lunes, 17 de noviembre de 2014

Decidir con lucidez

No dejarse llevar por los impulsos, tomar resoluciones claras y hacerse las preguntas adecuadas resulta crucial para conseguirlo


A lo largo del día tomamos muchas decisiones. Algunas le incumben sólo a uno, son pequeñas y no tienen aparentemente mucha trascendencia. Por ejemplo, qué camisa me voy a poner. Hay decisiones que influyen o repercuten en los demás e implican una responsabilidad personal e incluso colectiva. Es lo que ocurre cuando alguien conduce de forma temeraria, ensucia lugares públicos o invierte en un banco que financia armas. Otras cambian el rumbo de nuestra vida, como sucede en caso de separación o cambio de lugar donde se vive. Con cada decisión que se ejerce, se va creando la realidad de cada uno y ese paso puede variar el destino de una persona.

Por ejemplo, se resbaló y se torció el pie porque mientras caminaba su mente estaba en otro sitio y andaba distraído. Además, ese día había optado por las sandalias y no los zapatos que protegían mejor sus pies. Una pequeña decisión puede tener grandes repercusiones.

Desarrollar la habilidad de tomar resoluciones claras y efectivas es crucial. Éstas influyen en el presente y contribuyen a crear el futuro. Se necesita claridad para discernir, luz para decidir, voluntad y determinación para poner en práctica las resoluciones.

¿Cómo lograr tomar decisiones coherentes, inteligentes, equilibradas y apropiadas? El discernimiento es la guía. ¿Qué es lo que más conviene? ¿Qué es lo que crea un mayor bienestar? ¿Qué es lo más adecuado en esta situación y para esta o estas personas? ¿Qué es lo justo? ¿Qué es lo ético? ¿Qué implicará menos desgaste y ofrecerá mejores resultados? ¿Qué precio habrá que pagar por ciertas decisiones? ¿Nos acercará a nuestro propósito o ideal?

Discernir es una facultad que todos tenemos y no siempre se utiliza con sabiduría. Cuando nos dejamos llevar por la rutina de los hábitos, se actúa mecánicamente sin ser conscientes del impacto de las decisiones. Luego uno se ve atrapado por los resultados que esta actitud provoca... sigue.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2014/11/07/eps/1415361959_514838.html
Psicología.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Ellacuría vive. La influencia del filósofo y teólogo se mantiene en su obra 25 años tras su asesinato

"Ellacuría debe ser eliminado y no quiero testigos". Fue la orden que dio el coronel René Emilio Ponce al batallón Atlacatl, el más sanguinario del ejército salvadoreño. La orden se cumplió la noche del 16 de noviembre de 1989 en que fueron asesinados con premeditación, nocturnidad y alevosía seis jesuitas y dos colaboradoras, madre e hija, Elba y Celina, esta de 15 años en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, de San Salvador (UCA). Entre los asesinados se encontraba el jesuita vasco, nacionalizado salvadoreño, Ignacio Ellacuría, rector de la UCA, discípulo de Zubiri y editor de algunas de sus obras. Era filósofo y teólogo de la liberación, científico social y e impulsor de la teoría crítica de los derechos humanos, cuatro dimensiones que son difíciles de encontrar y de armonizar en una sola persona, pero, en este caso, convivieron no sin conflictos internos y externos, y se desarrollaron con lucidez intelectual y coherencia vital.

"Revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección", "sanar la civilización enferma", "superar la civilización del capital", "evitar un desenlace fatídico y fatal", "bajar a los crucificados de la cruz" (son expresiones suyas) fueron los desafíos a los que quiso responder con la palabra y la escritura, el compromiso político y la vivencia religiosa. Y lo pagó con su vida.

25 años después de su asesinato Ellacuría sigue vivo y activo en sus obras, muchas de ellas publicadas póstumamente. En 1990 y 1991 aparecieron dos de sus libros mayores: Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, de la que es editor junto con su compañero Jon Sobrino, entonces la mejor y más completa visión global de dicha corriente teológica latinoamericana, y Filosofía de la realidad histórica, editada por su colaborador Antonio González, cuyo hilo conductor es la filosofía de Zubiri, pero recreada y abierta a otras corrientes como Hegel y Marx, leídos críticamente. Es parte de un proyecto más ambicioso trabajado desde la década los setenta del siglo pasado y que quedó truncado con el asesinato. Posteriormente la UCA publicó sus Escritos Políticos, 3 vols., 1991; Escritos Filosóficos, 3 vols., 1996, 1999, 2001; Escritos Universitarios, 1999; Escritos Teológicos, 4 vols., 2000-2004.

En el cuarto de siglo posterior a su asesinato se han sucedido ininterrumpidamente los estudios, monografías, tesis doctorales, congresos, conferencias, investigaciones, cursos monográficos, círculos de estudio, Cátedras universitarias con su nombre, que demuestran la "autenticidad" de su vida y la creatividad y vigencia de su pensamiento en los diferentes campos del saber y del quehacer humano: política, religión, derechos humanos, universidad, ciencias sociales, filosofía, teología, ética, etc.

Lo que descubrimos con la publicación de sus escritos y los estudios sobre su figura es que Ellacuría tuvo excelentes maestros: Rahner en teología, Zubiri en filosofía, monseñor Romero en espiritualidad y compromiso liberador, de quienes aprendió a pensar y actuar. Pero su discipulado no fue escolar, sino enormemente creativo, ya que, inspirándose en sus maestros, desarrolló un pensamiento propio y él mismo se convirtió en maestro, si por tal entendemos no solo el que da lecciones magistrales en el aula, sino, en expresión de Kant aplicada al profesor de filosofía, el que enseña a pensar. Ellacuría parte del pensamiento de sus maestros, pero no se queda en ellos; avanza, va más allá, los interpreta en el nuevo contexto y, en buena medida, los transforma. Su relación con ellos es, por tanto, dialógica, de colaboración e influencia mutuas. Sus obras así lo acreditan y los estudios sobre él lo confirman.

Teología
Su colega y amigo Jon Sobrino ha escrito páginas de necesaria lectura sobre el "Ellacuría olvidado", en las que recupera tres pensamientos teológicos fundamentales suyos: el pueblo crucificado, el trabajo por una civilización de la pobreza, superadora de la civilización del capital y la historización de Dios en la vida de sus testigos, que Ellacuría acuñó con una aforismo memorable: "Con monseñor Romero Dios pasó por la historia". Ellacuría entiende la teología de la liberación como teología histórica a partir del clamor ante la injusticia, establece una correcta articulación entre teología y ciencias sociales y asume un compromiso por la transformación de la realidad histórica desde los análisis políticos y desde su función como mediador en los conflictos. Son tres aspectos que desarrolla José Sols Lucia. El teólogo austriaco Sebastián Pittl recupera la primera idea destacada por Jon Sobrino y la interpreta teológicamente: la realidad histórica de los pueblos crucificados como lugar hermenéutico y social de la teología. Asimismo hace una lectura de la concepción ellacuriana de la espiritualidad radicada en la historia desde la opción por los empobrecidos

El resultado es una teología posidealista cuyo método no es el trascendental de sus maestros, sino la historización de los conceptos teológicos y el punto de partida, la praxis histórica. La teología de Ellacuría tiene un fuerte componente ético-profético. Aplicándole a ella la consideración lévinasiana de la ética como filosofía primera, bien podría decirse que, para el teólogo hispano-salvadoreño, la ética es la teología primera y el profetismo la manifestación crítico-pública de la ética.

Filosofía
El objeto de su filosofía es la realidad histórica como unidad física, dinámica, procesual y ascendente. De aquí emanan los conceptos y las ideas fundamentales de su pensamiento: historia (materialidad, componente social, componente personal, temporalidad, realidad formal, estructura dinámica), praxis histórica, liberación y unidad de la historia. Su método es la historización de los conceptos filosóficos para liberarlos del idealismo y de la idealización en que suelen incurrir la filosofía y la teoría universalista de los derechos humanos. H. Samour, uno de sus mejores intérpretes y especialistas, reinterpreta al maestro relacionando su pensamiento con la realidad histórica contemporánea, al tiempo que considera la filosofía de la historia como filosofía de la praxis. Recientemente se está desarrollando una nueva línea de investigación del pensamiento filosófico de Ellacuría: la que hace una lectura pluridimensional con las siguientes derivaciones creativas, que enriquecen, recrean y reformulan su filosofía:

a) Su conexión con la dialéctica hegeliano-marxista, que implica analizar la concepción que Ellacuría tiene de la dialéctica, la utilización del método dialéctico en su análisis político e histórico, y la dialéctica entre historia personal -biografía- e historia colectiva -el pueblo salvadoreño-, en otras palabras, el impacto y la capacidad transformadora de su vida y de su muerte en la historia de El Salvador (Ricardo Ribera).

b) Su conexión con la teoría crítica de la primera Escuela de Frankfurt, que integra dialécticamente las diferentes disciplinas dando lugar a un conocimiento emancipador, así como su incidencia en la negatividad de la historia (L. Alvarenga).

c) Su conexión con la filosofía utópica de Bloch en uno de los últimos textos más emblemáticos de Ellacuría: "Utopía y profetismo en América Latina" (Tamayo).

d) Su original teoría del "mal común" como mal histórico, la crítica de la civilización del capital y las diferentes formas de superarla (Hector Samour).

e) La recuperación filosófica del cristianismo liberador (Carlos Molina).

f) La fundamentación moral de la actividad intelectual y la relevancia del lugar de los oprimidos en los diferentes campos y facetas de quehacer teórico (J. M. Romero).

Teoría crítica de los derechos humanos
Ellacuría ha hecho aportaciones relevantes en el terreno de la teoría y de la fundamentación de los derechos humanos. Cabe destacar a este respecto su contribución a la superación del universalismo jurídico abstracto y de una visión desarrollista de los derechos humanos, y a la elaboración de una teoría crítica de los derechos humanos (J. A. Senent, A. Rosillo).

El pensamiento de Ellacuría no es intemporal, sino histórico, y debe ser interpretado no de manera esencialista (aun cuando algunas de sus primeras obras escritas bajo el discipulado escolar y la influencia de Zubiri tuvieron esa orientación), sino históricamente, en diálogo con los nuevos climas culturales. Así leído e interpretado puede abrir nuevos horizonte e iluminar la realidad histórica contemporánea.

MÁS INFORMACIÓN

Conversión de la Iglesia al reino de Dios. Ignacio Ellacuría. Sal Terrae, Santander 1984
Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, 2 vols. Ignacio Ellacuría. Trotta, Madrid 1990
Filosofía de la realidad histórica. Ignacio Ellacuría. Trotta, Madrid 1991
El legado de Ignacio Ellacuría. José Sols Lucia. Cuadernos Cristianisme i Justicia, Barcelona 1998
Crítica y liberación. Ellacuría y la realidad histórica. H. Samour. ADG-N LIBROS, Valencia 2013
La realidad histórica del pueblo crucificado como lugar de la teología. Sebastian Pittl. ADG-N LIBROS, 213
Ignacio Ellacuría. Utopía y teoría crítica. J. J Tamayo y L. Alvarenga (dirs.) Tirant lo Blanch, València 2014
La lucha por la justicia. Selección de textos de Ignacio Ellacuría, ed. de J. A. Senent de Frutos, Universidad de Deusto, Bilbao 2013
Fuente: El País, Babelia.
Palabras de Ignacio: "Aquellos que odian la injusticia están obligados a luchar, con cada onza de sus fuerzas. Ellos deben trabajar para un mundo nuevo en que la avaricia y el egoísmo sean finalmente vencidos".

El poder de la cocina vasca

Un viaje al interior de una cocina con una fuerte tradición y personalidad y de un pueblo apasionado que considera la comida como parte fundamental de su cultura y de su vida

El día que murió el padre de Juan Mari Arzak se juntaron 60 a comer en su taberna, en el llamado “Alto de Vinagres” (por los vinos peleones que servían en su mostrador), a las afueras de San Sebastián. Guisaron sopa de pescado, alubias, merluza en salsa verde, mataron pollos y abrieron botellas de sidra. Su viuda, Paquita Arratibel, cocinera desde adolescente en un recóndito caserío del valle de Ataun y que antes de casarse con Juan Ramón Arzak había trabajado de pinche en casa de unos señores de Madrid, no se separó de los fogones en toda aquella jornada de luto. Era la metáfora de su vida. Cocinaría hasta el final. Era 1951, el huérfano tenía nueve años y había que sacarle adelante. Hoy, a los 72, Juan Mari, ese niño educado en euskera y que apenas hablaba castellano, todavía recuerda aquel día. Y reconoce que todo en Euskadi se celebra en torno a la comida. “Este pueblo es así, no me preguntes por qué; los vascos no sabemos ni dónde hemos salido”.

Aquel humilde bar de carretera que subsistiría los siguientes 25 años gracias a la celebración de banquetes de bodas y bautizos (a cargo de doña Paquita, que se negaba en redondo, y sin éxito, a que su único hijo siguiera sus pasos), y donde se dieron a mediados de los setenta los titubeantes primeros pasos de la Nueva Cocina Vasca, la primera gran revolución culinaria española que situaría a Guipúzcoa como uno de los polos más vibrantes de la gastronomía mundial, es hoy el restaurante con tres estrellas Michelin más veterano de España (las consiguió en 1989), el octavo mejor del mundo según la clasificación de la revista británica Restaurant y uno de los que más creatividad y honestidad han proyectado en las últimas tres décadas a los chefs del planeta. Arzak es un compendio de lo mejor de la gastronomía del País Vasco. Hay muchos más apellidos: Berasategui, Subijana, Arguiñano, Arbelaitz, Aduriz, Oihaneder, Atxa o Arginzoniz, al frente de los fogones más prestigiosos; la familia Aguirre, que capitanea la artesanía llevada a la brasa en sus dos restaurantes de Guetaria (Elkano y Kaia), donde el pescado pasa sin pausa del Cantábrico a la mesa; Roberto Ruiz, que comanda El Frontón (Tolosa), donde se comen las mejores alubias reinterpretadas de Euskadi, o los grandes de los pinchos del Casco Viejo donostiarra; la alta gastronomía a precios populares que engancha en el placer de comer a las nuevas generaciones y los neófitos: el clasicismo de Gambara, de la familia Martínez, o la modernidad de A Fuego Negro, de Edorta Lamo, con un tenedor y una banderilla con su guindilla, pepinillo y aceituna tatuados en los brazos como una declaración de principios.

Los mandamientos gastronómicos de todos ellos son similares: respeto por el producto de proximidad (lo que llaman “kilómetro cero”); por lo que toca comer en cada estación; sabiduría técnica, imaginación y una mezcla perfecta de tradición y vanguardia. Modernidad y valores. Y además, ese fenómeno culinario vasco, iniciado en diciembre de 1976 por Arzak y otra docena de cocineros de su tierra bajo la batuta de su viejo profesor, Luis Irizar, que peregrinaron en esas fechas hasta Madrid para explicar sus ideas revolucionarias en la efervescente capital del posfranquismo y dar carta de naturaleza a su movimiento, ha elevado la cotización de la figura del cocinero hasta convertirlo en una celebridad. Gracias a la Nueva Cocina Vasca, el chef español escapó de las catacumbas, ganó dinero y saltó a los telediarios. Ahí continúa Otra de las claves de su éxito es el respeto a la herencia recibida. Es el caso de Martín Berasategui (con siete estrellas Michelin entre Lasarte, Barcelona y el hotel Abama de Tenerife), que fue propietario y alma del Bodegón Alejandro, junto al mercado donostiarra de la Bretxa, donde cocinaron durante décadas su madre y su tía, mientras él dormía en una habitación contigua a la cocina. Esa fue su escuela. El resto ha sido rigor y disciplina. Y un chapuzón en la elegancia francesa. También al frente del mítico restaurante del Alto de Miracruz que lleva su apellido siguen los Arzak: Juan Mari y su hija Elena (según la crítica, una de las mejores cocineras del mundo); sesión continua: cada mañana y cada noche, cinco días a la semana; de chaquetilla; probando cada plato que sale a la sala; cabezotas y hospitalarios; infatigables y geniales; perfectos relaciones públicas; la tercera y cuarta generación al mando del mismo negocio emplazado en el mismo lugar donde nació en 1897; batallando a diario con los chipirones, las anchoas y las cocochas que cosechan cada mañana en el puertos de Pasajes. En su escueta cocina se habla una curiosa mezcla de euskera, inglés y castellano; las partidas están al mando de mujeres, y entre su clientela abunda una peculiar clase media donostiarra que muchas veces ahorra durante meses para darse un homenaje “donde Juan Mari”, a razón de 200 euros por persona. “Aquí vienen más los del medio que los ricos”, explica Arzak. “A mucha gente le puede sorprender, pero esto sigue siendo una casa familiar, sencilla; de amigos; nuestra filosofía es hacer feliz al que viene. Que se sienta en casa. Y en eso estamos los cocineros vascos, que somos unos disfrutones; tenemos los establecimientos de alta cocina más baratos del mundo” [Una cena en un tres estrellas español puede costar la cuarta parte que en uno de París, Tokio o Nueva York].

Continúa Arzak: “Transmitir felicidad es la primera condición para que este movimiento haya funcionado. La segunda es que, desde 1976, los cocineros vascos hemos idos juntos, con la misma camiseta; sonrientes de Japón a Estados Unidos; las broncas las hemos dejado para casa. Y las ha habido. Vaya que las ha habido. Porque en esto hay mucha vanidad. Pero si hoy un cliente va donde Martín Berasategui a Lasarte y no tiene mesa, Martín me lo manda a mí; y si yo tampoco tengo mesa, lo mando donde Pedro Subijana (Akelarre), a Igueldo, y así sucesivamente. El secreto es que nos vaya bien a todos. Estoy deseando que haya aquí un nuevo tres estrellas para meter ruido. Eso no quiere decir que no seamos competidores y, ¡ojo!, Martín, Andoni (Mugaritz), Eneko (Azurmendi) o yo queremos ser los número uno, y luchamos; pero eso no quiere decir que no podamos colaborar y seamos transparentes y generosos con el resto. Y que les preguntes a tus rivales dónde compran el bonito o los guisantes… y te lo digan; y que Bittor Arginzoniz, del asador Etxebarri, que ha revolucionado la brasa y la parrilla vasca, me enseñe los secretos de su cocina y me regale una de sus sartenes para hacer angulas a la brasa. Y lo mismo pasa en nuestra relación con los restaurantes tradicionales o los grandes bares de pinchos o las buenas sidrerías. Esto es de todos; de cuatro generaciones de cocineros. Cada uno con un estilo diferente; cada uno con su camino. Juntos hemos sido más fuertes. A ese estilo nuestro de colaborar con nuestra competencia, los sabios del Basque Culinary Center (la gran facultad de la cocina vasca, de las artes culinarias, la tecnología y la salud, situada a las afueras de San Sebastián y unida a la Universidad de Mondragón y al centro tecnológico AZTI) lo llaman “coopetición”: una mezcla de cooperación y competición”.

–¿Por qué ha triunfado la cocina vasca?
–Lo primero que hay que decir es que para mí (para mí), la mejor cocina del mundo es la española; dentro de la española, la vasca (en la que incluyo la navarra), y dentro de la vasca, la de la comarca de San Sebastián (Donostialdea). Frente a los nórdicos, que están de moda gracias al Noma, en Copenhague (elegido el mejor restaurante de 2014), pero que carecen de culinaria tradición y un gran producto, los cocineros vascos partíamos con la ventaja de contar con una cocina popular fuerte, con un recetario poderoso. Lo que hicimos fue reflexionar cómo evolucionarlo y hacerlo mejor; más saludable; más ligero; cómo realzar sus sabores, cómo dañar lo menos posible el producto; cómo darle un toque de autor. Nuestro concepto gastronómico era nuevo, pero estaba firmemente unido a la cocina de las abuelas de los caseríos y de las sociedades gastronómicas; a los buenos guisantes, alcachofas, alubias, setas y anchoas. Aquello que hicimos en los setenta fue un movimiento espontáneo de una docena de cocineros vascos; no había un planeamiento estratégico; ¡qué coño íbamos a ser conscientes de lo que estábamos haciendo!; hubo una imaginación alucinante; pocos medios, pero muchas ganas de hacer cosas; nadie nos dio un duro ni tuvimos apoyo público. Nos gastamos el dinero en ir a Francia y ver qué era aquello de la nouvelle cuisine. Y tuvimos la humildad de quedarnos allí a aprender con los que más sabían, que eran los franceses. Y luego lo compartimos con los de aquí. Y fuimos capaces de hacer esa revolución espontánea porque teníamos una cocina importante que supimos poner al día. Esos dos elementos fueron indispensables en nuestra revolución: una gran cocina ancestral, hecha con mimo, y nuestra pasión, capacidad y osadía para modernizarla. Otras regiones, o no tenían esas raíces culinarias, o no han sabido actualizarlas. Y después de nosotros fue Cataluña, donde siempre han sido los más vanguardistas en todo, y con los que hemos establecido un eje culinario Girona-San Sebastián muy atractivo para los foodies. El siguiente paso en nuestro desarrollo vino a comienzos de los noventa con Ferran Adrià, que nos enseñó a ser libres, a mirar más lejos y no tener miedo. Después vinieron los congresos de alta cocina, en Vitoria, a los que asistieron los cocineros más grandes del mundo. Más tarde, el Museo Guggenheim de Bilbao nos colocó en el mapa en 1997. Y a partir de 2000 comenzaron a caer estrellas en Euskadi. Y a perfeccionar el modelo. Hoy tenemos una docena de escuelas de cocina y se cocina y come mejor que nunca.

Para Juan Mari Arzak, la cocina vasca es de paladar fácil; “una cocina rica, que gusta a todo el mundo. Con buenos productos. Con verdura, legumbres y pescado y poca carne; y aceite de oliva y ajo, aunque estemos tan cerca de Francia (que han sido nuestros maestros en técnica y disciplina) y ellos prefieran la mantequilla; aquí siempre se ha apostado por un sabor más mediterráneo. Nuestra cocina llega a las élites, pero tiene el gusto del pueblo; sabores reconocibles”.

La cocina vasca se cimienta en cuatro salsas: la verde (la de la merluza a la vasca), la blanca (la del pilpil de las cocochas), la negra (de los chipirones) y la roja (del bacalao a la vizcaína). “Ese es el fundamento”, continúa Arzak. “La cocina vasca se parece a la italiana en que es una comida sencilla y rica que atraviesa fronteras; la diferencia es que la italiana es barata, porque está hecha a base de harina, huevos y agua (pasta), y la vasca alcanza su máxima expresión con el pescado de temporada, que es caro y escaso. Nadie cocina el pescado como los vascos. Ambas, la italiana y la vasca, son cocinas reconocibles culturalmente, como lo son la china, la japonesa y la árabe. Son el reflejo de un territorio, una historia y una forma de ser y vivir. Son auténticas y diferentes. Y eso es lo más importante”.

Desde el nacimiento hasta el funeral; todo se celebra en el País Vasco en torno a una mesa donde, mientras se come, la conversación gira sobre qué comieron los asistentes la última vez que se reunieron y que comerán la próxima que se reúnan. El aperitivo consiste en un festín de pinchos (la revolución de esa microgastronomía es de la última década) regado con chatos de chacolí (el vino vasco fresco y ácido); en ese entorno, las apuestas siempre tienen como recompensa una cena. Las excursiones al monte concluyen almorzando en un caserío, y las fiestas populares, con el despliegue de un mercado de frutas y verduras y la consiguiente celebración de una feria (desde la alubia de Tolosa hasta el pimiento de Guernica) o un concurso gastronómico, ya sea en torno al queso Idiazabal, el marmitako (un guiso de atún), el txangurro (una elaboración a base de centollo desmigado) o la tortilla española. El festín es continuo. Incluso las sedes de los partidos políticos cuentan en cada localidad vasca con restaurantes más que aceptables abiertos al público: desde los batzokis del PNV hasta los alkartetxe de EA y las casas del pueblo socialistas. En ellos nadie pide el carné.

Es imposible comprender a los vascos sin entender su pasión por la cocina. Es el retrato robot de este país. Ahí combinan sus raíces y hedonismo; su gusto por el paisaje y las tradiciones; la presencia del mar; el respeto por cada temporada; el placer de buscar el mejor producto; idear, reunirse, cocinar, servir, comer, beber, cantar y volver a empezar. Conciben el proceso gastronómico como un hecho social y gregario; una curiosa mezcla entre la tradición más inamovible y su espíritu aventurero e innovador. El mismo que llevó a un territorio pequeño, escarpado y aislado, sin producciones agrícolas ni ganaderas extensivas, sin recursos naturales, una cabeza de alfiler en el mapamundi, a convertirse desde finales del XIX en un importante núcleo industrial, comercial y financiero, con línea directa con París, Londres y Nueva York. Muchos de los cocineros vascos de este reportaje utilizan la palabra “evolución” para definir su modelo. La cocina vasca que triunfa en el mundo es la misma de hace más de un siglo, pero a partir de sus elementos originales se ha creado en las cuatro últimas décadas un movimiento que, reinventando esa herencia, ha convertido el muestrario de platos resultante y a sus creadores en una marca de prestigio que atrae visitantes. El País Vasco, con poco más de dos millones de habitantes, recibe cuatro millones de turistas, muy repartidos entre todas las estaciones del año y con un alto nivel adquisitivo (especialmente los estadounidenses, con un gasto por persona de 1.500 euros, que dobla la media de un visitante al País Vasco). Los dos grandes focos de atención mediática del País Vasco son el Museo Guggenheim de Bilbao (que incluye entre sus obras de arte el restaurante Nerua, de Josean Alija, con una estrella Michelin) y el Festival de Cine de San Sebastián, cuyo director, José Luis Rebordinos, sumerge a las grandes estrellas internacionales invitadas al certamen en una peregrinación intensiva por los mejores fogones de Euskadi. “Y al minuto, desde Hugh Jackman hasta Woody Allen lo tienen colgado en Twitter”. Junto a esos dos referentes, el gran imán del País Vasco es el poder de la cocina vasca, cuya sabiduría ha logrado permear desde los grandes restaurantes gastronómicos hasta las tabernas de pueblo. Hoy, todos en el País Vasco se sienten parte de ese movimiento, “aunque no hayan comido en un tres estrellas en su vida”, bromea el cocinero Andoni Aduriz.

La alta cocina ha funcionado dentro del nicho de la industria hostelera como la fórmula 1 con la del automóvil o la alta costura con el negocio de la moda; ha servido de emblema, de banco de pruebas y centro de atención mediático. Andoni Aduriz, del restaurante Mugaritz, el cocinero más creativo y avanzado de la cocina vasca y discípulo predilecto de Ferran Adrià, lo explica así: “En esa evolución de la cocina, nada más empezar nuestro camino nos cruzamos con el sector primario, con los productores, y empezamos a colaborar con ellos, desde fabricantes artesanales de queso hasta los bodegueros o los agricultores. Sabíamos que sin ellos no íbamos a ningún lado, y hoy la escasez de gran producto es uno de nuestros handicaps, porque muchos cultivos se abandonaron con el éxodo rural; luego implicamos al sector secundario, a la industria alimentaria; más tarde, a la del turismo; después, al mundo de la investigación, de la innovación, de la universidad, y al final, al de la cultura. Por eso es un movimiento, porque nos involucra a todos”.

De los ocho restaurantes con tres estrellas de España, la mitad están en Euskadi: tres en Guipúzcoa (Arzak, Martín Berasategui y Akelarre) y uno en Vizcaya (Azurmendi, de Eneko Atxa, de 36 años, el primero en esa provincia en conseguir la más alta calificación y el gran ejemplo de cómo una gastronomía tradicional se puede poner rabiosamente al día sin perder una pizca de su alma); por el contrario, solo hay dos en Cataluña (Sant Pau y El Celler de Can Roca), uno en Madrid (DiverXo) y uno en Valencia (Quique Dacosta). De los 50 mejores restaurantes del mundo, cinco son vascos (Mugaritz, Arzak, Berasategui, Azurmendi y Etxebarri); es decir, el mismo número de establecimientos que ha colado en esa clasificación la República Francesa, la patria de la alta cocina; en torno a la comarca de San Sebastián, con solo 300.000 habitantes, se concentran 16 estrellas Michelin. No hay otro territorio en el planeta con tantas por habitante. ¿Cómo ha conseguido este lugar perdido en la vieja Europa, patria de pastores, pescadores, comerciantes y minifundistas, y que durante cuatro décadas ha sufrido el plomo del terrorismo de ETA, situarse a la cabeza de la gastronomía mundial?

El cóctel del éxito es irrepetible. No es solo el amor por la cocina, la variedad de sus elaboraciones, la singularidad del producto de su tierra y su costa, la capacidad de evolucionar e innovar y el hábil uso del marketing. Hay además una larga lista de factores históricos, geográficos y culinarios que han conseguido que el fenómeno de la cocina vasca haya explotado. Y que ese fenómeno culinario difícilmente sea clonado en otras latitudes, algo que en estos momentos pretenden Singapur, Perú o los países nórdicos, intentando copiar su modelo de alta gastronomía para atraer un turismo de máxima calidad, especialmente japoneses, estadounidenses y suizos, que son los grandes prescriptores de la buena mesa. Sería una operación similar a lo que supuso a comienzos de la década de 2000 el intento de muchas capitales de reproducir el efecto Guggenheim, o cómo revitalizar un espacio urbano en decadencia a través de la construcción de un museo de arte moderno rompedor. Pocos lo lograron.

La copia no es fácil. En la cocina vasca se dan algunos rasgos tan propios e intransferibles como sus orígenes ignotos. Para empezar está la perfecta combinación en sus recetas del mar y la montaña, propias de un territorio donde ambas zonas se abrazan en un espacio muy limitado, que están cerca pero lejos y alimentan dos culturas muy diferentes; para continuar, la cercanía con Francia, guardiana de las esencias de la alta cocina desde Auguste Escoffier (1846-1935), el chef que definió en el cruce de siglos cómo debía ser y qué se debía comer en un gran restaurante; a continuación, la coexistencia desde comienzos del siglo XX en un mismo territorio de una gastronomía de caserío, de subsistencia, humilde, calórica, propia de un país pobre, con las sofisticadas costumbres gastronómicas de la aristocracia europea que veraneaba en el País Vasco, desde la belle époque hasta los albores de la Guerra Civil (en competencia con Biarritz, Deauville o Mónaco), a cuyo rebufo se construyeron a partir de 1912 grandes hoteles de lujo en San Sebastián, como el María Cristina, y después el Londres y el Continental, y los primeros restaurantes internacionales, que se nutrían de productos franceses ante la penuria de gran género en la depauperada España.

Aquellas familias adineradas arrastraban hasta su verano en San Sebastián, Guetaria o Zarauz a sus chefs franceses e ingleses, fichados en el Hilton de Londres y el Ritz de París, que, sobre el terreno, formaban sus brigadas con chicas de caserío, que conocían los entresijos de la cocina tradicional vasca y aprenderían a su lado, además, el oficio de la alta gastronomía. Nicolasa Pradera, una de aquellas caseritas, crearía el primer gran restaurante de San Sebastián, Casa Nicolasa, en 1912, en ese cruce de caminos entre la tradición del caserío y la sofisticación francesa. Dentro de esa estirpe de cocineros donostiarras educados a la vera de grandes chefs europeos de corte decimonónico estarían dos grandes inspiradores de la Nueva Cocina Vasca de los setenta: el más remoto Javier Zapi­rain, formado en Francia y después al frente del elegante restaurante Zabaldegui (San Sebastián), y, sobre todo, Luis Irízar, maestro de la generación de Subijana y Arguiñano, educado gastronómicamente en Inglaterra, Francia y Suiza, y que desplegó toda esa experiencia en el restaurante Gurutxe Berri, en Oyarzun, que obtuvo una estrella Michelin en 1975, antes de crear su propia escuela en el Casco Viejo donostiarra. Hoy, curiosamente, es el País Vasco el que atrae a jóvenes cocineros en embrión de todo el mundo como becarios para aprender el oficio y practicar en sus fogones de altura, y que después proyectarán esa sabiduría y forma de hacer vasca por todo el planeta. Centenares de ellos, de una treintena de nacionalidades, han pasado en estos años por Guipúzcoa. Sobre todo, por el restaurante de Martín Berasategui, un especialista en educar, crear equipos con su sello y distribuirlos por sus restaurantes dentro y fuera de Euskadi.

Un rasgo distintivo de la cocina en el País Vasco es el distinto papel atribuido en la gastronomía al hombre y a la mujer. Euskadi fue siempre un matriarcado; guisaba la mujer, que, por extensión, mandaba en el caserío. El perfil del hombre estaba desdibujado. Se limitaba a comer. A finales del siglo XIX, sin embargo, el vasco comenzó a cocinar. Pero fuera de casa. Y por placer. Nadie sabe explicar cómo y por qué nacieron las sociedades gastronómicas, los txokos, esa especie de clubes privados solo para hombres donde cocinar y comer es la razón de ser. Además, se bebe y se canta, se juega al mus y se habla de fútbol. Nunca (nunca) de política. La sociedad más antigua de San Sebastián es La Artesana, creada en 1872. En las cocinas de algunas de ellas, auténticos laboratorios de experiencias, surgirían a comienzos del siglo XX platos hoy míticos de la gastronomía vasca como las cocochas en salsa verde (hasta entonces eran una parte de la merluza que se despreciaba) o el txangurro (la copia a la vasca de una receta francesa de langosta a la americana), que después se perfeccionaron y afinaron formalmente en los primeros restaurantes gastronómicos. Hoy se contabilizan más de 1.500 sociedades en Euskadi, que capilarizan el fenómeno gastronómico masculino amateur por todo el territorio, y donde para las nuevas generaciones, su ingreso en uno de esos templos gastronómicos es un rito iniciático de madurez.

La calle del 31 de Agosto es una de las más sabrosas de San Sebastián. En el número 19 está la sociedad gastronómica Gaztelupe, fundada en 1916. Cuenta con 250 socios. No hay espacio para más. Cuando uno fallece, sus acciones pasan a un familiar. Ante una vacante, el nuevo socio se enfrenta al veto por bola negra del resto. El recinto es una enorme sala desnuda con mesas y bancos corridos de madera. El resto lo ocupa una cocina muy moderna. Entre sus accionistas hay ingenieros, profesores, médicos y pescadores. Guipuzcoanos y vizcaínos. “Aquí nadie es más importante que nadie”, explica uno de ellos; “puede venir un empresario y su chófer, y en cuanto cruzan la puerta es más importante el chófer que el empresario porque cocina mejor”. Tras compartir mesa y mantel con los socios de esta veterana sociedad, se sacan dos conclusiones; la primera es la transversalidad del invento, que está por encima de las clases e ideologías; la segunda, que la gran cocina tradicional vasca sigue girando en torno al producto de temporada. Hoy, chorizo y jamón de aperitivo, pochas con verdura y chuletón. Y rioja alavés. Antes de empezar a comer, los parroquianos entonan el “Hambre, hambre, / tenemos hambre, hambre”, su himno de batalla. Las canciones y el rioja y el resopón durarán más allá de la puesta del sol sobre la Concha.

Algunos entendidos sitúan el origen de estas sociedades gastronómicas en las cofradías de pescadores; lo que es seguro es que fueron los propios marineros los que desembarcaron las parrillas de sus barcos y las popularizaron en tierra firme. Desde entonces, el uso de la brasa ha sido otra de las señas de identidad de la cocina vasca, desde los asadores de carne del interior del país hasta las tabernas del puerto. En Guetaria, la extensa familia Aguirre, propietaria de los dos santuarios vascos del pescado fresco, Elkano y Kaia-Kaipe, explica la evolución del uso de la parrilla en sus establecimientos; los Aguirre fueron pioneros en asar cogotes de merluza y rodaballos; en cocinar el pescado a la brasa en piezas enteras, sin trocear, y en hacerlos con la piel, para preservar al máximo el sabor y la tersura del género. Igor Aguirre, propietario del Kaia, explica el único secreto de su restaurante (que cuenta con una de las mejores bodegas de Euskadi, un país donde siempre se ha comido mejor que bebido): “Nuestra cocina se basa en el pescado más sublime que nos trae a diario Iñaki Zubizarreta, uno de los últimos pescadores artesanos de la zona, porque ya pocos pescan aquí, y el resto consiste es no estropear lo que te da la naturaleza. Tocarlo lo menos posible. Es el único secreto”.

Pero el gran revolucionario de la parrilla vasca vive lejos del mar, en Vizcaya, en el Duranguesado, en el bellísimo valle de Atxondo, en la aldea de Axpe, con 300 habitantes. Tiene 54 años, ningún antecedente en la gastronomía y trabajó en el monte y en una empresa de celulosa antes de lanzarse a montar un asador hace 25 años. Iba a ser un sitio más de cogote y besugo, pero le dio la vuelta a la tradición. Ha reinventado el oficio, las parrillas y todos los instrumentos y elementos culinarios que se mueven en torno a ellas. Lo primero que hizo fue repudiar el carbón, “porque añadía unos aromas demasiado agresivos a los productos”. Se llama Bittor Arginzoniz y ha logrado dominar el arte de la brasa. Hoy, su restaurante, Etxebarri, tiene una estrella Michelin y está clasificado como el número 34 del mundo. Observarle cocinar en solitario, lacónico y absorto, a 50 grados, sin apenas ayuda, tiene algo de experiencia iniciática; sugiere lazos con la desnuda cocina japonesa. Cada madrugada hace la brasa en dos grandes hornos a partir de distintos tipos de madera: encina, roble, sarmiento; luego la va distribuyendo bajo unas parrillas diseñadas por él que se elevan sobre los tizones a distintas alturas mediante poleas. Arginzoniz, que se autoabastece de verdura, huevos y leche, cocina al fuego angulas, ostras, croquetas, cocochas, pulpitos o risotto. Y sigue experimentando. Reconoce que su sueño de niño era dominar el fuego; el elemento más primitivo y ancestral; el Big Bang de la cocina; la gastronomía en estado primigenio; y lo ha logrado. Como todo lo que ha pasado en la cocina vasca en los últimos 40 años, él también ha evolucionado. Ha puesto el fuego al día. Y es imposible ir más lejos

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Fuente: El País. http://elpais.com/elpais/2014/07/08/eps/1404832403_025023.html

sábado, 15 de noviembre de 2014

Déjame contarte un cuento

Rana Dajani es una profesora jordana que se planteó un problema: ¿Por qué a los niños no les gusta leer? La solución que encontró es imitada ya en medio mundo 

La propia historia de Rana Dajani parece un cuento con moraleja: leer relatos infantiles en voz alta puede transformar el mundo en un lugar mejor. Desde una mezquita del barrio de Tabarbour en Amán (Jordania) a un árbol en mitad de la selva ugandesa o un centro para inmigrantes en New Haven (EE UU). A esta jordana culta y sobria, de 45 años, le gusta mirarlo todo con sus lentes de científica, como ella dice. Descubrió un problema y quiso encontrar la solución con la ayuda de su familia: “¿Por qué a los niños jordanos no les gusta leer?”. Años después, la iniciativa surgida de aquella pregunta,  We love reading, es imitada en medio mundo y considerada como un programa efectivo de alfabetización por la Unesco.

La profesora Dajani, que da clases de Biología Molecular en la Universidad de Iowa y cursó dos becas Fulbright, empezó investigando. Preguntó a niños, cuestionó a adultos, observó. Primera conclusión: “No les gusta porque nadie les leyó de pequeños”. Sus padres lo hicieron con ella y, de adulta, repitió con sus cuatro hijos, tres chicas y un chico. Pero ¿dónde? ¿cómo? ¿quién podía ponerlo en marcha? “No puedo enseñar a cada padre a leer en voz alta”, pensó. Empezó por lo más cercano. “Cada barrio jordano tiene una mezquita a la que se puede acceder gratis. ¿Por qué no usarla?”, explica. Su marido pidió permiso en el templo del barrio para que ella leyera tras la oración. Se presentaron 25 niños, obligados por sus padres.

Dajani se colocó un sombrero de colores chillones y cogió las marionetas. Al final de la media hora de lectura, los niños le quitaban los libros de las manos. Volvieron encantados a la siguiente cita. “Después de un tiempo, los padres nos contaron que los chicos habían mejorado en la escuela y tenían más confianza. Querían ir a clase para aprender a leer y aprovechar los cuentos”. Tras ese primer ensayo, en 2006 crearon We love reading como un plan casi familiar. Su hija mayor diseñó la web. Todos le ayudaron a elegir las historias en la lengua materna (árabe), divertidas, sin controversia —ni religión ni política— y relacionadas con el día a día de sus oyentes, niños de cuatro a 12 años.

El proyecto empezó a crecer. Los fieles de la mezquita donaron dinero que se usó para editar nuevos cuentos. Decidieron formar a lectores voluntarios y repetir la experiencia en otros barrios. Se toman muy en serio el proceso de selección. Cada persona que aprende, normalmente reclutadas de ONG locales, debe enseñar a otra y abrir una biblioteca virtual. Ocho años después hay más de 700 voluntarias (la mayoría son mujeres) en Jordania que leen en 300 bibliotecas virtuales casi a coste cero. Han pasado unos 10.000 niños por el programa. 

Segundo e inesperado resultado: el empoderamiento de las mujeres. “Aprenden contacto visual, cómo hablar en público... Algunas se han sentido más seguras y han abierto su propio negocio. Se han convertido en líderes de su comunidad”, añade Dajani.

Han ampliado la iniciativa a los campos de refugiados sirios de Jordania y colaboran con distintas instituciones para medir los efectos de su propuesta. Con la Universidad de Chicago, comprueban cómo afecta la lectura de cuentos sobre empatía al comportamiento de los niños. “Estoy segura de que vamos a encontrar una diferencia”, explicaba la profesora jordana la semana pasada en la Cumbre Mundial para la Innovación en la Educación (WISE, en sus siglas en inglés) que congrega en Doha (Qatar) a más de 1.500 personas y a la que EL PAÍS fue invitado con otros medios internacionales. "We love reading" ganó uno de los premios a iniciativas concretas, de 20.000 dólares. Ahora que empiezan a ser conocidos, reciben mensajes y llamadas de otros puntos del mundo que les imitan: zonas indígenas mexicanas, empresas de Turquía... Dajani nunca pensó llegar tan lejos, pero revela que le funcionó una vieja y sencilla clave: “Si quieres conseguir un cambio, piensa en algo pequeño y simple y concéntrate en hacerlo lo mejor posible”.
Fuente: El País.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Muere el genial geómetra ermitaño Alexander Grothendieck, uno de los grandes matemáticos del siglo XX, muere en Francia a los 86 años.

Uno de los matemáticos más brillantes del siglo XX, que pretendía refundar la matemática con la geometría algebraica, alzaba un muro de silencio sobre su trabajo.

Ayer, Grothendieck murió a los 86 años en el hospital de Saint-Girons, región pirenaica del sur de Francia. Lo hizo sin mostrar grieta alguna en ese muro. Pero no todos los colegas que admiran su trabajo están dispuestos a cumplir su voluntad. Roy Lisker, uno de los fundadores de la página web grothendieckcircle.org, ha tomado la dirección contraria a sus otros socios de dicha página y ha continuado el trabajo de traducir al inglés su mezcla de autobiografía y matemática del más alto vuelo Cosechas y siembras. ¿Por qué? Lo explica en su web: "Nadie, por genial que sea, puede reclamar la posesión del conocimiento científico. Las patentes, sí; pero las matemáticas aún no han sido patentadas".

La relevancia de Grothendieck en la definición de la geometría algebraica es enorme: tres de los siete Problemas del Milenio, los mayores desafíos matemáticos del siglo, están relacionados con su obra. Se le considera fundador de la teoría K, una de las piezas clave de la topología. Grothendieck tenía un talento único para unificar, como resume Colin McLarty, profesor de matemáticas de la Universidad Case Western Reserve de Cleveland: “Su visión de las matemáticas era que no había que aproximarse a un problema con una ingente cantidad de conocimiento técnico. La clave para él era concebir el problema con tal nitidez que se resolviera por sí mismo”.

McLarty asevera también que es muy difícil seguir su camino, porque aunque los pasos de su método son "sencillos de comprender" la enorme longitud de sus ensayos, y la necesidad de contener todos esos pasos para comprender su razonamiento, hacen extremadamente difícil continuar su legado. Harvey Shoolman, profesor de la Universidad Metropolitana de Londres y cofundador de grothendieckcircle, lamenta el adiós del genio: "Probablemente no volvamos a ver a alguien así por muchas generaciones.

Se ha despedido, pero ahora ocupa su lugar junto con Arquímedes, Fermat, Newton, Leibniz, Gauss, Galois y Riemann como un pináculo del éxito en el más difícil y a la vez esencial de los desafíos de la humanidad". ...

Fuente: El País.

Nació en 1928 en Berlín, fruto de la relación de Alexander “Sascha” Shapiro, un judío anarquista ruso, y Hanka Grothendieck, una joven alemana que había abandonado su familia burguesa para unirse a una compañía de teatro ambulante. Su padre, que con 14 años se unió a la revolución y con 17 fue condenado a cadena perpetua por el régimen zarista, se ganaba la vida como fotógrafo callejero en la ciudad, a donde había conseguido huir clandestinamente de la condena a muerte impuesta por el recién instaurado régimen comunista en Rusia.

De 1934 a 1939 Grothendieck vivió en Hamburgo con una familia adoptiva, mientras sus padres participaban en la Guerra Civil española junto a los anarquistas. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, poco después de reunirse con su madre, ambos fueron internados en el campo de concentración de Rieucros. Mientras, su padre fue retenido en el campo de La Vernet y posteriormente deportado en 1942 a Auchswitz, donde, con el nombre de Alexander Tanaroff, figura en la lista de víctimas del Holocausto. Ese mismo año Grothendieck fue acogido en el hogar infantil La Guespy, donde cursó estudios de Bachillerato. Al terminar la guerra, se mudó con su madre a un pequeño pueblo a las afueras de Montpellier. En aquella época lograban subsistir gracias a una pequeña beca del Ministerio Francés y a los trabajos eventuales que Grothendieck conseguía en la vendimia...

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Un asunto de clases

Las minorías, como concepto, siempre han encontrado dificultades a diferentes niveles como pueden ser el social y el político. De esta situación no quedan exentos, todavía en la actualidad, los pacientes de enfermedades catalogadas como raras. “Vuelve a visitarnos si algún día ves que te sangra el ojo”; esa fue la respuesta de una profesional de la sanidad pública a un paciente de una enfermedad rara y de tipo cancerígeno denominada Von Hippel Lindau con un creciente tumor en el ojo. Afortunadamente, este paciente en concreto tuvo medios para extraerse el tumor a tiempo por vía privada. Pero cuando te encuentras viajando a Alemania para realizar una operación especializada que te permita no perder una glándula suprarrenal con tan solo 20 años te preguntas: ¿y toda la gente que no tiene esta suerte? En otras palabras: ¿qué pasa con aquellos que no puedan pagar semejantes cantidades de dinero? Es increíble que el tratamiento de las enfermedades raras sea, todavía hoy, un asunto de clases.— Barcelona 10 NOV 2014 -cartas al director. El País.

https://youtu.be/_yer-9MCQG0

jueves, 13 de noviembre de 2014

El buen morir. La vejez extrema está siendo a menudo extremadamente penosa, solitaria, incapacitante

Mi padre, que llevó con enorme dignidad, coraje y alegría una enfermedad deteriorante que terminó amarrándole a una bombona de oxígeno y una silla de ruedas, siempre repetía una conocida frase: “Nadie es tan joven como para no poder morir al día siguiente ni tan viejo como para no poder vivir un día más”. Le consolaba recordar este dicho porque su gusto por la vida era legendario. Era una de esas personas, mi madre lo es también a sus 93 años, capaces de disfrutar con la mera contemplación de una nube que se deshilacha. Hace falta mucho valor para soportar las traiciones del cuerpo, el marchitamiento de la salud, el constante empequeñecer del futuro y de sus posibilidades. Si tienes la gran suerte de llegar a viejo, la vida te va quitando todo. Pero algunos hombres y mujeres siguen ahí, incólumes, serenos, guerreros formidables de la existencia, gozando de sus horas hasta el final. Admiro su temple y su inmensa capacidad de adaptación.

Viniendo de dos padres tan valientes, yo he salido sorprendentemente cobardilla. O quizá, más que cobardilla, vehemente, voraz e inadaptable. No soporto la pérdida. No soporto la decadencia. No soporto crecer. Me gustaría poder decir que, con los años, se aprende a convivir con el tiempo que te deshace, pero, la verdad, yo no he aprendido. Y me temo que hay muchísima gente que es como yo. Ya lo decía Oscar Wilde: “Lo peor no es envejecer; lo verdaderamente malo es que no se envejece”. Y con esto se refería a que no envejecemos por dentro, a que nos seguimos viendo siempre iguales, eternos Dorian Gray de tersas mejillas enfrentados al retrato pavoroso de nuestra carne cada vez más marchita, de modo que se va creando una disociación entre nuestro ser real y el yo ilusorio interior. Creo que la mayoría de los humanos somos inmaduros peterpanes.

Todas estas reflexiones algo lúgubres me las ha suscitado la tremenda historia de Brittany Maynard, la mujer estadounidense que, con 29 años y cáncer de cerebro terminal, se ha mudado con su familia al Estado de Oregón, en donde se permite la eutanasia. Tiene previsto abandonar este mundo el 1 de noviembre; mientras escribo este artículo, que tardará dos semanas en publicarse, esta mujer sigue viva y está haciendo la formidable y heroica travesía de sus días finales. Cuando lo lean ustedes, ya habrá desaparecido de este mundo. Un puñado de células que detienen su combustión y rápidamente decaen. Una memoria, una voluntad, un deseo, esa ligera voluta de aire que es el yo, o el alma, o el espíritu, deshaciéndose en la bruma del atardecer. En un abrir y cerrar de ojos, en fin, no queda nada. No me extraña que las religiones hayan inventado tantos mundos de ultratumba, paraísos e infiernos, porque nos es insoportable asumir ese vacío. “Os voy a echar mucho de menos”, he oído decir una y otra vez a los moribundos, incluso a los ateos, dirigiéndose a sus seres queridos. “Os voy a echar de menos”: el yo se empeña en seguir siendo contra toda razón.

Y en realidad eso es algo bello, porque demuestra que, mientras vives, eres. Y cuando ya no vives, simplemente no eres. Si no nos angustia la oscuridad que precede a nuestro nacimiento, ¿por qué permitimos que nos angustie la que nos espera?

Eso sí, es crucial la manera en que la salida se produce. En Occidente estamos batiendo récords de longevidad. Nunca tanta gente ha sido tan mayor en toda la historia de la Humanidad. Pero ¿a qué precio? La vejez extrema está siendo a menudo extremadamente penosa, solitaria, dolorosa, incapacitante. La sociedad no está preparada para este aluvión de ancianos con achaques. Necesitamos medios para ofrecer una vida más sana y más protegida a todos los mayores (es de justicia y también puro egoísmo, porque ese será nuestro futuro). Que el entorno social sea lo suficientemente acogedor para que los viejos disfrutones y valientes como mis padres sigan extrayendo hasta la última gota de placer a la vida. Pero también tenemos que regular la eutanasia, tenemos que formalizar y facilitar los protocolos de una muerte digna. Porque puede haber muchas personas que no quieran seguir adelante en según qué condiciones. La muerte puede ser una opción de la vida. Una bella, emocionante, heroica opción, como lo ha demostrado esa mujer de Oregón tan joven, tan guapa, tan rodeada de amor, que ha sido capaz de tomar las riendas de su existencia, pese a todo.
Rosa Montero. P @BrunaHusky
www.facebook.com/escritorarosamontero, www.rosa-montero.com

Asociación Derecho a Morir Dignamente.
El teólogo Hans Küng, enfermo de Parkinson, se plantea pedir el suicidio asistido
Los enfermos que van a Suiza para suicidarse se duplican en cuatro años

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Podemos en París

En el dominó europeo la hipótesis de una reacción en cadena está servida: si Syriza gana en febrero y Podemos se instala en Madrid, Francia estallará.

Jorge Lago, uno de los fontaneros de Pablo Iglesias, ha pasado por París. Su visita ha confirmado la fascinación que el fenómeno Podemos inspira en la gauche francesa. Lago ha sido entrevistado por algunos de los principales medios de comunicación alternativos franceses, como Mediapart (100.000 abonados y una redacción de 50 miembros, que ya es una fuente y referencia ineludible para los medios convencionales) o Arret sur images, el espacio de reflexión mediática con 25.000 abonados que dirige Daniel Schneidermann. Lago, que vivió 13 años en Marsella y habla bien francés, se defendió muy bien. Aquellos “chicos listos” que entrevistamos en Berlín el pasado mayo en vísperas de las europeas (consultar la página en PDF), se han convertido en un factor de primer orden de la política española, hasta el punto de que la hipótesis de un gobierno suyo en España, con alcaldías importantes en su órbita, en Madrid, Barcelona y otras grandes ciudades, ya no es ninguna tontería.

En Podemos hay gente con la cabeza bien amueblada, como lo demuestra el hecho de que han sido capaces de superar el paradigma de lo que queda de la izquierda antifranquista, cuyo principal mensaje es recibido por el 90% de la sociedad española con toda claridad: “no me votes”. Podemos tiene por objetivo la toma del poder por la vía institucional. Ha entendido que el adversario no es la “derecha”, sino algo mucho más amplio y superior: una oligarquía cuya línea y programa perjudica al 90% de la sociedad. Por eso, su táctica es la misma que la del plebiscito chileno de 1988, inmortalizada en la película “No” de Pablo Larraín.

América Latina ha inspirado. Allí diferentes movimientos y caudillos consiguieron llegar al poder apelando a esa aplastante mayoría popular perjudicada. Les llaman “populistas”, pero, primero, la etiqueta no desagrada a los cerebros de Podemos (han leído a Ernesto Laclau, La razón populista, 2005), porque parten del sentido común y no del catecismo radical, y, segundo, constatan que tras muchas décadas de derrotas esos movimientos y caudillos, con todos sus defectos e insuficiencias, han realizado verdaderas transformaciones. ¿Dónde está hoy el consenso de Washington en América Latina?

La diferencia del mundo de hoy con el de los años sesenta es que ahora un mero programa socialdemócrata, con ampliación del estado social, una política fiscal orientada hacia la nivelación y nacionalización de la banca y servicios básicos, es visto como “izquierda radical”, explica Lago. Tiene razón: Oskar Lafontaine, el dirigente de la “izquierda radical” alemana y la mayor figura de ese espectro en Europa, es un simple socialdemócrata. En América Latina el mero hecho de ocuparse presupuestariamente de la mayoría excluida de la población, ha convertido a gente como Chávez, Morales o Correa (un cristiano social) en casi revolucionarios.

La estrategia de Podemos fascina a la gauche francesa, precisamente porque incide de pleno en su debate.
Rafael Poch | 9 noviembre, 2014
Fuente: http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2014/11/09/podemos-en-paris-53500/#more-32

martes, 11 de noviembre de 2014

Transmitir buenos valores

Soy profesora, y el otro día en un momento distendido con alumnos en el meridiano de la adolescencia les pregunté qué harían si les tocase la lotería. “Comprar libros, algo de ropa y pagarnos la universidad” fue su respuesta. Me sentí avergonzada y orgullosa a la vez. Avergonzada porque a su edad no creo que hubiera contestado lo mismo, y por arrojarles de antemano en ese saco de juventud egoísta en el que les metemos a todos muchas veces. Orgullosa porque me gusta ver a esta camada con las ideas tan claras y tan reales, y porque veo que muchos padres han sabido transmitir buenos valores a sus hijos. Me fui de clase con una gran sonrisa y sintiéndome más joven. Gracias por enseñarnos a nosotros también.—  Castro Urdiales, Cantabria 10 NOV 2014 -Cartas al director, El País.

https://youtu.be/OyMA84-mowI

Mundo revuelto

Europa, su crecimiento en entredicho, y la política exterior del Occidente en crisis Alemania está técnicamente en recesión y no crea empleo. Estancamiento puro y duro. Son los datos de la oficina federal de estadística del año 2012 (crecimiento del PIB, 0,4%) y del 2013 (0,1%). Cifras fundamentales de su (engañosa) contabilidad, que en Alemania vienen siempre rodeadas de toda una sinfonía de índices del Instituto IFO, sobre la “confianza empresarial” (casi siempre en aumento) y el “buen ambiente” del raquítico consumo interno nacional. El número de empleados está estancado, las cifras de paro (3 millones) siguen sin moverse y el número de horas trabajadas ha retrocedido (un 0,3%) en ambos años. Desde 2008 el PIB alemán ha crecido un 2,2%. A eso antes se le llamaba estancamiento. ¿Ha venido para quedarse?

No es que creamos en su “crecimiento”. Ese desastre consiste en consumir más de lo que el planeta es capaz de generar y transferir una factura inconmensurable a las futuras generaciones. La política de austeridad de los últimos años parece condenar a Europa a un largo proceso de estancamiento a la japonesa. Quizá el “crecimiento” se ha acabado. El estancamiento puede ser una buena noticia, una invitación a reformar las engañosas contabilidades basadas en el incremento del PIB que ignoran la degradación humana del cambio global; en el clima, en los océanos, en los ecosistemas, y, por supuesto, en las sociedades.

Sin creer en ello, lo que constatamos es la contradicción de su disparatada doctrina: La estrategia europea para continuar alimentando ese errado ídolo no funciona. Toda la construcción austeritaria del eje Berlín-Bruselas, con sus vasallos incondicionales en Madrid, y sus comparsas, socialdemócratas o conservadores, un poco por todas partes, se viene abajo a la luz de las cifras alemanas que pasaban por ser ejemplo continental. ¿En nombre de qué se va a justificar ahora la prioridad del pago a los causantes del casino? Por mucho que se reste a la esfera social no hay “crecimiento”. ¿Cómo van a seguir justificando el recorte?

El otro gran vector europeo del momento es el Acuerdo comercial con Estados Unidos, negociado en secreto en nombre de los europeos, para incrementar la primacía de las finanzas y las transnacionales sobre el control público, es decir todo aquello que está en el origen de la crisis. La crisis del proyecto europeo es la suma de esos dos vectores; el estancamiento, por un lado, y el esfuerzo manifiestamente antidemocrático por incrementar la regresión humana, por el otro. Es la fórmula perfecta para la desintegración que propone la tecnocracia oligárquica de Bruselas. Las sociedades de consumidores cada vez más desiguales (entre ellas y en su interior) que componen la UE, difícilmente volverán a apoyar un “proyecto europeo” privado de la promesa de prosperidad y visto cada vez por más gente como la autopista de la involución, el recorte y la desposesión. Pero, ¿se rebelarán?

De la indignación a la organización
En Francia, el país con la tradición social más despierta de Europa, la resistencia de la sociedad a las “reformas” —cuando “reforma” en el actual contexto solo puede equivaler a “cambio a peor”— y las acusaciones de “conservadurismo” —que, tratándose del propósito de conservar lo que queda de derecho laboral y de soberanía, es todo menos denigratorio—, confluyen en un panorama turbio. Por un lado el Partido Socialista está en vías de “psoización” o “pasokización”, por el otro las aguas de ese más que justificado desencanto generacional con la “gauche” (recordemos que su abrazo al neoliberalismo, vía el europeísmo, data de 1983 con Mitterrand) las recoge más el ultraderechista Frente Nacional de la Señora Le Pen que el Front de Gauche de Mélenchon y compañía. No es que la sociedad gire hacia la ultraderecha, es que el Frente Nacional tiene mayor credibilidad antisistema que incluso que el Front de Gauche salpicado por sus parentescos con una gauche sin credibilidad: el PCF sigue empeñado en pactar con las “fuerzas sanas” del PS, un partido de gente favorecida, como los verdes alemanes, en el que, “la mitad de los miembros son cargos electos y la otra mitad aspirantes a serlo”, explica un observador. Partido Socialista del que el propio Mélenchon fue miembro y ministro del gobierno hasta no hace mucho.

Mélenchon, un líder potente, menos brillante que Oskar Lafontaine pero con la ventaja de que predica en terreno mucho más fértil para la rebelión, no cree en la “unión de la gauche”, sino que va más allá: llama a “reunir al pueblo” por encima de partidos para iniciar un proceso constituyente. Palabras mayores. Dice que las de 2017, “no serán unas elecciones, sino una insurrección”… Aún es pronto para vislumbrar hacia donde evolucionará toda esa bien fundada cólera que hay en la sociedad francesa, que ya no se expresa a través de los canales tradicionales vigentes desde el siglo XIX: las fuerzas políticas y los sindicatos, sino por medio de movimientos parecidos a una jacquerie como el de los bonnets rouges. Esa cólera se ha expresado también en decenas de atentados e incendios, apenas noticiados, contra sedes de hacienda un poco por todo el país, o en las movilizaciones conservadoras de la manif pour Tous que tanto recuerdan al Tea Party. En Halluin, localidad de 20.000 habitantes del norte de Francia, el alcalde explica que se han quemado 23 coches en dos semanas. Es el tipo de sucesos de la crónica de provincias que no llegan a París. El alcalde de Halluin, de derechas, le pide a Hollande que en lugar de meterse en guerras contra el Estado Islámico, envíe policías a su ciudad…

En España, donde finalmente la indignación se está organizando —esa es la ventaja con Francia, en todo lo demás se va claramente por detrás— sigue incubándose la tormenta perfecta: un big bang en el que saltan por los aires todas las instituciones sobre las que se apoyó la modélica transición. ¿Será Grecia el detonante, con una victoria electoral de Syriza que cuestione la legitimidad de la deuda e inspire la contestación de toda la región? De momento, allá se vuelven a pagar intereses astronómicos por la deuda.

Política exterior
Ese panorama de latente polvorín tiene su correspondiente política exterior. Una política violenta. Dos crímenes de distinta envergadura marcaron la crónica estival: la última masacre de Gaza a cargo de Israel, con una destrucción inmensa, 2.000 muertes palestinas (la mayoría civiles, entre ellas 500 niños y 13 periodistas), y la guerra que Estados Unidos y la Unión Europea apadrinan en Ucrania contra Rusia.

En Palestina todo fue según el guión habitual: comprensión y apoyo occidental al decimonónico colonialismo del Herrenvolk israelí hacia los subhumanos (Untermenschen) palestinos, todo ello acompañado del establecimiento de 7500 colonos más en tierra ocupada de Cisjordania en el primer semestre del año: ya son 382.000. El crimen no es la ampliación de esta ocupación, sino la ocupación misma. Suma y sigue.

En el frente del Este el derribo sobre el cielo de Donetsk del vuelo de Malaysia Airlines (MH17) en el que perecieron 283 pasajeros y 15 tripulantes el 17 de julio de 2014. El examen del tono con el que los medios de comunicación rusos informaron de aquel suceso dejó la sensación de que se trató de un criminal error de los rebeldes de Ucrania Oriental, pero, pasado el intercambio de acusaciones, por razones desconocidas se ha dejado de hablar del asunto. Si en el caso del crimen de Gaza, la impunidad es lo corriente, en un avión cargado de pasajeros holandeses de primera clase, lo es mucho menos. Tarde o temprano esto traerá cola judicial. No es este el mayor misterio de la serie Malaysia Airlines…

Mientras tanto, el ejército ucraniano ha sido batido en el frente de Donetsk y la criminal chapuza euroatlántica en Ucrania comienza a cobrarse sus facturas. Los encargos a la industria alemana cayeron un 5,7% en agosto en relación al mes anterior. Fue en julio cuando la Unión Europea estableció, por primera vez desde la guerra fría, sanciones directas contra Rusia. Con la eurozona económicamente estancada por su propia política económica y con China enfriada, las sanciones contra Rusia son la guinda que corona el pastel al que nos ha llevado la política de austeridad alemana. Al mismo tiempo, el “Consejo de Seguridad” de la Unión Europea (es decir, la OTAN, otro concepto que debemos a Pepe Escobar), confirmaba en su cumbre de septiembre en Gales el intento de Estados Unidos de aprovechar la crisis inducida con Rusia para integrar la Europa del Este con mayor fuerza en su esfera. El resultado es ambiguo.

Formalmente no miembros, Suecia y Finlandia pasan a ser países “anfitriones” de la OTAN, se crea una “fuerza de reacción rápida” con varios miles de hombres para ser desplegada de urgencia y se apoyan las sanciones. Al mismo tiempo, por doquier señales de descomposición y recomposición en las placas tectónicas imperiales.

En Berlín un debate, que apenas trasciende a los medios de comunicación, sobre la necesidad de reformular el vínculo con Estados Unidos. Durante veinte años Europa ignoró los intereses de seguridad rusos y sus reiteradas quejas, conforme la OTAN se saltaba, una tras otra, todas las “líneas rojas” formuladas por Moscú. Llegados a Ucrania, cuando el forzado cambio de régimen en Kíev y el avance de la OTAN a las mismas fronteras de Moscovia, han hecho reaccionar defensivamente al Kremlin, esa reformulación está al rojo vivo. Merkel se debate ahora entre la necesidad de una entente con Moscú y su disciplina atlántica.

Entre Moscú y Pekín un idilio ambiguo. Moscú hace ver que considera a China como su alternativa de repuesto a la Unión Europea, cuando en realidad el sueño de Putin sigue siendo llegar a un acuerdo con Merkel que integre a Rusia en la “seguridad continental” (el problema de Merkel es que eso tiene un precio con Washington, de ahí las vacilaciones). Respecto a China, algo parecido: quienes ya dan por hecho un bloque ruso-chino opuesto a Occidente, ignoran la enorme desconfianza que China suscita en Moscú desde los años setenta. En el Kremlin, en el ejército y en el espionaje (incluso en la sinología soviético-rusa), siempre ha habido una corriente que consideró a China como el “principal peligro”. El sueño de Pekín es alcanzar algún tipo de acuerdo, un modus vivendi, no con Rusia, sino con su principal quebradero de cabeza: Estados Unidos. Tanto Rusia como China tienen cartas marcadas en el juego de su idilio. Aunque una locura del tamaño de una guerra occidental contra Irán, podría cambiar el sentido de muchos sueños.

En la zona petrolera
Nueva espiral de caos junto a los pozos de petróleo, la sangre vital de ese crecimiento que ha costado la desaparición de la mitad de los animales salvajes del planeta en solo cuarenta años. Hagamos memoria.

El resultado de la segunda guerra de Irak (la de Bush, hijo) fue un país dividido en reinos de taifas controlados por sunitas, chiítas y kurdos, con el gobierno de Bagdad reducido a una camarilla corrupta alimentada por dinero americano, explica Peter van Buren, un ex funcionario del Departamento de Estado norteamericano que participó en la “reconstrucción” de Irak. El precio de tan magnífico resultado fue el siguiente, recuerda; 25.000 millones para entrenar al ejército iraquí, 60.000 millones para la “reconstrucción”, 2 billones para la guerra, 4.500 soldados de Estados Unidos muertos y más de 32.000 heridos. A todo ello hay que sumar un verdadero holocausto iraquí que las diferentes estimaciones cifran entre 190.000 y un millón de muertos.

En Afganistán la cuenta de costes, humanos y económicos, y resultados alcanzados, es igualmente reveladora: trece años después los talibán siguen dominando gran parte del territorio y la mayoría del ejército occidental está haciendo las maletas. La estrategia occidental contra el “Estado Islámico” continúa sobre la estela de esos mismos desastres. Nacido entre las ruinas de Siria, primero fue subvencionado y armado y ahora es bombardeado. ¿Puede concebirse algo más demencial?

Los dos componentes esenciales de esta obra de arte son el militarismo más la “diplomacia de la exclusión”: acuerdos internacionales para bombardear (creando nuevas víctimas civiles y desastres parejos a los que en su día generaron la actual crisis), que dejan siempre fuera a los países y organizaciones capaces de contribuir a acuerdos pacificadores, sea Siria, Rusia e Irán, o Hamas, Hezbollah u otros.

Esta estrategia —si se puede llamar así a algo tan disparatado en su desastrosa reiteración— es tan contradictoria como sugiere el hecho de que en esta excluyente coalición bombardera figuren países como Turquía, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos que desde el principio financiaron y armaron —incluso con recursos químicos propagandísticamente achacados al adversario, como explicó el periodista Seymour Hersh en otro gran informe silenciado— al extremismo sunita contra el régimen sirio, convirtiendo en guerra abierta la fractura de Siria que con una genuina diplomacia (la que reúne en la negociación a todas las partes implicadas con un objetivo de evitar violencia) podría haberse evitado.

Esos países, “estaban tan decididos a derrocar a el-Assad y a promover una guerra entre sunitas y chiítas, que inundaron con centenares de millones de dólares y miles de toneladas de armas a cualquiera que luchara contra el”, reconoció cándidamente el vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, en una charla ante estudiantes de Harvard el pasado 2 de octubre. La consideración fue disciplinadamente silenciada por los medios de comunicación, aunque Biden no dijo lo principal: que Washington y sus agencias formaban parte de “esos países” y que el “Estado Islámico” ha sido producto de los métodos habitualmente empleados por Estados Unidos en la región desde 1979. Fue entonces cuando, ante la revolución iraní y la intervención de la URSS en ayuda del régimen laico afgano, se decidió promocionar y organizar una “internacional radical sunita”, de las que los talibán, al-Qaeda y el Estado Islámico han sido epígonos más o menos desmadrados. Primero se financia, organiza y arma al sujeto para utilizarlo contra un adversario, luego, cuando el sujeto (talibán o al Qaeda) se vuelve contra uno, se le combate. La película del Estado Islámico es una vieja reposición. La novedad es la rapidez del giro: entre 1979 y el 11-S neoyorkino pasaron más de 20 años. Ahora, entre el apoyo a la oposición siria y el combate a su principal vector, apenas pasaron tres años. La misma rapidez en el paso de los amigos que se arma y financia convertidos en amenaza, se observa en Libia.

El auge del tradicionalismo religioso radical y de derechas representado por el actual integrismo, tiene, naturalmente, raíces propias, pero no se entiende sin recordar la sistemática destrucción de la izquierda árabe que Occidente, y especialmente Estados Unidos, vino practicando durante la guerra fría, cuando casi todos los movimientos de liberación nacional árabes eran laicos y “progresistas”, lo que solía llevar implícito la voluntad de salvaguardar sus recursos naturales de la rapiña extranjera, y, lo que era aún más grave, utilizar esos recursos hacia el desarrollo de sus propias poblaciones o proyectos nacionales.

Mucho de todo eso fue recordado por el Presidente iraní, Hassan Rujani, en el discurso que pronunció el 25 de septiembre ante la Asamblea General de la ONU, igualmente silenciado, pese a la actualidad del más que moderado sentido común que expresó:

“Todos aquellos que tuvieron un papel en la financiación y apoyo de estos grupos terroristas deberían reconocer sus errores que condujeron al extremismo, deberían disculparse no solo ante las pasadas generaciones sino hacia las futuras”. (…) “la experiencia de la creación de al-Qaeda, los talibán, y otros grupos extremistas, ha demostrado que esos grupos no pueden ser utilizados contra Estados adversarios, manteniéndose al mismo tiempo inmune a las consecuencias. La repetición de estos errores, a pesar de tantas y tan costosas experiencias, es desconcertante”.

Y como resumen, una constatación: se cumple, en todos los frentes, el pronóstico de Immanuel Wallerstein acerca de la volatilidad de esa multipolaridad que sucede al mundo de la guerra fría. El de ahora es, verdaderamente, aún más convulso y revuelto que el anterior. El fin de la bipolaridad ni siquiera ha traído pasos significativos en materia de armas de destrucción masiva. Tanto en las relaciones internacionales, como en el calentamiento global —y en el cambio global en general— se observa la misma peligrosa dinámica de aceleración.

Rafael Poch. La Vanguardia

Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-129/de-otras-fuentes/mundo-revuelto

domingo, 9 de noviembre de 2014

“La RDA tuvo una mentalidad de asedio, y en una ciudad asediada es difícil que se alcen torres”

No todos cruzaron el Muro de Berlín en la misma dirección. Victor Grossman (Nueva York, 1928) fue uno de los que lo hizo en dirección contraria. Stephen Wechsler llegó a Baviera como soldado del ejército estadounidense a comienzos de los cincuenta, en el momento álgido del maccarthismo. Cuando el ejército descubrió su pasado como militante del Partido Comunista de EEUU, Wechsler decidió desertar. Lo hizo por Austria, cruzando el Danubio a nado. En la otra orilla, Stephen Wechsler cambió su nombre por el de Victor Grossman, y comenzó a trabajar como periodista. Como estadounidense en la primera línea de frente de la Guerra Fría, Grossman fue testigo de privilegio tanto de la construcción como de la desaparición de la RDA...

Es interesante, porque las historias que leemos son casi siempre sobre quienes desertaron a Occidente...
Aunqué había desertado del ejército, siempre me consideré un patriota estadounidense, pero no en el sentido habitual del término, sino en el de aquellos que lucharon y luchan por un país mejor, desde John Brown hasta Angela Davis, pasando por Martin Luther King, Malcolm X o Pete Seeger. Ésa era mi América.

...¿En qué trabajó en la RDA?
En Leipzig estudié periodismo. De hecho, como he dicho en alguna ocasión, soy la única persona en el mundo que tiene un diploma de Harvard y otro de la Universidad Karl Marx. Y seguiré siéndolo, porque esa universidad ya no existe. [Risas] Mi trabajo en la RDA era básicamente informar de la vida en EE UU. No de la manera simplista y negativa que aparecía en los libros de texto o en los medios de comunicación, pero tampoco de la manera igualmente simplista, pero positiva, que aparecía en la televisión occidental, que mucha gente se creía. Traté de ofrecer una imagen de EE UU como un país lleno de conflictos y contrastes, con estándares de vida relativamente mejores que los de la RDA, pero también en el que vivía mucha gente con unos estándares de vida muy inferiores a los de la RDA.

¿Cómo ve el 25 aniversario de la caída del Muro?
Viví en la RDA casi desde su fundación hasta el final. Viajé por todo el país. Vi todos los aspectos negativos, y habían muchos. Algunos eran simplemente estúpidos, otros trágicos –como toda la gente que murió intentando cruzar el Muro–, otros podrían haberse evitado, otros no podían haberse evitado. La RDA era más débil que Alemania occidental y tenía que estar a la defensiva. Vi todos esos aspectos negativos y no tengo ninguna necesidad de embellecerlos. Pero al mismo tiempo, siempre vi a la RDA como la Alemania moral. Por cuatro motivos: 

1. El primero, la RDA era la Alemania antifascista. En Alemania occidental, la cúpula del partido nazi había muerto o desaparecido, pero el resto ocuparon sectores importantes de la sociedad en el ejército, la diplomacia, los servicios secretos, la universidad o el periodismo. La mayoría de ellos ni siquiera se arrepentían, simplemente guardaron silencio. Durante los primeros años de posguerra, la opinión mayoritaria en EE UU era antifascista. Pero en 1947, y especialmente a partir de 1950, el Gobierno estadounidense decidió que Alemania occidental era demasiado importante y que había que transformarla en un bastión contra el comunismo. Aceptaron a todos los nazis por su experiencia y permitieron que Alemania occidental estuviese gobernada por gente que o bien habían sido nazis o bien no habían hecho nada para combatirlos. La RDA, en cambio, los expulsó a todos...

2. El segundo motivo es que la RDA creía en la solidaridad internacional. Ya fuese con Vietnam o España. La RDA apoyaba los movimientos de liberación nacional en África. Alemania occidental estaba en contra de Mandela, la RDA estaba con Mandela.

3. El tercer motivo es que la RDA comenzó siendo más pobre que Alemania occidental. Tuvo que pagar todas las reparaciones de guerra a Polonia y la URSS. Alemania occidental sólo pagó un 5%, más o menos. El Este de Alemania era la zona más rural y pobre del país. Y no recibió el Plan Marshall. Pero construyó una economía que logró ofrecer una sanidad y educación hasta la universidad universal y gratuita. El aborto era libre y gratuito. Los alquileres eran bajos. Había seguridad laboral, nadie tenía miedo de perder su trabajo. Y nadie podía ser desahuciado de su casa, como ocurre ahora en EE.UU. o en España. Estaba prohibido.

4. El cuarto motivo es más personal. Como antifascista y judío estadounidense odiaba a los nazis. Mientras las grandes compañías que habían colaborado con el Tercer Reich, como Siemens, Thyssen, Krupp o IG-Farben (ahora BASF) seguían haciendo negocios en Alemania occidental, en la RDA fueron desmanteladas por completo. Eso hacía a la RDA más moral...
Fuente: http://www.eldiario.es/internacional/RDA-mentalidad-asediada-dificil-torres_0_320568283.html

sábado, 8 de noviembre de 2014

Cuándo y por qué se jodió la socialdemocracia europea

Resumen de la intervención de Yani Varoufakis en el Foro Kreisky, Viena, 5 diciembre de 2012.

En los 80 y en los 90, la izquierda europea (y señaladamente, la socialdemocracia) abandonó la idea de que los mercados laboral, financiero e inmobiliario son profundamente ineficientes, siendo la desigualdad un mero producto lateral de su ineficiencia; un producto lateral que, no obstante, retroalimenta y aun exacerba la ineficiencia y la inestabilidad de cualquier sociedad capitalista que se permite descansar en el “libre” funcionamiento de esos tres (problemáticos) mercados. La izquierda europea, en la época del nacimiento del Minotauro Global (es decir, desde finales de los 70 hasta 2008) fue olvidando cada vez más que:

- cuanto más financiarizado está el capitalismo;

- cuanto más el trabajo es tratado como cualquier otra mercancía;

- cuanto más descansan nuestras sociedades en las burbujas inmobiliarias como fuentes de renta y de deuda;

- tanto más inestable, abocado a las crisis y, finalmente, incivilizado se vuelve el capitalismo.

El capitalismo experimentó su apogeo bajo personajes como Kreisky: políticos que entendieron cabalmente la verdad que se acaba de enunciar; dirigentes de todo punto escépticos con el capitalismo; gentes que comprendieron la importancia de mantener a raya y en mínimos la financiarización, la explotación del trabajo y las burbujas inmobiliarias.

Queda, pues, la cuestión: ¿cómo pudo la izquierda europea abandonar esos caros principios de Bruno Kreisky, de Willie Brandt y de Olof Palme? ¿Por qué ha caído la izquierda europea ante la teoría económica y la política tóxicas de nuestro tiempo? (La SPD de nuestros días, por ejemplo, vota a pies juntillas todo lo que propone la señora Merkel, sea lo que fuere.)

Mi esbozo de respuesta es esta: la izquierda Europa cayó en el viejo truco tramposo del Minotauro Global. Vio los ríos de dinero privadamente acuñado que estaba imprimiendo el sector financiero (mientras el trabajo era exprimido y se disparaban los precios de los bienes raíces), y pensó que podría hacerse con parte del botín ¡para poner por obra políticas socialdemócratas! En vez de seguir centrándose en los beneficios industriales como fuente para financiar programas sociales, lo socialdemócratas creyeron que podían abrevar en los ríos de efectivo generado en el contexto de la financiarización. Dejemos libres a las finanzas para hacer lo que les de la gana, y luego hagámonos con una parte de sus ganancias para financiar el Estado de bienestar. Ese fue su juego, y por un tiempo, les resultó una idea mejor, más moderna y a la moda, que tener que andar constantemente a estricote con los industriales, buscando cargarlos de impuestos para poder redistribuir. En cambio, los banqueros hacían las cosas fáciles. Tan pronto como el político “de izquierda” les dejaba hacer lo que les daba la gana, se sentían éstos felices de darle algunas migas de la gargantuesca mesa en que celebraban sus banquetes.

En efecto, algunos de esos socialdemócratas fueron, durante cierto tiempo, financiados por el sector financiero harto generosamente para que pudieran llevar a cabo sus programas de bienestar (lo que explica, por ejemplo, el considerable impulso del gobierno de Blair al gasto público, o programas similares en la España del gobierno del PSOE, etc.). Ello es, sin embargo, que para poder acceder a ese pequeño hilillo del torrente de la financiarización y financiar programas sociales, los socialdemócratas tuvieron que tragarse, entera, la lógica de la financiarización, no sólo el anzuelo y el señuelo, sino la línea entera, y aun el flotador. Tuvieron que rendir su inveterada desconfianza respecto de los desembridados mercados financieros, laborales e inmobiliarios. Tuvieron que suspender las facultades de su juicio crítico. Y así, cuando en 2008 los tsunamis del capital generados por Wall Street, la City y Francfort arrasaron con todo, la bancada socialdemócrata de la política europea carecía ya de las herramientas analíticas y de los valores morales necesarios para someter a escrutinio crítico el sistema colapsado. Estuvieron, pues, prontos a la aquiescencia, a la capitulación total, frente a los remedios tóxicos ofrecidos por la derecha (por ejemplo, los rescates bancarios), remedios cuyo inconfundible propósito no es otro que sacrificar al pueblo trabajador, a los desempleados y a los vulnerables en beneficio de los financieros. El resto es una triste e interminable historia.

Yanis Varoufakis:
Fuente:
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5486

viernes, 7 de noviembre de 2014

El mejor banco era ¡una caja!

El triunfo de Kutxabank en los exámenes del BCE rompe mitos como el de la perversa politización 

El mejor banco español es una entidad con espíritu, génesis y nombre de caja de ahorros. El mejor, con distancia. Así que debemos revisar algunos tabúes sobre las cajas. No fueron solo el patio de monipodio de tarjeteros negros. No todas.

Kutxabank es el mejor capitalizado de todos los bancos españoles que se sometieron al reciente examen del BCE. En el peor escenario recesivo exhibiría una solvencia —capital sobre activos, que indica la capacidad para responder a fallidos, compromisos y reveses— del 11,82%. O sea, más que la media española (9%); que la de la eurozona (8,4%); y el doble largo del mínimo requerido (5,5%) (EL PAÍS, 27 de octubre). A nivel europeo se sitúa en el puesto 31 de los 130 bancos escrutados; por encima de la media de la banca danesa (11,66%), quinta en la clasificación; y casi a la par de la tercera, la finlandesa (11,97%) (EL PAÍS, 28 de octubre).

Pero este éxito abrumador no dispone, como el coronel de García Márquez, de casi ningún medio que lo subraye. Porque para hacerlo hay que romper varios mitos. El primero es que las fusiones frías inventadas por el exgobernador Miguel Ángel Fernández Ordóñez (MAFO) fueron un fracaso total, sin paliativos ni excepciones. Kutxabank (la Kutxa) es la principal excepción (hay otras). Se creó el 1 de enero de 2012 como producto de la fusión fría —no invasiva, respetando ciertas identidades y actividades complementarias de origen— de los negocios financieros de las tres cajas provinciales vascas.

El triunfo de Kutxabank en los exámenes del BCE rompe mitos como el de la perversa politización La convergencia exitosa de la bilbaína BBK (Bilbo Bizkaia Kutxa) con la Kutxa (Donostia Gipuzkoa Kutxa) y la Vital (Caja Vitoria y Álava) desmiente el segundo mito de la última fase de historia de las cajas. El de que su agrupación territorial por comunidades autónomas carecía en todos los casos del mínimo sentido empresarial. Casi tres años después, Kutxabank da sopas con honda a todos sus rivales. Ergo, en determinados supuestos y con ciertas condiciones —no vale generalizar—, la fusión autonómica no era un dislate, sino su contrario, lo más acertado.

El tercer mito es que el modelo de propiedad de las cajas, inhabitual o heterodoxo, más bien poco identificable (semipúblico con los impositores, público en el caso de las fundadas por entidades públicas) y en todo caso lejano a las sociedades anónimas de capital privado, constituía un obstáculo insalvable para su eficiencia actual y viabilidad futura.

MAFO acertó cuando en el Congreso lamentó, el 24 de julio de 2012, que “si durante los doce años de expansión se hubieran reformado las cajas no habría sucedido lo que ha sucedido”. Pero bastante menos al sentenciar que la equiparación financiera con los bancos “debía haberse trasladado [antes] a su sistema de propiedad y gobierno”. Al menos a la luz de la experiencia Kutxa.

Ya tiempo atrás los economistas Vicente Cuñat y Luis Garicano sostenían que “el problema de las cajas no es la politización... el factor explicativo clave de la disparidad de resultados de las cajas es su diferente grado de profesionalización”. Para lo que exhibían el ejemplo de las tres cajas vascas que, pese a estar “totalmente controladas por los partidos políticos, obtienen unos resultados extraordinarios” (“La crisis económica española”, FEDEA, 2010). Los resultados posteriores de la fusión ratifican el aserto.

La receta del éxito vasco —paralelo al declive de la banca estrictamente vasca— tiene varios ingredientes: la escasa expansión de las cajas al exterior; la escasa penetración de entidades de fuera en su territorio base; el respeto a los ámbitos geográficos provinciales de cada una; la abundante liquidez que les proporcionaban las Diputaciones forales; el bajo endeudamiento mayorista; y, sobre todo, su escasa exposición al ladrillo, como recopiló Antoni Serra Ramoneda, protagonista a la par que analista del hundimiento cajero (“Els errors de les caixes”, Viena 2011).

¿Explica este éxito por sí solo el fracaso casi general del resto, que derivó en una cruel jibarización del sector, reducción de la competencia y menor atención a los clientes más humildes? No. Hubo mala administración; hubo dilapidación y corrupción; hubo abusos de los gestores.

Y también un designio, demasiado esquemático, de acabar con las cajas porque eran OFNIS, objetos financieros no identificados. Joan Cals acaba de apuntar (“Los intereses del futuro”, RBA, 2013) que se justificaba plenamente exigir más capital a las cajas. ¿Pero justamente en 2011 y no antes? Colocarles la barrera de solvencia en el 8% y el 10% en medio del maremoto, so pena de bancarización, “en plena crisis del sistema financiero” fue letal para unas entidades con más reservas que capital y con escasa capacidad de endeudamiento sensato. Letal.
Fuente: El País.