la vicepresidenta y que pretende funcionar como un revulsivo para los ciudadanos más desencantados con la política en los últimos años. Su trabajo se ha desarrollado con cierta independencia —tal y como le reclamó en la presentación de las distintas áreas temáticas el pasado septiembre el analista Ignacio Sánchez -Cuenca, encargado del grupo de calidad democrática— y aislados de las peleas partidistas que han afectado al proceso estos meses. Aunque la labor está prácticamente terminada y Díaz ya oficializó el 2 de abril su intención de ser la candidata en los comicios previstos a final de año, el programa definitivo no ha trascendido aún y se presentará en los próximos días, según confirman fuentes de Sumar.
La colaboración de Stiglitz, con quien el entorno de la vicepresidenta había mantenido ya contactos, se cerró definitivamente esta semana durante una reunión celebrada en Nueva York, adonde Díaz se trasladó para intervenir el martes ante la Asamblea General de la ONU en la adopción de la primera resolución del organismo sobre economía social y solidaria, y encontrarse con el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres.
Además de Stiglitz, otros perfiles internacionales colaboran ya con Sumar. Es el caso de la italiana Francesca Bria, responsable del área de digitalización con derechos, que ha presidido el Italian National Innovation Fund y en 2021 fue nombrada consejera de la nueva Bauhaus Europea.
Otros economistas de la órbita de Díaz son el británico Guy Standing, quien ya participó en la elaboración del informe sobre precariedad laboral y salud mental del Ministerio de Trabajo, o la italoestadounidense Mariana Mazzucato, a la que la líder de Sumar suele citar en sus intervenciones públicas y con la que tenía previsto realizar un acto que finalmente se canceló por el viaje a EE UU. Oficialmente, ninguno de los dos está en los equipos de trabajo.
El programa de la plataforma, concebido como un “proyecto de país para la próxima década”, según defiende Díaz, se divide en áreas temáticas que van desde los cuidados, hasta la justicia, el modelo de Europa o el territorial. Los responsables de cada grupo son, en su mayoría, perfiles técnicos reconocidos en cada ámbito, pero no políticos.
En paralelo a su labor, el equipo de la vicepresidenta, dirigido por el jefe de gabinete, Josep Vendrell, inició a comienzo de año las negociaciones para conformar una coalición de hasta 15 partidos que sirva para desplegar Sumar por toda España en las generales. Aunque las conversaciones no se concretarán hasta después de las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo, Podemos marcó sus líneas rojas y decidió ausentarse del lanzamiento de la candidatura de Díaz hace tres semanas, por lo que ahora mismo, la presencia del partido fundado por Pablo Iglesias, quien la señaló como líder del espacio tras su marcha hace ya más de dos años, está en el aire.
Yolanda Díaz incorpora perfiles de reconocido prestigio internacional para reforzar las bases teóricas de su proyecto de cara a las próximas generales. Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, colaborará con Sumar, la plataforma que impulsa la vicepresidenta segunda del Gobierno y con la que busca ensanchar el espacio electoral a la izquierda del PSOE tras años de retroceso en las urnas. Según fuentes de la organización, el profesor de la Universidad de Columbia, asesor en su día de los presidentes Bill Clinton y José Luis Rodríguez Zapatero y ex economista jefe del Banco Mundial, participará en la revisión del documento final del grupo de trabajo de economía y modelo productivo en el proyecto de Díaz.
Stiglitz, de perfil progresista y quien ya hace años defendía que subir el salario mínimo “no daña el empleo”, participará de este modo en la última fase del programa del área coordinada por Rafael Muñoz de Bustillo, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Salamanca.
Hasta la fecha, un millar de expertos, repartidos en 35 grupos diferentes, se han encargado de dotar de contenido teórico a la plataforma que lidera la vicepresidenta y que pretende funcionar como un revulsivo para los ciudadanos más desencantados con la política en los últimos años. Su trabajo se ha desarrollado con cierta independencia —tal y como le reclamó en la presentación de las distintas áreas temáticas el pasado septiembre el analista Ignacio Sánchez -Cuenca, encargado del grupo de calidad democrática— y aislados de las peleas partidistas que han afectado al proceso estos meses. Aunque la labor está prácticamente terminada y Díaz ya oficializó el 2 de abril su intención de ser la candidata en los comicios previstos a final de año, el programa definitivo no ha trascendido aún y se presentará en los próximos días, según confirman fuentes de Sumar.
La colaboración de Stiglitz, con quien el entorno de la vicepresidenta había mantenido ya contactos, se cerró definitivamente esta semana durante una reunión celebrada en Nueva York, adonde Díaz se trasladó para intervenir el martes ante la Asamblea General de la ONU en la adopción de la primera resolución del organismo sobre economía social y solidaria, y encontrarse con el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres.
Además de Stiglitz, otros perfiles internacionales colaboran ya con Sumar. Es el caso de la italiana Francesca Bria, responsable del área de digitalización con derechos, que ha presidido el Italian National Innovation Fund y en 2021 fue nombrada consejera de la nueva Bauhaus Europea.
Otros economistas de la órbita de Díaz son el británico Guy Standing, quien ya participó en la elaboración del informe sobre precariedad laboral y salud mental del Ministerio de Trabajo, o la italoestadounidense Mariana Mazzucato, a la que la líder de Sumar suele citar en sus intervenciones públicas y con la que tenía previsto realizar un acto que finalmente se canceló por el viaje a EE UU. Oficialmente, ninguno de los dos está en los equipos de trabajo.
El programa de la plataforma, concebido como un “proyecto de país para la próxima década”, según defiende Díaz, se divide en áreas temáticas que van desde los cuidados, hasta la justicia, el modelo de Europa o el territorial. Los responsables de cada grupo son, en su mayoría, perfiles técnicos reconocidos en cada ámbito, pero no políticos.
En paralelo a su labor, el equipo de la vicepresidenta, dirigido por el jefe de gabinete, Josep Vendrell, inició a comienzo de año las negociaciones para conformar una coalición de hasta 15 partidos que sirva para desplegar Sumar por toda España en las generales. Aunque las conversaciones no se concretarán hasta después de las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo, Podemos marcó sus líneas rojas y decidió ausentarse del lanzamiento de la candidatura de Díaz hace tres semanas, por lo que ahora mismo, la presencia del partido fundado por Pablo Iglesias, quien la señaló como líder del espacio tras su marcha hace ya más de dos años, está en el aire.
MALO, FEO Y CARO. Comprar, tirar, sustituir: qué ha pasado para que los objetos que nos rodean sean cada vez de peor calidad.
El plan para hacernos adquirir cosas que no necesitamos hechas para durar menos de lo que deberían no es nuevo, nació hace un siglo. Hoy no solo triunfan objetos destinados a estropearse pronto, sino objetos que no funcionan desde el principio.
De Alfred P. Sloan, directivo de General Motors, suele decirse que fue el inventor del capitalismo de la caducidad. En la década de 1920, la venta de automóviles en Estados Unidos se acercaba al punto de saturación por primera vez en la historia. Los coches estaban dejando de venderse como rosquillas sobre ruedas. La clase media ya se había motorizado masivamente y la obrera aún no podía permitírselo.
Para esquivar una recesión inminente, Sloan y sus colegas lanzaron una idea que acabaría revolucionando no solo la industria automovilística, sino la economía en su conjunto: la obsolescencia dinámica. Se trataba de incitar a los consumidores a comprarse un vehículo nuevo cada pocos años, y para ello resultaba imprescindible convencerlos de que el que ya tenían se había transformado en una reliquia. El paso decisivo lo dieron los principales fabricantes muy pocos años después, autorizando la producción de autos de diseño más atractivo pero menor calidad mecánica y, en consecuencia, más susceptibles de averiarse y con una vida útil potencialmente más breve.
Recuperaban así una idea puesta en práctica 10 años antes por la asociación norteamericana de grandes fabricantes de bombillas de tungsteno, el llamado cártel Phoebus, que obligó a sus miembros a fabricar productos que no durasen más de 1.000 horas pese a que la tecnología disponible permitía superar sin problemas las 2.000. En palabras de Gary Cross, catedrático en Historia del Consumo en la Universidad de Pensilvania, “Sloan llevó la idea del cártel a sus últimas consecuencias convirtiendo una necesidad práctica de consumo en un hábito”.
Llévense uno ahora y vuelvan luego a por más
El concepto, rebautizado por los analistas como obsolescencia programada, explica en gran medida la historia del capitalismo de las últimas décadas. En 1960, Vance Packard ya explicaba que el principal pilar del sistema consistía en “vendernos la mayor cantidad posible de productos cada vez peores forzándonos incluso a incurrir en deudas insostenibles para mantenernos inmersos en la absurda y extenuante espiral de consumo”. En The Waste Makers (Los creadores de desperdicios), este pionero deploraba el advenimiento de “un capitalismo a crédito, sucio, feo y precario”.
A juzgar por lo que explicaba John Herman el 30 de enero en un incisivo artículo en The New York Magazine, esta lógica se está acelerando con la generalización del consumo electrónico. Hemos entrado en la era de la obsolescencia vertiginosa, caracterizada por la proliferación de productos que no solo caducan cada vez más deprisa, sino que con frecuencia resultan inadecuados para cumplir su función desde el minuto cero. Aspiradoras con una capacidad de succión tan limitada que a duras penas absorben el polvo, hornos que apenas calientan, martillos que no clavan clavos...
Vivimos inmersos en una constelación de objetos pensados para no durar y, en algunos casos, para ni siquiera funcionar como es debido. Herman lo ilustra con un ejemplo, el de la espátula comprada a través de Amazon. Una sencilla búsqueda de producto en la página del mayorista electrónico arroja “81 resultados ordenados de mejor a peor según un algoritmo que recoge y pondera las valoraciones de los propios usuarios”. Los perfiles de cada artículo en concreto incluyen “fotos perfectamente intercambiables entre sí, descripciones en lenguaje robótico, precios muy similares y marcas comerciales en su mayoría desconocidas”. El proceso de compra se ha convertido para el usuario en una especie de laberíntica cata ciega, porque esas evaluaciones demoscópicas (de cero a cinco estrellas) pensadas inicialmente para puntuar libros a duras penas distinguen una espátula de otra.
Al final, el comprador recibirá en casa una herramienta elemental, una lámina metálica con mango de plástico, que es probable que se rompa en cuanto intentemos rascar el arroz del fondo de una olla. ¿Por qué? Según Herman, porque las espátulas, casi todas las espátulas de hoy en día, están mucho peor diseñadas y fabricadas que las de hace 20 y no digamos 50 años. No han sido concebidas para rascar ollas con un mínimo de fiabilidad y solvencia, sino para ser vendidas a través de Amazon a un precio competitivo.
El país de los tuertos
Es más, que una espátula sea sensiblemente mejor que el resto ni siquiera resulta deseable en términos generales, porque la esencia del modelo estriba en que el consumidor pueda elegir entre centenares de opciones virtualmente idénticas, de manera que todas tengan una oportunidad. Empezando por, según Herman, “las que más inviertan en publicidad a través de los canales de Amazon”. La cata ciega no es una consecuencia indeseada del sistema. Es el sistema. Y quien habla de espátulas podría hacerlo sobre casi cualquier producto: resulta muy significativo que, según Consumers International, el porcentaje de electrodomésticos defectuosos pasó en casi 10 años, entre 2004 y 2013, del 3,5% al 8,5%. En una época en que se estaban registrando notables avances tecnológicos, eso no redundaba en la calidad de los productos. Más bien todo lo contrario.
Herman habla de Amazon por su carácter de plataforma disruptiva que ha transformado el comercio electrónico. Pero su análisis no pretende denunciar la presunta malevolencia corporativa de una compañía en concreto, sino identificar un nuevo estadio en la ya larga historia de la obsolescencia programada: la mierdificación (junkification). En otras palabras, la lógica perversa que explica que, de repente todo sea (y parezca) una mierda.
Myriam Robinson-Puche, redactora de la revista tecnológica Morning Brew, considera que el capitalismo de la caducidad hace un uso alterno de dos estrategias básicas: en los productos caros, da prioridad a la obsolescencia percibida (es decir, nos convence de que el automóvil que hemos adquirido, pese a funcionar aún de manera razonable, es una antigualla que debería avergonzarnos y que exige una sustitución inmediata) y la programada (el resto de los productos, simple y llanamente, deja de funcionar). Se trata de una “insidiosa conjura” que ha crecido exponencialmente en paralelo a la consolidación de nuevos canales de adquisición y la emergencia de nuevas necesidades de compra. Y resulta muy perceptible, en opinión de Robinson-Puche, en “la electrónica de consumo, el éxito de cuyas novedades ya no depende solo de la pulsión consumista de tecnófilos y esnobs, sino, cada vez más, de lo mucho que se está acortando la vida útil objetiva de la mayoría de los artículos”.
La analista ofrece una sencilla guía de resistencia ciudadana activa contra la conjura obsolescente y sus aliados: “No deje que le creen falsas necesidades. No consuma en caliente, medite y planifique. Siempre que sea posible, repare y reutilice”. En general, haga lo que esté en su mano para alargar la vida útil, percibida y objetiva, de sus objetos viejos, “porque lo más probable es que los nuevos sean objetivamente peores y le duren mucho menos”. Ya que está usted metido de bruces en un agujero, al menos hágase un favor y deje de cavar. Como decía el sociólogo Erich Fromm, “no me resigno a la idea de que la libertad consista en elegir entre cientos de marcas de cigarrillos distintos, tal vez empezaré a sentirme libre el día que deje de comprar cigarrillos”.
Consejos para no morder el anzuelo
Marta D. Riezu, escritora y periodista especializada en moda que ha abordado el tema de la calidad menguante en sus libros La moda justa y Agua y jabón, ambos editados por Anagrama, también cree que existe un cierto margen de resistencia para los consumidores: “Hay un asunto que me obsesiona, y es la educación en la calidad. Si has tenido la suerte de criarte en una casa donde todo era bello y útil, tu espíritu crece sensibilizado y atento al objeto bien hecho. Interiorizas que comprar siempre lo mejor que te puedas permitir es una inversión a largo plazo”.
La obsolescencia programada nos obliga a entrar en un ciclo sin fin de consumo y desperdicio, pero se plantean otras vías para salir del ciclo comprar-tirar-comprar
Por desgracia, no todo el mundo ha recibido en la infancia ese tipo de alfabetización que permite adoptar decisiones de consumo estratégicas: “La mayoría nos hemos criado en ambientes modestos o humildes, donde se compraba lo que se podía. Se era respetuoso y cuidadoso con las cosas, eso sí, porque se les tenía apego y eso alargaba su vida”. Sin embargo, no hay respeto ni cuidado que resista a la obsolescencia programada cuando esta se acelera. “Para defendernos, debemos educarnos, niños y adultos, en la buena compra”. De no hacerlo, estaremos condenados “a malgastar sin orden ni concierto y ser esclavos del marketing”.
A veces, en su opinión, “el simple hecho de exponerse a la calidad resulta educativo”. Riezu asegura que ha dedicado horas (“de un tiempo que no me sobra”) a frecuentar tiendas sin comprar nada, a observar, mirar etiquetas, comparar productos y luego investigar online. Su receta ganadora consiste en “tener curiosidad, autocontrol, paciencia y resignación: si no se puede y no resulta imprescindible, no se compra y punto”.
Riezu añade que la renuncia a comprar es también, con mucha frecuencia, un posicionamiento ético: “No compro una determinada marca porque sé lo que implica. La fast fashion [el equivalente a la fast food en el mundo de la moda, productos baratos y de calidad muy cuestionable] hizo que se tambaleasen las percepciones sobre valor, durabilidad o uso. El precio barato invita a derrochar sin mala conciencia”. “A falta de una regulación adecuada por parte de los gobiernos de las calidades y prácticas de producción, soy yo la que hace uso de su poder de decisión como consumidora”, dice la periodista. Robinson-Puche también se muestra partidaria de “ejercer el poder de compra”, premiando las buenas prácticas y castigando “las estrategias desaprensivas y mezquinas”. Uno de sus artículos al respecto tiene un título esclarecedor: Eso lo has hecho a propósito. Y las malas prácticas no pueden quedar impunes, por mucho que se remitan a una tradición centenaria como la que inauguró Alfred P. Sloan.
De Alfred P. Sloan, directivo de General Motors, suele decirse que fue el inventor del capitalismo de la caducidad. En la década de 1920, la venta de automóviles en Estados Unidos se acercaba al punto de saturación por primera vez en la historia. Los coches estaban dejando de venderse como rosquillas sobre ruedas. La clase media ya se había motorizado masivamente y la obrera aún no podía permitírselo.
Para esquivar una recesión inminente, Sloan y sus colegas lanzaron una idea que acabaría revolucionando no solo la industria automovilística, sino la economía en su conjunto: la obsolescencia dinámica. Se trataba de incitar a los consumidores a comprarse un vehículo nuevo cada pocos años, y para ello resultaba imprescindible convencerlos de que el que ya tenían se había transformado en una reliquia. El paso decisivo lo dieron los principales fabricantes muy pocos años después, autorizando la producción de autos de diseño más atractivo pero menor calidad mecánica y, en consecuencia, más susceptibles de averiarse y con una vida útil potencialmente más breve.
Recuperaban así una idea puesta en práctica 10 años antes por la asociación norteamericana de grandes fabricantes de bombillas de tungsteno, el llamado cártel Phoebus, que obligó a sus miembros a fabricar productos que no durasen más de 1.000 horas pese a que la tecnología disponible permitía superar sin problemas las 2.000. En palabras de Gary Cross, catedrático en Historia del Consumo en la Universidad de Pensilvania, “Sloan llevó la idea del cártel a sus últimas consecuencias convirtiendo una necesidad práctica de consumo en un hábito”.
Llévense uno ahora y vuelvan luego a por más
El concepto, rebautizado por los analistas como obsolescencia programada, explica en gran medida la historia del capitalismo de las últimas décadas. En 1960, Vance Packard ya explicaba que el principal pilar del sistema consistía en “vendernos la mayor cantidad posible de productos cada vez peores forzándonos incluso a incurrir en deudas insostenibles para mantenernos inmersos en la absurda y extenuante espiral de consumo”. En The Waste Makers (Los creadores de desperdicios), este pionero deploraba el advenimiento de “un capitalismo a crédito, sucio, feo y precario”.
A juzgar por lo que explicaba John Herman el 30 de enero en un incisivo artículo en The New York Magazine, esta lógica se está acelerando con la generalización del consumo electrónico. Hemos entrado en la era de la obsolescencia vertiginosa, caracterizada por la proliferación de productos que no solo caducan cada vez más deprisa, sino que con frecuencia resultan inadecuados para cumplir su función desde el minuto cero. Aspiradoras con una capacidad de succión tan limitada que a duras penas absorben el polvo, hornos que apenas calientan, martillos que no clavan clavos...
Vivimos inmersos en una constelación de objetos pensados para no durar y, en algunos casos, para ni siquiera funcionar como es debido. Herman lo ilustra con un ejemplo, el de la espátula comprada a través de Amazon. Una sencilla búsqueda de producto en la página del mayorista electrónico arroja “81 resultados ordenados de mejor a peor según un algoritmo que recoge y pondera las valoraciones de los propios usuarios”. Los perfiles de cada artículo en concreto incluyen “fotos perfectamente intercambiables entre sí, descripciones en lenguaje robótico, precios muy similares y marcas comerciales en su mayoría desconocidas”. El proceso de compra se ha convertido para el usuario en una especie de laberíntica cata ciega, porque esas evaluaciones demoscópicas (de cero a cinco estrellas) pensadas inicialmente para puntuar libros a duras penas distinguen una espátula de otra.
Al final, el comprador recibirá en casa una herramienta elemental, una lámina metálica con mango de plástico, que es probable que se rompa en cuanto intentemos rascar el arroz del fondo de una olla. ¿Por qué? Según Herman, porque las espátulas, casi todas las espátulas de hoy en día, están mucho peor diseñadas y fabricadas que las de hace 20 y no digamos 50 años. No han sido concebidas para rascar ollas con un mínimo de fiabilidad y solvencia, sino para ser vendidas a través de Amazon a un precio competitivo.
El país de los tuertos
Es más, que una espátula sea sensiblemente mejor que el resto ni siquiera resulta deseable en términos generales, porque la esencia del modelo estriba en que el consumidor pueda elegir entre centenares de opciones virtualmente idénticas, de manera que todas tengan una oportunidad. Empezando por, según Herman, “las que más inviertan en publicidad a través de los canales de Amazon”. La cata ciega no es una consecuencia indeseada del sistema. Es el sistema. Y quien habla de espátulas podría hacerlo sobre casi cualquier producto: resulta muy significativo que, según Consumers International, el porcentaje de electrodomésticos defectuosos pasó en casi 10 años, entre 2004 y 2013, del 3,5% al 8,5%. En una época en que se estaban registrando notables avances tecnológicos, eso no redundaba en la calidad de los productos. Más bien todo lo contrario.
Herman habla de Amazon por su carácter de plataforma disruptiva que ha transformado el comercio electrónico. Pero su análisis no pretende denunciar la presunta malevolencia corporativa de una compañía en concreto, sino identificar un nuevo estadio en la ya larga historia de la obsolescencia programada: la mierdificación (junkification). En otras palabras, la lógica perversa que explica que, de repente todo sea (y parezca) una mierda.
Myriam Robinson-Puche, redactora de la revista tecnológica Morning Brew, considera que el capitalismo de la caducidad hace un uso alterno de dos estrategias básicas: en los productos caros, da prioridad a la obsolescencia percibida (es decir, nos convence de que el automóvil que hemos adquirido, pese a funcionar aún de manera razonable, es una antigualla que debería avergonzarnos y que exige una sustitución inmediata) y la programada (el resto de los productos, simple y llanamente, deja de funcionar). Se trata de una “insidiosa conjura” que ha crecido exponencialmente en paralelo a la consolidación de nuevos canales de adquisición y la emergencia de nuevas necesidades de compra. Y resulta muy perceptible, en opinión de Robinson-Puche, en “la electrónica de consumo, el éxito de cuyas novedades ya no depende solo de la pulsión consumista de tecnófilos y esnobs, sino, cada vez más, de lo mucho que se está acortando la vida útil objetiva de la mayoría de los artículos”.
La analista ofrece una sencilla guía de resistencia ciudadana activa contra la conjura obsolescente y sus aliados: “No deje que le creen falsas necesidades. No consuma en caliente, medite y planifique. Siempre que sea posible, repare y reutilice”. En general, haga lo que esté en su mano para alargar la vida útil, percibida y objetiva, de sus objetos viejos, “porque lo más probable es que los nuevos sean objetivamente peores y le duren mucho menos”. Ya que está usted metido de bruces en un agujero, al menos hágase un favor y deje de cavar. Como decía el sociólogo Erich Fromm, “no me resigno a la idea de que la libertad consista en elegir entre cientos de marcas de cigarrillos distintos, tal vez empezaré a sentirme libre el día que deje de comprar cigarrillos”.
Consejos para no morder el anzuelo
Marta D. Riezu, escritora y periodista especializada en moda que ha abordado el tema de la calidad menguante en sus libros La moda justa y Agua y jabón, ambos editados por Anagrama, también cree que existe un cierto margen de resistencia para los consumidores: “Hay un asunto que me obsesiona, y es la educación en la calidad. Si has tenido la suerte de criarte en una casa donde todo era bello y útil, tu espíritu crece sensibilizado y atento al objeto bien hecho. Interiorizas que comprar siempre lo mejor que te puedas permitir es una inversión a largo plazo”.
La obsolescencia programada nos obliga a entrar en un ciclo sin fin de consumo y desperdicio, pero se plantean otras vías para salir del ciclo comprar-tirar-comprar
Por desgracia, no todo el mundo ha recibido en la infancia ese tipo de alfabetización que permite adoptar decisiones de consumo estratégicas: “La mayoría nos hemos criado en ambientes modestos o humildes, donde se compraba lo que se podía. Se era respetuoso y cuidadoso con las cosas, eso sí, porque se les tenía apego y eso alargaba su vida”. Sin embargo, no hay respeto ni cuidado que resista a la obsolescencia programada cuando esta se acelera. “Para defendernos, debemos educarnos, niños y adultos, en la buena compra”. De no hacerlo, estaremos condenados “a malgastar sin orden ni concierto y ser esclavos del marketing”.
A veces, en su opinión, “el simple hecho de exponerse a la calidad resulta educativo”. Riezu asegura que ha dedicado horas (“de un tiempo que no me sobra”) a frecuentar tiendas sin comprar nada, a observar, mirar etiquetas, comparar productos y luego investigar online. Su receta ganadora consiste en “tener curiosidad, autocontrol, paciencia y resignación: si no se puede y no resulta imprescindible, no se compra y punto”.
Riezu añade que la renuncia a comprar es también, con mucha frecuencia, un posicionamiento ético: “No compro una determinada marca porque sé lo que implica. La fast fashion [el equivalente a la fast food en el mundo de la moda, productos baratos y de calidad muy cuestionable] hizo que se tambaleasen las percepciones sobre valor, durabilidad o uso. El precio barato invita a derrochar sin mala conciencia”. “A falta de una regulación adecuada por parte de los gobiernos de las calidades y prácticas de producción, soy yo la que hace uso de su poder de decisión como consumidora”, dice la periodista. Robinson-Puche también se muestra partidaria de “ejercer el poder de compra”, premiando las buenas prácticas y castigando “las estrategias desaprensivas y mezquinas”. Uno de sus artículos al respecto tiene un título esclarecedor: Eso lo has hecho a propósito. Y las malas prácticas no pueden quedar impunes, por mucho que se remitan a una tradición centenaria como la que inauguró Alfred P. Sloan.
martes, 25 de abril de 2023
Democracia y manipulación de la opinión pública
La forma más adecuada para garantizar la estabilidad gubernamental ha sido, hasta ahora, la democracia controlada o democracia de baja intensidad.
Un sistema que consigue la estabilidad a través de la desinformación que promueven los medios de comunicación monopolizados, que se está revelando como más eficiente que las dictaduras.
Un estudio realizado por científicos con grupos de peces, cuyos resultados estiman pueden extrapolarse a las sociedades humanas, fue publicado en la revista Science en 2011, bajo el título Individuos desinformados promueven el consenso democrático en grupos animales (https://bit.ly/3SrWoqB).
La investigación concluye que para contrarrestar la influencia de una minoría obstinada, la presencia de individuos desinformados inhibe espontáneamente este proceso, devolviendo el control a la mayoría numérica.
El trabajo insiste en la importancia de lo que denomina las personas desinformadas en la toma de decisiones, cuyo resultado sería democrático porque sencillamente son mayoría.
En este punto, los científicos parecen influidos por el concepto de democracia de las clases dominantes, que la reducen al papel de la mayoría en la elección de sus representantes. El problema, en nuestras sociedades, es que esas mayorías son creadas por la manipulación de la información, tarea que recae en lo grandes medios de comunicación monopolizados por pequeños grupos de empresarios altamente concentrados.
Aunque el trabajo es bastante más extenso que los párrafos citados, que lo sintetizan, debe retenerse la importancia de la desinformación o, si se prefiere, de la confusión que son capaces de crear para distorsionar las percepciones de la población, empujada a apoyar a menudo opciones que van en contra de sus intereses. Pero también para paralizar su capacidad de reacción con un auténtico bombardeo, tarea que recae particularmente en los medios audiovisuales, sobre todo la televisión, el segmento de la comunicación más concentrado e impermeable al disenso.
Ejemplos abundan: desde la desinformación sobre las causas de la pandemia del covid-19, con sobreinformación sobre el murciélago en un mercado chino como causa, ocultando el comprobado papel de la deforestación para cultivos industriales, hasta las causas de la guerra en Ucrania. Rechazar la invasión de Rusia no debe ir de la mano de la negación de la existencia de un golpe de Estado en Kiev en 2014, ni el cierre de 217 medios en Ucrania durante el primer año de la guerra, mientras se acreditaron 12 mil periodistas locales y extranjeros para cubrirla, según informa Reporteros Sin Fronteras (https://bit.ly/3lZhhNm).
Tampoco se encuentran en los medios occidentales informes sobre el nazismo en Ucrania, ni acerca de la guerra de Arabia Saudita contra Yemen, con su corolario de muertes, hambrunas y desastre humanitario. No se considera invasión la presencia de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Siria, y así en muchos otros casos.
Ni qué hablar del sabotaje estadunidense al gasoducto Nordstream, Seymour Hersh, quien elaboró un pormenorizado informe sobre cómo fue destruido, será silenciado y vilipendiado, como acaba de asegurar Noam Chomsky (https://bit.ly/3m0xZME).
Lo cierto es que la desinformación juega un papel relevante en el sostenimiento del orden sistémico occidental, sector del mundo que controla los principales medios que llegan a la población. Como señala una reciente cobertura de El Salto: los mejores contenidos periodísticos pueden no tener ninguna consecuencia, porque el poder y los medios a su servicio los ignoran (https://bit.ly/3IHe0vc).
Es evidente que la democracia no existe en los medios. Ese control casi absoluto ha conseguido algo que décadas atrás parecía imposible: erradicar el conflicto de la percepción del público. Los más brutales crímenes pueden pasar desapercibidos si los medios se empeñan en ello.
Cuando este control mediático se desborda, porque la realidad resulta demasiado evidente, como en Perú en los últimos 70 días, ahí está la policía, el golpe de Estado permanente, para reventar las protestas.
A mi modo de ver, esta realidad tiene dos consecuencias mayores.
La primera es que no tiene mucho sentido luchar por la opinión pública, ni competir con los medios del sistema, algo que los pueblos que luchan nunca conseguirán. Se trata de crear medios propios, sin duda, pero no para competir por la opinión de las mayorías, sino para consolidar nuestro campo, a los pueblos en movimiento y a todos y todas aquellas que los acompañan. No es algo menor.
La segunda es la convicción de que no existe algo llamado democracia, si es que alguna vez existió. Desde el momento en que las opiniones y las voluntades de las personas son moldeadas y manipuladas por gigantescas maquinarias que escapan a cualquier control que no sea el de las clases dominantes, entrar en el juego electoral no tiene futuro.
Construir abajo y a la izquierda, parece el único camino emancipatorio posible.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2023/02/24/opinion/017a1pol
Un sistema que consigue la estabilidad a través de la desinformación que promueven los medios de comunicación monopolizados, que se está revelando como más eficiente que las dictaduras.
Un estudio realizado por científicos con grupos de peces, cuyos resultados estiman pueden extrapolarse a las sociedades humanas, fue publicado en la revista Science en 2011, bajo el título Individuos desinformados promueven el consenso democrático en grupos animales (https://bit.ly/3SrWoqB).
La investigación concluye que para contrarrestar la influencia de una minoría obstinada, la presencia de individuos desinformados inhibe espontáneamente este proceso, devolviendo el control a la mayoría numérica.
El trabajo insiste en la importancia de lo que denomina las personas desinformadas en la toma de decisiones, cuyo resultado sería democrático porque sencillamente son mayoría.
En este punto, los científicos parecen influidos por el concepto de democracia de las clases dominantes, que la reducen al papel de la mayoría en la elección de sus representantes. El problema, en nuestras sociedades, es que esas mayorías son creadas por la manipulación de la información, tarea que recae en lo grandes medios de comunicación monopolizados por pequeños grupos de empresarios altamente concentrados.
Aunque el trabajo es bastante más extenso que los párrafos citados, que lo sintetizan, debe retenerse la importancia de la desinformación o, si se prefiere, de la confusión que son capaces de crear para distorsionar las percepciones de la población, empujada a apoyar a menudo opciones que van en contra de sus intereses. Pero también para paralizar su capacidad de reacción con un auténtico bombardeo, tarea que recae particularmente en los medios audiovisuales, sobre todo la televisión, el segmento de la comunicación más concentrado e impermeable al disenso.
Ejemplos abundan: desde la desinformación sobre las causas de la pandemia del covid-19, con sobreinformación sobre el murciélago en un mercado chino como causa, ocultando el comprobado papel de la deforestación para cultivos industriales, hasta las causas de la guerra en Ucrania. Rechazar la invasión de Rusia no debe ir de la mano de la negación de la existencia de un golpe de Estado en Kiev en 2014, ni el cierre de 217 medios en Ucrania durante el primer año de la guerra, mientras se acreditaron 12 mil periodistas locales y extranjeros para cubrirla, según informa Reporteros Sin Fronteras (https://bit.ly/3lZhhNm).
Tampoco se encuentran en los medios occidentales informes sobre el nazismo en Ucrania, ni acerca de la guerra de Arabia Saudita contra Yemen, con su corolario de muertes, hambrunas y desastre humanitario. No se considera invasión la presencia de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Siria, y así en muchos otros casos.
Ni qué hablar del sabotaje estadunidense al gasoducto Nordstream, Seymour Hersh, quien elaboró un pormenorizado informe sobre cómo fue destruido, será silenciado y vilipendiado, como acaba de asegurar Noam Chomsky (https://bit.ly/3m0xZME).
Lo cierto es que la desinformación juega un papel relevante en el sostenimiento del orden sistémico occidental, sector del mundo que controla los principales medios que llegan a la población. Como señala una reciente cobertura de El Salto: los mejores contenidos periodísticos pueden no tener ninguna consecuencia, porque el poder y los medios a su servicio los ignoran (https://bit.ly/3IHe0vc).
Es evidente que la democracia no existe en los medios. Ese control casi absoluto ha conseguido algo que décadas atrás parecía imposible: erradicar el conflicto de la percepción del público. Los más brutales crímenes pueden pasar desapercibidos si los medios se empeñan en ello.
Cuando este control mediático se desborda, porque la realidad resulta demasiado evidente, como en Perú en los últimos 70 días, ahí está la policía, el golpe de Estado permanente, para reventar las protestas.
A mi modo de ver, esta realidad tiene dos consecuencias mayores.
La primera es que no tiene mucho sentido luchar por la opinión pública, ni competir con los medios del sistema, algo que los pueblos que luchan nunca conseguirán. Se trata de crear medios propios, sin duda, pero no para competir por la opinión de las mayorías, sino para consolidar nuestro campo, a los pueblos en movimiento y a todos y todas aquellas que los acompañan. No es algo menor.
La segunda es la convicción de que no existe algo llamado democracia, si es que alguna vez existió. Desde el momento en que las opiniones y las voluntades de las personas son moldeadas y manipuladas por gigantescas maquinarias que escapan a cualquier control que no sea el de las clases dominantes, entrar en el juego electoral no tiene futuro.
Construir abajo y a la izquierda, parece el único camino emancipatorio posible.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2023/02/24/opinion/017a1pol
lunes, 24 de abril de 2023
El reverso tenebroso de la lectura: jerarcas nazis, filósofos parlantes y fétidos lodos.
Existe un extraño consenso en que leer libros es una actividad intrínsecamente positiva y apta para todos los públicos, una unanimidad que resulta sospechosa. Para algunos autores, las cosas no están tan claras
Hay cosas impepinables: que la sonrisa de un niño no tiene precio, que el agua de Madrid es excelente y, sobre todo, que leer es bueno. Son tiempos raros en los que muchos ponen en cuestión hasta la esfericidad de la Tierra, pero casi nadie es tan audaz como para poner en cuestión las bondades de la lectura. Sobre todo, entre los que leen.
La llegada del Día del Libro y la celebración de Sant Jordi es una buena ocasión para reflexionar sobre su buena fama. Hasta el oráculo de nuestro tiempo, ChatGPT, está de acuerdo: “Sí, leer puede ser tan bueno como se dice. La lectura tiene muchos beneficios para nuestra salud mental y emocional, así como para nuestro desarrollo intelectual”, explica la inteligencia artificial. Pero veamos qué opinan los humanos, sobre todo aquellos que han escrito recientemente ensayos que tratan sobre los libros y la lectura: libros autorreferenciales, metalibros. ¿Es leer tan bueno?
“El humanismo siempre ha creído, un tanto ingenuamente, que la lectura es el instrumento humanizador por antonomasia, el que nos hace más empáticos y bondadosos, más inteligentes y racionales, pero la historia se empeña en demostrarnos que eso no es así, que los usos que se han hecho de la lectura pueden ser tan perversos como benévolos”, explica Joaquín Rodríguez, autor de los ensayos La furia de la lectura (Tusquets) y Lectocracia: una utopía cívica (Gedisa).
No en vano, muchos de los jerarcas nazis, perpetradores de masacres inhumanas, eran refinados lectores, y no pocos poetas han sido necesarios para mantener vivas las llamas de las guerras. Los dictadores, según explica Rodríguez, entienden perfectamente el valor de los libros, “por eso prohíben la mayoría y permiten solamente aquel o aquellos que garanticen la asimilación y acatamiento de un credo y una consigna. Se lucha siempre por la imposición de un libro único y de una única lectura legítima de ese libro”. En algunos de sus capítulos este autor muestra cómo regímenes totalitarios, dictatoriales, eclesiásticos, etcétera, han utilizado la lectura para sus propios fines. Y, sobre todo, sugiere que reflexionemos sobre cómo leemos, y también sobre por qué no leen los que no leen, que, contra el dogma extendido, también es cosa muy respetable. “No hay nada digno o respetable de manera intrínseca en el acto de leer en sí”, confirma Mikita Brottman en Contra la lectura (Blackie Books).
Los fétidos lodos de la lectura
La lectura, tampoco nos pongamos tan tremendos, puede ser una actividad edificante y maravillosa, y lo es casi siempre. Sus ventajas son innumerables: entretiene, pone a hervir la imaginación, nos permite entrar en las mentes de los que vivieron hace cientos de años. Transmite el conocimiento, alienta el espíritu crítico, enriquece el lenguaje, estimula la empatía. Te hace vivir muchas vidas en una, comprender el mundo de manera algo más nítida, pensar y sentir. Además, es barata y aporta cierta distinción (cada vez menos).
Pero a pesar de todas estas ventajas, la ciudadanía no parece ser tan adicta a la lectura como a otros vicios. Es que la lectura requiere atención y esfuerzo. En su libro Sobre el arte de leer. Diez tesis sobre la educación y la lectura (Plataforma Editorial), el pedagogo Gregorio Luri explica cómo, si bien el habla es una habilidad natural, que adquirimos sin querer, como absorbida del entorno, la lectura no es tan natural. No hemos nacido con una predisposición, aprendemos con mucho esfuerzo y luego cuesta otro tanto ejercitarla: leer es un arte. Rodríguez coincide en que ese carácter adquirido hace fútiles las campañas de fomento de la lectura basadas en la publicidad de ciertas mejoras intangibles, sobre todo ahora que la oferta cultural está fragmentada y es tan abrumadora. “La unanimidad en torno a la bondad de la lectura puede resultar hasta sospechosa”, dice Luri, “lo peor que podemos hacer es convertir la lectura en un ejercicio beato. Depende de qué leas: hay libros malísimos”.
Cuenta el pedagogo la anécdota en la que Jorge Luis Borges visitó Barcelona y Luri fue a su charla “como si fuera un semidiós”. El maestro argentino, aficionado a picotear de la Enciclopedia Britannica, dijo: “No se preocupen, ni todos los libros están hechos para ustedes, ni ustedes están hechos para todos los libros”. Qué alivio. Hay libros, además, que se han considerado poco recomendables por inmorales y perniciosos. Así lo hacía el maestro jesuita del siglo XVII Francesco Sacchini en Sobre el provecho y los peligros de la lectura (Prensas de la Universidad de Zaragoza): “En modo alguno es necesaria para un joven la lectura de libros tan terribles para la virtud, que es absolutamente perniciosa, sencillamente ignominiosa para un hombre cristiano”. Se refería, entre otros, a los “fétidos lodos” de Catulo, Tibulo y Propercio, de Juvenal y Plauto.
La lectura no ha sido siempre publicitada como un bien universal y supremo. Entre los filósofos de la Antigua Grecia, como se ve en algún diálogo de Platón (como el Fedro), la lectura y la escritura eran fuente de controversia: se veían como una traición a la virtuosa tradición oral que generaba y transmitía el conocimiento a través del teatro o de la charla (tal y como dialogaba Sócrates con sus conciudadanos, que luego lo mataron). No servían para alcanzar una sabiduría completa. En ocasiones hay quien ha considerado la lectura como una actividad demasiado abstracta y absorbente que aleja de la acción real y hasta Alonso Quijano se convirtió en Don Quijote porque “del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro”, expuesto a demasiadas novelas de caballería.
William Morris, pionero del movimiento Arts & Crafts británico, y a la sazón escritor y editor, desdeñaba el papel de la lectura a la hora de crear una utopía socialista: quizás era mejor aprender de los otros humanos, en juiciosa fraternidad, que aprender de los libros. También hay libros objetivamente malvados: en la realidad, así se considera el Mein Kampf, de Adolf Hitler; en la ficción, el lovecraftiano Necronomicón, escrito por el árabe loco Adbul Al-Hazred, que expone al que lo lee a horrores cósmicos inenarrables.
El libro mágico y el aprendiz de brujo
“Lo cierto es que es difícil encontrarle defectos a la lectura… pero, podríamos pensar, algo malo tendrá si todo el mundo la bendice”, opina el filósofo Fernando Castro, autor de A pie de página. Placeres en el desierto de la lectura (La Caja Books), donde traza una pequeña autobiografía como lector voraz y practicante del “citacionismo”, la pasión por la cita, por la nota a pie de página, como una forma de rendir honores a las fuentes y ser transparente en cuanto a la obtención de la información. “Algunos me dicen que es por pedantería, algo de eso también hay”, bromea. En cuanto a la lectura, “es como el amor al campo: todo el mundo la alaba, pero no tantos la practican”, dice, y recuerda aquella imagen, sospechosa y legendaria, en la que Marilyn Monroe posaba con un ejemplar del Ulises de James Joyce. Según el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España, elaborado por la Federación de Gremios de Editores con datos de 2022, un 35,2% de la población no lee nunca o casi nunca. Se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío.
“Para mí el mayor problema que surge en torno a la lectura es la lectura obligatoria: le tengo poco cariño a algunos de los libros que me obligaron a leer de niño. Por ejemplo, El Quijote, con el que tengo una relación de amor-odio”, dice Castro. Borges, una vez más, decía que la lectura obligatoria es una contradicción en los términos. Pero, ojo, si uno lee por placer, uno de los máximos placeres que existen, puede dar incluso en el vicio de la bibliofrenia, la obsesión patológica por los libros, que tampoco es muy recomendable y puede llevar hasta la muerte, como recoge Joaquín Rodríguez en otro de sus libros, Bibliofrenia (Melusina).
Coinciden varios expertos, como Luri y Castro, en que existe una ausencia en la reivindicación de la lectura: la reivindicación, también, de la escritura y de la retórica. Existe una conexión entre leer bien y hablar y escribir bien, y aunque es habitual que nos conminen a leer con fruición, no tanto a que escribamos o hablemos con cierta pericia y devoción. De hecho, la calidad de la expresión oral se ha deteriorado en el espacio público, basten como ejemplo el Congreso de los Diputados o las tertulias televisivas. Por otro lado, es posible que la comunicación en internet, a través de Twitch o YouTube, haga que las nuevas generaciones pongan un poco más de cuidado en expresarse con corrección, más allá de los tradicionales cursos y libros sobre cómo hablar en público.
Hay un relato que se repite de forma similar en diferentes tradiciones del mundo: un libro mágico, normalmente custodiado por un sabio, cae en manos de un no iniciado (un aprendiz, un criado, una niña) que convoca por error a un genio maligno, con todas sus consecuencias no deseadas. Lo relata Emma Smith en su libro Magia portátil. Una historia alternativa de los libros y sus lectores (Ariel): el folclorista Stith Thompson lo ha encontrado (catalogado como “libro mágico invoca genio”) en diferentes lenguas europeas, de Islandia a Lituania. “El cuento refleja un temor generalizado según el cual los libros, en malas manos, son poderosos y peligrosos”, escribe Smith.
El relato diferencia entre el que sabe manejar el libro y el que no sabe, ese que, si algún día aprende, obtendrá un estatus que ahora no tiene. El libro, visto así, no es tanto democratizador o inocente propagador de la cultura como “potencial agente disruptivo de las jerarquías sociales”. Según Smith, los libros, para bien o para mal, tienen capacidad de acción en el mundo real. Es un punto de vista que, al principio, sembraba Rodríguez, y en el que insiste: “Necesitamos comprender que la lectura es intrínsecamente ambivalente, que se ofrece para lo mejor y para lo peor, y que solamente insistiendo en su dimensión cívica y política, podemos desambiguar su sentido y su orientación”.
Hay cosas impepinables: que la sonrisa de un niño no tiene precio, que el agua de Madrid es excelente y, sobre todo, que leer es bueno. Son tiempos raros en los que muchos ponen en cuestión hasta la esfericidad de la Tierra, pero casi nadie es tan audaz como para poner en cuestión las bondades de la lectura. Sobre todo, entre los que leen.
La llegada del Día del Libro y la celebración de Sant Jordi es una buena ocasión para reflexionar sobre su buena fama. Hasta el oráculo de nuestro tiempo, ChatGPT, está de acuerdo: “Sí, leer puede ser tan bueno como se dice. La lectura tiene muchos beneficios para nuestra salud mental y emocional, así como para nuestro desarrollo intelectual”, explica la inteligencia artificial. Pero veamos qué opinan los humanos, sobre todo aquellos que han escrito recientemente ensayos que tratan sobre los libros y la lectura: libros autorreferenciales, metalibros. ¿Es leer tan bueno?
“El humanismo siempre ha creído, un tanto ingenuamente, que la lectura es el instrumento humanizador por antonomasia, el que nos hace más empáticos y bondadosos, más inteligentes y racionales, pero la historia se empeña en demostrarnos que eso no es así, que los usos que se han hecho de la lectura pueden ser tan perversos como benévolos”, explica Joaquín Rodríguez, autor de los ensayos La furia de la lectura (Tusquets) y Lectocracia: una utopía cívica (Gedisa).
No en vano, muchos de los jerarcas nazis, perpetradores de masacres inhumanas, eran refinados lectores, y no pocos poetas han sido necesarios para mantener vivas las llamas de las guerras. Los dictadores, según explica Rodríguez, entienden perfectamente el valor de los libros, “por eso prohíben la mayoría y permiten solamente aquel o aquellos que garanticen la asimilación y acatamiento de un credo y una consigna. Se lucha siempre por la imposición de un libro único y de una única lectura legítima de ese libro”. En algunos de sus capítulos este autor muestra cómo regímenes totalitarios, dictatoriales, eclesiásticos, etcétera, han utilizado la lectura para sus propios fines. Y, sobre todo, sugiere que reflexionemos sobre cómo leemos, y también sobre por qué no leen los que no leen, que, contra el dogma extendido, también es cosa muy respetable. “No hay nada digno o respetable de manera intrínseca en el acto de leer en sí”, confirma Mikita Brottman en Contra la lectura (Blackie Books).
Los fétidos lodos de la lectura
La lectura, tampoco nos pongamos tan tremendos, puede ser una actividad edificante y maravillosa, y lo es casi siempre. Sus ventajas son innumerables: entretiene, pone a hervir la imaginación, nos permite entrar en las mentes de los que vivieron hace cientos de años. Transmite el conocimiento, alienta el espíritu crítico, enriquece el lenguaje, estimula la empatía. Te hace vivir muchas vidas en una, comprender el mundo de manera algo más nítida, pensar y sentir. Además, es barata y aporta cierta distinción (cada vez menos).
Pero a pesar de todas estas ventajas, la ciudadanía no parece ser tan adicta a la lectura como a otros vicios. Es que la lectura requiere atención y esfuerzo. En su libro Sobre el arte de leer. Diez tesis sobre la educación y la lectura (Plataforma Editorial), el pedagogo Gregorio Luri explica cómo, si bien el habla es una habilidad natural, que adquirimos sin querer, como absorbida del entorno, la lectura no es tan natural. No hemos nacido con una predisposición, aprendemos con mucho esfuerzo y luego cuesta otro tanto ejercitarla: leer es un arte. Rodríguez coincide en que ese carácter adquirido hace fútiles las campañas de fomento de la lectura basadas en la publicidad de ciertas mejoras intangibles, sobre todo ahora que la oferta cultural está fragmentada y es tan abrumadora. “La unanimidad en torno a la bondad de la lectura puede resultar hasta sospechosa”, dice Luri, “lo peor que podemos hacer es convertir la lectura en un ejercicio beato. Depende de qué leas: hay libros malísimos”.
Cuenta el pedagogo la anécdota en la que Jorge Luis Borges visitó Barcelona y Luri fue a su charla “como si fuera un semidiós”. El maestro argentino, aficionado a picotear de la Enciclopedia Britannica, dijo: “No se preocupen, ni todos los libros están hechos para ustedes, ni ustedes están hechos para todos los libros”. Qué alivio. Hay libros, además, que se han considerado poco recomendables por inmorales y perniciosos. Así lo hacía el maestro jesuita del siglo XVII Francesco Sacchini en Sobre el provecho y los peligros de la lectura (Prensas de la Universidad de Zaragoza): “En modo alguno es necesaria para un joven la lectura de libros tan terribles para la virtud, que es absolutamente perniciosa, sencillamente ignominiosa para un hombre cristiano”. Se refería, entre otros, a los “fétidos lodos” de Catulo, Tibulo y Propercio, de Juvenal y Plauto.
La lectura no ha sido siempre publicitada como un bien universal y supremo. Entre los filósofos de la Antigua Grecia, como se ve en algún diálogo de Platón (como el Fedro), la lectura y la escritura eran fuente de controversia: se veían como una traición a la virtuosa tradición oral que generaba y transmitía el conocimiento a través del teatro o de la charla (tal y como dialogaba Sócrates con sus conciudadanos, que luego lo mataron). No servían para alcanzar una sabiduría completa. En ocasiones hay quien ha considerado la lectura como una actividad demasiado abstracta y absorbente que aleja de la acción real y hasta Alonso Quijano se convirtió en Don Quijote porque “del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro”, expuesto a demasiadas novelas de caballería.
William Morris, pionero del movimiento Arts & Crafts británico, y a la sazón escritor y editor, desdeñaba el papel de la lectura a la hora de crear una utopía socialista: quizás era mejor aprender de los otros humanos, en juiciosa fraternidad, que aprender de los libros. También hay libros objetivamente malvados: en la realidad, así se considera el Mein Kampf, de Adolf Hitler; en la ficción, el lovecraftiano Necronomicón, escrito por el árabe loco Adbul Al-Hazred, que expone al que lo lee a horrores cósmicos inenarrables.
El libro mágico y el aprendiz de brujo
“Lo cierto es que es difícil encontrarle defectos a la lectura… pero, podríamos pensar, algo malo tendrá si todo el mundo la bendice”, opina el filósofo Fernando Castro, autor de A pie de página. Placeres en el desierto de la lectura (La Caja Books), donde traza una pequeña autobiografía como lector voraz y practicante del “citacionismo”, la pasión por la cita, por la nota a pie de página, como una forma de rendir honores a las fuentes y ser transparente en cuanto a la obtención de la información. “Algunos me dicen que es por pedantería, algo de eso también hay”, bromea. En cuanto a la lectura, “es como el amor al campo: todo el mundo la alaba, pero no tantos la practican”, dice, y recuerda aquella imagen, sospechosa y legendaria, en la que Marilyn Monroe posaba con un ejemplar del Ulises de James Joyce. Según el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España, elaborado por la Federación de Gremios de Editores con datos de 2022, un 35,2% de la población no lee nunca o casi nunca. Se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío.
“Para mí el mayor problema que surge en torno a la lectura es la lectura obligatoria: le tengo poco cariño a algunos de los libros que me obligaron a leer de niño. Por ejemplo, El Quijote, con el que tengo una relación de amor-odio”, dice Castro. Borges, una vez más, decía que la lectura obligatoria es una contradicción en los términos. Pero, ojo, si uno lee por placer, uno de los máximos placeres que existen, puede dar incluso en el vicio de la bibliofrenia, la obsesión patológica por los libros, que tampoco es muy recomendable y puede llevar hasta la muerte, como recoge Joaquín Rodríguez en otro de sus libros, Bibliofrenia (Melusina).
Coinciden varios expertos, como Luri y Castro, en que existe una ausencia en la reivindicación de la lectura: la reivindicación, también, de la escritura y de la retórica. Existe una conexión entre leer bien y hablar y escribir bien, y aunque es habitual que nos conminen a leer con fruición, no tanto a que escribamos o hablemos con cierta pericia y devoción. De hecho, la calidad de la expresión oral se ha deteriorado en el espacio público, basten como ejemplo el Congreso de los Diputados o las tertulias televisivas. Por otro lado, es posible que la comunicación en internet, a través de Twitch o YouTube, haga que las nuevas generaciones pongan un poco más de cuidado en expresarse con corrección, más allá de los tradicionales cursos y libros sobre cómo hablar en público.
Hay un relato que se repite de forma similar en diferentes tradiciones del mundo: un libro mágico, normalmente custodiado por un sabio, cae en manos de un no iniciado (un aprendiz, un criado, una niña) que convoca por error a un genio maligno, con todas sus consecuencias no deseadas. Lo relata Emma Smith en su libro Magia portátil. Una historia alternativa de los libros y sus lectores (Ariel): el folclorista Stith Thompson lo ha encontrado (catalogado como “libro mágico invoca genio”) en diferentes lenguas europeas, de Islandia a Lituania. “El cuento refleja un temor generalizado según el cual los libros, en malas manos, son poderosos y peligrosos”, escribe Smith.
El relato diferencia entre el que sabe manejar el libro y el que no sabe, ese que, si algún día aprende, obtendrá un estatus que ahora no tiene. El libro, visto así, no es tanto democratizador o inocente propagador de la cultura como “potencial agente disruptivo de las jerarquías sociales”. Según Smith, los libros, para bien o para mal, tienen capacidad de acción en el mundo real. Es un punto de vista que, al principio, sembraba Rodríguez, y en el que insiste: “Necesitamos comprender que la lectura es intrínsecamente ambivalente, que se ofrece para lo mejor y para lo peor, y que solamente insistiendo en su dimensión cívica y política, podemos desambiguar su sentido y su orientación”.
Qué es el "electroma", la red bioeléctrica del cuerpo humano que los científicos apenas comienzan a investigar (y cómo puede revolucionar el tratamiento del cáncer y de las heridas)
El cuerpo humano está lleno de átomos con carga eléctrica (iones) que circulan por nuestras células generando una corriente.
En las últimas décadas, muchas de las investigaciones científicas que buscaban develar cómo funciona el cuerpo humano se enfocaron en estudiar tres sistemas clave: el genoma, el proteoma y el microbioma.
El primero es la secuencia de ADN que posee cada organismo y que contiene toda su información genética. El segundo, el conjunto de proteínas que fabrican los genes, que son los "ladrillos esenciales" de la vida. Y el tercero es el ecosistema de microorganismos que viven en el cuerpo y son determinantes para la salud.
Ahora está empezando a crecer el interés en otro sistema que es fundamental para la vida, no solo humana sino también de plantas y animales: la red bioeléctrica que hace funcionar a todo organismo, y que algunos científicos han empezado a llamar el "electroma".
"Así como las señales eléctricas sustentan las redes de comunicación del mundo, estamos descubriendo que hacen lo mismo en nuestros cuerpos: la bioelectricidad es la forma en que nuestras células se comunican entre sí", explicó en un reciente artículo en el sitio Nesta la divulgadora científica Sally Adee, una experta en este campo, y autora del libro "Somos eléctricos", que saldrá en febrero.
Según Adee -a quien algunos atribuyen haber acuñado el neologismo "electroma"- "es difícil exagerar cuán total y absolutamente todos tus movimientos, percepciones y pensamientos, y los míos, están controlados por la electricidad".
Entender el electroma es clave, señala, porque interviniendo en el proceso bioeléctrico del cuerpo podemos "arreglarlo cuando algo sale mal, ya sea por trauma, defectos de nacimiento o cáncer".
Cómo funciona
Mustafa Djamgoz, profesor emérito en Biología del Cáncer del Imperial College de Londres, es uno de los primeros científicos que está aplicando la bioelectricidad para tratar esta enfermedad.
Djamgoz, quien también enseña Neurobiología en esa prestigiosa universidad británica, estudia los procesos bioeléctricos del cuerpo desde hace décadas y desde 2019 es el coeditor en jefe de "Bioelectricity", la única revista científica dedicada a este campo.
Pero antes de entender cómo usa la bioelectricidad para tratar el cáncer, BBC Mundo le pidió que explicara qué es y cómo se genera esta corriente en nuestro interior.
"Todos los elementos que tenemos en nuestro cuerpo, por ejemplo, el sodio, el potasio, el calcio, el magnesio y el zinc, atraviesan una reacción química que hace que se separen sus átomos, formando lo que se conoce como iones, que son partículas con carga eléctrica", detalla.
Los iones circulan por nuestras células, generando una corriente eléctrica.
"Los fluidos de nuestro cuerpo están llenos de estos iones. Los de carga opuesta se atraen, los que tiene la misma carga se rechazan. Y al circular por nuestro cuerpo generan una corriente".
El experto aclara que se trata de una corriente de muy baja potencia: apenas 70 milivoltios (una pila AA común tiene 1.500 milivoltios, compara).
Pero la bioelectricidad del cuerpo es esencial para su funcionamiento -dice- ya que es a través de estas señales eléctricas que las distintas partes del cuerpo se comunican.
Ley fundamental
Djamgoz destaca que la red bioeléctrica del cuerpo funciona bajo los mismos principios fundamentales que aplican a todo circuito eléctrico, incluida la ley de Ohm (que establece que el voltaje es equivalente a la corriente multiplicada por la resistencia).
La gran diferencia es que mientras la electricidad tradicional se mueve a lo largo del núcleo conductor dentro de un cable, la bioelectricidad es generada por iones que fluyen a través de la membrana celular (la cubierta).
Dado que la membrana es como un sello, para penetrar en la célula los iones deben atravesar una especie de compuerta: unas proteínas llamadas "canales iónicos", que están incrustados en la membrana.
Cuando fluyen por estos canales se produce la conducción eléctrica.
Al experto le resulta paradójico que el sistema bioeléctrico haya sido mucho menos estudiado que otros que gobiernan el cuerpo, por ejemplo, el genoma, ya que es mucho menos difícil de entender.
"Tenemos 22.000 genes y cada persona tiene una composición genética diferente, es por eso que tenemos medicina personalizada. Pero en la bioelectricidad hay una sola ley fundamental, que aplica para todos", afirma.
También resalta que todas las células y tejidos de nuestro cuerpo -las neuronas, nervios, músculos, cartílagos, intestino, etc- utilizan el mismo proceso para comunicarse.
"Cuando pensamos en las propiedades eléctricas del cuerpo lo primero en lo que pensamos es el cerebro, el corazón y los músculos, pero la realidad es que incluso los microbios en nuestro intestino, el sistema inmunológico y las células cancerígenas generan señales eléctricas", dice.
"La bioelectricidad realmente es una de las fuerzas o mecanismos más fundamentales de la naturaleza", afirma.
El experto en cáncer y neurobiología del Imperial College de Londres, Mustafa Djamgoz, es uno de los pioneros en el uso de la bioelectricidad para tratar enfermedades.
Cáncer
Volviendo a cómo Djamgoz aplica la bioelectricidad para frenar el avance del cáncer, el revolucionario tratamiento que está desarrollando tiene que ver con la forma en que se transmiten las señales eléctricas dentro del cuerpo.
Como ya mencionamos, para entrar y salir de células, los iones -o átomos con carga eléctrica- utilizan canales iónicos, unas proteínas que están en las membranas de las células. Funcionan como compuertas: cuando se abren, el ion puede pasar.
En el caso del cáncer, que es básicamente una enfermedad que ocurre cuando las células crecen y se propagan de forma descontrolada, estos canales iónicos juegan un papel fundamental -explica- ya que "son las que controlan la proliferación y migración de células".
Gracias a investigaciones que comenzó en la década de 1990 el experto y su equipo descubrieron un dato revelador: que las células cancerígenas se tornan agresivas -es decir, que tienden a multiplicarse y propagarse- cuando son "eléctricamente excitables".
"Las células cancerígenas generan un zumbido de actividad eléctrica y esto las hace hiperactivas", explica.
El dato -señala- es muy importante, porque "el problema con el cáncer no es tener un tumor. Puedes vivir con un tumor, siempre y cuando sea local. El problema grande es cuando el cáncer se propaga, un proceso que llamamos metástasis".
El científico descubrió que la clave para frenar ese crecimiento hiperactivo era cerrar las compuertas eléctricas de esas células. Es decir, bloquear los canales iónicos, más específicamente los canales de iones de sodio, que son los responsables de provocar la "excitación electrónica" que promueve el crecimiento del cáncer.
Utilizando fármacos para bloquear esos canales logró frenar la proliferación y propagación de células cancerígenas en animales. Su próximo desafío es realizar pruebas en seres humanos, un proceso mucho más complejo.
Las células cancerígenas se propagan cuando son "eléctricamente excitables".
Sin embargo, sostiene que ya tiene indicios de que la técnica también podría funcionar en personas.
A finales de 2022, William Brackenbury, experto en ciencias biomédicas en la Universidad de York, en Reino Unido, y exestudiante de doctorado de Djamgoz, publicó los resultados de un estudio epidemiológico que analizó información de 53.000 pacientes de cáncer (de tres tipos: mama, próstata y colon).
Unos 150 de esos pacientes también tenían angina crónica, una enfermedad coronaria que se trata usando un medicamento llamado ranolazina, que bloquea los canales de iones de sodio en las condiciones de bajo oxígeno que también se produce en los tumores que crecen.
El trabajo mostró que esas personas que tomaban el bloqueador sobrevivían en promedio un 60% más tiempo que el resto de los pacientes de cáncer que no estaban tomando ese fármaco.
"Los medicamentos como la ranolazina pueden convertir los cánceres agresivos en un estado benigno, es decir, no metastásico, permitiendo a los pacientes vivir con el cáncer de forma crónica, como la diabetes. Esto también elimina los efectos secundarios tóxicos e indeseables de tratamientos como la quimioterapia", señala el experto del Imperial College.
Djamgoz ya patentó su tratamiento contra el cáncer usando un bloqueador de canales de iones de sodio en varios países incluyendo Reino Unido, Japón, Canadá, Australia y Estados Unidos.
Otros usos médicos
Pero la bioelectricidad no solo tiene potencial para la cura del cáncer.
Esa misma "excitación electrónica" que hace que las células cancerígenas se multipliquen, puede ser usada para un fin positivo: curar heridas.
Como explica Adee, se descubrió que las células de la piel "generan un campo eléctrico cuando se lesionan".
"La corriente de la herida llama al tejido circundante, atrayendo ayudantes como agentes curativos, macrófagos para limpiar el desorden y células reparadoras de tejido de colágeno llamadas fibroblastos", señala.
Las heridas generan un campo eléctrico para ayudar a su sanación.
En 2012, el científico Richard Nuccitelli logró medir la corriente eléctrica de heridas y halló que esta aumenta cuando está la lesión, disminuye a medida que la herida sana y vuelve a ser indetectable cuando se completa la curación.
También descubrió que las personas cuya corriente de lesión era débil sanaban más lentamente que las personas cuya corriente de lesión era "más fuerte" y que la fuerza de la corriente de la herida disminuye con la edad, emitiendo una señal que es solo la mitad de fuerte en los mayores de 65 años que en los menores de 25 años, cuenta la experta en su artículo.
Este hallazgo ha llevado a algunos científicos a intentar estimular la electricidad natural del cuerpo para acelerar la sanación de heridas.
Dos estudios publicados en la última década sobre el tratamiento de una de las heridas más difíciles de sanar, las escaras, que afectan especialmente a las personas que están postradas en una cama, mostraron que la estimulación eléctrica "casi duplicó su tasa de curación", cuenta Adee, citando los trabajos de Koel y Hoghton en 2014 y Girgis y Duarte en 2018.
La divulgadora científica señala que incluso hay evidencias de que la misma técnica puede acelerar la curación de huesos fracturados.
¿Por qué no se usa?
Pero la gran pregunta es: si ya hay investigaciones que muestran que la bioelectricidad del cuerpo puede ser alterada para ayudar a curarnos ¿por qué los médicos no están aplicando estas técnicas?
Djamgoz dice que los principales motivos son tres.
"Primero, que la profesión médica es muy conservadora. Toma mucho tiempo para que las ideas cambien. Si tomas, por ejemplo, el caso del cáncer: aún lo tratamos usando quimioterapia, radioterapia y técnicas y métodos de tratamiento que tienen más de 50 años", afirma.
Parte de este conservatismo tiene que ver con el hecho de que "estamos lidiando con la vida humana" -dice- y hay temor a cometer errores.
La quimioterapia se empezó a usar para tratar el cáncer después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero en la práctica, cuando alguien quiere probar "algo que está fuera de lo convencional, la reacción instintiva es oponerse".
"Uno de los motivos por lo que no hay más personas tomando riesgos es que no hay financiamiento. Las personas quieren ir a lo seguro", señala.
Un segundo factor por el que falta inversión en este campo es comercial, dice.
"Las grandes empresas farmacéuticas que desarrollan medicamentos caros no necesariamente quieren este tipo de medicación, que es barata".
El tercer y último motivo que enumera el profesor Djamgoz es más curioso: para usar la bioelectricidad hay que entender un poco de física y "el médico o biólogo promedio le tiene miedo" a esta disciplina científica, asegura.
"Hay casi como un prejuicio... dicen 'Dios mío, esto es física, no lo entiendo'".
Adee cita un estudio de 2019 realizado por la Universidad Goethe de Alemania y la Universidad de Nueva México en EE.UU. que "encontró que la idea de que la electricidad es relevante en biología todavía es demasiado novedosa y contraria a la intuición para una amplia aceptación".
"Incluso cuando los médicos han oído hablar de esto, no saben cómo usarlo", señala.
Dos de los científicos que participaron en ese estudio, que analizó los motivos por los que pocos cirujanos ortopédicos utilizan la estimulación eléctrica para curar fracturas -"a pesar de que funciona tan bien"-, coincidieron con el profesor del Imperial College sobre los primeros dos puntos.
Pero la experta rusa en medicina regenerativa Liudmila Leppik y el cirujano plástico y especialista en ortopedia estadounidense-argentino John Barker dijeron a BBC Mundo que no creían que la falta de conocimiento de los médicos sobre Física sea uno de los problemas.
El problema no son los médicos sino la ausencia de pautas de tratamiento claras y herramientas estandarizadas que se puedan utilizar fácilmente, halló el estudio.
"Yo no creo que ninguno de nosotros, los doctores, entendamos profundamente los mecanismos de cómo funcionan cualquiera de las drogas que les damos a los pacientes, y sin embargo los administramos todos los días", afirmó Barker, quien trabajó por décadas con la estimulación eléctrica y hoy está retirado.
Por su parte, Leppik opinó que "el médico y biólogo promedio estudió Física en la universidad y creo que entiende los conceptos básicos de la electricidad. Pero también entienden lo poco que saben sobre las reacciones celulares a la electricidad".
En ese sentido, el trabajo en el que colaboraron ambos mostró que no existen pautas claras que especifiquen cómo utilizar la electricidad en un consultorio o una mesa de operaciones.
Ni siquiera está claro si se debe usar corriente continua o alterna, cuánto tiempo se debe aplicar y qué tan fuerte debe ser.
Otro factor fundamental que mostró el estudio es que aún no existen herramientas estandarizadas que los médicos pueden usar con sus pacientes.
"Cuestión de tiempo"
A pesar de estas limitaciones, los expertos coinciden sobre el enorme potencial que tiene el campo de la bioelectricidad.
"Es uno de los principales desarrollos que están por suceder. Es solo cuestión de tiempo", predice Djamgoz, quien señala que la financiación para esta área científica está aumentando.
Barker, en tanto, advierte que, aunque el potencial es indudable, la ciencia no suele crecer de forma lineal.
"La electricidad sirve para curar. Punto. Hay muchas investigaciones que lo prueban. Pero hace 40 o 50 años también sabíamos que los autos electrónicos tenían muchas ventajas, y sin embargo tuvo que llegar el loco de Elon Musk, que se jugó invirtiendo en esa industria, para cambiar el stato quo", observa.
Experto cree que el interés por usar la electricidad para usos médicos seguramente crecerá ahora que "está explotando el campo de la microelectrónica".
"No tengo dudas de que será un gran avance. Solo falta que desarrollan un dispositivo fácil de usar".
En las últimas décadas, muchas de las investigaciones científicas que buscaban develar cómo funciona el cuerpo humano se enfocaron en estudiar tres sistemas clave: el genoma, el proteoma y el microbioma.
El primero es la secuencia de ADN que posee cada organismo y que contiene toda su información genética. El segundo, el conjunto de proteínas que fabrican los genes, que son los "ladrillos esenciales" de la vida. Y el tercero es el ecosistema de microorganismos que viven en el cuerpo y son determinantes para la salud.
Ahora está empezando a crecer el interés en otro sistema que es fundamental para la vida, no solo humana sino también de plantas y animales: la red bioeléctrica que hace funcionar a todo organismo, y que algunos científicos han empezado a llamar el "electroma".
"Así como las señales eléctricas sustentan las redes de comunicación del mundo, estamos descubriendo que hacen lo mismo en nuestros cuerpos: la bioelectricidad es la forma en que nuestras células se comunican entre sí", explicó en un reciente artículo en el sitio Nesta la divulgadora científica Sally Adee, una experta en este campo, y autora del libro "Somos eléctricos", que saldrá en febrero.
Según Adee -a quien algunos atribuyen haber acuñado el neologismo "electroma"- "es difícil exagerar cuán total y absolutamente todos tus movimientos, percepciones y pensamientos, y los míos, están controlados por la electricidad".
Entender el electroma es clave, señala, porque interviniendo en el proceso bioeléctrico del cuerpo podemos "arreglarlo cuando algo sale mal, ya sea por trauma, defectos de nacimiento o cáncer".
Cómo funciona
Mustafa Djamgoz, profesor emérito en Biología del Cáncer del Imperial College de Londres, es uno de los primeros científicos que está aplicando la bioelectricidad para tratar esta enfermedad.
Djamgoz, quien también enseña Neurobiología en esa prestigiosa universidad británica, estudia los procesos bioeléctricos del cuerpo desde hace décadas y desde 2019 es el coeditor en jefe de "Bioelectricity", la única revista científica dedicada a este campo.
Pero antes de entender cómo usa la bioelectricidad para tratar el cáncer, BBC Mundo le pidió que explicara qué es y cómo se genera esta corriente en nuestro interior.
"Todos los elementos que tenemos en nuestro cuerpo, por ejemplo, el sodio, el potasio, el calcio, el magnesio y el zinc, atraviesan una reacción química que hace que se separen sus átomos, formando lo que se conoce como iones, que son partículas con carga eléctrica", detalla.
Los iones circulan por nuestras células, generando una corriente eléctrica.
"Los fluidos de nuestro cuerpo están llenos de estos iones. Los de carga opuesta se atraen, los que tiene la misma carga se rechazan. Y al circular por nuestro cuerpo generan una corriente".
El experto aclara que se trata de una corriente de muy baja potencia: apenas 70 milivoltios (una pila AA común tiene 1.500 milivoltios, compara).
Pero la bioelectricidad del cuerpo es esencial para su funcionamiento -dice- ya que es a través de estas señales eléctricas que las distintas partes del cuerpo se comunican.
Ley fundamental
Djamgoz destaca que la red bioeléctrica del cuerpo funciona bajo los mismos principios fundamentales que aplican a todo circuito eléctrico, incluida la ley de Ohm (que establece que el voltaje es equivalente a la corriente multiplicada por la resistencia).
La gran diferencia es que mientras la electricidad tradicional se mueve a lo largo del núcleo conductor dentro de un cable, la bioelectricidad es generada por iones que fluyen a través de la membrana celular (la cubierta).
Dado que la membrana es como un sello, para penetrar en la célula los iones deben atravesar una especie de compuerta: unas proteínas llamadas "canales iónicos", que están incrustados en la membrana.
Cuando fluyen por estos canales se produce la conducción eléctrica.
Al experto le resulta paradójico que el sistema bioeléctrico haya sido mucho menos estudiado que otros que gobiernan el cuerpo, por ejemplo, el genoma, ya que es mucho menos difícil de entender.
"Tenemos 22.000 genes y cada persona tiene una composición genética diferente, es por eso que tenemos medicina personalizada. Pero en la bioelectricidad hay una sola ley fundamental, que aplica para todos", afirma.
También resalta que todas las células y tejidos de nuestro cuerpo -las neuronas, nervios, músculos, cartílagos, intestino, etc- utilizan el mismo proceso para comunicarse.
"Cuando pensamos en las propiedades eléctricas del cuerpo lo primero en lo que pensamos es el cerebro, el corazón y los músculos, pero la realidad es que incluso los microbios en nuestro intestino, el sistema inmunológico y las células cancerígenas generan señales eléctricas", dice.
"La bioelectricidad realmente es una de las fuerzas o mecanismos más fundamentales de la naturaleza", afirma.
El experto en cáncer y neurobiología del Imperial College de Londres, Mustafa Djamgoz, es uno de los pioneros en el uso de la bioelectricidad para tratar enfermedades.
Cáncer
Volviendo a cómo Djamgoz aplica la bioelectricidad para frenar el avance del cáncer, el revolucionario tratamiento que está desarrollando tiene que ver con la forma en que se transmiten las señales eléctricas dentro del cuerpo.
Como ya mencionamos, para entrar y salir de células, los iones -o átomos con carga eléctrica- utilizan canales iónicos, unas proteínas que están en las membranas de las células. Funcionan como compuertas: cuando se abren, el ion puede pasar.
En el caso del cáncer, que es básicamente una enfermedad que ocurre cuando las células crecen y se propagan de forma descontrolada, estos canales iónicos juegan un papel fundamental -explica- ya que "son las que controlan la proliferación y migración de células".
Gracias a investigaciones que comenzó en la década de 1990 el experto y su equipo descubrieron un dato revelador: que las células cancerígenas se tornan agresivas -es decir, que tienden a multiplicarse y propagarse- cuando son "eléctricamente excitables".
"Las células cancerígenas generan un zumbido de actividad eléctrica y esto las hace hiperactivas", explica.
El dato -señala- es muy importante, porque "el problema con el cáncer no es tener un tumor. Puedes vivir con un tumor, siempre y cuando sea local. El problema grande es cuando el cáncer se propaga, un proceso que llamamos metástasis".
El científico descubrió que la clave para frenar ese crecimiento hiperactivo era cerrar las compuertas eléctricas de esas células. Es decir, bloquear los canales iónicos, más específicamente los canales de iones de sodio, que son los responsables de provocar la "excitación electrónica" que promueve el crecimiento del cáncer.
Utilizando fármacos para bloquear esos canales logró frenar la proliferación y propagación de células cancerígenas en animales. Su próximo desafío es realizar pruebas en seres humanos, un proceso mucho más complejo.
Las células cancerígenas se propagan cuando son "eléctricamente excitables".
Sin embargo, sostiene que ya tiene indicios de que la técnica también podría funcionar en personas.
A finales de 2022, William Brackenbury, experto en ciencias biomédicas en la Universidad de York, en Reino Unido, y exestudiante de doctorado de Djamgoz, publicó los resultados de un estudio epidemiológico que analizó información de 53.000 pacientes de cáncer (de tres tipos: mama, próstata y colon).
Unos 150 de esos pacientes también tenían angina crónica, una enfermedad coronaria que se trata usando un medicamento llamado ranolazina, que bloquea los canales de iones de sodio en las condiciones de bajo oxígeno que también se produce en los tumores que crecen.
El trabajo mostró que esas personas que tomaban el bloqueador sobrevivían en promedio un 60% más tiempo que el resto de los pacientes de cáncer que no estaban tomando ese fármaco.
"Los medicamentos como la ranolazina pueden convertir los cánceres agresivos en un estado benigno, es decir, no metastásico, permitiendo a los pacientes vivir con el cáncer de forma crónica, como la diabetes. Esto también elimina los efectos secundarios tóxicos e indeseables de tratamientos como la quimioterapia", señala el experto del Imperial College.
Djamgoz ya patentó su tratamiento contra el cáncer usando un bloqueador de canales de iones de sodio en varios países incluyendo Reino Unido, Japón, Canadá, Australia y Estados Unidos.
Otros usos médicos
Pero la bioelectricidad no solo tiene potencial para la cura del cáncer.
Esa misma "excitación electrónica" que hace que las células cancerígenas se multipliquen, puede ser usada para un fin positivo: curar heridas.
Como explica Adee, se descubrió que las células de la piel "generan un campo eléctrico cuando se lesionan".
"La corriente de la herida llama al tejido circundante, atrayendo ayudantes como agentes curativos, macrófagos para limpiar el desorden y células reparadoras de tejido de colágeno llamadas fibroblastos", señala.
Las heridas generan un campo eléctrico para ayudar a su sanación.
En 2012, el científico Richard Nuccitelli logró medir la corriente eléctrica de heridas y halló que esta aumenta cuando está la lesión, disminuye a medida que la herida sana y vuelve a ser indetectable cuando se completa la curación.
También descubrió que las personas cuya corriente de lesión era débil sanaban más lentamente que las personas cuya corriente de lesión era "más fuerte" y que la fuerza de la corriente de la herida disminuye con la edad, emitiendo una señal que es solo la mitad de fuerte en los mayores de 65 años que en los menores de 25 años, cuenta la experta en su artículo.
Este hallazgo ha llevado a algunos científicos a intentar estimular la electricidad natural del cuerpo para acelerar la sanación de heridas.
Dos estudios publicados en la última década sobre el tratamiento de una de las heridas más difíciles de sanar, las escaras, que afectan especialmente a las personas que están postradas en una cama, mostraron que la estimulación eléctrica "casi duplicó su tasa de curación", cuenta Adee, citando los trabajos de Koel y Hoghton en 2014 y Girgis y Duarte en 2018.
La divulgadora científica señala que incluso hay evidencias de que la misma técnica puede acelerar la curación de huesos fracturados.
¿Por qué no se usa?
Pero la gran pregunta es: si ya hay investigaciones que muestran que la bioelectricidad del cuerpo puede ser alterada para ayudar a curarnos ¿por qué los médicos no están aplicando estas técnicas?
Djamgoz dice que los principales motivos son tres.
"Primero, que la profesión médica es muy conservadora. Toma mucho tiempo para que las ideas cambien. Si tomas, por ejemplo, el caso del cáncer: aún lo tratamos usando quimioterapia, radioterapia y técnicas y métodos de tratamiento que tienen más de 50 años", afirma.
Parte de este conservatismo tiene que ver con el hecho de que "estamos lidiando con la vida humana" -dice- y hay temor a cometer errores.
La quimioterapia se empezó a usar para tratar el cáncer después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero en la práctica, cuando alguien quiere probar "algo que está fuera de lo convencional, la reacción instintiva es oponerse".
"Uno de los motivos por lo que no hay más personas tomando riesgos es que no hay financiamiento. Las personas quieren ir a lo seguro", señala.
Un segundo factor por el que falta inversión en este campo es comercial, dice.
"Las grandes empresas farmacéuticas que desarrollan medicamentos caros no necesariamente quieren este tipo de medicación, que es barata".
El tercer y último motivo que enumera el profesor Djamgoz es más curioso: para usar la bioelectricidad hay que entender un poco de física y "el médico o biólogo promedio le tiene miedo" a esta disciplina científica, asegura.
"Hay casi como un prejuicio... dicen 'Dios mío, esto es física, no lo entiendo'".
Adee cita un estudio de 2019 realizado por la Universidad Goethe de Alemania y la Universidad de Nueva México en EE.UU. que "encontró que la idea de que la electricidad es relevante en biología todavía es demasiado novedosa y contraria a la intuición para una amplia aceptación".
"Incluso cuando los médicos han oído hablar de esto, no saben cómo usarlo", señala.
Dos de los científicos que participaron en ese estudio, que analizó los motivos por los que pocos cirujanos ortopédicos utilizan la estimulación eléctrica para curar fracturas -"a pesar de que funciona tan bien"-, coincidieron con el profesor del Imperial College sobre los primeros dos puntos.
Pero la experta rusa en medicina regenerativa Liudmila Leppik y el cirujano plástico y especialista en ortopedia estadounidense-argentino John Barker dijeron a BBC Mundo que no creían que la falta de conocimiento de los médicos sobre Física sea uno de los problemas.
El problema no son los médicos sino la ausencia de pautas de tratamiento claras y herramientas estandarizadas que se puedan utilizar fácilmente, halló el estudio.
"Yo no creo que ninguno de nosotros, los doctores, entendamos profundamente los mecanismos de cómo funcionan cualquiera de las drogas que les damos a los pacientes, y sin embargo los administramos todos los días", afirmó Barker, quien trabajó por décadas con la estimulación eléctrica y hoy está retirado.
Por su parte, Leppik opinó que "el médico y biólogo promedio estudió Física en la universidad y creo que entiende los conceptos básicos de la electricidad. Pero también entienden lo poco que saben sobre las reacciones celulares a la electricidad".
En ese sentido, el trabajo en el que colaboraron ambos mostró que no existen pautas claras que especifiquen cómo utilizar la electricidad en un consultorio o una mesa de operaciones.
Ni siquiera está claro si se debe usar corriente continua o alterna, cuánto tiempo se debe aplicar y qué tan fuerte debe ser.
Otro factor fundamental que mostró el estudio es que aún no existen herramientas estandarizadas que los médicos pueden usar con sus pacientes.
"Cuestión de tiempo"
A pesar de estas limitaciones, los expertos coinciden sobre el enorme potencial que tiene el campo de la bioelectricidad.
"Es uno de los principales desarrollos que están por suceder. Es solo cuestión de tiempo", predice Djamgoz, quien señala que la financiación para esta área científica está aumentando.
Barker, en tanto, advierte que, aunque el potencial es indudable, la ciencia no suele crecer de forma lineal.
"La electricidad sirve para curar. Punto. Hay muchas investigaciones que lo prueban. Pero hace 40 o 50 años también sabíamos que los autos electrónicos tenían muchas ventajas, y sin embargo tuvo que llegar el loco de Elon Musk, que se jugó invirtiendo en esa industria, para cambiar el stato quo", observa.
Experto cree que el interés por usar la electricidad para usos médicos seguramente crecerá ahora que "está explotando el campo de la microelectrónica".
"No tengo dudas de que será un gran avance. Solo falta que desarrollan un dispositivo fácil de usar".
domingo, 23 de abril de 2023
Fagocitosis de los innovadores
Existe en las instituciones, no solo en las educativas aunque especialmente en ellas, un mecanismo al que me gusta denominar fagocitosis de los innovadores. El lector me dirá si lo ha detectado en la micropolítica de la organización en la que trabaja. Y también podrá pensar si se encuentra entre los verdugos o entre las víctimas.
Tomo la metáfora de la biología. La fagocitosis es un proceso por el cual ciertas células y organismos unicelulares capturan y digieren partículas extrañas. Una célula utiliza su membrana plasmática para engullir una partícula. El fagocito rodea y destruye las bacterias y elimina sustancias extrañas. El término proviene del griego phagein, comer y kytos, ‘célula’.
En las organizaciones hay individuos que engullen, que fagocitan, a quienes consideran personas nocivas para su tranquilidad. Los profesores innovadores hacen propuestas y tienen actitudes que dejan en evidencia a quien no quiere hacer nada. Para defenderse de la exigencia no pueden demostrar que la propuesta innovadora es mala o inútil. Resulta más fácil fagocitar a quien hace la propuesta.
Para destruir a los innovadores utilizan diversos cuchillos que tienen buen filo y resultan muy prácticos para acabar con el riesgo que supone la invitación al trabajo, al compromiso y a la ilusión.
Primer cuchillo: “tiene problemas afectivos”. El innovador (me refiero a hombres y a mujeres) no es que sea un buen profesional y por eso permanece mucho tiempo en la escuela. No. Es que está soltero, no tiene hijos o se está separando y no quiere llegar a su casa. Es una persona rara. El que fagocita le dice al innovador: todos somos raros, menos tú y yo. Incluso tú eres un poco raro.
Segundo cuchillo: “lo que quiere es sobresalir”. Como la propuesta de innovación no se va a pagar, como no se va a acreditar, el fagocitador atribuye al innovador motivos espurios: quiere adular a la inspección o a la dirección, quiere destacar, pretende llamar la atención, eso es lo que le gusta.
Tercer cuchillo: “es de Podemos”. El proceso de etiquetado es el mismo en todas las organizaciones aunque las etiquetas son distintas. En cada contexto funcionan unas u otras. Delo que se trata es de colgarle una que le desacredite.
Cuarto cuchillo: “es un joven (o un viejo) iluso”. Este cuchillo tiene dos filos. Me preocupa más el que pretende matar a los innovadores veteranos. Porque esos jóvenes fagocitadores me resultan patéticos. Ya están quemados y no han visto todavía el fuego. Me hace pensar en acusaciones inquietantes: ¿qué hacéis en la Facultad que salen jóvenes maestros con 22 años y parecería que tienen 122?
Quinto cuchillo: “quiere que le hagan un monumento en el patio”. O que le pongan su nombre a una calle o, como dicen en Argentina, que le den la tiza de oro. El móvil de la propuesta no es la innovación o el bien de los alumnos y de las alumnas sino la vanagloria.
Sexto cuchillo: “eso ya lo hicimos hace muchos años y no valió para nada”. Se invoca la experiencia con ánimo destructivo. Se dice que aquella iniciativa no solo no sirvió para nada sino que fue el origen de un serio conflicto que tardó años en resolverse. Mejor no hacer nada.
Séptimo cuchillo: “ese quiere heredar la escuela”. Acusan al innovador de ambicioso y de fatuo. En definitiva, eso que pretende conseguir no es posible alcanzarlo porque nadie se lo va a agradecer.
Y así podríamos seguir. He llegado a describir más de veinte cuchillos para eliminar a los innovadores, pata arrinconarlos, para desprestigiarlos, para no hacerles caso.
Comprendo que es un grave problema sufrir ataques por querer hacer mejor las cosas, por pretender transformar la realidad. No es que no le apoyen y le reconozcan el mérito al innovador, es que se lo hacen pagar caro. Le sucede al innovador lo que le pasó en la guerra a aquel soldado que cavó una trinchera tan larga que le declararon desertor.
En la cultura de las organizaciones se produce un hecho complementario al de la fagocitosis, que es el de elección de prototipos. Los fagocitadores se convierten en modelos porque no tienen problemas afectivos, no son de Podemos, no son jóvenes (o viejos) ilusos, no pretenden que les hagan un monumento en el patio, no quieren repetir una experiencia fracasada y no quieren heredar la escuela.
Creo que trae cuenta ser un docente innovador por una sencilla razón: va a ser más feliz, va a disfrutar más en la tarea.
Algunas veces me preguntan: ¿qué hacemos con los fagocitadores?, ¿los matamos nosotros? (Metafóricamente, se entiende), No hay que matar a nadie, hay que invitarles a participar en la fiesta del compromiso, del esfuerzo y de la innovación. Y en caso de que no se dejen seducir, siempre se puede seguir el consejo de Voltaire: no hay mayor venganza sobre nuestros enemigos que la de que nos vean felices.
Voy a contar una historia que muestra los intríngulis de este proceso
En una cartería de Valencia los carteros están repartiendo la correspondencia por sectores, bloques, calles y pisos. De pronto, uno de los carteros dice:
– Atención, compañeros, ¿qué hacemos con esta carta?
– ¿Por qué, le preguntan?
– Es que tiene una dirección sorprendente
– ¿Qué dirección es esa?
– La dirección dice: San Antonio de Padua. El cielo.
Uno de ellos pregunta:
¿Tiene remite?
Sí, aquí figura un nombre con sus apellidos y una dirección. Seguro que se trata de un niño que le escribe a San Antonio. Vamos a abrir la carta, a leerla y a contestar a ese niño. Le daremos una sorpresa y se pondrá muy contento.
El cartero abre la carta, la lee y descubre que quien escribe no es un niño, sino un adulto, que le dice a San Antonio que es un trabajador desempleado y que tiene un hijo enfermo. Necesita con urgencia que le mande cien euros porque tiene que comprarle unas medicinas y no tiene dinero ni otra forma de conseguirlo.
El cartero, que es una buena persona, dice que cien euros es una cantidad grande para uno solo pero que, como son muchos, les propone dejar una pequeña cantidad. El la recogerá y la enviará en un sobre a la dirección que figura en el remite.
Cuando acaba el trabajo ve que los compañeros han dejado setenta euros, él mira en su cartera y ve que tiene diez euros. Setenta y diez ochenta. Como el autor de la carta pide el dinero con urgencia, decide no esperar. Mete el dinero en un sobre, escribe la dirección que figura en el remite y, sin ningún comentario, le manda la carta al remitente.
Pasan dos meses y otro cartero lee en un sobre la dirección de marras: San Antonio de Padua. El cielo. Algunos no se acuerdan ya de la historia, pero alguien sugiere que va a ser aquel trabajador que al que enviaron el dinero. Y con seguridad les dará las gracias. Abren la carta. Y leen en voz alta:
Querido San Antonio: ya sabía yo que no me ibas a fallar. Te quiero dar las gracias por el dinero que me has mandado y que me permitió comprar las medicinas para mi hijo que, por cierto, se ha curado. Pero te voy a dar un consejo: cuando mandes dinero a tus devotos no se te ocurra volver a mandarlo a través de las oficinas de correos porque los muy ladrones me han robado veinte euros de los que tú me mandaste
El Adarve.
Tomo la metáfora de la biología. La fagocitosis es un proceso por el cual ciertas células y organismos unicelulares capturan y digieren partículas extrañas. Una célula utiliza su membrana plasmática para engullir una partícula. El fagocito rodea y destruye las bacterias y elimina sustancias extrañas. El término proviene del griego phagein, comer y kytos, ‘célula’.
En las organizaciones hay individuos que engullen, que fagocitan, a quienes consideran personas nocivas para su tranquilidad. Los profesores innovadores hacen propuestas y tienen actitudes que dejan en evidencia a quien no quiere hacer nada. Para defenderse de la exigencia no pueden demostrar que la propuesta innovadora es mala o inútil. Resulta más fácil fagocitar a quien hace la propuesta.
Para destruir a los innovadores utilizan diversos cuchillos que tienen buen filo y resultan muy prácticos para acabar con el riesgo que supone la invitación al trabajo, al compromiso y a la ilusión.
Primer cuchillo: “tiene problemas afectivos”. El innovador (me refiero a hombres y a mujeres) no es que sea un buen profesional y por eso permanece mucho tiempo en la escuela. No. Es que está soltero, no tiene hijos o se está separando y no quiere llegar a su casa. Es una persona rara. El que fagocita le dice al innovador: todos somos raros, menos tú y yo. Incluso tú eres un poco raro.
Segundo cuchillo: “lo que quiere es sobresalir”. Como la propuesta de innovación no se va a pagar, como no se va a acreditar, el fagocitador atribuye al innovador motivos espurios: quiere adular a la inspección o a la dirección, quiere destacar, pretende llamar la atención, eso es lo que le gusta.
Tercer cuchillo: “es de Podemos”. El proceso de etiquetado es el mismo en todas las organizaciones aunque las etiquetas son distintas. En cada contexto funcionan unas u otras. Delo que se trata es de colgarle una que le desacredite.
Cuarto cuchillo: “es un joven (o un viejo) iluso”. Este cuchillo tiene dos filos. Me preocupa más el que pretende matar a los innovadores veteranos. Porque esos jóvenes fagocitadores me resultan patéticos. Ya están quemados y no han visto todavía el fuego. Me hace pensar en acusaciones inquietantes: ¿qué hacéis en la Facultad que salen jóvenes maestros con 22 años y parecería que tienen 122?
Quinto cuchillo: “quiere que le hagan un monumento en el patio”. O que le pongan su nombre a una calle o, como dicen en Argentina, que le den la tiza de oro. El móvil de la propuesta no es la innovación o el bien de los alumnos y de las alumnas sino la vanagloria.
Sexto cuchillo: “eso ya lo hicimos hace muchos años y no valió para nada”. Se invoca la experiencia con ánimo destructivo. Se dice que aquella iniciativa no solo no sirvió para nada sino que fue el origen de un serio conflicto que tardó años en resolverse. Mejor no hacer nada.
Séptimo cuchillo: “ese quiere heredar la escuela”. Acusan al innovador de ambicioso y de fatuo. En definitiva, eso que pretende conseguir no es posible alcanzarlo porque nadie se lo va a agradecer.
Y así podríamos seguir. He llegado a describir más de veinte cuchillos para eliminar a los innovadores, pata arrinconarlos, para desprestigiarlos, para no hacerles caso.
Comprendo que es un grave problema sufrir ataques por querer hacer mejor las cosas, por pretender transformar la realidad. No es que no le apoyen y le reconozcan el mérito al innovador, es que se lo hacen pagar caro. Le sucede al innovador lo que le pasó en la guerra a aquel soldado que cavó una trinchera tan larga que le declararon desertor.
En la cultura de las organizaciones se produce un hecho complementario al de la fagocitosis, que es el de elección de prototipos. Los fagocitadores se convierten en modelos porque no tienen problemas afectivos, no son de Podemos, no son jóvenes (o viejos) ilusos, no pretenden que les hagan un monumento en el patio, no quieren repetir una experiencia fracasada y no quieren heredar la escuela.
Creo que trae cuenta ser un docente innovador por una sencilla razón: va a ser más feliz, va a disfrutar más en la tarea.
Algunas veces me preguntan: ¿qué hacemos con los fagocitadores?, ¿los matamos nosotros? (Metafóricamente, se entiende), No hay que matar a nadie, hay que invitarles a participar en la fiesta del compromiso, del esfuerzo y de la innovación. Y en caso de que no se dejen seducir, siempre se puede seguir el consejo de Voltaire: no hay mayor venganza sobre nuestros enemigos que la de que nos vean felices.
Voy a contar una historia que muestra los intríngulis de este proceso
En una cartería de Valencia los carteros están repartiendo la correspondencia por sectores, bloques, calles y pisos. De pronto, uno de los carteros dice:
– Atención, compañeros, ¿qué hacemos con esta carta?
– ¿Por qué, le preguntan?
– Es que tiene una dirección sorprendente
– ¿Qué dirección es esa?
– La dirección dice: San Antonio de Padua. El cielo.
Uno de ellos pregunta:
¿Tiene remite?
Sí, aquí figura un nombre con sus apellidos y una dirección. Seguro que se trata de un niño que le escribe a San Antonio. Vamos a abrir la carta, a leerla y a contestar a ese niño. Le daremos una sorpresa y se pondrá muy contento.
El cartero abre la carta, la lee y descubre que quien escribe no es un niño, sino un adulto, que le dice a San Antonio que es un trabajador desempleado y que tiene un hijo enfermo. Necesita con urgencia que le mande cien euros porque tiene que comprarle unas medicinas y no tiene dinero ni otra forma de conseguirlo.
El cartero, que es una buena persona, dice que cien euros es una cantidad grande para uno solo pero que, como son muchos, les propone dejar una pequeña cantidad. El la recogerá y la enviará en un sobre a la dirección que figura en el remite.
Cuando acaba el trabajo ve que los compañeros han dejado setenta euros, él mira en su cartera y ve que tiene diez euros. Setenta y diez ochenta. Como el autor de la carta pide el dinero con urgencia, decide no esperar. Mete el dinero en un sobre, escribe la dirección que figura en el remite y, sin ningún comentario, le manda la carta al remitente.
Pasan dos meses y otro cartero lee en un sobre la dirección de marras: San Antonio de Padua. El cielo. Algunos no se acuerdan ya de la historia, pero alguien sugiere que va a ser aquel trabajador que al que enviaron el dinero. Y con seguridad les dará las gracias. Abren la carta. Y leen en voz alta:
Querido San Antonio: ya sabía yo que no me ibas a fallar. Te quiero dar las gracias por el dinero que me has mandado y que me permitió comprar las medicinas para mi hijo que, por cierto, se ha curado. Pero te voy a dar un consejo: cuando mandes dinero a tus devotos no se te ocurra volver a mandarlo a través de las oficinas de correos porque los muy ladrones me han robado veinte euros de los que tú me mandaste
El Adarve.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)