viernes, 18 de junio de 2021

Emília y Angelina, las dos niñas catalanas asesinadas por los nazis, rescatadas del olvido. El municipio de Barberà del Vallès homenajea a las hermanas Masachs 77 años después.

Barberà del Vallès homenajeó este jueves a dos niñas —vecinas del municipio— que perdieron la vida a manos del ejército nazi en el pueblo francés de Oradour-Sur-Glane. 

Las homenajeadas, que desde ahora cuentan con una escultura en relieve en unos jardines cercanos a la estación de Renfe del municipio, son las hermanas Emilia y Angelina Masachs, que fueron asesinadas el 10 de junio de 1944 cuando solo tenían 7 y 11 años respectivamente. La conocida como matanza de Oradour-Sur-Glane es una de las barbaries más oscuras del ejército nazi en Francia. Murieron 19 españoles, de los que solo tres, entre ellas las hermanas Masachs, han sido homenajeados en España.

A las 14.15 del 10 de junio de 1944 —mientras seguía la batalla de Normandía en la que las tropas aliadas liberaron la Europa Occidental de la ocupación alemana— centenares de soldados del ejército nazi entraron en Oradour-Sur-Glane con la intención de sembrar el terror y dar un aviso a la resistencia francesa. Agruparon a todos los vecinos en la plaza del mercado y separaron a hombres de mujeres y niños.

A los varones, los soldados nazis los llevaron a las afueras del municipio y a las mujeres y niños los encerraron en la iglesia. Lanzaron una granada de humo dentro del edificio que desencadenó el pánico. Las mujeres y niños que no murieron quemados o asfixiados fallecieron tiroteados cuando intentaban escapar de la iglesia. En el exterior, todos los hombres fueron fusilados por las tropas nazis. En total murieron 643 personas. Entre ellas 19 españoles, de los que 11 eran niños.

Los soldados alemanes agruparon los cadáveres, los cubrieron con cal y les prendieron fuego. También quemaron todos los edificios de Oradour-Sur-Glane. Tras acabar la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno francés de Charles de Gaulle decidió mantener las ruinas de la población como recuerdo de las atrocidades de la ocupación nazi. Hoy sigue siendo un lugar de memoria histórica y justo allí es donde, en 2016, David Ferrer, un profesor de inglés del instituto La Románica de Barberà del Vallès, descubrió que los nombres de los fallecidos no estaban escritos correctamente en diferentes lápidas esparcidas por el municipio.

Ferrer se obsesionó y comenzó una investigación que acabó resumida en el libro autoeditado Recuerda, españoles en la masacre de Oradour-Sur-Glane. Comprobó que muchos españoles estaban mal identificados, con apellidos mal escritos y datos incorrectos. Llegó a descubrir que faltaba una víctima, Ramona Domínguez (vecina de Montcada i Reixac) en el recuento de asesinados. “Gracias a archivos locales y a seguir cuadros familiares he descubierto los errores de identificación, he podido contactar con familiares y he constatado que solo José Serrano, con un mural en Purchena (Almería) y las Masachs con el acto de hoy [por este jueves] y otro que se hizo en Sabadell han sido homenajeadas”, explica a EL PAÍS Ferrer. “Espero que mi investigación sirva para dignificar la falta de memoria y constate que estas víctimas han sido ignoradas por la mayoría de administraciones”, concluye el investigador.

Al acto en Barberà acudieron familiares de las Masach. “Con actos como el de hoy quizás conseguimos que no vuelva a repetirse algo igual”, advertía una portavoz de la familia ante las autoridades municipales de Barberà del Vallès y la consejera de Justicia de la Generalitat, Lourdes Ciuró, que acudió por primera vez a un acto público 

jueves, 17 de junio de 2021

La lengua del tercer Reich

Al dirigirse a todos, y no sólo a los representantes elegidos del pueblo, [el discurso político] debía resultar comprensible para todos y, por tanto, más popular. Popular es lo concreto; cuanto más tangible sea un discurso, cuando menos dirigido al intelecto, tanto más popular será. Y cruza la frontera hacia la demagogia o la seducción de un pueblo cuando pasa de no suponer una carga para el intelecto a excluirlo y a narcotizarlo de manera deliberada.

VICTOR KLEMPERER
La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo (1947)

miércoles, 16 de junio de 2021

_- ¿Para qué sirve bajar impuestos a los ricos, como proponen el PP y Vox?

_- Las políticas neoliberales de los últimos cuarenta años han tenido un mantra repetido constantemente: conviene reducir los impuestos lo más posible sin tener miedo de que eso repercuta principalmente en beneficio de las rentas más elevadas. Aseguran que así aumentará el consumo, el ahorro y gracias a ello la inversión, el empleo y el crecimiento económico. Es decir, se producirá un efecto de «derrame» o «goteo» desde las rentas más altas que terminará beneficiando a toda la sociedad.

Los políticos neoliberales (no necesariamente ubicados en los partidos de la derecha) se saben bien el argumento, lo reiteran siempre que pueden y lo han llevado a la práctica allí donde han gobernado.

La presidenta Ayuso lo ha dicho muy claramente en diversas ocasiones: «Tenemos que ser atractivos y eso se hace sin maltratar con impuestos. Dándole un trato desigual a muchas personas que probablemente tienen un mayor poder adquisitivo pero crean más puestos de trabajo (aquí).

Sin embargo, esta tesis neoliberal ni tiene fundamento teórico ni funciona en la realidad.

Para que una bajada de impuestos aumente el consumo de los hogares debe darse un requisito esencial: la bajada debe concentrarse en las rentas más bajas que son las que se destinan en mayor medida a la compra de bienes y servicios. Si benefician principalmente a las más elevadas lo que ocurre es que aumenta el ahorro, Y lo que sabemos que ha ocurrido en los últimos años y con las reformas que proponen el Partido Popular y Vox es justo lo contrario, han salido siempre beneficiadas las rentas más elevadas.

El socialista Juan Lobato se lo mostró claramente en un debate a Iván Espinosa de los Monteros cuando este defendía como una medida «a favor de los trabajadores» la disminución de medio punto del IRPF para todos los niveles de renta en la Comunidad de Madrid (aquí). El socialista le mostró que, de esa manera, el 30% de los madrileños que tienen menos de 12,.000 euros de renta no tendrían ni un euro de beneficio, el 40% que gana menos de 30.000 tendría un beneficio de 5 euros mensuales, el 23% que gana menos de 60.000 se beneficiaría con 11 euros al mes y el 7% más rico, eso sí, podría tener un ahorro fiscal de hasta 4.500 euros (aquí). Por su parte, los técnicos del Ministerio de Hacienda estiman que el 9,3% de los madrileños que declara en el tramo más alto tendrían 20 veces más ahorro que el 30% que están en el tramo más bajo (aquí).

El segundo requisito que debiera darse para que una bajada de impuestos a los ricos como la que proponen PP y Vox genere más inversión es que esta dependa del mayor ahorro que se genera (supuestamente) rebajando la fiscalidad de las rentas más altas. Un supuesto verdaderamente irreal. La inversión depende de los beneficios esperados y, si acaso, de alguna otra variable como el coste del crédito necesario para financiarlo. Por tanto, lo más probable que ocurra después de bajar los impuestos preferentemente a los ricos es que el consumo de los hogares no baje y que se reduzca el gasto y la inversión públicos, de modo que las ventas se reducirán y los beneficios esperados serán menores. Y ni siquiera se puede creer que el aumento del ahorro se traduzca en mejores posibilidades para la inversión que crea más actividad productiva y más empleo porque es bien sabido que el sistema financiero ofrece hoy día las mejores alternativas de colocación de los fondos ahorrados en la inversión puramente especulativa.

No obstante, la mejor prueba de que bajar impuestos a los ricos no produce los efectos benéficos que dicen los neoliberales es comprobar lo que sucede en la realidad y los datos son abrumadores. En general, es fácil comprobar que los países en donde hay más renta per cápita y menos tasas de paro no son precisamente los que tienen tasas impositivas más bajas sino todo lo contrario. O, también, que ha habido tasas más elevadas de crecimiento económico en las etapas con fiscalidad más elevada. Y sobre el efecto en particular de los impuestos más bajos para las rentas más altas la evidencia empírica es igualmente clara. El último gran análisis sobre este asunto lo publicaron en diciembre David Hope y Julian Limberg, investigadores de la London School of Economics and Political Science. En él analizan las consecuencias económicas de los principales recortes fiscales para los ricos que se han producido en los últimos 50 años en 18 países de la OCDE y sus conclusiones son claras. Estos recortes se han traducido, en promedio, en un aumento de 0,8 puntos porcentuales en la parte superior del 1% de la renta nacional antes de impuestos pero ni el PIB real per cápita, ni la tasa de desempleo se han visto afectados por esos recortes. Sus efectos, dicen, «son estadísticamente indistinguibles de cero» (aquí).

En un libro de Emmanuel Saez y Gabriel Zucman publicado hace poco en España (El triunfo de la injusticia: Cómo los ricos evaden impuestos y cómo hacerles pagar) también se demuestra que «por primera vez en los últimos cien años, la clase trabajadora paga hoy tasas impositivas más altas que los multimillonarios» sin que eso haya venido acompañado de más inversión, más empleo y más actividad económica, sino todo lo contrario. Y también lo demuestra el Fondo Monetario Internacional que no parece que sea sospechoso de radicalismo: «aumentar la participación en los ingresos de los pobres y la clase media en realidad aumenta el crecimiento, mientras que una participación creciente en los ingresos del 20% más rico da como resultado un menor crecimiento, es decir, cuando los ricos se hacen más ricos, los beneficios no se difunden» (aquí).

En fin, las evidencias empíricas que muestran que lo que dicen los liberales como Aznar, Ayuso o los dirigentes de Vox es una pura mentira son abrumadoras. Lo único que consiguen con sus reformas fiscales es dar más renta a los más ricos sin mejorar la inversión, el empleo o la actividad económica.

Es lógico que quienes están al servicio de los ricos, o lo sean ellos mismos, digan esas mentiras para salvaguardar sus intereses. Lo impresionante, sin embargo, es que se las crean quienes podrían hacer cuentas fácilmente y comprobar que con esas reformas fiscales no se ven beneficiados; que, en contra de lo que les dicen, a cambio de ellas no hay más empleos, ni mejores salarios y que los servicios públicos son cada vez peores porque cuesta más trabajo financiarlos suficientemente. Resulta impresionante, pero a mí, la verdad, no me sorprende: a quienes veo en las calles tratando de convencer a la población de sus propuestas es a las derechas. Se han aprendido el mantra y lo repiten por cada esquina mientras que las izquierdas están en no sé bien qué otra cosa.

Últimamente, al finalizar mis charlas hago algo que vi hacer primero a mi querido amigo y maestro Vicenç Navarro: preguntar a los allí presentes si compran o leen habitualmente nuestros libros y escritos. Lo normal es que no sean más de 8 o 10 de cada 100 quienes dicen hacerlo. Por eso me resulta impresionante pero no me sorprende que quienes apenas tienen donde caerse muertos voten a las derechas que los engañan para quedarse con su dinero. Los progresistas que se supone deberían saberse bien los argumentos para convencer a sus compatriotas no se los saben y, si se los saben, no se van a la calle a convencerlos, como si creyeran que la gente simpatizará con sus propuestas por ciencia infusa. Eso, en el mejor de los casos, porque algunos se han creído el mantra y lo que pregonan es que bajar impuestos es de izquierdas.

martes, 15 de junio de 2021

El Banco de España vuelve a engañar a los españoles

Hace unos días, el Banco de España ha publicado un informe sobre el efecto que supuestamente tuvo la subida del salario mínimo (aquí) cuyos resultados han sido ampliamente difundidos por los medios de comunicación en términos como los siguientes:

El País: El Banco de España calcula que la subida del salario mínimo en 2019 restó al menos 100.000 empleos

20 Minutos: El Banco de España asegura que la última subida del salario mínimo lastró la creación de hasta 180.000 empleos

El Mundo: El Banco de España constata que la subida del SMI redujo el empleo en hasta 174.000 puestos en pleno intento de Díaz por volver a aumentarlo

Expansión: El Banco de España calcula que la subida del SMI pudo destruir hasta 173.500 empleos en 2019

Cinco Días: La subida del salario mínimo en 2019 privó de empleo a mayores y jóvenes, según el Banco de España

El efecto del informe del Banco de España es, por tanto, evidente: la subida del salario mínimo que realizó el Gobierno de Pedro Sánchez fue negativa para la economía española pues dañó al empleo, el problema que más duele a todos nuestros compatriotas desde hace años. Tratar de subirlo de nuevo, como pretende el Gobierno, sería insistir en algo que ha funcionado mal, así que el informe del Banco de España constituye un clarísimo aviso a navegantes: no se les ocurra volver a subirlo.

Así, el Banco de España se constituye, una vez más, en lo que no debe ser porque no tiene competencias para ello, el árbitro que decide qué medida de política económica es deseable y cuál no. Algo curioso, como he señalado ya muchas veces, porque resulta que falla estrepitosamente a la hora de llevar a cabo las funciones de control y supervisión financiera que sí le corresponden (provocando costes elevadísimos para todos los españoles) y, sin embargo, se mete a dar consejos donde nadie se los pide ni tiene por qué darlos.

Muchas personas creerán de buena fe que si este tipo de informes del Banco de España sirven para orientar y resaltar lo que está bien o mal hecho deben ser, al fin y al cabo, bienvenidos, aunque eso le lleve a suplantar las funciones que corresponden a los poderes democráticamente elegidos para tomar las decisiones de política económica.

El problema radica en que el Banco de España no suministra en sus informes una opinión objetiva, técnica, científica, neutra o indiscutible, sino subjetiva, ideologizada y sesgada por las hipótesis, valores y métodos de análisis que utiliza. La realidad es que el Banco de España, como cualquier organismo o economista, puede llegar a las conclusiones que previamente haya deseado alcanzar según los presupuestos de los que parta. Y eso es justamente lo que ocurre con el informe sobre el salario mínimo que acaba de publicar.

Los titulares de prensa que he presentado al comienzo de este artículo no dejan lugar a dudas sobre lo que ha conseguido el Banco de España con su reciente informe: hacer creer a la inmensa mayoría de la población que la subida del salario mínimo ha sido negativa porque destruyó empleo, a la vista de los análisis sofisticados y aparentemente científicos que han utilizado sus autores.

Sin embargo, no es muy difícil mostrar que la realidad de las cosas es bastante diferente al mensaje que traslada el Banco de España.

Según la Encuesta de Población Activa (EPA), durante el año 2019 la población ocupada en España aumentó en 402.300 personas.

En ese mismo periodo, la población de entre 16 y 19 años ocupada aumentó en 10.400 personas, la de 20 a 24 en 46.700, la de 25 a 29 en 23.000 y la de más de 65 en 19.600 personas.

Por tanto, no es verdad que el aumento del salario mínimo haya destruido empleo en España en ese año, y ni siquiera entre los más jóvenes o los de mayor edad. Y, si lo hubiera destruido por un lado, se ha ganado por otro.

Es verdad que el informe del Banco de España no dice exactamente lo que señalan los titulares de los medios, sino que el efecto de la subida fue un menor crecimiento del empleo en el colectivo con menos salarios. Pero es imposible saber si esa subida del salario mínimo destruyó el empleo de esas personas que podría haberse generado si no se hubiera dado porque el propio informe reconoce que es muy difícil determinar de forma inequívoca qué personas lo perciben. Y, por otro lado, no se puede concluir que fue la subida del salario mínimo la que produjo un menor aumento de la creación de empleo sin haber analizado la incidencia de otros factores que hubieran podido contribuir a ello.

Si el Banco de España fuese una institución responsable y trabajara con independencia y pluralidad al servicio de los intereses generales y no del poder financiero privado, no haría este tipo de anuncios. Haría una evaluación general y sin sesgos de los efectos de las medidas de política económica sobre el empleo y no solo de los que le interesa descalificar por motivos ideológicos.

¿Por qué no analiza y denuncia el Banco de España el efecto sobre el empleo de la desigual carga fiscal que soportan las empresas españolas como consecuencia del fraude y la elusión de las grandes? ¿Por qué no cuantifica los costes que soportan las pymes y el empleo que pierden como consecuencia de que las grandes empresas no cumplan la ley en materia de pago a proveedores? ¿Y por qué no señala la destrucción de empleo que conlleva la falta de competencia que eleva artificialmente el coste de los suministros o los financieros, o los obstáculos que tienen las pymes para concurrir a la contratación pública?

El Banco de España vuelve a extralimitarse en sus funciones, vuelve a ofrecer conclusiones ideológicas a partir de análisis sesgados y vuelve a mentir a los españoles haciéndole creer que no deben adoptarse las medidas que aumentan su bienestar y mejoran el funcionamiento de la economía para defender así los intereses exclusivos de las grandes empresas y la banca. 

lunes, 14 de junio de 2021

_- El ascenso del falso patriota

_- MADRID — Los alumnos de Murcia tienen el índice más alto de fracaso escolar de España y un tercio están en riesgo de pobreza, pero gracias a una nueva iniciativa comenzarán la jornada escuchando el himno nacional, sus aulas dispondrán de un retrato del rey y la bandera ondeará en la entrada de sus escuelas. Incluso quienes no tenemos nada en contra de esos símbolos, vemos la contradicción: si lo que se pretendía era inculcar el sentimiento patriótico en los estudiantes, les sería más útil una buena formación en compromiso cívico o responsabilidad hacia su comunidad.

El sistema educativo español está por debajo de la media de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), pero arreglar sus deficiencias nunca fue la intención de la medida anunciada en Murcia y apoyada por otros dirigentes como el alcalde de Madrid. El resurgimiento del nacionalismo español, que permaneció aletargado tras haber sido explotado por la dictadura franquista, ha traído una competición entre políticos por exhibir su patriotismo, casi siempre cayendo en su lado más rancio.

Urge revisar el significado del concepto.

La pandemia del coronavirus ha mostrado con claridad qué es patriotismo y qué no. Por un lado, los sanitarios que se jugaron la vida en el frente hospitalario, los policías y soldados que entraron en residencias para salvar a ancianos moribundos o los ciudadanos que costean esos servicios cumpliendo con el pago de sus impuestos. En el otro, partidos que aprovecharon la crisis para buscar un puñado de votos, ciudadanos que se fueron de parranda en contra de las normas, poniendo en riesgo a los demás, o esos directivos de grandes empresas que, en mitad de la dura crisis económica, están despidiendo a miles de trabajadores, no porque vayan a perder dinero, sino para ganar más.

El político auténticamente patriota es hoy una especie en extinción. No se mide por el tamaño de la bandera que enarbola o lo mucho que grita su amor a la nación. Es un servidor público que mira por el bien común, gasta los recursos sin olvidar que proceden del esfuerzo de todos y combate la polarización que está agrietando nuestra sociedad. Lo contrario del patriotismo excluyente y folclórico de Vox, el partido de extrema derecha que impulsa el himno en las escuelas y que, sin embargo, flaquea cada vez que se enfrenta a una verdadera prueba patriótica.

Cuando hace un año un millar de españoles morían al día por la COVID-19, en una crisis global que países como España gestionaron deficientemente, la extrema derecha renunció a la crítica constructiva y acusó al gobierno central de aplicar “una eutanasia feroz” a los ancianos que agonizaban, movilizó a sus partidarios en las calles y rompió el espíritu de unidad con el que el país había afrontado la tragedia.

Vox, la tercera fuerza parlamentaria en España, tampoco supo escoger bando cuando en mayo, en un flagrante caso de chantaje migratorio, Marruecos envió a más de 12.000 de migrantes a la ciudad española de Ceuta, poniendo en riesgo la vida de sus ciudadanos y desbordando a las autoridades. Su líder, Santiago Abascal, viajó a la zona y responsabilizó al presidente Pedro Sánchez de permitir la “invasión” de migrantes. Para entonces, hasta autoridades marroquíes habían admitido que su acción fue una respuesta por la posición española respecto al Sahara occidental.

La explotación de los sentimientos nacionalistas es parte de la esencia de los populismos, que buscan la confrontación en la sociedad y propagan una visión simplista del patriotismo. Quienes discrepan de sus políticas son descritos como traidores y presentados como una amenaza a combatir. Y así, se ofrecen como salvapatrias, conscientes de que su discurso será mejor recibido cuanto peor se perciba el estado de las cosas. Ante la incertidumbre, ofrecen el supuesto ideal de un país más homogéneo, seguro y, por supuesto, patriótico. Su punto débil es que rara vez secundan el principio con el ejemplo.

Imitando el “America first” de Donald Trump, Abascal asegura en sus mítines que “lo primero es España, no sus partidos y no sus intereses”. Pero el líder de Vox es un producto de esos intereses y la política clientelar que ha convertido a los partidos españoles en agencias de colocación de amigos y militantes.

El político bilbaíno dirigió la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social de la Comunidad de Madrid, una entidad que él mismo ha descrito como innecesaria, mientras cobraba un sueldo de 82.491 euros anuales sin tener apenas ocupaciones. Años antes había coescrito su visión del país en un libro con un título ilustrativo: En defensa de España: Razones para el patriotismo español.

Pero no es la incoherencia de la extrema derecha lo que hace de España un caso particular, sino el hecho de que su estrategia sea apoyada por los conservadores tradicionales del Partido Popular (PP). La formación, que en etapas anteriores ha mostrado suficiente sentido de Estado para no hacer batalla política de cuestiones como el terrorismo o la política exterior, se ha sumado a una oposición que confunde la contundencia con la toxicidad. Pablo Casado, presidente del PP, daña las instituciones que aspira a gestionar cuando acusa a Sánchez de ser un presidente “ilegítimo”, una línea que sus predecesores nunca cruzaron.

El resultado es un debate político cada vez menos racional, como se ha visto en la polémica sobre el indulto que Sánchez quiere conceder a los políticos catalanes que impulsaron el desafío independentista. Los impulsores de la secesión, creyéndose su papel mesiánico, ignoraron la voluntad de la mitad de los catalanes y llevaron a la región al borde del precipicio. Las consecuencias son conocidas: su condena por sedición y malversación, una prolongada decadencia económica en Cataluña y una fractura social que sigue sin resolverse.

El presidente Sánchez asegura que la medida de gracia ayudará a reparar el trauma catalán e iniciar un periodo de reconciliación. Sus detractores recuerdan que los condenados no han mostrado arrepentimiento y afirman que volverán a actuar de la misma forma si tuvieran la oportunidad. A partir de ahí, el país podría haber asistido a un debate de propuestas e ideas sobre la mejor forma de superar el conflicto. En su lugar, se han impuesto la crispación y el patriotismo ruidoso. Los favorables al indulto son acusados de traidores y quienes los rechazan de autoritarios.

Es hora de dejar la política en manos de los verdaderos patriotas: aquellos a quienes no les sobra la mitad del país de la que discrepan. Pero esa es una idea que no surge de la nada. Para que penetre en la conciencia social será necesario reformular desde la escuela el concepto de patriotismo, más allá de las banderas o los himnos. La vinculación emocional de las futuras generaciones con la nación será más fuerte si se sostiene en valores cívicos, principios como la solidaridad fiscal para sostener los servicios públicos y la creencia de que la mejor manera de defender a tu país es hacerlo lo más inclusivo, tolerante y diverso posible.

David Jiménez (@DavidJimenezTW) es escritor y periodista de España. Su libro más reciente es El director.

NYT en español.

domingo, 13 de junio de 2021

El negocio de idiotizar

Imagínense por un momento que tienen en la pantalla de su televisor uno de los ya de por sí escasos debates políticos que hoy día programan las cadenas españolas de televisión y que, en lugar de oírlo en nuestro idioma, se dobla con otro desconocido. ¿Podrían diferenciar claramente su formato, las secuencias, el tono, las actitudes, los tiempos, los aspavientos… de el de cualquiera de esos otros «debates» que se dedican a las cosas «del corazón», a pregonar intimidades o a convertir en vulgar escándalo la vida de las «celebrity»?

Lo normal es que no haya mucha diferencia por la sencilla razón de que ambos se producen prácticamente de igual manera, como espectáculo, y se diseñan y empaquetan, por tanto, como un mismo tipo de producto comunicativo y mercantil.

La Real Academia da al término espectáculo tres posibles connotaciones muy significativas: atraer la atención; inducir deleite, asombro, dolor u otros afectos, más o menos vivos o nobles; y causar escándalo o gran extrañeza.

Eso quiere decir que el espectáculo es siempre un producto, la consecuencia provocada, conscientemente buscada y resultado de una estrategia específicamente diseñada y puesta en acción.

Los contenidos de los procesos de comunicación que se conciben para ser espectáculos han de tener, pues, una factura determinada y singular que debe responder a la intención con que sea crea.

Para atraer la atención, el espectáculo en el medio de comunicación debe ser impactante, inmediato y veloz, carente de complejidad y lo más superficial posible para que sea percibido con la menor inversión de tiempo y reflexión. Debe orientarse a mover el ánimo y los afectos primarios e inmediatos, es decir, lo contrario de lo que se necesita para despertar la razón y facilitar el razonamiento, por definición sutiles, complejos y lentos de desplegar. El espectáculo en comunicación ha de basarse y se basa en la simplificación y repetición del lugar común, en el estereotipo, en la anécdota y no en la categoría; ha de evitar la distracción eliminando referencias al contexto y dejando a un lado los matices, buscando la uniformidad a través de mensajes elementales e incluso, a ser posible, vacíos, epidérmicos y emotivos aunque, precisamente por ello, también viscerales, a diferencia de lo que produce la acción reflexiva. En comunicación, el espectáculo debe traducirse en una especie de lenguaje de código máquina, es decir, automáticamente interpretable, porque se dilucida en términos binarios e inequívocamente perceptibles: sí o no, a favor o en contra, bueno y malo, blanco o negro…

En la comunicación, el espectáculo se simplifica y descontextualiza tanto que permite producir contenidos sin necesidad de disponer de información, pronunciarse sin saber, opinar sin tener criterio y afirmar sin comprobar o haber descubierto lo que se dice. Y, sobre todo, el espectáculo, igualmente por definición, es unidireccional. En él, solo se mira, y quien lo contempla no interviene o lo hace rara o incidentalmente; es decir, está concebido para que ocurra exactamente lo contrario que se supone debe ocurrir en los procesos de comunicación, así denominados porque implican una puesta en común en la que se comparte e intercambia.

Las consecuencias no son menos sabidas. El espectáculo desnaturaliza la comunicación porque solo fluye de un lado a otro y distrae. Relaja, en todos los sentidos del término, el cuerpo y nuestro cerebro. Nos hace idiotas en el sentido griego de la palabra (quien se aleja de sí mismo y de la polis) y en el latino (persona sin educación e ignorante) porque nos ensimisma y aísla del contexto en que se desenvuelve y explica nuestra experiencia.

Y todo ello resulta especialmente trascendente cuando lo que convierten los medios en espectáculo es el debate político. Entonces, este se escenifica y se construye artificialmente, deja de ser un diálogo natural o un reflejo veraz y espontáneo de lo que ocurre fuera. Se modela y se perfecciona estratégicamente y, por tanto, se redibuja y reconstruye. El «paquete» del debate político convertido en espectáculo es banal y a ser posible entretenido, bipolar, superficial, nunca en profundidad, provocador, anecdotizante y emotivo, buscando, sobre todo, el impacto emocional a fuerza de promover artificialmente el choque, el desencuentro y la contienda. En los países anglosajones lo llaman la politainment, la política como entretenimiento y espectáculo.

Si los resultados de todo ello son lamentables cuando se trata de la moderna «prensa rosa» televisiva que convierte los platós en sucios lavaderos, no es menor la degradación de la discusión política visceral, descuartizada y dicotómica que se promueve a conciencia con tertulianos de tan escasa vergüenza y escrúpulos como falta de saber, educación y conocimientos.

La exposición fiel del contraste social, la deliberación sosegada y el debate político riguroso en los medios de comunicación no son cualquier cosa, ni un lujo: son la fuente de alimentación de la democracia, su presupuesto genuino, una condición sine qua non para que exista.

Para disimular el daño, se quiere hacer creer que si los medios han convertido en espectáculo cada día más ámbitos de la vida social y, entre ellos, el debate político, es como consecuencia de un proceso natural e inevitable, fruto del desarrollo material y tecnológico de las industrias de la comunicación de nuestro tiempo. Y, por otro, porque eso es lo que demanda una población que no tiene afán de conocimiento sino que solo desea entretenerse y saber aquello que confirma sus creencias previas. Pero no creemos que eso sea cierto.

La tendencia hacia el predominio del espectáculo en la producción de los medios es la consecuencia de convertir la comunicación en una mercancía que hay que rentabilizar, procurándose una demanda lo más amplia y fidelizada posible, lo que solo se puede conseguir recurriendo a contenidos planos que puedan ser susceptibles de atraer a cualquier tipo de consumidores. Es decir, ofreciendo contenidos no sutiles, susceptibles de ser asumidos sin distinción ni criterio, superficiales. Y ha sido la oferta masiva de ese tipo la que ha creado su propia demanda porque, al difundir esos contenidos, conforma también al tipo de sujeto social que los prefiere, un ser cada vez más aplanado y vacío, conformista, que rehúye las verdades incómodas o todo aquello que ponga en cuestión su esqueleto normativo particular.

No es cierto, por lo tanto, que la deriva hacia la conversión en espectáculo de cualquier dimensión de la vida humana, incluso de las que nos pueden resultar más dolorosas o repugnantes, sea algo natural e inevitable. Es la conversión de los medios en puro comercio, su sometimiento al afán de lucro, la búsqueda de cada vez más ganancias, lo que lo provoca. Es la consecuencia de que se permita hacer negocio idiotizando a la gente.

Y no es verdad tampoco que eso sea una expresión de una demanda social autónoma e inamovible. Es innegable que el espectáculo que brindan los medios tiene hoy día una demanda extraordinaria, incluso mayoritaria o dominante. Pero también lo es que mucha y cada vez más gente huye de estos contenidos, a pesar de que la inercia en este tipo de consumo es una fuerza muy poderosa y aún cuando esa huida no es gratuita. En España, el número de abonados a la televisión de pago supera ya los 8,2 millones de personas.

Si de verdad queremos vivir en democracia hay que garantizar que la población delibere en condiciones de auténtica libertad y eso significa que hay que impedir que el debate político se prostituya, como ocurre cuando se convierte en el espectáculo que, en lugar de promover el conocimiento y la capacidad efectiva de elección, siembra la confusión y aviva el fuego del enfrentamiento e incluso del odio civil.

Es imprescindible que los medios públicos se conviertan en el espacio natural de estos debates, quizá la forma más auténtica de mostrar que se encuentran realmente al servicio del interés general. Pero también hay que exigir que el debate que se desarrolla en los medios privados sea plural, reflexivo, ciudadano y no cainita, formativo y habilitador de la capacidad de preferir y decidir auténticamente en libertad.

Blog de Juan Torres López

sábado, 12 de junio de 2021

La empatía como motor del cambio de los hombres

José Ángel Lozoya Gómez

Durante mucho tiempo sostuve que, si se nos pretendía reprochar algo a los hombre e invitarnos al cambio, había que decirnos las cosas claras y de la forma más directa posible. Si percibíamos que alguien andaba buscando el momento oportuno y el modo de decírnoslo para no herir nuestra susceptibilidad, sospechábamos que nos quería llevar al huerto y nos poníamos a la defensiva. Era por tanto preferible un hachazo verbal, como el titular de una noticia impactante, y luego, si no nos cerrábamos en banda, cabía explicarnos la letra pequeña. Supongo que era el modo en que mejor me habían llegado los mensajes que consiguieron cambiarme. Una dureza que reclama las cosas claras y a la cara, sin paños calientes.

Siempre he creído que nuestras responsabilidades se incrementan a medida que conocemos el impacto de nuestras acciones, omisiones o silencios. Esto me lleva a ser más severo con los comportamientos machistas de los hombres que se presentan como defensores de la igualdad que con aquellos que ni se plantean su necesidad. Aunque también creo que apenas quedan adultos de este último grupo y que los varones nos dividimos entre los que pretendemos la igualdad y quienes la combaten.

Los que compartimos los objetivos feministas combatimos los privilegios y las resistencias masculinas al cambio, pero nos cuesta llegar a quienes empiezan a recorrer el camino hacia la igualdad, entre otras cosas por la superioridad subjetiva con que les afeamos sus contradicciones. Es como si la intransigencia con que los juzgamos nos hiciera más igualitarios, y excusara lo indulgentes que podemos llegar a ser con nuestra falta de coherencia y múltiples escaqueos. Como si nuestra capacidad de aparentar ser receptivos a los discursos feministas nos hiciera implacables con el resto de los varones, legitimando cierto postureo y reduciendo nuestras propias responsabilidades.

Hace años pregunté a un grupo de drogadictos que trataban de superar sus dependencias “por qué hay nueve hombres por cada mujer en los centros de rehabilitación, si hombres y mujeres prueban las drogas en la misma proporción”. Me contestaron que “las mujeres pueden ser, pero los hombres tenemos que ser”. Que ellas abandonen las conductas de riesgo significa que son prudentes, pero que lo hagan ellos indica que son cobardes. Y hace mucho menos, el macho alfa de un grupo de jóvenes que cumplían condena en una cárcel andaluza reconocía que hacía falta más valor para negarse a poner la vida en peligro con el resto de su pandilla que para jugársela con ellos.

Desde entonces evito decirle a ningún hombre lo que “tiene que ser” o lo que debe hacer, y me molesta el tono de superioridad con que algunos lo hacen. No sé por qué hablan de “lo que tienen que hacer los hombres” quienes parecen estar de vuelta de todo sin haber ido a ningún sitio, y se permiten olvidar las dificultades del camino que han tenido que recorrer para alcanzar el grado de deconstrucción que han conseguido. Ni entiendo la falta de empatía hacia los jóvenes, los varones sin estudios, los racializados o los inmigrantes con unos valores sexistas que forman parte de los recuerdos de mi infancia. Valores de los que apenas nos separa una generación.

Tampoco comparto el mensaje que llama a desentenderse de los costes de la masculinidad porque se trate de “daños colaterales del disfrute de los privilegios”, porque sé que visibilizarlos ayuda a entender que no siempre los beneficios que reportan estos privilegios son tantos como se pretende. Y porque, cuando llamamos a ignorarlos, mostramos el mismo desprecio hacia el dolor de los hombres como el que muestran los militares que nos hablan de las muertes, heridos y "daños colaterales" que acompañan muchas operaciones militares.

La lucha personal por la igualdad implica superar muchas resistencias y dificultades, y cada cual las vence como puede, a su propio ritmo, presionado por su entorno y por quienes más lo quieren: sus parejas, sus amigas, algún amigo… personas que suelen afearles sus machismos sin concesiones pero desde la empatía. A muchos hombres nos resulta más fácil pontificar que dialogar, contar cosas que aprender a escuchar. Por eso abundan los discursos para iniciados y escasean aquellos capaces de llegar a los varones menos receptivos; escasean discursos capaces de motivar a los confundidos por una igualdad que les presiona con mensajes contradictorios. Niños de primaria acusados del machismo en el que se les está socializando; jóvenes y adultos a los que resulta más fácil descalificar y etiquetar, por ser como se les pidió que fueran, que escucharlos para encontrar fórmulas que ayuden a iniciar con ellos diálogos productivos.

Nunca me gustó, aunque llegó a emocionarme, la canción de Facundo Cabral que repite una y otra vez eso de “Pobrecito mi señor que cree que el pobre soy yo”. No creo que haya que blanquear conductas impresentables, no creo que haya que hablar de sororidad masculina o tratar de justificar la menor de las complicidades, pero me parece razonable esperar la mínima empatía necesaria, la que hace falta sentir hacia aquel al que se quiere ayudar, conscientes de que la vida es el camino y la meta solo es el final de una etapa.

Sevilla, mayo 2021
[José Ángel Lozoya Gómez es miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad]
10/5/2021

viernes, 11 de junio de 2021

Los sagaces sarcasmos de Karl Marx a propósito de los «gobiernos técnicos»

De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate periodístico de todo el mundo por el análisis y el pronóstico del carácter cíclico y estructural de las crisis capitalistas, Marx también podría leerse hoy en Grecia e Italia por otro motivo: la reaparición del «gobierno técnico». En calidad de periodista de la New York Tribune, […]

De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate periodístico de todo el mundo por el análisis y el pronóstico del carácter cíclico y estructural de las crisis capitalistas, Marx también podría leerse hoy en Grecia e Italia por otro motivo: la reaparición del «gobierno técnico».

En calidad de periodista de la New York Tribune, uno de los diarios con mayor difusión de su tiempo, Marx observó los acontecimientos político-institucionales que llevaron en la Inglaterra de 1852 al nacimiento de uno de los primeros casos de «gobierno técnico» de la historia: el gabinete Aberdeen (diciembre de 1852/enero de 1855). El análisis de Marx resulta notabilísimo en punto a sagacidad y sarcasmo.

Mientras el Times celebraba el acontecimiento como signo del ingreso «en el milenio político, en una época en la que el espíritu de partido está destinado a desaparecer y en la que solamente el genio, la experiencia, la laboriosidad y el patriotismo darán derecho al acceso a los cargos públicos», y pedía para ese gobierno el apoyo de los «hombres de todas las tendencias», porque «sus principios exigen el consenso y el apoyo universales»; mientras eso decían los editorialistas del diario londinense, Marx ridiculizaba la situación inglesa en el artículo «Un gobierno decrépito. Perspectivas del gabinete de coalición», publicado en enero de 1853. Lo que el Times consideraba tan moderno y bien atado, lo presentó Marx como una farsa. Cuando la prensa de Londres anunció «un ministerio compuesto de hombres nuevos», Marx declaró que «el mundo quedará un tanto estupefacto al enterarse de que la nueva era de la historia está a punto de ser inaugurada nada menos que por gastados y decrépitos octogenarios (.), burócratas que han venido participando en casi todos los gobiernos habidos y por haber desde fines del siglo pasado, asiduos de gabinete doblemente muertos, por edad y por usura, y sólo con artificio mantenidos con vida».

Aparte del juicio personal estaba, claro es, el juicio, más importante, sobre la política. Se pregunta Marx: «cuando nos promete la desaparición total de las luchas entre los partidos, incluso la desaparición de los partidos mismos, ¿qué quiere decir el Times?». El interrogante es, desgraciadamente, de estricta actualidad en un mundo como el nuestro, en que el dominio del capital sobre el trabajo ha vuelto a hacerse tan salvaje como lo era a mediados del siglo XIX.

La separación entre lo «económico» y lo «político», que diferencia al capitalismo de modos de producir que lo precedieron, ha llegado hoy a su cumbre. La economía no sólo domina a la política, fijándole agenda y decisiones, sino que le ha arrebatado sus competencias y la ha privado del control democrático, y a punto tal, que un cambio de gobierno no altera ya las directrices de la política económica y social.

En los últimos 30 años, inexorablemente, se ha procedido a transferir el poder de decisión de la esfera política a la económica; a transformar posibles decisiones políticas en incontestables imperativos económicos que, bajo la máscara ideológica de lo apolítico, disimulan, al contrario, un injerto netamente político y de contenido absolutamente reaccionario. La «redislocación» de una parte de la esfera política en la economía, como ámbito separable e inalterable, el paso del poder de los parlamentos (ya suficientemente vaciados de valor representativo por los sistemas electorales mayoritarios y por la revisión autoritaria de la relación entre poder ejecutivo y poder legislativo) a los mercados y a sus instituciones y oligarquías constituye en nuestra época el mayor y más grave obstáculo atravesado en el camino de la democracia.

Las calificaciones de Standard & Poor’s o las señas procedentes de Wall Street -esos enormes fetiches de la sociedad contemporánea- valen harto más que la voluntad popular. En el mejor de los casos, el poder político puede intervenir en la economía (las clases dominantes lo necesitan, incluso, para mitigar las destrucciones generadas por la anarquía del capitalismo y la violencia de sus crisis), pero sin que sea posible discutir las reglas de esa intervención, ni menos las opciones de fondo.

Ejemplo deslumbrante de cuanto llevamos dicho son los sucesos de estos días en Grecia y en Italia. Tras la impostura de la noción de un «gobierno técnico» -o, como se decía en tiempos de Marx, del «gobierno de todos los talentos»- se oculta la suspensión de la política (referéndum y elecciones están excluidos), que debe ceder en todo a la economía. En el artículo «Operaciones de gobierno» (abril de 1853), Marx afirmó que «acaso lo mejor que pueda decirse del gobierno de coalición (‘técnico’) es que representa la impotencia del poder (político) en un momento de transición». Los gobiernos no discuten ya sobre las directrices económicas hacederas, sino que son las directrices económicas las parteras de los gobiernos.

En el caso de Italia, la lista de sus puntos programáticos se puso negro sobre blanco en una carta (¡que, encima, tenía que haber sido secreta!) dirigida por el Banco central Europeo al gobierno de Berlusconi. Para «recuperar la confianza» de los mercados, es necesario avanzar expeditamente por la vía de las «reformas estructurales» -expresión que ha llegado a ser sinónimo de estrago social-, es decir: reducción de salarios, revisión de los derechos laborales en materia de contratación y despido, aumento de la edad de jubilación y, en fin, privatizaciones a gran escala.

Los nuevos «gobiernos técnicos», encabezados por hombres crecidos bajo el techo de algunas de las principales instituciones responsables de la crisis (véase, hoy, el currículum de Papademos; mañana o pasado, el de Monti), seguirán esa vía. Ni que decir tiene, por «el bien del país» y por el «futuro de las generaciones venideras». De cara a la pared cualquier voz disonante del coro. Pero si la izquierda no quiere desaparecer, tiene que volver a saber interpretar las verdaderas causas de la crisis en curso, y tener el coraje de proponer y experimentar las respuestas radicales que se precisan para superarla.

(*) Marcello Musto es profesor de Ciencia Política en la York University de Toronto y editor del libro recientemente publicado en castellano: «Tras las huellas de un fantasma. La actualidad de Karl Marx>>. Siglo XXI, 2011. Su web es: http://www.marcellomusto.com/

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4558

jueves, 10 de junio de 2021

_- Entrevista al historiador Julián Casanova, autor de Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica). “La identificación y el castigo de los nazis fue un tema olvidado a principios de los años 50”.

_- En 1915 y los años siguientes el Imperio Otomano perpetró el genocidio del pueblo armenio: un mínimo de 1 millón de muertos, además del sometimiento a procesos de deportación.

La Operación Reinhard desarrollada por el nazismo en Polonia exterminó en campos de concentración a 1,6 millones de judíos. En febrero de 1945, el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde por la aviación británica y estadounidense se saldó con un mínimo de 35.000 muertos. En la posguerra española, el terror franquista ejecutó al menos a 50.000 personas. Y ya en la década de los 90 del siglo pasado, las guerras de Yugoslavia podrían haber concluido con 200.000 víctimas mortales, la mitad musulmanes.

Son datos que figuran en el último libro del historiador Julián Casanova, Una violencia indómita. El siglo XX europeo, editado por Crítica en septiembre de 2020. Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University de Budapest. Ha publicado, entre otros volúmenes, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939; Europa contra Europa, 1914-1945; y La venganza de los siervos, Rusia 1917. Su libro más reciente dedica un apartado a la memoria. “El proceso de desnazificación fue limitado”, afirma. Una violencia indómita podría tener una prolongación en mayo de 2021, cuando el gobierno alemán reconoció el genocidio cometido entre 1904 y 1907 en la colonia de África del Sudoeste, actual Namibia.

-¿Ha prestado, en general, poca atención la historiografía a la Europa Central y del Este en favor de la Europa Occidental? ¿Por qué razón?
La principal razón es el dominio de la historiografía occidental -británica, francesa y alemana- que ha analizado el continente desde la perspectiva política, diplomática y militar de sus países. Ese foco tan centralizado en Europa occidental ha impedido reconocer la relevancia del centro y este de Europa en todos los grandes acontecimientos del siglo XX. Y salvo en Gran Bretaña y Alemania no hay muchos especialistas en esa amplia zona central y oriental de Europa.

-¿Qué casos de genocidio o grandes matanzas destacarías a lo largo del siglo XX?
No se trata tanto de reconocer la singularidad y relevancia del Holocausto o de los crímenes de Stalin, algo que se ha hecho en profundidad desde hace décadas, como de identificar la cultura de la violencia y del asesinato vinculada a la ideología de la raza, nación, religión o clase social. El paso de las políticas discriminatorias a las de exterminio fue a menudo provocado en esa primera mitad del siglo XX por conflictos entre Estados más que por agendas internas y generalmente tuvo repercusiones más allá de las fronteras de cada país, causando desestabilización regional y movimientos masivos de refugiados. En mi libro he examinado además con detalle la violencia sexual, desde la guerra civil en Irlanda o en España, a las dictaduras fascistas o comunistas, pasando por los ejemplos de limpieza étnica en Armenia y paramilitarismo antibolchevique y antisemita en los países derrotados en la Primera guerra Mundial.

-El libro explica cómo la Alemania nazi y la Unión Soviética hicieron uso de la violencia. ¿Existen ejemplos similares perpetrados por las democracias occidentales?
Desde finales del siglo XIX, antes de la Primera Guerra Mundial, las rivalidades políticas y nacionalistas de los principales imperios europeos actuaron de propulsores en la frenética pelea por África y por la adquisición de colonias. Un proceso acompañado de excesos y manifestaciones violentas, en el que desempeñó un papel importante la adopción de elementos básicos del darwinismo social, la interpretación de la vida y del desarrollo humano como una cruel lucha por la supervivencia donde los fuertes dominaban a los débiles.

El imperialismo tuvo efectos devastadores y la violencia utilizada para sofocar la resistencia indígena anticipó lo que tanto impactó después, porque se creía que nunca antes había ocurrido, en el frente oeste durante la Primera Guerra Mundial. Las políticas racistas y de exterminio dejaron baños de sangre, con varios millones de víctimas entre todos ellos, en el dominio británico de Sudáfrica, el alemán de África del Sudeste, la actual Namibia, y especialmente en el de Leopoldo II como “reino soberano” en el Congo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, con democracia consolidada por primera vez en la historia de los países de Europa occidental, la violenta derrota del militarismo y de los fascismos allanó el camino para el control de la violencia. Pero desde comienzos de los años sesenta, los principales países europeos occidentales estuvieron implicados en una guerra contra rebeliones nacionalistas en sus colonias. Persistentes delirios de grandeza llevaron a estadistas europeos a librar guerras en ultramar, en la Indonesia holandesa, en la Indochina y Argelia francesas y en las colonias británicas de Malasia y Kenia.

Fueron guerras “sucias”, que rompieron las reglas de las Convenciones de Ginebra que esos poderes habían firmado, con abundantes episodios de tortura y violación. Pero el caso que ilustra mejor la continuidad con la cultura militar de la violencia que se creía superada en las democracias occidentales fue la guerra combatida por Francia contra el movimiento de independencia de Argelia, entre 1954 y 1962, en la que salieron a la luz numerosos casos de tortura por parte del ejército y de violencia sexual contra las mujeres argelinas.

-¿Cómo resumirías el impacto de la Segunda Guerra Mundial en la población de la URSS?
La Segunda Guerra Mundial fue el escenario que propició el paso desde políticas de discriminación y asesinatos a las genocidas. Fue una guerra total con una serie de guerras paralelas. Comenzó como una guerra entre grandes potencias territoriales. En 1941, tras la renuncia unilateral por parte de Hitler al Pacto Alemán-Soviético que había sido el preludio al reparto de Polonia, la guerra se convirtió en un combate desesperado para la sobrevivencia de la Unión Soviética amenazada de aniquilamiento por la Alemania nazi.

En territorio soviético aparecieron en aquellos años, y además juntos, los elementos básicos que identifican históricamente la guerra total y el genocidio. Por un lado, la búsqueda de la destrucción absoluta del enemigo, la movilización de todos los recursos del estado, la sociedad y la economía y el control completo de todos los aspectos de la vida pública y privada. Por otro, la deshumanización de las víctimas y la ejecución de los planes de eliminación sistemática por parte de las fuerzas armadas y de los grupos paramilitares especiales alemanes.

-Por otra parte, ACNUR calculaba que a finales de 2019 había 79,5 millones de personas desplazadas en el mundo por conflictos o persecuciones. ¿Pueden rastrearse antecedentes en el libro?
Las purgas, los asesinatos y sobre todo la expulsión y deportación de millones de personas produjeron un trastorno demográfico enorme en Europa Central y del Este durante todo el siglo XX. La práctica de deportar minorías nacionales no comenzó con la Segunda Guerra Mundial. La Primera Guerra Mundial, las revoluciones y guerras en Rusia y el intercambio de población greco-turca en 1923 constituyeron puntos vitales de referencia en las décadas anteriores.

Pero la Segunda Guerra Mundial rompió todos los registros. Según el pionero estudio de Eugene M. Kulischer, entre el estallido de la guerra y comienzos de 1943 más de treinta millones de europeos fueron obligados a cambiar de país, deportados o dispersados, mientras que desde 1943 a 1948 otros 20 millones tuvieron que moverse. Según su cálculo, unos 55 millones fueron desplazados por la fuerza en menos de una década, 30 millones como resultado de la invasión nazi y el resto como consecuencia de la derrota alemana. En los dos años posteriores al final de la guerra, 12.5 millones de refugiados y expulsados de los países del Este llegaron a Alemania.

-¿Qué dimensiones tuvo la violencia sexual en las guerras de la antigua Yugoslavia?
Yugoslavia apareció desde comienzos de los años noventa en las portadas de todos los medios de comunicación, con historias de masacres, violaciones, expulsiones y desplazamientos de población.

Pero si por algo destacó la violencia en aquellas guerras de sucesión de Yugoslavia fue por las violaciones de mujeres musulmanas en Bosnia-Herzegovina, un plan de terror organizado y orquestado por el mando militar serbio-bosnio. La información de esas violaciones masivas –y también sobre las que ocurrieron por los mismos años en Ruanda- y el subsiguiente reconocimiento internacional como crímenes de guerra dio “legitimidad intelectual y urgencia ética” a estudiar la violencia sexual en todas las guerras anteriores.

Las torturas y el asesinato acompañaron a las violaciones masivas en Bosnia-Herzegovina, con el objetivo de destruir a la comunidad musulmana. Esas violaciones, escenificadas en muchas ocasiones en público, no fueron el resultado de esporádicos estallidos de ira o de emociones enloquecidas por la guerra, sino “una política racional” planificada por la dirección política y militar serbia en Serbia y Bosnia-Herzegovina.

-Por último, Una violencia indómita. El siglo XX europeo dedica un epílogo a la memoria (“Pasados fracturados, presentes divididos”). ¿Rompió de manera drástica la Alemania de posguerra con el nazismo?
Tras los dos primeros años de posguerra, la violencia, las sentencias y los castigos de fascistas y nazis decrecieron en Europa y pronto llegaron las amnistías, un proceso acelerado por la Guerra Fría, que devolvieron el pleno derecho de ciudadanos a cientos de miles de ex nazis, sobre todo en Austria y Alemania.

En el Este, fascistas de bajo origen social fueron perdonados e incorporados a las filas comunistas y se pasó de perseguir a fascistas a “enemigos del comunismo”, que a menudo eran izquierdistas, mientras que en Occidente, donde las coaliciones de izquierdas se cayeron a pedazos en 1947, la tendencia fue perdonar a todo el mundo.

La identificación y el castigo de los nazis había acabado en 1948 y era un tema olvidado a comienzos de los años cincuenta. En 1952 un tercio de los funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Federal Alemana eran antiguos nazis, mientras que dos quintos de los miembros del cuerpo diplomático habían estado en las SS. En la República Democrática muchos ex nazis pasaron a las filas del Partido Comunista, algo que fue común también en otros países de Europa del Este.

El proceso de desnazificación, por lo tanto, fue limitado.

miércoles, 9 de junio de 2021

Una agenda inédita en el G7 que acaba con cuarenta años de mentiras.

Desde los años ochenta del siglo pasado, cuando comenzaron a liberalizarse los movimientos de capital y a crearse espacios prácticamente libres de impuestos, los paraísos fiscales que permiten eludirlos a las grandes empresas multinacionales, multitud de economistas críticos, activistas y organizaciones de todo tipo venimos pidiendo que se acabe con esa injusticia tan vergonzosa.

La respuesta de los economistas al servicio de las corporaciones, de los líderes políticos y los organismos internacionales era siempre la misma, a pesar de que la evidencia demostraba lo contrario: es técnicamente imposible evitar esa elusión fiscal y, además, no conviene hacerlo porque entonces se perjudicaría a la inversión y el empleo.

Mentían descaradamente y la prueba de llevábamos razón es que este fin de semana se reúne el G7, el grupo de los siete países más poderosos del planeta, para discutir una propuesta del presidente de Estados Unidos verdaderamente revolucionaria, al menos, en comparación con lo que hasta ahora viene ocurriendo: establecer un impuesto mínimo internacional sobre los beneficios de las empresas multinacionales.

La práctica habitual de estas grandes corporaciones consiste en manipular su contabilidad para ubicar los beneficios que obtienen en diferentes países en aquellos en donde los impuestos son mínimos o incluso inexistentes y eso es lo que trata de evitar la propuesta que Estados Unidos ha puesto sorprendentemente sobre la mesa.

En estos momentos no se sabe la fórmula exacta que finalmente adopte el G7 (incluso puede ser que ahora no apruebe nada y traslade la decisión a la reunión de julio del G20) pero es muy improbable que la medida tenga marcha atrás, así que podemos decir que, por fin, la suerte de los paraísos fiscales y de la elusión fiscal generalizadas comienza a estar echada.

El impuesto que se está proponiendo tendría dos pilares. Por un lado, todos los países dispondrían de una parte de las ganancias obtenidas por las empresas multinacionales en su territorio y, por otro, también podrían establecer una tasa mínima adicional sobre los beneficios obtenidos en el extranjero por las empresas que tengan sede en su jurisdicción.

A partir de ahí, sin embargo, pueden surgir diferentes alternativas que pueden hacer más o menos efectivo el impuesto, generar distintos volúmenes de ingresos fiscales y producir un reparto de la recaudación también más o menos desigual entre los países.

Estados Unidos, por ejemplo, ya ha bajado su propuesta inicial del 21% al 15%, propone que al aprobar este impuesto desaparezcan los que hasta ahora han venido estableciendo algunos países sobre empresas de servicios digitales y contempla umbrales de ingresos que haría más reducido el número de multinacionales afectadas. La OCDE, por su parte, está materializando la propuesta de Estados Unidos de forma que beneficie principalmente a los países más ricos (10% de la población mundial y 45% del PIB) porque contempla que la mayor parte del ingreso fiscal adicional (60% del total) vaya a los países en donde tienen su sede las grandes corporaciones, justamente los del G7 y algunos pocos más.

Desgraciadamente, el carácter nada democrático de estos encuentros de los países más poderosos impide que se discutan y aprueben otras propuestas más eficaces y equitativas.

Por ejemplo, la de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional que propone que el tipo de un impuesto de esta naturaleza sea del 25%; u otra mucho más elemental y justa de Tax Justice Network: la distribución del ingreso adicional que se obtenga en función del lugar en dónde se lleve a cabo la actividad real (ventas y empleo) de las empresas multinacionales y no principalmente de su sede.

Las diferencias según se adopten unas soluciones u otras son considerables. Con esta última de Tax Justice Network no solo se conseguiría más equidad y no seguir perjudicando a los países más pobres sino recaudar más (460.000 millones de dólares anuales) que con la propuesta de la OCDE (275.000 millones) con la misma tasa del 15%, o 640.000 millones frente a 540.000 millones, con una del 21%.

En estos momentos es imposible saber cómo concluirá la cumbre y, mucho menos, la solución de imposición internacional que finalmente se adopte. Incluso cabe temer que la propuesta inicial de Estados Unidos siga avanzando a la baja, sobre todo, porque los líderes europeos no están siendo capaces de asumirla con decisión. Pero, sea cual sea el resultado, lo cierto es que se ha tenido que reconocer por fin que los privilegios concedidos a las grandes empresas son una vergüenza y que los argumentos ofrecidos durante todos estos años para mantenerlos son simples mentiras.

La propuesta que está en la agenda del G7 es inaudita e incluso revolucionaria, como he dicho, pero queda todavía mucho camino por delante. Con mayor o menor convicción, con ella se reconocen de facto dos principios fundamentales. Uno, que las empresas multinacionales maximizan sus beneficios a escala mundial y que, por tanto, deben estar sujetas a impuestos globales; y otro, que estos impuestos deben ser de mínimos en todos los países, para que no haya posibilidad de que trasladen sus beneficios de un lugar a otro. Quedan por reconocer de modo efectivo otros dos también fundamentales que plantea Tax Justice Network: obligar a que las empresas multinacionales proporcionen información transparente, actualizada y rigurosa sobre su actividad y beneficios en todos los países en donde llevan a cabo su actividad, y ubicar la toma de decisiones en organismos como Naciones Unidas y no G7, G20 o la OCDE, en donde puedan estar representados todos los países y no solo los más ricos y poderosos.

Si se ha conseguido lo más difícil, echar por tierra las mentiras neoliberales de los últimos decenios, no será imposible conseguir lo que queda por delante.

Fuente: https://blogs.publico.es/juantorres/2021/06/04/una-agenda-inedita-en-el-g7-que-acaba-con-cuarenta-anos-de-mentiras/

martes, 8 de junio de 2021

_- ‘Robots asesinos’: cuando el que decide matar es un algoritmo

_- Las armas que operan sin mediación humana hacen tambalear las convenciones internacionales sobre las guerras 

Las Convenciones de Ginebra constituyen la columna vertebral de la legislación humanitaria sobre la guerra y los robots asesinos, explica Rahul Uttamechandani, abogado experto del gabinete de Legal Army contravienen "todos los preceptos sobre los que se basan las guerras modernas". 

Los básicos son: 

El de humanidad (toda persona que no participa en las hostilidades debe ser tratada humanamente) 

necesidad (no usar armas que causen daños excesivos) 

proporcionalidad (no se debe causar al adversario males desproporcionados en relación con el objetivo), y 

distinción (hay que diferenciar en todo momento entre la población y los combatientes)

El País.

lunes, 7 de junio de 2021

_- Diagnóstico en enfermería

_- Donde hay vida hay conflicto. En ningún lugar hay más paz que en un cementerio. Allí nadie molesta a nadie, nadie se pelea o discute con otro por asuntos importantes o livianos, nadie engaña a nadie, nadie agrede o golpea al prójimo. Cada uno está en su sitio y no trata de aprovecharse de nadie. Pero no queremos ir a ese lugar ni a la fuerza. Cuanto más tarde, mejor. No queremos esa paz. Preferimos la vida, aunque la vida entrañe conflictos.

Ahora bien, los conflictos pueden afrontarse o dejarse pudrir. Para solucionar un conflicto resulta fundamental que el diagnóstico sea preciso. Cuando no se diagnostica bien un conflicto se corre el riesgo de buscar soluciones no solo inútiles sino contraproducentes, que lo perpetúan y lo agravan.

Diagnosticar un conflicto exige conocer bien la realidad, analizarla desde todas sus perspectivas, recoger la opinión de quienes son sus protagonistas. Es preciso conocer su génesis y su evolución. Los motivos que lo han suscitado y aquellos otros que hacen que se mantenga en el tiempo y se encone.

Intervenir en un conflicto sin haber diagnosticado bien cuál es si origen, su naturaleza y su evolución es correr el riesgo de agravarlo y de suscitar nuevos núcleos problemáticos y dañinos. Por precipitación, por ligereza, por falta de rigor.

En mi libro “Ideas en acción” (un libro que es más para hacer que para leer) presento 70 ejercicios para mejorar la enseñanza y para promover el desarrollo emocional.

Nace este libro en la cafetería de la Facultad de Educación cuando una querida compañera y amiga me hace la propuesta de que recopile las prácticas que utilizo en las clases y en las conferencias para que puedan utilizarlas otras personas, ya que las considera de gran utilidad didáctica. Consideré que era una buena idea y me puse manos a la ora. Recopilé más de un centenar de actividades y las fui agrupando bajo diversos epígrafes: lenguaje, enseñanza y aprendizaje, evaluación, diversidad, creatividad, género, comunicación, diálogo, conflictos, educación sentimental… (Tuve que dejar muchas fuera del libro, hasta tal punto que alguna vez he pensado preparar una segunda publicación que podría llevar el título “Más ideas en acción” ya que creo que el título es apropiado para el contenido). Se trata de ver cómo algunas ideas funcionan en la práctica, cómo se ejemplifican y se encarnan en la acción.

Invito a mis alumnos y alumnas a que sean buenos recopiladores, a que vayan haciendo su propio catálogo de prácticas. Una que han realizado en clase, otra que han leído en un libro, una más que un compañero ha comentado… Digo esto porque cada una de ellas, llevada a la acción, recibe la impronta de quien la realiza. Además, les insto a crear alguna dando respuesta a la pregunta siguiente: ¿cómo puede explicarse esta idea de forma práctica?

Estos ejercicios tienen una finalidad intelectual: mostrar de forma clara y dinámica una idea, una teoría, una reflexión… Pero tienen también una pretensión didáctica. Todas tienen una brizna de ingenio, de chispa, de gracia. Sirven para romper la monotonía de una discurso y para hacer partícipes de la acción a quienes no solo van a escuchar sino a ser interpelados por la actividad.

He elegido una de ellas porque me interesa plantear hoy, como decía al comienzo, una cuestión que considero decisiva en todos los ámbitos de la vida: en la política, en la escuela, en la familia, en la empresa, en el deporte, en la fábrica, en la calle… En todos esos ámbitos se producen conflictos entre personas. Me refiero a la necesidad de diagnosticar bien los conflictos para poder intervenir en ellos con racionalidad y con justicia en su solución.

Conocí hace tiempo esta experiencia en un libro de Javier Urra titulado ¿Qué se le puede pedir a la vida? Está publicado por la Editorial Aguilar en 2011. Lo he incluido bajo el epígrafe “Solución de conflictos” en mi libro antes citado.

Un profesor de enfermería pide a sus alumnos y alumnas que realicen una propuesta de intervención para una paciente de la cual expondrá las características más relevantes. ¿Qué habría que hacer con ella?

A continuación lee detenidamente el siguiente texto, en el que se explicitan los rasgos de la paciente a la que tienen que atender.

“Se trata de una paciente que aparenta su edad cronológica. No se comunica verbalmente ni comprende la palabra hablada. Balbucea de modo incoherente durante tres horas. Parece desorientada respecto al espacio y al tiempo, aunque da la impresión de que reconoce su propio nombre. No se interesa ni coopera con su aseso personal. Hay que darle comer alimentos blandos pues carece de piezas dentarias. Presenta incontinencia de heces y orina por lo que hay cambiarla y bañarla a menudo. Balbucea de forma continua y su ropa está siempre manchada. No es capaz de caminar. Su patrón de suelo es errático, se despierta con frecuencia por la noche y con sus gritos despierta a los demás, aunque la mayor parte del tiempo parece tranquila y amable. Varias veces al día y sin causa aparente se pone agitada y presenta crisis de llanto involuntario”.

Finalizada la lectura les concede un tiempo para que hagan la propuesta de intervención. Una vez recogidos los proyectos de los alumnos y las alumnas, les dice que les va a presentar una foto de la paciente. En ese momento les proyecta en una gran pantalla una fotografía de una preciosa niña de tres meses.

Algunos habían hecho una propuesta de intervención para una paciente nonagenaria, desdentada, sin control de esfínteres, con trastornos de sueño y crisis de llanto… Resulta obvio concluir que esas propuestas de intervención resultaban inútiles o perjudiciales para la verdadera paciente. El diagnóstico no podía ser más inadecuado y, por consiguiente, la intervención resultaría contraproducente.

Claro que no solo hace falta diagnosticar bien la naturaleza del problema. Es necesario intervenir de manera racional y justa.

Hay otra exigencia más en la solución de conflictos que pocas veces se tiene en cuenta. Me refiero a la necesidad de evaluación de las intervenciones. Parecería que la buena intención de quien pretende solucionar un problema es suficiente para que se consiga la pretensión que se busca. Y no siempre es así.

Me preocupa mucho a la hora de hacer análisis el rigor de los nexos causales que se estableces entre lo que consideramos causas y efectos. La lógica de autoservicio hace que neguemos algunos nexos evidentes o que inventemos otros que a un analista riguroso le costaría descubrir.

Es importante diferenciar la comprobación y la atribución. Una cosa es comprobar lo que ha sucedido con la estrategia de solución y otra muy distinta atribuir las causas a unos hechos u otros.

Y en el proceso de evaluación hay que tener en cuenta los tiempos. Las soluciones no suelen avanzar como las balas. La impaciencia nos lleva a graves errores. No sería razonable plantar una semilla de un manzano en el jardín de la casa en la tarde de un viernes y acudir el sábado con una cesta a recoger las manzanas ya maduras. Los procesos tienen sus ritmos, que no dependen de la voluntad de quienes los contemplan o analizan.

El primer paso para afrontar la solución de los conflictos políticos, sociales, empresariales, escolares, familiares… encalla en un diagnóstico poco riguroso que lleva a soluciones ineficaces o perjudiciales. Todo lo que sigue a ese mal paso inicial, conduce a un fracaso seguro.

El Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra.

domingo, 6 de junio de 2021

_- Cómo el trabajo excesivo nos está matando (literalmente)

_- Algunas sociedades glorifican el exceso de trabajo hasta el punto de agotamiento.

Lisa Choi ignoró los primeros síntomas. Después de todo, esta analista empresarial de 53 años era muy activa, estaba en buen estado físico, montaba frecuentemente en bicicleta, era vegetariana y evitaba la comida chatarra. Estaba lejos de ser la típica víctima de un infarto cardíaco.

Sin embargo, Choi, desde su base en Seattle, EE.UU., estaba trabajando 60 horas a la semana, incluyendo noches y fines de semana. Tenía que cumplir estrictos plazos y manejar complejos proyectos digitales.

Esa carga laboral era completamente normal para ella. "Tengo un trabajo realmente de mucho estrés… por lo general voy a toda máquina", dice.

Pero hace unos meses empezó a sentir como si tuviera el peso de un yunque en el pecho, que empezó a tomar los síntomas con mayor seriedad. En el hospital detectaron que tenía un desgarro en una arteria.

Esa es una señal distintiva la disección coronaria espontánea (DCE), una condición del corazón relativamente rara que en particular afecta a las mujeres y a las personas menores de 50.

Cuando le dijeron que necesitaría una angioplastia para expandir la arteria, Choi pensó: "no tengo tiempo para esto. Tengo traslados agendados en el trabajo y estoy haciendo todo tipo de cosas".

Al igual que Choi, muchas personas también están enfrentando un deterioro en su salud debido a sus intensos horarios de trabajo. Una investigación nueva y seria -descrita como el primer estudio en cuantificar el impacto en la salud de las largas jornadas laborales- ha mostrado lo desoladora que es la situación.

En un artículo publicado el 17 de mayo, los autores, de instituciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), señalan que, cada año, 750.000 personas mueren de enfermedad coronaria isquémica y apoplejía, debido a largas horas de trabajo. (La enfermedad coronaria isquémica involucra la arterosclerosis. La DCE de Choi es diferente a la enfermedad coronaria tradicional, pero el estrés y la alta presión arterial son factores de riesgo en ambas).

En otras palabras, más gente muere por trabajo excesivo que de malaria. Esta es una crisis global, que requiere igual atención de empleados, compañías y gobiernos. Y, si no lo resolvemos, el problema no sólo podría continuar, sino empeorar.

En el estudio, publicado en la revista Environment International, los investigadores analizaron sistemáticamente los datos de largas jornadas de trabajo, definidas como 55 horas o más a la semana; su impacto en la salud y tasas de mortalidad de la mayoría de los países, entre 2000 y 2016. Los autores aplicaron factores de control como género y nivel socioeconómico, para extraer los efectos puros del trabajo excesivo en la salud.

El estudio establece que el trabajo excesivo es el mayor factor de enfermedad ocupacional, responsable de más o menos una tercera parte de la carga total de enfermedades relacionadas con el trabajo. "Yo personalmente, como epidemiólogo, quedé extremadamente sorprendido cuando trabajamos las cifras", dice Frank Pega, especialista técnico de la OMS y principal autor del artículo. "Me sorprendió extremadamente el tamaño de la carga". Describe los resultados como moderados, aunque clínicamente significativos.

Hay dos maneras principales en las que el trabajo excesivo puede reducir la salud y la longevidad. Una es el impacto biológico del estrés crónico, con un repunte en las hormonas del estrés que genera hipertensión y eleva el colesterol.

Luego vienen los cambios de comportamiento. Esas largas jornadas podrían significar dormir poco, hacer escaso ejercicio, comer comida poco sana y fumar y beber para soportarlas.

Y hay razones particulares para preocuparse sobre el trabajo excesivo, tanto mientras estemos en la pandemia de covid-19, como en la vida que tengamos después. La pandemia ha intensificado algunos estreses laborales, al tiempo que genera nuevas formas de cansancio en el lugar de trabajo.

Uno de los cambios en comportamiento puede ser la mala alimentación.

India se ha convertido en el epicentro de la pandemia global, con más de 25 millones de casos de covid-19. Pero la pandemia también está afectando la salud de otras formas.

Sevith Rao, médico y fundador de la Asociación Cardíaca de India, explica que las personas del sur de Asia ya tienen alto riesgo de enfermedad coronaria. Ahora, "con la pandemia de covid, hemos visto un incremento en el trabajo desde casa, lo que ha borrado el equilibrio entre trabajo y vida de muchos individuos, y eso genera alteraciones en patrones de sueño y el ejercicio; a la vez, esto aumenta el riesgo de enfermedad cardiovascular y apoplejía".

Además, la pandemia ha resultado en el peor descenso económico desde la Gran Depresión. A recesiones anteriores le han seguido jornadas laborales más largas. "Parece casi como un efecto perverso", reconoce Pega, en vista del desempleo generalizado durante una recesión. Pero "la realidad parece ser que las personas que siguen empleadas tienen que trabajar más para compensar por la pérdida de empleos".

Según los datos del artículo, 9% de la población mundial -una cifra que incluye niños- está trabajando jornadas excesivas. Y, desde el año 2000, el número de personas que trabajan en exceso ha estado aumentando.

Los efectos del trabajo excesivo en la salud podrían manifestarse más tarde.

El trabajo excesivo afecta diferentes grupos de trabajadores de maneras distintas.

Los hombres trabajan más horas que las mujeres en todas las franjas etarias. El exceso de trabajo alcanza su punto máximo a comienzos de la mediana edad, aunque los efectos en la salud podrían manifestarse más tarde. (Los autores del estudio usaron un período de desfase de 10 años para rastrear los efectos del exceso de trabajo relativo al inicio de la enfermedad; después de todo, la "muerte por exceso de trabajo" no sucede de la noche a la mañana).

Los datos también muestran que las personas del sudeste asiático parecen tener las jornadas más largas; en Europa, las más cortas.

Pega explica que hay muchas razones culturales por las que una proporción mayor de gente en Asia trabaja más horas. Además, muchas personas trabajan en el sector informal de bajos a medianos ingresos en países asiáticos.

"Las personas en la economía informal podrían tener que trabajar más horas para sobrevivir, podrían tener múltiples empleos, podrían no estar amparados por las leyes de protección social", señala Pega.

Por otra parte, muchos europeos gozan de una cultura laboral con vacaciones largas y períodos de descanso sustanciales. Esta actitud más relajada está consagrada en la ley; por ejemplo, la Directiva del Tiempo de Trabajo de la Unión Europea prohíbe a los empleados trabajar más de 48 horas en promedio a la semana.

Pero también en algunos países europeos, especialmente fuera de Francia y los países escandinavos, se ha visto una creciente proporción de trabajadores de alta capacitación haciendo jornadas extremas desde 1990 (después del auge del sindicalismo y protecciones relacionadas al empleado).

Reveladoramente, el ministro de Salud de Austria renunció a su cargo en abril, diciendo que había desarrollado alta presión sanguínea y altos niveles de azúcar por exceso de trabajo durante la pandemia. Su anuncio público fue inusual, no solo debido a su cargo de alto perfil, sino también porque realmente fue capaz de dejar su agotador trabajo.

De vuelta en Seattle, Choi también es afortunada, ya que sus colegas apoyaron su necesidad de reducir el ritmo en el trabajo.

Pero como no todos pueden darse el lujo de trabajar en horarios más equilibrados, y no todos recibirán la advertencia antes de tener una apoplejía o infarto cardíaco mortales, hay una necesidad urgente de enfrentar esta crisis de salud ahora mismo.

Combatiendo el exceso de trabajo
Si la tendencia continúa en la misma dirección, el exceso de trabajo -y los daños a la salud asociados- no harán más que aumentar.

Esto es especialmente preocupante, debido a cómo las sociedades glorifican el exceso de trabajo hasta el punto del agotamiento. Y, a medida que nuestras horas de trabajo se incrementan, con pocas señales de bajar, aumentará la cantidad de los que sufren por invertir demasiadas horas en la jornada laboral.

La responsabilidad de cortar de tajo ese ciclo recae tanto en los empleadores como, de alguna manera, en los empleados, y todos tendrán que colaborar para frenar el exceso de trabajo y los problemas que conlleva.

En general, Pega insta a los empleadores a aceptar con beneplácito el empleo flexible, los puestos compartidos y otras maneras de mejorar el equilibrio en los horarios. También deberían tomar en serio los servicios de salud ocupacional.

"Nosotros en la Asociación Cardíaca de India creemos que más educación y más exámenes de control son clave para prevenir la enfermedad cardiovascular y la apoplejía", dice Rao.

Claramente también hay un papel que los trabajadores individualmente pueden tomar para reformular sus actitudes hacia el trabajo: todos podemos intentar resistir la atracción del trabajo excesivo que nos tiene a todos pegados a nuestros teléfonos hasta entrada la noche.

Y cuanto más rápido hagan esto mejor, ya que como el exceso de trabajo es un riesgo que se acumula a lo largo de los años, evitar que se vuelva crónico podría reducir la severidad de los peores riesgos (aunque no hay suficiente evidencia de cuándo el riesgo pasa de ser de corto plazo a crónico).

Pero los cambios más fundamentales deben ocurrir a nivel gubernamental.

"Ya tenemos las soluciones. La gente tiene que aplicar límites al máximo de horas que deberíamos estar trabajando", dice Pega. Hay ejemplos de ello, como la Directiva de Tiempo de Trabajo de Europa, o con otras leyes sobre el derecho a desconectarse.

En los países que tienen leyes robustas que limitan el trabajo, la clave está en hacer cumplir y monitorear esas leyes. Y en los países con pocas garantías de seguridad social, leyes antipobreza y programas de bienestar pueden reducir el número de personas que se están desgastando hasta los huesos por pura necesidad.

Al final de cuentas, el problema del trabajo excesivo -y todos los males que genera- continuará si no hacemos cambios en nuestras vidas laborales. Y el cambio no es imposible. "Podemos hacer algo", insiste Pega. "Esto es para todos-

BBC.

sábado, 5 de junio de 2021

Qué hidratos de carbono debemos consumir y cuáles no (y cuándo)

Los hidratos de carbono (también denominados glúcidos, carbohidratos o hidratos) son nutrientes que se encuentran en los alimentos, junto con los otros dos macronutrientes: las proteínas y las grasas (lípidos). 

Representan una parte fundamental de la alimentación humana. 

Para que nos situemos, algunos de los alimentos ricos en carbohidratos son los cereales y derivados (pan, pasta, arroz), tubérculos (papa), legumbres, fruta y verdura, leche y otros azúcares como miel o azúcar blanco. ¿Son necesarios en nuestra dieta?
La función principal de los hidratos de carbono es energética. Abastecen de energía a todos los órganos del cuerpo, desde el propio cerebro hasta los músculos. Funcionan como un combustible rápido y fácil de obtener por parte del cuerpo humano.

Los carbohidratos son una fuente de energía para el cuerpo.
Por otro lado, desempeñan en el organismo otras funciones estructurales y regulan los niveles de azúcar en sangre. También intervienen en la disminución de la fatiga y en la recuperación muscular tras realizar actividad física.

Asimismo, participan en la síntesis de material genético (ADN, ARN), ayuda en el metabolismo de proteínas y grasa e impulsa la creación de tejidos musculares, entre otras funciones. En otras palabras, los hidratos de carbono son para nuestro organismo lo que la gasolina es para el coche.

¿Son todos los carbohidratos iguales?
Dependiendo de la estructura de los carbohidratos, encontramos dos tipos: los hidratos de carbono complejos o de absorción lenta (son almidones y fibra) y los sencillos o de absorción rápida, también denominados azúcares libres o simples (glucosa, fructosa y lactosa).

Seguramente alguna vez se ha dispuesto a leer la etiqueta de un producto alimenticio y ha encontrado nombres raros como dextrosa, jarabe de maíz, almíbar, almidón, maltosa… Ante tal cantidad de información quizás se haya preguntado: ¿Qué es todo eso?

No es igual el azúcar que viene en los alimentos al azúcar añadido.
Lo cierto es que existen muchos tipos de azúcar diferentes y la propia estructura química de cada uno de ellos determina si un tipo de azúcar concreto es saludable o no.

Es decir, el azúcar puede encontrarse de manera intrínseca en el alimento (como sucede con la fruta y los cereales), puede ser liberada en el procesado (zumo) o ser añadida por la industria alimentaria o el consumidor (bollería industrial, yogur azucarado).

Cómo convertir los carbohidratos malos en buenos y otras curiosidades sobre esta fuente de energía
Debemos priorizar los que se encuentran de manera intrínseca en el alimento porque el resto de nutrientes que conforman ese producto hacen que el organismo utilice el nutriente de una manera óptima para la salud humana.

¿Cuanto menos azúcares mejor?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que se debe consumir menos del 10 % de la ingesta energética diaria (kilocalorías) de azúcares simples al día. Además, según la OMS, "una reducción por debajo del 5 % de la ingesta calórica total produciría beneficios adicionales para la salud".

Es importante leer las etiquetas para saber qué contienen los productos que consumimos.
Teniendo en cuenta que la dieta de un adulto estándar es de aproximadamente 2.000 kilocalorías, se deberían consumir menos de 25 gramos al día de azúcares libres. Pero estos son solo una parte de los carbohidratos, por lo que deberíamos pararnos a pensar cómo gestionar la ingesta de los demás tipos.

Sin embargo, hay muchas dietas que restringen o eliminan los hidratos de carbono. Los consumidores lo conocen como la "carbofobia". Seguro que alguna vez ha escuchado la expresión: "Los hidratos por la noche engordan".

Lo cierto es que no hay que tener miedo a los carbohidratos. Las estanterías de los supermercados cada vez están más llenas de productos que indican "O % azúcares añadidos" o "Sin azúcar añadido".

Cómo identificar azúcares saludables
¿Esto significa que son más saludables? En estos casos, hay que valorar el alimento o producto. Si se trata de un alimento al que le han quitado el azúcar para hacer una versión más saludable pero, a cambio, le han añadido otros aditivos de mala calidad, lo mejor es descartarlo del carro de la compra.

El gran debate de los carbohidratos: ¿cruciales o innecesarios?


Algunos ejemplos son el maltitol, xilitol o eritritol. Por el contrario, si no tiene azúcares añadidos ni edulcorantes en la etiqueta, lo podríamos considerar un producto alimenticio saludable.

Los edulcorantes no nutritivos pueden ser posibles desencadenantes de adicción a los alimentos.
También es necesario hacer referencia a los edulcorantes (también denominados polialcoholes), que son aditivos alimentarios, sustancias derivadas de los propios carbohidratos, con sabor dulce y muy bajo aporte calórico.

Aunque los beneficios y riesgos de su consumo están aún en estudio, las investigaciones apuntan a que los edulcorantes no nutritivos pueden ser posibles desencadenantes de adicción a los alimentos porque su ingesta se asocia a mayor preferencia y antojo por alimentos dulces, aumento del umbral del dulzor al que acostumbramos al paladar y, con ello, aumento de peso.

Carbohidratos de absorción lenta
Las dos características principales de los hidratos de carbono de absorción lenta son que son complejos (están compuestos por moléculas de azúcar que conforman juntas largas cadenas) y tienen bajo índice glucémico (elevan los niveles de azúcar en sangre de manera gradual, no picos de glucemia exagerados).

Los beneficios de este tipo de carbohidratos son los siguientes:
Mejor control de la glucemia. A diferencia de los hidratos de carbono de absorción rápida, estos permiten un mejor control de la glucemia (no se producen picos bruscos de glucemia después de comer). Esto es interesante en personas con diabetes.

Saciedad. Al ser complejos, permanecen más tiempo en el sistema digestivo en contacto con las paredes del mismo y, por tanto, mandan una señal de saciedad al cerebro.

Mejoran la composición de la microbiota intestinal.
Regulación. En el caso concreto de la fibra, puede actuar regulando niveles de colesterol plasmático, interesante en el manejo de enfermedades cardiovasculares. Llevando lo nutricional al terreno de la alimentación, podemos encontrarlos en cereales integrales (arroz, pan, pasta), legumbres (lentejas, alubias, garbanzos), fruta y verdura, frutos secos (naturales) y semillas, entre otros.

Por tanto, es importante consumir hidratos de carbono de absorción lenta en el día a día y limitar el consumo de hidratos de carbono de absorción rápida. No solo para regular la glucemia en caso de tener diabetes o controlar la saciedad en caso de querer perder peso, sino para la prevención de otras enfermedades metabólicas

En deportes de larga duración, es necesario incluir hidratos de carbono de absorción rápida.

Un mal control de la glucemia puede desencadenar resistencia a la insulina por parte del organismo. Es decir, que el cuerpo no reconozca los azúcares y no sepa cómo actuar ante su presencia.

También es necesario considerar que, en determinadas situaciones, como en deportes de larga duración, es necesario e interesante para el buen rendimiento incluir hidratos de carbono de absorción rápida.

La importancia de los picos de glucemia
El correcto funcionamiento de la glucemia es la clave en este tipo de carbohidratos. El mantenimiento de una glucemia elevada mantenida en el tiempo (por consumo de alimentos procesados de mala calidad) pone en marcha mecanismos metabólicos de lipogénesis que hacen que el organismo almacene grasa.

Por qué una dieta baja en hidratos de carbono puede ser mala para tu esperanza de vida
Esto, unido al aumento del apetito cuando vuelve a caer la glucemia y el gran aporte calórico de los alimentos con azúcar añadido, aumenta el riesgo de desarrollar sobrepeso (y sus patologías asociadas) derivado de un consumo excesivo de azúcares o grasas de mala calidad nutricional.

Por eso, se desaconseja el consumo de azúcares simples añadidos: azúcar blanco, bollería industria, refrescos azucarados, etc. Además, es necesario destacar que la versión en la que consumimos un determinado alimento influye en el aporte nutricional.

Nuestro cuerpo procesa mejor el azúcar que viene dentro de los alimentos.
Cuando consumimos azúcares presentes en la matriz del alimento (fruta y verdura, por ejemplo), nuestro cuerpo los recibe y la procesa de manera mucho más beneficiosa para la salud que cuando consumimos esos mismos azúcares, pero añadidos de manera externa en industria alimentaria o por parte del consumidor.

Cuando hablamos de azúcar simple intrínseco, no tenemos que hacer grandes esfuerzos por limitarlos, ya que el alimento en conjunto (fibra, polifenoles y otras sustancias) es de buena calidad nutricional.

¿Cuál es la mejor hora del día para comer carbohidratos?
Por ejemplo, una papa frita industrial puede aportar menor cantidad de azúcares de absorción lenta que una papa con piel cocida. Unas tortitas de arroz inflado producen mayor pico de glucemia que un arroz integral cocido y salteado con verduras.

En definitiva, necesitaremos más carbohidratos cuanto mayor sea el grado de actividad física que realicemos. Al igual que sucede con los coches y la gasolina. Es importante incluir hidratos de carbono de calidad en nuestra dieta y tener en cuenta nuestra actividad física para realizar un aporte proporcional y adecuado.

*Luis J. Morán Fagúndez es decano del Colegio Profesional de Dietistas-Nutricionistas de Andalucía, Universidad Pablo de Olavide, España

viernes, 4 de junio de 2021

_- Junto al barranco. Durante años se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los crímenes del nazismo. La fotografía descubierta por la historiadora Wendy Lower cuenta otra versión

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Durante años se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los crímenes del nazismo.
La fotografía descubierta por la historiadora americana Wendy Lower muestra lo contrario.

En cada foto está contenido un mundo de información y otro de desconocimiento. Lo que se ve en la foto linda por sus cuatro lados con lo que no se ve y no se verá nunca. Lo visible engaña porque hace olvidar lo que no puede verse. Encuentras un puñado de fotos tiradas en la calle cerca de un contenedor o en el cajón de baratijas de un mercadillo y las personas que aparecen en ellas son más desconocidas porque sus caras surgen perfectamente nítidas, no tocadas por la melancolía definitiva del anonimato. En los mercadillos de Nueva York, hace 15 o 20 años, había muchas fotos de soldados muy jóvenes con uniformes de la II Guerra Mundial, y de muchachas de amplias sonrisas y melenas rizadas que algunas veces habían escrito declaraciones de amor en el reverso, con una cursiva elegante de pluma estilográfica. En esos mercadillos también había a veces paquetes enteros de fotos de frente y de perfil de hombres fichados por la policía, caras atónitas a veces con la nariz rota y un ojo hinchado, corbatas flojas sobre mugrientos cuellos de camisas, mejillas oscurecidas de barba tras la mala noche en una celda. Cada una de esas personas tuvo un nombre completo, una vida. Ahora eran apenas la imagen detenida en un parpadeo, el espectro de una existencia perdida, conjurada por el disparo de una cámara y la reacción química del revelado.

“Una foto es un secreto acerca de un secreto”, escribió Diane Arbus, “cuanto más te cuenta menos sabes”. En 2009, investigando en el Museo del Holocausto en Washington, la historiadora Wendy Lower encontró una foto que aludía a un gran secreto a voces sobre el que sin embargo existe muy poca documentación visual, las matanzas de judíos llevadas a cabo por el Ejército alemán en su avance a través de la Unión Soviética, en el verano y el otoño de 1941. Durante mucho tiempo se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los peores crímenes del nazismo, llevados a cabo al parecer por los fanáticos de las SS. Ahora sabemos que el Ejército regular participó con entusiasmo y eficacia en el exterminio de las poblaciones judías del Este de Europa y de la URSS, y que la crueldad de los militares profesionales hacia las “razas inferiores”, eslavos incluidos, fue idéntica a la de los matarifes de uniformes negros y calaveras en las gorras de plato.

Alemania era un país de gran afición por la fotografía. En la ofensiva hacia el Este oficiales y soldados llevaban al cuello cámaras fotográficas. Las marcas más populares se anunciaban a toda página en las revistas del Ejército, incitando a aquellos héroes a preservar el recuerdo gráfico de sus hazañas. Pero muy pronto, según arreciaban las atrocidades, el alto mando prohibió que se tomaran fotos, aunque algunas de las más terribles llegaron a sobrevivir porque sus protagonistas se las mandaban como recuerdo a sus familiares.

El fotógrafo Lubomir Skrovina, en el centro, en Miropol el 17 de septiembre de 1941.
La imagen que resume el ‘Holocausto de las balas’

La foto que encontró Wendy Lower había permanecido oculta hasta la caída del muro de Berlín en un archivo de la policía secreta de Checoslovaquia. Lo que la hace excepcional es que muestra una matanza en el momento en que está sucediendo. Unos hombres de uniforme acaban de disparar muy de cerca a una mujer que se desploma al filo de un barranco y arrastra con ella de la mano a un niño descalzo. El humo de la pólvora difumina parte de la escena. Fijándose bien se ve que hay dos tipos de uniformes: pesados capotes y gorras como del Ejército soviético, guerreras y gorras de plato alemanas. También hay un hombre de paisano que observa la escena, limitada hacia atrás por los árboles de un bosque.

Durante 10 años Wendy Lower investigó archivos, localizó testigos, participó en excavaciones arqueológicas queriendo averiguar todo lo que fuera posible sobre la fotografía, lo que se ve en ella y lo que no, lo que pasó antes, lo que vino después, la fecha exacta de la matanza, el lugar donde sucedió. Lo ha contado en un libro denso y apasionado de menos de 300 páginas, The Ravine. Guillermo Altares, que está siempre muy alerta a estos asuntos, dio la noticia de la publicación del libro en estas páginas. El título alude al barranco donde esa mujer y ese niño están cayendo, y en el que yacen amontonados ya muchos cadáveres, y también personas malheridas que se remueven entre ellos, y que de un momento a otro recibirán un tiro de gracia o perecerán asfixiadas bajo el peso de los otros cuerpos y de las paladas de tierra que los ejecutores harán arrojar sobre ellos.

Como un juez de instrucción íntegro y escrupuloso, la investigadora identifica a los dos uniformados alemanes, funcionarios de aduanas que nunca pagaron por sus crímenes

En la foto, nada más verla, todo resulta general y anónimo: verdugos y víctimas, una borrosa matanza en blanco y negro. Poco a poco, como un juez de instrucción íntegro y escrupuloso, la investigadora, que aclaró enseguida el día de la ejecución, el lunes 13 de octubre de 1941, y el lugar preciso, las afueras de la pequeña ciudad ucrania de Miropol, identifica a los dos uniformados alemanes, que no son militares, sino funcionarios de aduanas, y que nunca llegaron a pagar por sus crímenes; y después encuentra el rastro de una adolescente que también fue dada por muerta y arrojada a esa misma fosa, pero logró escapar y vivió hasta 2015. También averigua los nombres de los policías ucranios, lacayos sanguinarios de los ocupantes alemanes, y sigue el rastro de sus vidas futuras. Y hasta descubre la identidad del fotógrafo, un valeroso soldado eslovaco que poco después se unió a la Resistencia, y que se jugó la vida para guardar las pruebas del horror al que había asistido. Una anciana que vive en un suburbio a las afueras de Detroit le cuenta sus recuerdos ya muy débiles de niña y le entrega una foto en la que pudieran estar, solo unos meses antes, la mujer del vestido de lunares y el niño que cae de su mano al barranco.

La búsqueda conduce de un secreto a otro, hasta chocar con el límite de lo que no puede saberse, el vacío inmenso de los muertos y los desaparecidos sin rastro. Cada nuevo descubrimiento apunta hacia otro enigma. Cobijado entre las piernas de la mujer que cae, Wendy Lower está segura de ver la cabeza de otro niño. En una imagen más borrosa que el fotógrafo tomó de los cuerpos amontonados en el barranco se distingue ese vestido de lunares. En el borde, en primer plano, hay unas botas de hombre, y junto a ella una chaqueta doblada. No se sabrá nunca a quién pertenecieron.

‘The Ravine: A Family, a Photograph, a Holocaust Massacre Revealed’. Wendy Lower. Houghton Mifflin Harcourt, 2021. 272 páginas. 26 euros.