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sábado, 12 de diciembre de 2009

Empleo público como parte de la solución

El economista Paul Krugman publicó recientemente un artículo en el NEW YORK TIMES en el que criticaba a la Administración Obama por su programa de recuperación económica que, casi palabra por palabra, podría haberse aplicado a la Administración Zapatero. Escribía Krugman que muchas de las medidas tomadas por la Administración Obama habían sido buenas medidas para estimular la recuperación económica (y lo mismo puede decirse del Presidente Zapatero). Krugman aplaudía, por ejemplo, las facilidades fiscales dadas a las industrias ecológicas, que permitirían cambiar la orientación productiva hacia áreas necesarias y prometedoras, disminuyendo el peso centralizado que ha tenido la industria de la construcción en estimular el crecimiento económico de EEUU en los últimos años (un tanto semejante podría decirse de las propuestas del Presidente Zapatero, que incluyen también medidas muy positivas en esta dirección). Los aplausos de Krugman a tales propuestas de Obama iban acompañados de duras críticas a las propuestas del Partido Republicano, que se centraban en bajadas de impuestos (sobre todo de las rentas superiores) y reducción muy significativa del gasto y empleo público, medidas que empeorarían sustancialmente la situación económica. De nuevo una crítica semejante podría hacerse de las medidas económicas propuestas por el Partido Popular, que transmiten una falta de entendimiento muy preocupante de lo que está ocurriendo en la economía española. Su fundamentalismo liberal, carente de la mínima autocrítica, motiva a aquel partido a promover las mismas políticas que han llevado a la economía española a la situación actual. Su énfasis en la desregulación del mercado de trabajo y de los mercados financieros, y la reducción de impuestos y al gasto público, son la expresión de un proyecto económico y político basado en la fe y el dogma, ignorando que son las políticas promovidas por economistas liberales las responsables de la crisis actual.

Pero que los republicanos en EEUU y el PP aquí tengan unas propuestas que empeorarían todavía más la situación económica no quiere decir que los gobiernos Obama y Zapatero estén haciendo todo lo que debiera hacerse para salir de la crisis...

...debe invertirse mucho más creando empleo en las áreas más deficitarias de empleo público en España, que son sanidad, educación, escuelas de infancia, servicios domiciliarios, servicios sociales, y un largo etcétera. En contra de lo que los liberales están promoviendo (ayudados por los medios de información y persuasión liberales, que son muchos), el estado y el empleo público está poco desarrollado en España. Y los datos lo muestran claramente. España es el país de la UE-15 que tiene un porcentaje menor de personas adultas trabajando en tales servicios públicos. La imagen que se promueve por los medios liberales de que el sector público es excesivo y que su peso está dificultando la recuperación económica, no se sustenta a la luz de los datos. Sector por sector, el porcentaje de la población trabajando en tales servicios, es inferior al promedio de la UE-15.

... las economías más eficientes y competitivas de Europa son las escandinavas (enraizadas en la tradición socialdemócrata, un tanto olvidada en el sur de Europa) que se caracterizan por un elevado nivel de cohesión y protección social, con un elevado empleo público.

Debido al enorme dominio del pensamiento (y dogma) liberal se ha extendido la creencia de que en estos momentos de crisis debiera reducirse el sector y empleo público. Estas medidas son precisamente lo opuesto a lo que debiera hacerse. La preocupación de reducir el déficit público se basa en una lectura errónea de las causas del déficit. No es el déficit el que ralentiza el crecimiento económico. Todo lo contrario. Es el escaso crecimiento económico el que crea el déficit. La mejor manera de reducir el déficit es estimulando el crecimiento económico...

Leer todo el artículo de Vicenç Navarro

miércoles, 1 de julio de 2015

Quebrar a Grecia. Paul Krugman

28/06/15

Me he mantenido prudentemente callado en relación con Grecia: no quería gritar “¡Grexit”! en un teatro lleno a rebosar. Pero dadas las informaciones sobre las negociaciones en Bruselas, algo hay que decir: ¿qué se creen los acreedores, y en particular el FMI, que están haciendo?

Esta tendría que ser una negociación sobre objetivos de superávit primario y, luego, sobre una reducción de la deuda que eliminara la perspectiva de interminables crisis futuras. Y el gobierno griego ha aceptado lo que en realidad son objetivos de superávit bastante altos, habida cuenta especialmente de que el presupuesto se hallaría ya en una situación de enorme superávit primario si la economía no estuviera deprimida. Pero los acreedores mantienen su rechazo a las propuestas de Grecia aduciendo que se basan demasiado en impuestos y demasiado poco en recortes de gastos. De modo que estamos todavía por la labor de dictarles la política interior.

La pretendida razón para rechazar una propuesta basada en los impuestos es que dañaría el crecimiento. La obvia respuesta es: ¿están de cachondeo? Los tipos que manifiestamente han fracasado a la hora de ver el daño que podría hacer la austeridad –vean la imagen que compara las proyecciones hechas en el acuerdo de 2010 con la realidad—, esos mismos tipos ¿pretenden impartir ahora lecciones de crecimiento? Además, las preocupaciones por el crecimiento son todas del lado de la oferta ¡en una economía que funciona con toda seguridad al menos un 20% por debajo de su capacidad!

Si hablas con la gente del FMI te dirán que es imposible tratar con Syriza, el hartazgo que les produce su grandilocuencia, etc., etc. Pero no estamos en un instituto de enseñanza secundaria aquí. Y precisamente ahora son los acreedores, harto más que los griegos, quienes están alterando las reglas del juego. ¿Qué está pasando? ¿El objetivo es quebrar Syriza? ¿Forzar a Grecia a una bancarrota presumiblemente desastrosa para desanimar a otros?

Llegó la hora de dejar de hablar de “Grecaccidente”; si ocurre un “Grexit”, será porque los acreedores, o al menos el FMI, lo quisieron.

Paul Krugman, Premio Nobel de economía 2008.
Fuente: Traducción para www.sinpermiso.info : Mínima Estrella
En este blog:
http://verdecoloresperanza.blogspot.com.es/2011/11/carta-abierta-de-mikis-theodorakis-y.html#links

martes, 15 de mayo de 2012

Krugman vaticina el fin del euro y ve posible el ‘corralito’ bancario en España

El Nobel de Economía Paul Krugman, convertido en azote de quienes pretenden salir de la crisis a base únicamente de austeridad y recortes, advierte en un post publicado este pasado fin de semana que “es muy posible” que Grecia abandone el euro el próximo mes. En caso de que se cumpla esta posibilidad, que en su opinión y la de otros como el Der Spiegel o incluso el Financial Times (enlace con suscripción), medio que está en las antípodas de Krugman, ya no es tan extrema, cundiría el pánico entre el resto de la periferia. Este es el panorama que se avecina según afirma Krugman en su post, cuyo texto íntegro se reproduce a continuación:
"Algunos de nosotros hemos estado hablando del tema, y creemos que el final del juego será algo como esto:
1. Salida griega del euro, muy posiblemente el próximo mes.
2. Cuantiosas retiradas de fondos de los bancos españoles e italianos, a medida que los depositantes tratan de llevar su dinero a Alemania.
3a. Tal vez, solo posiblemente, se impondrán controles de facto, con los bancos prohibiendo transferir depósitos fuera del país y limitando la retirada de dinero en efectivo.
3b. Alternativamente, o tal vez a la vez, el BCE realizará fuertes inyecciones de crédito para evitar el derrumbe de los bancos.
4a. Alemania tiene una elección. Aceptar indirectamente las reclamaciones que se hacen sobre Italia y España —además de realizar una drástica revisión de su estrategia— básicamente, para darle a España alguna esperanza y poner en marcha garantías a la deuda para mantener bajos los costes de endeudamiento y permitir una mayor inflación en la eurozona para posibilitar el ajuste de precios relativos, o:
4b. Fin del euro. Y estamos hablando de meses, no de años, para que esto ocurra”.
De EL PAÍS Madrid 14 MAY 2012.

miércoles, 15 de julio de 2009

Aquel espectáculo de los años treinta. PAUL KRUGMAN .


El análisis que Krugman, propone en este artículo viene bien, salvando las distancias, a la situación en España. El paro aumenta y a las asociaciones empresariales e incluso al Banco de España, como vimos en una entrada anterior, no se le ocurren otras cosas que "facilitar el despido", dicho sin eufemismos, que el despedir les salga gratis. Y, además, se pide bajar los sueldos. Ello causaría a medio y corto plazo una mayor caída de consumo y por lo tanto una espiral de mayor crisis, mayor despido, caída del consumo, y así sucesivamente. Lo que es bueno para los trabajadores lo es para la economía nacional, aunque para el empresario particular le venga muy bien la posibilidad de despedir y liquidar su empresa sin costos. Krugman lo explica bien en su artículo aparecido en el País del domingo.

Krugman en la Universidad de Princeton.
Perfecto, el último informe sobre el mercado laboral no deja lugar a dudas. Vamos a necesitar más estímulo. ¿Pero lo sabe el presidente? Hagamos cuentas. Desde que empezó la recesión, la economía estadounidense ha perdido 6,5 millones de puestos de trabajo, y como corroboraba ese pesimista informe sobre el empleo, sigue perdiéndolos a gran velocidad. Si tenemos en cuenta los 100.000 nuevos puestos de trabajo mensuales que necesitamos para adaptarnos al crecimiento de la población, tenemos un agujero aproximado de 8,5 millones de empleos.

Y cuanto más crezca el agujero, más nos costará salir de él. Las cifras de empleo no eran lo único malo en el informe del martes, que también demostraba que los salarios están estancados y posiblemente a punto de experimentar un rotundo descenso. Es la receta para caer en la deflación al estilo japonés, que es muy difícil de superar. ¿Alguien quiere una década perdida?

Un momento, hay más malas noticias: la crisis fiscal de los Estados. A diferencia del Gobierno federal, a los Estados se les exigen presupuestos equilibrados. Y enfrentados a una drástica caída de ingresos, la mayoría está preparando salvajes recortes presupuestarios, muchos de ellos a expensas de los más vulnerables. Aparte de crear directamente mucha miseria, estos recortes deprimirán aún más la economía.

¿Y qué tenemos para contrarrestar esta espeluznante perspectiva? Tenemos el plan de estímulo de Obama, cuyo objetivo es crear 3,5 millones de puestos de trabajo de aquí a finales del próximo año. Es mucho mejor que nada, pero ni mucho menos suficiente. Y no parece que haya muchas cosas más. ¿Recuerdan el plan del Gobierno de reducir drásticamente la tasa de ejecuciones hipotecarias, o su plan de conseguir que los bancos vuelvan a prestar retirando los activos tóxicos de sus balances contables? Yo tampoco.

Todo esto le resulta deprimentemente familiar a cualquiera que haya estudiado la política económica estadounidense de la década de 1930. De nuevo un presidente demócrata ha conseguido que se aprueben políticas de creación de empleo que suavizarán la caída, pero que no son suficientemente audaces como para producir una recuperación total. De nuevo buena parte del estímulo federal se ve eclipsado por los recortes presupuestarios a escala estatal y local.

¿Quiere esto decir que no hemos aprendido de la historia y estamos, por lo tanto, destinados a repetirla? (Para seguir leyendo, clik en el titular)

martes, 30 de octubre de 2012

PAUL KRUGMAN PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA “Antes del Nobel ya era arrogante”

Blog de Paul Krugman
Pregunta. ¿No es pesadísimo ser gurú?
Respuesta. Sí. Mi mujer y yo acabamos de pasar diez días en Inglaterra sin que nadie supiéra dónde estábamos, y para que a nadie se le ocurriera pedirme un comentario sobre nada.

P. ¿Es el enfant térrible de la economía?
R. Tengo 59 años. Estoy ya en una edad mediana, incluso madurita. O sea que espero que ya nadie piense que soy un enfant térrible.

P. Dedicó su último libro a los parados. ¿No le agradecerían más una pequeña aportación económica, un detallito?
R. Bueno, hago lo mío, pago mis impuestos, doy para obras de caridad, y la dedicatoria es para gente que yo conozco que no tiene trabajo.

P. ¿Se le ha subido el Nobel a la cabeza?
R. Antes del premio ya era arrogante. Espero no serlo aún más.

P. “Gente como yo, que tal vez no hayamos acertado siempre, hemos acumulado un espléndido historial durante los últimos cinco años”. Pues veo cero problemas de autoestima.
R. Pero yo estaba hablando de una escuela de pensamiento, no de mí. De todo un grupo, unos veinte, y lo que digo es que mi teoría es certera, el pensamiento es el correcto, no que yo sea el más listo de la clase.

P. La introducción de su libro dice: “Y ahora, ¿qué hacemos?” ¿Me aconseja leerlo o ir a una echadora de cartas para que me lo aclare?
R. Quiero pensar que yo sé más que ella, aunque depende de la señora a la que vaya.. Pero en el libro argumento mi tesis. Y quiero añadir que odio el argumento de autoridad, que la gente se crea superior por haber obtenido un premio.

P. Creo que destaca por su capacidad de predicción. No me voy de aquí sin que me dé una fecha para salir de esto.
R. En Europa, desde luego, la toma de decisiones es cuestión de meses, no más. Ahora, por dónde irán los tiros no se lo sé decir.

P. Pues creo que debería cambiar de bola de cristal.
R. Bien [ríe]. Si quiere una predicción detallada, entonces sí es mejor que vaya a la señora que le echa las cartas.

P. Fue consejero económico de Reagan. Algo le tocará de su culpa.
R. Sí, aquello fue bastante divertido. Yo, funcionario de alto nivel, con tarea más bien burocrática, era ya conocido como demócrata, y me encargaba de la asesoría económica internacional. Trabajaba conmigo Larry Summers, también demócrata identificado, que llevaba la economía nacional. Era gracioso. Demócratas ambos.

P. Pues yo creía que sus críticas al neoliberalismo eran para hacerse perdonar esa etapa.
R. Bueno, no he cambiado mucho desde entonces. Lo que sí demuestra esto es que el mundo económico en Estados Unidos es un pañuelo, porque Larry Summers y yo nos conocemos desde 1982 y tenemos desde siempre una rivalidad amistosa.

P. ¿Merkel es la bruja del cuento?
R. Yo creo que ella no importa para nada. Hace lo que haría cualquier canciller alemán. El problema no es Merkel, sino Alemania.

P. ¿Y tiene más peligro ella o el BCE?
R. Bueno, yo tengo más esperanzas en el Banco Central Europeo, en que llegue a ser más flexible y de más ayuda. Conozco a Draghi desde que era estudiante en el MIT.

P. Ha dicho que España necesita menos austeridad y más crecimiento. ¿Por qué no invita a un café a Rajoy y se lo cuenta?
R. Él no puede hacer mucho, Puede relajar un poco la política de recortes. Pero la respuesta la tiene Merkel.

P. ¿Defiende que la inflación es la última playa?
R. No es que sea la última playa. Europa necesita inflación. España, no. Lo que necesita es que la tenga Alemania.

P. ¿Tiene en su casa un altarcillo dedicado a Keynes?
R. La gente sigue diciendo esto de mí, pero no dedico culto a Keynes. Era una mente brillante que dijo cosas muy acertadas, y escribía muy bien. Pero también pienso que se equivocó en otras cosas.
... Leer más en El País. Ver su web aquí.

jueves, 8 de marzo de 2012

Krugman advierte de que la austeridad en España "reforzará la espiral descendente"

"España no entró en esta crisis por ser fiscalmente irresponsable", defiende.
Paul Krugman dedica el último artículo de su blog en el periódico estadounidense The New York Times a España, el país que considera es la quintaesencia de la crisis del euro. En el breve texto, el Nobel de Economía alaba la decisión del presidente Mariano Rajoy de desafiar a Bruselas a la hora de optar por un objetivo de déficit superior al marcado por la Comisión Europea (anunció que perseguirían cerrar 2012 en el 5,8%, y no del 4,4%). Según Kugman, perseguir más austeridad, sería erróneo, ya que agravaría más la "espiral descendente" de la economía".
"Siempre he considerado a España, no a Grecia, el país de la crisis por excelencia. Con el Gobierno de Rajoy eludiendo -con razón- el aumento de la austeridad, la atención se centra ahora donde sin duda debería haber estado todo el tiempo". Así comienza el post que Krugman dedica a la economía española.
El economista estadounidense acompaña el comentario con un gráfico donde compara el porcentaje de deuda respecto al PIB de España y de Alemania entre 1999 y 2011. Los datos, que reflejan que el endeudamiento de España ha sido durante todo el periodo muy inferior al de Alemania, explican según Krugman "la maldad esencial del enfoque de la política europea en su conjunto se convierte en algo totalmente evidente. España no entró en esta crisis por ser fiscalmente irresponsable", opina. Añade además, dirigido a todos aquellos que apuntan a que el superávit español antes de la crisis estaba hinchado por la burbuja, que "Martin Wolf, señala que en su momento el FMI consideró que el superávit era estructural"...
Leer todo el artículo en El País.
Bien, nuestra clase dominante parece que opta por soluciones que llevan a más crisis,... ¿Y la clase trabajadora, se porta tan mal como para no fiarse de ella y entregar la llave de las relaciones laborales, después de años de lucha por humanizarla, a los empresarios, como ha hecho la reciente Reforma Laboral del PP? Según el informe publicado por USA y colgado en este blog parece, que en contra de los estereotipos interesados y engañosos, no es para nada así, sino más bien una clase ejemplar que muchos países quisieran y quieren y por eso se llevan a nuestros jóvenes suficientemente preparados y muy trabajadores.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Libres para morir

Ya en 1980, los Estados Unidos comenzaba a hacer políticas de derecha, y entoncs Milton Friedman prestó su voz para facilitar el cambio con la famosa serie de televisión "Libre para elegir." En un episodio tras otro, el genial economista identificaba el "laissez-faire" (dejar hacer) con la "elección personal y la autonomía", una visión optimista de la que se hizo eco y amplificaba Ronald Reagan.
Pero eso era entonces. Hoy en día, "la libertad de elegir" se ha convertido en "la libertad de morir."
Me refiero, como ya habréis adivinado, a lo que ocurrió el lunes durante el debate presidencial del Partido Republicano. Wolf Blitzer de la CNN le preguntó Ron Paul lo que se debe hacer si un hombre de 30 años de edad, que "optó" por no adquirir un seguro de salud y se encontraba de repente en la necesidad de seis meses de cuidados intensivos. El Sr. Paul respondió: "Eso es de lo que trata la libertad. Tomar sus propios riesgos". Mr. Blitzer le presionó de nuevo, preguntando si "La sociedad debería dejarle morir". Y la multitud estalló en aplausos y gritos de "¡Sí!"
El incidente puso de manifiesto algo que no creo que la mayoría de los comentaristas políticos hayan asimilado completamente: en este punto, las diferentes visiones morales es fundamental acerca de la política estadounidense.
Ahora, hay dos cosas que ustedes deben saber sobre el intercambio Blitzer-Paul. La primera es que después de la intervención de la multitud, el Sr. Paul básicamente trató de evadir la pregunta, afirmando que del buen corazón de los médicos y las personas caritativas siempre se aseguraba el que la gente recibiera la atención que necesitaban - o al menos lo harían si no hubieran sido corrompida por el estado de bienestar. Lo sentimos, pero eso es una fantasía. Las personas que no pueden pagar la atención médica esencial, a menudo no lo consigue siempre - y, a veces, como resultado de ello mueren.
La segunda es que muy pocos de los que mueren por falta de buscar la atención médica como individuo hipotético según el señor Blitzer, son quienes pueden y debían haber comprado un seguro. En realidad, la mayoría de los estadounidenses sin seguro médico es porque tienen bajos ingresos y no pueden pagar un seguro, o son rechazados por las aseguradoras, ya que tienen enfermedades crónicas.
Por lo que la gente de la derecha esté dispuesta a permitir que aquellos que no tengan seguro médico por causas ajenas, lleguen a su propia muerte por falta de atención. La respuesta, basada en la historia reciente, es un rotundo "¡Sí!"
Piense, en particular, en los niños.
El día después del debate, la Oficina del Censo publicó sus últimas estimaciones sobre ingresos, pobreza y seguro médico. El panorama general era terrible: la debilidad de la economía sigue causando estragos en las vidas de los estadounidenses. Un punto, sin embargo, relativamente brillante, fue la atención de salud para los niños: el porcentaje de niños sin cobertura de salud fue menor en 2010 que antes de la recesión, en gran parte gracias a la expansión del Programa Estatal de Seguro de Salud de 2009.
Y la razón para ese programa se amplió en 2009, pero no antes, por supuesto, ya que el ex presidente George W. Bush bloqueó los intentos anteriores para cubrir a más niños, con los aplausos de muchos en la derecha. ¿He mencionado que uno de cada seis niños en Texas no tiene seguro médico, la segunda tasa más alta de la nación?
Por lo tanto la libertad de morir se extiende, en la práctica, a los niños, así como a la imprevisión y a la mala suerte. Y aceptamos por el derecho, la noción de señales de un cambio importante en la naturaleza de la política estadounidense.
En el pasado, los conservadores aceptaron la necesidad de un gobierno-red de seguridad proporcionada por razones humanitarias. No es de mí, es de Friedrich Hayek, el héroe intelectual conservador, quien, expresamente declaraba en "Camino de servidumbre" su apoyo a "un sistema integral de seguridad social" para proteger a los ciudadanos contra "los peligros comunes de la vida ", y destacó, como uno de ellos, la salud en particular.
Dada la conveniencia de acordar proteger a los ciudadanos contra la peor, la pregunta se convirtió en una más de los temas de costos y beneficios. Y el cuidado de la salud era una de esas áreas en las que incluso los conservadores están dispuestos a aceptar la intervención gubernamental en nombre de la compasión, dada la clara evidencia de que la cobertura de los no asegurados, de hecho, no cuesta mucho dinero. Como muchos observadores han señalado, el plan de atención de salud de Obama se basa en gran medida en los planes republicanos del pasado, y es prácticamente idéntica a la reforma de salud de Mitt Romney en Massachusetts.
Ahora, sin embargo, la compasión está de moda - de hecho, la falta de compasión se ha convertido en una cuestión de principio, al menos entre la base del Partido Republicano.
Y lo que esto significa es que el conservadurismo moderno es en realidad un movimiento muy radical, que es hostil a la clase de sociedad que hemos tenido durante las últimas tres generaciones - es decir, una sociedad que, a través del gobierno, trata de mitigar algunos de los "peligros comunes de la vida" a través de programas como el Seguro Social, seguro de desempleo, Medicare y Medicaid.
¿Están dispuestos los electores a aceptar un rechazo radical de la clase de Estados Unidos en la que todos hemos crecido? Supongo que lo sabremos el próximo año. PAUL KRUGMAN. 15 de septiembre 2011. NYT. Traducción y Foto propia (desfiladero de la Hermida, Cantabria).

miércoles, 16 de enero de 2019

Por qué conviene tener una economía mixta. Paul Kugman

La mente es algo terrible que perder, sobre todo si se trata de la mente del presidente de Estados Unidos. No obstante, creo que necesito tomarme un descanso de debatir ese tema.

Así que vamos a hablar sobre algo totalmente distinto y probablemente irrelevante para Trump.

Me han preguntado en varias entrevistas recientes si el capitalismo ha llegado a un callejón sin salida y si es necesario cambiar a algo más. Nunca estoy seguro de qué piensan los entrevistadores cuando hacen esa pregunta y sospecho que ellos tampoco. No creo que estén hablando sobre planificación central o una economía centralizada, que todos consideran que está desacreditada. Tampoco he visto siquiera una propuesta inverosímil de un sistema descentralizado que no dependa de los incentivos económicos por precios y el interés propio: por ejemplo, una economía de mercado con propiedad privada, que muchos considerarían capitalismo.

Así que tal vez esté falto de imaginación, pero parece ser que las únicas opciones siguen siendo los mercados o un sistema de control público, tal vez con algo de descentralización, pero que aún sería más o menos aquello a lo que solíamos referirnos como socialismo. Y, pues, casi todos piensan que el socialismo está desacreditado o les ponen la etiqueta de socialista a cuestiones —como los programas de seguridad social— que no son a lo que solíamos referirnos cuando usábamos esa palabra.

No obstante, me he estado preguntando exactamente qué tan desacreditado está el socialismo. Es cierto, ahora nadie se imagina que lo que el mundo necesita es la segunda llegada del comité de planificación central soviética Gosplán, pero ¿acaso ya determinamos que los mercados son la mejor forma de hacerlo todo? ¿Realmente deberíamos hacerlo todo a través del sector privado? No lo creo.

De hecho, hay algunas áreas, como la educación, en las que es evidente que al sector público le va mejor en la mayoría de los casos, y otras, como los servicios médicos, en las que el argumento para recurrir a la empresa privada es muy débil. Esos dos sectores en conjunto son bastante grandes.

En otras palabras, aunque el comunismo fracasó, todavía hay un muy buen argumento a favor de una economía mixta en la cual la propiedad y el control público podrían ser un componente importante, si bien no mayoritario de la mezcla. Al hacer un cálculo muy general encuentro que, dado lo que sabemos sobre el desempeño económico, es posible imaginar una economía bastante eficiente que sea dos tercios capitalista y un tercio propiedad pública; es decir, algo que podríamos denominar más o menos algo socialista.

Llegué a la conclusión de ese reparto de dos tercios a partir de los datos del empleo en Estados Unidos. Lo que salta a la vista es que incluso ahora, con toda la privatización que ha tenido lugar, el gobierno estadounidense a varios niveles da empleo a aproximadamente el quince por ciento del las personas en el mercado laboral: casi la mitad en el sector educativo, otra gran parte en los servicios médicos y, por último, en una combinación de servicios y gestión públicos.

Si revisamos las cifras del empleo en el sector privado de Estados Unidos, encontramos que otro quince por ciento de la mano de obra se emplea en la educación, la salud y la asistencia social. Ahora, una gran parte de ese empleo se paga con fondos públicos; piénsenlo, por ejemplo, como los dólares del sistema Medicare (para cobertura a personas en situación de pobreza) que se gastan en hospitales privados. Casi todo el resto se paga a cuenta de aseguradoras privadas, que en Estados Unidos existen como lo hacen en la actualidad solo gracias a enormes subsidios y regulación.

No hay razón para pensar que el sector privado ejecuta esas actividades mejor que el público. Las aseguradoras privadas obviamente no proveen un servicio que no pueda proporcionar un seguro de salud nacional tal vez más barato. Los hospitales privados obviamente no son ni mejores ni más eficientes que los públicos. La educación privada es, de hecho, una zona de desastre.

Así que es posible imaginar una economía en la que gran parte de la educación, la salud y la asistencia social en general, que actualmente está en el sector privado, se vuelva pública y en la que la mayoría de la gente esté casi tan bien como está ahora.

Existen otras actividades privadas que bien podrían ser públicas. Los servicios como la electricidad se regulan fuertemente y, en algunos casos, ya son propiedad pública.

En general, otras áreas como el comercio minorista o la manufactura no parecen adecuadas para el sector público, pero hasta en esas industrias podemos ver algunos ejemplos. La senadora estadounidense Elizabeth Warren ha sugerido que haya fabricación pública de los medicamentos genéricos y no es una mala idea.

Si sumamos todo esto, es posible ver una economía que funciona bien con, digamos, una tercera parte de propiedad pública.

Ahora, esto no satisfaría a la gente que odia el capitalismo. De hecho, ni siquiera estaría a la altura del viejo lema sobre el gobierno que controla las “alturas dominantes” de la economía. Esto sería más como si el gobierno tuviera la caldera encendida en el sótano. Además, me parece que no hay ninguna posibilidad de que esto ocurra durante mi vida laboral.

Pero pienso que vale la pena tratar de pensar un poco más allá de nuestro actual paradigma, que establece que todo aquello que podríamos llamar socialista ha sido un fracaso total. Quizá no ha fracasado tanto, ¿no? Paul Krugman en NYT

https://www.nytimes.com/es/2018/12/26/paul-krugman-economia-privatizacion/?emc=edit_bn_20190103&fbclid=IwAR2FPm3E9Z20X_hEmsJVCaXzi4JnjSzcA22WozNre5QjAPEFVJz_WZZSy9M&nl=boletin&nlid=81903942emc%3Dedit_bn_20190103&smid=fb-espanol&smtyp=cur&te=1

domingo, 29 de abril de 2012

Death of a Fairy Tale, La muerte de un Cuento de Adas

By PAUL KRUGMAN This was the month the confidence fairy died. For the past two years most policy makers in Europe and many politicians and pundits in America have been in thrall to a destructive economic doctrine. According to this doctrine, governments should respond to a severely depressed economy not the way the textbooks say they should — by spending more to offset falling private demand — but with fiscal austerity, slashing spending in an effort to balance their budgets. Critics warned from the beginning that austerity in the face of depression would only make that depression worse. But the “austerians” insisted that the reverse would happen. Why? Confidence! “Confidence-inspiring policies will foster and not hamper economic recovery,” declared Jean-Claude Trichet, the former president of the European Central Bank — a claim echoed by Republicans in Congress here. Or as I put it way back when, the idea was that the confidence fairy would come in and reward policy makers for their fiscal virtue. The good news is that many influential people are finally admitting that the confidence fairy was a myth. The bad news is that despite this admission there seems to be little prospect of a near-term course change either in Europe or here in America, where we never fully embraced the doctrine, but have, nonetheless, had de facto austerity in the form of huge spending and employment cuts at the state and local level. So, about that doctrine: appeals to the wonders of confidence are something Herbert Hoover would have found completely familiar — and faith in the confidence fairy has worked out about as well for modern Europe as it did for Hoover’s America. All around Europe’s periphery, from Spain to Latvia, austerity policies have produced Depression-level slumps and Depression-level unemployment; the confidence fairy is nowhere to be seen, not even in Britain, whose turn to austerity two years ago was greeted with loud hosannas by policy elites on both sides of the Atlantic. None of this should come as news, since the failure of austerity policies to deliver as promised has long been obvious. Yet European leaders spent years in denial, insisting that their policies would start working any day now, and celebrating supposed triumphs on the flimsiest of evidence. Notably, the long-suffering (literally) Irish have been hailed as a success story not once but twice, in early 2010 and again in the fall of 2011. Each time the supposed success turned out to be a mirage; three years into its austerity program, Ireland has yet to show any sign of real recovery from a slump that has driven the unemployment rate to almost 15 percent. However, something has changed in the past few weeks. Several events — the collapse of the Dutch government over proposed austerity measures, the strong showing of the vaguely anti-austerity François Hollande in the first round of France’s presidential election, and an economic report showing that Britain is doing worse in the current slump than it did in the 1930s — seem to have finally broken through the wall of denial. Suddenly, everyone is admitting that austerity isn’t working. The question now is what they’re going to do about it. And the answer, I fear, is: not much. For one thing, while the austerians seem to have given up on hope, they haven’t given up on fear — that is, on the claim that if we don’t slash spending, even in a depressed economy, we’ll turn into Greece, with sky-high borrowing costs. Now, claims that only austerity can pacify bond markets have proved every bit as wrong as claims that the confidence fairy will bring prosperity. Almost three years have passed since The Wall Street Journal breathlessly warned that the attack of the bond vigilantes on U.S. debt had begun; not only have borrowing costs remained low, they’ve actually fallen by half. Japan has faced dire warnings about its debt for more than a decade; as of this week, it could borrow long term at an interest rate of less than 1 percent. And serious analysts now argue that fiscal austerity in a depressed economy is probably self-defeating: by shrinking the economy and hurting long-term revenue, austerity probably makes the debt outlook worse rather than better. But while the confidence fairy appears to be well and truly buried, deficit scare stories remain popular. Indeed, defenders of British policies dismiss any call for a rethinking of these policies, despite their evident failure to deliver, on the grounds that any relaxation of austerity would cause borrowing costs to soar. So we’re now living in a world of zombie economic policies — policies that should have been killed by the evidence that all of their premises are wrong, but which keep shambling along nonetheless. And it’s anyone’s guess when this reign of error will end.

La muerte de un cuento de hadas Por PAUL KRUGMAN
Este fue el mes, en que murió el hada de la confianza. Durante los últimos dos años la mayoría de los responsables políticos de Europa y muchos políticos y expertos en Estados Unidos han sido esclavos de una doctrina económica destructiva.

De acuerdo con esta doctrina, los gobiernos deben responder a una economía muy deprimida y no a la que los libros de texto dicen que deberían -gastar más para compensar la caída de la demanda privada - sino con austeridad fiscal, recortar el gasto en un esfuerzo por equilibrar sus presupuestos.

Los críticos advirtieron desde el principio de que la austeridad en la cara de la depresión sólo haría que la depresión empeore. Sin embargo, los "austeritarios", insistieron que lo contrario iba a suceder. ¿Por qué? Confianza! "Inspirar la confianza política fomentará y no obstaculizara la recuperación económica", declaró Jean-Claude Trichet, el ex presidente del Banco Central Europeo - se hizo eco de un reclamo de los republicanos aquí en el Congreso. O, como cuando me lo expuso en el camino de regreso, la idea era que el hada de la confianza vendría y premiaría a los responsables políticos por su virtud fiscal.

La buena noticia es que muchas personas influyentes finalmente admitieron que la confianza de las hadas era un mito.

La mala noticia es que a pesar de este reconocimiento parece haber pocas perspectivas de un cambio de rumbo en el corto plazo, ya sea en Europa o aquí en Estados Unidos, donde nunca hemos abrazado plenamente la doctrina, pero que, sin embargo, tenía la austeridad de facto en la forma de un enorme gasto y los recortes de empleo a nivel estatal y local. Por lo tanto, acerca de esa doctrina: un llamamiento a las maravillas de la confianza es algo que Herbert Hoover habría encontrado totalmente familiar - y la fe en el hada de la confianza ha funcionado tan bien para la Europa moderna, como lo hizo para los Estados Unidos de Hoover.

Todo alrededor de la periferia de Europa, de España a Letonia, las políticas de austeridad han producido la Depresión a todos los niveles depresiones y desempleo. En ese nivel de Depresión, el hada de la confianza no está por ningún lado, ni siquiera en Gran Bretaña, que tiene el periodo de la austeridad desde hace dos años y que fue recibido con fuertes hosannas por las élites políticas de ambos lados del Atlántico. Nada de esto debería ser una novedad, ya que el fracaso de las políticas de austeridad para cumplir sus promesas ha sido evidente. Sin embargo, los líderes europeos han negado durante años la evidencia, insistiendo en que sus políticas comenzarían a funcionar en cualquier momento, y la celebración de supuestos triunfos con la más débil de las pruebas.

Cabe destacar que el largo sufrimiento (literalmente) de Irlanda han sido aclamados como una historia de éxito, no una sino dos veces, a principios de 2010 y de nuevo en el otoño de 2011. Cada vez que el supuesto éxito que resultó ser un espejismo; después de tres años con su programa de austeridad, Irlanda aún no ha mostrado ninguna señal de recuperación real de una recesión que ha llevado la tasa de desempleo a casi el 15 por ciento. Sin embargo, algo ha cambiado en las últimas semanas.

Varios acontecimientos: el colapso del gobierno holandés sobre las medidas de austeridad propuestas, la fuerte presencia de la ola François Hollande contra la austeridad y su éxito en la primera ronda de las elecciones presidenciales de Francia, y un informe económico que demuestra que Gran Bretaña lo está haciendo peor en la crisis actual de lo que lo hizo en la década de 1930 - parece que por fin han roto el muro de la negación. De repente, todo el mundo está admitiendo que la austeridad no está funcionando.

La pregunta ahora es qué van a hacer al respecto. Y la respuesta, me temo, es: no mucho. Por un lado, mientras que los "austeritarianos" parecen haber renunciado a la esperanza, no se han rendido al miedo - es decir, siguen en la afirmación de que si no recortamos el gasto, incluso en una economía deprimida, vamos a convertirnos en Grecia, con los costes por intereses altísimos. Ahora, afirmar que la austeridad sólo puede tranquilizar a los mercados de bonos han demostrado ser casi tan malo como las proclamaciones de que el hada de la confianza traerá prosperidad.

Casi tres años han pasado desde que The Wall Street Journal sin aliento advirtió que el ataque de los vigilantes de los bonos de deuda de EE.UU. había comenzado, no sólo los costos de los préstamos sigue siendo baja, en realidad han disminuido a la mitad. Japón se ha enfrentado a advertencias sobre su deuda por más de una década, a partir de esta semana, podría pedir prestado a largo plazo a una tasa de interés inferior al 1 por ciento. Y los analistas serios sostienen ahora que la austeridad fiscal en una economía deprimida es, probablemente, de auto-derrota: por la reducción de la economía y el daño a largo plazo de los ingresos, la austeridad, probablemente hace que la perspectiva de la deuda empeore en vez de mejorar. Pero mientras que el hada de la confianza parece estar realmente bien enterrada, historias de miedo al déficit siguen siendo populares. De hecho, los defensores de las políticas británicas rechazan cualquier petición de un replanteamiento de estas políticas, a pesar de su evidente fracaso para entregar, sobre la base de que cualquier relajación de la austeridad podrían causar que los costos de endeudamiento se disparan.

Así que ahora estamos viviendo en un mundo de políticas económicas-políticas de zombies que deberían haber sido asesinados por la evidencia de que la totalidad de sus premisas son erróneas, pero que se mantienen moviendo los pies a rastras lo largo del camino de todas formas. Y es que parece difícil adivinar cuando este reino del error va a terminar.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El fracaso es bueno. Lo dice el Premio Nobel Paul Krugman.

Es un pájaro! ¡Es un avión! ¡Es un verdadero bodrio! ¡Es el supercomité! Se supone que, para el próximo miércoles, el llamado supercomité, un grupo bipartidista de legisladores estadounidenses, debe llegar a un acuerdo sobre el modo de reducir los déficits futuros. Salvo que ocurra un funesto milagro (explicaré lo de funesto más tarde), el comité no será capaz de cumplir ese plazo.
Si esta noticia les sorprende, es que no han estado prestando atención. Si les deprime, anímense: en este caso, el fracaso es bueno.
¿Por qué está el supercomité abocado al fracaso? Principalmente porque el abismo que separa a los dos partidos políticos más importantes de EE UU es enorme. Los republicanos y los demócratas no solo tienen prioridades diferentes; viven en universos intelectuales y morales diferentes.
En el mundo demócrata, arriba es arriba y abajo es abajo. Si se suben los impuestos, aumenta la recaudación, y si se recorta el gasto mientras la economía sigue deprimida, se reduce el empleo. Pero en el mundo republicano, abajo es arriba. La forma de aumentar los ingresos es rebajarles los impuestos a las sociedades anónimas y a los ricos, y reducir drásticamente el gasto público es una estrategia de creación de empleo. Intenten conseguir que un republicano destacado reconozca que las bajadas de impuestos de Bush hicieron aumentar el déficit o que unos recortes drásticos del gasto público serían perjudiciales para la recuperación económica.
Es más, los partidos tienen visiones distintas de lo que constituye la justicia económica. Los demócratas consideran que los programas de protección social, desde la Seguridad Social hasta las cartillas de alimentos, responden al imperativo moral de proporcionar una seguridad básica a los ciudadanos y ayudar a los necesitados. Los republicanos tienen una opinión completamente distinta. Puede que suavicen esa opinión en público, pero en privado opinan que el Estado de bienestar es inmoral, una forma de obligar a los ciudadanos a punta de pistola a entregar su dinero a otras personas. Al crear la Seguridad Social, afirmaba Rick Perry en su libro Fed Up! (¡Harto!), Roosevelt estaba "lanzando violentamente por la borda todo respeto por nuestros principios fundacionales". ¿Alguien duda de que estaba hablando en nombre de muchos miembros de su partido?
Así que el supercomité ha reunido a unos legisladores que están en completo desacuerdo tanto sobre el modo en que funciona el mundo como sobre la función que debe desempeñar el Gobierno. ¿Por qué pensó alguien que esto funcionaría?
Bueno, tal vez se tenía la idea de que los partidos llegarían a un acuerdo por miedo a que tuviesen que pagar un precio político por parecer intransigentes. Pero esto solo podría ocurrir si los medios de comunicación estuviesen dispuestos a puntualizar quién se está negando realmente a alcanzar un acuerdo. Y no lo hacen. Cuando el supercomité fracase, si fracasa, prácticamente toda la información consistirá en repetir lo que ha dicho cada cual, citando a los demócratas que culpan a los republicanos y viceversa, sin explicar la verdad en ningún momento.
Ah, y permítanme llamar la atención a los expertos centristas que se niegan a reconocer que el presidente Obama ya les ha dado lo que quieren. El diálogo es algo parecido a esto. Experto: "¿Por qué no se declara el presidente a favor de una mezcla de recortes del gasto y subidas de impuestos?". Obama: "Defiendo una mezcla de recortes del gasto y subidas de impuestos". Experto: "¿Por qué no se declara el presidente a favor de una mezcla de recortes del gasto y subidas de impuestos?".
Como ven, admitir que una parte está dispuesta a hacer concesiones, mientras que la otra no lo está, empañaría las credenciales centristas de uno. Y la consecuencia es que los republicanos no pagan precio alguno por negarse a ceder un ápice.
Así que el supercomité fracasará; y eso es bueno.
Por un lado, la historia nos dice que el Partido Republicano incumplirá su parte de cualquier trato tan pronto como tenga la ocasión. Así que cualquier acuerdo alcanzado ahora no sería, en la práctica, más que un acuerdo para reducir drásticamente la Seguridad Social y Medicare, sin ningún beneficio duradero para el déficit.
Además, cualquier acuerdo alcanzado ahora terminaría casi con toda seguridad empeorando la crisis económica. Recortar drásticamente el gasto mientras la economía está deprimida destruye puestos de trabajo y es probable que incluso sea contraproducente en cuanto a la reducción del déficit, ya que conduce a una disminución de los ingresos...
¿Pero, en última instancia, no tenemos que equiparar el gasto y los ingresos? Sí, tenemos que hacerlo. Pero la decisión sobre el modo de hacerlo no tiene que ver con la contabilidad. Tiene que ver con los valores fundamentales; y es una decisión que deberían tomar los votantes, no un comité que supuestamente trasciende la división partidista.
Al final, un lado u otro de esa línea divisoria conseguirá la clase de mandato popular que necesita para resolver nuestros problemas presupuestarios a largo plazo. Hasta entonces, los intentos de alcanzar un Gran Pacto son esencialmente destructivos. Si el supercomité fracasa, como se espera, será una ocasión para celebrar. PAUL KRUGMAN 20/11/2011, EL PAÍS.

jueves, 10 de julio de 2014

El dogma de la incompetencia. La ideología se ha impuesto por completo a las pruebas en el debate político sobre la sanidad

Han estado pendientes de las noticias sobre Obamacare? La Ley de Asistencia Sanitaria Asequible ha dejado de ocupar las primeras páginas, pero sigue llegándonos información sobre cómo está funcionando (y casi todo son buenas noticias). De hecho, la reforma sanitaria ha tenido una buena racha desde marzo, cuando quedó claro que las inscripciones superarían las expectativas a pesar de los problemas iniciales de la página web del Gobierno federal.

Lo interesante de este éxito es que ha ido acompañado a cada paso de gritos que anunciaban un desastre inminente. En estos momentos, según mis cálculos, los enemigos de la reforma sanitaria pierden por 0 a 6. Es decir, han hecho al menos seis predicciones concretas sobre el modo en que Obamacare fracasaría; todas y cada una han resultado erróneas.

“Errar es humano”, escribió Séneca. “Persistir en ello es diabólico”. Todo el mundo hace predicciones incorrectas. Pero equivocarse tan escandalosa y sistemáticamente requiere un esfuerzo especial. ¿De qué va todo esto, entonces?

A muchos lectores no les sorprenderá la respuesta: es una cuestión de política e ideología, no de análisis. Pero aunque esta observación no resulte especialmente sorprendente, vale la pena señalar que la ideología se ha impuesto por completo a las pruebas en el debate político sobre la sanidad.

Y no me refiero solo a los políticos; hablo de los analistas. Llama la atención la cantidad de supuestos expertos en sanidad que han hecho afirmaciones sobre Obamacare que estaba claro que no podían defender. Por ejemplo, ¿se acuerdan del “susto de las primas”? El otoño pasado, cuando recibíamos los primeros datos sobre las primas de los seguros, los analistas de la asistencia sanitaria conservadores se apresuraron a afirmar que los consumidores se enfrentaban a un aumento enorme del gasto. Era evidente, incluso en aquel momento, que esas afirmaciones eran engañosas; ahora sabemos que la gran mayoría de los estadounidenses que contratan un seguro a través de los nuevos mercados consiguen una cobertura bastante barata.

¿Y recuerdan las afirmaciones sobre que los jóvenes no se inscribirían, de modo que Obamacare entraría en una “espiral mortífera” de aumento de los costes y disminución de las inscripciones? Pues no está pasando: un nuevo estudio de Gallup ha comprobado que mucha gente ha conseguido un seguro gracias al programa y que la mezcla de edades de los recién inscritos parece bastante positiva.

Lo que resultaba especialmente extraño de las incesantes predicciones de desastre de la reforma sanitaria era que ya sabíamos, o deberíamos haber sabido, que un programa como la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible era probable que funcionase. Obamacare se inspiró considerablemente en el modelo del Romneycare, que funciona en Massachusetts desde 2006, y guarda un gran parecido con sistemas extranjeros que han tenido éxito, como el de Suiza. ¿Por qué no iba a funcionar el sistema en Estados Unidos?

Pero la firme convicción de que el Gobierno no puede hacer nada útil —una creencia dogmática en la incompetencia del sector público— es ahora una parte fundamental del conservadurismo estadounidense, y es evidente que el dogma de la incompetencia ha hecho imposible que los asuntos políticos se analicen de forma racional.

No siempre ha sido así. Si nos remontamos dos décadas, hasta la última gran lucha sobre la reforma sanitaria, los conservadores parecían estar relativamente lúcidos en lo que respectaba a las posibilidades políticas, aunque se mostrasen extremadamente cínicos. Por ejemplo, el famoso memorando de 1993 de William Kristol que instaba a los republicanos a destruir el plan sanitario de Bill Clinton advertía explícitamente de que si se ponía en práctica el Clintoncare, era muy probable que acabase considerándose un éxito, lo que a su vez “sería un mazazo para los argumentos republicanos que abogan por reducir la intervención gubernamental como forma de defender a la clase media”. Así que era crucial asegurarse de que esa reforma nunca se hiciese realidad. En la práctica, Kristol estaba diciéndole a la gente de su propio partido que la historia de la incompetencia gubernamental es algo que uno les vende a los votantes para que apoyen las bajadas de impuestos y la liberalización, no algo en lo que uno mismo crea necesariamente.

Pero eso era antes de que los conservadores se retirasen del todo a su propio universo intelectual. Fox News aún no existía; los analistas políticos de las fundaciones de derechas solían iniciar su carrera profesional en puestos relativamente no políticos. Todavía era posible contemplar la idea de que la realidad no era lo que uno quería que fuese.

Ahora es diferente. Resulta difícil pensar en alguien de la derecha estadounidense que se plantee siquiera la posibilidad de que Obamacare pueda funcionar o, en cualquier caso, que esté dispuesto a admitir esa posibilidad en público. En vez de eso, hasta los supuestos expertos siguen vendiéndonos historias imposibles sobre un desastre inminente después de que su verdadera oportunidad de detener la reforma sanitaria haya quedado atrás, y venden esas historias no solo a los catetos, sino también los unos a los otros.

Y seamos claros: aunque haya sido divertido ver a la derecha aferrarse a sus fantasías sobre la reforma sanitaria, también da miedo. Al fin y al cabo, esta gente sigue teniendo una capacidad considerable de causar daños políticos y, cualquier día de estos, podrían reconquistar la Casa Blanca. Y uno no quiere, por nada del mundo, tener ahí a gente que niega los hechos que no les gustan. Es decir, gente que podría hacer cosas impensables, como declarar una guerra sin un buen motivo. Ah, ¡esperen!
Fuente: Paul Krugman, El País.  Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

lunes, 6 de abril de 2015

Cambridge contra Cambridge. El fracaso del pensamiento único en la Gran Recesión ha alumbrado una generación de economistas heterodoxos. Solo les une la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica

En lo más hondo de la crisis económica, en el año 2009, Paul Krugman, con la libertad intelectual que le daba el Premio Nobel de Economía, se inventó una división de su profesión y habló de los “economistas de agua salada” (más keynesianos) y los “economistas de agua dulce” (los neoclásicos). Hasta antes de la quiebra de Lehman Brothers ambos grupos habían firmado una falsa paz basada, sobre todo, en la confluencia de opiniones que salvaban a los mercados de sus fallos. Eran los años de la Gran Moderación, en los que las cosas iban básicamente bien. La recesión que llegó terminó con esa paz postiza, durante la cual las fricciones entre ambos grupos de economistas habían permanecido dormidas sin que se hubiera producido ninguna convergencia real entre sus posiciones. Fue entonces cuando Alan Greenspan, que había sido presidente de la Reserva Federal y era denominado “el maestro” por unos y otros, admitió encontrarse en un estado de “conmoción e incredulidad” porque “todo el edificio intelectual se había hundido”.

Un lustro después, aquella distinción krugmanita ha pasado de moda y es difícil encontrar economistas que defiendan a campo abierto la teoría económica que ha llevado al fracaso del pensamiento único neoliberal y a la gestión de la crisis económica más larga y profunda desde los años treinta del siglo pasado. El historiador del pensamiento económico de la Universidad norteamericana de Notre Dame Philip Mirowski se sorprende de que, a pesar de ese fracaso evidente, los neoliberales (los economistas “de agua dulce”) parecen haber eludido toda responsabilidad por propiciar las condiciones para que se materializase la crisis: ninguno de esos profesionales “fue despedido por incompetente. Los economistas no han sido expulsados de sus puestos en el Gobierno. Ningún departamento de Economía ha sido clausurado, ni por sus errores ni como medida de ahorro de costes” (Nunca dejes que una crisis te gane la partida, ediciones Deusto).

Ahora hay una verdadera avalancha de economistas heterodoxos de muy diferentes escuelas. Lo único que les une es la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica, y un cierto neokeynesianismo. En el libro citado, Mirowski centra geográficamente esas críticas: sin duda la II Guerra Mundial habría tenido lugar sin Martin Heidegger, Carl Schmitt u otros intelectuales nazis, pero no está tan claro que hubiera ocurrido la crisis económica sin la escuela neoclásica de Chicago. Chicago ha sido el padrino intelectual de la autorregulación que ha llevado a tantos abusos.

Dentro de unos meses llegará a España la obra canónica del economista neokeynesiano australiano Steve Keen (Debuking Economics, traducida Desenmascarando la economía, Capitán Swing). Keen se autodefine dentro de la “tradición científica de Marx-Schumpeter-Keynes-Joan Robinson- Piero Sraffa-Hyman Minsky”. Lo peculiar de este economista es que ha atizado a otros autores pretendidamente keynesianos como Krugman, por ser neoclásicos camuflados: “El establishment neoclásico (sí, Paul, eres parte de ese establishment) ha ignorado toda la investigación de los economistas no neoclásicos como yo por décadas. Así que es bueno ver cierto compromiso en lugar de una ignorancia deliberada o, más probablemente ciega, a otros análisis alternativos”.

Esta polémica recuerda a otra de hace medio siglo, que fue conocida como Cambridge contra Cambridge y que enfrentó a los discípulos directos de Keynes en el Cambridge británico (Robinson, Sraffa, Kaldor,…) con los del Cambridge de Massachusetts, en EE UU (Paul Samuelson, Robert Solow…). Los norteamericanos llegarían al premio Nobel; los británicos, no. Joan Robinson calificó a los primeros como “keynesianos bastardos”.

En distintas proporciones, los famosísimos Thomas Piketty y Yanis Varoufakis también son economistas heterodoxos. El francés, por haber conseguido con su libro El capital en el siglo XXI  (Fondo de Cultura Económica) lo que ninguno de sus colegas antes (ni siquiera Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad, editorial Taurus): introducir la desigualdad en el centro de la política económica tras largas décadas de ser orillada por el pensamiento ortodoxo que la consideraba una característica natural del capitalismo. En colaboración con otros jóvenes colegas como Emmanuel Saez o Gabriel Zucman (La riqueza oculta de las naciones, editorial Pasado y Presente), Piketty ha llevado sus argumentos de la economía a la política: concentraciones extremas de renta y riqueza como las que se dan en nuestras sociedades amenazan la democracia. Guste o no, las tesis de un científico social francés no habían influido tanto en el mundo anglosajón desde La democracia en América, de Tocqeville. ... seguir leyendo.  Madrid 5 ABR 2015 - 
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/04/01/actualidad/1427901366_003243.html

martes, 31 de diciembre de 2013

Bits y barbarie

Paul Krugman
Esta es una historia de tres minas de dinero. También es una historia de retroceso monetario, de la extraña resolución de mucha gente en dar marcha atrás a varios siglos de progreso.

La primera mina de dinero es una mina de verdad: la mina de oro a cielo abierto Porgera, en Papúa Nueva Guinea, uno de los principales productores del mundo. Su fama es terrible debido a las vulneraciones de los derechos humanos (violaciones, palizas y asesinatos por parte del personal de seguridad) y a los daños al medio ambiente (enormes cantidades de residuos potencialmente tóxicos vertidos en un río cercano). Pero los precios del oro, si bien están por debajo de su máximo reciente, aún triplican a los de hace una década, así que hay que seguir excavando.

La segunda mina es bastante más extraña: la mina de bitcoins de Reykjanesbaer, en Islandia. El bitcoin es una moneda digital que tiene valor porque…, bueno, es difícil decir exactamente por qué, pero, al menos de momento, la gente está dispuesta a comprarla debido a que cree que otra gente estará dispuesta a hacerlo. Está concebida como una especie de oro virtual. Y, como el oro, puede ser extraída: es posible crear nuevos bitcoins, pero solo resolviendo problemas matemáticos muy complejos que requieren tanto un gran poder de cálculo informático como gran cantidad de electricidad para que los ordenadores funcionen.

De ahí que se localice en Islandia, que dispone de electricidad barata procedente de centrales hidroeléctricas y de abundante aire frío para refrigerar las máquinas en frenética actividad. Es decir, se están utilizando gran cantidad de recursos reales para generar objetos virtuales sin una utilidad clara.

La tercera mina de dinero es hipotética. En 1936, el economista John Maynard Keynes sostenía que era preciso aumentar el gasto público para volver al pleno empleo. Pero entonces, como ahora, había una dura oposición política a cualquier propuesta de este estilo. Así que Keynes sugirió una pintoresca alternativa: que el Estado enterrase botellas llenas de dinero en minas de carbón abandonadas y que el sector privado gastase su dinero en desenterrarlas. Estaba de acuerdo en que sería preferible que el Estado construyese carreteras, puertos y otras cosas útiles, pero incluso el gasto absolutamente inútil proporcionaría a la economía un impulso muy necesario.

Una idea ingeniosa. Pero Keynes no se quedó ahí. A renglón seguido señalaba que la verdadera extracción de oro de las minas en la vida real se parecía mucho a su experimento imaginario. Al fin y al cabo, los mineros se afanaban en sacar dinero de la tierra a pesar de que era posible producir cantidades ilimitadas de moneda prácticamente sin coste utilizando la máquina de imprimir. Y tan pronto se extraía el dinero de la mina, gran parte del mismo se volvía a enterrar en lugares como la cámara acorazada del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, donde hay depositados cientos de miles de lingotes de oro sin ningún uso en particular.

Creo que Keynes se habría reído con sarcasmo al ver lo poco que las cosas han cambiado en las tres últimas generaciones. El gasto público para combatir el desempleo sigue siendo una herejía, y los mineros continúan arruinando el entorno para engrosar los ociosos depósitos de oro. (Keynes calificaba al patrón oro de “reliquia bárbara”). Los bitcoins no hacen más que acrecentar el absurdo. Al fin y al cabo, el oro tiene por lo menos algunos usos reales, como, por ejemplo, rellenar muelas; pero en la actualidad estamos consumiendo recursos para generar un “oro virtual” que solo consiste en series de dígitos.

Sospecho, sin embargo, que Adam Smith estaría consternado.

A Smith se le considera con frecuencia un santo patrón conservador y, en efecto, fue el primer defensor del mercado libre. Sin embargo, lo que no se menciona tan a menudo es que también abogó con determinación por la regulación de los bancos, y que hizo una clásica alabanza de las virtudes del papel moneda. La moneda era, a su entender, una forma de facilitar el comercio, no una fuente de prosperidad nacional, y el papel moneda, sostenía, permitía que el comercio se desarrollase sin inmovilizar gran parte de la riqueza de un país en una “reserva muerta” de plata y oro.

Entonces, ¿por qué destrozamos las tierras altas de Papúa Nueva Guinea para aumentar nuestra reserva muerta de oro y, lo que es aún más chocante, tenemos potentes ordenadores funcionando sin interrupción para engrosar una reserva muerta de dígitos?

Si preguntamos a los obsesos del oro, responderán que el papel moneda proviene de los Gobiernos, y que no se puede confiar en que estos no devalúen sus monedas. Sin embargo, lo curioso es que después de tanto hablar de devaluación, esta resulta muy difícil de encontrar. No se trata solo de que después de años de serias advertencias sobre la inflación desbocada, en los países avanzados la inflación sea sin lugar a dudas demasiado baja, y no demasiado alta. Incluso desde una perspectiva mundial, los episodios de inflación verdaderamente elevada se han convertido en algo poco frecuente. Así y todo, la propaganda de la hiperinflación florece sin cesar.

El atractivo del bitcoin parece proceder más o menos de las mismas fuentes, a lo que se añade la sensación de que es de alta tecnología y algorítmico, de manera que tiene que ser la tendencia del futuro.

Pero no permitamos que los sofisticados atributos nos confundan: lo que realmente está teniendo lugar es un viaje hacia los días en los que el dinero era algo que podías hacer que tintineara en el bolsillo. Tanto en el trópico como en la tundra, por alguna razón estamos cavando nuestro camino de vuelta al siglo XVII.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. Fuente: El País.

martes, 15 de mayo de 2018

La historia de Paul Ryan: de farsante a fascista. El diputado republicano se labró su reputación únicamente por lo bien que aparentaba ser sensato en TV.




¿Por qué ha decidido Paul Ryan no presentarse a la reelección? ¿Cuáles serán las consecuencias? Vayan ustedes a saber, literalmente. Puedo hacer conjeturas basándome en lo que leo en los periódicos, pero todos pueden.

Por otra parte, sí tengo alguna idea de cómo llegó Ryan —que siempre ha sido un embaucador, y eso estaba a la vista de quien quisiera verlo— a presidente de la Cámara de Representantes. Y esa es una historia que dice muy poco a favor no solo del propio Ryan, ni siquiera solo de su partido, sino también a los autoproclamados centristas y a los medios informativos, que con su conducta impropia impulsaron su trayectoria. Es más, las fuerzas que llevaron a Ryan a una posición de poder son las mismas que han llevado Estados Unidos al borde de una crisis constitucional.

Respecto a Ryan: increíblemente, estoy viendo algunas noticias acerca de su salida que lo retratan como un gran experto político y un defensor de la austeridad fiscal que, por desgracia, fue incapaz de cumplir con su misión en la era Trump. Inconcebible.

Miren, el único principio rector de todo lo dicho y propuesto por Ryan era el de acomodar a los cómodos y afligir a los afligidos. ¿Puede alguien mencionar un solo ejemplo en el que su supuesta preocupación por el déficit lo llevase a imponer alguna carga a los ricos, en el que su supuesta compasión lo llevase a mejorar la vida de los pobres? Recuerden que votó contra la propuesta presentada por la comisión Simpson-Bowles sobre la deuda no por sus verdaderos fallos, sino porque supondría una subida de los impuestos y no lograría revocar la reforma sanitaria de Barack Obama.

Y sus propuestas de "reducción del déficit" siempre han sido fraudulentas. La pérdida de ingresos debida a los recortes fiscales siempre ha excedido a cualquier reducción de gasto explícita, de modo que la supuesta responsabilidad fiscal procedía por completo de los "asteriscos mágicos": ingresos adicionales a costa de tapar lagunas jurídicas no especificadas, y reducciones del gasto derivadas de recortar programas no especificados. Ya en 2010 dije que era un embustero, y nada de lo que ha hecho desde entonces ha puesto en duda ese juicio.

¿Y cómo consiguió entonces este notorio artista de la estafa una reputación de seriedad y de probidad fiscal? Básicamente, fue el beneficiario de la discriminación positiva ideológica. Incluso ahora, en esta era de Trump, hay un número considerable de líderes de opinión —en especial, aunque no únicamente, en los medios informativos— cuyas carreras y marcas profesionales se basan en la idea de que están por encima de las refriegas políticas. El afirmar que ambas partes tienen cierto grado de razón, que hay personas serias y honradas en la izquierda y la derecha, prácticamente define la identidad de esta gente.

Pero la realidad de la política estadounidense del siglo XXI es de polarización asimétrica en múltiples aspectos. Uno de ellos es el intelectual: si bien hay algunos pensadores conservadores que son serios y honrados, no tienen influencia en el Partido Republicano actual. ¿Qué puede hacer un centrista?

Con demasiada frecuencia, la respuesta ha implicado lo que podríamos denominar credulidad motivada. Los centristas que no lograban encontrar verdaderos ejemplos de conservadores honrados y serios prodigaban elogios a políticos que interpretaban ese papel en la televisión. Lo cierto es que a Paul Ryan no se le daba demasiado bien fingir; los verdaderos expertos fiscales ridiculizaban sus presupuestos de "carne misteriosa". Pero da igual: el relato exigía que el personaje interpretado por Ryan existiese, de modo que todos fingían que él era el ejemplo por excelencia.

Y permítanme decir que la misma falsa equidistancia que convirtió a Ryan en héroe fiscal influyó de manera crucial en la elección de Donald Trump. ¿Cómo pudo el candidato presidencial más corrupto de la historia estadounidense conseguir una victoria en el Colegio Electoral? Hubo muchos factores, cualquiera de los cuales podría haber cambiado las tornas en unas elecciones ajustadas. Pero las elecciones no habrían sido ajustadas si buena parte de los medios de comunicación no se hubiesen sumergido en una orgía de falsa equivalencia.

Lo que nos lleva a los congresistas republicanos, y a Ryan en concreto, en la era de Trump.

A algunos analistas parece sorprenderles que hombres que hablaban sin parar de probidad fiscal durante el mandato de Barack Obama apoyasen sin remordimientos en la era de Trump unas rebajas fiscales que dispararán el déficit. También parecen asombrados ante la aparente indiferencia de Ryan y sus acólitos por la corrupción de Trump y su desprecio por el Estado de derecho. ¿Qué les ha pasado a sus principios?

Naturalmente, la respuesta es que los principios que afirmaban defender nunca tuvieron nada que ver con sus verdaderos objetivos. En concreto, los republicanos no han abandonado sus preocupaciones por los déficits presupuestarios, porque los déficits nunca les han importado; solo fingían preocupación como una excusa para recortar los programas sociales.

Y a quienes se preguntan por qué Ryan nunca se ha posicionado contra la corrupción trumpiana, por qué nunca se ha mostrado preocupado por las tendencias autoritarias de Trump, ¿qué les hizo pensar que se posicionaría? Insisto, si nos fijamos en las acciones de Ryan, no el personaje que interpretaba ante públicos crédulos, veremos que nunca se ha mostrado dispuesto a sacrificar nada de lo que quiere —ni un ápice— en nombre de sus supuestos principios. ¿Por qué iba a esperar nadie que arriesgase el pescuezo por defender el estado de derecho?

Y ahora Ryan se va. Que tanta gloria lleve como paz deja. Pero guárdense las celebraciones: aunque no era mejor que el resto de su partido, tampoco era peor. Es posible que su sucesor como presidente muestre más categoría que él, pero solo si dicho sucesor es, bueno, demócrata.

https://elpais.com/economia/2018/04/13/actualidad/1523626617_507047.html#comentarios

martes, 17 de enero de 2012

Nadie entiende la deuda

En 2011, como en 2010, Estados Unidos experimentaba una recuperación técnica, pero seguía sufriendo un desempleo desastrosamente alto. Y a lo largo de la mayor parte de 2011, como en 2010, casi todas las conversaciones en Washington giraban en torno a otra cosa: el problema supuestamente urgente de reducir el déficit público.

Los países con Gobiernos estables y responsables han sido capaces de vivir con niveles de deuda elevados Este enfoque inapropiado dice mucho sobre nuestra cultura política, en concreto sobre lo desconectado que está el Congreso del sufrimiento de los estadounidenses de a pie. Pero también revela algo más: cuando la gente en Washington habla de déficits y deuda, la inmensa mayoría no tiene ni idea de lo que está hablando, y la gente que más habla es la que menos entiende.

Lo más evidente es quizá que los "expertos" económicos en los que confía gran parte del Congreso han estado totalmente equivocados una y otra vez sobre los efectos a corto plazo de los déficits públicos. La gente que obtiene sus análisis económicos de instituciones como la Fundación Heritage lleva esperando desde que el presidente Obama asumió el cargo a que el déficit público disparase los tipos de interés. El día menos pensado.

Y mientras ha estado esperando, esos tipos han descendido hasta mínimos históricos. Se podría pensar que esto llevaría a los políticos a cuestionar su elección de expertos (es decir, se podría pensar eso si no supiéramos nada sobre la política posmoderna no basada en hechos).

Pero Washington no se confunde solo en lo que respecta al corto plazo; también está confundido acerca del largo plazo. Porque aunque la deuda pueda ser un problema, la forma en que nuestros políticos y lumbreras piensan en la deuda es incorrecta y exagera el tamaño del problema.
Los que se preocupan por el déficit retratan un futuro en el que nos vemos empobrecidos por la necesidad de devolver el dinero que hemos tomado prestado. Ven a EE UU como una familia que pidió una hipoteca demasiado alta y que se ve en apuros para pagar las cuotas mensuales. Sin embargo, esta es una analogía realmente mala por lo menos en dos sentidos.

En primer lugar, las familias tienen que devolver su deuda. Los Gobiernos, no; todo lo que tienen que hacer es asegurarse de que la deuda aumenta más lentamente que su base imponible. La deuda de la II Guerra Mundial nunca se devolvió; sencillamente, se fue volviendo cada vez más irrelevante, a medida que la economía estadounidense crecía, y con ella, la renta sometida a tributación.

En segundo lugar, y esto es lo que nadie parece entender, una familia excesivamente endeudada debe dinero a otra persona; la deuda estadounidense es, en gran medida, dinero que nos debemos a nosotros mismos.

Esto era claramente cierto en el caso de la deuda en que incurrimos para ganar la Segunda Guerra Mundial. Los contribuyentes asumieron la responsabilidad de una deuda que era significativamente más elevada, como porcentaje del PIB, que la deuda actual; pero los titulares de esa deuda también eran los contribuyentes, como la gente que compraba bonos de ahorro. De modo que la deuda no hizo más pobre a los Estados Unidos de la posguerra. En concreto, la deuda no impidió que la generación de la posguerra experimentara el mayor aumento de la renta y el nivel de vida en la historia de nuestra nación.

Pero esta vez es diferente, ¿no? No tanto como creen.
Es verdad que ahora los extranjeros poseen grandes intereses en EE UU, entre ellos una buena cantidad de deuda pública. Pero cada dólar de participaciones extranjeras en Estados Unidos se ve igualado por 89 céntimos de participaciones estadounidenses en el extranjero. Y como los extranjeros tienden a hacer sus inversiones en Estados Unidos en activos seguros y de baja rentabilidad, EE UU gana en la práctica más por sus activos en el extranjero de lo que paga a los inversores extranjeros. Si se han hecho la idea de que es un país profundamente endeudado con los chinos, les han informado mal. Y tampoco estamos avanzando rápidamente en esa dirección.

Claro que el hecho de que la deuda federal no implique ni mucho menos que el futuro de Estados Unidos esté hipotecado no quiere decir que la deuda no sea perjudicial. Para pagar los intereses hay que recaudar impuestos, y no hay que ser un ideólogo de derechas para reconocer que los impuestos suponen algún coste para la economía, aunque solo sea porque apartan los recursos de las actividades productivas y los desvían hacia la elusión y la evasión de impuestos. Pero estos costes son mucho menos trágicos de lo que la analogía de la familia excesivamente endeudada podría dar a entender.
Y esa es la razón por la que los países con Gobiernos estables y responsables -o sea, Gobiernos que están dispuestos a elevar moderadamente los impuestos cuando la situación lo exige- han sido por regla general capaces de vivir con niveles de deuda mucho más elevados de lo que la opinión convencional nos induciría a pensar. Gran Bretaña, en concreto, ha tenido una deuda superior al 100% del PIB durante 81 de los últimos 170 años. Cuando Keynes escribía sobre la necesidad de gastar para salir de una depresión, Gran Bretaña estaba más endeudada que cualquier país desarrollado hoy en día, con la excepción de Japón.

Naturalmente, EE UU, con su movimiento conservador furibundamente antiimpuestos, podría no tener un Gobierno que sea responsable en ese sentido. Pero en ese caso, la culpa no es de la deuda, sino nuestra.

De modo que, sí, la deuda es importante. Pero en estos momentos hay cosas más importantes. Necesitamos más, no menos, gasto público para sacarnos de la trampa del desempleo. Y la terca y desinformada obsesión con la deuda se interpone en el camino.

Paul Krugman. Sin Permiso
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

Fuente, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4655

jueves, 1 de noviembre de 2018

_- Armas, dinero y hombres siniestros

_- Hace unos días, el líder evangélico estadounidense Pat Robertson exhortó a Estados Unidos a no exaltarse tanto por la tortura y el asesinato de Jamal Khashoggi porque, dijo, no deberíamos arriesgar “100.000 millones de dólares en ventas de armas”. Me imagino que pretendía invocar un nuevo undécimo mandamiento que dice: “Por otra parte, justificarás cosas como matar y dar falso testimonio si quedan en riesgo los acuerdos de compraventa de armas”.

Bueno, no es noticia que la derecha religiosa se ha postrado a los pies de Donald Trump. No obstante, el intento de Trump de hacer de lado posibles represalias por los delitos sauditas con el argumento de que hay enormes recompensas económicas derivadas de seguir siendo amigos de los asesinos —así como la disposición de los aliados políticos del presidente para aceptar esta lógica— representa una nueva etapa en la degradación de Estados Unidos.

No es solo que los argumentos de Trump sobre la cantidad de empleos en riesgo —primero eran 40.000, luego 450.000, después 600.000 y llegaron hasta un millón— sean mentiras. Incluso si los argumentos fueran ciertos, estamos en Estados Unidos: se supone que somos un ejemplo moral para el mundo, no una nación mercenaria dispuesta a abandonar sus principios si hay una buena cantidad de dinero de por medio.

Dicho eso, los argumentos son falsos. Primero, no hay ningún acuerdo de compra de armas por 100.000 millones de dólares con los sauditas. Lo que el gobierno de Trump en realidad tiene son básicamente “memorandos de intención”: posibles acuerdos a futuro más que compromisos. Muchos de estos posibles acuerdos requerirían que la producción de las armas se hiciera en Arabia Saudita en lugar de Estados Unidos y que las ventas, de materializarse, se llevaran a cabo a lo largo de varios años. Entonces parece poco probable que los acuerdos con Arabia Saudita aumenten las exportaciones estadounidenses anuales de armas por poco más de unos cuantos miles de millones de dólares al año.

Si tenemos en cuenta que las industrias involucradas, principalmente la aeroespacial, son intensivos en capital por lo que no emplean a muchos trabajadores por cada dólar de ventas, la cantidad de empleos estadounidenses involucrados es, si acaso, decenas de miles, no cientos de miles. Es una cifra equivalente a un error de redondeo en un mercado laboral estadounidense que emplea a casi 150 millones de trabajadores. Además, cesar las ventas de armas a los sauditas conlleva un riesgo mucho menor en comparación con otras áreas en las que Trump ya está afectando las relaciones comerciales con absoluta indiferencia. Parece, por ejemplo, estar ansioso por iniciar una guerra comercial con China, que importó 187.000 millones de dólares en productos y servicios estadounidenses el año pasado. Por último, vale la pena mencionar que —con las condiciones actuales— aumentar las exportaciones, incluso si se logra, no creará empleos adicionales netos para la economía estadounidense. ¿Por qué? Porque la Reserva Federal cree que estamos en un nivel de empleo pleno y cualquier otro fortalecimiento de la economía hará que la Reserva aumente las tasas de interés. En consecuencia, los empleos que quizá sean agregados al mercado por elementos como las armas de fuego se compensan con empleos perdidos en otra parte a medida que las tasas de interés desalienten la inversión o hagan a Estados Unidos menos competitivo al fortalecer el dólar.

No obstante, vamos a abrir los ojos: Trump no toma acciones rápidas contra los sauditas debido a los empleos que proveen a trabajadores del sector de defensa. El que siga cambiando el número de empleos que dice que están en juego es en sí mismo un indicador indiscutible de que las ventas de armas son una excusa, no un motivo verdadero, para sus acciones. Entonces, ¿cuál es la verdadera razón por la que está tan dispuesto a perdonar la tortura y el asesinato? Una respuesta es que en realidad no desaprueba lo que hicieron los sauditas.

A estas alturas está más que comprobado que Trump se siente mucho más cómodo con los autócratas brutales que con los líderes de nuestros aliados democráticos. Recordemos que cuando Trump visitó Arabia Saudita en mayo, su secretario de Comercio se regocijó ante el hecho de que no había manifestantes por ningún lado en Riad, algo que suele pasar cuando a los que protestan se les decapita. Ah, y un presidente que proclama que los medios noticiosos son “los enemigos del pueblo” quizá opina que torturar y asesinar a un periodista crítico no es tan mala idea. Además de eso, los sauditas han canalizado decenas de millones de dólares personalmente a Trump, y lo siguen haciendo. Esos millones muy reales que Trump recibe son una explicación mucho más verosímil de su trato amistoso hacia Mohamed bin Salmán que los miles de millones míticos que recibirán los fabricantes de armas estadounidenses. Claro, los leales a Trump se enfurecen ante la sugerencia de que está dejando que sus intereses financieros modelen las políticas estadounidenses. Sin embargo, ¿alguna vez Trump ha hecho un sacrificio personal en aras del interés público? De cualquier modo, se supone que ni siquiera deberíamos tener que esperar que las grandes sumas de dinero que un presidente recibe de gobiernos extranjeros no estén influenciando sus decisiones.

La cláusula de los emolumentos de la Constitución de Estados Unidos, para empezar, prohíbe que el presidente acepte todos estos tipos de favores. Por desgracia, los republicanos han decidido que esta cláusula, como tantas otras partes de la Constitución, no aplica cuando su partido está en el poder.

Entonces, como decía, en este caso estamos ante un paso más en la degradación de nuestra nación. Aceptar la tortura y el asesinato es una traición a los principios estadounidenses; tratar de justificar esa traición apelando a un supuesto beneficio económico es una traición más. Si a eso sumamos el hecho de que el supuesto beneficio es mentira, y que las ganancias personales del presidente son una explicación mucho más probable para sus acciones, digamos que los auténticos patriotas deberían sentirse profundamente avergonzados de la nación en la que nos hemos convertido.

Paul Krugman

Fuente:
https://www.nytimes.com/es/2018/10/24/paul-krugman-trump-khashoggi-arabia-saudita/?rref=collection%2Fsectioncollection%2Fnyt-es

lunes, 15 de agosto de 2011

¿Déficits a largo plazo? No hay tal problema.

Standard & Poor’s no degradó la calificación del sistema político de estadounidense. No degradó la calificación del mercado de valores. Degradó la calificación de los bonos y de las letras del Tesoro de los EEUU, y lo hizo después de que el Congreso hubiera descartado cualquier posibilidad, por pequeña que fuera, del menor aplazamiento en los pagos. Así pues, resulta instructivo que, en la apertura de mercados del día siguiente, los inversores salieran masivamente de los valores en bolsa para recalar en el puerto seguro de los bonos y las letras del Tesoro estadounidense. Rara vez ha sido tan presta y apabullantemente en evidencia la estupidez...

De un lado, están quienes profesan el aborrecimiento de todo déficit con el argumento de que el sector productivo privado crecerá, lo que absorberá con creces todos los efectos de los recortes públicos. Este es un atractivo punto de vista dieciochesco que puede encontrarse en Adam Smith y refleja la época en que los campesinos y los pequeños artesanos eran objeto de predación por parte de señores, reyes y recaudadores de impuestos. El único problema es que las cosas han cambiado mucho desde que Adam Smith publicó en 1776 su Riqueza de las naciones.

La otra fuerza ne presencia son los liberales de izquierda que andaban deseperados hace dos años para que el Congreso aprobara un paquete de estímulos a corto plazo y que, a trueque de eso, se mostraban dispuestos a admitir que había un “problema a largo plazo de reducción del déficit”. En qué exactamente consista ese problema –¿suplantación pública de la actividad económica privada? ¿Inflación? ¿Altos tipos de interés a largo plazo?—, es cosa que raramente se especifica, si es que alguna vez se hace, porque nada de eso resulta ni remotamente plausible con una tasa de desempleo superior al 9% y con deflación por sobreendeudamiento y los tipos de interés por los suelos que vemos ahora. Hecha, empero, la concesión por motivos de retórica y equilibrio políticos, quedan atrapados en ella. Paul Krugman es un ejemplo señero: tan recientemente como el pasado 6 de agosto, escribía en su blog:

“América tiene un problema fiscal a largo plazo generado por la combinación de los costes crecientes de la sanidad que van con una población envejecida y la falta de voluntad política para aumentar los impuestos con que pagar los programas sociales de que disponemos. No encaramos este problema, y pasarán cosas graves.”

Dos cosas hay que observar aquí. Primera: Krugman no dice en qué consisten las “cosas graves”. Segundo: no menciona los tipos de interés ni menciona en ningún caso lo que pasa con la ratio deuda/PIB si los tipos se mantienen. (Respuesta: la proporción deuda/PIB tiende a estabilizarse, y no pasa nada más, como he mostrado en un trabajo que puede verse pulsando este enlace.) Y entonces da todo su peso a la presión que, a fines del presente año, se ejercerá a favor de los recortes en la Seguridad Social, Medicare y Mediaid que se aplazado este agosto. Unos recortes a los que, sin duda, Krugman se opone.
La perversa naturaleza del acuerdo sobre el techo de deuda obligará al Pentágono a entrar en liza a favor de recortes en la Seguridad Social, Medicare y Medicaid. Y eso será así, aun cuando los recortes que afectarán al Pentágono si el Congreso no aprueba las recomendaciones del nuevo “supercomité” sean más bien engañosos. Parece obvio que los Republicanos, lo mismo que la Casa Blanca, entienden esa dinámica perfectamente, razón por la cual el conejo de los recortes en el gasto de defensa salió de la chistera del acuerdo del techo de deuda en el último minuto. Como de costumbre, los progresistas que por unos momentos creyeron en una victoria aquí de los Demócratas fueron timados.

¿Qué hay, pues, que hacer? No es este momento para formular políticas capaces, por ejemplo, de crear empleo, construir infraestructuras públicas o lidiar con el cambio climático. Nada de eso puede hacerse, hasta que cambien las ideas. Y el primer cambio debe venir del cuestionamiento y el rechazo de todo este sinsentido que viene oyéndose sobre los déficits presupuestarios a largo plazo, la bancarrota o la insolvencia nacional y la “responsabilidad fiscal”. El único propósito de toda esta campaña propagandística es la paralización del Estado –incluida la actividad regulatoria y la de los tribunales de justicia— y deshacer las conquistas históricas de la Seguridad Social, Medicare y Medicaid. La defensa de esos programas exitosos, eficaces –y sí, sostenibles— se ha vuelto harto más difícil, acaso imposible. Pero es necesario hacerla, y hasta el final.

James K. Galbraith es profesor de economía en la Lyndon B. Johnson School of Public Affairs, de la University of Texas-Austin. Hijo del llorado economista canadiense John K. Galbraith, ocupó anteriormente varios puestos en el Congreso de los Estados Unidos, incluida la dirección ejecutiva del Joint Economic Committee.
Leer todo el artículo en Sin Permiso


martes, 4 de febrero de 2020

_- Paul Krugman: “No soy un santo pero estoy dispuesto a pagar más impuestos”. Premio Nobel en 2008, el economista estadounidense lamenta que ante un nuevo bache económico “los amortiguadores del coche ya se han usado”.

_- En el despacho de Paul Krugman (Albany, Nueva York, 1953) reina el suficiente desorden que uno podría imaginar en un economista provocador e hiperactivo, prolijo en artículos, en libros y, lo más controvertido, en previsiones de futuro. Nobel de Economía en 2008, es miembro destacado del club de economistas estadounidenses de corte progresista, como el a su vez laureado Joseph Stiglitz o Jeffrey Sachs; también, de esa legión de demócratas que no vieron venir los estragos que la globalización —unida a la robotización— causaría en partes de la sociedad estadounidense. Su último título, Contra los zombis. Economía, política y la lucha por un futuro mejor (Crítica, 2019), reúne artículos de prensa de los últimos 15 años, algunos publicados en EL PAÍS, sobre el hachazo de la Gran Recesión, la desigualdad o, por supuesto, Donald Trump. Un par de gorras parodiando el lema electoral del republicano —Hagamos Rusia grande de nuevo, Hagamos la ignorancia grande de nuevo— se mezclan sobre su escritorio con el último libro del economista serbioestadounidense Branko Milanovic. “Me las envía gente, no sé”, comenta entre risas el profesor Krugman. Dice que ser comentarista en los medios “nunca formó parte del plan”. Sin embargo, es uno de los economistas más expuestos de la época.

PREGUNTA. Dice que en estos tiempos todo es político y que hay que ser sincero sobre la deshonestidad. ¿Puede explicarse?
RESPUESTA. En un debate económico, mucha gente construye argumentos de forma poco honesta, falsean los hechos o los tergiversan, básicamente sirven a los intereses de un grupo. Y si tú estás intentando debatir con esa gente, ¿qué haces? ¿Fingir que es un debate sincero, responder con los datos y explicar por qué están equivocados? ¿O decir: “Bueno, la verdad es que no estás siendo sincero”? Depende del contexto. En una publicación económica, no hablaría de deshonestidad con gente con puntos de vista diferentes. Pero si estás escribiendo para un periódico y esa deshonestidad es generalizada, es injusto que los lectores no sepan eso. Por ejemplo, básicamente no encontrará economistas honestos que digan que una rebaja de impuestos se va a pagar sola [como prometió Donald Trump con su gran recorte fiscal]. Tenemos muchos ejemplos de que no es así, pero la gente lo sigue diciendo.

P. ¿Cree que existe la racionalidad económica o la política siempre se impone en alguna medida?
R. El análisis económico no es inútil, o no lo es siempre, hay políticos que escuchan y hacen las cosas bien. Yo creo que las políticas de Obama estuvieron influidas por un buen pensamiento económico, pero hay muchas cosas que no pudo hacer porque no tenía el poder del Congreso.

P. Dani Rodrik dijo una vez que el éxito económico de Estados Unidos se debía a que, en última instancia, el pragmatismo siempre vence, y que la política había sido más proteccionista, liberal o keynesiana en función de las necesidades. ¿Lo comparte?
R. Estados Unidos ha tendido a ser pragmático, pero no estoy seguro de que aún seamos ese país. Por eso hablo de ideas zombis en mi libro, hay un montón de cosas que sabemos que no funcionan, pero la gente las sigue diciendo por motivos políticos. No creo que sigamos siendo ese país pragmático de hace 50 años.

P. Rodrik afirma que, de hecho, eso cambia a partir de Reagan, en los ochenta. Usted trabajó como economista para esa Administración…
R. Eso fue divertido.

P. ¿Qué recuerda de aquellos días?
R. Bueno, yo era un tecnócrata. Era el jefe de economía internacional en el Consejo de Asesores Económicos, y Larry Summers, el economista jefe. Éramos dos demócratas registrados, trabajando en asuntos técnicos. Fue fascinante ver cómo era el debate sobre las políticas. Probablemente la Administración de Reagan fue peor que las anteriores. Veías a un montón de gente que no tenía ni idea de lo que hablaban. También aprendí lo difícil que es lograr que algo se haga. Te hace darte cuenta de que solo con tener una idea inteligente no vas a cambiar el mundo.

Paul Krugman: “No soy un santo pero estoy dispuesto a pagar más impuestos”

P. Hay quien sitúa en esos años de desregulación el inicio de las desigualdades en EE UU.
R. Sí, es una gran ruptura en la dirección de la economía estadounidense, hacia una mayor desigualdad y hundimiento del movimiento laboral. Reagan tuvo un gran impacto en el tipo de economía que era EE UU. Nunca nos hemos recuperado.

P. También mucha gente señala el consenso de los noventa [durante la Administración de Bill Clinton] sobre la globalización. Usted mismo ha cambiado su punto de vista.
R. Aún creo que la globalización, en su conjunto, funcionó bien. Desde un punto global, hizo más bien que mal. Posibilitó el auge de economías pobres hacia un nivel de vida decente. Después, también supuso un factor de desigualdad en algunas comunidades específicas en EE UU.

P. ¿Los economistas también viven en una burbuja, como se dice, a veces, de los periodistas? 
R. Desde luego, mirar lo que les pasa a tus amigos es una forma muy mala de juzgar lo que pasa en el mundo. Y mirar solo lo que la gente publica en investigación puede ser un problema porque esos autores pueden tener puntos ciegos. Yo nunca imaginé que la globalización iba a tener solo ganadores, sin perdedores. Lo que no vi es algo muy específico, que es hasta qué punto algunas comunidades concretas iban a salir tan mal paradas. Preguntábamos qué iba a pasar con los trabajadores del sector fabril y pensábamos que probablemente bajaría su salario real [descontando el efecto de la inflación] como un 2%, lo cual no es algo menor, pero tampoco enorme. Lo que no nos planteamos fue qué iba a pasar con esas ciudades de Carolina del Norte dedicadas solo a la industria del mueble. Y resultó que las estaba destruyendo. Eso no lo supe ver debido a que el mundo es muy grande y que, en efecto, no conozco a ningún trabajador del mueble de Hickory, Carolina del Norte.

P. Esa crisis industrial se usa a menudo para explicar el auge del trumpismo. ¿Cree que también tiene que ver con el auge del socialismo?
R. No, son historias distintas. La tecnología ha sido más importante que el comercio respecto a la gente de la industria. Si mira los lugares más volcados en Trump, son las zonas de carbón, y no porque perdieran las exportaciones, ni por las políticas medioambientales, que son algo bastante reciente. El declive se debe al cambio tecnológico, a que dejamos de enviar tantos hombres a las minas y usamos sistemas que necesitan menos mano de obra. En cuanto al socialismo… En primer lugar, no creo que en realidad haya demasiados socialistas en Estados Unidos.

P. Cree que se sobrestima este supuesto auge del socialismo.
R. Hay mucha gente que se llama a sí mismo socialista, pero es socialdemócrata. Suelen ser jóvenes y de alta formación que ven lo difícil de ganarse la vida con esta economía. Y en los últimos 60 años, cada vez que alguien ha propuesto algo que haga la vida de la gente más fácil, los grupos de derechas lo han llamado socialista, así que al final muchos dicen: “Si eso es socialismo, soy socialista”. Alexandria Ocasio-Cortez, por ejemplo, representa una mezcla de gente formada, de color, en una zona muy demócrata. Cuando Sanders dice: “Quiero que seamos como Dinamarca”. Bueno, pues Dinamarca no es socialista, sino una fuerte socialdemocracia.

P. Se habla mucho del giro izquierdista del Partido Demócrata en las primarias. ¿Cree que van demasiado lejos?
R. No, incluso si Bernie Sanders se convierte en presidente, su programa será más gradual. Me preocupa un poco que se retrate a los demócratas como radicales. Muchas de las cosas que defienden, incluso los más izquierdistas, como la subida de impuestos a los ricos, la expansión de las ayudas sociales o la sanidad pública —sin eliminar seguros privados—, son bastante populares entre la gente. La cuestión es si hacen que parezcan peligrosas. Es interesante lo que ocurrió en el Reino Unido. [El líder laborista] Jeremy Corbyn tuvo un programa bastante radical en 2017 y le fue bien. En 2019 no era más radical, pero le fue mal por el conflicto del antisemitismo y el Brexit. Así que no estoy seguro de que el izquierdismo sea un problema para los demócratas, sino que no caigan en cosas que van a alienar a gente.

P. Dice que subir impuestos a los ricos es popular. ¿Quién es rico? ¿Usted debería pagar más de lo que paga?
R. Depende. Elizabeth Warren quiere ir detrás de la gente con más de 50 millones de dólares, esos son claramente ricos. Obama subió impuestos. Su reforma sanitaria se pagó en buena medida de la subida para gente que ganaba más de 250.000 dólares al año. Hubo quien se quejó de que le iba a costar llegar a fin de mes y, claro, se burlaron de ellos. Yo, pues bueno, se lo diré así: ese impuesto a las grandes fortunas de Warren no me afectaría, pero cualquier demócrata que haga las cosas que a mí me gustaría ver en política económica acabaría necesitando que yo pagase más impuestos. Y está bien. No soy un santo, pero estoy dispuesto a pagar más impuestos para tener una sociedad más sana.

P. ¿Apoya a algún precandidato en concreto?
R. No puedo hacerlo, The New York Times prohíbe que demos un respaldo explícito, porque si un columnista lo da, se lo atribuyen al periódico [la entrevista se hizo antes de que el consejo editorial del Times manifestara su apoyo a las candidatas demócratas Elizabeth Warren y Amy Klobuchar]. Lo que puedo decir es que quien tiene las mejores ideas en materia de políticas es Warren, claramente. Tiene gente muy inteligente, aunque creo que ha valorado mal el asunto de la sanidad [Warren empezó la campaña defendiendo la eliminación de seguros privados, ahora se muestra más flexible]. De todos modos, creo que todos los demócratas serían bastante similares desde el punto de vista de sus políticas. La de Sanders es la más expansionista, pero no podría sacarla adelante en el Senado y acabaría siendo más gradual. Quizá Biden es el más moderado, pero todo el partido se ha movido a la izquierda. No tengo idea de quién va a tener más opciones en las urnas. No creo que nadie lo sepa. Lo que sí espero —y seguramente tampoco me está permitido decirlo, según las reglas del Times— es que Trump no gane.

P. Usted es de los que temieron que las políticas de Trump trajeran una recesión global. ¿Cómo lo ve ahora?
R. Lo dije la noche electoral, llevado por la emoción, pero me retracté enseguida. Las consecuencias económicas de Trump han sido bastante tenues. Ha aumentado el déficit y ha sido proteccionista, pero si hubiese logrado revocar la reforma sanitaria [de la Administración de Obama] mucha gente hubiese salido mal parada, y al menos no lo ha conseguido. Si mira la tendencia en el empleo de los últimos 10 años, no sabría si ha habido elecciones en ese tiempo. Quizá tenemos algo menos de inversión por la incertidumbre de la guerra comercial y algo más de consumo por el recorte de impuestos y la subida del valor de la Bolsa, pero hay poca diferencia entre los números de la economía con Trump y con Obama.

P. Otro premio Nobel [Kenneth Arrow] decía que las fuerzas propias de la economía son más importantes que el impacto de Gobierno.
R. Sí, la mayor parte del tiempo. Las políticas monetarias pueden importar mucho, pero eso no está bajo el control de un presidente. Estos solo tienen mucha importancia en tiempos de crisis. Si Obama no hubiese llevado a cabo esos estímulos y el rescate a la banca, hubiese sido muy grave.

P. ¿Cómo imagina la próxima crisis?
R. Es difícil. De vez en cuando se ve algo tan claro que la crisis es predecible, como la burbuja inmobiliaria, que fue un ciclo obvio. Pero ahora no hay nada así. Lo que sea, no parece obvio. Probablemente la próxima crisis va a venir de varias cosas a la vez, un revoltijo de muchas cosas pequeñas. También hemos tenido ese tipo de crisis, la recesión de hace 30 años, por ejemplo.

P. Esa próxima recesión se encontrará con las economías del G10 con tipos de interés en cero.
R. Sí, esa es la principal preocupación.

P. ¿Cuál es la política de tipo de cambio correcta en un caso así?
R. Ni siquiera estoy seguro. Lo que más me preocupa no es ignorar de dónde vendrá la crisis, sino que no sé cómo responderemos. El Banco Central Europeo no puede bajar más los tipos, ya son negativos. Y la Reserva Federal tiene poco margen para hacerlo. Vamos a encontrarnos un bache en la carretera y los amortiguadores del coche ya se han usado. En ese caso ayuda la política económica del Gobierno, pero me preocupa que quizá no tenemos a gente muy buena tomando decisiones. En 2008 fuimos afortunados por la gente inteligente que lidió con la crisis. Ahora Europa no tiene ningún liderazgo y Estados Unidos tiene a Trump. No está claro que tengamos una buena respuesta.

P. ¿Qué efectos prevé del Brexit?
R. El Brexit es negativo, dañará la economía británica y la del resto de Europa, pero en el largo plazo, no serán grandes números. Los aranceles británicos probablemente sean mínimos, no será una unión aduanera, pero tendrá pocos impuestos. Estados Unidos y Canadá mantienen un acuerdo de libre comercio sin unión aduanera. Así que, en unos cinco años, el Reino Unido será un poco más pobre, quizá un 2%, pero no será radical. Es lo que ocurra en los próximos seis meses lo que asusta a la gente.

P. Se culpó al euro de muchas de las disfunciones de la UE, pero al final es un país con otra divisa el que sale de la Unión.
R. Creo que el euro fue un error, causó mucho daño, pero la política no es así de racional. Así que, en efecto, el Reino Unido no fue presa de la crisis del euro, aunque se autoimpuso mucha austeridad, mientras que Grecia o España fueron forzadas a ella. Si mira la crisis política en Europa, algunos de los países que han aumentado el rechazo a la democracia no formaban parte del euro, pero el euro desacreditó a las élites europeas, la gente dejó de creer que los tecnócratas de Bruselas sabían lo que hacían y, desde ese punto de vista, acabó contribuyendo al Brexit.

P. El cambio climático sigue algo subestimado como riesgo en la economía.
R. Es el problema más importante, algunos de los principales manuales hablan bastante de ello, incluído el mío. Tenemos dos problemas: uno, que tenemos un Partido Republicano que es negacionista, y el otro, que el cambio climático… Si Dios quería crear un problema que fuera realmente difícil de combatir antes de que una catástrofe natural golpee, ese sería el cambio climático. Es gradual y tiende a ser invisible hasta que es demasiado tarde. Avanza de forma progresiva y cada vez que no actuamos, empeora. La cuestión es qué países pueden hacer esfuerzos para solucionarlo. Si tuviéramos un liderazgo fuerte en Estados Unidos, podríamos haber llevado a cabo una acción efectiva, pero, en lugar de eso, tenemos un Partido Republicano que niega el problema. Así que da bastante miedo. Las posibilidades de catástrofe son bastante altas.

https://elpais.com/elpais/2020/01/23/ideas/1579793914_392852.html