James Rhodes
¿Con qué frecuencia usamos las palabras sin ser conscientes de su belleza? A mí aprender su(s) idioma(s) me está haciendo mejor persona.
BASTANTE AVERGONZADO, debo admitir que, a pesar de vivir en España durante dos años, este es el primer artículo que escribo en castellano sin un traductor. Hablaba aproximadamente cinco palabras en español antes de mudarme aquí y en los últimos dos años me he enamorado del castellano como si acabara de descubrir a Mozart por primera vez. Y no solo del castellano. Mi santa trinidad de Bach, Beethoven y Chopin podría fácilmente ser ahora gallego, catalán y euskera.
Ya era hora de que empezase a escribir en el idioma de mi nuevo hogar. Le he pedido a los editores que dejen los errores sin corregir porque estoy seguro de que la gente en Twitter estará encantada de señalar cualquiera de ellos, pero son incluso más quisquillosos que yo y me han dicho que no.
El castellano tiene un ritmo, es un lenguaje tan musical… La alegría de “rifirrafe” (aunque tengo que admitir que squabble en inglés también es encantadora), la onomatopeya de “gruñir” o “roncar”, el deleite de los juegos de palabras simples (¿Cómo se llama un oso enfadado? “¡Furioso!”), la belleza de “petricor” (una sorprendente e imperdonable omisión de la RAE), el sabor del “escuchimizado” (o escuchimizao) mientras rueda por tu lengua.
Y esa diversidad. La variedad increíblemente rica de idiomas dentro de un país que puede conectarnos con la cultura y la historia de igual manera que la comida, la danza o la arquitectura. El hecho de que pueda apagar las luces en la casa de un amigo gallego diciendo “non somos de Fenosa” y hacerlo sonreír. O lanzar un “salut y força al canut” a mi editor catalán. O, si me siento muy valiente, tuitear “Donostiak munduko janaririk onena dauka” (Donostia tiene la mejor comida del mundo). Estas cosas realmente me emocionan.
El milagro de la triple negación “no ni ná” (Andalucía merece un libro entero solo para sí misma).
Hay 88 teclas en un piano, 12 tonos en una escala y 27 letras en el alfabeto, y todas son capaces de expresar milagros. Aunque me llevará muchos años llegar al nivel C2, aprender su(s) idioma(s) me está haciendo una mejor persona. Gracias. Moitas grazas. Gràcies. Eskerrik asko.
https://elpais.com/elpais/2019/10/07/eps/1570446301_306773.html
martes, 11 de agosto de 2020
lunes, 10 de agosto de 2020
Daniel Goleman: las 3 poderosas habilidades que manejan las personas con alta "inteligencia emocional" en el trabajo (y cuál es la trampa más común que deben evitar)
Han pasado 25 años desde que Daniel Goleman publicó el libro "Inteligencia Emocional", el cual abrió un nuevo campo de investigación.
Cuando publicó su libro "Inteligencia Emocional" hace 25 años, Daniel Goleman saltó a la fama con una idea que hasta ese entonces era desconocida: las habilidades de una persona no solo se miden por su coeficiente intelectual.
Considerado como un nuevo paradigma, el libro -que se tradujo a 40 idiomas y vendió cinco millones de copias- fue el inicio de un nuevo campo de investigación en la psicología que ha tenido repercusiones a nivel educacional y laboral.
Doctorado en psicología en la Universidad de Harvard, Goleman es cofundador del centro Collaborative for Academic, Social, and Emotional Learning (CASEL) y codirector del Consortium for Research on Emotional Intelligence in Organizations de la Universidad de Rutgers.
Su último libro, "What Makes a Leader: Why Emotional Intelligence Matters", es una recopilación de artículos publicados en la Revista de Negocios de Harvard y otras publicaciones especializadas.
Una de las preguntas habituales que se ha planteado el investigador es qué características hacen que una persona se destaque en su trabajo.
Aunque sin duda influyen factores como el nivel de conocimiento, lo que realmente marca la diferencia, asegura Goleman, es su nivel de inteligencia emocional, es decir, la habilidad para identificar y monitorear sus emociones personales y de los demás.
Y esa es la piedra angular de su trabajo.
"Las empresas miran cada vez más a través del lente de la inteligencia emocional al momento de contratar, promover y desarrollar a sus empleados", le dice a BBC Mundo Daniel Goleman.
"Años de estudios muestran que mientras más inteligencia emocional tenga una persona, mejor será su desempeño".
Qué reveló el experimento sobre la inteligencia más grande del mundo Goleman llegó a establecer que el concepto de inteligencia emocional incluye 12 características esenciales para que las personas logren sus objetivos de desarrollo y tengan éxito a nivel profesional:
Autoconciencia emocional
Autocontrol emocional
Adaptabilidad
Orientación al logro
Visión positiva
Empatía
Conciencia organizacional
Influencia
Orientación y tutoría
Manejo de conflictos
Trabajo en equipo
Liderazgo inspirador
Le preguntamos a Goleman cuáles son las tres habilidades más poderosas de ese grupo para tener éxito en el trabajo.
El psicólogo estadounidense eligió la habilidad de
orientarse al logro,
la empatía y
la influencia.
Orientarse al logro
"Escogería la orientación al éxito, entendida como la capacidad de seguir esforzándome para conseguir los objetivos a pesar de los obstáculos y contratiempos. En estos tiempos esto parece muy importante", le dice Goleman a BBC Mundo.
"Las empresas miran cada vez más a través del lente de la inteligencia emocional al momento de contratar, promover y desarrollar a sus empleados", dice Goleman.
Esa decisión de enfocar tus esfuerzos hacia lo que te has propuesto implica desarrollar la capacidad de resiliencia o adaptación frente a condiciones adversas y una perspectiva positiva frente a las circunstancias para seguir avanzando hacia tu meta, explica.
Una de las maneras de desarrollar esta habilidad, dice el investigador, es recordarse constantemente la satisfacción que vas a sentir cuando cumplas tus objetivos. Ese pensamiento es una fuerza que te ayuda a seguir avanzando.
Y esforzarse por cumplir o superar un estándar de excelencia, tomando de buena manera los comentarios que otras personas hacen sobre tu trabajo.
Empatía
Para Goleman la empatía se relaciona con la capacidad de sintonizarse con las necesidades y sentimientos de las personas con las que tienes que interactuar, ya sea en el trabajo, con clientes y con amigos.
Qué es el coeficiente de adaptabilidad (AQ), la medida de "inteligencia" clave para encontrar trabajo en el futuro Se trata de prestar atención a las otras personas y tomarse el tiempo para entender qué están tratando de decir y cómo se sienten.
Por eso es clave la capacidad de escuchar y hacer preguntas. Y aunque la empatía es una habilidad que toma tiempo desarrollar, una práctica que puede servir es "ponerse en los zapatos de la otra persona de una manera profunda", dice Goleman.
Influencia
La influencia se refiere básicamente a la capacidad de "transmitir tu argumento a las personas clave de una manera convincente, especialmente a aquellas personas cuyas decisiones te pueden ayudar a conseguir tus metas", explica el psicólogo. Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image caption
Goleman propone practicar la habilidad de influir a través de los juegos de roles. Una buena técnica para desarrollar esta característica, dice Goleman, es el juego de roles.
"Probablemente la mejor manera de mejorar esta habilidad es trabajando con un instructor o un compañero de confianza".
Cómo en Uruguay enseñan la inteligencia emocional a miles de niños "para los trabajos del futuro" Aunque pueda parecer incómodo al principio, se trata de ejercitarse tratando de convencer a otra persona. Esta práctica permite prepararse para cuando llegue un momento real en que deba aplicarse el poder de convencimiento.
¿Cuál es la trampa?
Una trampa bastante común en la que caen las personas, explica Goleman, es que definen la inteligencia emocional de una manera muy reducida.
4 signos de que tu inteligencia emocional es alta
Es decir, se enfocan en uno o dos características y dejan de lado la complejidad del concepto.
"Al poner la atención en su sociabilidad y simpatía, pierde de vista todos los otros rasgos esenciales de la inteligencia emocional que le pueden faltar, que pueden convertirlo en un líder más fuerte y efectivo ", apunta el psicólogo.
Eso hace que, aunque las habilidades más poderosas son la orientación al logro, la empatía y la influencia, no hay que dejar de lado el resto de las características que hacen que una persona desarrolle un alto nivel de inteligencia emocional.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-53259526#
Etiquetas:
Daniel Goleman,
empatía,
inteligencia emocional,
la influencia,
orientación al logro,
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simpatía,
sociabilidad
domingo, 9 de agosto de 2020
_- Spinoza. Otra vez la ética. Tachado de ateo, materialista, inmoralista, lo que convirtió a Spinoza en maldito en los siglos XVII y XVIII es justo lo que cimentó el culto a su obra en los siglos XIX y XX.
_- Al comienzo de su espléndida edición (y traducción) de la Ética demostrada según el orden geométrico, de Baruch Spinoza, que además del texto original en latín aporta interesantes anexos, su responsable, Pedro Lomba, nos recuerda la inevitable sombra de extrañeza que se cierne sobre este filósofo, que ya le acompañó durante su breve vida (1632-1677) y que no ha dejado de crecer desde entonces. Algo de esta rareza se debe, sin duda, a su intransigente oposición a algunas de las tesis fundamentales de Descartes, quien acabaría siendo el gran triunfador de este capítulo de la historia de la filosofía. Pero lo que Spinoza recrimina a Descartes no es su racionalismo, sino todo lo contrario: el no haberlo llevado hasta sus últimas consecuencias. Y la radicalidad de sus enmiendas al cartesianismo, así como el absolutismo con el que apuesta por la completa identificación entre realidad y razón, hunden sus raíces en tierras más profundas que las de la polémica doctrinal y nos permiten atisbar mejor los motivos de esa persistente sensación de rareza.
Lo que este pensador reprocha a otros racionalistas no deja de ser el compromiso que hombres como Leibniz, Malebranche o el propio Descartes tenían con su época, en la cual tanto la identidad personal como la política estaban definidas ante todo por la pertenencia a una comunidad religiosa. Spinoza, judío holandés expulsado de la sinagoga, cuyos pasos seguía con mucho interés la Inquisición una vez enterada de que pensaba “que no había Dios sino filosofalmente”, carece por su peculiar situación de esos compromisos. Su discurso filosófico, igual que su borrosa ciudadanía, se instala en un lugar que era estrictamente imposible en sus días: la más absoluta aconfesionalidad. Por eso puede abrazar la retórica racionalista del que mira el mundo desde la perspectiva de la eternidad con mucho más arrojo que aquellos que se sienten ligados a su tiempo y que aún esperan algo de él. La Ética —versión definitiva de su sistema de metafísica— está escrita desde este “inhumano” punto de vista.
Otra vez la ética
Por eso, quien abre sus primeras páginas tiene la sensación de que el libro (publicado póstumamente y gracias a una donación anónima) no tiene autor y de que, simplemente, al igual que ocurre con las relaciones de causa y efecto que vinculan a los cuerpos entre sí, en esas páginas las ideas se siguen implacablemente unas de otras según el método infalible de las demostraciones de los geómetras, sin necesidad de que la voz de un ser contingente y finito las enuncie. El titánico esfuerzo de formalización (Axiomas, Definiciones, Corolarios, Proposiciones, Demostraciones, etcétera) que articula el libro contribuye a incluirlo en esa pequeña colección de escritos que, como el Tractatus de Wittgenstein y unos pocos más, parecen completamente indiferentes a su contexto histórico y hasta a sus lectores: comienzan absolutamente desde cero, sin hacerse cargo de lo que haya podido pensarse y decirse antes de ellos, se despliegan sin la menor vacilación acerca de la verdad de sus conclusiones y no manifiestan interés alguno en el juicio de la posteridad sobre sus argumentos.
Y precisamente porque instalarse en la aconfesionalidad no era del todo posible en el siglo XVII, Spinoza se convirtió muy pronto en un pensador maldito, a quien sólo se podía leer en secreto, proscrito por todas las Iglesias y citado únicamente por libertinos de la estirpe del Marqués de Sade. Personas que, en su inmensa mayoría, ni habían leído la Ética, ni estaban en condiciones de entenderla. Esto le granjeó la reputación que Gilles Deleuze glosaba en estos tres adjetivos: ateo (porque identificaba a Dios con la naturaleza), materialista (porque negaba la distinción sustancial entre el alma y el cuerpo) e inmoralista (porque rechazaba las morales de inspiración religiosa).
Pero sólo con escuchar este triplete ya habrá comprendido el lector que aquello que le convirtió en maldito en los siglos XVII y XVIII es precisamente lo que ha cimentado su resurrección en los siglos XIX y XX: primero, para otorgar al romanticismo cierta densidad metafísica; luego, para que el marxismo pudiera escapar de la tradición hegeliana y encontrar un recambio para adaptarse a los nuevos tiempos; y finalmente, para apuntalar el renacimiento filosófico de Nietzsche —que consideraba a Spinoza su precursor— en la década de 1960. Pero esto no ha hecho de él un pensador más familiar. Aunque sea comprensible el intento de recuperar su figura por parte de filosofías que, de un modo u otro, querían resucitar una teología secularizada como sentido de la historia o como exaltación de la creación revolucionaria, tras el gran desgaste sufrido por estos proyectos en la actualidad, nada puede eliminar el hecho de que, por mucho que a sus contemporáneos les pareciese un demonio, Spinoza es un teólogo de los pies a la cabeza, dedicado a demostrar la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, y que difícilmente encaja en un tiempo que ya no soporta que haya Dios ni siquiera “filosofalmente”. Fue un extraño en el siglo XVII por pensar desde un lugar que no existía en su tiempo. Pero cuando ese lugar se hizo posible —en alguna medida, seguro, gracias a sus esfuerzos— y se recuperó su nombre, se convirtió también en un extraño entre nosotros.
Esta nueva edición nos da la oportunidad de volver a leer la Ética y descubrir que sí hubo alguien tras ella, alguien que se muestra en los Apéndices y en los Escolios, llenos de agudas observaciones empíricas, de colérica indignación contra la superstición y de cautelosa conciencia de los peligros del abismo existente entre los doctos y el vulgo.
Ética demostrada según el orden geométrico. Baruj Spinoza. Traducción y edición de Pedro Lomba. Trotta, 2020. 448 páginas. 30 euros.
https://elpais.com/cultura/2020/07/17/babelia/1594993795_651847.html?rel=listapoyo
Lo que este pensador reprocha a otros racionalistas no deja de ser el compromiso que hombres como Leibniz, Malebranche o el propio Descartes tenían con su época, en la cual tanto la identidad personal como la política estaban definidas ante todo por la pertenencia a una comunidad religiosa. Spinoza, judío holandés expulsado de la sinagoga, cuyos pasos seguía con mucho interés la Inquisición una vez enterada de que pensaba “que no había Dios sino filosofalmente”, carece por su peculiar situación de esos compromisos. Su discurso filosófico, igual que su borrosa ciudadanía, se instala en un lugar que era estrictamente imposible en sus días: la más absoluta aconfesionalidad. Por eso puede abrazar la retórica racionalista del que mira el mundo desde la perspectiva de la eternidad con mucho más arrojo que aquellos que se sienten ligados a su tiempo y que aún esperan algo de él. La Ética —versión definitiva de su sistema de metafísica— está escrita desde este “inhumano” punto de vista.
Otra vez la ética
Por eso, quien abre sus primeras páginas tiene la sensación de que el libro (publicado póstumamente y gracias a una donación anónima) no tiene autor y de que, simplemente, al igual que ocurre con las relaciones de causa y efecto que vinculan a los cuerpos entre sí, en esas páginas las ideas se siguen implacablemente unas de otras según el método infalible de las demostraciones de los geómetras, sin necesidad de que la voz de un ser contingente y finito las enuncie. El titánico esfuerzo de formalización (Axiomas, Definiciones, Corolarios, Proposiciones, Demostraciones, etcétera) que articula el libro contribuye a incluirlo en esa pequeña colección de escritos que, como el Tractatus de Wittgenstein y unos pocos más, parecen completamente indiferentes a su contexto histórico y hasta a sus lectores: comienzan absolutamente desde cero, sin hacerse cargo de lo que haya podido pensarse y decirse antes de ellos, se despliegan sin la menor vacilación acerca de la verdad de sus conclusiones y no manifiestan interés alguno en el juicio de la posteridad sobre sus argumentos.
Y precisamente porque instalarse en la aconfesionalidad no era del todo posible en el siglo XVII, Spinoza se convirtió muy pronto en un pensador maldito, a quien sólo se podía leer en secreto, proscrito por todas las Iglesias y citado únicamente por libertinos de la estirpe del Marqués de Sade. Personas que, en su inmensa mayoría, ni habían leído la Ética, ni estaban en condiciones de entenderla. Esto le granjeó la reputación que Gilles Deleuze glosaba en estos tres adjetivos: ateo (porque identificaba a Dios con la naturaleza), materialista (porque negaba la distinción sustancial entre el alma y el cuerpo) e inmoralista (porque rechazaba las morales de inspiración religiosa).
Pero sólo con escuchar este triplete ya habrá comprendido el lector que aquello que le convirtió en maldito en los siglos XVII y XVIII es precisamente lo que ha cimentado su resurrección en los siglos XIX y XX: primero, para otorgar al romanticismo cierta densidad metafísica; luego, para que el marxismo pudiera escapar de la tradición hegeliana y encontrar un recambio para adaptarse a los nuevos tiempos; y finalmente, para apuntalar el renacimiento filosófico de Nietzsche —que consideraba a Spinoza su precursor— en la década de 1960. Pero esto no ha hecho de él un pensador más familiar. Aunque sea comprensible el intento de recuperar su figura por parte de filosofías que, de un modo u otro, querían resucitar una teología secularizada como sentido de la historia o como exaltación de la creación revolucionaria, tras el gran desgaste sufrido por estos proyectos en la actualidad, nada puede eliminar el hecho de que, por mucho que a sus contemporáneos les pareciese un demonio, Spinoza es un teólogo de los pies a la cabeza, dedicado a demostrar la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, y que difícilmente encaja en un tiempo que ya no soporta que haya Dios ni siquiera “filosofalmente”. Fue un extraño en el siglo XVII por pensar desde un lugar que no existía en su tiempo. Pero cuando ese lugar se hizo posible —en alguna medida, seguro, gracias a sus esfuerzos— y se recuperó su nombre, se convirtió también en un extraño entre nosotros.
Esta nueva edición nos da la oportunidad de volver a leer la Ética y descubrir que sí hubo alguien tras ella, alguien que se muestra en los Apéndices y en los Escolios, llenos de agudas observaciones empíricas, de colérica indignación contra la superstición y de cautelosa conciencia de los peligros del abismo existente entre los doctos y el vulgo.
Ética demostrada según el orden geométrico. Baruj Spinoza. Traducción y edición de Pedro Lomba. Trotta, 2020. 448 páginas. 30 euros.
https://elpais.com/cultura/2020/07/17/babelia/1594993795_651847.html?rel=listapoyo
sábado, 8 de agosto de 2020
Spinoza superstar
Maestro absoluto de la modernidad, una avalancha de novedades y nuevas traducciones demuestra la vigencia del filósofo que fue condenado al ostracismo en su tiempo por pensar contra la superstición
Cualquiera de las ventanas de Pieter de Hooch, esas de marco blanco y reblandecido por la lluvia sobre el ladrillo rojo, podría ser la del estudio de Spinoza. No permanecía mucho tiempo en el mismo lugar. Como hiciera Nietzsche en busca de un clima benigno, él iba en pos de una mayor tranquilidad. No por la inclemencia del prójimo, sino por la necesidad de recluirse en silencio y pensar. Rijnsburg, Voorburg, La Haya, recala siempre en estancias no muy amplias, una de ellas, la última, separada en dos ambientes —el dormitorio y el taller— por una biblioteca de unos 160 volúmenes, entre los que se encontraban varios títulos de Descartes, los Elementa philosophica de Cive de Hobbes, Flavio Josefo, Maquiavelo, la Utopía de Moro, el Dictionarium rabbinicum de Nathan ben Jechiel, el De vita solitaria de Petrarca, también Los diálogos de amor de León Hebreo, en fin, libros de poemas de Quevedo y Góngora, las Novelas ejemplares de Cervantes y cinco biblias, entre ellas la Biblia sacra hebraica en la edición de Basilea de 1618.
Escribe de noche, contracorriente de unas ideas que están haciendo de Europa una encrucijada, esa Europa que ya delineaba, sin darse cuenta, el organigrama de la desesperación: lo estable e imperecedero, la duración implícita de nuestras empresas y creencias en las que nos afirmamos son ilusorios. Su imposible cumplimiento marcará un continente abocado a una sistemática autoaniquilación que ya forma parte argumental de un devenir histórico, que se alimenta de sus apocalipsis y del resentimiento que depara lo no alcanzado. Dios, inquebrantable hasta ese siglo XVII, ya no recuerda su pasado. En esta amnesia está el núcleo de la Modernidad, surge de ese olvido, del estrépito de una enorme grieta que se ha abierto en el suelo de las convicciones. Las máquinas perfectas, la apoteosis de la técnica, las invenciones más asombrosas, el arte, las ciencias, la audacia del juicio y de la imaginación fueron despojando de sus funciones a un Ser supremo que llevaba en cada mano un haz de destinos y los repartía. Pero después del alejarse de ese Dios cielo adentro y desaparecer, quedamos, al fin, nosotros, los creadores de realidad, los productores de caducidad. Porque el cepo está, una vez más, en la naturaleza de nuestra Razón que percibe “las cosas como poseyendo una especie de eternidad”, según se lee en la Ética.
reconstrucción de la biblioteca de Spinoza en su casa de Rijnsburg (Holanda).
Spinoza piensa para sus adentros que lo divisible, por esencia, es imperfecto; que la libertad de conciencia solo puede darse en un mundo laico. Frunce el ceño cuando se habla del más allá. No, la actividad divina no responde a una creación del azar, sino a lo que él llamaba “causalidad necesaria e inmanente”. Está persuadido de que aquello que “es” no podría existir de otro modo a como existe, y que la esencia no implica existencia. Pese a las promesas del racionalismo, el ser humano no es, ni será jamás, un mundo autónomo, bien al contrario: es fruto de la contingencia, puro pertenecer a un orden infinito. Descartes no está en lo cierto, pero reconoce que el suyo ha sido un sutilísimo ingenio, pues, como antes hicieran otros, dice Spinoza, ha buscado “algo intermedio entre el ser y la nada”, y esta búsqueda es vana porque implica apartarse de la verdad.
Él, que fuma en pipa como los personajes que tosen en la pintura de Adriaen Brouwer, que canturrea mientras pule las lentes con insólita perfección en su pequeño estudio, era visto como un descastado, es decir, como un hombre sin fe. Los católicos lo aborrecían, los protestantes lo vituperaban y los miembros de su comunidad judía, que abandonó por hastío, lo odiaban. Un biógrafo llamado Kortholt, sin duda malicioso, sabedor de que el filósofo había fallecido con placidez a los 44 años, se preguntaba “si tal calidad de muerte puede corresponder a un ateo”, a un “panteísta” que fue a descansar en un ataúd que costó 18 florines, hecho además por un cantor luterano con buenas manos para la carpintería.
Sello que usaba Spinoza en sus cartas, con una rosa y la palabra 'caute' (cautela), en un juego de palabras con su apellido y las espinas de la flor ('spinosa', en latín) que daría lugar al lema
Cuenta Johannes Colerus que el filósofo frecuentaba en Ámsterdam las clases que el indómito y escéptico Frans van den Enden daba en una librería y almacén de arte de su propiedad. Se murmuraba que allí se respiraba un aire ateísta. Comoquiera que recriminó a Spinoza que era impropio de su inquietud no tener un latín fluido, le sugirió que su hija, Clara María, se convirtiera en su maestra. Y así fue. Aquella muchacha dominaba tanto la lengua latina como la música, y eso lo cautivó. Cabe imaginarlo como a una de las proverbiales figuras de la pintura holandesa que escuchan a una joven mientras la miran con ademán discreto. Y eso que el autor de la Ética no era demasiado aficionado a la música, y menos a la que obedecía a una moda creciente entonces que destacaba, sobre todo, la melodía. Lo único que podía atraerlo era bien distinto: la simultaneidad de notas que conforman un todo, los acordes, su engranaje y progresión armónica. La capacidad narrativa de la melodía frente al acontecer de lo plural; el discurso explícito, pero ligero, frente al perfecto armazón de un orden de sonidos geométricamente demostrado. Solo nos hemos servido de una metáfora, pero ayuda a entender un pensamiento como el de Spinoza, que admite la existencia de una infinidad de formas infinitas que, si bien atribuibles a Dios, también son propiedad de las cosas finitas. ¿Y cómo así? Porque la verdad no depende en ningún caso de la duración.
Se comprende que Spinoza sea el menos amargo de los filósofos, el menos agraviado por su condición de mortal, por eso escribe en la Ética que quien se siente libre es porque no piensa en la muerte. La desenmascara como estrategia de coacción de los poderes políticos y religiosos. Eso hace tolerante a aquel judío de origen español, indulgente con las carencias de la condición humana. Somos, a duras penas, lo que somos. De ahí que le disgustara, por ejemplo, la representación pictórica de la vanitas, porque en ella hay intransigencia hacia nuestras debilidades. Y la tristeza, qué hacer con la tristeza. ¿No es un disfraz del miedo, la victoria anticipada de un sistema que nos imposibilita? Incluso la esperanza y la necesidad de vivir a resguardo son siervos suyos. Nada es tan conveniente como apagar la melancolía, al igual que la sed y el hambre. Y todo esto lo formulaba desde el corazón de una Europa que había empezado a cimentar el simulacro, a propagar la hipocresía como táctica, una hipocresía a veces llamada poder; otras, revolución; otras, abundancia; otras, igualdad. El vivir en este largo fingimiento ha terminado por confirmar que nuestra situación es accesoria, y que trabajamos con un probado ahínco en la gran y estrepitosa mentira.
LECTURAS
Ética demostrada según el orden geométrico. Baruj Spinoza. Traducción y edición de Pedro Lomba. Trotta, 2020. 448 páginas. 30 euros.
Biografías de Spinoza. Jelles, Bayle, Kortholt, Colerus y Lucas. Atilano Domínguez (ed.). Guillermo Escolar, 2020. 312 páginas. 22 euros.
Correspondencia. Baruj Spinoza Traducción de Atilano Domínguez. Guillermo Escolar, 2020. 400 páginas. 19,90 euros.
Spinoza. Una política del cuerpo social. Cristian Andrés Tejeda Gómez. Gedisa, 2020. 160 páginas. 16,90 euros.
El milagro de Spinoza. Frédéric Lenoir. Traducción de Ana Herrera. Ariel, 2019. 166 páginas. 18,90 euros.
Contra las mujeres. (In)justicia en Spinoza. Cecilia Abdo Ferez. Antígona, 2020. 118 páginas. 13 euros.
https://elpais.com/cultura/2020/07/17/babelia/1594986547_190851.html
viernes, 7 de agosto de 2020
Fueron los mejores en Selectividad hace años, ¿qué ha sido de ellos? Hablamos con cuatro jóvenes que obtuvieron más de un nueve en esta prueba
Anabel Moreno está tan orgullosa del 9,7 que sacó en la Selectividad de 2012 y de su matrícula de honor de bachillerato que lo ha incorporado a su perfil de LinkedIn. “La verdad es que me lo curré, así que creo que podría valorarse como positivo a la hora de buscar trabajo, que alguien haga tanto esfuerzo para conseguir una nota dice mucho de esa persona”, dice la joven que hoy tiene 24 años y es graduada en Traducción e Interpretación por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.
Unos 300.000 alumnos de toda España se enfrentan estos días a la EvAU (Evaluación para el Acceso a la Universidad), conocida comúnmente como Selectividad. Pronto se conocerán los resultados y aquellos alumnos con las mejores notas recibirán la atención de los medios de comunicación. En Verne hemos querido saber qué fue de algunos de los mejores en la prueba hace unos años. Como Moreno, que recuerda que “tampoco es algo determinante para el resto de tu vida”.
Alejandro Fuentes, un arquitecto que se topó con la realidad tras la Selectividad
Alejandro Fuentes sacó un 9,39 en 2010 / Cortesía de A. Fuentes
“La carrera fue un golpe de realidad, vienes del examen de Selectividad pensando que todo es pan comido y no es así. Recuerdo aquellas navidades, tres meses después de empezar, no estaba seguro de si continuar o no”, cuenta Alejandro Fuentes, de 26 años.
Casi no recuerda el examen de Selectividad, han pasado ya nueve años desde entonces. Este joven jienense obtuvo un 13,39 sobre 14 (9,56 sobre 10) en 2010, que le valió para entrar en Arquitectura en la Universidad de Granada. “Siempre lo tuve claro, sabía que necesitaba una nota alta y fui a por ello. Cuando me matriculé, en secretaría me dijeron que por mi expediente había entrado el primero”. Por delante le quedaban cinco años de grado y uno más del máster obligatorio para habilitarse como arquitecto profesional.
Con esfuerzo y algún que otro sacrificio, terminó la carrera y el máster. “Decidí tomármelo con calma y permitirme unas vacaciones mientras preparaba mi portafolio. En arquitectura no sucede como en otras profesiones, que a lo mejor te vale solo con el currículum, aquí tienes que enseñar los trabajos que has ido haciendo a lo largo de la carrera”.
Fuentes se considera afortunado porque seis meses más tarde, a mediados de 2017, consiguió un trabajo como arquitecto junior en el estudio Architectural Matter, también en Granada, que aún hoy desempeña. “He pensado muchas veces sobre mi elección después de Selectividad. Aunque me gusta mucho mi profesión, la verdad es que la remuneración y las oportunidades de trabajo no son tan altas como en otras”.
Anabel Moreno, una traductora e intérprete que ya se ha enfrentado a la precariedad laboral
Anabel Moreno, mejor expediente de Selectividad del 2012 / Albert García
Anabel Moreno, de 24 años, acabó la carrera de Traducción e Interpretación hace tres años y, al contrario que la mayoría de sus compañeros que comenzaron un máster, decidió ver “qué se cocía en el mundo laboral”. “Empecé en un trabajo en el aeropuerto que me apasionaba, pero con unas condiciones laborales que rozaban la ilegalidad. Después estuve en un bufete de abogados traduciendo documentos y tratando con clientes internacionales".
“Vivía en un piso compartido, pero con lo que me pagaban no era suficiente, así que mis padres me ayudaban”, dice la joven, que actualmente trabaja para la productora de espectáculos de terror de su hermano y de su cuñada, en Barcelona. “Aquí hago un poco de todo y ya sí puedo mantenerme por mí misma”.
Si pudiera volver a aquel mes de junio de 2012, cree que acabaría escogiendo lo mismo, aunque tendría en cuenta otros aspectos. “Sí que lo miraría con otros ojos porque creo que hay una cierta obsesión por acceder a la universidad, mientras que las formaciones superiores están muy mal vistas. Yo cada vez estoy más a favor de este tipo enseñanzas que, aunque no sean universitarias, enseñan muchas cosas que no se enseñan en una facultad”.
Ella aún recuerda el revuelo que se montó en los medios de comunicación. “De la noche a la mañana, me encontré con que todo el mundo tenía interés por mí y me sorprendió mucho porque lo único que había hecho yo había sido estudiar, como siempre”, cuenta.
Con una nota tan alta, podía entrar en la carrera que quisiese, pero Moreno, a la que siempre le habían gustado las letras, decidió estudiar el grado de Traducción e Interpretación en la Universidad Pompeu Fabra. “Empiezas la carrera y eres uno más”. Pero añade: “La verdad es que me lo curré, así que creo que podría valorarse como positivo a la hora de buscar trabajo, que alguien haga tanto esfuerzo para conseguir una nota dice mucho de esa persona”.
Alicia Jurado obtuvo 9,9 en 2013 / Cortesía de A. Jurado
Alicia Jurado, una biotecnóloga en búsqueda de su primer trabajo
Un año después, en 2013, Alicia Jurado, 23 años, se examinó de Selectividad, quedándose a una décima de alcanzar la perfección. Aquel 9,9 le valió para entrar en la carrera de Biotecnología, en la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla), pero “para poco más”. “Cuando entras en la carrera te das cuenta de que todo es mucho más difícil, lo que has estudiado los últimos años no te vale para mucho, te tienes que poner las pilas si quieres aprobar y mantener unas notas medianamente altas”.
Jurado acabó la carrera con una nota media de 8 a pesar de haberle dedicado todo el tiempo a sus estudios. “No pude ni siquiera compaginarlo con un trabajo, requería de mucho esfuerzo, si no entendías algo, si una asignatura o un tema era muy difícil, te tenías que buscar la vida por otro lado. Ya no era como el instituto, donde yo entendía todo, me lo estudiaba y ya está”, cuenta la joven sevillana que hace un año decidió comenzar un máster en Análisis Biológico y Diagnóstico de Laboratorio en la Universidad de Granada.
“Cuando terminas la carrera te das cuenta de que hay un montón de campos de aplicación y que necesitas especializarte, yo estaba un poco perdida, pero escogí este máster que al final me ha encantado y ya sé por dónde quiero ir”, recuerda. Ahora comienza el periodo de prácticas del máster y después empezará a buscar trabajo. “Todavía no me he enfrentado a la búsqueda, pero pinta un poco complicada”, añade.
Como el resto de entrevistados, ha dudado de la elección que tomó tras hacer la Selectividad. “Es muy difícil, eres muy joven y tienes apenas dos semanas para hacer la matrícula y tomar una decisión tan importante para tu vida”.
Juan Ramón Gómez: un 10 en 2013 / Kike Para
Juan Ramón Gómez, un físico-matemático que ahora coquetea con la Filosofía
Con un 13,9, los profesores de Juan Ramón Gómez, 24 años, le animaron a que recurriese. Finalmente le subieron la nota y alcanzó la perfección: 14 sobre 14, o lo que es lo mismo, un 10. En 2013, tras este logro, el joven extremeño, de Quintana de la Serena, se trasladó a Madrid para cursar el doble grado de Matemáticas y Física en la Universidad Complutense.
Atrás quedaba la nota de Selectividad y empezaba una carrera en la que “todo era diferente”. “La gente sigue esperando ese nivel de ti, como que esa nota te va a marcar para siempre, pero no es así ni mucho menos. El nivel de dificultad es más alto y te requiere más tiempo de estudio, si quieres mantener esa excelencia, tienes que hacer un sacrificio bastante grande”, explica, “aunque yo intenté compaginarlo, sin obsesionarme, y no renunciar a mi vida social”.
El último año de la carrera empezó a trabajar como profesor en una academia de preparación para estudios de ingeniería, un empleo que aún hoy mantiene mientras estudia el grado de Filosofía en la UNED. “Acabé el año pasado la carrera, pero me parecía muy precipitado comenzar un máster, que se supone que es el siguiente paso”, cuenta. “Escogí Filosofía porque me gusta y me apetecía estudiar algo así, salirme de las ciencias puras y darle otro enfoque a lo que estoy haciendo”.
En septiembre empezará un máster en Matemáticas Avanzadas, también en la Universidad Complutense de Madrid. “Y después mi intención es seguir por la vía de la investigación, supongo que haré un doctorado. Pero voy paso a paso y viendo un poco cómo está la situación, dónde puede haber más oportunidades, aunque todo parece bastante complicado tal y cómo está la investigación ahora en España”.
https://verne.elpais.com/verne/2019/06/07/articulo/1559902825_522256.html
Unos 300.000 alumnos de toda España se enfrentan estos días a la EvAU (Evaluación para el Acceso a la Universidad), conocida comúnmente como Selectividad. Pronto se conocerán los resultados y aquellos alumnos con las mejores notas recibirán la atención de los medios de comunicación. En Verne hemos querido saber qué fue de algunos de los mejores en la prueba hace unos años. Como Moreno, que recuerda que “tampoco es algo determinante para el resto de tu vida”.
Alejandro Fuentes, un arquitecto que se topó con la realidad tras la Selectividad
Alejandro Fuentes sacó un 9,39 en 2010 / Cortesía de A. Fuentes
“La carrera fue un golpe de realidad, vienes del examen de Selectividad pensando que todo es pan comido y no es así. Recuerdo aquellas navidades, tres meses después de empezar, no estaba seguro de si continuar o no”, cuenta Alejandro Fuentes, de 26 años.
Casi no recuerda el examen de Selectividad, han pasado ya nueve años desde entonces. Este joven jienense obtuvo un 13,39 sobre 14 (9,56 sobre 10) en 2010, que le valió para entrar en Arquitectura en la Universidad de Granada. “Siempre lo tuve claro, sabía que necesitaba una nota alta y fui a por ello. Cuando me matriculé, en secretaría me dijeron que por mi expediente había entrado el primero”. Por delante le quedaban cinco años de grado y uno más del máster obligatorio para habilitarse como arquitecto profesional.
Con esfuerzo y algún que otro sacrificio, terminó la carrera y el máster. “Decidí tomármelo con calma y permitirme unas vacaciones mientras preparaba mi portafolio. En arquitectura no sucede como en otras profesiones, que a lo mejor te vale solo con el currículum, aquí tienes que enseñar los trabajos que has ido haciendo a lo largo de la carrera”.
Fuentes se considera afortunado porque seis meses más tarde, a mediados de 2017, consiguió un trabajo como arquitecto junior en el estudio Architectural Matter, también en Granada, que aún hoy desempeña. “He pensado muchas veces sobre mi elección después de Selectividad. Aunque me gusta mucho mi profesión, la verdad es que la remuneración y las oportunidades de trabajo no son tan altas como en otras”.
Anabel Moreno, una traductora e intérprete que ya se ha enfrentado a la precariedad laboral
Anabel Moreno, mejor expediente de Selectividad del 2012 / Albert García
Anabel Moreno, de 24 años, acabó la carrera de Traducción e Interpretación hace tres años y, al contrario que la mayoría de sus compañeros que comenzaron un máster, decidió ver “qué se cocía en el mundo laboral”. “Empecé en un trabajo en el aeropuerto que me apasionaba, pero con unas condiciones laborales que rozaban la ilegalidad. Después estuve en un bufete de abogados traduciendo documentos y tratando con clientes internacionales".
“Vivía en un piso compartido, pero con lo que me pagaban no era suficiente, así que mis padres me ayudaban”, dice la joven, que actualmente trabaja para la productora de espectáculos de terror de su hermano y de su cuñada, en Barcelona. “Aquí hago un poco de todo y ya sí puedo mantenerme por mí misma”.
Si pudiera volver a aquel mes de junio de 2012, cree que acabaría escogiendo lo mismo, aunque tendría en cuenta otros aspectos. “Sí que lo miraría con otros ojos porque creo que hay una cierta obsesión por acceder a la universidad, mientras que las formaciones superiores están muy mal vistas. Yo cada vez estoy más a favor de este tipo enseñanzas que, aunque no sean universitarias, enseñan muchas cosas que no se enseñan en una facultad”.
Ella aún recuerda el revuelo que se montó en los medios de comunicación. “De la noche a la mañana, me encontré con que todo el mundo tenía interés por mí y me sorprendió mucho porque lo único que había hecho yo había sido estudiar, como siempre”, cuenta.
Con una nota tan alta, podía entrar en la carrera que quisiese, pero Moreno, a la que siempre le habían gustado las letras, decidió estudiar el grado de Traducción e Interpretación en la Universidad Pompeu Fabra. “Empiezas la carrera y eres uno más”. Pero añade: “La verdad es que me lo curré, así que creo que podría valorarse como positivo a la hora de buscar trabajo, que alguien haga tanto esfuerzo para conseguir una nota dice mucho de esa persona”.
Alicia Jurado obtuvo 9,9 en 2013 / Cortesía de A. Jurado
Alicia Jurado, una biotecnóloga en búsqueda de su primer trabajo
Un año después, en 2013, Alicia Jurado, 23 años, se examinó de Selectividad, quedándose a una décima de alcanzar la perfección. Aquel 9,9 le valió para entrar en la carrera de Biotecnología, en la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla), pero “para poco más”. “Cuando entras en la carrera te das cuenta de que todo es mucho más difícil, lo que has estudiado los últimos años no te vale para mucho, te tienes que poner las pilas si quieres aprobar y mantener unas notas medianamente altas”.
Jurado acabó la carrera con una nota media de 8 a pesar de haberle dedicado todo el tiempo a sus estudios. “No pude ni siquiera compaginarlo con un trabajo, requería de mucho esfuerzo, si no entendías algo, si una asignatura o un tema era muy difícil, te tenías que buscar la vida por otro lado. Ya no era como el instituto, donde yo entendía todo, me lo estudiaba y ya está”, cuenta la joven sevillana que hace un año decidió comenzar un máster en Análisis Biológico y Diagnóstico de Laboratorio en la Universidad de Granada.
“Cuando terminas la carrera te das cuenta de que hay un montón de campos de aplicación y que necesitas especializarte, yo estaba un poco perdida, pero escogí este máster que al final me ha encantado y ya sé por dónde quiero ir”, recuerda. Ahora comienza el periodo de prácticas del máster y después empezará a buscar trabajo. “Todavía no me he enfrentado a la búsqueda, pero pinta un poco complicada”, añade.
Como el resto de entrevistados, ha dudado de la elección que tomó tras hacer la Selectividad. “Es muy difícil, eres muy joven y tienes apenas dos semanas para hacer la matrícula y tomar una decisión tan importante para tu vida”.
Juan Ramón Gómez: un 10 en 2013 / Kike Para
Juan Ramón Gómez, un físico-matemático que ahora coquetea con la Filosofía
Con un 13,9, los profesores de Juan Ramón Gómez, 24 años, le animaron a que recurriese. Finalmente le subieron la nota y alcanzó la perfección: 14 sobre 14, o lo que es lo mismo, un 10. En 2013, tras este logro, el joven extremeño, de Quintana de la Serena, se trasladó a Madrid para cursar el doble grado de Matemáticas y Física en la Universidad Complutense.
Atrás quedaba la nota de Selectividad y empezaba una carrera en la que “todo era diferente”. “La gente sigue esperando ese nivel de ti, como que esa nota te va a marcar para siempre, pero no es así ni mucho menos. El nivel de dificultad es más alto y te requiere más tiempo de estudio, si quieres mantener esa excelencia, tienes que hacer un sacrificio bastante grande”, explica, “aunque yo intenté compaginarlo, sin obsesionarme, y no renunciar a mi vida social”.
El último año de la carrera empezó a trabajar como profesor en una academia de preparación para estudios de ingeniería, un empleo que aún hoy mantiene mientras estudia el grado de Filosofía en la UNED. “Acabé el año pasado la carrera, pero me parecía muy precipitado comenzar un máster, que se supone que es el siguiente paso”, cuenta. “Escogí Filosofía porque me gusta y me apetecía estudiar algo así, salirme de las ciencias puras y darle otro enfoque a lo que estoy haciendo”.
En septiembre empezará un máster en Matemáticas Avanzadas, también en la Universidad Complutense de Madrid. “Y después mi intención es seguir por la vía de la investigación, supongo que haré un doctorado. Pero voy paso a paso y viendo un poco cómo está la situación, dónde puede haber más oportunidades, aunque todo parece bastante complicado tal y cómo está la investigación ahora en España”.
https://verne.elpais.com/verne/2019/06/07/articulo/1559902825_522256.html
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jueves, 6 de agosto de 2020
_- Con ocasión del 75 aniversario del bombardeo de Hiroshima, el lunes 6 de agosto de 1945 ¡Hiroshima mon amour!, o la masacre nuclear que ilustró el fin del mundo
_- La ciencia daba la oportunidad de demostrar a “los japos” que había nacido un imperio, muy superior a todos los anteriores, que en menos de lo que canta un gallo podía reducir a cenizas, a la nada, “al enemigo”. Así se inauguró “Apocalypse Now”: la Era del exterminio masivo de civiles.
Fue una mala decisión lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki – a pesar de que todavía lo aprueba el 56 por ciento de los estadounidenses-[1] y acabar con la vida de cientos de miles de civiles que fueron vaporizados o abrasados tras las explosiones nucleares que dejaron escrita con “sangre[2]” una de las páginas más macabras de la historia de la Humanidad. Aquellas masacres atómicas espejaron cómo sería el fin del mundo si los monos que gobiernan el planeta deciden apretar “el botón nuclear” para medir sus fuerzas en “el glóbulo cósmico” que nos ha tocado habitar.
Poco antes de ordenarse el genocidio, el presidente estadounidense Harry S. Truman[3] escribía en su diario:
Hemos descubierto la bomba atómica más terrible de la historia de la humanidad. ¿Es la destrucción masiva que se predijo en la Época de Mesopotamia?
La ciencia daba la oportunidad de demostrar a “los japos” que había nacido un imperio, muy superior a todos los anteriores, que en menos de lo que canta un gallo podía reducir a cenizas, a la nada, “al enemigo”. Así se inauguró “Apocalypse Now”: la Era del exterminio masivo de civiles.
Sobre Hiroshima cayó la bomba atómica “Little Boy” (El muchachito) el 6 de agosto de 1945 y, tres días después, el 9 de agosto, “Fat Man” (El gordinflón)[4] arrasó Nagasaki. Se calcula que en ambas ciudades murieron unas 260.000 personas[5], de las cuales 120.000 perecieron al instante, muchas de ellas vaporizadas, y otras 60.000 sucumbieron en los minutos y horas posteriores. El resto fallecería en las semanas, meses o años venideros.
¡Cuántos japoneses hemos matado en un instante! ¡Dios mío! ¡Qué hemos hecho! – escribió Robert Lewis- copiloto del bombardero “Enola Gay”[6], en una carta dirigida a sus padres tras contemplar el infierno que surgió de las entrañas de Hiroshima tras la explosión que convertiría la ciudad, de unos 350.000 habitantes, en una espectral urbe crematoria en la que “deambulaban muchedumbres de fantasmas”.
En Hiroshima, los diez mil grados que se alcanzaron en un diámetro de dos kilómetros respecto al “punto cero”, fundieron metales y granito, y desintegraron a miles de personas que se encontraban en ese radio. A pesar de la censura de los ocupantes, se han conservado fotografías de “sombras nucleares”[7]. Se trata de hombres y mujeres que dejaron su estampa, en pilotes o bancos, de pie o sentados. La hora de la explosión ha quedado inmortalizada, ya que todos los relojes se pararon a las 08:15 de la mañana.
Algo similar ocurrió en Nagasaki, cuando el bombardero “Bockscar” -que no pudo arrojar la bomba atómica sobre el centro de la urbe, ya que el cielo estaba nublado y se estaba agotando el combustible- dejó caer al “Gordinflón” sobre un barrio periférico del Valle de Urakami, lugar de emplazamiento de la ciudad[8].
Ese mismo día, el 9 de agosto, el presidente Harry S. Truman justificaba con estas palabras el lanzamiento de la bomba atómica:
“La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar la vida de miles y miles de jóvenes estadounidenses”.
Los supervivientes de las explosiones, conocidos como “los Hibakusha” (los bombardeados), narran que por las calles deambulaban “legiones de fantasmas”, hombres, mujeres, niños y niñas, que “sin carne entre los huesos o sosteniendo la piel que se les caía a tiras”, trataban de alcanzar los ríos “para refrescarse” o se derrumbaban con sus extremidades deshechas o derretidas.
A las víctimas habría que añadir los miles de niños que nacerían con deformaciones y malformaciones en las semanas, meses o años después de las explosiones nucleares. Los supervivientes y sus descendientes no quieren hablar de ello. Es como si nadie quisiera recordar una inenarrable pesadilla que, con el Grito de Munch, nos proyecta una escalofriante sombra de la condición humana “que todavía sigue aferrada” al espíritu depredador que anula la razón engendrando monstruos.
El 15 de agosto, cuando los norteamericanos bombardeaban Tokio, el emperador japonés Hiro-Hito pidió la rendición en una inusual alocución por radio que duró cuatro minutos y medio. En la memoria de los nipones han quedado estas palabras:
“Ha llegado la hora de deponer las armas. Estoy dispuesto a soportar lo insoportable y sufrir lo insufrible (en aras de la paz)…”
Poco después Harry S. Truman anunciaba en la Casa Blanca, ante una multitud de periodistas y altas personalidades:
“Japón se ha rendido. Los chicos ya pueden volver a casa”[9]
Los estadounidenses, los aliados, la prensa, la radio, el cine, los voceros etc., han repetido hasta la saciedad durante décadas -haciendo caso omiso a “la voz de la conciencia colectiva”- que el bombardeo nuclear fue necesario para salvar vidas. El rebaño sigue polemizando sobre el asunto. Entre los pocos intelectuales de la época que condenaron aquella masacre de civiles estaba “mi amigo” Albert Camus, ese eterno extranjero que muchos llevamos dentro cual desterrados en el tiempo y en el espacio, pues la patria es un invento conceptual que, muchas veces, se nos escapa como la arena entre los dedos.
[1] Fuente: Pew Research Center (EEUU, 2015). Se añade que un 34 por ciento de los estadounidenses, muchos de ellos jóvenes, condenan los citados bombardeos nucleares. Si hay futuro, está en ellos.
[2] Alusión a la lluvia ácida o negra (black rain) que cayó tras las explosiones.
[3] Harry S. Truman (12 de abril de 1945-20 de enero 1953).
[4] La primera bomba “Little Boy” era de uranio. La segunda “Fat Man” (Gordinflón) era de plutonio. La que cayó sobre Nagasaki era de mayor potencia, pero causó “menos víctimas” al impactar en un barrio periférico de la ciudad.
[5] Son estimaciones, las cifras varían de una fuente a otra.
[6] En el “Enola Gay” había ocho tripulantes, incluido el copiloto Robert Lewis y el piloto Paul Tibbets.
[7] Huella que dejaron las víctimas tras vaporizarse.
[8] De unos 240.000 habitantes.
[9] También los chicos regresaron a casa tras matar en Vietnam entre tres y seis millones de personas, muchas de ellas civiles, incluyendo ancianos, mujeres, muchachas, niños y niñas. Gran parte de éstas últimas fueron violadas y asesinadas.
Blog del autor Nilo Homérico
Más noticias en la BBC.
https://www.bbc.com/mundo/resources/idt-67d6f259-8dcb-480e-94c3-b208e8f279a2
Fue una mala decisión lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki – a pesar de que todavía lo aprueba el 56 por ciento de los estadounidenses-[1] y acabar con la vida de cientos de miles de civiles que fueron vaporizados o abrasados tras las explosiones nucleares que dejaron escrita con “sangre[2]” una de las páginas más macabras de la historia de la Humanidad. Aquellas masacres atómicas espejaron cómo sería el fin del mundo si los monos que gobiernan el planeta deciden apretar “el botón nuclear” para medir sus fuerzas en “el glóbulo cósmico” que nos ha tocado habitar.
Poco antes de ordenarse el genocidio, el presidente estadounidense Harry S. Truman[3] escribía en su diario:
Hemos descubierto la bomba atómica más terrible de la historia de la humanidad. ¿Es la destrucción masiva que se predijo en la Época de Mesopotamia?
La ciencia daba la oportunidad de demostrar a “los japos” que había nacido un imperio, muy superior a todos los anteriores, que en menos de lo que canta un gallo podía reducir a cenizas, a la nada, “al enemigo”. Así se inauguró “Apocalypse Now”: la Era del exterminio masivo de civiles.
Sobre Hiroshima cayó la bomba atómica “Little Boy” (El muchachito) el 6 de agosto de 1945 y, tres días después, el 9 de agosto, “Fat Man” (El gordinflón)[4] arrasó Nagasaki. Se calcula que en ambas ciudades murieron unas 260.000 personas[5], de las cuales 120.000 perecieron al instante, muchas de ellas vaporizadas, y otras 60.000 sucumbieron en los minutos y horas posteriores. El resto fallecería en las semanas, meses o años venideros.
¡Cuántos japoneses hemos matado en un instante! ¡Dios mío! ¡Qué hemos hecho! – escribió Robert Lewis- copiloto del bombardero “Enola Gay”[6], en una carta dirigida a sus padres tras contemplar el infierno que surgió de las entrañas de Hiroshima tras la explosión que convertiría la ciudad, de unos 350.000 habitantes, en una espectral urbe crematoria en la que “deambulaban muchedumbres de fantasmas”.
En Hiroshima, los diez mil grados que se alcanzaron en un diámetro de dos kilómetros respecto al “punto cero”, fundieron metales y granito, y desintegraron a miles de personas que se encontraban en ese radio. A pesar de la censura de los ocupantes, se han conservado fotografías de “sombras nucleares”[7]. Se trata de hombres y mujeres que dejaron su estampa, en pilotes o bancos, de pie o sentados. La hora de la explosión ha quedado inmortalizada, ya que todos los relojes se pararon a las 08:15 de la mañana.
Algo similar ocurrió en Nagasaki, cuando el bombardero “Bockscar” -que no pudo arrojar la bomba atómica sobre el centro de la urbe, ya que el cielo estaba nublado y se estaba agotando el combustible- dejó caer al “Gordinflón” sobre un barrio periférico del Valle de Urakami, lugar de emplazamiento de la ciudad[8].
Ese mismo día, el 9 de agosto, el presidente Harry S. Truman justificaba con estas palabras el lanzamiento de la bomba atómica:
“La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar la vida de miles y miles de jóvenes estadounidenses”.
Los supervivientes de las explosiones, conocidos como “los Hibakusha” (los bombardeados), narran que por las calles deambulaban “legiones de fantasmas”, hombres, mujeres, niños y niñas, que “sin carne entre los huesos o sosteniendo la piel que se les caía a tiras”, trataban de alcanzar los ríos “para refrescarse” o se derrumbaban con sus extremidades deshechas o derretidas.
A las víctimas habría que añadir los miles de niños que nacerían con deformaciones y malformaciones en las semanas, meses o años después de las explosiones nucleares. Los supervivientes y sus descendientes no quieren hablar de ello. Es como si nadie quisiera recordar una inenarrable pesadilla que, con el Grito de Munch, nos proyecta una escalofriante sombra de la condición humana “que todavía sigue aferrada” al espíritu depredador que anula la razón engendrando monstruos.
El 15 de agosto, cuando los norteamericanos bombardeaban Tokio, el emperador japonés Hiro-Hito pidió la rendición en una inusual alocución por radio que duró cuatro minutos y medio. En la memoria de los nipones han quedado estas palabras:
“Ha llegado la hora de deponer las armas. Estoy dispuesto a soportar lo insoportable y sufrir lo insufrible (en aras de la paz)…”
Poco después Harry S. Truman anunciaba en la Casa Blanca, ante una multitud de periodistas y altas personalidades:
“Japón se ha rendido. Los chicos ya pueden volver a casa”[9]
Los estadounidenses, los aliados, la prensa, la radio, el cine, los voceros etc., han repetido hasta la saciedad durante décadas -haciendo caso omiso a “la voz de la conciencia colectiva”- que el bombardeo nuclear fue necesario para salvar vidas. El rebaño sigue polemizando sobre el asunto. Entre los pocos intelectuales de la época que condenaron aquella masacre de civiles estaba “mi amigo” Albert Camus, ese eterno extranjero que muchos llevamos dentro cual desterrados en el tiempo y en el espacio, pues la patria es un invento conceptual que, muchas veces, se nos escapa como la arena entre los dedos.
[1] Fuente: Pew Research Center (EEUU, 2015). Se añade que un 34 por ciento de los estadounidenses, muchos de ellos jóvenes, condenan los citados bombardeos nucleares. Si hay futuro, está en ellos.
[2] Alusión a la lluvia ácida o negra (black rain) que cayó tras las explosiones.
[3] Harry S. Truman (12 de abril de 1945-20 de enero 1953).
[4] La primera bomba “Little Boy” era de uranio. La segunda “Fat Man” (Gordinflón) era de plutonio. La que cayó sobre Nagasaki era de mayor potencia, pero causó “menos víctimas” al impactar en un barrio periférico de la ciudad.
[5] Son estimaciones, las cifras varían de una fuente a otra.
[6] En el “Enola Gay” había ocho tripulantes, incluido el copiloto Robert Lewis y el piloto Paul Tibbets.
[7] Huella que dejaron las víctimas tras vaporizarse.
[8] De unos 240.000 habitantes.
[9] También los chicos regresaron a casa tras matar en Vietnam entre tres y seis millones de personas, muchas de ellas civiles, incluyendo ancianos, mujeres, muchachas, niños y niñas. Gran parte de éstas últimas fueron violadas y asesinadas.
Blog del autor Nilo Homérico
Más noticias en la BBC.
https://www.bbc.com/mundo/resources/idt-67d6f259-8dcb-480e-94c3-b208e8f279a2
_- El orgullo de un profesor por el 9,176 en matemáticas de sus alumnos de un instituto rural. “Aquí los avances siempre llegan en último lugar”, cuenta el docente David Hernández
_- David Hernández ha vivido gran parte de su vida en Olivares de Duero, un pequeño municipio de 313 habitantes situado en la provincia de Valladolid. Él, como otros tantos niños de la zona, tenía que recorrer cada día más de 23 kilómetros para poder acudir a su instituto, situado en Tudela de Duero. Ese obstáculo no le impidió años después graduarse en Arquitectura y cursar un máster para convertirse en profesor. Sus ahora alumnos de segundo de bachillerato del IES Conde Lucanor, situado en Peñafiel (Valladolid), también han estudiado en un instituto de un medio rural y han tenido buenos resultados académicos en Selectividad: estos 24 estudiantes han conseguido un 9,176 de media sobre 10 en matemáticas. “Me siento orgulloso de ellos y a la vez me siento identificado con su situación”, cuenta el docente a Verne por teléfono.
Este profesor, de 32 años afincado en Valladolid, se sintió “eufórico al ver los resultados” y quiso compartirlo en Twitter, una de sus redes sociales favoritas, explica. El tuit, publicado el 10 de julio, ya acumula 18.000 me gusta y más de 1.500 comentarios. En él, destaca sobre todo el mérito que tiene el hecho de que esta nota tan alta se haya dado en un instituto público situado en un municipio que cuenta con unos 5.000 habitantes. “En el pueblo, que está a 50 kilómetros de la capital, las familias tienen un nivel socioeconómico más bajo. Por norma general suelen tener muchas más dificultades”, explica Hernández. "Además, sigue siendo diferente el acceso a la cultura que puedes tener respecto a una gran ciudad”. Al centro también acuden alumnos de pueblos más pequeños de la zona.
Este curso es el primero en el que el docente imparte clases de matemáticas en este centro. Sin embargo, no es la primera vez en la que da clases en pequeños municipios ya que antes había sido profesor en otro pueblo situado en Soria. Y no solo en medios rurales, también estuvo trabajando dos años en un colegio concertado en Valladolid. Comparando todas sus experiencias, opina que “los avances siempre llegan en último lugar” a los pueblos. “Desde las instituciones dicen que apuestan por la "España vacía" y no es cierto. Puede parecer una tontería, pero la diferencia con la ciudad se nota desde las pizarras que usamos hasta las ventanas que hay en el aula. Todo está más deteriorado”, sostiene el profesor.
Este es solo uno de los ejemplos que pone para entender la diferencia entre la educación pública en centros rurales o en las ciudades. Entre todas las dificultades con las que se ha encontrado, Hernández cree que la más importante es la elevada tasa de interinidad. “En Castilla y León no sacan prácticamente plazas fijas y los alumnos cada año tienen un profesor, que no conocen y que se acaba yendo”, explica. A esta traba, y según sus palabras, se suma otra: el difícil acceso a los pueblos. “La carretera que lleva a Peñafiel es una de las más peligrosas de España. Si se arreglase la comunicación, además de que desde Valladolid se tardaría 30 minutos y no 50 en llegar, la gente tendría más ganas de quedarse allí”, cuenta.
Aún con todo, Hernández reconoce que - como apuntaba uno de los comentaristas en Twitter - la enseñanza rural a veces tiene la ventaja de ser personalizada. “Me han dicho que en los pueblos, y sobre todo en cursos superiores, se da clase muy bien. Es verdad que a veces se puede poner más empeño con menos alumnos, pero este año tampoco ha sido mi caso porque tenía a 27 estudiantes en clase”, explica. Este curso, la experiencia ha estado limitada por la interrupción de clases por la covid-19. Sin embargo, el profesor cuenta que han seguido comunicándose “mucho a través de videollamada” y que afortunadamente ningún alumno ha tenido problemas con la conexión. “Al pueblo no llega la fibra óptica, tenemos ADSL, pero es suficiente para dar clase”, afirma.
Para Hernández, ser el tutor de la clase durante todo el curso ha ayudado a que los resultados fueran tan buenos, porque le ha permitido seguir el desarrollo de los estudiantes y tener una enseñanza más personalizada. "Lo importante es conectar con los alumnos, que estén a gusto y de ahí empezar a aprender”, cuenta. Este vallisoletano tiene un perfil en Twitter (Fun with functions) en el que trata de enseñar conceptos difíciles de matemáticas con representaciones visuales. Sin embargo, y aunque mantiene que con una cuenta así ha podido “ganárselos un poco más desde el principio”, sostiene que sus clases son “bastante convencionales”. “En segundo de Bachillerato no tenemos tiempo de hacer cosas ni innovadoras ni divertidas casi, tenemos muy poco margen para acabar el temario de la EBAU”, explica el docente.
La palabra “cercanía” es la primera que se le viene a la mente a dos de sus alumnas, ambas de 17 años, cuando analizan las claves que han permitido a la clase sacar tan buenas notas en la asignatura. Alicia de Lucas, con un 9,60 en el examen de matemáticas, comenta: “Si no entendíamos algo lo volvía a explicar y también nos daba muchas facilidades compartiéndonos bastantes ejercicios. Siempre nos ha intentado transmitir seguridad a la hora de hacer la Selectividad”. Por su parte, Claudia García - que ha sacado un 9,55 en la prueba - destaca sobre todo que el docente enseñaba de un modo “muy cercano que se entendía muy bien”. Además de cómo daba la materia estipulada, esta alumna destaca que les “recomendó documentales muy interesantes” que le permitieron “entender mejor la estadística a nivel mundial”.
El futuro de sus alumnos que han aprobado selectividad está fuera del pueblo. Por ejemplo, Alicia y Claudia planean irse a Madrid. Con un 13,58 y un 13,5 respectivamente, Alicia quiere estudiar Arquitectura y Claudia un doble grado de Administración y Dirección de Empresas con Análisis de Negocios. Otros estudiantes, sin embargo, van a cursar sus estudios en ciudades de Castilla y León. “En la provincia, aunque a veces solo haya una opción en cada ciudad, hay mucha oferta de carreras", afirma Hernández. Él no sabe cuántos años dará clase en Peñafiel. Aún con la plaza de profesor recién sacada en el municipio, el profesor duda si su carrera profesional va a seguir allí. “Que arreglaran la carretera sería fundamental para que me quedara. No me veo jugándome la vida durante 10 años para llegar al instituto. Es inasumible”, sostiene.
https://verne.elpais.com/verne/2020/07/14/articulo/1594743123_581540.html
Este profesor, de 32 años afincado en Valladolid, se sintió “eufórico al ver los resultados” y quiso compartirlo en Twitter, una de sus redes sociales favoritas, explica. El tuit, publicado el 10 de julio, ya acumula 18.000 me gusta y más de 1.500 comentarios. En él, destaca sobre todo el mérito que tiene el hecho de que esta nota tan alta se haya dado en un instituto público situado en un municipio que cuenta con unos 5.000 habitantes. “En el pueblo, que está a 50 kilómetros de la capital, las familias tienen un nivel socioeconómico más bajo. Por norma general suelen tener muchas más dificultades”, explica Hernández. "Además, sigue siendo diferente el acceso a la cultura que puedes tener respecto a una gran ciudad”. Al centro también acuden alumnos de pueblos más pequeños de la zona.
Este curso es el primero en el que el docente imparte clases de matemáticas en este centro. Sin embargo, no es la primera vez en la que da clases en pequeños municipios ya que antes había sido profesor en otro pueblo situado en Soria. Y no solo en medios rurales, también estuvo trabajando dos años en un colegio concertado en Valladolid. Comparando todas sus experiencias, opina que “los avances siempre llegan en último lugar” a los pueblos. “Desde las instituciones dicen que apuestan por la "España vacía" y no es cierto. Puede parecer una tontería, pero la diferencia con la ciudad se nota desde las pizarras que usamos hasta las ventanas que hay en el aula. Todo está más deteriorado”, sostiene el profesor.
Este es solo uno de los ejemplos que pone para entender la diferencia entre la educación pública en centros rurales o en las ciudades. Entre todas las dificultades con las que se ha encontrado, Hernández cree que la más importante es la elevada tasa de interinidad. “En Castilla y León no sacan prácticamente plazas fijas y los alumnos cada año tienen un profesor, que no conocen y que se acaba yendo”, explica. A esta traba, y según sus palabras, se suma otra: el difícil acceso a los pueblos. “La carretera que lleva a Peñafiel es una de las más peligrosas de España. Si se arreglase la comunicación, además de que desde Valladolid se tardaría 30 minutos y no 50 en llegar, la gente tendría más ganas de quedarse allí”, cuenta.
Aún con todo, Hernández reconoce que - como apuntaba uno de los comentaristas en Twitter - la enseñanza rural a veces tiene la ventaja de ser personalizada. “Me han dicho que en los pueblos, y sobre todo en cursos superiores, se da clase muy bien. Es verdad que a veces se puede poner más empeño con menos alumnos, pero este año tampoco ha sido mi caso porque tenía a 27 estudiantes en clase”, explica. Este curso, la experiencia ha estado limitada por la interrupción de clases por la covid-19. Sin embargo, el profesor cuenta que han seguido comunicándose “mucho a través de videollamada” y que afortunadamente ningún alumno ha tenido problemas con la conexión. “Al pueblo no llega la fibra óptica, tenemos ADSL, pero es suficiente para dar clase”, afirma.
Para Hernández, ser el tutor de la clase durante todo el curso ha ayudado a que los resultados fueran tan buenos, porque le ha permitido seguir el desarrollo de los estudiantes y tener una enseñanza más personalizada. "Lo importante es conectar con los alumnos, que estén a gusto y de ahí empezar a aprender”, cuenta. Este vallisoletano tiene un perfil en Twitter (Fun with functions) en el que trata de enseñar conceptos difíciles de matemáticas con representaciones visuales. Sin embargo, y aunque mantiene que con una cuenta así ha podido “ganárselos un poco más desde el principio”, sostiene que sus clases son “bastante convencionales”. “En segundo de Bachillerato no tenemos tiempo de hacer cosas ni innovadoras ni divertidas casi, tenemos muy poco margen para acabar el temario de la EBAU”, explica el docente.
La palabra “cercanía” es la primera que se le viene a la mente a dos de sus alumnas, ambas de 17 años, cuando analizan las claves que han permitido a la clase sacar tan buenas notas en la asignatura. Alicia de Lucas, con un 9,60 en el examen de matemáticas, comenta: “Si no entendíamos algo lo volvía a explicar y también nos daba muchas facilidades compartiéndonos bastantes ejercicios. Siempre nos ha intentado transmitir seguridad a la hora de hacer la Selectividad”. Por su parte, Claudia García - que ha sacado un 9,55 en la prueba - destaca sobre todo que el docente enseñaba de un modo “muy cercano que se entendía muy bien”. Además de cómo daba la materia estipulada, esta alumna destaca que les “recomendó documentales muy interesantes” que le permitieron “entender mejor la estadística a nivel mundial”.
El futuro de sus alumnos que han aprobado selectividad está fuera del pueblo. Por ejemplo, Alicia y Claudia planean irse a Madrid. Con un 13,58 y un 13,5 respectivamente, Alicia quiere estudiar Arquitectura y Claudia un doble grado de Administración y Dirección de Empresas con Análisis de Negocios. Otros estudiantes, sin embargo, van a cursar sus estudios en ciudades de Castilla y León. “En la provincia, aunque a veces solo haya una opción en cada ciudad, hay mucha oferta de carreras", afirma Hernández. Él no sabe cuántos años dará clase en Peñafiel. Aún con la plaza de profesor recién sacada en el municipio, el profesor duda si su carrera profesional va a seguir allí. “Que arreglaran la carretera sería fundamental para que me quedara. No me veo jugándome la vida durante 10 años para llegar al instituto. Es inasumible”, sostiene.
https://verne.elpais.com/verne/2020/07/14/articulo/1594743123_581540.html
miércoles, 5 de agosto de 2020
El círculo 99
Miguel Ángel Santos Guerra
Cuántas veces nos sucede que dejamos de valorar todo lo que tenemos de bueno para instalarnos en un lamento y queja profundos por alguna pequeña o gran cosa que nos falta. En lugar de poner el énfasis en aquello que nos haría felices, lo ponemos en lo que nos hace sentir desgraciados.
Lo pienso muchas veces. Cuánto daría por estar como ahora el día que pierda la salud, o a un ser querido, o el trabajo, o la vivienda, o los amigos, o la seguridad… Pero una pequeña dificultad o un mínimo contratiempo lo tiñe todo de tristeza, a pesar de tener lo demás.
En el libro de Jaume Soler y M. Mercè Conangla titulado “La Ecología Emocional. El arte de transformar positivamente las emociones” me he encontrado con una historia que explica muy bien esta perniciosa actitud. Se titula El círculo 99. Dice así.
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente que, como todo sirviente de rey triste, era muy feliz. Todas las mañanas le llevaba el desayuno y despertaba al rey cantando alegres canciones de juglares. En su cara relajada se dibujaba una sonrisa y su actitud ante la vida era alegre y serena. Un día el rey le llamó:
– Paje, ¿cuál es el secreto de su alegría?
– No hay ningún secreto, Majestad.
– No me mientas, paje. He hecho cortar cabezas por ofensas menores que una mentira. ¿Por qué estás siempre alegre?
– Majestad, no tengo razones para estar triste. Me habéis honrado permitiendo que os sirva, tengo esposa e hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, tenemos vestido y alimento, un buen sueldo y además vuestra alteza nos hace regalos que nos permiten satisfacer algunos caprichos.
– Si no me dices ahora el secreto, te haré decapitar. Nadie puede ser feliz por las razones que me has dado.
– Pero, Majestad, no hay secreto ni nada que esconder.
– Vete antes de que llame al verdugo.
El sirviente salió de la habitación haciendo una reverencia. El rey estaba como loco. No conseguía explicarse cómo el paje era feliz viviendo en un lugar prestado, llevando ropa usada y alimentándose frugalmente. Cuando al final se calmó, mandó llamar al sabio más sabio de sus asesores y le contó la conversación de la mañana.
-¿Por qué es feliz?
– Ah, Majestad, es que está fuera del círculo 99. Puede comprobarlo metiendo a su paje dentro de ese círculo. Inmediatamente será infeliz. ¿Está dispuesto a perder a un excelente sirviente para poder entender cuál es la estructura del círculo?
– Sí, estoy dispuesto.
– Esta noche lo vendré a buscar. Debe tener preparada una bolsa con 99 monedas de oro. Ni una más, ni una menos.
Aquella noche el sabio fue a buscar al rey. Y se dirigieron a casa del paje. Llamaron a la puerta y el sabio dejó la bolsa con 99 monedas ante la puerta, con una nota que decía: “Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le digas a nadie dónde lo has encontrado”.
El sirviente abrió la puerta, vio la bolsa, leyó la nota y entró en la casa. El rey y el sabio espiaban por la ventana lo que hacía el paje. Estaba apilando las monedas en montones de diez. Las juntaba y las separaba: 10, 20, 30… El último montón solo tenía 9.
-Me han robado, gritó. ¡Malditos!
El rey y el sabio seguían mirando por la ventana. La cara del paje se había transformado, su frente estaba arrugada, los rasgos faciales tensos y los ojos pequeños, su boca con una expresión horrible… El sirviente guardó las monedas en la bolsa y, mirando alrededor para asegurarse de que nadie lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Entonces se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo debería ahorrar para comprar la moneda número 100? Estaba dispuesto a trabajar duro para conseguirla. Quizá si trabajaba y ahorraba de su salario y añadía algún dinero extra, en doce o trece años tendría el dinero suficiente para comprar la moneda que le faltaba. Tal vez podría pedirle a su mujer que buscase un segundo trabajo en el pueblo y, tal vez, cuando él acabara el trabajo en palacio, también podría trabajar en otro lugar… Entonces necesitaría solo… siete años. Quizá podrían vender algo, o… El paje calculaba enloquecido. Había entrado en el círculo 99.
El rey y el sabio volvieron a palacio. Durante los meses siguientes el paje empezó a seguir sus planes. Una mañana entró en el dormitorio real dando un fuerte portazo y protestando en voz baja.
– ¿Qué te pasa?, dijo el rey amablemente
– No me pasa nada, nada de nada.
– Antes, no hace mucho, estabas contento., reías y cantabas todo el rato.
– Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué quiere, Majestad, que además de paje haga de bufón y de juglar?
Al cabo de un tiempo el rey despidió al sirviente No era nada agradable tener un paje que siempre estaba de mal humor.
Hasta aquí la historia del círculo 99. La moraleja se desprende sola. Todos y todas estamos tentados por esa absurda forma de pensar: siempre, y solo estando completos podemos ser felices. Siempre nos falta algo para sentiros completos. Y como siempre nos falta algo, siempre tenemos motivos para la infelicidad.
Lo hemos vivido, probablemente, muchas veces. Cuando compre la casa, cuando me case, cuando tenga hijos, cuando me jubile, cuando me toque la lotería, cuando se resuelva el problema del trabajo, cuando me compre… Entonces seré feliz. Ahora, no. Porque me falta la moneda número 100.
He conocido pocas personas que vivan fuera del círculo 99. Mi padre era una de ellas. Siempre que le hablábamos de comprarle algo, de regalarle algo, de proponerle alguna adquisición del tipo que fuera, decía de manera indefectible con una sonrisa en los labios:
– Estoy completo.
Claro, estando completo, no se desvivía por ninguna adquisición que acabara con la supuesta e insatisfactoria infelicidad.
“Decía Erich Fromm: Cuando el ser humano ya no está alegre y no ve ningún sentido en interesarse por la vida, siente que, aun estando vivo, su alma está muerta; entonces se aburre y empieza a odiar la vida y a desear destruirla”.
¿Por qué no se trabaja más en las escuelas la educación emocional? ¿Por qué no se hace más hincapié en la formación emocional de los docentes? En mi libro Arqueología de lo sentimientos en la escuela (Buenos Aires, 2006), recojo la siguiente cita de Filliozat: “En el colegio se aprende historia, geografía, matemáticas, lengua, dibujo, gimnasia… Pero, ¿qué se aprende con respecto a la afectividad? Nada. Absolutamente nada sobre el duelo, el control del miedo o la expresión de la cólera…”. Tengo delante su libro “El corazón tiene sus razones”.
La salud emocional es la fuente de la desgracia o de la felicidad. No está situada en el nivel de conocimiento que se posee, de la cantidad de dinero que se tiene o del nivel de poder que se atesora.
No acabar atrapado en el círculo 99, salir de la trampa que nos tienden la cosas y las personas, saber moverse con soltura por los intrincados vericuetos del mundo emocional, es la mejor garantía para sentirnos bien, aceptándonos como somos y relacionándonos con los demás y con las cosas de forma equilibrada e inteligente.
Permítame el lector (o la lectora) hacer referencia a mi último libro, publicado en la Editorial Homo Sapiens (Rosario. Argentina): “Educar el corazón. Los sentimientos en la escuela”. Nos hemos olvidado en la escuela de la educación emocional. Recuerdo todavía con emoción la lectura del libro de Alexander Neill, traducido al castellano ¡en 1978!: “Corazones, no solo cabezas en la escuela”. Cuánta razón. Cuánto corazón.
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/
Cuántas veces nos sucede que dejamos de valorar todo lo que tenemos de bueno para instalarnos en un lamento y queja profundos por alguna pequeña o gran cosa que nos falta. En lugar de poner el énfasis en aquello que nos haría felices, lo ponemos en lo que nos hace sentir desgraciados.
Lo pienso muchas veces. Cuánto daría por estar como ahora el día que pierda la salud, o a un ser querido, o el trabajo, o la vivienda, o los amigos, o la seguridad… Pero una pequeña dificultad o un mínimo contratiempo lo tiñe todo de tristeza, a pesar de tener lo demás.
En el libro de Jaume Soler y M. Mercè Conangla titulado “La Ecología Emocional. El arte de transformar positivamente las emociones” me he encontrado con una historia que explica muy bien esta perniciosa actitud. Se titula El círculo 99. Dice así.
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente que, como todo sirviente de rey triste, era muy feliz. Todas las mañanas le llevaba el desayuno y despertaba al rey cantando alegres canciones de juglares. En su cara relajada se dibujaba una sonrisa y su actitud ante la vida era alegre y serena. Un día el rey le llamó:
– Paje, ¿cuál es el secreto de su alegría?
– No hay ningún secreto, Majestad.
– No me mientas, paje. He hecho cortar cabezas por ofensas menores que una mentira. ¿Por qué estás siempre alegre?
– Majestad, no tengo razones para estar triste. Me habéis honrado permitiendo que os sirva, tengo esposa e hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, tenemos vestido y alimento, un buen sueldo y además vuestra alteza nos hace regalos que nos permiten satisfacer algunos caprichos.
– Si no me dices ahora el secreto, te haré decapitar. Nadie puede ser feliz por las razones que me has dado.
– Pero, Majestad, no hay secreto ni nada que esconder.
– Vete antes de que llame al verdugo.
El sirviente salió de la habitación haciendo una reverencia. El rey estaba como loco. No conseguía explicarse cómo el paje era feliz viviendo en un lugar prestado, llevando ropa usada y alimentándose frugalmente. Cuando al final se calmó, mandó llamar al sabio más sabio de sus asesores y le contó la conversación de la mañana.
-¿Por qué es feliz?
– Ah, Majestad, es que está fuera del círculo 99. Puede comprobarlo metiendo a su paje dentro de ese círculo. Inmediatamente será infeliz. ¿Está dispuesto a perder a un excelente sirviente para poder entender cuál es la estructura del círculo?
– Sí, estoy dispuesto.
– Esta noche lo vendré a buscar. Debe tener preparada una bolsa con 99 monedas de oro. Ni una más, ni una menos.
Aquella noche el sabio fue a buscar al rey. Y se dirigieron a casa del paje. Llamaron a la puerta y el sabio dejó la bolsa con 99 monedas ante la puerta, con una nota que decía: “Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le digas a nadie dónde lo has encontrado”.
El sirviente abrió la puerta, vio la bolsa, leyó la nota y entró en la casa. El rey y el sabio espiaban por la ventana lo que hacía el paje. Estaba apilando las monedas en montones de diez. Las juntaba y las separaba: 10, 20, 30… El último montón solo tenía 9.
-Me han robado, gritó. ¡Malditos!
El rey y el sabio seguían mirando por la ventana. La cara del paje se había transformado, su frente estaba arrugada, los rasgos faciales tensos y los ojos pequeños, su boca con una expresión horrible… El sirviente guardó las monedas en la bolsa y, mirando alrededor para asegurarse de que nadie lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Entonces se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo debería ahorrar para comprar la moneda número 100? Estaba dispuesto a trabajar duro para conseguirla. Quizá si trabajaba y ahorraba de su salario y añadía algún dinero extra, en doce o trece años tendría el dinero suficiente para comprar la moneda que le faltaba. Tal vez podría pedirle a su mujer que buscase un segundo trabajo en el pueblo y, tal vez, cuando él acabara el trabajo en palacio, también podría trabajar en otro lugar… Entonces necesitaría solo… siete años. Quizá podrían vender algo, o… El paje calculaba enloquecido. Había entrado en el círculo 99.
El rey y el sabio volvieron a palacio. Durante los meses siguientes el paje empezó a seguir sus planes. Una mañana entró en el dormitorio real dando un fuerte portazo y protestando en voz baja.
– ¿Qué te pasa?, dijo el rey amablemente
– No me pasa nada, nada de nada.
– Antes, no hace mucho, estabas contento., reías y cantabas todo el rato.
– Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué quiere, Majestad, que además de paje haga de bufón y de juglar?
Al cabo de un tiempo el rey despidió al sirviente No era nada agradable tener un paje que siempre estaba de mal humor.
Hasta aquí la historia del círculo 99. La moraleja se desprende sola. Todos y todas estamos tentados por esa absurda forma de pensar: siempre, y solo estando completos podemos ser felices. Siempre nos falta algo para sentiros completos. Y como siempre nos falta algo, siempre tenemos motivos para la infelicidad.
Lo hemos vivido, probablemente, muchas veces. Cuando compre la casa, cuando me case, cuando tenga hijos, cuando me jubile, cuando me toque la lotería, cuando se resuelva el problema del trabajo, cuando me compre… Entonces seré feliz. Ahora, no. Porque me falta la moneda número 100.
He conocido pocas personas que vivan fuera del círculo 99. Mi padre era una de ellas. Siempre que le hablábamos de comprarle algo, de regalarle algo, de proponerle alguna adquisición del tipo que fuera, decía de manera indefectible con una sonrisa en los labios:
– Estoy completo.
Claro, estando completo, no se desvivía por ninguna adquisición que acabara con la supuesta e insatisfactoria infelicidad.
“Decía Erich Fromm: Cuando el ser humano ya no está alegre y no ve ningún sentido en interesarse por la vida, siente que, aun estando vivo, su alma está muerta; entonces se aburre y empieza a odiar la vida y a desear destruirla”.
¿Por qué no se trabaja más en las escuelas la educación emocional? ¿Por qué no se hace más hincapié en la formación emocional de los docentes? En mi libro Arqueología de lo sentimientos en la escuela (Buenos Aires, 2006), recojo la siguiente cita de Filliozat: “En el colegio se aprende historia, geografía, matemáticas, lengua, dibujo, gimnasia… Pero, ¿qué se aprende con respecto a la afectividad? Nada. Absolutamente nada sobre el duelo, el control del miedo o la expresión de la cólera…”. Tengo delante su libro “El corazón tiene sus razones”.
La salud emocional es la fuente de la desgracia o de la felicidad. No está situada en el nivel de conocimiento que se posee, de la cantidad de dinero que se tiene o del nivel de poder que se atesora.
No acabar atrapado en el círculo 99, salir de la trampa que nos tienden la cosas y las personas, saber moverse con soltura por los intrincados vericuetos del mundo emocional, es la mejor garantía para sentirnos bien, aceptándonos como somos y relacionándonos con los demás y con las cosas de forma equilibrada e inteligente.
Permítame el lector (o la lectora) hacer referencia a mi último libro, publicado en la Editorial Homo Sapiens (Rosario. Argentina): “Educar el corazón. Los sentimientos en la escuela”. Nos hemos olvidado en la escuela de la educación emocional. Recuerdo todavía con emoción la lectura del libro de Alexander Neill, traducido al castellano ¡en 1978!: “Corazones, no solo cabezas en la escuela”. Cuánta razón. Cuánto corazón.
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/
martes, 4 de agosto de 2020
Dos carreras en Asturias o Galicia por el precio de una en Cataluña o Madrid. El acuerdo impulsado por el Ministerio de Universidades para reducir las tasas en los campus públicos en los próximos años empezará a asomar tímidamente el curso que viene
Con lo que cuesta estudiar Historia en una universidad pública de Madrid se podría estudiar en Asturias o Galicia esa misma titulación y, después, por ejemplo, Administración y Dirección de Empresas (ADE). Y aún sobraría algo de dinero. Con lo que cuestan los seis años de Medicina en Madrid o en Cataluña (sin el descuento para las rentas más bajas), podrían estudiar la misma carrera dos personas en Andalucía.
La iniciativa del Ministerio de Universidades para limitar el precio de las titulaciones de grado en los campus públicos y, de paso, reducir las gigantescas disparidades que existen entre comunidades (de hasta un 147%) apenas se empezará a percibir el próximo curso. En el acuerdo sellado el pasado mes de mayo en la Conferencia General de Política Universitaria (aun con algunas comunidades en contra), el ministerio ya preveía dar flexibilidad para que los Gobiernos regionales que tienen que bajar precios —el objetivo es revertir el enorme encarecimiento producido en algunos territorios desde 2012— puedan hacerlo gradualmente hasta 2023. Y buena parte de las autonomías han aprovechado esa posibilidad. “Desde el ministerio hemos entendido la presión presupuestaria que supone esta medida”, explica una portavoz de Universidades.
Así, Baleares, Castilla y León, Extremadura, Madrid y País Vasco no bajan todavía los precios, sino que los congelan para el próximo curso. La Comunidad Valenciana, por su parte, empezará bajando un 5% las tasas de las carreras más caras. Sí han aplicado una bajada general Navarra (de un 2,38%), La Rioja (3,52%), Aragón (4,27%) y, sobre todo, Cataluña (30%), aunque en este caso el punto de partida era tan alto, que sus campus siguen destacando entre las más caras. Con su bajada, La Rioja ya alcanza el objetivo final fijado por el ministerio de volver a los precios del curso 2011-2012, cuando el Gobierno del PP cambió la normativa, eliminando el tope máximo que se fijaba cada año para las subidas de precio, para que las autonomías pudieran aumentar las tasas cuanto quisieran. También ha aplicado una ligera rebaja para el año que viene una comunidad que no estaba obligada a hacerlo: Cantabria (1%). El resto, como se estableció también en mayo, congelan los precios.
Pero las bajadas medias y los porcentajes probablemente no signifiquen mucho para un alumno que quiera estudiar una carrera concreta, teniendo en cuenta, además, la gran disparidad de precios que existe, incluso, dentro de cada territorio entre los grados más caros y los más baratos. Teóricamente, la variación depende de cuestiones como la necesidad de equipos e instalaciones en cada título, lo que en la estadística se llama “grado de experimentalidad”, aunque las comunidades colocan muchas veces los mismos grados en tramos distintos de la horquilla. En ese contexto, cuatro ejemplos del coste de carreras concretas pueden ofrecer una imagen más fiel del panorama del próximo curso.
Para las titulaciones más caras, entre las que siempre están las sanitarias, se ha elegido como ejemplo Medicina, con una dispersión territorial que va de los 757 euros en las universidades andaluzas a los 1.660,2 en las catalanas.
Con las ingenierías (en el primer o el segundo escalón entre los más gravosos), Informática cuesta entre 730 euros en Asturias y, de nuevo, 1.660 en Cataluña. El coste se ha calculado para la primera matrícula, sin suspensos, de un curso completo de 60 créditos académicos.
En la parte baja de los precios, el ejemplo elegido es ADE, que en unas autonomías está en el escalón más barato y en otras, en el anterior. Así, esta carrera cuesta al año entre 591 euros en Galicia y 1.283 en Madrid.
Y, por último, la horquilla de Historia va de los 517 euros (Asturias) a los 1.283 (de nuevo, Madrid).
En las carreras más caras, Cataluña sigue estando a la cabeza pese a su bajada del 30%. Una bajada que, en todo caso, ha venido acompañada de un descenso de la progresividad; desde hace años, los alumnos pagan en función de su renta (a través de un programa autonómico de becas), con tasas diferenciadas en seis tramos que veían reducido el precio con descuentos del 10%, el 20%, el 30%, el 70% y el 80%. El próximo año, sin embargo, solo se mantienen los dos últimos tramos para las rentas más bajas.
Junto a Cataluña (que todavía le quedan una nueva reducción para cumplir con el acuerdo sobre tasas), Madrid es la otra comunidad obligada a aplicar un fuerte descenso hasta el curso 2022-2023, en torno a un 23%. Pero de momento, sus universidades, con las tasas congeladas, se convertirán en septiembre en las que cobran más caro las carreras más baratas: es la única región donde títulos como ADE o Historia superan ampliamente los 1.000 euros anuales. Una cifra que no sobrepasan en ningún caso, ni siquiera para los títulos más costosos de ciencias de la salud e ingenierías, Cantabria, Asturias, Galicia, Andalucía y Canarias.
Un portavoz de la Consejería de Universidades de Madrid, explica que, el hecho de tener los presupuestos prorrogados les dejaba poco margen para hacer rebajas inmediatas. Además, recuerdan que destinarán 12 millones de euros para becas destinadas a alumnos afectados por la crisis de la covid.
Aun siendo comprensivos con las dificultades presupuestarias en un contexto de crisis como el actual, el Ministerio de Universidades espera que los 400 millones de euros que el Gobierno repartirá entre las comunidades el curso próximo para aliviar el peso de la pandemia también impulsen la bajada de tasas, señala una portavoz. El ministerio también insiste en que esta bajada es un primer paso de un plan más ambicioso que prevé moderar también el precio de los másteres.
El coste de los suspensos
La iniciativa para bajar o al menos congelar las tasas ha sido bien recibida por la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades Públicas (Creup), pero la consideran insuficiente. “La bajada se debería haber implantado en todas las comunidades, acompañada de mayor financiación” para compensar a las universidades por los ingresos que dejen de percibir, dice una portavoz. El Ministerio de Universidades explica que una de sus preocupaciones era que la bajada de tasas acabara mermando los recursos de los campus en un momento en el que los ahogos presupuestarios de las comunidades podía hacer difícil dar fondos extra a la universidad. De ahí, añade una portavoz del departamento, la flexibilidad para aplicar la bajada en varios cursos.
En todo caso, los estudiantes también reclaman que no solo se aplique la bajada a las primeras matrículas, sino a los precios de las materias suspendidas, que se van multiplicando exponencialmente cada vez que hay que cursarlas de nuevo. “Si afectara también a segundas matrículas y sucesivas ayudaría a eliminar totalmente las barreras socioeconómicas en el acceso a la Universidad”, añade la misma portavoz de Creup.
En este sentido, Aragón ha sí ha anunciado que reducirá un 6,5% las segundas matrículas en las carreras más caras y el País Vasco rebajará en torno a un 30% en las asignaturas suspendidas durante el segundo cuatrimestre del curso pasado, durante el estado de alarma por la covid. De hecho, numerosas comunidades y universidades han activado mecanismos y han puesto en marcha recursos extra para atajar las situaciones que se prevén el curso que viene por culpa de la crisis que se avecina por la pandemia de coronavirus.
Sin embargo, más allá de emergencias concretas, a lo que se refieren tanto el ministerio como los estudiantes es a medidas más estructurales para eliminar las barreras de acceso a la educación superior universitaria. “Nuestra idea es que paulatinamente podamos tener un sistema universitario lo más democrático posible”, dice la portavoz del ministerio. Y la de los estudiantes, añade: “Se debe seguir trabajando para eliminar los criterios académicos en becas universitarias, así como en una reducción del precio de las segundas matrículas y posteriores. La mayor parte de los requisitos académicos de las becas impiden el acceso a ayudas al estudio a los estudiantes que suspendan alguna asignatura, por lo que si no se revisa el modelo de becas seguirá existiendo una brecha socioeconómica para acceder a la universidad”.
https://elpais.com/sociedad/2020-08-02/dos-carreras-en-asturias-o-galicia-por-el-precio-de-una-en-cataluna-o-madrid.html
La iniciativa del Ministerio de Universidades para limitar el precio de las titulaciones de grado en los campus públicos y, de paso, reducir las gigantescas disparidades que existen entre comunidades (de hasta un 147%) apenas se empezará a percibir el próximo curso. En el acuerdo sellado el pasado mes de mayo en la Conferencia General de Política Universitaria (aun con algunas comunidades en contra), el ministerio ya preveía dar flexibilidad para que los Gobiernos regionales que tienen que bajar precios —el objetivo es revertir el enorme encarecimiento producido en algunos territorios desde 2012— puedan hacerlo gradualmente hasta 2023. Y buena parte de las autonomías han aprovechado esa posibilidad. “Desde el ministerio hemos entendido la presión presupuestaria que supone esta medida”, explica una portavoz de Universidades.
Así, Baleares, Castilla y León, Extremadura, Madrid y País Vasco no bajan todavía los precios, sino que los congelan para el próximo curso. La Comunidad Valenciana, por su parte, empezará bajando un 5% las tasas de las carreras más caras. Sí han aplicado una bajada general Navarra (de un 2,38%), La Rioja (3,52%), Aragón (4,27%) y, sobre todo, Cataluña (30%), aunque en este caso el punto de partida era tan alto, que sus campus siguen destacando entre las más caras. Con su bajada, La Rioja ya alcanza el objetivo final fijado por el ministerio de volver a los precios del curso 2011-2012, cuando el Gobierno del PP cambió la normativa, eliminando el tope máximo que se fijaba cada año para las subidas de precio, para que las autonomías pudieran aumentar las tasas cuanto quisieran. También ha aplicado una ligera rebaja para el año que viene una comunidad que no estaba obligada a hacerlo: Cantabria (1%). El resto, como se estableció también en mayo, congelan los precios.
Pero las bajadas medias y los porcentajes probablemente no signifiquen mucho para un alumno que quiera estudiar una carrera concreta, teniendo en cuenta, además, la gran disparidad de precios que existe, incluso, dentro de cada territorio entre los grados más caros y los más baratos. Teóricamente, la variación depende de cuestiones como la necesidad de equipos e instalaciones en cada título, lo que en la estadística se llama “grado de experimentalidad”, aunque las comunidades colocan muchas veces los mismos grados en tramos distintos de la horquilla. En ese contexto, cuatro ejemplos del coste de carreras concretas pueden ofrecer una imagen más fiel del panorama del próximo curso.
Para las titulaciones más caras, entre las que siempre están las sanitarias, se ha elegido como ejemplo Medicina, con una dispersión territorial que va de los 757 euros en las universidades andaluzas a los 1.660,2 en las catalanas.
Con las ingenierías (en el primer o el segundo escalón entre los más gravosos), Informática cuesta entre 730 euros en Asturias y, de nuevo, 1.660 en Cataluña. El coste se ha calculado para la primera matrícula, sin suspensos, de un curso completo de 60 créditos académicos.
En la parte baja de los precios, el ejemplo elegido es ADE, que en unas autonomías está en el escalón más barato y en otras, en el anterior. Así, esta carrera cuesta al año entre 591 euros en Galicia y 1.283 en Madrid.
Y, por último, la horquilla de Historia va de los 517 euros (Asturias) a los 1.283 (de nuevo, Madrid).
En las carreras más caras, Cataluña sigue estando a la cabeza pese a su bajada del 30%. Una bajada que, en todo caso, ha venido acompañada de un descenso de la progresividad; desde hace años, los alumnos pagan en función de su renta (a través de un programa autonómico de becas), con tasas diferenciadas en seis tramos que veían reducido el precio con descuentos del 10%, el 20%, el 30%, el 70% y el 80%. El próximo año, sin embargo, solo se mantienen los dos últimos tramos para las rentas más bajas.
Junto a Cataluña (que todavía le quedan una nueva reducción para cumplir con el acuerdo sobre tasas), Madrid es la otra comunidad obligada a aplicar un fuerte descenso hasta el curso 2022-2023, en torno a un 23%. Pero de momento, sus universidades, con las tasas congeladas, se convertirán en septiembre en las que cobran más caro las carreras más baratas: es la única región donde títulos como ADE o Historia superan ampliamente los 1.000 euros anuales. Una cifra que no sobrepasan en ningún caso, ni siquiera para los títulos más costosos de ciencias de la salud e ingenierías, Cantabria, Asturias, Galicia, Andalucía y Canarias.
Un portavoz de la Consejería de Universidades de Madrid, explica que, el hecho de tener los presupuestos prorrogados les dejaba poco margen para hacer rebajas inmediatas. Además, recuerdan que destinarán 12 millones de euros para becas destinadas a alumnos afectados por la crisis de la covid.
Aun siendo comprensivos con las dificultades presupuestarias en un contexto de crisis como el actual, el Ministerio de Universidades espera que los 400 millones de euros que el Gobierno repartirá entre las comunidades el curso próximo para aliviar el peso de la pandemia también impulsen la bajada de tasas, señala una portavoz. El ministerio también insiste en que esta bajada es un primer paso de un plan más ambicioso que prevé moderar también el precio de los másteres.
El coste de los suspensos
La iniciativa para bajar o al menos congelar las tasas ha sido bien recibida por la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades Públicas (Creup), pero la consideran insuficiente. “La bajada se debería haber implantado en todas las comunidades, acompañada de mayor financiación” para compensar a las universidades por los ingresos que dejen de percibir, dice una portavoz. El Ministerio de Universidades explica que una de sus preocupaciones era que la bajada de tasas acabara mermando los recursos de los campus en un momento en el que los ahogos presupuestarios de las comunidades podía hacer difícil dar fondos extra a la universidad. De ahí, añade una portavoz del departamento, la flexibilidad para aplicar la bajada en varios cursos.
En todo caso, los estudiantes también reclaman que no solo se aplique la bajada a las primeras matrículas, sino a los precios de las materias suspendidas, que se van multiplicando exponencialmente cada vez que hay que cursarlas de nuevo. “Si afectara también a segundas matrículas y sucesivas ayudaría a eliminar totalmente las barreras socioeconómicas en el acceso a la Universidad”, añade la misma portavoz de Creup.
En este sentido, Aragón ha sí ha anunciado que reducirá un 6,5% las segundas matrículas en las carreras más caras y el País Vasco rebajará en torno a un 30% en las asignaturas suspendidas durante el segundo cuatrimestre del curso pasado, durante el estado de alarma por la covid. De hecho, numerosas comunidades y universidades han activado mecanismos y han puesto en marcha recursos extra para atajar las situaciones que se prevén el curso que viene por culpa de la crisis que se avecina por la pandemia de coronavirus.
Sin embargo, más allá de emergencias concretas, a lo que se refieren tanto el ministerio como los estudiantes es a medidas más estructurales para eliminar las barreras de acceso a la educación superior universitaria. “Nuestra idea es que paulatinamente podamos tener un sistema universitario lo más democrático posible”, dice la portavoz del ministerio. Y la de los estudiantes, añade: “Se debe seguir trabajando para eliminar los criterios académicos en becas universitarias, así como en una reducción del precio de las segundas matrículas y posteriores. La mayor parte de los requisitos académicos de las becas impiden el acceso a ayudas al estudio a los estudiantes que suspendan alguna asignatura, por lo que si no se revisa el modelo de becas seguirá existiendo una brecha socioeconómica para acceder a la universidad”.
https://elpais.com/sociedad/2020-08-02/dos-carreras-en-asturias-o-galicia-por-el-precio-de-una-en-cataluna-o-madrid.html
Respuesta al rey de los belgas sobre las responsabilidades de Bélgica en El Congo
Por Eric Toussaint | 18/07/2020 | África
El 30 de junio de 2020, con ocasión del sexagésimo aniversario de la independencia del Congo, una noticia recorrió el mundo: Felipe, rey de los Belgas, expresaba en una carta dirigida al Jefe de Estado y al pueblo congoleño su arrepentimiento por el pasado colonial y en particular por el período durante el cual el Congo fue posesión personal de Leopoldo II (1885-1908).
Índice
Aquí les muestro el párrafo principal de esa carta: «En la época del Estado Libre del Congo, se cometieron actos de violencia y crueldad que pesan en nuestra memoria colectiva. El siguiente período colonial causó también sufrimientos y humillaciones. Deseo expresar mis más profundos sentimientos por esas heridas del pasado cuyo dolor hoy está reavivado por las discriminaciones todavía muy presentes en nuestra sociedad. Continuaré combatiendo contra todas las formas de racismo.» (Véase https://plus.lesoir.be/310315/article/2020-06-30/le-roi-reconnait-les-actes-de-cruaute-commis-au-congo-sous-leopold-ii)
El 30 de junio de 2020, con ocasión del sexagésimo aniversario de la independencia del Congo, una noticia recorrió el mundo: Felipe, rey de los Belgas, expresaba en una carta dirigida al Jefe de Estado y al pueblo congoleño su arrepentimiento por el pasado colonial y en particular por el período durante el cual el Congo fue posesión personal de Leopoldo II (1885-1908).
Índice
- Leopoldo II y el Congo
- La conferencia de Berlín de 1885 y la creación del Estado Libre del Congo
- El modelo de Java aplicado por la Bélgica de Leopoldo II en el Congo
- La campaña internacional contra los crímenes de la Bélgica de Leopoldo II en el (…)
- Leopoldo II, Rey de los belgas, es responsable de «crímenes de lesa humanidad» cometidos de forma (…)
- El período colonial durante el cual Bélgica tomó posesión del Congo (1908-1960)
- Con la complicidad del Banco Mundial, Bélgica obligó al pueblo congoleño a reembolsar una deuda (…)
- El apoyo de Bélgica a la dictadura de Mobutu
- Congo-Kinshasa (Zaire bajo Mobutu): desembolsos del Banco Mundial
- Las grandes empresas privadas belgas sistemáticamente pudieron conseguir ventajas de sus (…)
- Después del final de su mandato en el FMI y en el Banco Mundial
- ¿Qué soluciones se aportaron para solucionar el problema de la deuda congoleña?
- ¿Cómo se concibió la financiación de la operación?
- La trampa de la Iniciativa PPAE (Países Pobres Altamente Endeudados)
- Propósitos y conclusiones
Esa declaración es totalmente insuficiente ya que no designa explícitamente a los culpables, ni tan solo se menciona al rey Leopoldo II. Felipe no presenta sus disculpas ni propone que la familia real y/o el Estado belga paguen reparaciones.
Esta intervención del Rey de los belgas es uno de los resultados del inmenso movimiento internacional de concienciación y de movilización desde el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Estados Unidos, que marcó el final del mes de mayo y todo el mes de junio de 2020.
lunes, 3 de agosto de 2020
Las Coplas por la muerte de su padre, también citadas como Coplas a la muerte del maestre don Rodrigo o, simplemente, Las coplas de Jorge Manrique, son una elegía escrita por Jorge Manrique en la muerte de su padre, el maestre de Santiago Rodrigo Manrique. Escritas, al menos una parte, con posterioridad al 11 de noviembre de 1476, fecha de la muerte de Rodrigo Manrique, constituye una de las obras capitales de la literatura española.
Esta obra pertenece al género poético de la elegía funeral medieval o planto y es una reflexión sobre la vida, la fama, la fortuna y la muerte con resignación cristiana. Se inspira en los precedentes clásicos y medievales del género y en el Eclesiastés, pero también contiene alusiones a la entonces historia reciente de Castilla e incluso a sucesos en los que pudo estar presente el propio autor.
COPLA I
Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte,
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado,
fue mejor.
https://www.rae.es/sites/default/files/Coplas_a_la_muerte_de_su_padre.pdf
Esta obra pertenece al género poético de la elegía funeral medieval o planto y es una reflexión sobre la vida, la fama, la fortuna y la muerte con resignación cristiana. Se inspira en los precedentes clásicos y medievales del género y en el Eclesiastés, pero también contiene alusiones a la entonces historia reciente de Castilla e incluso a sucesos en los que pudo estar presente el propio autor.
COPLA I
Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte,
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado,
fue mejor.
https://www.rae.es/sites/default/files/Coplas_a_la_muerte_de_su_padre.pdf
domingo, 2 de agosto de 2020
_- España camisa blanca de mi esperanza
_- España camisa blanca de mi esperanza
Ana Belén
España camisa blanca de mi esperanza
Reseca historia que nos abraza
Por acercarse sólo a mirarla.
Paloma buscando cielos más estrellados
Donde entendernos sin destrozarnos
Donde sentarnos y conversar.
España camisa blanca de mi esperanza
La negra pena nos amenaza
La pena deja plomo en las alas.
Quisiera poner el hombro y pongo palabras
Que casi siempre acaban en nada
Cuando se enfrentan al ancho mar.
España camisa blanca de mi esperanza
A veces madre y siempre madrastra;
Navaja, barro, clavel, espada.
Nos haces siempre a tu imagen y semejanza
Lo bueno y malo que hay en tu estampa
De peregrina a ningún lugar.
España camisa blanca de mi esperanza
De fuera a adentro, dulce o amarga
De olor a incienso, de cal y caña.
Quién…
"España, camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza con acercarse sólo a mirarla; paloma buscando cielos más estrellados donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar.
España, camisa blanca de mi esperanza, la negra pena nos atenaza, la pena deja plomo en las alas; quisiera poner el hombro y pongo palabras que casi siempre acaban en nada, cuando se enfrentan al ancho mar.
España, camisa blanca de mi esperanza, a veces madre y siempre madrastra, navaja, barro, clavel, espada; la muerte siempre presente nos acompaña en nuestras cosas más cotidianas y al fin nos hace a todos igual.
España, camisa blanca de mi esperanza, de fuera o dentro, dulce o amarga, de olor a incienso de cal y caña; ¿quién puso el desasosiego en nuestras entrañas nos hizo libres pero sin alas nos dejó el hambre y se llevó el pan?
España, camisa blanca de mi esperanza, aquí me tienes, nadie me manda; quererte tanto me cuesta nada; nos haces siempre a tu imagen y semejanza, lo bueno y malo que hay en tu estampa de peregrina a ningún lugar.
Sobre un poema de Blas de Otero, Victor Manuel escribió y musicó una bella canción que ha hecho famosa Ana Belén.
Ana Belén
España camisa blanca de mi esperanza
Reseca historia que nos abraza
Por acercarse sólo a mirarla.
Paloma buscando cielos más estrellados
Donde entendernos sin destrozarnos
Donde sentarnos y conversar.
España camisa blanca de mi esperanza
La negra pena nos amenaza
La pena deja plomo en las alas.
Quisiera poner el hombro y pongo palabras
Que casi siempre acaban en nada
Cuando se enfrentan al ancho mar.
España camisa blanca de mi esperanza
A veces madre y siempre madrastra;
Navaja, barro, clavel, espada.
Nos haces siempre a tu imagen y semejanza
Lo bueno y malo que hay en tu estampa
De peregrina a ningún lugar.
España camisa blanca de mi esperanza
De fuera a adentro, dulce o amarga
De olor a incienso, de cal y caña.
Quién…
"España, camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza con acercarse sólo a mirarla; paloma buscando cielos más estrellados donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar.
España, camisa blanca de mi esperanza, la negra pena nos atenaza, la pena deja plomo en las alas; quisiera poner el hombro y pongo palabras que casi siempre acaban en nada, cuando se enfrentan al ancho mar.
España, camisa blanca de mi esperanza, a veces madre y siempre madrastra, navaja, barro, clavel, espada; la muerte siempre presente nos acompaña en nuestras cosas más cotidianas y al fin nos hace a todos igual.
España, camisa blanca de mi esperanza, de fuera o dentro, dulce o amarga, de olor a incienso de cal y caña; ¿quién puso el desasosiego en nuestras entrañas nos hizo libres pero sin alas nos dejó el hambre y se llevó el pan?
España, camisa blanca de mi esperanza, aquí me tienes, nadie me manda; quererte tanto me cuesta nada; nos haces siempre a tu imagen y semejanza, lo bueno y malo que hay en tu estampa de peregrina a ningún lugar.
Sobre un poema de Blas de Otero, Victor Manuel escribió y musicó una bella canción que ha hecho famosa Ana Belén.
sábado, 1 de agosto de 2020
_- Luis de Góngora
_- Luis de Góngora, de su Polifemo.
«¡Oh bella Galatea, más suave que los claveles que tronchó la aurora; blanca, más que las plumas de aquel ave que dulce muere y en las aguas mora;
«¡Oh bella Galatea, más suave que los claveles que tronchó la aurora; blanca, más que las plumas de aquel ave que dulce muere y en las aguas mora;
viernes, 31 de julio de 2020
Un Tribunal Supremo maoísta
Javier Pérez Royo 26/07/2020
Los presos nacionalistas catalanes en prisión, como los ciudadanos chinos de los “campos de reeducación”, tienen que reconocer primero la justicia de la decisión del Supremo que los ha privado de libertad.
La "reeducación política" de los condenados mediante sentencia judicial fue práctica frecuente durante los años de la Revolución Cultural en China. No era suficiente la privación de libertad, sino que el Régimen maoísta exigía la "conformidad expresa" de los condenados con la sanción que se les había impuesto. Hemos sido condenados porque nos hemos desviado del pensamiento correcto y no hemos respetado la ley. Esta confesión era la premisa indispensable que se exigía para que se pudiera poner fin a la privación de libertad. Primero la humillación y después la libertad. Sin humillación autoimpuesta no hay libertad. Ese es el precio que tenéis que pagar para que podamos empezar a fiarnos de vosotros y os podáis reintegrar a la vida civil.
Cuando España se constituyó en un Estado social y democrático de derecho en 1978, jamás se pasó por la cabeza que el Ministerio Fiscal y el Tribunal Supremo acabarían haciendo suyas esta doctrina puesta en práctica durante la Revolución Cultural. Jamás se me pasó por la cabeza que el objetivo de la "reinserción" del artículo 25 de la Constitución, desarrollado por la Ley General Penitenciaria, que fue la primera Ley Orgánica de la democracia española, la primera Ley Orgánica aprobada por las primeras Cortes Constitucionales, acabaría convirtiéndose para los políticos nacionalistas catalanes en una exigencia de "reeducación" con el objetivo de que "aprendan a respetar la ley".
Y sin embargo, eso exactamente es lo que ha ocurrido. Las Juntas de Tratamiento de diversas prisiones catalanas así como varios Jueces de Vigilancia Penitenciaria de Catalunya no habían considerado imprescindible que los dirigentes nacionalistas catalanes condenados por el Tribunal Supremo como autores de un delito de sedición, tuvieran que someterse a un programa de "reeducación" para que les fuera de aplicación el artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario, que les permite salir de la cárcel para trabajar, para cuidad de la madre o por cualquiera otra de las circunstancias previstas en el ordenamiento.
La necesidad de que los políticos presos catalanes se sometieran a este programa de "reeducación" ha venido siendo exigida de manera ininterrumpida por el Ministerio Fiscal y rechazada hasta por siete jueces catalanes con el argumento de que el "programa específico de educación planteado por la Fiscalía buscaba cambiar o modificar la ideología política de los internos, algo proscrito por la Constitución y que atenta contra los más elementales derechos fundamentales" (palabras del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria 5 de Catalunya).
El Tribunal Supremo, sin embargo, ha hecho suya la tesis "maoísta" de la Fiscalía y considera imprescindible que los condenados acepten asistir a un programa de "reeducación", en el que se les enseñe y aprendan que "hay que cumplir la ley" y que la Constitución únicamente puede ser reformada mediante los procedimientos de reforma previstos en los artículos 167 y 168 de la misma. Una vez que se hayan sometido a ese "programa de reeducación" y hayan "interiorizado" la "justicia" de la condena que les fue impuesta y hayan aprendido a comportarse como deben hacerlo los ciudadanos en una sociedad democrática, estarán en condiciones de salir de la cárcel en los términos previstos en el artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario.
Los presos nacionalistas catalanes en prisión, como los ciudadanos chinos de los "campos de reeducación", tienen que reconocer primero la justicia de la decisión del Supremo que los ha privado de libertad. Una vez que la hayan reconocido, el Supremo podrá ser magnánimo y aceptar las decisiones que las Juntas de Tratamiento de las prisiones y los Jueces de Vigilancia Penitenciaria puedan dictar en aplicación del artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario.
Primero la humillación. Después, ya veremos. Esta es la administración de justicia para los nacionalistas catalanes condenados por el Supremo. Acepten la humillación de que se les tiene que "enseñar" que la ley hay que cumplirla y que la Constitución solamente puede ser reformada de la forma en ella misma prevista. No sé si se les exigirá además que acrediten mediante un examen que han asimilado las "enseñanzas" que se les han trasmitido. En eso ha acabado el derecho a la tutela judicial efectiva reconocido en los artículos 24 y 25 de la Constitución.
¿En qué país nos estamos convirtiendo? ¿Cómo es posible que fiscales y jueces del Supremo se puedan faltar el respeto a sí mismos de esta manera?
Esto no puede acabar bien nunca.
Javier Pérez Royo Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla
Fuente: https://www.eldiario.es/contracorriente/tribunal-supremo-maoista_129_6126752.html
Los presos nacionalistas catalanes en prisión, como los ciudadanos chinos de los “campos de reeducación”, tienen que reconocer primero la justicia de la decisión del Supremo que los ha privado de libertad.
La "reeducación política" de los condenados mediante sentencia judicial fue práctica frecuente durante los años de la Revolución Cultural en China. No era suficiente la privación de libertad, sino que el Régimen maoísta exigía la "conformidad expresa" de los condenados con la sanción que se les había impuesto. Hemos sido condenados porque nos hemos desviado del pensamiento correcto y no hemos respetado la ley. Esta confesión era la premisa indispensable que se exigía para que se pudiera poner fin a la privación de libertad. Primero la humillación y después la libertad. Sin humillación autoimpuesta no hay libertad. Ese es el precio que tenéis que pagar para que podamos empezar a fiarnos de vosotros y os podáis reintegrar a la vida civil.
Cuando España se constituyó en un Estado social y democrático de derecho en 1978, jamás se pasó por la cabeza que el Ministerio Fiscal y el Tribunal Supremo acabarían haciendo suyas esta doctrina puesta en práctica durante la Revolución Cultural. Jamás se me pasó por la cabeza que el objetivo de la "reinserción" del artículo 25 de la Constitución, desarrollado por la Ley General Penitenciaria, que fue la primera Ley Orgánica de la democracia española, la primera Ley Orgánica aprobada por las primeras Cortes Constitucionales, acabaría convirtiéndose para los políticos nacionalistas catalanes en una exigencia de "reeducación" con el objetivo de que "aprendan a respetar la ley".
Y sin embargo, eso exactamente es lo que ha ocurrido. Las Juntas de Tratamiento de diversas prisiones catalanas así como varios Jueces de Vigilancia Penitenciaria de Catalunya no habían considerado imprescindible que los dirigentes nacionalistas catalanes condenados por el Tribunal Supremo como autores de un delito de sedición, tuvieran que someterse a un programa de "reeducación" para que les fuera de aplicación el artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario, que les permite salir de la cárcel para trabajar, para cuidad de la madre o por cualquiera otra de las circunstancias previstas en el ordenamiento.
La necesidad de que los políticos presos catalanes se sometieran a este programa de "reeducación" ha venido siendo exigida de manera ininterrumpida por el Ministerio Fiscal y rechazada hasta por siete jueces catalanes con el argumento de que el "programa específico de educación planteado por la Fiscalía buscaba cambiar o modificar la ideología política de los internos, algo proscrito por la Constitución y que atenta contra los más elementales derechos fundamentales" (palabras del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria 5 de Catalunya).
El Tribunal Supremo, sin embargo, ha hecho suya la tesis "maoísta" de la Fiscalía y considera imprescindible que los condenados acepten asistir a un programa de "reeducación", en el que se les enseñe y aprendan que "hay que cumplir la ley" y que la Constitución únicamente puede ser reformada mediante los procedimientos de reforma previstos en los artículos 167 y 168 de la misma. Una vez que se hayan sometido a ese "programa de reeducación" y hayan "interiorizado" la "justicia" de la condena que les fue impuesta y hayan aprendido a comportarse como deben hacerlo los ciudadanos en una sociedad democrática, estarán en condiciones de salir de la cárcel en los términos previstos en el artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario.
Los presos nacionalistas catalanes en prisión, como los ciudadanos chinos de los "campos de reeducación", tienen que reconocer primero la justicia de la decisión del Supremo que los ha privado de libertad. Una vez que la hayan reconocido, el Supremo podrá ser magnánimo y aceptar las decisiones que las Juntas de Tratamiento de las prisiones y los Jueces de Vigilancia Penitenciaria puedan dictar en aplicación del artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario.
Primero la humillación. Después, ya veremos. Esta es la administración de justicia para los nacionalistas catalanes condenados por el Supremo. Acepten la humillación de que se les tiene que "enseñar" que la ley hay que cumplirla y que la Constitución solamente puede ser reformada de la forma en ella misma prevista. No sé si se les exigirá además que acrediten mediante un examen que han asimilado las "enseñanzas" que se les han trasmitido. En eso ha acabado el derecho a la tutela judicial efectiva reconocido en los artículos 24 y 25 de la Constitución.
¿En qué país nos estamos convirtiendo? ¿Cómo es posible que fiscales y jueces del Supremo se puedan faltar el respeto a sí mismos de esta manera?
Esto no puede acabar bien nunca.
Javier Pérez Royo Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla
Fuente: https://www.eldiario.es/contracorriente/tribunal-supremo-maoista_129_6126752.html
_- El maestro de Carrasqueda
_- La escuela rural es la gran olvidada del sistema educativo. Es casi invisible. Este artículo quiere rendir homenaje a los maestros y maestras que trabajan humilde y esforzadamente en las escuelas rurales de este país y del mundo entero. Para rendirles ese merecido tributo de admiración, gratitud y afecto, comentaré brevemente un cuento de Miguel de Unamuno titulado “El maestro de Carrasqueda”.
El relato breve no es uno de los territorios literarios más cultivados por Unamuno. Sin embargo, lo practica con cierta asiduidad desde 1886. El número total de sus cuentos supera los ochenta títulos. En muchos de ellos se hace patente el yo de Unamuno o, mejor dicho, los distintos yos (también sería correcto decir yoes) que se pueden deslindar en cada persona: el que uno es, el que uno piensa que es, el que uno quiere ser, el que los demás piensan que uno es y el que los demás quieren que uno sea. Los cuentos unamunianos son un reflejo de su pensamiento, de su vida y de su persona. Recuérdese que para el filósofo bilbaíno todo relato es autobiográfico.
Jesús Gálvez Yagüe ha sintetizado con estas palabras algunas de las principales características de estas producciones: “Los cuentos de Unamuno, breves, fibrosos, de poca ficción, restringidos casi siempre, como sus novelas, a la narración de peripecias interiores, vibran con la luminosidad íntima propia de la poesía”.
Hace poco, mi querida amiga Carmen Gallego, me hizo el regalo de descubrirme este cuento de Unamuno que yo no conocía. Me dijo que a ella, cuando lo releía, le despertaba una profunda emoción. Ni me sorprende. Ahora he sabido que fue publicado en la revista madrileña “Lectura” del mes de julio de 1903. Se titula “El maestro de Carrasqueda”, pueblo que, en el devenir del relato, se hace más concreto en Carrasqueda de Abajo.
Remito al lector o lectora al texto íntegro (cuatro páginas solamente), mientras destaco aquí tres cuestiones que me han llamado la atención.
La primera ocupa hoy un importante espacio educativo. Me refiero a la presencia que ha de tener el corazón en la guía del comportamiento humano. El cuento comienza con las palabras “discurrid con el corazón”, frase que sirve de pauta para la resolución de un interesante dilema moral. Voy al cuento: “Discurrid con el corazón, hijos míos, que ve muy claro, aunque no muy lejos. Te llaman a atajar una riña de un pueblo, a evitarle un montón de sangre, y oyes en el camino las voces de angustia de un niño caído en un pozo: ¿le dejarás que se ahogue? ¿Le dirás: No puedo pararme, pobre niño; me espera todo un pueblo al que he de salvar? ¡No! Obedece al corazón: párate, apéate del caballo y salva al niño. ¡El pueblo… que espere! Tal vez sea el niño un futuro salvador o guía, no ya del pueblo, sino de muchos”.
“Obedece al corazón”, dice Unamuno con acierto, a través de los labios de Don Casiano, el maestro de Carrasqueda, a un grupo de mozalbetes que le escuchan. Y, a renglón seguido, explica que, ante esos muchachos, “se vaciaba el corazón”. Me sorprende el número de veces que aparece la palabra corazón en el relato.
Acabo de publicar en la editorial Homo Sapiens ”Educar el corazón. Los sentimientos en la escuela”. Considero fundamental que esta dimensión de la persona tenga cabida en la escuela, no como un añadido ornamental, sino como eje de toda la actividad educativa.
La segunda cuestión tiene que ver con la formación de discípulos que alcanzan luego la celebridad y que desempeñan en la sociedad puestos de responsabilidad que la mejoran. Muestra así el poder de la educación. Dice el cuento:
“Había, sin embargo, entre aquellos chicuelos uno para entenderlo: nuestro Quejana. ¡Todo un alma aquel pobre maestro de escuela de Carrasqueda de Abajo! Los que le hemos conocido en este último tercio del siglo XX, anciano, achacoso, resignado y humilde, a duras penas lograremos figurarnos a aquel joven fogoso, henchido de ambiciones y de ensueños, que llegó hacia 1920 al entonces pobre lugarejo en que acaba de morir, a ese Carrasqueda de Abajo, célebre hoy por haber en él nacido nuestro don Ramón Quejana, a quien muchos llaman el Rehacedor”.
Ramonete Quejana (el apellido nos remite a Alonso Quijano) es un joven, hijo del alcalde, que acaba siendo Don Ramón, gracias a la atención y a la formación del maestro del pueblo. Cuando, ya en la cumbre de su éxito, quiere condecorar a Don Casiano, este le hace desistir de su idea, diciendo algo tan hermoso como contundente: “Tú eres mi condecoración”.
Dice en otro lugar el autor del cuento: “Dios no le dio hijos de su mujer; pero tenía a Ramonete, y en él al pueblo, a Carrasqueda todo: «Yo te haré hombre —le decía—; tú déjate querer». Y el chico no sólo se dejaba, se hacía querer. Y fue el maestro traspasándole las ambiciones y altos anhelos, que, sin saber cómo, iban adormeciéndosele en el corazón. Era en el campo, entre los sembrados, bajo el infinito tornavoz del cielo, donde, rodeado de los chicuelos, Ramonete allí juntito, a su vera, le brotaban las parábolas del corazón”.
La tercera cuestión que quiero resaltar tiene que ver con la muerte del maestro, acaecida por su voluntad en la escuela, cerquita del encerado, frente a aquella ventana que daba a la alameda del río… Concluye así el cuento:
“Todos recordarán aquel viaje precipitado de don Ramón a su pueblo, cuando, dejando colgados graves asuntos políticos, fue a ver morir a su maestro, ochentón ya. Hizo este que le llevaran a morir a la escuela, junto al encerado, frente a aquella ventana que da a la alameda del río, apacentando sus ojos en la visión de las montañas de lontananza, que retenían las semillas de los ensueños todos que, contemplándolas, le habían florecido al maestro en el huerto del espíritu. En el encerado había hecho escribir estas palabras del cuarto Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, él solo queda; mas si muriere, lleva mucho fruto». Al acercársele la piadosa Muerte, le levantó a flor de alma las raíces de los pensamientos como en el mar levanta, al acercársele, la Luna las raíces de las aguas. Y su espíritu, cuando sólo le ataba al cuerpo un hilo, sobre el que blandía la Muerte, piadosa, su segur, henchido de inspiración postrera, habló así:
—Mira, Ramonete: se me ha dicho mil veces que mi voz ha sido de las que han clamado en el desierto…, ¡sermón perdido! Yo mismo os repetía en la escuela, cuando tú no me entendías: «¡Es como si hablase a la pared!» Pero, hijo mío, las paredes oyen; oyen todo, y todo empieza, ahora que me muero, a hablarme a los oídos. Mira, Ramonete: nada muere, todo baja del río del tiempo al mar de la eternidad, y allí queda…; el universo es un vasto fonógrafo y una vasta placa en que queda todo sonido que murió y toda figura que pasó; sólo hace falta la conmoción que los vuelva un día…”.
El maestro se va, pero su obra sigue viva. Decía Rubem Alves en su hermoso y breve libro “La alegría de enseñar” (qué tremendo hablar como hablamos de “carga docente”): ”Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra…. Por eso, el profesor nunca muere”.
La profesión docente es, en esencia, optimista. María Dolores Avia y Carmelo Vázquez escribieron hace años un interesante libro que tengo ahora entre las manos: “Optimismo inteligente”. En el penúltimo párrafo del libro, casi como una conclusión, dicen: “Posiblemente la ilusión es la fibra con la que están hechas nuestras vidas, e intentar apartarse de esta corriente es ir contra la historia, la evolución y la propia vida”. La ilusión de dedicarse a la enseñanza. La ilusión de ser un maestro rural, una maestra rural.
Enlace del Centro Virtual Cervantes (edición fiable del texto íntegro del cuento): http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/cuentos-785998/html/85405adb-40f9-46b7-ac86-fd384da51cdf_3.html#I_23_
El relato breve no es uno de los territorios literarios más cultivados por Unamuno. Sin embargo, lo practica con cierta asiduidad desde 1886. El número total de sus cuentos supera los ochenta títulos. En muchos de ellos se hace patente el yo de Unamuno o, mejor dicho, los distintos yos (también sería correcto decir yoes) que se pueden deslindar en cada persona: el que uno es, el que uno piensa que es, el que uno quiere ser, el que los demás piensan que uno es y el que los demás quieren que uno sea. Los cuentos unamunianos son un reflejo de su pensamiento, de su vida y de su persona. Recuérdese que para el filósofo bilbaíno todo relato es autobiográfico.
Jesús Gálvez Yagüe ha sintetizado con estas palabras algunas de las principales características de estas producciones: “Los cuentos de Unamuno, breves, fibrosos, de poca ficción, restringidos casi siempre, como sus novelas, a la narración de peripecias interiores, vibran con la luminosidad íntima propia de la poesía”.
Hace poco, mi querida amiga Carmen Gallego, me hizo el regalo de descubrirme este cuento de Unamuno que yo no conocía. Me dijo que a ella, cuando lo releía, le despertaba una profunda emoción. Ni me sorprende. Ahora he sabido que fue publicado en la revista madrileña “Lectura” del mes de julio de 1903. Se titula “El maestro de Carrasqueda”, pueblo que, en el devenir del relato, se hace más concreto en Carrasqueda de Abajo.
Remito al lector o lectora al texto íntegro (cuatro páginas solamente), mientras destaco aquí tres cuestiones que me han llamado la atención.
La primera ocupa hoy un importante espacio educativo. Me refiero a la presencia que ha de tener el corazón en la guía del comportamiento humano. El cuento comienza con las palabras “discurrid con el corazón”, frase que sirve de pauta para la resolución de un interesante dilema moral. Voy al cuento: “Discurrid con el corazón, hijos míos, que ve muy claro, aunque no muy lejos. Te llaman a atajar una riña de un pueblo, a evitarle un montón de sangre, y oyes en el camino las voces de angustia de un niño caído en un pozo: ¿le dejarás que se ahogue? ¿Le dirás: No puedo pararme, pobre niño; me espera todo un pueblo al que he de salvar? ¡No! Obedece al corazón: párate, apéate del caballo y salva al niño. ¡El pueblo… que espere! Tal vez sea el niño un futuro salvador o guía, no ya del pueblo, sino de muchos”.
“Obedece al corazón”, dice Unamuno con acierto, a través de los labios de Don Casiano, el maestro de Carrasqueda, a un grupo de mozalbetes que le escuchan. Y, a renglón seguido, explica que, ante esos muchachos, “se vaciaba el corazón”. Me sorprende el número de veces que aparece la palabra corazón en el relato.
Acabo de publicar en la editorial Homo Sapiens ”Educar el corazón. Los sentimientos en la escuela”. Considero fundamental que esta dimensión de la persona tenga cabida en la escuela, no como un añadido ornamental, sino como eje de toda la actividad educativa.
La segunda cuestión tiene que ver con la formación de discípulos que alcanzan luego la celebridad y que desempeñan en la sociedad puestos de responsabilidad que la mejoran. Muestra así el poder de la educación. Dice el cuento:
“Había, sin embargo, entre aquellos chicuelos uno para entenderlo: nuestro Quejana. ¡Todo un alma aquel pobre maestro de escuela de Carrasqueda de Abajo! Los que le hemos conocido en este último tercio del siglo XX, anciano, achacoso, resignado y humilde, a duras penas lograremos figurarnos a aquel joven fogoso, henchido de ambiciones y de ensueños, que llegó hacia 1920 al entonces pobre lugarejo en que acaba de morir, a ese Carrasqueda de Abajo, célebre hoy por haber en él nacido nuestro don Ramón Quejana, a quien muchos llaman el Rehacedor”.
Ramonete Quejana (el apellido nos remite a Alonso Quijano) es un joven, hijo del alcalde, que acaba siendo Don Ramón, gracias a la atención y a la formación del maestro del pueblo. Cuando, ya en la cumbre de su éxito, quiere condecorar a Don Casiano, este le hace desistir de su idea, diciendo algo tan hermoso como contundente: “Tú eres mi condecoración”.
Dice en otro lugar el autor del cuento: “Dios no le dio hijos de su mujer; pero tenía a Ramonete, y en él al pueblo, a Carrasqueda todo: «Yo te haré hombre —le decía—; tú déjate querer». Y el chico no sólo se dejaba, se hacía querer. Y fue el maestro traspasándole las ambiciones y altos anhelos, que, sin saber cómo, iban adormeciéndosele en el corazón. Era en el campo, entre los sembrados, bajo el infinito tornavoz del cielo, donde, rodeado de los chicuelos, Ramonete allí juntito, a su vera, le brotaban las parábolas del corazón”.
La tercera cuestión que quiero resaltar tiene que ver con la muerte del maestro, acaecida por su voluntad en la escuela, cerquita del encerado, frente a aquella ventana que daba a la alameda del río… Concluye así el cuento:
“Todos recordarán aquel viaje precipitado de don Ramón a su pueblo, cuando, dejando colgados graves asuntos políticos, fue a ver morir a su maestro, ochentón ya. Hizo este que le llevaran a morir a la escuela, junto al encerado, frente a aquella ventana que da a la alameda del río, apacentando sus ojos en la visión de las montañas de lontananza, que retenían las semillas de los ensueños todos que, contemplándolas, le habían florecido al maestro en el huerto del espíritu. En el encerado había hecho escribir estas palabras del cuarto Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, él solo queda; mas si muriere, lleva mucho fruto». Al acercársele la piadosa Muerte, le levantó a flor de alma las raíces de los pensamientos como en el mar levanta, al acercársele, la Luna las raíces de las aguas. Y su espíritu, cuando sólo le ataba al cuerpo un hilo, sobre el que blandía la Muerte, piadosa, su segur, henchido de inspiración postrera, habló así:
—Mira, Ramonete: se me ha dicho mil veces que mi voz ha sido de las que han clamado en el desierto…, ¡sermón perdido! Yo mismo os repetía en la escuela, cuando tú no me entendías: «¡Es como si hablase a la pared!» Pero, hijo mío, las paredes oyen; oyen todo, y todo empieza, ahora que me muero, a hablarme a los oídos. Mira, Ramonete: nada muere, todo baja del río del tiempo al mar de la eternidad, y allí queda…; el universo es un vasto fonógrafo y una vasta placa en que queda todo sonido que murió y toda figura que pasó; sólo hace falta la conmoción que los vuelva un día…”.
El maestro se va, pero su obra sigue viva. Decía Rubem Alves en su hermoso y breve libro “La alegría de enseñar” (qué tremendo hablar como hablamos de “carga docente”): ”Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra…. Por eso, el profesor nunca muere”.
La profesión docente es, en esencia, optimista. María Dolores Avia y Carmelo Vázquez escribieron hace años un interesante libro que tengo ahora entre las manos: “Optimismo inteligente”. En el penúltimo párrafo del libro, casi como una conclusión, dicen: “Posiblemente la ilusión es la fibra con la que están hechas nuestras vidas, e intentar apartarse de esta corriente es ir contra la historia, la evolución y la propia vida”. La ilusión de dedicarse a la enseñanza. La ilusión de ser un maestro rural, una maestra rural.
Enlace del Centro Virtual Cervantes (edición fiable del texto íntegro del cuento): http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/cuentos-785998/html/85405adb-40f9-46b7-ac86-fd384da51cdf_3.html#I_23_
jueves, 30 de julio de 2020
Érase una vez Morricone
Hace muchos años alguien me contó la anécdota, que nunca pude verificar, de que un día Ennio Morricone estaba paseando con un amigo por Venecia cuando vieron, sentado en la terraza de un café, a Igor Stravinski. El amigo le dijo que lo conocía y que sería un placer presentárselo, pero Morricone, azorado, declinó la invitación: admiraba demasiado al gran compositor ruso para hacerle perder el tiempo. Sin embargo, el amigo insistió, se acercaron hasta la mesa, y tras las presentaciones, Morricone balbuceó un saludo y una serie de elogios. Al oír el apellido del recién llegado, el anciano alzó las gafas y comentó: «Así que usted es ese joven que ha compuesto algunas de las melodías más bellas del siglo XX».
He buscado y rebuscado esta anécdota en libros y bases de datos, de modo que a lo mejor es falsa, aunque tiene muchos elementos para ser verdad: la devoción que Morricone sentía por Stravinski y, en especial, por la Sinfonía de los salmos; el particular gusto del maestro ruso por Frescobaldi, Vivaldi, Pergolesi y los grandes operistas italianos -Verdi, Puccini, Leoncavallo, Mascagni- de quien Morricone heredó el dramatismo, el lirismo y las amplias líneas melódicas; la simple constatación de que, efectivamente, algunas de las melodías más bellas del siglo XX llevan su sello inconfundible. Aun así, sería difícil saber de cuáles hablaba Stravinski exactamente; puesto que murió en 1971, podía referirse a la grandiosa obertura de Los cañones de San Sebastián, de Henri Verneuil; al sublime adagio amoroso de El Greco, de Luciano Salce; o más probablemente a cualquiera de sus inolvidables colaboraciones en los westerns de Sergio Leone, quizá Once upon time in the West. Sin embargo, quiero creer que en la cabeza de Stravinski sonaba en ese instante el prodigioso crescendo de L’estasi dell’oro.
Como Bernard Herrmann, como Miklos Rózsa, como Erich Wolfgang Korngold, como su compatriota Nino Rota, como muy pocos más, Morricone es uno de los pilares esenciales de la música cinematográfica, un artífice inimitable que creó su propio sonido y que cambió de la noche a la mañana las fanfarrias del western. Antes de su brutal aterrizaje en 1964 en Por un puñado de dólares, las grandes epopeyas del oeste americano se nutrían de Copland, de canciones de frontera, de los maravillosos frescos sonoros de Alfred Newman, Jerome Moross y Dmitri Tiomkin. Morricone puso todo patas arriba sólo con una guitarra, un silbido, golpes de percusión, una trompeta y unos coros intempestivos. En el tinglado con que Sergio Leone revolucionó un género casi exhausto, llenándolo de mugre, de ponchos, de sangre, de cinismo y de rostros pétreos, la música de Morricone reviste al conjunto con el tronío de una ópera malvada y salvaje. Es curioso que Leone y él fuesen compañeros en el mismo colegio porque al reencontrarse, muchos años después, fue como si recobraran la infancia.
De la mano de su maestro, Goffredo Petrassi, Morricone aprendió en el conservatorio todo lo que podía serle útil, desde astucias armónicas a técnicas dodecafónicas, aunque conservó una curiosidad innata por cualquier clase de música, sin excluir canciones de la radio, espectáculos de cabaret y ruidos de la calle. Uno de sus primeros éxitos fue Se telefonando, un clásico de Mina que demuestra su innata facilidad melódica y su apego por la canzone italiana. Pero fue con los grandes directores italianos de la época (Pasolini, Petri, Montaldo, Corbucci y, por supuesto, Leone) donde Morricone asentó los cimientos de su arte: la idea clave de que la banda sonora no es un añadido o un subrayado al discurso cinematográfico sino el tuétano mismo de la imagen. Clint Eastwood fumando un caliqueño, Gian Maria Volonté esperando junto a la verja de la casa en la que va a cometer un asesinato, Claudia Cardinale descendiendo del tren con la maldición de su belleza imposible o Eli Wallach buscando una cruz perdida entre los cientos de cruces de un cementerio. Cualquiera de esas secuencias difícilmente funcionaría sin su esqueleto de sonidos, pero la banda sonora no sólo las contiene y las revive, sino que las transciende, como si Morricone, más que música, hiciera cine para ciegos.
Cada uno de nosotros guarda en la memoria varios de esos momentos inolvidables envueltos en una música estremecedora: los campesinos italianos de Pelliza da Volpedo arropados por el romanzo de Novecento, de Bertolucci; el ansia con que De Niro se asoma a su niñez en Érase una vez en América, de Leone; el perro perseguido por el helicóptero al comienzo de La cosa, de John Carpenter; el angustioso laberinto de la casa de Sean Connery en Los intocables, de Brian de Palma; Jeremy Irons hechizando con su oboe a los guerreros guaraníes en La misión, de Roland Joffé; Philippe Noiret llevando al niño en su bicicleta en Cinema Paradiso, de Giusseppe Tornatore. Son centenares y centenares de trabajos, pero aun así seguimos lamentando los que no llegaron a cuajar, como el malogrado proyecto de Leone sobre el cerco de Leningrado o el encargo de Kubrick para La naranja mecánica, que no salió adelante porque el director norteamericano se negaba a moverse de Londres y Morricone estaba atrincherado en Roma dando vida a ¡Agáchate, maldito!, el ultimo western de Leone.
Su música tiene el poder de las fábulas, el conjuro de esas melodías que reconocemos desde antes de nacer, de lo que ha sido escrito de una vez y para siempre. No se limitaba a componer hermosas baladas o atmósferas escalofriantes. «La música muestra lo que no se ve» dijo una vez, «puede contradecir lo que se dice o, viceversa, narrar algo que la imaginación no revela. En este sentido surge un deber moral para el compositor del cine, quien a mi juicio tiene una gran responsabilidad: yo la he sentido siempre». Sin proponérselo, alcanzó una responsabilidad aun mayor: dar forma a nuestros recuerdos, nuestro pasado y nuestra nostalgia.
Fuente:
https://blogs.publico.es/davidtorres/2020/07/07/erase-una-vez-morricone/
He buscado y rebuscado esta anécdota en libros y bases de datos, de modo que a lo mejor es falsa, aunque tiene muchos elementos para ser verdad: la devoción que Morricone sentía por Stravinski y, en especial, por la Sinfonía de los salmos; el particular gusto del maestro ruso por Frescobaldi, Vivaldi, Pergolesi y los grandes operistas italianos -Verdi, Puccini, Leoncavallo, Mascagni- de quien Morricone heredó el dramatismo, el lirismo y las amplias líneas melódicas; la simple constatación de que, efectivamente, algunas de las melodías más bellas del siglo XX llevan su sello inconfundible. Aun así, sería difícil saber de cuáles hablaba Stravinski exactamente; puesto que murió en 1971, podía referirse a la grandiosa obertura de Los cañones de San Sebastián, de Henri Verneuil; al sublime adagio amoroso de El Greco, de Luciano Salce; o más probablemente a cualquiera de sus inolvidables colaboraciones en los westerns de Sergio Leone, quizá Once upon time in the West. Sin embargo, quiero creer que en la cabeza de Stravinski sonaba en ese instante el prodigioso crescendo de L’estasi dell’oro.
Como Bernard Herrmann, como Miklos Rózsa, como Erich Wolfgang Korngold, como su compatriota Nino Rota, como muy pocos más, Morricone es uno de los pilares esenciales de la música cinematográfica, un artífice inimitable que creó su propio sonido y que cambió de la noche a la mañana las fanfarrias del western. Antes de su brutal aterrizaje en 1964 en Por un puñado de dólares, las grandes epopeyas del oeste americano se nutrían de Copland, de canciones de frontera, de los maravillosos frescos sonoros de Alfred Newman, Jerome Moross y Dmitri Tiomkin. Morricone puso todo patas arriba sólo con una guitarra, un silbido, golpes de percusión, una trompeta y unos coros intempestivos. En el tinglado con que Sergio Leone revolucionó un género casi exhausto, llenándolo de mugre, de ponchos, de sangre, de cinismo y de rostros pétreos, la música de Morricone reviste al conjunto con el tronío de una ópera malvada y salvaje. Es curioso que Leone y él fuesen compañeros en el mismo colegio porque al reencontrarse, muchos años después, fue como si recobraran la infancia.
De la mano de su maestro, Goffredo Petrassi, Morricone aprendió en el conservatorio todo lo que podía serle útil, desde astucias armónicas a técnicas dodecafónicas, aunque conservó una curiosidad innata por cualquier clase de música, sin excluir canciones de la radio, espectáculos de cabaret y ruidos de la calle. Uno de sus primeros éxitos fue Se telefonando, un clásico de Mina que demuestra su innata facilidad melódica y su apego por la canzone italiana. Pero fue con los grandes directores italianos de la época (Pasolini, Petri, Montaldo, Corbucci y, por supuesto, Leone) donde Morricone asentó los cimientos de su arte: la idea clave de que la banda sonora no es un añadido o un subrayado al discurso cinematográfico sino el tuétano mismo de la imagen. Clint Eastwood fumando un caliqueño, Gian Maria Volonté esperando junto a la verja de la casa en la que va a cometer un asesinato, Claudia Cardinale descendiendo del tren con la maldición de su belleza imposible o Eli Wallach buscando una cruz perdida entre los cientos de cruces de un cementerio. Cualquiera de esas secuencias difícilmente funcionaría sin su esqueleto de sonidos, pero la banda sonora no sólo las contiene y las revive, sino que las transciende, como si Morricone, más que música, hiciera cine para ciegos.
Cada uno de nosotros guarda en la memoria varios de esos momentos inolvidables envueltos en una música estremecedora: los campesinos italianos de Pelliza da Volpedo arropados por el romanzo de Novecento, de Bertolucci; el ansia con que De Niro se asoma a su niñez en Érase una vez en América, de Leone; el perro perseguido por el helicóptero al comienzo de La cosa, de John Carpenter; el angustioso laberinto de la casa de Sean Connery en Los intocables, de Brian de Palma; Jeremy Irons hechizando con su oboe a los guerreros guaraníes en La misión, de Roland Joffé; Philippe Noiret llevando al niño en su bicicleta en Cinema Paradiso, de Giusseppe Tornatore. Son centenares y centenares de trabajos, pero aun así seguimos lamentando los que no llegaron a cuajar, como el malogrado proyecto de Leone sobre el cerco de Leningrado o el encargo de Kubrick para La naranja mecánica, que no salió adelante porque el director norteamericano se negaba a moverse de Londres y Morricone estaba atrincherado en Roma dando vida a ¡Agáchate, maldito!, el ultimo western de Leone.
Su música tiene el poder de las fábulas, el conjuro de esas melodías que reconocemos desde antes de nacer, de lo que ha sido escrito de una vez y para siempre. No se limitaba a componer hermosas baladas o atmósferas escalofriantes. «La música muestra lo que no se ve» dijo una vez, «puede contradecir lo que se dice o, viceversa, narrar algo que la imaginación no revela. En este sentido surge un deber moral para el compositor del cine, quien a mi juicio tiene una gran responsabilidad: yo la he sentido siempre». Sin proponérselo, alcanzó una responsabilidad aun mayor: dar forma a nuestros recuerdos, nuestro pasado y nuestra nostalgia.
Fuente:
https://blogs.publico.es/davidtorres/2020/07/07/erase-una-vez-morricone/
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