jueves, 29 de junio de 2023

¿Tienes 10 minutos? Intenta estos ejercicios que no requieren equipo.

Puedes trabajar en tu fuerza y movilidad en cualquier momento y sin ir al gimnasio. Te decimos cómo.

No hay que ser un atleta para enfrentarse a retos deportivos diarios. Bien sea levantar el equipaje para meterlo en el compartimento superior de un avión o ponerte en cuclillas para jugar con tus hijos, muchos movimientos diarios requieren una combinación de fuerza, estabilidad y flexibilidad.

Al igual que un atleta, si quieres hacer bien estas cosas sin riesgo de lesionarte, tienes que entrenar. El Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos recomienda 150 minutos de ejercicio aeróbico de intensidad moderada o 75 minutos de actividad vigorosa a la semana y dos sesiones semanales de entrenamiento de fuerza para los principales grupos musculares.

El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox. Pero siempre estamos ocupados. Si solo dispones de 10 minutos, hay muchas cosas que puedes hacer con el peso de tu cuerpo para evitar el crujido en las rodillas, la rigidez en la espalda y el dolor de cuello.

Según Cedric Bryant, presidente del American Council on Exercise, una manera de crear un entrenamiento rápido y eficaz es centrarse en la movilidad, que implica aumentar la fuerza, la estabilidad y la flexibilidad.

“Cuando pensamos en movilidad, pensamos en movimiento”, afirma. Esto significa entrenar para fortalecer el cuerpo mediante movimientos como las zancadas, que trabajan grupos de músculos, en vez de músculos individuales como fortalecer los bíceps con pesas.

“En la vida diaria, el cuerpo nunca ejercita los bíceps de manera aislada”, afirma Jessica Valant, fisioterapeuta e instructora de pilates en Denver.

Otra manera de fortalecerse para la vida diaria es hacer ejercicios dirigidos a partes importantes del cuerpo que se mueven como los hombros, las caderas y la columna vertebral, fortaleciéndolas mientras recorren sus rangos de movimiento.

“La columna vertebral es el centro del torso, la cadera es lo que conecta las piernas con el torso y el hombro es lo que conecta los brazos con el torso”, explica Valant. “Estas son las principales zonas que usas para alcanzar, levantar y tirar. Si puedes trabajar para mantenerlas móviles, te ayudarás con el 90 por ciento de las actividades que haces cada día”.

Mark Lauren, experto en acondicionamiento físico que fue entrenador del Comando de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, comentó que como parte de su rutina de ejercicio, trabaja de manera metódica los hombros, la columna, las caderas y las piernas e incorpora el movimiento completo de cada articulación. Esto le permite trabajar de forma rápida y eficaz para desarrollar fuerza y movilidad.

Si se desarrolla un rango completo de movimiento para estas partes del cuerpo “el resto viene solo”, explica.

Para crear la rutina de peso corporal más eficaz para aumentar la fuerza y la movilidad en la vida diaria, pedimos a varios expertos que nos dijeran cuáles son los ejercicios que recomiendan y por qué. Los cinco ejercicios que eligieron fortalecen todo el cuerpo y te harán sentir más capaz y ágil.

Entrenamiento de 10 minutos de fuerza y movilidad
Esta rutina se centra en las caderas, los hombros y la columna vertebral, empezando por abajo y subiendo. También puedes mezclarlos si lo prefieres. Tómate los descansos que necesites, pero intenta llegar al punto en que no los necesites. A medida que vayas progresando, puedes añadir pesas ligeras, pero primero céntrate en dominar los movimientos.

“Si no te tomas el tiempo necesario para sentirte seguro y fuerte, pueden surgir problemas más adelante”, afirma Valant.
Comienza por trotar, marchar en tu lugar y otros calentamientos dinámicos, luego haz dos rondas de dos minutos de los siguientes ejercicios:

Zancadas: 10 a 20 repeticiones por minuto.

Sentadillas: 10 a 20 repeticiones por minuto.

Puente de glúteos: 10 a 15 repeticiones por minuto.

Extensiones de piernas y brazos: 6 a 10 repeticiones por minuto.

Formación Y-T-W-L: 3 a 5 repeticiones por posición, con cinco posiciones por minuto.

Sentadillas y zancadas para la parte inferior del cuerpo
Las sentadillas y las zancadas son los mejores ejercicios para mejorar la movilidad de la cadera. Fortalecen las piernas, las caderas y la columna vertebral y desarrollan el rango de movimiento de las caderas. Valant nos dice que, aunque los ejercicios son similares, es importante hacer ambos. Las sentadillas, que se centran en los glúteos y los cuádriceps, te ayudarán a bajar al suelo y volver a subir con facilidad.

“Estamos hechos para hacer estas sentadillas hasta abajo”, comentó Valant. “Es bueno para el piso pélvico, es bueno para las caderas”. Las sentadillas también ponen a trabajar a todo el cuerpo porque ambas piernas hacen el mismo movimiento.

Jessica Valant haciendo una demostración de sentadillas. Empieza de pie, con los pies separados a la altura de los hombros y mirando al frente.

Ponte en cuclillas tan bajo como sea cómodo, pero mantén las rodillas directamente por encima de los dedos de los pies y deja que las caderas se muevan hacia atrás,

Para hacer sentadillas con el peso del cuerpo, ponte de pie con los pies separados, de manera que se alineen con tus hombros y los dedos de los pies viendo ligeramente hacia afuera. Cuando te pongas en cuclillas, las rodillas deben alinearse con los dedos de los pies, bajando tanto como te resulte cómodo.

Las zancadas, por otra parte, son asimétricas, requieren equilibrio y estabilidad y abarcan muchos otros movimientos que hacemos a diario. “Así vivimos”, afirmó Valant, casi siempre con un pie frente al otro o al lado. Las zancadas se enfocan en los glúteos, los cuádriceps y los isquiotibiales, que ayudan a caminar y subir escaleras, pero también a mantener el equilibrio.

En el caso de las zancadas, da un paso largo hacia adelante y levanta el talón del pie que está atrás. Valant recomienda usar la encimera de la cocina o una silla para empezar. Tanto para las sentadillas como para las zancadas, a medida que progreses, puedes empezar a añadir algo de peso, pero para mejorar la movilidad, “cuanto más bajes, mejor”, añade. Intenta hacer entre 10 y 20 repeticiones de cada ejercicio.

Sentadillas: de 10 a 20 repeticiones por serie de un minuto, con un total de dos series

Zancadas: de 10 a 20 repeticiones por serie de un minuto, con un total de dos series

Extensiones de piernas y brazos y puentes de glúteo para la columna

La columna vertebral es única en el sentido de que está formada por muchas articulaciones pequeñas, todas las cuales necesitan mantenerse móviles para funcionar correctamente. Los principales movimientos de la columna son hacia adelante, hacia atrás, de lado a lado y de torsión; esos son los movimientos que hay que entrenar. Lauren recomendó las extensiones de piernas y brazos alternadas, que mueven la columna hacia adelante, hacia atrás y de lado a lado.

Adopta la postura de cuatro puntos con las rodillas y las manos sobre el piso, extiende la mano derecha hacia adelante y la pierna izquierda hacia atrás, como si fueras un perro de presa. Luego lleva el brazo y la pierna hacia el centro del cuerpo, tratando de tocar con el codo derecho la rodilla izquierda. Repite, con el brazo izquierdo y la pierna derecha.

Comienza el ejercicio de extensiones alternadas como lo harías si fueras un perro de presa, con una mano extendida delante de ti y la pierna opuesta estirada detrásCredit...Theo Stroomer para The New York Times

Lleva el brazo y la pierna extendidos hacia el centro del cuerpo y si es posible haz que se toquen. Siente cómo se curvan la columna vertebral y el tronco.

“Este es un ejercicio muy bueno al final de un día en el que has estado todo el tiempo sentado frente a la computadora”, comentó Lauren.

El siguiente ejercicio es el puente de glúteos, que trabaja la zona lumbar. Para hacer un puente de glúteos, acuéstate sobre la espalda con las rodillas flexionadas y los pies sobre el suelo. Presiona las caderas hacia arriba para levantarlas del suelo, contrayendo los glúteos mientras lo haces. Evita arquear la espalda, trata de mantenerla recta. A continuación, baja las caderas hacia el suelo. Repite el ejercicio de 10 a 15 veces.

Comienza el puente de glúteos sobre tu espalda, con las rodillas flexionadas y las manos a los lados, con las palmas hacia abajo.

Levanta las caderas manteniendo las palmas de las manos en el suelo. El movimiento debe provenir tanto del tronco como de las piernas

Extensiones de piernas y brazos alternadas: de seis a 10 repeticiones por serie de un minuto, para un total de dos series

Puente de glúteos: de 10 a 15 repeticiones por serie de un minuto, para un total de dos series

Cuatro movimientos para los hombros
Nuestros hombros pueden ejecutar una amplia gama de movimientos. Para desarrollar y mantener unos hombros fuertes y ágiles, Bryant recomendó la formación Y-T-W-L, que permite mover los hombros en toda su amplitud de movimiento tridimensional, en cuatro movimientos separados y trabaja para desarrollar músculos que son cruciales para la vida diaria, pero que muchas veces se olvidan.

Este ejercicio puede hacerse acostado sobre la espalda o de pie con la espalda inclinada hacia adelante. El objetivo es mover los brazos y los hombros a través de cuatro movimientos que imitan las cuatro letras, haciendo de tres a cinco repeticiones por cada letra. A medida que avances, puedes añadir pesas ligeras, pero el objetivo debe ser mover los hombros por completo.

La formación Y-T-W-L puede hacerse en cuclillas, pero si te resulta más fácil, empieza en el suelo. Para la posición en Y, comienza con los brazos por encima de la cabeza, con los codos estirados.

Baja las manos por delante del cuerpo como si bajaras una pelota por encima de la

Para comenzar el primer movimiento, coloca los brazos por encima de la cabeza formando una Y. Bájalos hacia los muslos y luego vuelve a subirlos por encima de la cabeza, como si bajaras una pelota grande desde encima de la cabeza hasta la cintura.

Comienza la posición de la T con los brazos extendidos a ambos lados del cuerpo, con los dedos separados.

Junta las manos delante del torso, como si fueras a aplaudir. Mantén los codos rectos.

Luego, haz la posición de la T, extendiendo los brazos hacia los lados en un ángulo de 90 grados, para después unir las manos en el centro, como si aplaudieras, dejando los brazos rectos.

Comienza la posición de la W con los brazos a ambos lados del cuerpo, con los codos doblados y las manos estiradas hacia arriba.

Estira los brazos como si fueras a levantar algo por encima de la cabeza. Si te resulta cómodo, junta las manos por encima de la cabeza antes de volver a bajarlas.

Para la posición de la W, mantén los brazos extendidos en un ángulo similar de 90 grados con respecto al cuerpo, pero dobla los codos para crear ángulos rectos y levanta las manos, formando esa letra. Lleva los brazos por encima del cuerpo, juntando los dedos, y luego bájalos para volver a formar la W.

La posición en L comienza de forma similar a la posición de la W, con la diferencia de que los codos deben estar doblados en un ángulo de 90 grados.

Baja las manos hasta la altura del pecho o, si te resulta cómodo, hasta el suelo junto a las caderas. Mantén los brazos estirados hacia los lados y los codos a 90 grados.

Para la posición en L, mantén los brazos extendidos hacia los lados en una posición similar a W anterior, de modo que los dos brazos formen la forma de una L. Lleva las manos hacia el pecho en un movimiento de medio círculo hacia las caderas, sin mover la parte superior del brazo.

Formación Y-T-W-L: de tres a cinco repeticiones por posición, por serie de un minuto, para un total de dos series

Diez minutos pueden no parecer mucho para una rutina de fortalecimiento. Pero si se hace bien, con el objetivo de aumentar la movilidad general, facilitará los movimientos cotidianos, ya sea ponerse en cuclillas para arrancar malas hierbas o sacar del carro las compras pesadas.

Rachel Fairbank es una redactora independiente de ciencia que reside en Texas.

https://www.nytimes.com/es/2023/06/04/espanol/rutina-fuerza-10-minutos.html

miércoles, 28 de junio de 2023

Ocho sitios para desayunar bien en Nueva York que los turistas no pisan. Con este mapa se puede madrugar en los barrios periféricos de Manhattan o Brooklyn en los que se atisba parte del futuro de la gastronomía

Con este mapa se puede madrugar en los barrios periféricos de Manhattan o Brooklyn en los que se atisba parte del futuro de la gastronomía

1. Mud Coffee

Aquí siempre suele haber cola esperando en la calle. En Mud preparan el café de 20 en 20 litros y les sale impecable. Además, tienen patio al fondo en el que disfrutar de un robusto burrito de desayuno en el que caben frijoles, arroz, bacon y aguacate. Las patatas de guarnición llegan bañadas en mantequilla y conviene recordar que aquí te suelen rellenar gratis la taza. En Mud cuidaban el café antes de que se pusiesen de moda tanto esta bebida como el barrio, que ahora está lleno de banderas de apoyo a Zelenski.

🍽 Mud Coffee. Dirección: Ukrainian Village. 307 E 9th St.

2. C&B

Desayuno en C&B: sándwich de huevos, panceta y queso. JEREMY GRAHAM / ALAMY STOCK PHOTO Un obrador minúsculo en la orilla de un parque en un barrio que está en pleno auge. En esta zona están abriendo algunos de los restaurantes más interesantes de la ciudad, mientras que ellos hornean pan y fríen donuts exuberantes. No hay mesas dentro, hay una terraza en la que desenvolver un buen sándwich de huevo y panceta, mientras que se escucha la música que suena desde un viejo tocadiscos junto al mostrador. Si se pasea hasta este lugar un fin de semana, quizá haya alguna banda de jazz tocando en directo en la acera.

🍽 C&B. Dirección: Alphabet City. 178 E 7th St.

3. Frenchette Bakery

En TriBeCa viven los que no quieren ser vistos. En esas casitas de apenas tres plantas que se levantan desde los adoquines se refugian algunas de las mayores fortunas del mundo. Es el oasis en mitad del bullicio, es la bisagra entre el ruido. Y aquí, también escondida, está Frenchette, uno de los mejores representantes de la eclosión de los nuevos obradores de pan y hojaldre de la ciudad. Está dentro de un edifico de oficinas, en un pasillo y jamás se sabría que existe si no se entra. Croissants aéreos rellenos de ruibarbo y pain au chocolat con avellanas desde primera hora.

🍽 Frenchette Bakery. Dirección: TriBeCa 220 Church St.

4. Golden Diner

En la frontera entre Chinatown y el Lower East Side se libra una batalla cultural que está dejando fabulosas opciones gastronómicas. Golden Diner es el punto de vista de los asiáticos neoyorquinos sobre lo que debería de ser uno de esos tradicionales diners estadounidenses. Se desayuna en barra. Pida tortitas, por supuesto, y no se olvide de su sándwich de pollo que sirven crujientísimo y con lombarda. El chef Sam Yoo aprendió lo que sabe en una de las cocinas más legendarias de la ciudad: Momofuku Ko.

🍽 Golden Diner. Dirección: Two Bridges. 123 Madison St.

5. Raf’s

Los que creen que saben van al SoHo, los que saben van a NoHo, al otro lado de la calle. Rafs es ahora mismo una de las reservas más complicadas de todo NYC, el nuevo restaurante de las cocineras estrelladas de Musket Room es el lugar al que ir a dejarse ver. Cenar es casi imposible, pero sí se puede ir un fin de semana a desayunar sus hojaldres fragantes y su excelente café. Un local a medio camino entre Italia y Francia que huele a pan y mantequilla, y en el que se debería robar un paquete de cerillas antes de salir de nuevo a la vorágine.

🍽 Raf’s. Dirección: NoHo. 290 Elizabeth St.

6. Burrow

Burrow es el secreto mejor guardado de Brooklyn. Está en el barrio de DUMBO, cerca de la foto que todo el mundo quiere sacar del puente y los adoquines. Pero no se ve aunque se pase por la puerta. Burrow es una minúscula pastelería francesa que regenta una pareja de japoneses que apenas hablan inglés. Aquí se pide gâteau basque, se comparten financiers y madeleines o se desayuna quiche de puerros. Burrow es una habitación minúscula detrás de los ascensores de un edificio de oficinas que, de repente, te lleva al París que solo existe en los sueños.

🍽 Burrow. Dirección: Dumbo. 68 Jay St. #119, Brooklyn.

7. Agi’s Counter

¿Un desayuno húngaro en Nueva York? Pues claro. O más o menos. Aquí hay que compartir unos medio crepes medio tortitas que bañan en mermelada de arándanos y a la que le ponen un lingote de mantequilla de sombrero. Pero no se puede ir uno sin probar sus huevos rellenos y un sándwich de atún que llega a la mesa con piparras. Pilla justo al lado de Prospect Park, que Central Park fenomenal, pero este parque tiene una extensión de hierba gigantesca por la que pasear una mañana feliz.

🍽 Agi’s Counter. Dirección: Crown Heights. 818 Franklin Ave, Brooklyn.

8. Win Son Bakery

En Williamsburg ya no cabe un garito de modernos más, así que hay que desayunar un poco más allá, camino de Bushwick. Si algo hay que desayunar en Estados Unidos es un BEC, un sándwich de bacon, huevo y queso. En este local hay que pedir la versión taiwanesa, en la que sustituyen el pan por tortitas de cebolleta. Ojo, que todo desayuno pide un postre a la altura, y en NYC siempre hay un buen donut que comerse. En Win Son, con mirada asiática, lo hacen con masa de mochi.

🍽 Win Son Bakery. Dirección: Bushwick. 164 Graham Ave, Brooklyn.

New York Times.

martes, 27 de junio de 2023

_- LOMLOE. Pedro Huerta, de Escuelas Católicas: “Derogar la ley de Educación perjudicaría al profesorado, a los alumnos y al sistema” .

_- “Ante los abusos se ha actuado como si fueran problemas que hubiera que tapar”, admite el religioso, secretario general de la mayor organización de la enseñanza concertada en España.

Pedro Huerta dirige, con el cargo de secretario general, Escuelas Católicas, la mayor organización de la enseñanza concertada. Pertenecen a ella, en números redondos, 2.000 colegios, en los que estudian 1,2 millones de alumnos y trabajan 100.000 personas, 82.000 de ellas docentes. Licenciado en Filosofía y religioso de la orden de los Trinitarios, Huerta nació hace 53 años en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) y trabajó tres décadas en Andalucía, primero en prisiones y después en colegios, especialmente en centros considerados socialmente complejos. La entrevista tiene lugar el primer martes de junio, por la tarde, en la poca vistosa sede de Escuelas Católicas, ubicada en el barrio de Moratalaz de Madrid, en unos sofás de su despacho, muy blanco y apenas decorado, en uno de cuyos estantes descansa una foto en la que aparece junto al papa Francisco.

Pregunta. Los resultados electorales de mayo han dejado la aplicación de la nueva ley educativa, la Lomloe, en manos de autoridades autonómicas que se han opuesto a ella. Y es posible que si en julio hay otros partidos en el Gobierno, la ley vuelva a cambiar. ¿Qué opina?
Respuesta. Es un escenario de incertidumbre preocupante. Nosotros no queremos que se derogue la Lomloe. Lo digo de verdad. Podría decir: ‘Pero si ustedes se manifestaron y salieron en contra de la Lomloe’. No, hay que diferenciar. Nosotros salimos a manifestar que algunos aspectos de la Lomloe no mejoraban el sistema educativo, sino que buscaban la desaparición progresiva de la complementariedad de redes, de los conciertos educativos. Pero eso no quiere decir que queramos que se derogue la Lomloe. Si ocurriera, sería perjudicial para el sistema educativo, para los colegios, para los mismos alumnos, y para los docentes, que están ya bastante cansados y hastiados con tanto cambio. Y sobre todo, la Lomloe incluye un corpus pedagógico que es bueno, que era muy necesario y cuyo desarrollo, del currículo, de [la normativa de] titulaciones, y otros elementos sigue siendo muy necesario.

P. ¿Qué cree que acarrearía, si cambia el Gobierno, una paralización del calendario de implantación de la ley, que este curso ha empezado por los cursos impares y el próximo está previsto que se extienda a los pares.
R. Generaría mucha inseguridad y mucho hastío en el profesorado, por no hablar del mundo editorial, de creación de materiales educativos... El currículo que se ha propuesto ahora no es fácil. Es muy complejo y ha requerido muchas horas de formación del profesorado. A finales de este mes y en julio, una parte importante del profesorado, tanto del nuestro como el de la pública, va a seguir formándose sobre los elementos que la Lomloe incorpora en cuanto a cambio metodológico y pedagógico... Quien mandara paralizar esos cambios, tendría que dar muchas explicaciones, porque afectaría a la calidad de nuestro sistema educativo.

P. ¿Qué le parece el aprendizaje basado en competencias que pretende implantar la Lomloe?
R. En los aspectos pedagógicos, la Lomloe tenía que haber llegado antes. Ese modelo se tendría que haber implantado mucho antes en España. Con la Lomce [la anterior ley educativa, del PP, aprobada hace 10 años] se perdió la oportunidad de incorporar este enfoque, que no es un invento de aquí, se nos lleva pidiendo desde Europa mucho tiempo, y que creo que va a mejorar la calidad de nuestro sistema.

P. Pero Escuelas Católicas pidió retrasar la implantación de la ley.
R. Sí, pero para que los docentes pudieran adquirir adecuadamente su enfoque. Mi duda es si las bondades de este nuevo sistema están siendo realmente incorporadas por los docentes, porque es un cambio muy fuerte, que requiere cambios en la evaluación, y se está haciendo demasiado rápido. Me consta, porque hablo con muchos docentes, yo mismo lo he sido hasta hace dos años, que está costando mucho, y que en muchos sitios se está incorporando a medias, de forma aparente. Esto requiere más tiempo, así que imagine si la solución que se le da ahora es paralizarlo… sería el colmo. Entiendo las prisas de los políticos para poner en marcha la ley, la preocupación por si dándole más tiempo hay un cambio de Gobierno y la elimina. Y precisamente por eso hace falta lo que también venimos pidiendo desde hace años, que es un pacto educativo que permita que pueda haber transformaciones del sistema educativo sin depender de los cambios de gobierno, no solo a nivel nacional, también autonómico.

P. Afirma que la Lomloe tiene elementos que amenazan a la escuela concertada, pero no parecen haberse materializado.
R. La Lomloe es una herramienta que está ahí. Y ciertas partes que atacan a la escuela concertada, como el artículo 109 [que establece, por ejemplo: “Las Administraciones educativas promoverán un incremento progresivo de puestos escolares en la red de centros de titularidad pública”] han sido utilizadas por unas comunidades y por otras no, independientemente del color político. Hay autonomías gobernadas por el PP que lo han hecho y otras del PSOE, que no. Lo que hemos dicho desde el principio es que no debe dejarse una herramienta tan abierta, que puede convertirse en un arma arrojadiza en contra de una parte importante del sistema educativo, en manos de las comunidades autónomas. Y sí nos gustaría que algunos aspectos de la Lomloe se matizaran.

P. ¿Qué comunidades la han usado?
R. Cataluña, por ejemplo. En la nueva ley educativa que están haciendo en el País Vasco, también se ha utilizado bastante. En La Rioja, en Extremadura, y en Galicia hemos tenido también bastantes momentos de preocupación, porque nos han dicho que, por la ley, tenían que priorizar la educación pública. Y otras, como Valencia, Aragón, Castilla-La Mancha o Asturias, con gobiernos socialistas, ha habido un diálogo fluido y muy bueno.

P. ¿La Iglesia española está haciendo lo necesario para investigar los abusos sexuales a menores cometidos en su seno, denunciar a los culpables, reparar a las víctimas y poner los mecanismos para que no vuelva a ocurrir? Muchos piensan que no.
R. Como Iglesia no puedo hablar, en todo caso opinar. Sus responsables han presentado nuevos protocolos e instrucciones, y me parece un paso importante. Comprendo que desde fuera pueda desearse que los tiempos y las formas de comunicar de la Iglesia fueran otros, más parecidos a los de una empresa, por ejemplo. Pero se responde, y en este momento creo que puede reconocerse en la Iglesia un rostro avergonzado y en condiciones de actuar y de poner remedio. Tal vez desde fuera nos hubiera gustado que en otros momentos actuara mucho antes y fuera más contundente. Y más en situaciones tan duras, tan dramáticas y tan vergonzosas como estas.

P. ¿Y los colegios católicos están haciendo lo necesario? Muchas veces cuesta que respondan sobre estas cuestiones y falta transparencia.
R. Toda la sociedad hemos avanzado mucho en transparencia, en reconocer sin ambigüedades estas situaciones, en decisión para afrontarlas, intervenir y repararlas. Nos está pasando a todos, y a los colegios también. Estamos en un momento de asunción de responsabilidades, no solo ante los casos, sino para prevenirlos en el futuro. Desde Escuelas Católicas tenemos dos programas para formar a los directores y profesores en prevención, y hemos presentado una guía con el mismo objetivo. Se está haciendo. ¿Hay mucho que hacer todavía? Evidentemente.

P. Durante décadas, los casos se han ocultado, y se ha reubicado sin más a los agresores, a veces en otros colegios. ¿Por qué?
R. Creo que institucionalmente no se había dado una reflexión como se está dando ahora, sincera, cercana, sobre su alcance. No como un problema, sino como una falta de testimonio de lo que somos y algo que hay que cambiar. Un problema es algo que me genera una situación que es mejor tapar. Y así es como se ha actuado, como si fueran problemas que hubiera que tapar. No había una predisposición institucional, como no la había en gran parte de la sociedad. Ahora tenemos que trabajar para que no ocurran, y para que si ocurren sepamos cómo intervenir, no tapemos nada y seamos lo suficientemente claros. No porque lo diga una ley, sino porque lo dice nuestra esencia, lo que somos.

lunes, 26 de junio de 2023

El trabajo infantil se combate con educación.

A pesar de ser una de las prioridades de los organismos de derechos humanos, 160 millones de niños siguen sufriendo explotación laboral. Las guerras, las crisis económicas y la desigualdad son las principales amenazas.

“Si no trabajo, mi familia morirá de hambre. Con mis ingresos estoy pagando el alquiler de nuestra casa y asegurando la comida para mí y para mi madre. Por eso sigo trabajando en la tienda”. Esta frase tan dura es de Sumaya, de Bangladés. Tiene 14 años y desde hace dos trabaja en una tienda de ropa. Ahora vive más contenta y relajada, a pesar de las muchas horas que pasa de pie: ha dejado de ejercer como trabajadora doméstica y sus jefes no la maltratan físicamente como hacían en su antiguo empleo.

El caso de Sumaya es el de tantos niños y niñas, como Sétou, Kabir, o Anne, que viven en países como Malí, India o Burkina Faso. Sumaya, dentro de su frágil situación, al menos ahora vive menos amenazada. Otros no tienen la misma suerte. Como ellos, en el mundo hay 160 millones de niños y niñas de entre 5 y 17 años —63 millones de niñas y 97 millones de niños, según la OIT y Unicef— que trabajan. Se trata de uno de cada 10, y entre ellos, casi la mitad realiza trabajos peligrosos.

En el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, un año más, hemos de lamentarnos por un fenómeno que no disminuye. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible se marcaron como meta erradicar el trabajo infantil en 2025, o sea de aquí a dos años. Sin embargo, todo apunta a que en esa fecha habrá todavía 140 millones de niños trabajando.

Más de un tercio de los niños y niñas en situación de trabajo infantil no están escolarizados. Aquellos que realizan trabajos peligrosos tienen aún menos probabilidades de asistir a la escuela.

El trabajo infantil constituye una violación de los derechos de la infancia, perjudica su bienestar y es dañino para su desarrollo integral. No hablamos del trabajo que un niño efectúa de forma puntual y ligera, como reponer alimentos o coser algún vestido, o de tareas que, si se ejecutan de forma adecuada, pueden hasta contribuir al aprendizaje y a la socialización de niñas, niños y adolescentes. Hablamos de aquel que priva a la infancia de sus derechos fundamentales, como a la educación, la protección, la participación y la salud, sin olvidarnos del ocio y el juego, tan importantes en esta etapa. Hablamos de erradicar un trabajo que no siempre garantiza su acceso a medicamentos, alimentación y ropa adecuada, y los expone a accidentes y enfermedades por sus duras condiciones (demasiadas horas, manipulación de material pesado o peligroso, exposición a condiciones climáticas adversas). Aquel que los separa de sus padres y madres u otros familiares, haciéndolos vivir en entornos hostiles, y sin relaciones seguras con los pares o personas adultas de confianza. Esta mezcla conlleva una mayor exposición a violencias de todo tipo, incluyendo la sexual. Hablamos también de erradicar formas extremas de vulneraciones de derechos como la explotación sexual comercial y el reclutamiento forzado en grupos armados.

El trabajo infantil, al provenir de una combinación de causas —la falta de leyes apropiadas, o su implementación, la falta de recursos y el carácter informal de la economía, las carencias en los sistemas de protección social y de educación, normas sociales y prácticas dañinas— se agudiza en situaciones de crisis: el riesgo de trabajo infantil para los que viven en países afectados por conflictos es tres veces superior a la media mundial.

La crisis de la covid-19 ha provocado un receso en los avances hacia la eliminación del trabajo infantil y sus peores formas. Si bien es cierto que regiones del mundo como Asia o América registraron una reducción de la incidencia del trabajo infantil, hay grandes disparidades entre regiones, y a nivel global, la lucha contra este fenómeno está estancada. En África subsahariana, donde la incidencia es la más alta, este ha aumentado en los últimos años y ahora concierne al 23,9% de los niños y niñas. También hay disparidad en las franjas de edad, con un preocupante aumento de los menores de entre 5 y 11 años que ahora trabajan en todo el mundo. A esa edad, lo justo es jugar, beneficiarse de un entorno protector y asistir a la escuela.

Más de un tercio de los niños y niñas en situación de trabajo infantil no están escolarizados y aquellos que realizan trabajos peligrosos tienen aún menos probabilidades de asistir a la escuela. El trabajo infantil afecta al acceso a la escuela, así como a la asistencia y el mantenimiento. Le impide a la infancia aprender de forma adecuada y feliz. Por eso es tan importante garantizar una educación segura, inclusiva y de calidad para todos los niños y niñas. Se debe asegurar la educación obligatoria hasta cierta edad —la misma edad bajo la cual el trabajo esté prohibido —, y fortalecer los sistemas para que la educación respete las necesidades de aquellos niños y niñas que se incorporan después de experiencias de trabajo. Se ha de garantizar la continuidad para los y las adolescentes que quieran seguir estudiando, reforzar los sistemas de formación profesional o técnica, y proporcionar un acceso al empleo seguro.

Hay que educar desde la raíz, fomentando el diálogo y activando la escucha con todos los actores, sobre todo con aquellos que más saben de los riesgos: los propios niños y niñas. Es hora de acelerar los esfuerzos para que tomen conciencia de sus derechos, para que se protejan a sí mismos y a sus pares. Hemos de combatir su invisibilidad, escuchando y entendiendo lo que nos dicen, para así conocer sus realidades, fortalecer sus capacidades y apoyar sus iniciativas. Es crucial que se les deje el espacio para defender su derecho a la educación, pero también a un trabajo digno, lo que significa salario mínimo, condiciones de seguridad y garantía de un horario adecuado a su edad y desarrollo.

Laurence Cambianica es especialista en Programas de Protección de Educo.

https://elpais.com/planeta-futuro/red-de-expertos/2023-06-12/el-trabajo-infantil-se-combate-con-educacion.html

domingo, 25 de junio de 2023

María Couso, pedagoga: “Muchos docentes siguen creyendo que se pierde el tiempo jugando, cuando es justo lo contrario” .

En tiempos de pantallas, la también maestra publica su primer libro, en el que reivindica el potencial de los juegos de mesa como herramienta para el desarrollo de muchas de las funciones más importantes del cerebro así como un modo de entrenar la atención y la frustración.

El filósofo alemán Wolfram Eilenberger afirmaba en una entrevista reciente publicada en EL PAÍS que no estaba de acuerdo con la idea de recuperar al niño que llevamos dentro. En su opinión, lo importante es abandonar la infancia manteniendo vivas las preguntas de los niños. La pedagoga y maestra María Couso (Vigo, 37 años) da una vuelta de tuerca a la máxima de Eilenberger en su primer libro Cerebro, infancia y juego (Destino), publicado en enero: se trata de abandonar la infancia manteniendo vivas las ganas de jugar de los niños.

“La infancia es un periodo genético, así que no está en nuestras manos controlar cuándo viene y cuándo se va, pero sí deberíamos mantener determinadas ideas y actividades que son propias de esta etapa vital”, explica Couso por teléfono. “El objetivo es ser capaces de mezclar y encontrar el equilibrio entre los procesos propios de los adultos y los procesos y actividades propios de los niños”, añade la también creadora del proyecto PlayFunLearning, cuyo objetivo es aprender jugando y nace de la necesidad de divulgar contenido pedagógico de calidad compartiendo tips que ayuden a mejorar las prácticas educativas tanto dentro como fuera del aula. En tiempos de pantallas, la pedagoga, que cuenta con más de 80.000 seguidores en Instagram, reivindica el potencial de los juegos de mesa como herramienta para el desarrollo de muchas de las funciones más importantes del cerebro.

Los adolescentes ignoran la voz de su madre a partir de los 13 años, según un estudio PREGUNTA. “El hombre no deja de jugar porque se vuelve viejo. Se vuelve viejo porque deja de jugar”, decía el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw. ¿Por qué dejamos de jugar?
RESPUESTA. Porque siempre tendemos a observar el juego como algo propio de la infancia y, por tanto, lo oponemos a todo aquello que entendemos por crecer y madurar. Y en muchos casos, también oponemos los términos trabajar o estudiar a jugar. Lamentablemente, casi nadie en su cabeza dibuja la figura de un niño jugando más allá de los ocho o nueve años. Tendemos a presionar a la infancia para que abandone ese ámbito del juego.

P. ¿Ejercemos esa presión cada vez antes?
R. Sí. A principios del siglo XXI pensábamos que el desarrollo del cerebro se concluía a los 17-18 años. Hoy la evidencia internacional aceptada señala que el término del desarrollo cerebral se produce en torno a los 25 años, pero ya hay investigaciones realizadas en Estados Unidos durante el año 2020 que muestran que podríamos tener un desarrollo cerebral más tardío, cercano a los 34 años. En contraposición a esta evidencia, tendemos a hacer crecer muy rápido a los niños. En Occidente, por ejemplo, cada vez estamos entrando de forma más temprana en la adolescencia, lo que significa que estamos acortando la infancia.

P. Si cada vez alejamos antes a los niños del juego, ¿corremos el riesgo de crear una generación de niños viejos?
R. Totalmente. Cada vez más las pantallas están invadiendo nuestras vidas. Creemos que ver un vídeo en YouTube o jugar a un videojuego es tiempo de ocio y de calidad, cuando en realidad un videojuego no se puede comparar con jugar al aire libre, pero tampoco con un juego de mesa en el que estás presente, constantemente interaccionando con otros, compartiendo el momento, tocando, oliendo a los demás… Todo esto es muy importante. Los niños necesitan moverse, estar activos, porque eso tiene una gran implicación en el desarrollo del cerebro. De hecho, la construcción del cerebro nace del movimiento. Uno aprende mejor cuando se mueve, por eso es tan relevante que desde la más tierna infancia respetemos los tiempos de ocio y, sobre todo, de juego.

P. ¿Qué pueden aportar concretamente los juegos de mesa al desarrollo de los niños?
R. Los juegos de mesa, para empezar, son un canal maravilloso de socialización en entornos familiares. Son una forma estupenda de acercar familias, de acercar generaciones y, al mismo tiempo, desarrollar toda una serie de habilidades cognitivas, desde procesos de atención hasta el control de impulsos, pasando por el desarrollo de lenguaje a nivel oral, de estructuración, de narrativa, etcétera. Además, el juego también nos ayuda a desarrollar y entrenar una función cognitiva muy importante: la memoria de trabajo. Un juego de mesa es una herramienta con la que puedes poner en marcha al mismo tiempo y en un corto periodo de tiempo todas las habilidades cognitivas necesarias para tu día a día.

P. Partiendo de esta base, ¿diría que es un recurso infrautilizado?
R. Totalmente. Sí que es verdad que desde hace un par de años hay una introducción bastante interesante de los juegos a nivel educativo, pero falta todavía mucha concienciación sobre el poder y las habilidades cognitivas que trabajan los juegos de mesa. Muchos docentes siguen creyendo que se pierde el tiempo jugando, cuando es justo lo contrario. Y es que no solo se pueden trabajar todas esas habilidades cognitivas que he citado antes y que para muchos docentes son invisibles, sino que, además, los juegos pueden servir como recurso de implementación de temas a nivel curricular.

P. Lleva muchos años trabajando con niños con problemas de atención. ¿Pueden ser los juegos de mesa una herramienta para trabajar esa capacidad?
R. Totalmente. Uno no nace atento, uno se hace atento. Esa es la clave. Como decía antes, cada vez a más temprana edad se están introduciendo las pantallas en la vida de los niños, unas pantallas que ofrecen un nivel de sobreestimulación que ningún cerebro en la infancia puede soportar, así que estamos alterando la vía de desarrollo atencional. Los juegos de mesa, en ese sentido, son un potente canal de mejora de esas rutas atencionales a las que no estamos favoreciendo nada con una temprana y abusiva utilización de las pantallas.
P. Define los juegos de mesa como una herramienta emocional sin límite generadora de emociones agradables.
R. Así es.

P. Mis hijos, sin embargo, el 90% de las veces que jugábamos a juegos de mesa acaban discutiendo o enfadados.
R. (Risas) Es que a nadie nos gusta perder, pero a los niños todavía menos. Pero cuando pasa esto, no vale con esconder el juego porque genera conflicto, porque de esta forma lo único que estamos haciendo es dejando de entrenar a los hijos en la gestión de esa frustración y de las emociones que les despierta. Por tanto, no se trata tanto de evitar este tipo de juegos, sino de medir el tiempo de exposición a los mismos para que puedan ir de alguna manera entrenando esa capacidad de frustración, algo que en última instancia les permitirá disfrutar del proceso de juego sin necesidad de que ellos sean los ganadores.

P. ¿Pueden ser también los juegos cooperativos una solución para entrenar esa frustración?
R. La gente desconoce que, antes de los cinco años, el cerebro humano no puede sentir ningún tipo de expectativa o de placer cuando no conoce lo que va a pasar. Es decir, necesitamos saber siempre de antemano lo que va a pasar para poder disfrutarlo, por eso los niños antes de cinco años hacen tareas en bucle o piden leer una y otra vez los mismos cuentos. Se aferran a lo que conocen, a la certidumbre. Cuando algo se trastoca e implica una flexibilidad cognitiva es cuando empieza a aparecer la frustración, que tiene que ser trabajada. Por eso los juegos de niños muy pequeños, entre los dos y los cinco años, mayoritariamente tienen un carácter colaborativo, para ir entrenando en grupo, como parte de la familia, esa posibilidad de ganar o perder.

sábado, 24 de junio de 2023

Aprender de los mejores.

Únicamente con la fragmentación de la izquierda podrían PP y Vox tener esa mayoría parlamentaria. Tras el acuerdo de coalición electoral del pasado viernes, esa posibilidad ha desaparecido.


— Yolanda Díaz celebra el acuerdo de Sumar con toda la izquierda: “Vamos a ganar las elecciones generales”


Hace ya algo más de treinta años que estudié, no simplemente leí, un libro de William Lee Miller dedicado a James Madison, The Business of May Next: James Madison & The Founding, publicado por la University Press of Virginia. El libro es una joya. No he encontrado traducción en castellano.

Lo que más me llamó la atención del libro fue la descripción que hace de la relación entre el embajador en Paris, Thomas Jefferson, y el futuro constituyente de Filadelfia, James Madison. Y me llamó la atención porque Madison le solicita a Jefferson que le envíe libros que aborden el “fracaso” en la configuración y funcionamiento de las distintas formas de gobierno, antiguas y modernas.

El mayor éxito en el proceso de construcción de un proyecto político es evitar el fracaso. La tendencia hacia el fracaso es la norma. En contrarrestarla primero y revertirla después es en lo que tienen que centrarse los promotores de un proyecto político. El éxito no se puede dar por supuesto, sino que tiene que ser el resultado de un esfuerzo tenaz e ininterrumpido de contención de los impulsos disolventes que se abren paso con mucha más facilidad que los integradores.

En mi opinión, no ha habido nadie que haya estado a la altura de James Madison como constituyente. Nadie se ha preparado como él se preparó para intervenir en la Convención de Filadelfia y hacer uso de sus conocimientos para la configuración de la mayoría que acabó aprobando la Constitución.

Posteriormente sería, en mi opinión de nuevo, el más decisivo de los tres autores de El Federalista, obra decisiva en el proceso de ratificación de la Constitución en las antiguas trece colonias, que se habían convertido en Estados independientes y habían aprobado en 1781 Los Artículos de la Confederación. Si hay alguien clave para explicar el tránsito de la Confederación a la Federación, ese es, sin duda, Madison.

Esta lectura de Madison, aunque no la mencioné expresamente, es la que está detrás de los dos artículos que publiqué sobre el acto fundacional de Sumar en el polideportivo Magariños, Lugares propios de nuestro espacio y Sumar: una federación de izquierdas, los días 29 de marzo y 3 de abril respectivamente.

Llegué a la conclusión contraria a la que llegó Enric Juliana, que en repetidas ocasiones ha afirmado que el acto de Magariños fue una catástrofe, que se debería haber evitado. Justo lo contrario de lo que yo opiné y sigo opinando.

La fundación de Sumar no se podía demorar por más tiempo. Y tenía que hacerse sin cerrar ninguna puerta a ninguna organización política de izquierda, pero sin que pudiera generarse la más mínima duda acerca de la autonomía del proyecto político, con exclusión expresa de subordinación de este nuevo proyecto a cualquier otro, que no hacía falta mencionar expresamente porque todo el mundo sabía cuál era.

Una vez conseguido esto, había que transformar ese momento constituyente en un proyecto electoral viable. Había de nuevo que evitar el fracaso, que en esta fase era más difícil de evitar y, además, era definitivo: aniquilaba el proyecto antes casi de que hubiera nacido. Y en eso es en lo que Yolanda Díaz y su equipo se han estado esforzando en el poco tiempo de que han dispuesto para articular dicho proyecto electoral. En mi opinión, lo han conseguido.

Ahora viene la prueba definitiva: ganar las elecciones. Entiendo por ganar las elecciones conseguir que se mantenga como mayoría de investidura y de gobierno la misma que viene dirigiendo el país desde julio de 2018 y que ha sido la mayoría más progresista, sin duda, pero también una mayoría de las más eficaces y productivas de todas las que se han sucedido desde la entrada en vigor de la Constitución.

No tengo dudas de que así va a ser. La “mutilación” de la Constitución material de España con la exclusión de los nacionalismos vasco, catalán y gallego, hace imposible que las derechas españolas alcancen la mayoría parlamentaria necesaria para gobernar. Únicamente con la fragmentación de la izquierda podrían PP y Vox tener esa mayoría parlamentaria. Tras el acuerdo de coalición electoral del pasado viernes, esa posibilidad ha desaparecido.

No sé si Yolanda Díaz ha sido lectora de Madison, aunque es probable que haya aprendido del mismo a través de Ramón Maíz. En todo caso, en esta primavera ha actuado como una alumna aventajada del constituyente americano.


viernes, 23 de junio de 2023

El Banco Central Europeo vuelve a las andadas contra los salarios

Publicado en Público.es el 9 de junio de 2023

La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, acaba de afirmar esta semana que los trabajadores de la eurozona están logrando recuperar parte del poder adquisitivo perdido por la inflación, dice que hay que estar «extremadamente atentos» a su impacto sobre la evolución de los precios y ha pedido que se firmen acuerdos para evitar el aumento de los salarios.

Lo primero que hay que recordar es que Lagarde se ha equivocado en todas y cada una de las afirmaciones que ha hecho hasta ahora sobre la inflación actual.

Se equivocó a lo largo de todo el año 2021, cuando dijo que la subida de precios era «temporal debida a la pandemia». También erró a finales de ese año cuando aseguró que «la inflación caerá en 2022» y lo mismo le pasó en octubre del año pasado cuando decía que la inflación «había llegado a Europa prácticamente de la nada» y que se produjo por «una crisis energética causada por Putin».

Con esos antecedentes ¿hay razones para creer que ahora no se equivoca? ¿Se ha producido un milagro y Lagarde, en lugar de volver a equivocarse, acierta al señalar que es un posible aumento de los salarios lo que puede avivar la inflación?

Yo creo que no, y que los hechos lo demuestran.

Además de otras investigaciones independientes, han sido fuentes del propio Banco Central Europeo las que han confirmado que es el aumento en los márgenes de muchas empresas y no los salarios lo que viene impulsando los precios al alza. Por tanto, no se comprende bien que Lagarde pida estar «extremadamente atentos» ante la evolución de los salarios y que no lo haya estado ni lo esté ante unos márgenes empresariales que tan clara y reconocidamente están generando inflación. Si el compromiso de Lagarde y el Banco Central Europeo para luchar contra la subida de precios fuese efectivo, sincero y coherente ¿por qué no han creado en Europa observatorios que hagan el seguimiento de los márgenes empresariales, tal y como hay en Estados Unidos? ¿y por qué no han tomado medidas contra esa presión de los beneficios sobre los precios?

No lo hacen porque el Banco Central Europeo tiene una visión completamente equivocada del funcionamiento real de los mercados europeos. Equivocada o simplemente sesgada para no tener que hacer frente al poder de mercado de las grandes empresas que vienen subiendo sus márgenes. Así lo demostró Philip R. Lane, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, en una entrevista de febrero pasado en la que dijo que «las empresas europeas saben que si suben demasiado los precios, sufrirán una pérdida de cuota de mercado». Algo completamente incierto porque hay oligopolios que se ponen de acuerdo, empresas que se enfrentan a lo que los economistas llamamos demanda inelástica (que no disminuye significativamente cuando suben los precios) y, en general, competencia entre empresas que no se desarrolla a través de los precios.

Por otro lado, ha sido la propia Lagarde quien ha reconocido que la inflación actual también está desencadenada por el cambio climático y, sin embargo, el Banco Central Europeo no parece tener tanta preocupación o contundencia para actuar en ese sentido como la que manifiesta Lagarde por el potencial efecto inflacionario de los salarios, tal y como señalé en un artículo en este diario el pasado mes de octubre.

Es evidente que si hay subida de salarios como consecuencia del intento de recuperar poder adquisitivo pueden producirse subidas de costes en las empresas, pero la cuestión es si serán más determinantes que las provocados por otros factores y, por tanto, sin son las que requieren atención extrema o prioritaria.

Para que la recuperación del poder adquisitivo se convirtiera en ese peligro tan contundente al que hace referencia Lagarde tendrían que darse circunstancias que hoy día sabemos que no se dan, como están poniendo de relieve organismos internacionales o centros de investigación bastante conservadores.

El Fondo Monetario Internacional decía en octubre de 2022 que, según un estudio de lo ocurrido en 22 economías en situación parecida a la de 2021 durante los últimos 50 años, «las posibilidades de que surjan espirales persistentes de precios y salarios parecen limitadas».

La Organización Internacional del Trabajo afirmaba el pasado mes de abril que «hay espacio para que aumenten los salarios reales, no solo para ponerse al día con la inflación, sino también para alinearse con el crecimiento de la productividad».

Un estudio del mes pasado de CaixaBank concluye que «cabe esperar que las actuales presiones inflacionistas sí tengan un impacto en los salarios, aunque no debería ser tan acentuado como el que se habría producido en el mercado laboral español de principios de siglo de haberse registrado una inflación similar».

La probabilidad de que el alza salarial desencadene en estos momentos una grave espiral inflacionista es, por tanto, muy reducida.

En consecuencia, no se debe temer a que la recuperación de todo o parte del poder adquisitivo perdido por los salarios produzca nuevas y más graves tensiones sobre los precios. Sobre todo, si esa recuperación se vincula a pactos de rentas y de impulso de la productividad y a medidas fiscales que promuevan la actividad de las empresas más competitivas y no de las que disponen de posiciones de privilegio en el mercado que se traducen en subidas injustificadas de sus márgenes.

Por el contrario, llevar a cabo nuevas políticas de contención salarial va a tener un efecto muy negativo para para los hogares y también para la inmensa mayoría de las empresas. Las familias tendrán mayores dificultades para salir adelante y empresas sin poder de mercado, las más numerosas y las que más empleo generan, verán reducirse sus ventas porque es a gasto en consumo a donde se dirige la inmensa mayor parte de la masa salarial que se recorta cuando se ponen en marcha las políticas que de nuevo defiende el Banco Central Europeo.

Cuando Lagarde pide que no suban los salarios vuelve a equivocarse, tal y como le ha sucedido hasta ahora cuando ha hecho predicciones sobre la marcha de la inflación. O, como dije antes, quizá no se equivoca, sino que simplemente defiende políticas que tienen como único efecto aumentar el beneficio de las grandes empresas, en perjuicio de la inmensa mayor parte del empresariado, de los hogares y de la economía en su conjunto.


jueves, 22 de junio de 2023

_- Cómo no hacer absolutamente nada en el trabajo: entre la picaresca del empleado y la incompetencia de las empresas.

De grandes corporaciones que tienen empleados infrautilizados a asalariados que se las arreglan para que todo el trabajo lo hagan sus compañeros, hay un problema en el mundo laboral que nadie sabe muy bien cómo solucionar

La historia de las mujeres y hombres que llevan mucho tiempo ocultándose en el trabajo recuerda a la de Shoichi Yokoi, sargento del ejército imperial japonés que pasó casi 30 años escondido en la selva de Guam, archipiélago de las Marianas, una vez concluida la II Guerra Mundial. Yokoi decidió no rendirse hasta que recibiese la orden directa de un superior y se internó en la espesura, alimentándose de sapos, roedores y culebras y esforzándose por pasar desapercibido. Su plan, un acto de terca resistencia solitaria, funcionó. Nadie pudo encontrar al sargento Yokoi hasta que, un día de primavera de 1974, se hartó de esconderse.

Un artículo de Emily Stewart en la web estadounidense Vox alerta sobre la existencia de rezagados de las guerras corporativas contemporáneas que consiguen esconderse durante años en la espesura de sus propias empresas. Stewart los describe como “asalariados sin trabajo”. En España han trascendido casos extremos como el del funcionario valenciano Carles Recio, plusmarquista mundial en la disciplina de escurrir el bulto, que pasó toda una década acudiendo al trabajo solo para fichar a primera hora de la mañana sin que constase en todo ese tiempo la ejecución de ninguna tarea concreta.

En opinión de Stewart, “la pandemia, el teletrabajo, el proceso de automatización y externalización de cargas de trabajo y el desbarajuste organizativo que todo ello está generando en algunas empresas” son ahora mismo caldo de cultivo para la proliferación de una nueva hornada de sargentos Yokoi en el mundo laboral. La periodista considera que este tipo de resistentes pasivos y absentistas profesionales ha existido siempre, pero puede que ahora más que nunca. La mayoría de ellos empezaron practicando el escaqueo a tiempo parcial, pero con el tiempo han perfeccionado sus estrategias de indolencia y camuflaje hasta convertirse en una presencia ausente: acuden al trabajo, pero no trabajan.

Trabaja tú, que a mí me da la risa
Alison Green, autora del desopilante ensayo sobre desastres corporativos Ask A Manager: How to Navigate Clueless Coleagues, Lunch-Stealing Bosses and the Rest of Your Life At Work (Pregúntale a un directivo: cómo sobrevivir a colegas inútiles, jefes que te roban el almuerzo y el resto de tu vida en el trabajo), considera que la existencia de este tipo de perfiles laborales es un fenómeno “tan desconcertante como frecuente”. En la mayoría de las plantillas, las cargas de trabajo se distribuyen de manera poco eficiente y aún menos equitativa y lógica: “El reducto de profesionales más comprometidos y motivados asume el grueso de las tareas importantes, mientras una mayoría silenciosa capea el temporal tratando de hacer lo menos posible y un último grupo se las arregla para no hacer nada en absoluto”.

Cristian S., informático barcelonés de 43 años, pertenece, según confiesa, a ese tercer grupo, el de los “supervivientes tóxicos”, en palabras de Green. Cristian accede a hablar con ICON con la condición de que se preserve su anonimato. Reconoce, de entrada, que lleva más de cuatro años dedicándose a “perder el tiempo” y sin hacer ninguna contribución significativa a su empresa: “Digamos que cobro un sueldo y paso un mínimo de 40 horas semanales en mi oficina, pero no tengo trabajo desde que completé el rediseño de los servidores internos unos meses antes de la pandemia”.

Poco después, la compañía en la que trabaja fue absorbida por otra y los nuevos propietarios decidieron externalizar la asistencia informática: “A mí me retuvieron para hacerme cargo de la coordinación y la supervisión de ese servicio externo, pero la realidad es que no hay nada que supervisar ni coordinar, mis supuestos interlocutores no se ponen en contacto conmigo nunca y mis jefes no parecen saber que existo”.

En cuanto empezó el confinamiento, Cristian se instaló definitivamente en el nirvana de la inactividad bien retribuida. Pronto adquirió el hábito de abrir su cuenta de correo corporativo a primera hora de la mañana y pasar el resto del día sin hacer “absolutamente nada”: “En octubre de 2020, cuando me ordenaron que me reincorporase a la oficina tras dejar atrás un periodo de transición discrecional que alargué todo lo que pude, pensé que me despedirían casi de inmediato, en cuanto se diesen cuenta de que no tengo nada concreto que hacer”.

Se han olvidado de mí
Pero no ocurrió. Le asignaron un despacho “en las catacumbas de la empresa”, en una planta subterránea que él describe como “la zona cero de los últimos despidos masivos, porque ahora mismo estoy rodeado de despachos vacíos, el compañero más cercano está a unos 20 metros”. Allí ha construido su castillo, al que se refiere como “Villa Soledad”, en recuerdo del refugio ártico de Superlópez. Reconoce que pasa las horas “fumando, paseando, tomando café, viendo películas y series, escuchando música” e incluso escondiéndose o dormitando en el cuarto de baño, uno de los rincones predilectos de su particular selva de Guam.

No se hace ilusiones: cree que lo “encontrarán” tarde o temprano. Y cuando eso ocurra, solo espera conseguir un despido en condiciones “dignas”, sin verse obligado a dar explicaciones ni recibir reproches: “Después de todo, la empresa, en especial mis teóricos supervisores directos, tiene al menos tanta culpa como yo”. No está orgulloso de su permanente huelga de brazos caídos, pero la atribuye “sobre todo” a la incompetencia y la falta de criterio de los nuevos propietarios. Se siente “arrinconado”, pero admite que su situación no responde a ningún tipo de medida de acoso laboral: “Sencillamente, se han olvidado de mí. Y yo he contribuido, por falta de motivación o por desánimo, a que ocurriese”.

A estas alturas, Cristian descarta por completo exponer su caso ante la directiva o el departamento de recursos humanos: “Tal vez hubiese tenido sentido dar un paso así hace tres años, pero si lo hiciese ahora, me vería obligado a responder a muchas preguntas incómodas y para las que no tengo respuesta satisfactoria. Es evidente que llevo mucho tiempo cobrando un sueldo bastante generoso por no hacer nada”.

Divorcio y ansiedad
Cristian añade, por si quedase alguna duda al respecto, que la suya no le parece una situación en absoluto envidiable. En este periodo de presencia ausente en su oficina, se ha divorciado (“aunque debo decir que nuestros problemas de convivencia en pareja ya venían de antes”) y sufre ataques de ansiedad cada vez más habituales. No hacer nada, sostiene, “pasa factura”. Pese a todo, se resiste a pedir bajas por salud, algo que en su situación resultaría perfectamente lógico. Según cuenta, ha desarrollado una especie de apego supersticioso a su despacho, su “pequeña poltrona”. En él se siente “protegido”. Aunque se ha planteado buscar trabajo, en realidad se siente incapaz de adaptarse a un nuevo entorno corporativo. Se ha acostumbrado a una vida que él mismo considera “absurda y vacía”.

Algo similar le está ocurriendo a Daniel M., de 59 años, cargo intermedio en una empresa de comunicación madrileña en la que lleva trabajando desde 1993. Daniel accedió a la escurridiza condición de asalariado sin trabajo como consecuencia de un pacto tácito: “Hace unos años estuve entre la terna de candidatos a un ascenso, pero la empresa acabó eligiendo a un recién llegado que se había acabado de formar conmigo y con el que no tengo ninguna sintonía personal ni laboral”. A los pocos meses, su nuevo jefe sugirió que Daniel fuese despedido o trasladado a otro departamento: “Pero el director de recursos humanos le dijo que aquello era inviable, que mi antigüedad y mi salario me daban derecho a una indemnización que la empresa no está dispuesta a asumir”.

Así comenzó un largo periodo al que Daniel se refiere, no sin amargura, como su “estancia en el balneario”: “A menos que acabemos llegando a un acuerdo que hoy parece muy improbable, me quedaré aquí hasta que me jubile. Me mortifica, claro que sí, que en una empresa en que casi todo está por hacer nadie quiera echar mano de mis conocimientos y mi experiencia. Pero mi rutina es muy plácida. Tengo un televisor en mi despacho, puedo pasarme las horas muertas leyendo la prensa deportiva y aún quedan compañeros de la vieja guardia con los que charlar, comer, desayunar y hasta merendar”.

Daniel atribuye su anómalo encaje en la estructura corporativa a la “falta de honestidad y de sentido común” de sus superiores. Él considera que deberían despedirlo e indemnizarlo como merece o volver a contar con sus servicios. Asegura que nunca se ha negado a hacer ninguna de las tareas (cada vez más esporádicas) que aún le asignan: “No soporto la condescendencia, que me traten como un mueble viejo, como si no fuese capaz de hacer mi trabajo, cuando la verdad es que me mantengo sano, informado e intelectualmente activo, y podría seguir haciendo una aportación valiosa si me lo pidiesen”. Por supuesto, descarta buscar nuevos horizontes profesionales: “No estoy dispuesto a perder este pulso. Tengo unos derechos adquiridos y voy a defenderlos. No saldré de aquí sin un buen cheque en el bolsillo. Además, ¿quién iba a contratarme, a estas alturas, en condiciones serias y dignas?”.

Más peculiar resulta el caso de Clara G. y Carlos M., responsables, a sus 36 y 41 años, de un departamento “fantasma” de marketing estratégico (en una empresa financiera) a cuyos servicios no recurre nadie desde hace “más de dos años”. “Carlos y yo somos una especie de farmacia de guardia clandestina a la que ya no acude ningún enfermo, tal vez porque nos han trasladado a un callejón solitario y oscuro”, bromea Clara.

¿Cómo se ha llegado a esa situación? Carlos dice que de manera “gradual”, como les ocurre a “aquellas ranas a las que cuecen a fuego lento, subiendo poco a poco la temperatura de la sartén, y se quedan quietas hasta que las achicharran”. Clara y Carlos empezaron a percibir en el momento de reincorporarse a sus posiciones tras la pandemia que la directiva remozada de su empresa “no necesitaba realmente un departamento de marketing estratégico, pero quería conservarlo, por una absurda cuestión de prestigio corporativo”. Así que los exhortaron, de manera informal, a “pasar a la reserva”. Es decir, a mantenerse disponibles, pero sin llamar mucho la atención.

A ambos se les concedió permiso para llevar a cabo hasta el 80% de su jornada laboral desde casa. La única medida de supervisión activa a la que están sujetos, aparte de las reuniones presenciales de todo el equipo de marketing que suelen convocarse los martes y los miércoles, es la entrega de una serie de informes periódicos de la evolución de su área de negocio que son, según Clara, “un continuo dolor de cabeza, porque resulta francamente complicado explicar lo que haces cuando la realidad es que no haces nada”. “En el fondo, no deja de ser un trámite vacío de contenido”, añade Carlos, no sin cierta tristeza, “los receptores de esos informes son los primeros en saber que nuestra área de negocio no evoluciona en absoluto, porque ellos han decidido que así sea”.

Ambos asumen que acabarán siendo despedidos “tarde o temprano” y que nadie echará de menos su espectral departamento de marketing estratégico. En cierto sentido, lo están deseando. Como el sargento Yokoi, sienten que ha llegado el momento de dejar de esconderse. Clara, pese a todo, argumenta su postura con la serena resignación del que se sabe juzgado (y condenado) de antemano: “¿Cómo renuncias a un sueldo de más de 50.000 euros anuales solo porque tus jefes han decidido que no saben qué hacer contigo, pero, aun así, no quieren despedirte? Somos buenos profesionales, estamos perfectamente capacitados para proponer ideas que crearían valor. Pero para vender algo necesitas que alguien quiera comprártelo”.

Carlos reconoce que se ha “acomodado” a su anómala situación: “Me permite disfrutar de mi ocio, mis amigos, mi familia. Yo llevaba 15 años soportando unas cargas de trabajo extenuantes, porque mi carrera profesional siempre había sido la principal de mis prioridades. De alguna manera, necesitaba bajar el ritmo. Y las circunstancias me han permitido hacerlo mientras cobro una buena nómina”.

Para Emily Stewart, por anecdóticos que resulten casos como los citados, pueden interpretarse como síntomas de lo muy disfuncionales que son gran parte de las actuales estructuras corporativas: “Las empresas tienden a estructurarse de una manera innecesariamente compleja y eso crea los resquicios y las zonas de oscuridad en que se esconden los profesionales desmotivados, desaprensivos o, sencillamente, alérgicos al trabajo”. En los jardines descuidados suelen proliferar las plantas parásitas.

Lo más curioso tal vez sea que la escandalosa falta de productividad de los que han decidido no dar un palo al agua pase, en algunos casos, completamente inadvertida. Para Stewart, eso se debe a que “muchos de sus compañeros siguen las normas corporativas al pie de la letra y acaban desarrollando una actividad frenética, pero tan superflua y tan mal orientada que en el fondo apenas crea valor tangible”. En otras palabras, que es el ajetreo desordenado y estéril de gran parte de las plantillas lo que hace que la presencia ausente de unos pocos acabe pasando desapercibida. Algunos de los que sí trabajan lo hacen tan mal (o de manera tan mal orientada) que ni siquiera se nota la diferencia.

Daniel remata su intervención con una frase que exuda cinismo, tal vez no del todo voluntario: “Mis años de balneario con nómina han acabado siendo un perfecto entrenamiento para la jubilación. Cuando por fin me retire, me iré a hacer en mi casa exactamente lo mismo que hago ahora en la oficina”.

miércoles, 21 de junio de 2023

_- España también tuvo esclavos. Y a algunos les marcaban con hierros en la cara.

_- A lo largo del siglo XVI se vendieron en Sevilla decenas de indígenas traídos desde América y algunos dueños los herraron para asegurar la inversión

Existieron dos grandes mercados donde se vendieron indígenas, Sevilla y Lisboa, lo cual tenía su lógica ya que, desde finales del siglo XV, eran los dos grandes centros esclavistas peninsulares. Sevilla tuvo la primacía absoluta porque ostentó durante más de dos siglos el monopolio del comercio colonial, convirtiéndose en “puerto y puerta de las Indias”. Por tanto, era natural, como puerto de arribada de los navíos del Nuevo Mundo, que llegasen allí la mayor parte de ellos. De hecho, en la década de los cuarenta debió de haber en esta capital en torno a dos centenares de indígenas, la mayoría cautivos. Además, a la capital hispalense llegaban mercaderes lusos, por vía marítima o terrestre, a través de Portugal, para vender esclavos de color, pero también una cantidad significativa de indígenas de Brasil y de las Indias Orientales. En el siglo XVI está documentada en Sevilla la venta de 67 esclavos de las colonias portuguesas, de los que al menos siete eran originarios del Brasil.

Años después, y más exactamente a partir de la década de los treinta, la legislación contra su trata se tornó tan severa que el mercado de esclavos indígenas se desplazó a la capital del vecino reino portugués, en concreto a Lisboa. (…) El envío de brasileños a Portugal se mantuvo al menos hasta 1690, cuando se consultó a la Corona sobre el destino de cinco naturales originarios de Pernambuco que habían sido remitidos. Sin embargo, el primer esclavo brasileño vendido en Sevilla fue en 1509 y el último documentado en 1570, por lo que es probable que su tráfico se redujese considerablemente, aunque siguieron llegando, sobre todo procedentes de las Indias Orientales. (…)

Había, incluso, pequeños traficantes en muchas localidades españolas que se dedicaban a comprarlos en la capital portuguesa para luego venderlos en distintas ciudades españolas. Este era el caso de Alonso Sánchez Carretero, vecino de la ciudad de Baeza, que acudió a Lisboa para adquirir una quincena de indígenas, pues tenía por oficio “comprar y vender esclavos”. Así, incluso en el mercado de Valencia se vendió, ya en 1509, a un brasileño, mientras que a fines de 1516 llegaron para su venta otros 85, todos ellos procedentes de la colonia portuguesa.

Algunos llegaron ya herrados, como era el caso de Juan de Oliveros y Beatriz, propiedad de María Ochoa, que, además, lo alegó como prueba evidente de su situación servil. Y a los que arribaban sin marca, trataban de herrarlos en la propia Península por el mismo motivo: porque era la mejor forma de dar legalidad a su situación. De hecho, en casi todos los juicios se alegaba la marca con el hierro real como prueba irrefutable de su condición de cautivo. Así, en el proceso por la libertad de una nativa, propiedad de un tal Cosme de Mandujana, los testigos alegaron que tan solo el hecho de estar marcada con el hierro de su majestad “basta por título, porque así se había usado y acostumbrado después que esas partes se descubrieron”.

Son innumerables los casos que conocemos de aborígenes que llegaron a España sin marca de esclavitud y que fueron herrados con posterioridad. Esto le ocurrió a Catalina Hernández, hija de Beatriz, cuyo dueño, Juan Cansino, era regidor de la villa de Carmona y pertenecía a una de las familias llegadas al lugar tras su ocupación por los cristianos y, por tanto, de las más influyentes de la localidad. Catalina declaró haber sido herrada en la cara, “para poderla vender, porque nadie la quería comprar”. Y dada la influencia de Juan Cansino, simplemente se lo ordenó a “uno que vive junto a la carnicería” para que la marcase como esclava. Tras varios años de pleitos en los tribunales y dos sentencias en contra, en 1574, el Consejo de Indias liberó tanto a Catalina como a sus hermanos y a su hija de diez años. Eso sí, era demasiado tarde para su madre, Beatriz, que había fallecido sin disfrutar de las mieses de la libertad.

Asimismo, el capitán Martín de Prado herró a Pedro en la cara con una C porque supo que pretendía solicitar su ahorría. Incluso conocemos el incidente de otro indígena que intentaba escapar de la injusta servidumbre que le quería imponer su dueña, doña Inés Carrillo. Cuando esta supo que quería reclamar su libertad, lo marcó en la cara y, no contenta con eso, le colocó “una argolla de hierro al pescuezo esculpida en ella unas letras que dicen esclavo de Inés Carrillo, vecina de Sevilla, a la Cestería”. Esta característica argolla, que era relativamente frecuente entre los esclavos de color, también la portaba otro aborigen, llamado Francisco, pues se la mandó colocar Juan de Ontiveros cuando lo adquirió. Aun así, esta opción no era la más dramática: sabemos que un aborigen que Gerónimo Delcia vendió en Sevilla a Diego Hernández Farfán tenía una marca en la cara en la que se podía leer: esclavo de Juan Romero, 7 de diciembre de 1554. Parece plausible la hipótesis que se ha planteado recientemente en torno a una mayor incidencia del herraje entre los esclavos varones originarios de las Indias y de los berberiscos por una mayor probabilidad de fuga, dado que el color de la piel no delataba su origen servil. Conocemos algunos casos de fuga de indígenas en la península Ibérica. Por poner un solo ejemplo, el 22 de diciembre de 1530, Francisco de Cazalla, canónigo de la iglesia de la ciudad de Santo Domingo, estante en Sevilla dio poder a Francisco Hernández para que buscara y encontrase a su indígena fugado, en Lebrija o en otras partes.

Para una más eficaz localización, le dio la descripción detallada del mismo: “Se llamaba Francisco, tenía quince años, vestía sayo negro y estaba herrado en la cara con un hierro del rey en el carrillo y debajo del beço unas letras que dicen del canónigo Cazalla”. Estas marcas en el rostro, selladas a fuego, se aplicaban con bastante frecuencia a los esclavos en la España de la época. Dado que desde muy pronto se limitó la esclavitud indígena, los dueños, que en muchos casos habían comprado legalmente a sus esclavos, buscaban asegurar su inversión herrándolos. Ante esta situación, la Corona prohibió tal práctica por una disposición del 13 de enero de 1532, bajo condena de que “el que lo haga, lo pierda”. Dos años después, ante la reiterada violación de esta disposición, el emperador manifestó su malestar en un escrito dirigido a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, en el que decía textualmente: “Por parte de Juan de Cárdenas me ha sido hecha relación en este Consejo que, en Sevilla, hay muchos indios naturales de la Nueva España y de otras partes de las Indias, los cuales, siendo libres, los tienen por cautivos y siervos. Que no se vendan ni hierren porque sabemos que los que los traen los hierran en el rostro o les echan argollas de hierro a la garganta, con letras de sus propios nombres, en que dicen ser sus esclavos”.

Nuevamente volvemos a comprobar el profundo distanciamiento entre la teoría y la praxis, no solo en América, donde se decía que la ley se acataba, pero no se cumplía, sino también en la propia España. Bien es cierto que a la larga esta medida fue un paso más en el proceso por acabar con la trata de indígenas. 

martes, 20 de junio de 2023

Rebecca Rolland, psicóloga y profesora de Harvard: “Estamos convirtiendo a los niños en personas que actúan de forma robótica”.

La también escritora acaba de publicar ‘El arte de hablar con niños’, una guía con claves para cambiar esas conversaciones del día a día solo centradas en la logística para fomentar así la creatividad y fortalecer el vínculo familiar

Muchas veces se nos olvida pasar más tiempo con los niños y hablar con ellos más. 

El don de Momo, el personaje creado por el escritor Michael Ende, era que sabía escuchar. De todas partes acudían al pequeño anfiteatro en el que vivía la pequeña para conversar. Al menos hasta que los hombres grises llegaron para arrebatarles el tiempo para la charla. Para la psicóloga estadounidense Rebecca Rolland (Atlanta, 43 años), también escritora y profesora de Educación en la Universidad de Harvard, en Boston, esto es un poco lo que pasa hoy, especialmente con los hijos e hijas. “Se tienen conversaciones superficiales y de tipo logístico, pero se emplea poco tiempo en conversaciones más profundas de escucha plena”, explica a EL PAÍS por correo electrónico.

Rolland, que además trabaja como especialista en patologías del lenguaje oral y escrito en el departamento de Neurología del Hospital Infantil de Boston, acaba de publicar en España El arte de hablar con niños (editorial Diana). En el libro, publicado el año pasado en Estados Unidos, la autora puntualiza que si se aprovechan las pequeñas conversaciones del día a día y se eliminan robatiempos, término que utiliza en su libro por ejemplo para referirse al abuso de la tecnología, se logrará que esas charlas se conviertan en grandes oportunidades de aprendizaje, de desarrollo de la creatividad y también reforzaremos el vínculo con los hijos.

Sonia López Iglesias, psicopedagoga: “En la adolescencia los padres construyen la relación que tendrán con sus hijos adultos” 
PREGUNTA. ¿Por qué diría que necesitamos un manual para hablar con niños?

RESPUESTA. Todos queremos lo mejor para nuestros hijos e hijas y, en definitiva, para la sociedad. Nos esforzamos al máximo para ello: les llevamos a hacer actividades, hacemos los deberes con ellos, vamos a los eventos que organizan en la escuela, etcétera. Pero no tenemos en cuenta la clave más importante para su desarrollo, que son las conversaciones que tenemos a diario con ellos. A menudo, estas conversaciones son de tipo logístico. Están muy centradas en cómo vamos de un sitio a otro, en cuáles son nuestros horarios y, en general, en cómo pasar el día a día. Hay mucha investigación al respecto que dice que si aprovechamos estas conversaciones del día a día y hacemos que sean grandes oportunidades de aprendizaje, de desarrollo de la creatividad para los niños y también de refuerzo del vínculo, estas conversaciones pueden ser utilizadas de forma mucho más eficaz y podemos mejorar nuestras vidas. Yo espero que este manual pueda ayudar a los padres a ello.

P. ¿Cuánto de desconectados estamos de la infancia?
R. Creo que con nuestras vidas laborales tan ajetreadas, damos mucha importancia a los logros y al rendimiento de los niños, pero se nos olvida muchas veces lo que es ser niño o ser niña. A veces estamos muy alejados de la experiencia de los niños y de las niñas, que puede ser simplemente dejar la mente en blanco o caminar e ir mirando lo que vamos viendo. Lo que sí que nos da esperanza es que tenemos una gran oportunidad porque es maravilloso hablar con los niños. Ellos tienen un sentido natural de jugar, de sorprenderse y ven el mundo desde una perspectiva muy diferente. A nosotros se nos ha olvidado eso porque hemos aprendido mucho sobre el mundo. Por ejemplo, los niños se preguntan muchas veces: ¿por qué no nos volvemos cada vez más jóvenes? o ¿qué pasaría si viviéramos en Marte? Muchas veces se nos olvida hacer estas preguntas tan importantes y, al pasar más tiempo con los niños y hablar con ellos más, no solo les ayudamos a ellos, sino que también despertamos de nuevo nuestra capacidad de sorprendernos.

P. Justo se han cumplido 50 años de la publicación de Momo, de Michael Ende. Cuando se lee, parece premonitorio de muchas cosas que vivimos actualmente… ¿Quiénes diría que son hoy los hombres grises que nos roban el tiempo?
R. Hay muchas cosas que les roban tiempo a los niños. En parte es porque les llenamos la agenda con muchísimas cosas que hacer. En lugar de hablar con ellos, les llenamos de experiencias y no les damos tiempo para que reflexionen. Les estamos convirtiendo en personas que actúan de forma robótica, y no son personas creativas o no siguen sus intereses. Otro componente muy claro es que hay niños que están muy centrados en las redes sociales y en el uso de internet. Por supuesto, se puede dar un buen empleo a la tecnología con los niños, pero cuando se centran demasiado en buscar o en ver una imagen perfecta tras otra no se dan cuenta de cuánto tiempo pasan haciendo eso. Por ejemplo, conozco el caso de un niño que se relacionaba solo a través de las redes. Y creo que no podemos hacer que pierdan esas experiencias de niños y que su vida se pueda centrar solamente en los likes que reciben.

P. En su libro subraya que la sociedad quiere que los niños crezcan demasiado deprisa, ¿es esto un síntoma de cómo vivimos?
R. Sin duda, ahora mismo vivimos en una cultura muy centrada en el rendimiento y en la eficiencia, y en muchas ocasiones queremos que los niños encajen en un molde perfecto con la mejor de las intenciones. Considero que nos preocupa que se queden atrás, pero tenemos que subrayar que el desarrollo de los niños y de las niñas tiene lugar a lo largo del tiempo. Los menores aprovechan más actividades que están relacionadas con el juego y con el descubrimiento —que les permite desvelar cosas por sí mismos—, que no que les enseñemos un montón de cosas, sobre todo si no están listos para ello. Entonces, si les metemos mucha presión al principio, tienden a volverse ansiosos porque no están listos para las cosas que estamos haciendo. Y, además, sienten el estrés que nosotros sentimos; lo trasladamos. Es importante que nos reiniciemos y que respetemos sus ritmos naturales.

P. También propone en sus páginas un acto de rebelión: sacar tiempo para hablar con conciencia. ¿Cómo ayuda ese tipo de conversaciones al desarrollo de los hijos?
R. Esto es importantísimo. Es un cambio fundamental en el sentido en el que los niños se desarrollan y se relacionan con nosotros. Estamos creando pequeños momentos para los menores que se van acumulando a lo largo del tiempo, y eso construye su amabilidad, su confianza y su creatividad. Les estamos inspirando para que piensen por sí mismos y reconozcan que, efectivamente, tienen buenas ideas, que sus reflexiones, sus contribuciones son valiosas y que deben continuar con ellas. Creo que ahora mismo estamos en una crisis de conversación. Los niños se sienten muy aislados, a veces deprimidos o estresados, y necesitamos esos pequeños momentos de charla para poder salir de ese ciclo.

P. ¿Cómo conseguir marcar la diferencia en nuestras conversaciones? ¿Qué recomendaciones daría?
R. Empezaría por la lectura curiosa. Hacer esto durante cinco o diez minutos, un par de veces al día, con los niños es fantástico. Nos sentamos, independientemente de la edad que tengan, a su lado y los observamos. Así sabremos qué les gusta, qué les parece interesante o qué no. A lo mejor, un niño pequeño está jugando con piedrecitas y un adolescente está jugando a los videojuegos. Se trata de sentarnos a su lado y ver qué tienen en la mente. Qué les gusta, qué les fascina. Y, después, les preguntamos cosas acerca de esta curiosidad.
 
P. ¿Sabemos escuchar?
R. Creo, sin duda, que escuchar es uno de los retos más importantes. A menudo no escuchamos muy bien o de forma reflexiva y no solemos enseñar a los niños a escuchar tampoco bien o de forma efectiva. A veces, creemos que estamos escuchando, pero realmente nuestra cabeza está en otro sitio. Si enseñamos a los niños a escuchar, podrán escuchar mejor a sus compañeros y compañeras, también a nosotros y a sus profesores. Así, podremos crear una cultura de comunicación mucho más amplia.

P. ¿Hay alguna técnica para captar la atención de quien no nos está escuchando?
R. Sí, yo diría que sí. Primero, usando el humor. Si yo pienso que alguien no me está escuchando, puedo soltar una tontería que no tenga nada que ver con la conversación y ver cuánto tiempo tarda en darse cuenta de que has dicho una tontería. Por ejemplo, si estás hablando de los deberes y de repente te pones a hablar de elefantes, pues puedes tratar de medir cuánto tiempo tarda el niño en darse cuenta de que no estás hablando de lo mismo. Otra idea es pedirle a alguien que repita lo que estaba diciendo la otra persona, o lo que creen que estaba diciendo la otra persona: “Si verdaderamente estabas escuchando, dime qué has escuchado”, y luego hacer una pregunta. Muchas veces nos falta esto. No enseñamos a los niños a hacer preguntas de escucha. Creo que enseñar a los niños hacer este tipo de preguntas y modelarlo es una forma maravillosa de enseñarles a escuchar.

lunes, 19 de junio de 2023

_- El pasado de Rui Nabeiro existió y esta es la prueba.

_- El escritor José Luís Peixoto construye en ‘Comida de domingo’ un memorial literario con los recuerdos del empresario portugués que irguió un imperio a partir del contrabando de café.

Rui Nabeiro ocupó un lugar en el panteón de las leyendas antes de ocupar un lugar en el panteón de Campo Maior, en el Alentejo portugués, donde fue enterrado en marzo. Tuvo una vida larga que le permitió nutrir con tenacidad la galería de historias que se le exige a una figura para ser considerada extraordinaria. La primera de todas es que fue contrabandista en los tiempos en que la frontera entre Portugal y España, a unas zancadas de su casa, disimulaba su permeabilidad tras el disfraz de paso inexpugnable entre dos dictaduras. La última es que fundó una empresa portuguesa, Delta, que vende cafés a medio mundo y que dijo no a Nestlé, Pepsi y cuanta multinacional de la alimentación se ofreció a comprarla. Nabeiro quería ser un gigante sin traicionar el Alentejo.

También el escritor José Luís Peixoto vende libros en medio mundo. Su obra, narrativa y poética, está traducida a más de treinta idiomas. El último publicado en España, Comida de domingo (Alfaguara, en traducción de Antonio Sáez Delgado), es el fruto del encuentro entre ambos. Es difícil encajar el libro en un estante clásico. Se plantea como novela, pero lo narrado no es ficción. Cuenta una vida sin ser una biografía. Puestos a concretar, tal vez se le pueda considerar un memorial novelado donde el escritor pone la literatura y el protagonista los recuerdos, una criatura que contentó a ambos.

En 2019 el empresario, que había rechazado otras propuestas para escribir sobre su vida, preguntó al escritor si se animaba a biografiarle. A Peixoto no le tentó la idea de abordar el estudio histórico de una vida, pero sí tramar una novela a partir del testimonio de Nabeiro, admirado en Portugal tanto por su arrojo en los negocios como por un genuino compromiso social. En cierto sentido había hecho un viaje similar en Autobiografía, un libro que giraba alrededor de José Saramago.

Comenzaron a verse en septiembre de aquel año y, pese a que la pandemia dificultó los encuentros, el escritor finalizó el proyecto en febrero de 2021, un mes antes de su publicación en Portugal. Su éxito fue inmediato: 30.000 ejemplares en apenas tres meses. La alianza era poderosa: uno de los autores más celebrados escribía sobre el empresario más querido. Una forma de fijar la realidad antes de que se transformase y desapareciese, como acabaría ocurriendo el 19 de marzo de 2023 con el fallecimiento de Rui Nabeiro. “El pasado tiene que probar constantemente que existió”, escribe Peixoto al comienzo de la novela. “Aquello que fue olvidado y lo que no existió ocupan el mismo lugar. Hay mucha realidad a pasear por ahí, frágil, transportada solo por una única persona. Si ese individuo desaparece, toda esa realidad desaparece sin contemplaciones, no existe forma de recuperarla, es como si nunca hubiese existido”.

En Comida de domingo se suceden momentos de la vida de su protagonista, un empresario de 89 años llamado Rui, nacido en una familia modesta de Campo Maior en un tiempo igual de modesto. Saltando del pasado al presente y de la primera a la tercera persona, el libro se detiene en episodios que incluyen escenas corrientes, como un modesto desayuno de sopas con leche, y hechos excepcionales, como la inauguración del puente Salazar (hoy 25 de Abril) sobre el Tajo el 6 de agosto de 1966. La recreación incluye ese momento mágico en el que el señor Rui recibe a los enviados de una multinacional con una oferta para comprar su empresa “con números que no son de este mundo”. Les ha escuchado pero jamás ha dudado de su respuesta negativa: “Comprar todo lo que tenemos es comprar nuestra vida”.

Por el libro desfilan la familia de Rui y políticos como Mário Soares, el primer socialista que presidió la República, o el español Felipe González. El empresario, entonces alcalde de su localidad y simpatizante socialista, evoca el cocido de garbanzos que improvisó para ellos en la cooperativa Progresso Campomaiorense antes de un mitin en Badajoz. En la ciudad extremeña siempre encontró complicidad el fundador de Delta Cafés, ya fuese para cortarse el pelo o para refugiarse mientras le investigaba la Fiscalía lusa por fraude fiscal. El caso acabó sin caso y Nabeiro regresó a su Alentejo.

El libro se proyecta sobre la historia de un individuo que hace memoria en vísperas de cumplir noventa años. A través de esa existencia privilegiada por la longevidad y el triunfo, es también una reflexión sobre el sentido de la vida. El protagonista de Comida de domingo sabe que está llegando al final y eso le coloca de inmediato en una posición de clarividencia. “No solo tenía la sensación de que toda la gente se estaba muriendo, comenzaba a sentir que toda la gente ya estaba muerta”, piensa en el tanatorio cuando acude a despedirse de su “amigo más sincero”.

Hay implícita una reivindicación de la experiencia, de quienes ya lo han hecho y visto casi todo y son, por tanto, capaces de anticipar lo que harán o verán los otros en el futuro. El señor Rui tiene el cuerpo de un anciano con rigideces físicas y amnesias fugaces, pero su mente es la de un visionario. El éxito, además, le garantiza un lugar de honor en la sociedad. A diferencia de otros, no ha sido relegado al rincón de no molestar. La novela muestra la complejidad de un hombre de 89 años, con sus grandezas y sus límites. En realidad Peixoto habla de Nabeiro, pero también de sí mismo, la materia que casi siempre está en el origen de su literatura.

domingo, 18 de junio de 2023

_- ¿Cómo ser un profesor comprometido? Sobre Wolfgang Abendroth

_- Desde la fallida resistencia contra Hitler hasta la división en la Guerra Fría, la carrera de Wolfang Abendroth estuvo definida por las tragedias de la izquierda alemana. Pero siendo el intelectual socialista más importante de la Alemania de postguerra, Abendroth demostró cómo un académico puede hacer que su trabajo permanezca ligado y arraigado en la lucha.

Wolfgang Abendroth fue el intelectual socialista más importante de la Alemania de posguerra. Siendo uno de los pocos juristas y politólogos socialistas de su país en ese periodo, formó a toda una generación de académicos marxistas, además de ser una figura singular en la esfera pública de Alemania Occidental.

Su aventurera vida le llevó de las filas del Partido Comunista Alemán (KPD) a los desiertos del norte de África, Alemania Oriental y de vuelta a Occidente: una biografía personal que encarna las grandes esperanzas y las amargas catástrofes del siglo que habitó.

Pero esto también le sirvió como base para desarrollar un amplio pensamiento y multitud de escritos. Dejó una huella imborrable en quienes tuvimos el privilegio de aprender de él, inspirándonos para dedicar nuestras carreras académicas a comprender mejor y fortalecer el movimiento obrero.

Treinta y cinco años después de la muerte de Abendroth, su legado tiende a ser pasado por alto y eclipsado por sus contemporáneos más renombrados. Pocos fuera de Alemania han oído hablar de la Escuela de Marburgo que fundó, que fue durante décadas uno de los principales centros de estudios marxistas, y su estilo de ciencia social abiertamente político ha caído en desgracia entre los académicos alemanes. Sin embargo, su forma de unir la erudición y el activismo político, su integridad personal y su inquebrantable compromiso con el socialismo ejemplifican lo que debe ser un intelectual de izquierdas.

Luchando por la unidad de la clase trabajadora
Nacido en 1906, fue el hijo de un profesor socialdemócrata de Wuppertal, pasó su infancia en Fráncfort, donde se afilió a una organización juvenil comunista. Como joven izquierdista leyó los escritos de los comunistas de izquierda holandeses Herman Gorter y Anton Pannekoek junto con El Manifiesto Comunista, y pronto cayó bajo la influencia de los dirigentes del KPD August Thalheimer y Heinrich Brandler, defensores de un "frente unido" para las organizaciones obreras. Este planteamiento, ideado en oposición a la corriente ultraizquierdista dominante en el KPD en aquella época, serviría de brújula política a Abendroth durante el resto de su vida.

Comenzó a estudiar Derecho en Fráncfort en 1924, impulsado no por un interés personal sino por el deseo de servir al movimiento obrero. Su pensamiento se vio muy influido por el jurista y miembro del Partido Socialdemócrata (SPD) Hermann Heller, quien, en contra de la opinión dominante en la época, reconocía la relación entre las estructuras económicas y las formas jurídicas de la sociedad, y encomendaba al Estado del bienestar la tarea de restringir el poder de los capitalistas en interés de la gran mayoría. A lo largo de su carrera, Abendroth consideraría la construcción y defensa del Estado del bienestar como una cuestión central para el movimiento obrero.

A mediados de la década de 1920, Abendroth participó activamente en el llamado Grupo de Estudiantes Rojos del KPD cuando aún estaba en la universidad. Esto exigió mucho valor por su parte, teniendo en cuenta que los campus alemanes en el periodo de Weimar -tanto las facultades como los estudiantes- eran bastiones de ideas reaccionarias, nacionalistas y antisemitas. Los miembros del grupo a escala nacional se contaban tan solo en varios centenares.

Mientras que la mayoría de los intelectuales de extrema izquierda a la cabeza del partido -figuras como Ruth Fischer, Werner Scholem y Franz Borkenau- procedían de la clase media y sabían poco de las luchas de la vida obrera, Abendroth se había criado en el movimiento juvenil socialista y cultivaba un enfoque fundamentalmente diferente. Defendía la unidad entre comunistas y socialdemócratas, rechazando la teoría del "socialfascismo" de la dirección, que confundía la política de gestión de crisis del SPD con el fascismo y lo declaraba el principal enemigo del KPD. Esta actitud sectaria profundizó la división del movimiento obrero y facilitó la llegada de los nazis al poder.

Abendroth fue expulsado del KPD por sus críticas en 1928. Se unió a la Oposición de Derecha organizada en el Partido Comunista (Oposición), o KPO. Además, asesoró jurídicamente al Socorro Rojo Alemán, que apoyaba a los izquierdistas que se enfrentaban a la represión política. Aunque Abendroth consiguió terminar la carrera de Derecho en Alemania, los nazis le prohibieron ejercer como abogado, por lo que se vio obligado a cancelar su tesis sobre los consejos de fábrica y continuó sus estudios en Berna (Suiza) con una nueva disertación sobre derecho internacional.

Persecución y perseverancia
Abendroth fue detenido por la Gestapo en 1937 como miembro de la resistencia ilegal y condenado a cuatro años de prisión por "preparar una operación de alta traición". Nunca habló públicamente de las torturas que le infligieron, pero más tarde, durante sus apasionadas conferencias como profesor de la Universidad de Marburgo, a menudo se callaba a mitad de frase.

Los que fuimos sus estudiantes pudimos ver en su rostro cómo luchaba por recuperar la capacidad de hablar, pero pasaban los minutos sin que emitiera sonido alguno. El auditorio permanecía en absoluto silencio: ni una palabra, ni un susurro, no se oía movimiento alguno antes de que reanudara su monólogo interrumpido. Más tarde nos dimos cuenta de que estas afasias intermitentes eran producto de las torturas que sufrió en el cautiverio nazi.

Poco después de ser liberado, los nazis le obligaron a unirse a la tristemente célebre 999ª División Ligera Afrika, un batallón compuesto por antiguos y actuales prisioneros obligados a soportar condiciones especialmente duras. En 1944 consiguió desertar y unirse a los partisanos del Ejército de Liberación del Pueblo Griego (ELAS). Poco después fue encarcelado por los británicos, que luchaban contra la resistencia griega, y llevado a Egipto, donde pasó casi un año en un campo de prisioneros de guerra junto con bastantes nazis.

Tras ser liberado del internamiento británico y regresar a Alemania, Abendroth se casó con la historiadora Lisa Hörmeyer y se dedicó a construir un sistema jurídico antifascista en la zona de ocupación soviética. Pronto fue nombrado catedrático de Derecho Internacional y, más tarde, de Derecho Público en la Universidad de Jena, pero en 1948 se vio obligado a huir a Occidente con su esposa y su hija Elisabeth debido a su continua afiliación al SPD, una afiliación que la administración soviética había prohibido.

Una vez en Occidente, fue nombrado profesor de Derecho Público y Política en la ciudad de Wilhelmshaven. Poco después, en 1950, fue nombrado profesor de "ciencias políticas" en la Universidad de Marburgo, una nueva disciplina académica introducida tras la guerra.

Construyendo el “Bastión Rojo”
Entre 1951 y 1972, Abendroth trabajó y enseñó en la conservadora ciudad universitaria de Marburgo, donde antes de 1933 había enseñado el filósofo de tendencia fascista Martin Heidegger y donde también había estudiado Hannah Arendt. Su nombramiento sólo fue posible gracias al apoyo de influyentes socialdemócratas de la "Hessia roja", coloquialmente denominada así por el control que el partido ejercía sobre el gobierno estatal en aquella época.

A pesar de los despiadados ataques tanto dentro como fuera de la universidad -después de todo, era, junto con Max Horkheimer y Theodor Adorno en Fráncfort, el único profesor titular marxista del país-, su influencia intelectual y política no dejó de crecer. Se afilió al SPD por razones pragmáticas, pero criticó su transformación de “partido obrero” al conocido como “partido popular” [Volkspartei] a finales de los años 50. Abendroth se solidarizó con su ala estudiantil izquierdista, el SDS, lo que acabaría provocando su expulsión del SPD junto con otros profesores de ideas similares.

También realizó importantes contribuciones académicas a lo largo de su carrera. Entre sus principales disputas destaca su desacuerdo público con el ex fascista y ahora jurista "liberal" Ernst Forsthoff, autor del libro de 1933 El Estado total. Mientras que Forsthoff rechazaba el término "Estado de bienestar legal" por considerarlo una categoría jurídicamente inaceptable, Abendroth veía tanto la posibilidad como la necesidad de alcanzar los objetivos del Estado de bienestar -e incluso de iniciar una transición al socialismo- con la ayuda de una constitución democrática.

Cuando Max Horkheimer estaba instalado en Fráncfort, se negó a permitir que Jürgen Habermas, un estudiante “demasiado izquierdista” a su parecer, completara su tesis postdoctoral Historia y crítica de la opinión pública, lo que llevó al joven filósofo a pedir a Abendroth, conocido por su valentía intelectual, que fuera su supervisor. A pesar de enfrentarse a un ambiente político mucho más hostil que el de Fráncfort, Abendroth permitió a Habermas completar su tesis en Marburgo en 1961. Publicado por primera vez en 1962 y convertido ya en un clásico de la teoría social de posguerra, Habermas dedicó el volumen "a Wolfgang Abendroth en agradecimiento".

Abendroth alcanzó la cúspide de su carrera como intelectual público de gran influencia entre mediados de los sesenta y mediados de los setenta. Su labor en este periodo se centró principalmente en reforzar al ala izquierda del movimiento obrero y a otras fuerzas democráticas. Junto con el sociólogo Heinz Maus -antiguo alumno y ayudante de Horkheimer- y el economista y sociólogo Werner Hofmann, formó el "triunvirato" fundador de la Escuela de Marburgo, un grupo de científicos sociales marxistas de la Universidad de Marburgo del que salieron varios estudiosos de primera fila, como Karl Hermann Tjaden, Reinhard Kühnl, Frank Deppe, Georg Fülberth y Dieter Boris.

El hombre detrás del marxista
Los logros académicos y las intervenciones políticas no fueron lo único que hicieron de Abendroth el intelectual socialista "orgánico", y a la vez independiente, más importante de la Alemania Occidental. Su notoriedad se debió al menos tanto a su singular personalidad como a su reputación de absoluta integridad y firmeza.

Siempre contestaba a las llamadas telefónicas con un animado y prácticamente jubiloso "¡Abendroth!" -aunque por lo que él sabía, probablemente al otro lado de la línea le esperaba un acérrimo enemigo-. Debido a su reputación de amabilidad y paciencia, atraía a su despacho a personajes peculiares que querían convencerle de su genio no reconocido. Le mostraban coloridas ilustraciones gráficas del camino hacia un paraíso social, o le ofrecían botellas de agua que prometían salud eterna. Él escuchaba pacientemente todas estas ofertas, admiraba sus caminos hacia el paraíso y sorbía su agua sin vacilar.

Tomaba ágilmente el micrófono en las reuniones públicas, argumentaba con conocimiento de causa y prolijidad, y arrastraba al público hacia su órbita. Una vez, cuando yo era un joven estudiante, comenté que todos admirábamos a nuestro profesor Wolfgang Abendroth. "No", me corrigió uno de mis compañeros, "no le admiramos, le queremos". Nos preocupábamos bastante por él, ya que conducía fatal, y a menudo los domingos nos cruzábamos con un Volkswagen Escarabajo que se inclinaba curiosamente al circular con dos ruedas sobre el bordillo. La persona al volante era invariablemente Abendroth.

Fumaba constantemente durante sus seminarios, mientras un ayudante se esforzaba por recoger la ceniza que caía de sus cigarrillos. Los estudiantes estaban pendientes de cada palabra de sus interminables frases, en las que nunca perdía el hilo.

Intervino en todas las grandes cuestiones políticas de su época: el desarrollo de los sindicatos, la amenaza de un nuevo fascismo, las inminentes Leyes de Emergencia, la política de enseñanza superior, las relaciones entre Alemania Oriental y Occidental y el movimiento estudiantil. Para todo ello, Abendroth se guiaba por una comprensión "operativa" de la teoría marxista, es decir, comprendió mejor que la mayoría que el marxismo sólo podía encontrar legitimación en la práctica política. Había interiorizado, más que la mayoría de los intelectuales alemanes, la famosa formulación de las Tesis sobre Feuerbach de Marx: "Los filósofos hasta ahora sólo han interpretado el mundo de diversas maneras; de lo que se trata es de cambiarlo".

Hablar por hablar, andar por andar
Desde un punto de vista académico, Abendroth cimentó su reputación con estudios como el clásico Historia social del movimiento obrero europeo, publicado en 1965 y traducido al inglés varios años después. Impartió clases sobre la República de Weimar, el fascismo, el derecho constitucional, el movimiento obrero y la teoría marxista, por citar sólo algunos temas. Puede que otros profesores de su época tuvieran un acervo de conocimientos comparativamente amplio, pero ninguno mostraba una unidad tan profunda entre lo que pensaba, decía y hacía.

Con sus estudiantes siempre se mostró comprensivo y abierto, incluso cuando el movimiento estudiantil ocupó el Instituto de Política Científica en enero de 1969. Por supuesto, nuestra ocupación no iba dirigida contra el propio Abendroth, sino que estaba motivada por fines más rituales. Sin embargo, mientras que Adorno llamó a la policía para que sacara a los estudiantes que protestaban de su renombrado Instituto de Investigación Social de Frankfurt, Abendroth simplemente nos amonestó para que "no perdiéramos el contacto con las masas". Nunca se le pasó por la cabeza llamar a la policía.

Aunque tanto Horkheimer y Adorno como Abendroth habían sido perseguidos por los nazis, nunca cooperaron a largo plazo. Todos invocaban el marxismo, pero sus respectivas concepciones de la ciencia eran demasiado opuestas. Los frankfurtianos llevaron a cabo lo que Luc Boltanski y Eve Chiapello llamarían "crítica artística", el estudio de las coacciones subjetivas del capitalismo, la alienación y la objetivación. Abendroth, por el contrario, llevó a cabo la "crítica social": el análisis de las condiciones económicas, sociales y políticas para transformar la sociedad capitalista a través de un movimiento obrero socialista aliado con la intelectualidad de izquierdas.

La comprensión "operativa" de la ciencia de Abendroth también le llevó a simpatizar con el Partido Comunista Alemán (DKP), refundado en 1968, aunque sin sacrificar su independencia ni aceptar acríticamente su línea. Se opuso a la marcha de los Estados del Pacto de Varsovia hacia Checoslovaquia en 1968, que el DKP defendió como un paso necesario para proteger el socialismo. A pesar de sus defectos, Abendroth defendió al DKP como un partido que organizaba a los trabajadores con conciencia de clase y que, por tanto, desempeñaba un papel importante en el arrastre del movimiento obrero hacia la izquierda.

Un profesor comprometido
Tras la jubilación de Abendroth en 1972, varios de sus antiguos alumnos pudieron continuar la Escuela de Marburgo que él fundó, ahora en calidad de profesores. Fuera de Marburgo, antiguos alumnos de Abendroth enseñaron en Paderborn, Kassel, Hamburgo y Bremen, donde continuaron su tradición. Abendroth pasó su jubilación en Fráncfort, donde siguió dando conferencias en la "Academia del Trabajo" y pronunciando discursos siempre que lo consideraba necesario.

Pocos meses antes de su muerte, pronunció una impresionante conferencia en la Universidad de Fráncfort junto con el profesor Josef Schleifstein, comunista, antiguo prisionero de la Gestapo y director del instituto de investigación del DKP entre 1968 y 1981, y el médico y periodista de izquierdas Hans Brender. Ante un millar de oyentes, habló de forma impresionante sobre sus experiencias como intelectual del movimiento obrero durante la República de Weimar, la dictadura nazi y el periodo posterior a 1945.

Wolfgang Abendroth murió en 1985 y fue enterrado en Fráncfort del Meno. Veinte años antes, Jürgen Habermas lo había descrito como un "profesor comprometido en el país de los conformistas", un acertado resumen de la extraordinaria personalidad de este hombre y de su monumental importancia para los movimientos políticos y sindicales anticapitalistas de Alemania Occidental.

Lothar Peter completó su doctorado bajo la supervisión de Wolfgang Abendroth en la Universidad de Marburgo, donde también militó en el SDS, y más tarde fue profesor de sociología en la Universidad de Bremen. Su libro más reciente es "Marx on Campus: A Short History of the Marburg School" (Brill, 2019). Fuente:
Jacobin Magazine, 01/11/2020