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viernes, 29 de diciembre de 2023

_- Reseña de La Ilíada o el poema de la fuerza, de Simone Weil (Trotta, 2023). La violencia de nuestra cultura en las fuentes griegas.

_- Fuentes: Rebelión

Los pocos años de vida que los hados concedieron a Simone Weil fueron concienzudamente aprovechados en una indagación filosófica sobre el sentido y las expectativas de lo humano, que no excluyó nunca un duro compromiso con la realidad más real. 

 Sus numerosos textos, en los que aflora a la par su inquietud mística y su empatía con el dolor ajeno, elaboran una síntesis original del pensamiento platónico y el mensaje del evangelio, perfectamente ajustada a los desvelos del presente.

Muchos de los trabajos de Weil han sido publicados en castellano por Trotta, entre ellos La Ilíada o el poema de la fuerza, en 2023, una penetrante reflexión que identifica este poema como la gran epopeya de Occidente, reveladora de nuestra amarga cautividad en un abismo de violencia. Se trata de un breve opúsculo que había sido incluido en volúmenes anteriores, con traducción y notas de Agustín López y María Tabuyo, y se ofrece ahora de manera independiente en el librito recién aparecido. Éste recoge también fragmentos sobre la guerra y la fuerza extraídos de los Cuadernos de Weil, con traducción y notas de Carlos Ortega.

La vida como mensaje
Nacida en 1909 en París en una familia judía, laica e intelectual, con veintidós años Simone Weil se graduó en filosofía en la Escuela Normal Superior y fue nombrada profesora del liceo de Puy-en-Velay. Un principio que gobernó su vida, ya desde niña cuando le llegaban noticias de la Gran Guerra, fue tratar de remediar en la medida de sus posibilidades el sufrimiento provocado a los más débiles en la jungla en que veía convertida la sociedad. Fiel a esta idea, al declararse una huelga en Puy, ella fijó su mínimo vital en el subsidio de los trabajadores desempleados y repartía el resto para ayudarles. No contenta con ello, y a fin de identificarse más plenamente con los explotados, en 1934 y 1935 pidió la excedencia y se empleó en la factoría Renault, donde afirmó haber sentido en su piel “la marca del esclavo”.

Esta sensibilidad ante la desgracia de los otros iba acompañada en el caso de Weil de una reflexión sobre el origen de las calamidades que observaba en términos económicos y de estructura social. Daba clases gratuitas a obreros y refugiados, y desde un pacifismo radical que sólo abandonará cuando comience la II Guerra Mundial, defendía políticas reformistas que permitieran aumentar la educación de las masas y afrontar una revolución auténticamente exitosa. Al estallar la Guerra Civil Española, se alistó en la Columna Durruti, pero nunca hizo uso de armas. Aceptaba la opción de morir, pero no la de dar muerte, y trató de detener sin éxito ejecuciones de elementos facciosos, lo que le generó una enorme frustración.

Durante la II Guerra Mundial, Simone Weil trabajó como campesina en el sur de Francia, de nuevo renunciando a lo “excesivo” de sus ingresos, que destinaba en este caso a la Resistencia. A finales de 1942 se estableció en Londres y trató de que se le encomendaran misiones en su país, pero en el entorno de De Gaulle se rechazó esta posibilidad por su condición de judía, que hacía difícil la supervivencia si era detenida. Además, en estos días la mala alimentación estaba haciendo estragos en la frágil constitución de Simone. Se le diagnosticó tuberculosis y en agosto de 1943 un infarto acabó con su vida. La mayor parte de su obra fue publicada después de su muerte.

Mística salvaje en maceta cristiana
La sensibilidad social y empatía de Simone Weil están vivas desde sus primeros años, pero sólo en la década de los 30 su pensamiento alcanzó la dimensión espiritual característica de su última etapa. Educada en un ambiente laico, poco significaban para ella los dogmas y rituales de la religión, pero algunas experiencias van a cambiar esto completamente. En 1935, escucha himnos de una tristeza desgarradora en una iglesia portuguesa, que la llevan al convencimiento de que “El cristianismo es la religión de los esclavos”. Dos años después, en Asís, tuvo una vivencia que describió así: “Estando sola en la pequeña capilla románica de Santa María de los Ángeles, incomparable maravilla de pureza, donde San Francisco oró muchas veces, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a arrodillarme”. Por fin, en 1938, en un momento de intenso dolor físico, mientras lee un poema de George Herbert, experimenta una presencia de Cristo que define como: “Más personal, más segura, más real que la de un ser humano, inaccesible a los sentidos, (…) análoga al amor que brilla a través de la sonrisa más tierna de un ser querido.”

Estas genuinas experiencias místicas, fruto de la aguda sensibilidad de nuestra filósofa y de su anhelo de trascendencia, son plantas salvajes que podrían haber brotado en cualquier ambiente propicio, pero el caso es que nacieron con una impronta cristiana y esto va a marcar el resto de la vida de quien las experimentó. Puede decirse que estas vivencias significaron una “conversión al cristianismo”, con lo que el libre espíritu que hasta entonces había caracterizado a Simone Weil, quedó a partir de aquí sustituido por una relación tensa y conflictiva con la doctrina católica.

El intento de encauzar el misticismo de Weil en moldes cristianos termina al fin en proposiciones que desde la ortodoxia se ven como heréticas o cismáticas. Desaprueba ella, por ejemplo, el espíritu que inspira el Antiguo Testamento, con su cruel deidad tribal, lo que tiene doble mérito, dado su origen judío. Igual repudio le merecen las estructuras eclesiales, tan marcadas a lo largo de su historia por intransigencia, misoginia y fanatismo dogmático. Por otro lado, explicar la presencia del mal en la obra de un ser infinitamente bueno y todopoderoso, nada menos, obliga a Weil a recurrir al malabarismo de un dios “ausente de la creación”. En cualquier caso, resulta un progreso que la misma institución que en otro tiempo, ante estas disidencias, hubiera condenado a la indócil a la hoguera, se limite ahora a expresar su rechazo, sin dejar de celebrar que una lúcida pensadora se haya convertido a su fe, aunque sea a su manera.

No es éste el momento de detenerse en la filosofía de nuestra autora, pero es interesante subrayar que a través de ella sigue brillando un empeño humanista en conceptos muy sugestivos, como el de “enraizamiento”, desarrollado en un texto publicado póstumamente en 1949 por Albert Camus. En este trabajo, Weil ofrece una ética y una teoría social que abordan todos los aspectos vitales de la existencia, define cuidadosamente las necesidades del ser humano y argumenta cómo la negación de éstas crea una situación de desarraigo que debe ser corregida por la reflexión, la educación y la acción política. La moral burguesa y sus instrumentos, estado y dinero, nos han alienado, y según Weil hemos de hallar la forma de enraizarnos en nuestra esencia verdadera, espiritual y solidaria.

Una lectura de los clásicos griegos
Simone Weil era una helenista aguda y original, ferviente admiradora de Pitágoras y Platón, a los que trataba de conciliar con el cristianismo de los evangelios. A través de sus experiencias como obrera, sintió en su carne la impotencia de la voluntad y eso la llevó a una lectura de los trágicos griegos en la que capta la dignidad infinita que puede cobijar un ser pisoteado por los hados. Personajes como Antígona o Electra nos muestran la posibilidad de un amor sobrenatural, que revela la grandeza humana, “impotente para alcanzar el bien, pero irreductible en su amor a él.”

El trabajo sobre la Ilíada aquí reseñado fue publicado en 1940 y 1941, aunque existían borradores desde 1938. En él Weil, intercalando fragmentos del poema en su propia traducción, reflexiona sobre el significado de la fuerza que se impone al ser humano y llega a hacer de él un despojo o un esclavo, privado de vida interior. Sin embargo, es importante reconocer que el estigma de esta violencia doblega a todos, incluso a los reyes y al divino Aquiles. Por otro lado, la idea más dolorosa es que son los propios humanos en su locura el brazo ejecutor de la fuerza. A veces son capaces de palabras razonables, pero éstas caen en el vacío, y triunfan la ira y la venganza. “El guerrero no es más que una conciencia sin espíritu, un alma muerta.”

Se recorren también los escasos momentos en que afloran en el poema la hospitalidad y el amor, de camaradas, hijos, padres y esposos, pero para Weil estos estímulos positivos son amenazados siempre por el imperio de la fuerza y sólo pueden ser experimentados “dolorosamente”. Ella cree que “Esta subordinación es la misma en todos los mortales, aunque el alma la lleve de manera diferente según el grado de su virtud.” Su conclusión es que esta visión caracteriza la Ilíada como la única epopeya de Occidente, sólo continuada en las tragedias de Esquilo y Sófocles y en el evangelio. Gracias a estos textos alcanzamos una sabiduría luminosa: “No es posible amar y ser justo más que si se comprende el espíritu de la fuerza y se aprende a no respetarlo.”

La obra finaliza con un rápido repaso de la historia de Occidente para comprobar la ausencia generalizada en ella del impulso que se acaba de exponer. Algo se aprecia de él en Villon, Shakespeare, Cervantes o Molière, pero según Weil, Europa recuperará sólo el genio épico cuando aprenda a “no creer nada al abrigo de la suerte, no admirar nunca la fuerza, no odiar a los enemigos y no despreciar a los desdichados,”  lo cual según ella es dudoso que suceda pronto.

Si pensamos la vida, y la literatura, no como un soliloquio narcisista, sino como el empeño de crear solidaridad que nos haga felices en los otros, la biografía, y la obra, de Simone Weil, son el mejor ejemplo de que tal empeño encarna en ocasiones en el mundo. En esta mujer, los argumentos y las emociones, los compromisos terrenos y los gozos del espíritu atienden a un fin único que no es otro que la justificación y la construcción de una sociedad donde el ser humano se libere del imperio de la fuerza que lo tiene postrado. Su lúcido trabajo sobre la Ilíada nos revela la genialidad de este poema en el retrato de esta desolación que tortura la historia desde sus comienzos.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/
En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

lunes, 14 de noviembre de 2022

_- Marta Fernández: “Shakespeare ha sido el escritor más mentiroso”

_- La periodista y escritora publica un libro en el que recoge historias reales de grandes embaucadores de la historia

La periodista y escritora Marta Fernández, en el Madrid de los Austrias, el viernes 28 de octubre. CLAUDIO ÁLVAREZ

Impostores, embaucadores, troleros… El nuevo libro de la periodista y escritora Marta Fernández (Madrid, 49 años), titulado La mentira (HarperCollins), es una selección de sonados engaños cometidos por aprovechados en la historia reciente de la humanidad. Como el tipo que le vendió la torre Eiffel a un empresario de la chatarra recién llegado a París, el joven que dijo haber encontrado una obra perdida de Shakespeare o la publicación del diario de Hitler que no era tal. A ninguno de los elegidos por Fernández le creció la nariz por mentir, como al pobre Pinocho, aunque casi nunca sus embustes no tuvieron un final feliz.

Pregunta. ¿Por qué le ha atraído contar estas historias de mentirosos?
Respuesta. Se nos ha dicho mucho que vivimos la época de la posverdad y las fake news, cuando la hemos vivido siempre. Adán y Eva con la serpiente o el caballo de Troya eran fake news, así que creo que era el momento de reivindicar a grandes impostores, que los ha habido muy divertidos.

P. ¿Qué criterio ha seguido para escogerlos?
R. Casi todos los elegidos me caían bien, por ser muy pícaros o brillantes o malvados, y quería también que no fueran muy modernos.

P. ¿Cuál es su favorito?
R. Me gustan mucho los impostores literarios, como William Henry Ireland, que falsificó una obra de Shakespeare para ganarse el amor de su padre. Sin embargo, quedó como el mayor fracaso del teatro inglés porque no llegó ni a terminarse la primera representación en Londres [abril de 1796] de lo mala que era, hasta el actor principal se reía.

P. ¿Por qué dice en su libro que la ficción es la mentira más hermosa?
R. Porque es la escapatoria para hacer la mentira respetable, tanto como autores o si somos lectores. Los mitos en los que están creadas las sociedades son grandes mentiras fundacionales, aunque seamos conscientes de que nos están mintiendo.

P. ¿Qué escritor ha sido especialmente mentiroso en sus obras?
R. Precisamente, Shakespeare es el mejor mentiroso. Además, era un plagiador consumado de sus contemporáneos, y la mentira está en el corazón de sus obras, con comedias de engaño, el travestismo…

P. ¿Ha llegado a alguna conclusión de por qué soltamos tantas bolas?
R. Hablando con [el paleontólogo] Juan Luis Arsuaga me dijo que sin la mentira no existiríamos como sociedad. Me interesaba saber por qué nos creemos historias rocambolescas, pero los mentirosos no existirían sin los crédulos. Creemos tantas cosas porque la vida es así más fácil, sería horrible dudar de todo desde que salimos de casa.

P. ¿Cómo debe ser una buena mentira?
R. Las que triunfan son las que parten de una semilla de verdad. Victor Lustig es el santo patrón de los estafadores, vendió la torre Eiffel a un empresario de la chatarra gracias al rumor en el París de los años veinte del pasado siglo de que el monumento se iba a desmontar porque era efímero.

P. ¿Hay muchas no verdades en la prensa?
R. Es la paradoja del periodista. Queremos descubrir dónde está la verdad, pero hay mentiras que llegan a los medios por nuestros propios errores. Por ejemplo, la historia de que la retransmisión de Orson Welles de La guerra de los mundos causó el pánico en todo EE UU no es verdad. Lo inventó la prensa porque quería desprestigiar a un medio nuevo y gratuito, la radio.

P. Hasta el célebre semanario alemán Stern publicó unos supuestos diarios de Hitler que eran falsos.
R. Fue un escándalo que obligó a intervenir al Gobierno alemán. Documentándome para ese capítulo, vi cómo habían sido las reuniones de redacción y te dabas cuenta de que algunos periodistas no intentaban descubrir la verdad. Querían tener la mayor exclusiva del siglo y la verdad no iba a estropeárselo.

P. ¿Y qué mentira gorda le han soltado y se la ha creído?
R. Por estar en paz con mi pasado, a veces prefiero olvidar la verdad y quedarme con la mentira que me contaron.

P. ¿Puede contar alguna mentirijilla suya?
R. Es habitual que cuando te encuentras con un compañero de la facultad que hace mucho que no ves le digas que está estupendo y que a ver si nos vemos para tomar unas cañas.

P. Hay caras de buena persona, ¿hay una fisonomía del embaucador?
R. Lo que es común a ellos es que saben escuchar muy bien. Son seductores porque conocen lo que quieres oír. Hay estudios que dicen que los niños que más mienten tienen de mayores más capacidades sociales.

P. La mayoría de casos que recoge son de EE UU y Reino Unido. ¿Se engaña más en el mundo anglosajón?
R. Había que deshacer eso de que los latinos somos especialmente mentirosos. Además, tengo afinidad por el mundo anglosajón y el acceso a fuentes documentales en bibliotecas públicas de esos países es más fácil.

P. Cita un estudio de la Universidad de Massachusetts según el cual dos extraños se pueden mentir hasta tres veces en 10 minutos. Nosotros llevamos casi 20 charlando…
R. [Risas] Ese estudio indicaba además que se mentía sin ninguna finalidad, aunque no fuera una entrevista de trabajo o una cita para seducir al otro. Basta encontrar a alguien con el que queramos agrandar nuestros logros.

miércoles, 25 de mayo de 2022

Cómo leer a Shakespeare mejora nuestro mundo interior y nuestras inversiones en Bolsa

Una de las novelas más populares de los últimos tiempos es Hamnet, de Maggie O’­Farrell, que narra la vida de Shakespeare y la pérdida de su hijo de 11 años, que acabaría inspirándole la obra Hamlet. Las constantes reediciones de este libro del dramaturgo inglés son la prueba de que el genio de Stratford-upon-Avon, que abordó los principales conflictos del ser humano, sigue plenamente vigente. Un motivo por el que sus obras no dejan de representarse y adaptarse en todos los formatos es que los temas que tratan son universales y atemporales. Parece que hablan de nosotros. A partir de alguna de sus inspiraciones, veamos cómo enfoca Shakespeare el arte de vivir, aplicado a los tiempos actuales:

“Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito”.  Este pasaje de Hamlet, que inspiró el título de una obra divulgativa de Stephen Hawking, ha adquirido un sentido especial en tiempos de pandemia. De la misma forma que como personas se sintieron atrapadas por las restricciones de movimientos, otras encontraron la Libertad en su interior, descubriendo premisas de las que no eran conscientes.

En su libro La libertad interior, El periodista Gaspar Hernández afirma que la Libertad se conquista descubriendo nuestra esencia. Cuando conocemos ese territorio, no hay cárcel posible, porque la imaginación, nuestro universo interior, no tiene límites. Una persona abierta siempre encontrará su lugar en el mundo.

“Los amigos que tienes y cuya amistad ya ha puesto una prueba, engánchalos a tu alma con ganchos de acero.” En la misma obra, Shakespeare reflexiona sobre un componente fundamental de la felicidad: la capacidad de crear vínculos de calidad que se convertirán en nuestra red de protección en tiempos de dificultad.

Nuevamente, la crisis generada por la covid-19 nos ha hecho darnos cuenta de la importancia de las relaciones personales más allá de la familia. Quienes cultivan un círculo de amistades sólidas tienen una mayor resiliencia ante los desafíos que la vida nos pone en el camino. Una investigación promovida por La Universidad de Harvard a lo largo de ocho décadas con un grupo de 700 voluntarios, que entraron en el estudio de adolescentes, demostró que las personas con lazos afectivos más fuertes tienen una vida más larga y de mayor calidad.

“El que va demasiado aprisa llega tan tarde como el que va muy despacio”. Este pasaje que en  Romeo y Julieta hace referencia al amor resulta significativo en nuestra era, donde se aspira a lo instantáneo.  Acostumbrados a comprar con un “click”. y especialmente los más jóvenes han perdido el músculo de la paciencia, que es vital para los proyectos verdaderamente importantes.

No precipitarse como Sugiere Shakespeare, es esencial en todos los campos, También en el de las inversiones. En un análisis interno de la empresa de servicios financieros Fidelity, las carteras de Bolsa más rentables resultaron ser las de quienes no habían hecho movimientos en los últimos 10 años; algunos incluso habían muerto y sus herederos no habían actuado sobre ellas. En el extremo opuesto están los inversores que se mueven emocionalmente, comprando cuando están altas y vendiéndolas, por puro pánico, cuando caen.

“Sabemos lo que somos; pero no lo que podemos ser”. Regresamos a la idea con esta máxima propia de los libros reales de desarrollo personal. Esta es la idea central del Exitoso hábito atómico, De James Clear, que sostiene que el único cambio real es el que parte de la transformación de nuestra identidad. Al mismo tiempo, decidimos si quieres estar vivo o si tienes el diario necesario y una forma normal. Reflexión de esta con integración con una frase de su obra La Tempestad: “Lo que es pasado es prólogo”. Grabada en los Archivos Nacionales de Washington DC, también se aplica a nuestra historia personal. Todo lo que hemos vivido hasta ahora explica quiénes somos y el punto al que hemos llegado. sin embargo, al igual que el cuerpo de un libro empieza después del prólogo, el capítulo I de nuestra vida tiene lugar cada día, si tomamos el pasado como aprendizaje y dejamos de lado el victimismo. El orientalista Alan Watts lo llevaba al extremo al afirmar, contra a todo determinismo, que nadie tiene la obligación de ser quien era hace cinco minutos.

Las 17 vidas de Maggie
– Maggie O’Farrell sorprendió con su libro autobiográfico yo yo yo, donde la autora explicaba 17 encuentros con la muerte que le enseñaron a vivir, como su viaje de pesadilla en un avión con destino a Hong Kong que estuvo a punto de estrellarse. Parte de la idea de que nadie enseña a los niños que un día van a morir. Lo van comprendiendo y asimilando a medida que crecen.

Sobre la lección que suponen los acontecimientos dramáticos, afirma: “Las cosas de la vida que no están planeadas son más importantes y, a la larga, más formativas. Es preciso esperar lo inesperado, aceptarlo (…) lo mejor no es siempre lo más fácil”.

Francesc Miralles es escritor y Periodista experto en psicología. El País Semanal.

martes, 7 de febrero de 2017

El arte de la estrategia. Una disección histórica del combate por el poder

MAURICIO BACH

Lawrence Freedman (1948) lleva toda una vida dedicado a los estudios estratégicos. Ha sido profesor de Historia Militar en el King’s College de Londres, del que ahora es vicerrector: ha escrito sobre la guerra fría y la estrategia nuclear, sobre la guerra de las Malvinas (de la que fue nombrado historiador oficial) y sobre las intervenciones estadounidenses en Oriente Medio; ha formado parte de la comisión oficial que investiga la participación del Reino Unido en la guerra de Irak y tiene, entre otras condecoraciones, la de Comandante de la Orden del Imperio Británico. Ahora ha volcado sus conocimientos sobre estrategia –aplicada a los ámbitos de la guerra, la política y los negocios– en un libro monumental –más de mil páginas–. Un recorrido apasionante por una disciplina que ha dado forma al mundo en que vivimos.

¿Cómo definiría estrategia en una frase?
El arte de crear poder.

Empieza el libro con un comentario de Mike Tyson: “Todo el mundo tiene un plan... hasta que le parten la cara”.

¿Cuál es la diferencia entre un plan y una estrategia?
Un plan es una secuencia de pasos que, si se siguen, nos conducen a una meta. La estrategia implica enfrentarse a otras personas determinadas a mantener su poder y conseguir sus objetivos. Requiere tener eso en cuenta en cada uno de los pasos que damos.

El libro habla de la estrategia aplicada a la guerra, la política y los negocios.

¿Las dos últimas parten de la primera?
La clave de la estrategia es que implica la existencia de un conflicto entre dos o más actores determinados a conseguir un objetivo. La estrategia moderna se desarrolló en un momento en que para afrontar estos conflictos era necesario mover enormes y disciplinados ejércitos que debían desplazarse enormes distancias para situarse en la mejor posición de combate.

Los conceptos desarrollados por la estrategia militar han influido en la política y los negocios, aunque después esas dos áreas han desarrollado sus propios planteamientos.

En un capítulo conecta a Sun Tzu y a Maquiavelo que, uno en la guerra y otro en la política, apuestan por el ardid.

¿Es un elemento clave en la estrategia?
Si dispones de un poder arrollador no tienes por qué ser especialmente astuto. Pero el perdedor potencial, que es difícil que salga victorioso de un enfrentamiento directo, tiene la opción del ardid para conseguir la sorpresa. Aunque incluso el más fuerte puede utilizar esta estrategia para reducir sus bajas. En el libro destaco la importancia de las coaliciones como un modo más fiable de lograr una fuerza superior ante el enemigo.

Pone el ejemplo de David y Goliat.

¿El débil gana al fuerte con inteligencia y astucia?
Es un ejemplo clásico de cómo el débil puede vencer al fuerte con astucia y rapidez. Pero lo más relevante de la historia bíblica es que el arma más poderosa es la férrea fe en Dios. Sin ella, el acto de David sería casi suicida. Y la segunda conclusión es que una vez utilizado el truco, no se puede repetir, porque el enemigo ya está en guardia. Lo de la piedra y la honda no vuelve a aparecer en toda la Biblia.

¿La estrategia moderna es hija de la Ilustración? La razón y la ciencia aplicados a algo a priori caótico como la guerra.
En efecto, la estrategia parte de la idea de que se puede aplicar la fuerza de acuerdo con criterios científicos, de modo que la relevancia del azar en la guerra se reduzca. Pero el azar no puede eliminarse por completo. Siempre existe la incertidumbre sobre el comportamiento del enemigo, de modo que la estrategia no puede ser una disciplina por completo científica.

¿Es Napoleón el primer gran estratega de la era moderna?
Al final Napoleón fue derrotado por su exceso de ambición y por dar a sus enemigos la oportunidad de coaligarse contra Francia. Los estrategas necesitan salir victoriosos una vez que la guerra ha terminado. Pero es cierto que su liderazgo militar replanteó la perspectiva de lo que podía conseguirse con ejércitos modernos e influyó a los dos grandes estrategas del XIX, Clausewitz y Jomini.

Ambos lucharon en las guerras napoleónicas, cada uno en un bando.

¿Por qué son tan relevantes?
En un primer momento Jomini fue el más relevante porque vivió más tiempo y su libro El arte de la guerra se convirtió en la obra de referencia en el XIX. Pero Clausewitz fue el gran teórico y sus ideas siguen impregnando la estrategia bélica moderna. Ambos centraron sus teorías en la idea de la batalla decisiva, la que anula la fuerza del ejército enemigo y obliga al estado perdedor a aceptar los términos políticos que se le impongan tras la derrota.

Todo cambia con la guerra fría. Con las armas nucleares ya no se trata de ganar, sino de mantener la capacidad de amenaza.

La estrategia en la era nuclear pasó a consistir en evitar la guerra sin hacer ninguna concesión política. Lo cual se conseguía mediante la disuasión, dejando claros los riesgos de una catástrofe nuclear si estallaba la guerra.

Usted formó parte de la comisión oficial que investigó la participación de Reino Unido en la guerra de Irak.

¿Qué opina de la estrategia occidental en Oriente Medio?
La estrategia de Occidente en Oriente Medio ha sido durante mucho tiempo pobre y a menudo contraproducente. Por desgracia esto es aplicable a todas las estrategias aplicadas en Oriente Medio. Hay demasiados conflictos entrecruzados para que ningún actor pueda controlar la situación.

En la actualidad, con el terrorismo global, ¿hay que replantearse la estrategia militar?
No. Muchos de los principios básicos no hay que cambiarlos. Lo importante es entender el contexto político y asumir los límites de la respuesta militar cuando se trata de grupos terroristas. Un buen trabajo de inteligencia y policial resulta a menudo mucho más eficaz.
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Enfrentamientos
Un plan es una secuencia de pasos que nos conducen a una meta. La estrategia implica enfrentarse a otras personas determinadas a mantener su poder.

Revolucionarios
Muchas ideas que han acabado siendo centrales en la estrategia política empezaron con los revolucionarios de izquierdas, incluida la conciencia de las masas y cómo manipularlas (1) (Nota: movilizarlas, sería más exacto de cara a la izquierda? lo digo porque si el pueblo se une y moviliza para defender sus intereses contra el gobierno, este no tiene nada que hacer, de ahí que los gobiernos y grupos de poder constantemente busquen dividir al pueblo y conseguir adhesiones).

David y Goliat
Ejemplo clásico de cómo el débil puede vencer al fuerte con astucia. Pero el truco no se puede repetir porque el enemigo ya está en guardia.
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¿La estrategia trata de cómo ganar una batalla o más bien de cómo actuar una vez has ganado la guerra?
Una batalla es un medio para conseguir un fin. Los fines son siempre políticos y ese es el terreno en el que hay que juzgar los éxitos o fracasos.

Dígame una batalla ejemplar desde el punto de vista estratégico.
Hay muchas batallas relevantes en la historia por sus amplias consecuencias políticas, más que porque fueran brillantes desde el punto de vista estratégico. Un ejemplo de batalla que fue brillante en su planificación estratégica y que además tuvo relevantes consecuencias políticas es la de Sedan en septiembre de 1870, cuando el ejército francés fue rodeado por el prusiano comandado por el mariscal Helmut von Moltke y el emperador Napoleón III cayó prisionero. Fue sólo en parte decisiva, porque le siguió un largo periodo de resistencia de los franceses.

Al abordar la estrategia política, dedica muchas páginas a los revolucionarios del siglo XIX. ¿Por qué?
Los revolucionarios eran los perdedores potenciales, y pensaron mucho más a fondo que sus rivales la estrategia política a seguir. Muchas de las ideas que han acabado siendo centrales en la estrategia política empezaron con los revolucionarios de izquierdas, incluida la conciencia de las masas y cómo se debe manipular. (2) (De nuevo el concepto sesgado, prefiero movilizar. Si deben despertar la conciencia de las masas, hay que trabajar la alienación y las masas concienciadas, no pueden ser manipuladas a no se que no estén concienciadas y entonces hay contradicción en los términos)

Habla usted de la relevancia que ellos le dieron a la narrativa, a la propaganda. ¿Son esenciales en la estrategia política?
La estrategia tiene un elemento narrativo, toma la forma de una historia sobre el futuro y sobre cómo deben desarrollarse los acontecimientos. Se convierte en un elemento clave de la estrategia, como cuando se persuade a la gente de que no apoye a un determinado movimiento insurgente porque será pernicioso para ellos y acabará derrotado.

Habla también de Gandhi y Luther King. ¿La no violencia es siempre mejor estrategia que el uso de la fuerza?
No necesariamente. Hay épocas en que la no violencia no funciona. Gandhi y Martin Luther King triunfaron porque pudieron llegar a una opinión pública poderosa, la opinión pública británica e internacional frente a quienes gobernaban sobre el terreno India y el gobierno de Estados Unidos y el resto del país frente a los líderes segregacionistas del Sur. La no violencia les permitió adquirir una superioridad moral que evitó muchos riesgos a sus seguidores.

Habla también de la campaña de Barack Obama como un ejemplo de estrategia. ¿La de él y la de Donald Trump son modélicas desde esta perspectiva?
Que una estrategia triunfe no la convierte en perfecta. También juegan un papel la suerte y las debilidades del oponente. Obama estaba muy bien organizado y tenía carisma. Trump ha jugado con la debilidad de sus oponentes y ha sabido entender el contexto social.

¿Cameron y el Brexit es un ejemplo de mala estrategia?
Cameron consideró que no tenía otro remedio que convocar un referéndum que podía perder. Su error fue tardar demasiado en preparar a la opinión pública para el debate. No pudo controlar la deriva que tomó el debate nacional.

Si pasamos a los negocios, pone pegas como estrategas a mitos capitalistas como Rockefeller o Ford.
Rockefeller fue un estratega brillante, que supo combinar los incentivos y la coacción para crear un extraordinario monopolio. Después al gobierno no le gustó lo del monopolio, pero incluso cuando se lo deshicieron, actuó con habilidad. Ford, en cambio, fue un pésimo estratega, porque se empeñó en aplicar siempre la misma fórmula, fuesen cuales fuesen las circunstancias.

¿En términos estratégicos guerra y negocios son similares? ¿Cuál es la meta en los negocios, consolidar la posición, derrotar al contrincante?
Por suerte en los negocios no hay violencia, lo cual marca una diferencia importante. En mi opinión, el problema de la estrategia empresarial es que no existen situaciones estándar, de modo que es difícil llegar a teorías unificadas. Gran parte de la estrategia empresarial está dedicada a cómo gestionar y liderar grandes compañías, más que a cómo manejarse con la competencia. Y en la actualidad un tema capital desde la óptica estratégica es la innovación.

Un gran estratega en los negocios...
Alfred Sloan, que levantó General Motors, fue un gran estratega porque era capaz de imaginar mercados que todavía no existían, y también sabía cómo sacar el máximo partido de diversos productos que potencialmente competían entre ellos.

¿Lehman Brothers sería en cambio un ejemplo de pésima estrategia?
Sí, su empeño era no quedarse atrás con respecto a la competencia, sin evaluar los riesgos que estaban tomando. Es una estrategia nefasta.

¿La relación entre estrategia y ética?
Es compleja. Dado que la estrategia versa sobre la elección, cada decisión tiene una dimensión ética.

¿La estrategia tiene más que ver con el ajedrez y el anticipar el movimiento del contrario, o con el póquer, donde el azar y el engaño son relevantes?
Tiene elementos de ambos, pero buena parte de la estrategia tiene que ver con actividades que no se rigen por normas aceptadas por todos los contendientes.

¿La mejor estrategia es aquella capaz de controlar lo imprevisto?
La que muestra flexibilidad y capacidad de improvisación, porque es imposible controlar lo imprevisto.

El teatro de Shakespeare, El padrino, Los Soprano, Juego de tronos ¿dan buenas pistas sobre estrategia?
Los grandes autores que analizan el comportamiento humano son capaces de ilustrar dilemas estratégicos. Si son realistas, ponen en escena los problemas a los que se enfrentan aquellos que toman decisiones en condiciones de conflicto e incertidumbre. Por eso, los estudiosos de la estrategia tienden a utilizar ejemplos de ficción que son ilustrativos de lo que comportan las decisiones estratégicas.

https://www.pressreader.com/ y después Lawrence Freedman o https://www.pressreader.com/search?query=Lawrence%20Freedman&languages=es&hideSimilar=0

Notas.
(1) Movilizarlas, sería más exacto de cara a la izquierda? lo digo porque si el pueblo se une y moviliza para defender sus intereses contra el gobierno, este no tiene nada que hacer, de ahí que los gobiernos y grupos de poder constantemente busquen dividir al pueblo y conseguir adhesiones.

(2) De nuevo el concepto sesgado, prefiero movilizar. Si deben despertar la conciencia de las masas, hay que trabajar la alienación y, las masas concienciadas, no pueden ser manipuladas a no se que no estén concienciadas y entonces hay contradicción en los términos.

lunes, 5 de octubre de 2015

Las fronteras movedizas del mal. Los avances de la ciencia, Hitler y la globalización han replanteado los límites de la maldad. Varios libros analizan el cambio en uno de los grandes elementos de la literatura.

¿Cuándo entró el mal en Adi, como llamaba su madre a Hitler de niño? Aunque el mal no es un ente, ni un ser abstracto que se encarna en nadie, hay quienes se hacen esta pregunta cuando piensan en alguien considerado muy malo. La filosofía busca una explicación al origen de la maldad. La sociología y la ciencia también tratan de armar el rompecabezas que ha podido causarla. Pero donde la razón no alcanza entra la imaginación.

La verdad es que “el descrédito de la maldad es hoy absoluto. Ha llegado el momento de restaurar y restablecer el mal, teniendo siempre en cuenta los avances de la racionalidad y la ciencia”, reclama Salvador Giner, que publica Sociología del mal (Los Libros de La Catarata). Durante muchos siglos el hombre se debatió entre la bondad y la maldad en un mundo moralmente bipolar, recuerda el sociólogo. “No obstante”, agrega,“la llegada de la ciencia moderna fue socavando la noción de responsabilidad, y con ello la de la mala conducta y el daño intencional. Resultaba así que hasta el malvado era víctima de pasiones incontrolables, genes equivocados o ADN heredado. Se hizo imposible así una biología, una psicología y hasta una sociología del mal. La culpa se desvaneció: la ‘culpa’ de los males la tenía ahora el capitalismo, el instinto territorial innato, la psicopatología, y así sucesivamente”. A Giner esta deriva no le parece correcta y aboga por que “la filosofía moral y la teoría sociológica vuelvan a incorporar el mal a sus pesquisas, y a considerarlo con rigor. En un mundo presa del terrorismo, de los daños evitables y los horrores innecesarios, esa es hoy la tarea de la razón”.

Y no un rosario de especulaciones. Tras el paso de Adolfo Hitler por el mundo nada volvería a ser lo mismo. Todo lo concerniente al mal empezó una sigilosa relativización, se empequeñecieron las maldades pasadas y futuras; las fronteras del mal se hicieron más flexibles y móviles; la información de y sobre malos y maldades en un mundo hiperconectado parece impermeabilizar a la gente. Una huella que no deja de rastrear la literatura con personajes reales y ficticios. Un asomo a ese enigma se celebrará este fin de semana en las Conversaciones Literarias de Formentor: La novela más mala del mundo. Maldad, perfidia y espanto en la literatura.

La solución poética de la imaginación y de la literatura es una ventana ante la incapacidad de la razón para explicar el mal y la maldad en ciertas personas. Una aporía. Norman Mailer lo hizo con Hitler, en 2007. Fue la salida que encontró: novelar la infancia del führer y subir por el río de aquella vida en busca de desentrañar un misterio al que llamó El castillo en el bosque, a la sazón su último y póstumo libro. De sus páginas salieron más preguntas.

Jackie Cooper y Wallace Beery como Jim Hawkins y Long John Silver.
Esos interrogantes cobran vida en un momento en que las fronteras del mal y sus diferentes formas, explica la filósofa Amelia Valcárcel, “se han hecho más móviles en lo social. Más innovadoras en términos morales. Cosas que antes eran consideradas como malas ya no lo son, o empiezan a dejar de serlo. Un ejemplo es la homosexualidad, que hoy en varios países no es condenada y los Estados velan por la igualdad de derechos de las personas”. Valcárcel asegura que “no existe ninguna sociedad o cultura a lo largo de la historia que considere que el mal sea la norma. Los especialistas en él son las formas religiosas morales”.

¿Un invento o una banalidad?
“El mal no existe. La libertad tampoco. Dios tampoco. Las tres cosas están interre­lacionadas”, argumenta José Ovejero, novelista y autor del ensayo La ética de la crueldad. “Spinoza”, añade Ovejero, “escribió que los humanos se creen libres porque conocen sus actos, pero no las causas de estos. Y la neurociencia nos dice que nuestras decisiones están tomadas antes de que seamos conscientes de ellas. Nuestras decisiones no son tales: son resultado de la herencia genética y de la experiencia”. Así es que para Ovejero, “el mal es solo un invento tranquilizador: justifica nuestro odio y nuestro miedo”.

Pero es un tema que ha desvelado a los pensadores a lo largo de la historia. Cuando Immanuel Kant dijo que “el hombre es malo por naturaleza”, no se refería a que eso era lo que primaba en él, sino a que el mal es algo que se puede dar en el ser humano, no es sobrenatural. Recalca que el individuo se mueve entre su principal inclinación, hacer el bien y lo social para poder avanzar, y alguna pulsión opuesta. Es cuestión del libre albedrío. El mal no obra sobre sí mismo. Surge cuando en el acto normal de alguien al mirar alrededor y compararse con otros se antepone su amor propio al bien común.

Hannah Arendt abordó la cuestión desde otra esquina. Lo recordó el Nobel sudafricano J. M. Coetzee en su ensayo de la novela de Norman Mailer sobre Hitler: “La lección de Adolf Eichmann, nos enseña Arendt en la conclusión de Eichmann en Jerusalén, es la de ‘la temible, más allá de toda palabra y pensamiento, banalidad del mal”. Para Mailer, explica Coetzee, si la filósofa “tiene razón y el mal es banal, eso es infinitamente peor que la posibilidad opuesta de que el mal sea satánico”. Cuando Arendt escribió el libro, añade el Nobel, “se propuso mantener viva la paradoja de que si bien las acciones de Hitler y sus secuaces pueden superar nuestra capacidad de entendimiento, no hay en su concepción profundidad de pensamiento, ni grandeza de intenciones. Eichmann nunca fue consciente, en el pleno sentido filosófico, de lo que estaba haciendo”.
… Y llega la fascinación…

Lo que sí ha cambiado, insiste Amelia Valcárcel, es la metamorfosis que ha vivido el mal al haberse hecho más atractivo a algunos ojos: “Hay una tendencia hacia la fascinación por él. Esa cercanía aumenta desde el Romanticismo”. La literatura amplió su espectro y le dio otra carta de naturaleza. Todo eso, según Valcárcel, se afianza y diversifica en tiempos digitales que muestran un catálogo de maldades a un solo clic.

Crueldad, crimen, vileza, perfidia, daño, perversidad, injusticia, insidia o infamia son algunas formas de maldad cuyos conceptos y coordenadas se han alterado o suavizado.

Son los ecos nacidos en 1667 con El paraíso perdido, de John Milton. Los de “mal, se tú mi bien”. Ese libro es un punto de inflexión, analiza Rafael Argullol. El escritor y pensador recuerda que “el mal siempre ha estado presente en la literatura, desde Gilgamesh, pero hay un momento en que los escritores lo empezaron a hacer más visible”. La influencia de aquel paraíso se extendería por la Ilustración, y “con la llegada del Romanticismo aumentaría”. El ser humano miró dentro de sí, reconoció luz y descubrió oscuridad. Fue el hallazgo de los grises. Semillas del cambio del canon estético, ético y moral al que contribuyeron autores como el Marqués de Sade y Lord Byron. “Los malos no solo eran seres encarnados de malignidad. Tenían motivos y causas. Surgieron personajes magnéticos”. El autor de La atracción del abismo cita como ejemplo El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Allí, Kurtz es la representación de una persona que se pasa a las tinieblas, y Marlow, que va en su busca, sin darse cuenta, siente fascinación por él.

La imaginación como salida
Si la moral y la ética de los dioses griegos son más flexibles según sus intereses, el catolicismo predica el blanco y negro. Así, Caín es el primer malo sobre la faz de la Tierra, según la Biblia. ¿O fue Eva, tentada por la serpiente? El mal se esparce por la Tierra. Siglos después, san Juan narra en el Apocalipsis la llegada de un monstruo de siete cabezas que se encarnará en un niño como el anticristo. Es la venganza por la batalla librada en el origen de los tiempos cuando el ángel Luzbel se rebeló contra Dios, y, tras pelear con el arcángel, Miguel cayó a los infiernos, desde entonces siembra el mal.

Hasta allá va Norman Mailer en la historia de Hitler. Un ángel caído cuenta la historia de su libro, y de paso refleja las raíces de otros malos terrenales… Nerón, Atila, Torquemada, María I la Sanguinaria, Rasputín, Josef Stalin, Pol Pot, Idi Amin.

Clara Usón indagó en La hija del Este en un malo contemporáneo: Ratko Mladic, acusado de crímenes de guerra y genocidio por el asedio a Sarajevo, en la guerra de Bosnia, entre 1992 y 1996. Tras esa investigación y haberlo llevado a la literatura, Usón se pregunta: “¿Existe el Mal, así, con mayúsculas, o solo hay actos malos o buenos, y su maldad o bondad vendrá determinada por la moral, la religión y la cultura predominantes? Es la vieja disputa entre Platón y Aristóteles, entre nominalistas y universalistas, para los cuales el mal, el bien, la libertad, la patria, la fe no son palabras abstractas, sino realidades.

Quien está dispuesto a morir por la patria o la fe está dispuesto también a matar por ellas: Mladic es un ejemplo. Y también era un hombre honrado, un buen marido y un buen padre, un hombre muy religioso. Da que pensar”.

La literatura también se ha ocupado de malos “corrientes”. Truman Capote lo hizo en A sangre fría. Indagó en el atroz asesinato de la familia Clutter por parte de Perry Smith y Dick Hickock. Leila Guerriero ha rastreado la vida de varios criminales latinoamericanos al coordinar el libro de perfiles Los malos (Ediciones UDP), hecho bajo la pregunta ¿de qué está hecho un malo?

La periodista y escritora no piensa que “el mal duerma agazapado en cada persona y sea una circunstancia determinada la que lo despierte. Creer eso sería quitarle al malo toda responsabilidad sobre sus actos”. No duda en afirmar que hay una elección personal, “y en esa elección pesan diversas cosas: una convicción, una manera de ver el mundo, una circunstancia. Los malos nos interpelan como sociedad: ¿cómo es posible que en nuestras sociedades hayan prosperado tipos de esa naturaleza? Por otra parte, aunque el mal es diverso, preferimos pensar en el mal como arquetipo. Esa idea nos resulta tranquilizadora: si existiera una fórmula —si, por ejemplo, tuviéramos la certeza de que alguien que ha sufrido maltrato en la infancia resultará, sin dudas, un individuo malo— podríamos detectarlo. Mi sensación es que el mal está, muchas veces, en manos de gente perfectamente común”.


Irene Worth como Lady Macbeth.
Maldades cotidianas
El interés por conocer los entresijos del mal y sus formas y manifestaciones es tal, que la novela negra o policiaca vive un momento de esplendor. Acerca ese territorio a predios que recuerdan maldades más comunes. La infamia es una de ellas. La conoce el poeta y narrador Francisco Ferrer Lerín. La noveló en Familias como la mía: “La actividad principal del protagonista es considerada jurídicamente infamante, es la de esparcidor o expositor de cadáveres en el monte, como suministro complementario de comida a las grandes aves necrófagas y a otras especies amenazadas de extinción. Y así, la descripción en un libro de una actividad beneficiosa para el medio ambiente es catalogada como infamia de hecho”.

En un espacio más corriente y del que todos han sido por lo menos testigos circula la calumnia. “Según Dante, en un profundo foso del infierno gime el calumniador”, recuerda Basilio Baltasar, autor de Pastoral iraquí y director de la Fundación Santillana, organizadora de las Conversaciones de Formentor. Explica que “el asesino posee frialdad o cólera; el ladrón, una cierta intrepidez; los glotones, avaros y adúlteros calman su apetito con relativa modestia; pero el difamador necesita una gran imaginación narrativa. Como encarnación del mal, el calumniador no supera a los grandes criminales, pero la corrosión que produce es más perfecta: incesante, despiadada, impune. En el teatro del mundo, las dotes escénicas del difamador son muy influyentes”.

Como Yago, en Otelo, de William Shakespeare: “Señor, veo que sois juguete de la pasión, y ya me va pesando mi franqueza. ¿Queréis pruebas?”. Y su destino será como las preguntas del mal que van al mar de las respuestas perdidas.

En la lista negra
La Biblia es un vergel de malos. El mundo se abre con el asesinato de Abel a manos de Caín y se cierra con el anticristo liderando el Apocalipsis.

Shakespeare creó grandes malos, desde el Yago que susurra su veneno calumniador a Otelo hasta Lady Macbeth, que desliza el suyo para ayudar a que su marido sea rey.

En el mundo fantástico reina Sauron, que desata sus fuerzas oscuras en la Tierra Media de El señor de los anillos, de Tolkien. Magia negra es la que despliega Lord Voldemort en el colegio Hogwarts de Harry Potter, de Rowling.

Entre los malos incansables figuran el inspector Javert, que persigue a Jean Valjean, en Los miserables, de Victor Hugo, y un contemporáneo como Anton Chigurh, el psicópata asesino de No es país para viejos, de McCarthy.

Relaciones especiales con el mal son las de Kurtz en El corazón de las tinieblas, de Conrad, y la del músico Faustus y su pacto con el demonio en Doktor Faustus, de Thomas Mann.

Entre los malos más populares están el profesor Moriarty de la serie de Sherlok Holmes, de Conan Doyle; el tirano cerdo Napoleón de Rebelión en la granja, de George Orwell, y Mister Hyde, la personalidad criminal del Doctor Jekyll, de Stevenson.

Entre las bandas de violentos malvados porque sí figuran los cuatro amigos, encabezados por Alex, de La naranja mecánica, de Anthony Burgess.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/24/babelia/1443104690_168865.html

miércoles, 16 de abril de 2014

Shakespeare, el mayor inspirador

Fuente inagotable de fertilidad literaria, el dramaturgo y poeta inglés sigue siendo el escritor que corre más por las venas de los autores del presente
Un estímulo que alimentan novelas, películas o series de televisión
Aunque su nacimiento fue registrado el 26 de abril de 1564, habría nacido entre el 19 y el 25 del mismo mes


Sé de numerosos escritores que leyeron a los más grandes en su temprana juventud —quizá cuando sólo eran lectores— y luego jamás vuelven a ellos. En parte lo entiendo: resulta desalentador, disuasorio, incluso deprimente, asomarse a las páginas más sublimes de la historia de la literatura. “Existiendo esto”, se dice uno (yo el primero), “¿qué sentido tiene que llene folios con mis tonterías? No sólo nunca alcanzaré estas alturas o esta profundidad, sino que en realidad es superfluo añadir ni una letra. Casi todo se ha dicho ya, y además de la mejor manera posible”. Hay escritores, por tanto, que para sobrevivir como tales y encontrar el ánimo para pasar meses o años ante el ordenador o la máquina, necesitan fingir que no han existido Shakespeare ni Cervantes ni Dante ni Proust, ni Faulkner ni Montaigne ni Conrad ni Hölderlin ni Flaubert ni James, ni Dickens ni Baudelaire ni Eliot ni Melville ni Rilke, ni muchos más seguramente. Lo último que se les ocurre es regresar a sus textos, al menos mientras trabajan, porque el pensamiento consecuente suele ser: “Mejor me quedo callado y no doy a las exhaustas imprentas otra obra más: ya hay demasiadas, y la mayoría están de sobra. Por cálculo de probabilidades, sin duda las mías también”. Para quienes estamos en activo la frecuentación de los clásicos puede ser más paralizante y esterilizadora que nuestros mayores pánicos e inseguridades, y créanme que, excepto los muy soberbios (los hay, los hay), no hay novelista ni poeta que no se vea asaltado por ellos, antes, durante y después de la escritura...

Frecuento a Shakespeare porque para mí es una fuente de fertilidad, un autor estimulante. Lejos de desanimarme, su grandeza y su misterio me invitan a escribir, me espolean, incluso me dan ideas: las que él sólo esbozó y dejó de lado, las que se limitó a sugerir o a enunciar de pasada y decidió no desarrollar ni adentrarse en ellas. Las que no están expresas y uno debe “adivinar”. Por eso he hablado de misterio: Shakespeare, entre tantísimas otras, posee una característica extraña; al leérselo o escuchárselo, se lo comprende sin demasiadas dificultades, o el encantamiento en que nos envuelve nos obliga a seguir adelante. Pero si uno se detiene a mirar mejor, o a analizar frases que ha comprendido en primera instancia, se percata a menudo de que no siempre las entiende, de que resultan enigmáticas, de que contienen más de lo que dicen, o de que, además de decir lo que dicen, dejan flotando en el aire una niebla de sentidos y posibilidades, de resonancias y ecos, de ambigüedades y contradicciones; de que no se agotan ni se acaban en su propia formulación, ni por lo tanto en lo escrito.

En mis novelas he puesto ejemplos: “It is the cause, it is the cause, my soul” (“Es la causa, es la causa, alma mía”), así inicia Otelo su famoso monólogo antes de matar a Desdémona. El lector o el espectador leen o escuchan eso tranquilamente por enésima vez, lo comprenden. Y sin embargo, ¿qué demonios quiere decir? Porque Otelo no dice “She is the cause” ni “This is the cause” (“Ella es la causa” o “Esta es la causa”), que resultarían más claros y más fáciles de entender. O cuando a Macbeth le comunican la muerte de Lady Macbeth, murmura: “She should have died hereafter” (“Debería haber muerto más adelante”, más o menos). ¿Y eso qué significa —esa célebre frase—, cuando la situación es ya desesperada y el propio Macbeth morirá en seguida? También Lady Macbeth, tras empaparse las manos con la sangre del Rey Duncan que su marido ha asesinado, vuelve a este y le dice: “My hands are of your color; but I shame to wear a heart so white” (“Mis manos son de tu color; pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco”). No se sabe bien qué significa ahí “blanco”, si inocente y sin mácula, si pálido, asustado o cobarde. Por mucho que ella quiera compartir el sino de Macbeth, ensangrentándose las manos, lo cierto es que la asesina no ha sido ella, o sólo por inducción, instigación o persuasión. Su marido es el único que se ha manchado el corazón de veras.

Son ejemplos de los que me he valido en el pasado. Pero hay centenares más. (“¡Ojalá fuera tan grande como mi pesar, o más pequeño mi nombre! ¡Ojalá pudiera olvidar lo que he sido, o no recordar lo que ahora debo ser!”, dice Ricardo II en su hora peor). Las historias de Shakespeare rara vez son originales, rara vez de su invención. Es una prueba más de lo secundario de los argumentos y de la importancia del tratamiento. Es su verbo, es su estilo, el que abre brechas por las que otros nos podemos atrever a asomarnos. Señala sendas recónditas que él no exploró a fondo y por las que nos tienta a aventurarnos. Quizá por eso sigue siendo el clásico más vivo, al que se adapta y representa sin cesar; el que sobrevuela películas y series de televisión oceánicas como El señor de los anillos, Los Soprano, El padrino o Juego de tronos, o más superficialmente House of Cards. A él sí osamos volver. No sólo yo, desde luego, aunque en mi caso no haya la menor ocultación. Lo reconozcan o no otros autores, a los cuatrocientos cincuenta años de su nacimiento y a los trescientos noventa y ocho de su muerte, Shakespeare sigue siendo el que corre más por nuestras venas y el mayor inspirador de nuestros balbuceos.
Leer más en El País. Javier Marías.

sábado, 5 de abril de 2014

La cultura enclaustrada

La universidad se ha replegado sobre sí misma como consecuencia de un nuevo antiintelectualismo favorecido por una sacralización del 'paper', cuya confección obliga a renunciar a toda creatividad y riesgo


A finales de la Edad Media el caudal más fecundo de la cultura europea pasó de los monasterios a las universidades. Con este trasvase lo que había permanecido depositado en los recintos monásticos bajo la tutela de los monjes, preservado casi en secreto, se abrió al debate urbano que proponían los espacios universitarios. La cultura europea entró en una nueva dinámica que implicó el fin de dogmas y tabúes, pero que sobre todo supuso la superación del temor en la búsqueda del conocimiento. Los escritores y los filósofos aspiraron a romper el hermetismo de la época anterior, con la aspiración de someter sus concepciones a públicos cada vez más amplios. El uso, junto al latín, de las lenguas populares contribuyó a la consolidación de esta tendencia, como lo demuestra el caso de Dante que, si bien escribió muchas de sus obras en lengua latina, reservó para su joya literaria, la Divina Comedia, el uso del toscano. La culminación de todo ese proceso fue el Renacimiento. La invención de la imprenta y la consolidación de las universidades en las grandes ciudades forjaron un primer gran escenario de convergencia entre la cultura y la sociedad. Aumentó extraordinariamente el número de lectores al tiempo que las obras literarias influían en públicos cada vez más amplios. Shakespeare, Montaigne, Bruno o Cervantes simbolizan bien esta confluencia.

Las universidades occidentales se consolidaron definitivamente en los siglos xix y xx (sumando las americanas a las europeas) y, aunque nunca se despojaron por completo de su origen, por así decirlo, monástico, participaron activamente en la vida cultural moderna. Siempre mantuvieron una tendencia centrípeta y endógena pero, paralelamente, muchos de sus miembros se incorporaron a los debates públicos de su época y fueron grandes creadores de la literatura y del pensamiento. En estos dos últimos siglos es imposible tratar de comprender la historia cultural, o simplemente la Historia, sin atender a la función de las universidades en la dinámica pública y sin subrayar la importancia de numerosos profesores en la esfera creativa.

Pero no estoy seguro de que esto continúe siendo cierto. En los últimos lustros, y de un modo increíblemente acelerado, se ha producido una suerte de inversión de tendencias, a partir de la cual la universidad ha tendido a replegarse sobre sí misma, como si añorara, en un modelo laico, su antiguo origen monástico. Paradójicamente este repliegue se produce en el momento en que las tecnologías de la comunicación, como en el Renacimiento la imprenta, podrían facilitar la expansión de las ideas mucho más allá de los circuitos universitarios.

Desde una cierta perspectiva este retraimiento es la consecuencia de un nuevo antiintelectualismo que se ha asentado poderosamente en la vida social y política de principios del siglo xxi. En un reciente artículo escrito en el New York Times y titulado ¡Profesores, os necesitamos! Nicholas Kristof ha recordado el uso común de la expresión "That's academic" para descalificar la aportación de un adversario, poniendo, además, el ejemplo de su utilización por el conservador Rick Santorum para criticar los discursos de Obama. Que algo sea "demasiado académico", o sencillamente "demasiado intelectual", es una piedra de toque común en nuestra sociedad. El antiintelectualismo es una de las formas más toscas del populismo, pero parece proporcionar fáciles réditos en una población ávida por ese consumo inmediato de las cosas que la complejidad intelectual casi nunca otorga.

El problema es que la universidad actual se ha convertido, por inseguridad, cobardía u oportunismo, en cómplice pasivo de la actitud antiintelectual que debería combatir. En lugar de responder al desafío arrogante de la ignorancia ofreciendo a la luz pública propuestas creativas, la universidad del presente ha tendido a encerrarse entre sus muros. Es llamativo, a este respecto, la escasa aportación universitaria a los conflictos civiles actuales, incluidas las crisis sociales o las guerras. En dirección contraria, el universitario ha asumido obedientemente su pertenencia a un microcosmos que debe ser preservado, aún a costa de dar la espalda a la creación cultural.

Cada vez más alejado de lo que había significado la gran cultura, ese microcosmos ha elaborado complicadas normas de autopreservación en las que apenas se reconoce el talante intelectual, abierto y crítico, que se halla en la raíz renacentista de la universidad. Dicho de manera brutal: el humanista ha sido arrinconado por el burócrata (o si se quiere, por un monje sin fe pero con gran perspicacia en la tarea de la propia conservación). Naturalmente, esto no es atribuible a numerosos profesores, pero sí es el dibujo simbólico de una tendencia general que, en sí misma, supone la destrucción de la universidad tal como históricamente la habíamos concebido...
Fuente: Rafael Argullol El País.

jueves, 3 de octubre de 2013

El ‘Quijote’ para líderes. La dieta lectora de los políticos no solo se compone de informes técnicos. “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”.

Los alumnos de la Harvard Business School estudian gestión con obras como "Antígona" o ‘Muerte de un viajante’

A veces los reyes leen historias de reyes. A veces, historias de locos. Hace dos semanas, con motivo de la muerte del filólogo catalán Martín de Riquer, algunas necrológicas recordaron que en 1960, durante un semestre, enseñó literatura a don Juan Carlos, por entonces un príncipe de 22 años. Dicen que Riquer, sabio y maestro de sabios, estaba especialmente orgulloso de dos cosas: de haber animado al futuro rey a leer el Quijote y de haber conservado un examen —escrito en tinta verde, para más señas— en el que su ilustre alumno comparaba las obras de Alfonso X el Sabio y Jaime I el Conquistador. De ello se deduce que uno de los protagonistas de las crónicas del siglo XX se acercó, siquiera parcialmente, a la General Estoria del primero y El Llibre dels fets del segundo tanto como a las andanzas políticas de Sancho Panza.

El brillante papel de Sancho como gobernador de la ínsula Barataria debería estudiarse en las facultades de ciencia política si es que no se estudia ya. Joseph Badaracco, profesor en la Harvard Business School, suele usar en sus clases textos literarios como Muerte de un viajante, de Arthur Miller, o Antígona, de Sófocles. Según explicó en una entrevista, se puede aprender tanto sobre liderazgo leyendo Julio César como leyendo cualquier libro de economía: “Las lecciones que contiene son igual de valiosas y no menos prácticas”.

En un encuentro del Foro Económico Mundial celebrado hace tres años, no en Davos, sino en la ciudad china de Tianjin, Adi Ignatius, redactor jefe de la revista de la propia escuela de negocios de Harvard, moderó un coloquio sobre los libros clásicos y contemporáneos que leen o deberían leer los líderes asiáticos, circunstancia que Ignatius aprovechó para recordar que entre los 20 libros favoritos de Bill Clinton está —junto a Historia viva, las memorias de Hillary, su esposa— la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

Por su parte, Barack Obama  ha citado alguna vez entre las obras literarias que más le han influido las tragedias de Shakespeare y Equipo de rivales, el libro de Doris Kearns Goodwin en el que se basó Steven Spielberg para rodar su Lincoln. Por no hablar de la expectación que se creó en torno a Libertad, la última novela de Jonathan Franzen, cuando se supo que el presidente estadounidense había pedido que le consiguieran un ejemplar por adelantado para leerlo en Martha's Vineyard durante las vacaciones de verano de 2010. Un año antes, durante la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago, el presidente venezolano Hugo Chávez regaló a su homólogo del norte una traducción al inglés de Las venas abiertas de América Latina, un hito del antiimperialismo firmado por el uruguayo Eduardo Galeano. Ni que decir tiene que los pedidos se dispararon en Amazon.

Lo cierto es que las recomendaciones presidenciales son una inestimable baza de la promoción editorial. Antes de que, en marzo de 1996, José María Aznar levantara cierto revuelo en el Congreso de los Diputados al dejarse ver leyendo durante una votación Habitaciones separadas, un libro de poemas de Luis García Montero, militante de Izquierda Unida, su antecesor en el cargo, Felipe González, había subrayado por dos veces la utilidad política de la literatura. Y de paso, la utilidad publicitaria de la política. Así, en los años ochenta las ventas de Memorias de Adriano se revolucionaron cuando González citó como uno de sus libros de cabecera la novela de Marguerite Yourcenar. El segundo hito político-literario de González tuvo lugar cuando, en 1999, fuera ya de La Moncloa, afirmó que había aprendido más sobre el conflicto yugoslavo leyendo Un puente sobre el Drina —una novela publicada en 1945 por el Nobel bosnio Ivo Andric— que con todos los informes secretos que había tenido que leer como mediador de la Unión Europea en la guerra de los Balcanes.

La contraposición entre la lectura de informes y la de literatura es un clásico en la vida de los políticos. A finales del verano de 2007 el presidente Rodríguez Zapatero declaró en EL PAÍS que durante las vacaciones había alternado los 500 folios de un resumen de sus tres años y medio de Gobierno con la lectura de autores como Manuel Longares, Albert Sánchez Piñol, Mijaíl Bulgákov, Amos Oz y, por supuesto, Antonio Gamoneda, su poeta favorito.

Al otro lado de eso que llaman espectro político las cosas no son muy distintas.  Manuel Pimentelministro de Trabajo y Asuntos Sociales con el PP entre 1999 y 2000, recuerda ahora cómo intentaba que los árboles no le impidiesen ver el bosque: “Entre lecturas técnicas del ámbito social y laboral, que son importantísimas porque te ayudan a entender temas sobre los que tienes que decidir, buscaba libros que me dieran una perspectiva general y me explicasen por dónde iban las corrientes sociológicas, sobre todo en Estados Unidos, que eran las más influyentes”. Así, junto a ensayos sobre nuevas tecnologías —“entonces todo estaba empezando”—, el exministro recuerda la lectura de El choque de civilizaciones, publicado por el politólogo estadounidense Samuel Huntington en 1996 y popularizado globalmente a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, con Pimentel ya fuera del Gobierno.

“Entender” y “perspectiva” son dos palabras que se repiten en el discurso de Pimentel, hoy propietario de la editorial Almuzara. A ellas les suma una tercera —“supervivencia”— la cineasta Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura entre 2009 y 2011. El día que la nombraron, recuerda, estaba leyendo la novela Shosha, de Isaac Bashevis Singer, uno de sus autores preferidos. Retomarla le costó un mundo: “Entré en el ministerio y me era imposible concentrarme en ella, me resultaba todo muy ajeno, lejano. Sin embargo, renunciar a mi lectura de persona normal era demasiada renuncia, me parecía que por salud mental debía ser capaz de leer ficción”. Meses después pudo volver a ella y terminarla. En su caso, la ficción y la poesía formaban a veces parte del trabajo. Por ejemplo, las escritas por Juan Marsé, José Emilio Pacheco y Ana María Matute, “los tres Cervantes que me tocaron”. Los leyó o releyó, explica, “para preparar los discursos de la ceremonia de entrega”.

Para dar cuenta de otras ceremonias, las del poder y la cultura, escribió Jorge Semprún sus memorias ministeriales, Federico Sánchez se despide de ustedes, una brillante y descarnada crónica de sus días en el Gobierno de Felipe González entre 1988 y 1991. Por supuesto, esas páginas fueron lectura obligada para González-Sinde. “Me lancé sobre las memorias de Semprún en su etapa de ministro y sobre el libro que la actriz Jane Alexander había escrito después de su paso por el National Endowment for The Arts con el presidente Clinton”, recuerda. Y matiza: “Ninguno de los dos me sirvió para lo que buscaba: un manual de supervivencia en la Administración y la política para una persona de la cultura”. Más útiles le fueron Anatomía de un instante, la novela de Cercas sobre el 23-F —“que devoré”— o los ensayos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, un exégeta de la disolución de las viejas certezas en tiempos de modernidad líquida a quien siempre recurre “en momentos comprometidos en busca de explicaciones para entender el mundo”.

Sinde sustituyó en el cargo al escritor César Antonio Molina y, además, de cartera, los dos compartieron lectura: por supuesto, Semprún. Molina lo había leído desde muy joven y lo conocía personalmente desde hacía tiempo. “Para prepararme para el desenlace final me valió mucho Federico Sánchez se despide de ustedes. Un ministro de Cultura no puede dejar de leerlo para saber la gratitud que le espera”, dice ahora con cierta ironía.

Ni Sinde ni Molina son políticos profesionales, de ahí que la pregunta sobre qué debe leer un gobernante “para entender el mundo” derive fácilmente en “para entender el mundo de la política”, es decir, el poder. Así, este último, hoy director de la Casa del Lector de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, cuenta cómo durante sus días de ministro (de 2007 a 2009) proyectó un libro que tratase de los conflictos entre los intelectuales y el poder político. “Para eso”, relata, “emprendí una lectura concienzuda de autores que ya conocía pero que entonces —mis años en el Ministerio de Cultura— revisé desde mi situación tan peculiar: Cicerón, Séneca, Spinoza, Bacon, Servet, Rousseau, Jovellanos, Blanco White, Campomanes, Lista y demás ilustrados, Larra, Azaña, pasando por Pasternak o Milosz”. Producto de esas lecturas y de su propia experiencia es un libro de título diáfano, Cultura y poder, que ya ha entregado a la editorial Destino. Será la cara ensayística de una moneda cuya cara narrativa tardaremos en leer: “Siguiendo el ejemplo de Azaña”, César Antonio Molina llevó un diario del que en el futuro saldrá otro libro. En futuro: “Hoy todavía lo considero impublicable”.

Puede que algún día un gobernante lea esos libros todavía inéditos para saber qué le espera. Entre tanto, ahí sigue Marguerite Yourcenar, que en la novela que causó furor ministerial hace 30 años, pone en boca del emperador Adriano una frase digna tanto de Sancho Panza como de presidir la sala del Consejo de Ministros: “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”. Aunque sea leyendo, entre informe e informe, literatura.

Libros que explican el mundo

¿Qué libros debería leer un político (o un peatón, es decir, un ciudadano medio) para entender el mundo actual? Cuatro expertos responden a esa pregunta:

» Economía.
Luis Perdices de Blas, catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense, recomienda dos títulos que, dice, puede leer un lector culto sin ser economista. El primero es Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, “imprescindible” porque trata del “marco institucional adecuado —Estado, derecho de propiedad, seguridad en los contractos, etcétera—” para que se produzca el crecimiento económico. “Además, expone las teorías que no funcionan para explicar el atraso económico. No hay una receta para el crecimiento, pero el libro argumenta bien lo que no ha funcionado”. El segundo es Keynes vs. Hayek, de Nicholas Wapshott, en el que, añade Perdices, se expone con claridad el debate entre intervención pública y libertad económica: “Keynes y Hayek vivieron y sufrieron la crisis de 1929, que tiene algunos rasgos parecidos a la actual. Los economistas empleamos las teorías de Keynes o Hayek —con algunos matices y actualizaciones— en nuestras argumentaciones”. » Historia. Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y premio Nacional en 2011 por su biografía de la reina Isabel II elige un solo título: Postguerra, del desaparecido Tony Judt, un titánico recorrido (1.200 páginas) por la historia de Europa desde 1945 en el que el rigor no impide la claridad. “Ahora que se impone el modelo asiático”, dice Burdiel, “el libro de Judt es una perfecta explicación de lo que perdemos: el pacto social y político posterior a la II Guerra Mundial”.

» Geopolítica.
Profesora de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid y premio Nacional de Traducción el año pasado, Luz Gómez García propone dos títulos para entender un mundo que no se acaba en Occidente. Empieza con un clásico publicado en 1978, Orientalismo, de Edward Said, que “cuestiona la configuración de un Oriente a la medida de los intereses occidentales, en particular en lo referente al mundo árabe”. Con Said, explica, “se abrió la puerta a la descolonización del conocimiento. El término orientalista ya es parte de la cultura contemporánea lo mismo que kafkiano”. Su otra recomendación es un libro traducido en España hace solo unos meses: Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo, de Vijay Prashad: “Cuenta la historia de un mundo que no pudo ser: en medio de la guerra fría, las naciones que buscaron vías de desarrollo independientes vieron cómo las hegemonías capitalista o comunista bloqueaban cualquier posibilidad de futuro alternativo”.

» Filosofía y literatura.
La recomendación de Jordi Llovet, catedrático de Teoría de la Literatura de la Universidad de Barcelona, es múltiple, pero contundente: “Hoy cualquier político debería leer a los chinos, sus pensamientos, su poesía, todo, porque son los que van a mandar mañana. Y luego, Del espíritu de las leyes, de Montesquieu (para que entiendan la importancia de la separación de poderes), el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (para que sepan respetar al vecino) y Los papeles póstumos del Club Pickwick, la novela de Dickens (para que tengan sentido del humor)”.

» Internet.
Para comprender los pros y contras del ciberespacio, el especialista en cultura digital José Antonio Millán recomienda dos ensayos recientes: Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, de César Rendueles (“Twitter no ayudará a hacer la revolución: el ciberfetichismo nos mantendrá distraídos en vez de en acción”), y Big data. La revolución de los datos masivos, de los autores Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier (“Lo que estamos diciendo sobre nosotros en la Red, y cómo lo van a usar”).
Fuente: El País.

martes, 20 de agosto de 2013

Eduardo Mendoza: guía por los libros que hay que leer. Los libros y las bicicletas son para el verano

Un selección de las obras que ama el autor hace convivir a los alumnos de la UIMP con escritores, sus vidas y su época
FLOR GRAGERA DE LEÓN Santander 15 AGO 2013

Las diversas propuestas de crear un canon en literatura han estado acompañadas de polémica. Las teorías literarias que cobraron fuerza a partir de los años sesenta en las universidades, sobre todo norteamericanas y británicas, miraban en otra dirección: realizaban una lectura política, social y multicultural de los libros y de la historia de la literatura, y apuntaron a obras que habían sido olvidadas por no venir de la mano (y de la mente) del hombre blanco occidental. ¿Quién establece un canon y qué nos dice esto sobre el poder y la autoridad? El feminismo, el marxismo, el postcolonialismo o los estudios culturales han buscado otro acervo literario. Pero la cuestión de ¿qué leer? ha seguido presente. Ahí está el ejemplo muy sonado de El canon occidental del profesor de la Universidad de Yale Harold Bloom (publicado en 1994), o la propuesta más reciente por parte de 57 expertos de 14 países que se reunieron para discutir  las cien obras de ficción y otras cien de no ficción las cien obras de ficción y otras cien de no ficción que deben llenar las bibliotecas de las casas.

Por favor, no paren de leer…

“Siempre me ha hecho muchísima gracia Pío Baroja que decía que era feo, bajito y encima tenía ese nombre… ¿Cómo iba a ligar?. Para mí fue como el primo con moto. Quería escribir como él”. “Dostoyevski era epiléptico, jugador y debía ser un poco borrachín… Colocó ‘Crimen y castigo’ por fascículos cuando a Tolstoi le llegó una crisis para continuar con ‘Guerra y paz’. ¡Así de patateros era el olimpo de los genios entonces!”. “Werther deriva de ‘wert’ que significa ‘valor’… Bueno, pasemos a otra cosa…”. “Acabé locamente enamorado de Lord Byron como le pasó a todas las mujeres y a algunos hombres de su época”. “Goethe fue mucho más listo que Werther y a los 85 años se casó con una chica de 25. Vamos, no da ninguna pena…”.

Eduardo Mendoza lo ha tenido claro para impartir su curso en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo Los libros que hay que leer, que ha transcurrido en el paraninfo en vez de en una de las aulas del palacio por el gran número de alumnos inscritos. No es ese hombre blanco occidental. “Debería haber matizado y que el título hubiera sido ‘algunos libros que hay que leer”. Ha llegado hasta aquí, afirmó en rueda de prensa, después de preguntarse a sí mismo para qué sirve la literatura: “Hay que ser muy modestos a la hora de responder, porque la mayoría de las respuestas que se dan son falsas, así que responderé las preguntas a medias…”. Esta semana ha recorrido de una manera muy poco canónica, entre hilarante y seria, ‘algunos’ de los libros y los autores que ama.

Pero escuchar a Mendoza hablar de literatura es mucho más: nada de sesudas cuestiones teóricas. El autor de La verdad sobre el caso Savolta, que marcó un antes y un después en la Transición, está en lo alto del escenario ante una mesa, cual dj afamado de la literatura, valga la comparación. Y habla de la vida de los autores así como de la época en la que escribieron como si fuera una secuencia de cine ante nuestros ojos. Bueno, más que eso: Miguel de Cervantes, Primo Levi, Jane Austen o Calderón de la Barca están allí de alguna forma en carne y hueso, con sus luces y con sus sombras.

En su clase titulada La realidad en su peor aspecto: Honoré de Balzac (Pierrette), Fiódor Dostoyevski (Recuerdos de la casa de los muertos), Pío Baroja (La busca) y Primo Levi (Si esto es un hombre), Mendoza quiso ser puntual: “Nos han dicho que salgamos del paraninfo a las seis en punto. No sé, quizá venga el ángel exterminador…”. El escritor arrancó con fuerza con una denuncia de cómo se enseña la literatura y el retrato que de ella se hace como “buena, una aspirina que mejora la humanidad. ¡Eso es falso!”. Esta crítica venía a cuento de cuatro obras literarias que han retratado las miserias, la bajeza y la sinrazón del género humano, y que admira por su ausencia de melodrama. En ellas se plasma, según Mendoza, una realidad poliédrica, en la que “no se culpa a la sociedad, que es lo de siempre”. Pashley Cycles - GUV'NOR from Artwoo on Vimeo.

Más bicicletas en Adeline.

Las víctimas pueden ser también malvadas, egoístas y mezquinas. Y visitar un escenario de horror como Auschwitz deja solo “el deseo de beber vodkas en Cracovia” por la mediocridad burocrática en la que actuaron los nazis. La ausencia de matices es un motivo por el que aborrece Los miserables de Víctor Hugo. “Me llevaron arrastrado a ver la película que es horrorosa y la música, muy mala. Salí del cine y me fui a tomar una cerveza a un bar. Fue un momento muy feliz. Después, volví a leer la novela y se me cayó el alma a los pies… ¡Es un plomo!”.

“Ha habido grandes criminales aficionados a los libros y a veces el refinamiento conduce a la crueldad… Los escritores no están siempre con los desvalidos o los buenos. Los libros no mejoran, cuentan”. Y también fomentan, continúa, prejuicios en todas las épocas. Otro ejemplo: “Hasta hace cuatro días, las mujeres en literatura eran representadas como tontilocas, volubles o brujas”.

De la realidad más oscura, Mendoza pasó en otra de sus clases a la luminosidad que ve en El Quijote, una novela que lo atrapó para siempre cuando cursaba PREU “porque hay siempre muy buen rollo. Solo Nabokov, que es un imbécil, dice que es un libro cruel ”. La enseñanza de la literatura retorna como un tema que pincela con energía las charlas del autor. “Siempre se ha interpretado ‘El Quijote’ como un libro infantil que se le da a los niños; es como entregarles una pistola cargada. Después no van a querer leer…”. Las lecturas teóricas de una de las obras cumbre de la literatura universal producen su rechazo: “A veces cae en manos de los hispanistas extranjeros y dicen unos disparates… Que si don Quijote era judío converso, que si era gay…”.

El canon que Eduardo Mendoza ha tratado, lecturas como Werther de Goethe que “ayudan a las cuestiones prácticas de la vida, como buscar pareja”, (en este caso se refleja lo que no hay que hacer), ha sido incompleto como la enseñanza que él afirma que ofrecen los libros y esta crónica. La Biblia, Sófocles, Borges, Shakespeare, Kafka, Voltaire, Melville, Chandler, Achebe, García Márquez… “Nada revolucionario”, matizó desde su perspectiva humilde. Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/08/15/actualidad/1376578481_181798.html

miércoles, 12 de junio de 2013

Saturados de injusticias. Indignados y tocados, así nos sentimos muchos ante la corrupción, la codicia, los recortes… La ira nos moviliza, pero también puede engullirnos si nos enrocamos en ella

Un día en el que un caso de corrupción, de los que ya son cotidianos, había saltado a los periódicos, durante una comida con una elegante y entrañable señora de 85 años. Con su dulce voz dijo: “Yo, gracias a Dios, estoy bien, pero cuando pienso en todas las personas que no tienen nada y veo cómo algunos dirigentes estafan esas cantidades de dinero, entendería que alguna persona desesperada cometiera cualquier tipo de barbaridad”. Sus palabras chocaban con la dulzura de su voz, pero no con la indignación que le hervía por dentro.

En este mismo semanario, días atrás, Rosa Montero confesaba que, pese a que siempre intenta ser mesurada a la hora de escribir, había llamado criminales a los parlamentarios contrarios a la iniciativa legislativa popular que pide la dación en pago en los desahucios. Y, lejos de retirar sus palabras, reafirmaba que lo seguía pensando. Su ira es representativa del sentimiento de muchos ciudadanos. Multiplicada a extremos insufribles en aquellos que se encuentran directamente afectados.

Motivación y emoción son dos palabras que los psicólogos solemos asociar. De hecho, Motivación y emoción es el nombre de una asignatura de la licenciatura de Psicología, el título de una revista científica y de libros sobre el tema. Son dos conceptos que se solapan, que se entrelazan con fuerza. Podríamos decir que la emoción nos activa y la motivación nos dirige. A los homínidos, esta combinación nos ha permitido durante miles de años adaptarnos al medio. Las emociones negativas, como el miedo o la ira, activan una serie de procesos fisiológicos que nos permiten protegernos y defendernos. Esto es, la emoción supone una activación fisiológica que nos motiva o nos empuja a realizar una acción. “Me dio tanta rabia, que no pude más y se lo dije; probablemente si no me hubiera enfadado, no lo habría hecho”, “me calentó y estallé”, “si me enfrío, ya sé que no voy a hacer nada”. A veces necesitamos la rabia para movernos, pero ¿es una condición indispensable?

Los desahucios, los sobres, la codicia, los recortes, los sueldos abultados de muchos políticos… se han convertido en una realidad irrespirable. La ira y el enfado que nos provocan nos empujan a luchar. Nos movilizamos, protestamos, nos manifestamos, surgen iniciativas populares para ayudarnos entre nosotros. Estas acciones tan necesarias están en muchos casos impulsadas por la furia, por ese resentimiento que sentimos por este vergonzoso panorama. ¿Qué pasará si esa serpiente que se enrosca en nuestro estómago sigue siendo la que motive nuestras acciones? Quizá nos comerá a nosotros antes de que podamos cambiar algo.

La vida no es justa y nunca lo ha sido. La falacia de justicia se considera una distorsión cognitiva dentro de la psicología. Una distorsión que se caracteriza por considerar injusto todo lo que no coincide con nuestras creencias o valores. Nos exasperamos, experimentamos arranques de venganza, cuando creemos que el mundo es injusto con nosotros. Es el típico razonamiento de ¿por qué a mí?

Desgastamos la mente intentando entender las barbaridades que suceden a nuestro alrededor para digerirlas mejor. Todo sería más fácil si aprendiéramos a admitir que el mundo está lleno de injusticias y que algunas nos pueden tocar a nosotros. Cargar la mente con porqués incontestables nos consume. Aceptar duele menos. Cuando atravesamos épocas duras y vemos quién nos ayuda y quién no, nos solemos llevar auténticas sorpresas. Suele doler mucho cuando esperas algo de alguien y no ves movimiento alguno. Sin embargo, cuando recolocas a esa persona en otro sitio de tu cerebro, cuando ya sabes de qué palo va, pierde su capacidad de herirte. Si lográramos aceptar cómo es la naturaleza humana, quizá sería más fácil aceptar (que no resignarse) las injusticias. Solo podemos avanzar si sabemos dónde estamos y aceptamos la realidad tal cual es. Intentar ser activos desde la aceptación y no desde el resentimiento.

Cada día se escuchan más historias sobre cómo la dura situación por la que están atravesando muchísimas personas se traduce en un auténtico infierno doméstico. Dentro de las cuatro paredes donde se convive, gritos y menosprecios van golpeando a las parejas, a los niños, a los abuelos. Las emociones negativas se nos desparraman y ya lo están tiñendo todo. Somos animales. No podemos dejar de experimentar emociones. ¿Cómo manejar la rabia, la ira, el resentimiento que provocan las desigualdades que estamos viviendo?

No todos controlamos igual las emociones. Algunas personas son capaces de ponerlas en un cajón, en una mochila, esto es, les dejan un espacio limitado. No las eliminan; muy al contrario, las reconocen, lloran si hace falta, las explican a algún amigo… Sienten la rabia, la pena… Las miran, no las evitan, no huyen. Los sentimientos que soslayamos se vuelven más borrosos y se desbocan con más facilidad. Si los observamos, sus contornos se van volviendo más nítidos, se concretan.

El resentimiento es una de las emociones más amargas; observarla de cerca para comprobar su inutilidad nos puede ayudar a dejarla atrás. Hace unos meses, durante el coloquio que siguió a una charla en una cárcel catalana, un interno explicó que había vivido ocho años con mucho resentimiento por lo que le había hecho un amigo y también por un incidente relacionado con su exnovia. Contó su corrosiva amargura. “Un día me levanté y vi que aquello no tenía sentido, y se me fue. De repente pasé página con una facilidad venida del cielo…”. El rencor contra los demás solo sirve para devorarnos por dentro, pero los otros se quedan igual. Como muy bien expresó William Shakespeare, “la ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro”. A aquel interno, el día que tuvo la certeza de la inutilidad de ese sentimiento le desapareció el odio incrustado.

Ese interno vivió durante ocho años en dos prisiones: en la real y en la del resentimiento. ¿Cuál es peor de las dos? Al tiempo de abandonar la cárcel, Nelson Mandela declaró: “Al salir y ver toda aquella gente sentí mucha rabia por los 27 años de vida que me habían robado; pero entonces el espíritu de Jesús me dijo: ‘Nelson, cuando estabas en prisión eras libre, ahora que eres libre no te conviertas en tu prisionero”. Mandela vivió 27 años encerrado en la cárcel, aunque no en el resentimiento. La serenidad que logró cultivar fue la que le dio la fuerza para luchar contra las injusticias.

La vergüenza que provocan esas injusticias en quien las oye o lee en los medios de comunicación, la rabia e indefensión en quien las sufre en sus carnes, nos cargan de energía contaminante. Si queremos cambiar el mundo, mejor que nos recarguemos con la energía que proviene de las pequeñas alegrías que nos regala el día. Aunque ahora parecen estar muy escondidas, siguen ahí. “El resentimiento no daña a la persona contra la cual mantiene esta emoción; el resentimiento le está comiendo por dentro a usted” Norman Vincent Peale

Palabra de sabio

Mahatma Gandhi: “No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores. Recordad que a lo largo de la historia siempre ha habido tiranos y asesinos, y por un tiempo han parecido invencibles. Pero siempre han acabado cayendo. Siempre”.

Martin Luter King: “Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a alguien. Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad, y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”.

PELÍCULAS

– Inside job, de Charles Ferguson.
– Cadena perpetua, de Frank Darabont.
– Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica.
– Pena de muerte, de Tim Robbins.

LIBROS

– Los rostros de la injusticia, de Judith Shklar. Editorial Herder, 2013. Un ensayo que muestra las mil caras de la injusticia y plantea la actitud con que afrontarla.
“Solo si nos comprometemos y, mediante procedimientos democráticos, expresamos permanentemente nuestro sentido de la injusticia, conseguiremos que los gobernantes se impliquen en tratar de aminorarla”.

“Yo no tenía una creencia específica, excepto que nuestra causa era justa, era muy fuerte y que estaba ganando cada vez más y más apoyo”
Nelson Mandela
Fuente: El País Semanal.