sábado, 23 de mayo de 2020

Eduardo Mendoza: “No hay épica; estamos en casa esperando a que pase el chaparrón”

El escritor analiza desde su casa de Barcelona la crisis actual: “Claro que he tenido miedo, otra cosa es exteriorizarlo y hacer con eso literatura”

Cuando Eduardo Mendoza (Barcelona, 77 años) publicó La verdad sobre el caso Savolta Juan García Hortelano escribió en el segundo número de EL PAÍS, el 5 de mayo de hace 44 años, que sería bueno que “monopolizados por la estadística” leyeran a aquel nuevo novelista que había afrontado una historia de pistoleros, patriotas y anarquistas que vivían los restos de una guerra y se acercaban a otras de dimensiones pandémicas, la guerra civil española y la II Guerra Mundial. Muchos años después, Mendoza (Premio Cervantes de 2016) publicó El rey recibe (Seix Barral, 2018), donde recorre las distintos hechos (guerras y plagas) que lo tuvieron a él mismo como testigo en el convulso siglo XX. Vive estos años de su madurez en Londres, pero pasa el confinamiento en su ciudad, Barcelona, donde nació en medio de la Segunda Guerra Mundial. Sobre este tiempo de pandemia, el autor de Sin noticias de Gurb (ficción distópica nacida en este periódico), nos habló desde su casa, por FaceTime.

Pregunta. En El rey recibe recorre usted guerras y plagas (como el sida). En esa sucesión de hechos, ¿qué lugar ocuparía lo que nos pasa ahora?
Respuesta. Lo pienso desde hace mucho tiempo. Lo curioso será cómo lo veremos cuando tengamos un poco de perspectiva, cuando no estemos metidos en esta situación tan extraña. Nunca habíamos imaginado una cosa así. Habíamos imaginado guerras, sunamis, terremotos, pero estar encerrados en casa, ir por la calle con mascarillas, no poder tocar nada ni a nadie…, esa es una situación muy extraña. Desde los políticos a las personas normales, yo incluido, le estamos dando una dimensión épica que no tiene. Ha habido conductas abnegadas, admirables, pero lo que se dice épicas..., épicas no las hay. Estamos metidos en casa, esperando que pase el chaparrón, como animalitos que se esconden en la cáscara aguardando a que el mal se vaya. Imagina qué dirán los que vengan: hubo una época en que la gente se metió en casa, escribían unos diarios de confinamiento que realmente no valían nada, y estaban a la espera de lo que pudiera suceder, que en realidad desconocían. La incertidumbre que se plantea es en qué consiste perder y en qué consiste ganar. Perder es fácil de decirlo, porque es morir. Pero, ¿en qué consiste ganar? Vamos a ganar, se dice, pero ¿qué vamos a ganar? No sabemos. Es una batalla bien extraña esta, bien extraña.

P. Ya se dice menos, pero hubo un tiempo en el que se comentaba que íbamos a salir mejores de esto. 
R. Sí, “nada volverá a ser como antes”. Yo creo que todo volverá a ser como antes una vez que nos hayamos olvidado de esto. Ha habido cosas mucho más tremendas, como guerras y otras plagas, y al cabo del tiempo se han olvidado y los enemigos se han vuelto amigos y la gente ha vuelto a reír y a disfrutar. No cambiará la naturaleza humana por la covid-19. Desde los políticos a las personas normales, yo incluido, le estamos dando una dimensión épica que no tiene. Ha habido conductas abnegadas, admirables, pero lo que se dice épicas..., épicas no las hay

P. Vive o ha vivido en países prestigiosos, como el Reino Unido, donde ahora reside, y Estados Unidos. Ambos están en cuestión, después de ser tenidos como potencias capaces de afrontarlo todo. 
R. Esto ha servido para aprender muchas cosas, algunas de las cuales algunos que hemos vivido en esos sitios ya sospechábamos. Sabemos que son gigantes con pies de barro. Gigantes, a pesar de todo; los demás son enanos con pies de barro. Algo que me ha sorprendido mucho ha sido la falta de material, de mascarillas, de guantes. La potencia industrial tremenda que tienen Estados Unidos, el sudeste asiático, Japón, no ha sido capaz de fabricar unas mascarillas de papel con una goma y unos guantes de usar y tirar. Esto quiere decir que las cosas no son como nos las imaginábamos, que la industria no es tan poderosa. Esa es una sorpresa muy grande: ¿por qué faltaba material? ¿Por qué durante dos meses hemos estado así en un mundo de tan alta tecnología? Qué cosa más curiosa: se puede hacer un portaviones en una semana y no se pueden hacer mascarillas.

P. Cuando publicó Mauricio y las elecciones primarias, Agustí Fancelli le dijo en EL PAÍS que usted no renuncia nunca a su humor corrosivo, pase lo que pase. ¿Lo que ha vivido en la Inglaterra de Boris Johnson ha sacado a flote ese humor suyo?
R. Boris Johnson es un payaso; inteligente, ambicioso, astuto, pero un payaso de vocación. No lo puede evitar, tiene que hacer el payaso. Enfrentado a una situación así, la combinación payaso y drama es explosiva. Trump es otra cosa. Es un payaso más corrosivo, con un trasfondo peor. Es un producto de una sociedad frívola, y es un hombre de una extraordinaria frivolidad. Lo dijo: “Por aquí no pasará el virus”. Todo esto es digno de Chaplin, de Buster Keaton, de este tipo de personajes. Pero, claro, puede tener consecuencias muy graves para la cadena del poder, porque afecta a quienes están en puestos de responsabilidad ya que las cosas funcionan solas. En el momento en el que hay que tomar las riendas no tienen ni idea, ni idea.

P. Desde el punto de vista particular, ¿a usted le ha satisfecho haber pasado el confinamiento en España?
R. Es lo que elegí. Estaba en Inglaterra cuando empezó el confinamiento y pensé que la cosa no sería corta, que además yo era una de las personas que está en situación de riesgo, por la edad, y pensé que pasara lo que pasara estaría mejor en España, más protegido y con más recursos. Salí corriendo, en uno de los últimos aviones en que se permitió el viaje sin mayor dificultad, con mascarilla. Estoy muy contento de haber venido a España, y de estar en mi casa, en Barcelona. Lo que se llaman “productos de proximidad” aquí son mejores.

P. ¿Cómo ha visto la gestión de este mal entre nosotros, no solo en el ámbito político, sino también en la ciudadanía?
R. No tengo elementos de juicio. Los políticos han hecho lo que buenamente podían en una cosa de la que no sabían nada. Quizá su fallo ha sido no saber explicarlo bien, no saber confesar que no hay soluciones fáciles y que nadie sabe muy bien lo que tiene que hacer. A nivel ciudadano creo que el comportamiento ha sido muy bueno. Pero tengo una visión muy limitada: mis amigos, mi barrio, todo esto es ejemplar, todos se comportan aquí como alumnos aventajados. No sé qué ocurre en otros grupos y comunidades más apretadas, más necesitadas, en condiciones más precarias. Deduzco que el comportamiento ha sido bueno. Siempre hemos sido bastante disciplinados, más de lo que parece. Nos dicen que no fumemos y no fumamos. Nos dicen que no salgamos de casa y no salimos.

P. Aquí el disenso político es más ríspido que el se produce en otros países. ¿Lo percibe así?
R. Creo que empezó la cosa bien, con una cierta solidaridad, con el deseo de colaborar todos por el bien común. Poco a poco esto se ha ido desgastando y volvemos a los enfrentamientos, a sacar partido. La historia los juzgará. Por ejemplo, en el caso de Portugal parece que es ejemplar lo que ocurre; en Inglaterra siempre ha habido un cierto patriotismo en el mejor sentido de la palabra: que salga el país adelante, ya habrá momento de pelearse. Ellos han pasado muchas guerras y no han tenido guerras civiles recientes. Están acostumbrados a trabajar juntos. Nosotros tenemos cosas muy buenas, mejores que las que tienen los ingleses, somos más amables y generosos, pero como colectivo somos peleones, no tenemos sentido de lo que José Antonio [Primo de Rivera] llamaba “unidad de destino en lo universal”. No le hicimos ningún caso al pobre José Antonio…(!!!!)

P. Tanto en la escrituras como en lo humano, hasta en su forma de vestir, usted siempre ha dado sensación de aplomo, como si físicamente le resbalaran las cosas. En este caso, y no solo por los riesgos de la edad, sino por los hechos mismos, ¿usted ha sentido miedo?
R. Miedo lo he tenido y lo sigo teniendo. Lo tengo por mí mismo, porque pienso que en cualquier momento, por la cosa más simple e imprevisible, puedo agarrar la enfermedad y no contarlo. Y dejar interrumpido lo que estoy haciendo, lo que estoy leyendo, ¡incluso no llegar a saber cómo acabará La Liga! Cosas que parecen muy tontas hasta que realmente te enfrentas con ellas. La de cosas que no has hecho, los planes que tenías. Por supuesto, tengo mucho miedo por las personas que me rodean, por las personas que quiero. Muchos amigos o conocidos que hubieran vivido más años y que se han ido rápidamente por el coronavirus, una muerte fea y triste. Claro que he tenido miedo, otra cosa es exteriorizarlo y hacer con eso literatura.

P. ¿Y qué hace un hombre de ficciones como usted con todos estos materiales? ¿Qué pasa por su cabeza?
R. Soy muy distinto de los periodistas, no tengo ese espíritu. Con la realidad inmediata casi nunca se me ocurre hacer nada. Siempre estoy hablando de historias pasadas. Desde el punto de vista del presente, con la perspectiva actual, pero siempre de historias pasadas. Con esto que pasa ahora, en vez de observar soy observado por la realidad y ya veremos lo que pasa más adelante.

P. Cuando empezó todo esto hubo quienes se dirigieron a usted para que resucitara a Gurb y este observara, como usted dice, a los observados.
R. Me hace siempre mucha gracia esto que ocurre con Gurb. Es un personaje que me persigue, me acompaña, al que tengo mucho cariño, pero que es casi independiente de mi, porque así lo considera la gente. Lo que me pedían no era que yo escribiera, sino que yo volviera a llamar a este personaje para que él viniera y dijera lo que tuviera que decir. Pero esto es muy absurdo. Yo no puedo ahora repetir una cosa en circunstancias muy distintas. Yo soy otro, lo que pasa es otra cosa. Gurb ya se ha convertido en un personaje independiente, tengo su número de teléfono, pero nada más.

P. Si se sentara con ese personaje seguro que le hubiera dado humor a este tiempo. ¿Falta humor ahora?
R. No, no. Yo creo que hay una buena dosis de humor. Precisamente es algo que caracteriza a esta situación. La invasión de chistes que llegan por los distintos medios, gente que hace minipelículas…, nadie me manda cosas trágicas. A veces me llega alguien cantando un aria, pero en general son bromas, chistes, historias divertidas de parejas hartas de confinar, recetas de cocina. ¡Lo que hemos aprendido de cocina! El humor es siempre la cara oculta de los miedos, de problemas… Responde a una realidad del encierro, de las convivencias forzosas en unos espacios reducidos, en un tiempo para el que nadie estaba preparado. Londres es museos, teatro, bares, ¡y solo puedes ver pajaritos!

P. “Las ciudades son las grandes protagonistas de nuestras vidas”, le decía usted también al compañero Fancelli. Y ahora vive encerrado en Barcelona, una ciudad que es como un ombligo sin ventanas.
R. No sé lo que está pasando, no sé qué pasa en mi barrio, aquí al lado. Yo soy una persona que va a las ciudades y trata de ocuparlas en toda la extensión. Voy a barrios que no conozco, me meto en bares a los que no he entrado nunca… Me gusta el fenómeno ciudad. Pero ahora no sé qué pasa a 300 metros de mi casa, Barcelona vacía, Barcelona sin turistas. Hoy me decían que hay restaurantes y bares que han puesto el cartelito de “en alquiler”, porque ya han cerrado antes de pasar a la primera fase. ¿En qué se convertirá Barcelona, una ciudad que ha vivido precisamente de venderse a sí misma? No lo sé, es una gran incógnita. Pero cuando hay un momento de necesidad el salto que hay entre tener y no tener es tremendo. ¿Cómo vive esta situación la gente sin medios y cómo la vive gente con medios, con casas grandes, con una bodega bien surtida?

P. Decía usted, al hablar de El rey recibe, que las plagas y conflictos del siglo XX pasaron una enorme factura. ¿Imagina la factura de este tiempo?
R. Una cosa de la que no se habla mucho es de cómo resucitan las diferencias sociales, cómo han pasado esta situación los ricos y los pobres. Una diferencia abismal. Mientras la vida es normal, se disimula un poco, porque todo el mundo tiene sus compensaciones. Pero cuando hay un momento de necesidad el salto que hay entre tener y no tener es tremendo. ¿Cómo vive esta situación la gente sin medios y cómo la vive gente con medios, con casas grandes, con una bodega bien surtida, con una despensa llena, con dinero del que echar mano hasta que las cosas vuelvan a funcionar? No sé si las revoluciones salen de estas situaciones o no.

P. Siempre se ha mostrado atento y crítico a la realidad del periodismo. Este tiempo ha sido también el tiempo de los periodistas. ¿Cómo ve usted este instrumento social que es la prensa hoy?
R. Una de las cosas que nos ha enseñado esta situación es el valor de la prensa, de la información. En épocas de más inercia el periódico era un entretenimiento de las mañanas. Ahora es lo primero que se mira, antes de desayunar, antes de lavarse la cara. A ver si ha mejorado, o si ha empeorado la situación… Cuando salgo a aplaudir no solamente aplaudo a los sanitarios, sino a mucha más gente. A los que hacen que no falte comida en los supermercados. Y también a los periodistas, que están ahí cada mañana y que me están dando a cada momento lo que necesito para saber. Yo creo que los periodistas se habían relajado un poco y ahora han estado otra vez a la altura. El periodismo ha cumplido y sigue cumpliendo y hay que ponerle buena nota. Toda esa cuestión de los nacionalismos, que han estado tan presentes, ahora están un poquito por ahí, perdidos. Pero ya volverán, porque estas cosas no se apagan tan fácilmente.

P. La verdad sobre el caso Savolta es sobre lo que ocurre después de una guerra y antes de que ocurran otras. Cuando se reeditó este libro en 2015, celebrando 40 años desde su publicación en 1975, estaba en efervescencia el asunto de la independencia de Cataluña. Usted dijo: “No entiendo lo que pasa, no veo a dónde va, me preocupa. Me da miedo”. Ahora tantas cosas parecen desvanecerse…
R. El vuelco que han dado noticias que parecían graves y que estaban en primera página y ahora están en la página 20 o en los crucigramas…

P. “Felizmente insatisfecho” se declaraba usted tras el premio Cervantes. ¿Y ahora?
R. Cada vez menos insatisfecho. He tenido mucha suerte, y la sigo teniendo. He visto tanta gente que no ha tenido suerte, o que no la tiene, y que ha pasado por cosas tan dramáticas. No he vivido toda mi vida de cumpleaños feliz, pero he tenido una gran suerte. Este es un balance de nota bastante alta, como la que le doy a los periodistas.

P. Tras su Cervantes en 2016 decía que entonces un hueco grande que sentía era no poder llamar a su agente, Carmen Balcells [fallecida en 2015]. Ella representaba, como Hortelano, como Juan Benet, como aquellos veteranos, una época de añorada calidad…
R. De la calidad de este tiempo hablarán los que vengan luego. ¡A lo mejor nosotros somos los Hortelano y Benet de estos tiempos, quién sabe! En mi caso particular, tuve una suerte muy grande: conocí a toda esa gente. En cuanto a Carmen Balcells… Vivir en su tiempo y cerca de ella era como haber nacido en casa de millonarios, era un lujo reservado a muy pocos, era un lujo mayor que tener un yate. Hay en su agencia gente magnifica, que sigue ahí muy atenta, aunque ahora ya no estoy construyéndome una carrera y construyéndome a mi mismo. Ahora estoy, digamos, hecho o en proceso de deshacer. Tener años significa que hay cosas que ya tienes hechas, que no las tienes que volver a hacer.

https://elpais.com/cultura/2020-05-17/eduardo-mendoza-no-hay-epica-estamos-en-casa-esperando-a-que-pase-el-chaparron.html?event_log=fa&o=cerrado

viernes, 22 de mayo de 2020

_- No hagan caso a José Carlos Díez: Recortar ahora el gasto es suicida

_- El economista José Carlos Díez acaba de publicar un comentario en su cuenta de Twitter que obliga a criticarlo por lo que tiene de infundado e irresponsable.

En condiciones normales no me haría eco de sus observaciones. Es, posiblemente, el economista que más falló en sus análisis de la última crisis, cuando negaba que en España se estuviera produciendo una burbuja inmobiliaria o que aquí se fuese a producir una recesión económica. Y ya he demostrado en alguna ocasión que se equivoca tanto porque no tiene independencia de criterio y porque desconoce rudimentos esenciales de la teoría económica. No sabe, por ejemplo, cómo es el funcionamiento elemental de la circulación monetaria, como puse hace tiempo de manifiesto en un artículo publicado en este mismo diario (Economistas que pierden el norte atacando a Podemos). Además, siempre me ha tratado mal y con poca educación, de modo que no le tengo ningún aprecio personal. Puedo pasar por alto que alguien no sea un buen economista, pero no que sea descortés y mala persona.

En este caso, sin embargo, tengo que dedicar unos minutos a rebatir su opinión porque, como he dicho, no sólo no tiene fundamento, sino que es sumamente irresponsable y porque sería muy peligroso para España que se llevara a cabo lo que propone.

Dice Díez que «un gobierno serio asumiría que no podemos financiar un déficit del 15% del PIB y haría recortes para limitarlo este año».

Esa observación no tiene fundamento porque no se puede afirmar que sea imposible que España financie ese déficit. Si se alcanzara, nos situaría más o menos en el nivel de deuda en relación con el PIB que a finales de 2019 tenía Portugal (117,7%) o bastante por debajo de la de Italia (134,8%).

No digo ahora que alcanzar ese nivel sea bueno o malo (lo comentaré enseguida) lo que digo es que no tiene fundamento aceptar que esos dos países pueden financiar ese porcentaje de deuda y una cantidad absoluta mayor (en el caso de Italia) y España no. Sobre todo, cuando el incremento se ha producido por el efecto de una crisis sanitaria que ha obligado a que todos los gobiernos realicen gastos extraordinarios y cuando hasta el Banco Central Europeo está diciendo que pondrá el dinero que haga falta para que los bancos proporcionen el crédito necesario para evitar el colapso económico.

¿Qué tiene en la cabeza Díez para creer que los bancos centrales van a dar dinero ilimitado a los privados para que presten y que estos no van a aprovechar para conceder todo el crédito posible a los gobiernos? Otra cosa será que las consecuencias de ese endeudamiento sean muy onerosas, o incluso fatales (enseguida diré que no tiene por qué ser así), pero decir que será imposible que España se financie, cuando están prestando a países en condiciones económicas mucho peores y con mayor nivel de deuda pública, es algo que sólo puede decir quien, como Díez, ha demostrado ya en otras ocasiones que desconoce los entresijos reales de la vida económica.

Además de infundado, el juicio de Díez (si es que el comentario mereciera esta denominación) es irresponsable.

¿Quién, en plenitud de condiciones mentales, puede decir que lo que debe hacer un gobierno, en medio de una epidemia que obliga a cerrar actividades económicas en todo el mundo, es reducir el gasto?

¿Qué debe hacer el gobierno español, anular las ayudas a las empresas, cuando, en realidad, deberían haber sido aún más cuantiosas? ¿Dejar que cierren miles de ellas, que se hunda el sector turístico, que perdamos el comercio de cercanía o que se arruinen millones de trabajadores autónomos? ¿Debe anular el gobierno las prórrogas en el cobro de los impuestos que se están dejando de pagar? ¿Deja de financiar expedientes de regulación temporal de empleo? ¿Reduce el gasto sanitario en medio de una emergencia sanitaria, cuando todo indica que habrá un rebrote en el otoño o invierno? ¿Recorta el gasto educativo, justo cuando cientos de miles de estudiantes tienen más dificultades para cursar su enseñanza por el confinamiento? ¿Recorta las pensiones, para terminar de matar a nuestros padres, madres o abuelas y abuelos, o para destrozar todavía más las residencias en donde viven muchos de ellos? ¿Renuncia a establecer un ingreso mínimo o al subsidio de desempleo para las personas que no tienen medios de subsistencia? ¿Recorta en administración de Justicia, en cuidados, en la investigación que puede ayudar a encontrar vacunas o a fomentar la innovación que necesita nuestra economía?

Francamente, creo que hay que ser muy irresponsable para pedir que, en este año 2020, el gobierno español haga esas cosas.

Ahora no se puede recortar el gasto. Al recortar gastos públicos como los que he mencionado lo que se hace es reducir el ingreso que inmediatamente va a recibir un sector privado que en estos momentos no puede generarlos. La propuesta de recorte de Díez llevaría directamente al colapso de nuestra economía y a una crisis social sin precedentes en nuestra historia. Y eso ahora, pues no quiero ni pensar en las consecuencias de lo que propone si el virus vuelve a propagarse con más fuerza tras el verano y es necesario realizar un nuevo confinamiento.

La prueba de que recortar gasto es una irresponsabilidad es que no hay ni un sólo gobierno de países avanzados que lo haya hecho, ni una sola institución, autoridad u organización internacional que lo proponga.

En mitad de una emergencia sanitaria una persona inteligente y responsable habla como habló Ángela Merkel: «Haremos lo necesario para superar esta situación. Y luego veremos qué significa esto para nuestro presupuesto». Una irresponsable y sin conocimientos de economía dice lo que ha dicho Díez, que hay que recortar el gasto.

Díez escribe como si desconociera los efectos tan negativos que tuvo en España y en toda Europa la política de recortar gasto en plena crisis de 2008, cuando los agentes privados no generaban ingresos; y ahora, en una situación aún peor y mucho más justificada al tratarse de una crisis sanitaria, pide que se vuelva a cometer el mismo error que retrasó la recuperación, que debilitó el aparato productivo y las fuentes de generación de ingreso y que redujo el bienestar social.

El gobierno de España debe mantener las ayudas a las empresas, a autónomos y a los hogares, e incluso yo creo que debe tratar de aumentarlas y alargarlas en el tiempo lo más posible, con seguridad y certidumbre, hasta que reanuden plena y satisfactoriamente su actividad. Y no puede permitirse reducir el gasto social, ya por debajo de la media europea, ni las inversiones productivas que son necesarias para que las empresas realicen cambios imprescindibles ante las transformaciones globales que están a la vuelta de la esquina.

Otra cosa es que hay que plantear cómo financiar el incremento inevitable de la deuda. Yo vengo criticando en estos dos meses últimos la política europea al respecto pero, incluso siendo extraordinariamente crítico, no puedo dejar de reconocer que la Unión Europea y el Banco Central Europeo están proporcionando fuentes de financiación que hasta ahora no han estado a nuestro alcance; además de permitir algo tan significativo como que los países se salten las reglas de estabilidad presupuestaria. No hay un día en que sus propios dirigentes no digan que hay que hacer lo imposible por financiar las necesidades extraordinarias de los gobiernos frente a la pandemia. Y hoy viernes 15 de mayo se vota en el Parlamento Europeo una resolución conjunta reclamando por amplísima mayoría (80% de la Cámara) un paquete de actuaciones basado en transferencias y en préstamos para hacer frente a la reconstrucción. Díez, sólo por estar resabiado con Pedro Sánchez y sus equipos porque apoyó a Susana Díaz, pide que renunciemos a ello y que España haga lo contrario. Una irresponsabilidad.

Desgraciadamente, el aumento de deuda que vamos a registrar lo vamos a tener que financiar en condiciones que no van a ser ni las deseables ni las mejores que podrían darse si las autoridades europeas fuesen sensatas y utilizaran los medios que utilizan otros gobiernos, si se monetizara aumentando la capacidad productiva (algo que no tendría por qué provocar subida de precios) o si el Banco Central Europeo aprovechase la ocasión para reestructurar la deuda de todos los gobiernos. Pero, a pesar de ello y aunque no sea en las mejores condiciones, España podrá financiar un incremento de deuda que es imprescindible que se produzca si no queremos que nuestra economía se venga abajo. Lo que deberíamos hacer todos los economistas sin distinción de ideologías es aportar ideas y apoyo para encontrar las mejores fuentes de financiación.

Y, por supuesto, todo esto tampoco quiere decir que no haya que revisar el gasto que realizan nuestras administraciones. Hay que aprovechar para auditar, para detectar el innecesario y acabar con el despilfarro que en ocasiones se produce, para aumentar los controles y ser siempre austeros, en el sentido auténtico de la expresión, a la hora de utilizar los recursos comunes. Como también hay que pensar en la otra cara del presupuesto, de la que no habla Díez. Limitarse a recortar gasto para equilibrar el presupuesto, como pregona, es una solución tan inteligente para una economía en crisis por emergencia sanitaria, como la de matar al enfermo para bajarle la fiebre. Una auténtica barbaridad. Hay que mirar también el otro lado, el de los ingresos. No para aumentar la carga fiscal general sino para bajarla, haciendo que todos paguemos en función de nuestra capacidad y no de nuestro privilegio.

Lo que menos necesita España en estos momentos es el resentimiento que lleva a enfrentarse al gobierno recurriendo a cualquier tipo de argumento, por irresponsable o infundado que sea, como el de Díez. Hay que criticar, hay que señalar lo que no se hace bien pero también es necesario pensar un poco lo que se dice, dedicar algún tiempo al estudio antes de sacar conclusiones y dejar el rencor en el armario.

https://www.juantorreslopez.com/no-hagan-caso-a-jose-carlos-diez-recortar-ahora-el-gasto-es-suicida/#more-8805

jueves, 21 de mayo de 2020

Desmemoria. El Estado democrático les ampara, pero su aprecio por la democracia está supeditado a que los suyos ganen, o no, las elecciones

La historia de España es como la morcilla de mi tierra, escribió el poeta Ángel González, se hacen las dos con sangre, se repiten. Las protestas del madrileño distrito de Salamanca, ajenas hasta ahora a la sangre, estremecen como repetición. Ya sé que son todos pijos, ya sé que son sólo cien, ya sé que parecen un chiste, pero no tienen gracia. Un extranjero creería que protestan por el confinamiento y se equivocaría.
Aunque gritan “libertad”, la libertad les trae sin cuidado. Sus padres jamás la echaron de menos mientras vivieron en una dictadura. Sus abuelos, que financiaron y patrocinaron esa dictadura, se enriquecieron gracias a ella.
Sus descendientes se manifiestan ahora contra un Gobierno que no sienten como propio, aunque sea el que legítimamente rige el destino de la nación, y se envuelven en la bandera nacional como si bastara para identificarles, porque creen que no representa a nadie más que a ellos.
El Estado democrático les ampara, pero su aprecio por la democracia está supeditado a que los suyos ganen, o no, las elecciones. Cuando es que no, ni siquiera el razonable deseo de preservar la salud, propia y ajena, en plena pandemia, logra refrenar sus ansias de recuperar el botín de sus mayores. Aunque no lo sepan, son una muestra de la fragilidad congénita de la democracia española, el afán por pasar página sin haberla leído previamente con tal de tener la fiesta en paz, que caracterizó el espíritu de la Transición.
La falta de análisis, de crítica, de ruptura efectiva con el franquismo les persuadió de que no tenían nada de lo que avergonzarse y ahí están, gritando que la calle es suya. La memoria no tiene que ver con el pasado, sino con el presente, pero la desmemoria logra que pasado y presente se confundan.

miércoles, 20 de mayo de 2020

La alegría de trabajar en un proyecto sobre alegría

Por Anya Strzemien

Las cosas están tan mal en este momento, ¿qué mejor momento para leer sobre las cosas que no lo están?

18 de mayo de 2020

Times Insider explica quiénes somos y qué hacemos, y ofrece información detrás de escena de cómo se combina nuestro periodismo.

No es divertido y definitivamente no es genial poner esto por escrito, pero la diversión es sumamente importante para mí. A mi madre le encanta contar una historia sobre cuando era joven. Alguien llamó a nuestra casa para preguntarme si iba camino a una función escolar. Cuando ella confirmó que sí, esa persona se volvió hacia otra persona y le dijo: “¡Anya! ¡Divertido!" Mi madre irradia orgullo cada vez que cuenta esto. Ella tiene una hija divertida. Y tal vez soy divertido o tal vez solo creo que soy divertido porque mi mamá lo dice (gracias, mamá), pero sin embargo, pienso mucho en la diversión, junto con sus parientes cercanos, alegría y deleite.

Como uno de los editores adjuntos de la sección Estilos, es parte de mi trabajo planificar y crear proyectos especiales como I Quit, The Office y This Gen X Mess. Cuando comencé a planificar para 2020, me preguntaba cómo podríamos sorprender más a los lectores del New York Times. Esto fue en enero (¿recuerdas enero?), Cuando las cosas se sentían tan difíciles: tal vez íbamos a la guerra con Irán, Australia estaba ardiendo, un virus misterioso comenzaba a extenderse por todo el mundo y se estaba llevando a cabo un juicio por juicio político en el Senado. Todo se sintió tan sin alegría, así que ¿por qué no crear la contraprogramación definitiva: alegría ?!

Luego escuché un episodio de "This American Life" de finales de enero llamado "The Show of Delights", que fue producido por razones similares. Me sentí más ligero al escucharlo. Fue realmente encantador. Esto me motivó a mover la idea a mi lista.

Cuando ese misterioso virus se convirtió en una pandemia en marzo, me sentí aturdido. La diversión era lo más alejado de mi mente. De hecho, no recuerdo haberme sentido tan asustado. Pero "acción opuesta", como a algunos terapeutas les gusta enseñar, y un paquete sobre "alegría" lo sintí más esencial que nunca. Publicamos ese paquete en línea hoy.

El marco de “La alegría de [en blanco]” tomó forma cuando Sarah Miller, una escritora independiente, y yo estábamos enviando un correo electrónico acerca de lo terrible que fue este momento. Le dije que quería hacer un paquete sobre la alegría, y ella dijo que tenía justo lo que necesitaba: la alegría de la vigilancia del odio. Ella sintió que había estado salvando "Sra. Doubtfire”por este mismo momento. (Más tarde se dirigió a "La princesa prometida" y de hecho le encantó odiarla).

Casi al mismo tiempo, Taffy Brodesser-Akner, redactora de The New York Times Magazine, y yo estábamos enviando un correo electrónico acerca de lo terrible que fue este momento. (¿Quién podría hablar de otra cosa?) Acordamos que un pequeño lado positivo estaba haciendo que nuestros calendarios se despejaran de repente, con cero obligaciones sociales en el horizonte. "La alegría de que los planes se cancelen a sí mismos" siguió.

Luego le pedí a Alexandra Jacobs, mi compañera de redacción adjunta de Styles, cuya escritura me alegra, que contribuya. Giró en una pieza para trotar lentamente, lo que le traía alegría.

Luego seguí contactando a escritores que amo: Jenna Wortham, Allison P. Davis, Aminatou Sow, Caity Weaver, Max Read, Heather Havrilesky, Lesley M.M. Blume, Ross Gay, Alex Williams, Jane Hu y Brian Keith Jackson, preguntándoles qué era, si acaso, lo que les traía alegría en este momento. La mayoría de ellos estaban confinados dentro de sus casas. Después de todo, ¿qué más estábamos haciendo? Nuestros planes se habían cancelado a sí mismos.

El paquete fue diseñado por Tracy Ma, Adriana Ramić y Tala Safié. Para las ilustraciones, Tracy y Tala aprovecharon el talento de la sala de redacción y pidieron a personas de diferentes departamentos que hicieran un garabato basado en el ensayo. Fue una colaboración de oficina divertida en un momento en que no teníamos una oficina.

En cuanto a las abreviaturas en la página de inicio, la estructura "la alegría de" me hizo pensar en abreviaturas como FOMO (El miedo a perderse) y JOMO (La alegría de perderse). Pensé que hacer abreviaciones cada vez más exageradas (como J.O.C.A.O.N.O.C.B.N.) reflejaba nuestros estados emocionales cada vez más desconcertados de forma aislada. Las abreviaturas nos hicieron reír, pero con suerte no solo a nosotros.

Get For You, un resumen diario personalizado con más historias como esta.

Regístrate Al final, espero que este paquete, y su sección de impresión especial el 24 de mayo, brinde alegría a los lectores, o al menos algo de alivio. Que todos encuentren algo, donde sea que estén ahora. Mientras escribo esto, he comido casi una baguette entera con queso para desayunar y no hubo nada de tristeza en ello.

https://www.nytimes.com/2020/05/18/reader-center/insider-joy.html?action=click&module=Well&pgtype=Homepage&section=Reader%20Center

_- Avispas: 3 soluciones naturales para mantenerlas alejadas

_- Avispas

¿Cómo mantener alejadas a las avispas?
Cuando llega el buen tiempo, es agradable aprovechar el jardín y poder comer al aire libre. Pero cuando las avispas se entrometen en nuestra tranquilidad, ya no es realmente un momento de relajación ... ¿Cómo cazar las avispas a nuestros amigos? Aquí hay algunos consejos de abuela fáciles de aplicar.

Clavos
Los clavos son un repelente natural contra las avispas. Coloque en su mesa de comedor tazas que contengan un buen puñado de dientes machacados. Resultado garantizado!

El café
Queme café molido fresco (no usado) en tazas con un encendedor o fósforo. El humo de él asustará a las avispas. Repita la operación regularmente. ¡El olor del café solo es desagradable para las avispas!

Aceites esenciales
El aroma del verdadero aceite esencial de lavanda ahuyentará a las avispas, por lo que puede usarlo como repelente natural. Para hacer esto, ponga unas gotas de aceite en piezas de tela que colocará en lugares estratégicos.

Le Monde.

martes, 19 de mayo de 2020

:- Thomas Piketty: "Después de la crisis, el momento del dinero verde"

:- El paro económico debería usarse para reflexionar sobre un resurgimiento a través de inversiones en sectores como la salud y el medio ambiente, con una reducción en las actividades más intensivas en carbono, estima el economista Thomas Piketty en su columna.

Crónica
¿Puede la crisis de Covid-19 precipitar la adopción de un nuevo modelo de desarrollo más justo y sostenible? Sí, pero con la condición de que asumamos un cambio claro en las prioridades y desafiemos un cierto número de tabúes en la esfera monetaria y fiscal, que finalmente deben ponerse al servicio de la economía real y de los objetivos sociales y ecológicos.

Primero debemos aprovechar este paro económico forzado para reiniciar lo contrario. Después de tal recesión, las autoridades públicas tendrán que desempeñar un papel central en el impulso de la actividad y el empleo. Pero debe hacerse invirtiendo en nuevos sectores (salud, innovación, medio ambiente) y decidiendo una reducción gradual y duradera de las actividades más intensivas en carbono. Concretamente, es necesario crear millones de empleos y aumentar los salarios en hospitales, escuelas y universidades, renovación térmica de edificios, servicios locales.

En el futuro inmediato, el financiamiento solo puede hacerse a través de deuda y con el apoyo activo de los bancos centrales. Desde 2008, estos últimos han llevado a cabo una creación monetaria masiva para salvar a los bancos de la crisis financiera que ellos mismos habían causado. El balance del Eurosistema (la red de bancos centrales gestionados por el BCE) aumentó de 1.150 millones de euros a principios de 2007 a 4.675 millones a finales de 2018, es decir, de solo el 10% a casi 40% del PIB de la zona euro (12,000 millones de euros).

Debemos suponer que la creación monetaria se utiliza para financiar la recuperación verde y social, y no para impulsar los precios del mercado de valores.

Sin duda, esta política hizo posible evitar las quiebras en cascada que habían arrastrado al mundo a la depresión en 1929. Pero esta creación monetaria, decidida a puerta cerrada y sin una integración democrática adecuada, también contribuyó a impulsar los precios. financiero e inmobiliario y para enriquecer a los más ricos, sin resolver los problemas estructurales de la economía real (falta de inversión, aumento de la desigualdad, crisis ambiental).

Agrupe la tasa de interés
Sin embargo, existe un riesgo real de que simplemente continuemos en la misma dirección. Para tratar con Covid-19, el BCE lanzó un nuevo programa de recompra de activos. El balance del Eurosistema aumentó de 4.692 millones de dólares el 28 de febrero a 5.395 millones de dólares el 1 de mayo de 2020 (según datos publicados por el BCE el 5 de mayo). Sin embargo, esta inyección monetaria masiva (700 mil millones en dos meses) no será suficiente: el diferencial de tasas de interés contra Italia, que se había reducido a mediados de marzo tras los anuncios del BCE, muy rápidamente comenzó a levantarse de nuevo.

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https://www.lemonde.fr/idees/article/2020/05/09/apres-la-crise-le-temps-de-la-monnaie-verte_6039129_3232.html

lunes, 18 de mayo de 2020

_- Un virus viejo y sabio. El genoma del SARS-2 revela múltiples adaptaciones que delatan su origen antiguo.

_- El coronavirus que ha puesto el mundo patas arriba no ha sido creado en un laboratorio de Wuhan, como le gusta decir a Donald Trump. Ni siquiera es una creación reciente de la naturaleza. Su genoma revela una batería de adaptaciones desarrolladas a lo largo de décadas, tal vez siglos, en un proceso que empezó mucho, mucho antes de que los laboratorios humanos estuvieran en condiciones de diseñar una maquinaria de caos y destrucción tan perfeccionada. Ni siquiera ahora lo están, por fortuna para todos, aunque seguramente esto es solo cuestión de tiempo. Pero la genética del SARS-CoV-2 (SARS-2, para abreviar) nos revela incluso en esta fase preliminar de la investigación unas cuantas lecciones que nos interesa aprender.

Los coronavirus se descubrieron hace más de un siglo en un gato con fiebre y un vientre hinchado como una bota de vino recién llenada. Se vio después que la misma familia viral causaba bronquitis en los pollos y una gastroenteritis en las cerdas que mataba a casi todos sus cochinillos. No fue hasta la época de los Beatles que se descubrió que los coronavirus eran la causa más común del catarro humano. Sabemos también desde entonces que los virus de este tipo pueden saltar entre especies, del perro al gato, del gato al cerdo y de ahí a toda el arca de Noé. Como en humanos solo causaban catarros, los coronavirus pasaron inadvertidos para la biomedicina hasta 2003, cuando el SARS acabó con la vida de 800 personas. El SARS-2 con el que bregamos ahora ha matado a un cuarto de millón y subiendo.

La razón, naturalmente, está en sus genes, que muestran toda una serie de novedades (adaptaciones, en la jerga evolutiva) para infectar mejor, reproducirse más y por tanto causar más daño a sus víctimas. Eso no se hace de martes a jueves, y los científicos citados por David Cyranoski en Nature piensan que el SARS-2, el causante de la rabiosamente actual covid-19, lleva décadas oculto en la naturaleza, discreto y agazapado hasta dar el salto a nuestra especie perpleja.

SARS-2 muta poco, pero eso no tiene por qué ser una buena noticia. Lo es en que, cuando haya una vacuna, no será necesario renovarla cada año como hacemos con la gripe. Pero no lo es en que algunos de los antivirales más eficaces actúan justo causando mutaciones a los virus. Como el SARS-2 se protege contra las mutaciones, esos fármacos no están funcionando contra él. Nuestro coronavirus ha evolucionado seguramente por recombinación genética, donde dos virus que infectan la misma célula se intercambian genes en toda clase de combinaciones. Es posible que esa sea la razón de que la mayoría del genoma de SARS-2 se parezca a los virus del murciélago salvo por los genes de su espícula, que son casi idénticos a los del pangolín, y son los que le permiten infectar las células humanas con gran eficacia. Un virus con historia.

https://elpais.com/ciencia/2020-05-07/un-virus-viejo-y-sabio.html

domingo, 17 de mayo de 2020

_- La izquierda española nunca aprende. Con ERC no vale el “no se podía saber” porque si alguien pacta sabiéndolo y haciéndolo saber es el independentismo

_- La frase la dijo Joan Tardà en sus últimos días en el despacho de ERC en el Congreso: “¡La izquierda española nunca aprende!”. Estaba enfadado porque le recordé que en la última legislatura de Zapatero lo habían expulsado de la tribuna por hablar catalán. “Zapatero nos decía: ‘No podemos abrir ese melón porque la derecha se nos echa encima’. ¡Pero si la derecha se te va a echar encima hagas lo que hagas siempre!”. He ido a ver la fecha de la entrevista: era octubre de 2018 y Esquerra había anunciado que votaría en contra de los Presupuestos si el PSOE no instaba a la Fiscalía a retirar los cargos de los políticos presos. Un mes después ERC dijo que aquellas cuentas eran las de un “Gobierno opresor y represor”. La negativa llevó a Pedro Sánchez a convocar elecciones generales.

Tras repetir esas elecciones, Sánchez se dispuso a pactar con ERC para ser investido. Lo cierto es que Sánchez nunca habría sido presidente del Gobierno sin el independentismo catalán, primero en la moción de censura y, después, tras las elecciones de noviembre de 2019. Es un hecho, no es una opinión, del mismo modo que es un hecho que el objetivo político de ERC es independizarse de España y utilizar su presencia en las instituciones para ello. La democracia española permite estas cosas y el día que no las permita será menos democracia o, directamente, no será, del mismo modo que permite el monstruo que se generó en la extrema derecha y ayudó a legitimar entre la izquierda un pacto rechazado hasta hartarse por los socialistas, empezando por Pedro Sánchez I (hoy ya Pedro Sánchez IV). Por eso ahora que Esquerra anuncia que votará no a la prórroga del estado de alarma, dejando tirado al Gobierno en el momento más delicado, conviene preguntarse si semejante bofetada no es proporcional al abrazo recibido; conviene preguntarse, en definitiva, si no es parte del juego que si al adversario del Estado que representas le debes el Gobierno, el adversario te lo recuerde de vez en cuando, a ser posible cuando más falta hace. Nunca se da el poder de todo, siempre se guarda uno un poco para sí.

Políticamente, lo peor que se ha hecho a sí mismo el Gobierno no ha sido su trato a la oposición, sino a sus apoyos parlamentarios. Alguien ha pensado en La Moncloa que el mando único consistía en una mayoría absoluta espontánea y prolongada sine die sin más diálogo que un ensimismamiento general con el que hacer y deshacer a gusto creyendo, en algún momento, que sus votos bastaban. Ahora nadie del Gobierno puede decirle a Esquerra que ir contra el estado de alarma es ir contra España porque, aún por encima, se ganaría un abrazo. “Con la información de la que disponíamos” sabían que llegaría el momento en que ERC se bajase, porque siempre se baja. Ni siquiera cabe un “no se podía saber” porque si alguien pacta sabiéndolo y haciéndolo saber es el independentismo.

Nadie lo expresó como Tardà, que ahora se muestra contrario al no de su partido, aquel octubre de 2018: “Carod y Puigcercós lo tenían clarísimo: si la república no nos está esperando, hay que ir con la izquierda española hasta una España federal. Y cuando lleguemos a esa España federal, la izquierda española se bajará, y nosotros seguiremos hasta nuestra estación final, que es la república catalana”. Un instrumento, eso es la izquierda española para el independentismo. Nunca aprende. Tenía razón Tardà, pero al revés.

https://elpais.com/opinion/2020-05-05/la-izquierda-espanola-nunca-aprende.html?rel=lom

sábado, 16 de mayo de 2020

¿Suecia o Portugal? Si buscamos enseñanzas contra la covid-19, empecemos por nuestro país vecino antes de viajar al Norte: datos y tiempos

Suecia: un país sin cuarentena, pero también sin colapso del sistema hospitalario (por ahora). ¿Por qué? ¿En qué nos hemos equivocado nosotros para no estar así? Preguntas así van a acompañarnos durante toda la desescalada. Son necesarias: es mediante la comparación entre países que podemos aprender qué podemos hacer mejor para luchar contra la pandemia. Pero hay que hacerlas de manera metódica para que nos informen correctamente, en lugar de confirmar nuestras preconcepciones.

Cuando comparemos un resultado determinado de la epidemia entre dos países, tratando de averiguar qué lo ha producido, deberíamos intentar en la medida de lo posible que todos los factores que puedan explicar la variación sean idénticos entre ambos. No hay dos países iguales, es cierto, pero podemos conseguir aproximaciones razonables.

Sigamos con el caso sueco: un país menos poblado, menos denso, con menor contacto físico en la interacción social que España, probablemente también con ancianos teniendo menos relación cotidiana entre ellos y con personas de otras generaciones. Donde además, y esto es crucial ante una epidemia, las medidas (a pesar de ser más leves) se tomaron antes que en España. Nosotros esperamos a confirmar 8.000 casos para decretar una cuarentena, pero con menos de 800 en Suecia ya estaban aconsejando distancia social y prohibiendo eventos masivos.

Así que lo justo es comparar a Suecia con países con características estructurales similares, donde las medidas tampoco se tomaron con particular retraso, pero sí fueron más duras. Dinamarca y Noruega, por ejemplo. Ambos decretaron confinamientos en la segunda mitad de marzo, con entre 1.000 y 2.000 casos confirmados. Y en ambos la curva de fallecimientos ha crecido menos que en Suecia. Así que la enseñanza escandinava no parece ser que las cuarentenas no salvan vidas.

Una cuarentena general, completa, es el último recurso cuando no quedan otros disponibles para detener al virus. Idealmente no deberíamos volver a necesitarla. Y si buscamos enseñanzas en nuestro entorno para evitarla, no tenemos que mirar tan lejos. Comparémonos con Portugal, país vecino y similar. Impuso medidas con menos casos, recogiendo, además, mejores datos (estimo que España registra de un 2% a un 4% de los casos reales, y Portugal, hasta un 17%). Empecemos por ahí, antes de viajar al Norte: datos y tiempos. @jorgegalindo

https://elpais.com/opinion/2020-05-06/suecia-o-portugal.html

La doctora X. La extraordinaria idea de Santo Tomás de Aquino no demuestra la existencia de Dios, pero tiene mucho que decir sobre la psicología humana

El genoma humano tiene cerca de 3.000 millones de letras de ADN.
El genoma humano tiene cerca de 3.000 millones de letras de ADN.

Santo Tomás de Aquino demostró la existencia de Dios cinco veces, o por cinco vías, por si una no bastara para volarle a uno la cabeza. La primera vía parece un tratado newtoniano, solo que escrito cinco siglos antes de Newton, y por tanto sin tener ni idea de los experimentos y las matemáticas necesarias para resolver el problema. Un solo ente, nos dice Aquino, no puede mover y ser movido a la vez, luego todo lo que se mueve está movido por otro ente, que a su vez lo está por otro y así hasta una reclusión mareante que nos lleva directamente a Dios, el Primer Motor Inmóvil, el principio de todo. Esta extraordinaria idea no demuestra la existencia de Dios, pero tiene mucho que decir sobre la psicología humana. Todos somos tomasinos en que estamos programados para buscar las causas de lo que vemos, y lo peor es que las encontramos aun cuando no las haya. Este sesgo cognitivo debió resultar muy útil en nuestro pasado estepario. En el presente resulta un verdadero estorbo.

En epidemiología, el efecto tomasino se llama “caso cero”. Si comparas los genomas de las personas vivas, verás que se organizan en la forma de un árbol. Los genomas más parecidos son las ramitas terminales de una sola rama madre, las ramas madre más parecidas son versiones de una gran rama común, y así hasta llegar al tronco de donde proviene todo el árbol. El origen de las especies, el libro de Darwin que fundó la biología moderna, tenía solo una ilustración, y ¿saben qué era? Un árbol. Esa es la forma de cualquier mundo generado por un proceso evolutivo. Dios crearía una lista de cosas. La evolución crea árboles genealógicos de cosas.

Lo mismo se puede hacer con el coronavirus. Si alguien ha contagiado a alguien, como diría Gila, sus virus tendrán un genoma muy parecido. Cuanto más lejos esté su nexo común de infección, más diferirá el genoma del virus. Esa es otra vez la estructura de un árbol. Basta aplicar el estilo tomasino para concluir que debe haber un tronco, el Primer Motor Inmóvil, el principio de todo contagio. Y es probable que lo haya, pero casi imposible que lo encontremos.

Pero hay pacientes que tienden a cero, como diría un matemático. No son culpables de nada, pero resultan útiles para la medicina. Pablo Guimón informaba el miércoles desde Washington de uno de esos pacientes, y Joel Cohen cuenta en Science el caso de la doctora X, una investigadora que no quiere dar su nombre y que fue también una de las primeras personas que llegó a Estados Unidos contagiada.

Voló a Pekín en enero para celebrar el Año Nuevo Lunar con su familia en Pekín. Un hermano suyo voló desde Wuhan para añadirse a la celebración, en uno de los últimos vuelos que salieron de allí antes de que esa ciudad quedara aislada. Los siete miembros de la familia acabaron contagiados, y el padre murió. La doctora X volvió a Estados Unidos poco antes sin saber que tenía el virus. Un proyecto financiado por la DARPA (la agencia de investigación avanzada del Pentágono) persigue terapias contra el coronavirus basadas en los anticuerpos de la doctora X y otros casos cero, o que tienden a cero. Ese es el verdadero valor del enfoque tomasino. Dios sigue sin comparecer.

https://elpais.com/opinion/2020-05-06/la-doctora-x.html

viernes, 15 de mayo de 2020

_- Las donaciones filantrópicas de Bill Gates son un fraude. Rob Larson 03/05/2020

_- El cofundador de Microsoft creó una fundación benéfica para maquillar su reputación, destrozada por el juicio antimonopolio contra su compañía. Gates se hizo multimillonario con prácticas depredadoras ilegales

Bill Gates anunció hace poco que abandonaba el consejo de Microsoft, el coloso del software de un billón de dólares que cofundó, para, anunció: “Dedicar más tiempo a mis prioridades filantrópicas, que incluyen la salud mundial, el desarrollo o la educación, así como a mi creciente compromiso con la lucha contra el cambio climático”. El New York Times informaba alegremente: “En su carrera post-Microsoft, Gates es ampliamente conocido por su trabajo en la lucha contra enfermedades infecciosas y contra el cambio climático. [En febrero], la Fundación Gates dijo que asignará 100 millones de dólares adicionales para luchar contra el coronavirus”.

Este es el típico tratamiento afectuoso que la prensa da a Gates, quien es considerado uno de los mejores multimillonarios, si lo comparamos con Trump o con los hermanos Koch. Esto se debe sobre todo a la Fundación Bill &  Melinda Gates, la entidad benéfica privada más grande del mundo, que ha invertido miles de millones para luchar contra el SIDA, para acelerar el desarrollo económico y para otras muchas causas dignas.

Pero Bill Gates y su fundación son la imagen perfecta de por qué este modelo de filantropía de millonarios es tan defectuoso. La fundación fue originalmente ideada como un bonito maquillaje para tapar una reputación destruida por el juicio antimonopolio de Microsoft, lo que le integra en la larga tradición de personas obscenamente ricas que usan las donaciones ocasionales y generosas para tratar de justificar su enorme poder y riqueza.

Ventanas Rotas
Merece la pena recordar de dónde viene el dinero de Gates. En 1981, Microsoft compró los derechos de una versión de un temprano sistema operativo (“DOS”), el software básico de un ordenador que permite que sea funcional y que proporciona soporte a otras aplicaciones. Lo modificaron y lo vendieron a IBM para sus increíblemente exitosos ordenadores personales, lo que llevó a un crecimiento extraordinario de Microsoft, ya que IBM y otros muchos fabricantes de ordenadores querían el mismo sistema operativo para atraer a más desarrolladores de software, cuyas aplicaciones son las que hacen útil el PC.

Esto creó “efectos de red”: los economistas sabemos que este es un factor fundamental para la monopolización. Gates y sus colegas –también CEOs de empresas de tecnología– han usado la monopolización para reunir beneficios gigantescos y para reforzar su control sobre porciones crecientes de la economía mundial. Los efectos de red se presentan cuando un servicio incrementa su valor conforme más personas lo usan, como la red telefónica. Los mercados que dan este tipo de servicio son especialmente propensos al monopolio, tanto porque los líderes del mercado tratan de aprovechar sus redes más grandes como porque esas redes necesitan un estándar uniforme para que muchos usuarios se puedan conectar y beneficiarse de ello.

La gente quiere usar o unirse a redes que ya tienen muchos otros usuarios, como Facebook, antes que a otras con muy pocos. El prolongado monopolio telefónico de AT& T es un gran ejemplo histórico, así como los monopolios de transporte regional por ferrocarril o el imperio de redes sociales de Facebook; pero fue la compañía de Gates la que obtuvo el mejor pedazo del pastel de la temprana revolución tecnológica.

Durante el periodo de crecimiento frenético de su compañía, Gates emergió como un moderno magnate de la Edad Dorada. Incluso los biógrafos más comprensivos comentan sus “rabietas infantiles” y cómo “despotrica de manera infantil y grosera”. El número dos de Gates y CEO sucesor, Steve Ballmer, mantuvo esta reputación de la dirección, gritando como un descosido a sus empleados y, ocasionalmente, arrojando sillas. Estos patrones de comportamiento son alentados por la estricta jerarquía de los negocios, y el sector tecnológico, a pesar de su fama de practicar yoga en la oficina y de tener máquinas expendedoras de té verde, no es una excepción.

La habilidad de la jerarquía corporativa para crear ese conformismo propio de una secta es ampliamente conocida, pero Gates lo llevó a nuevas cumbres sectarias, como muestran quienes informaron del hábito de Gates de balancearse: “Entre los programadores de Microsoft se ha convertido en parte de la cultura corporativa intentar recrearse en la imagen del presidente. Gates se balancea habitualmente en la silla, los codos en las rodillas, para contener su intensidad, especialmente cuando la conversación gira en torno a los ordenadores; al entrar en una reunión importante de Microsoft no es inusual encontrarse a la mayoría de los directivos de la sala balanceándose en sincronía con él”.

El carisma de Gates también se muestra en episodios en los que golpeaba su mano contra el puño diciendo: “Tenemos que aplastar” a cualquier rival que se haya atrevido a vender software en los 90. “Vamos a arruinar a Digital Research”, se lee en la ampliamente aceptada historia de la empresa escrita por James Wallace y Jim Erickson, “mientras golpea su puño contra la palma de la otra mano. Repetiría el mismo juramento un par de veces más el siguiente año (…), asegurando que arruinaría a MicroPro y a Lotus, y siempre enfatizaba la promesa golpeando el puño contra la mano”.

Además de los efectos de red, era un deseo ardiente de Gates machacar a sus competidores, así como marcar el estándar al que debían someterse todos los productores de software, lo que llevó a Microsoft a vender más del 90% de los sistemas operativos para ordenadores en las décadas de los 90 y los 2000. Esta supremacía convirtió a Gates en la persona más rica del mundo durante decenios.

Cuando apareció nueva tecnología online fuera del control de Gates, especialmente el navegador de Internet vendido por Mosaic (más tarde Netscape), el magnate inauguró un periodo descrito en la historia de los negocios y de la informática como “la guerra de los navegadores”. Microsoft comenzó ocultando los detalles de su software a Netscape cuando la compañía solicitó probar su producto con la siguiente versión del DOS de Windows. A continuación, abordaron a la dirección de Netscape y, según las demandas legales que posteriormente antepusieron estos últimos, les ofrecieron dividirse el mercado de navegadores con una fórmula que asegurara una “relación especial”. Netscape desestimó la oferta debido a la gigantesca ventaja que tendría el nuevo navegador de Microsoft, al venir probablemente con actualizaciones del sistema operativo de Windows que alcanzarían a casi todos los ordenadores operativos del mundo.

Gracias a las consiguientes batallas legales, conocemos una buena parte de la estrategia de la guerra de los navegadores. Los debates eran planes explícitos sobre el uso del poder monopolístico para aplastar a cualquier advenedizo. Microsoft arrebató la licencia de la versión original de Mosaic a sus titulares y la volvió a desarrollar precipitadamente, obteniendo Internet Explorer, el penoso navegador que tu ordenador de trabajo todavía elige como predeterminado. Gates y sus secuaces temían que Netscape alcanzara en no mucho tiempo un punto crítico en el que los efectos de red le convirtieran en referencia. Por ello un alto ejecutivo de Windows declaró: “No entiendo cómo IE (Internet Explorer) va a poder ganar… Tenemos que impulsar más a Windows”.

Del mismo modo, se sabe que el vicepresidente de Microsoft, Paul Maritz, al crear su propio navegador gratuito, estableció el objetivo de la empresa: “Ahogar a Netscape”. Cuando se lanzó Windows 98, la compañía había ido más allá y obligó a los fabricantes de ordenadores a incluir Explorer en sus escritorios, colocándolo a la vista de millones de usuarios. Por supuesto, la pregunta acerca de cuál es el mejor navegador no es el tema principal aquí, sino más bien cómo usa la violencia en el mercado un personaje que la prensa pretende definir como un dulce abuelo benefactor.

Las duras tácticas de las guerras de navegadores, así como el interminable desfile de estos juegos de poder que van desde el diseño de chips a los reproductores multimedia, comienzan a pasar factura cuando Estados Unidos, extremadamente favorable a los negocios, finalmente tuvo que tomar medidas. Gates dijo en público: “¿Quién decide qué hay en Windows? Los clientes que lo compran”, pero en una cena de gala la conversación viró a la política y alardeó: “Por supuesto, tengo tanto poder como el presidente”.

De hecho, jugó al golf con el presidente Bill Clinton, cenó con el presidente de la cámara Newt Gingrich y recibió en el campus de Microsoft de Redmond al vicepresidente Al Gore. Como todos los grandes capitalistas, disfrutó de la compañía de personajes poderosos con intereses colindantes, pero las agresivas medidas para tomar nuevos mercados, como el de navegadores de internet, obligó al Departamento de Justicia a actuar.

El consiguiente juicio fue fascinante por varias razones, entre las que destacó la actuación de Gates. Entregó horas de testimonio grabado para el caso, que hoy en día se puede ver online. Además de comportarse como un capullo elitista, evasivo y condescendiente, Gates hizo una serie de afirmaciones que fueron refutadas en el juzgado comparándolas con sus propios emails. Los medios le estaban destruyendo en los telediarios e incluso una revista empresarial tan anodina como BusinessWeek informaba: “Discute con los fiscales la definición de palabras tan comunes como ‘nosotros’ y ‘competir’. Las primeras rondas de su declaración le muestran dando respuestas oscuras y diciendo ‘No recuerdo’ tantas veces que incluso el juez tuvo que reírse. Lo que es peor aún: mucho de lo que el jefe negaba o alegaba ignorar ha sido refutado directamente por la fiscalía gracias a fragmentos de los emails que Gates mandó y recibió”.

Fue en este momento cuando Gates descubrió las maravillas de las donaciones caritativas.

El litigio de Gates
La prensa de negocios ha observado cómo “hace veinte años se asociaba el nombre de Gates con una conducta monopolística, depredadora e implacable”, y que “tras salir muy mal parado durante el juicio antimonopolio de Microsoft, a finales de 1998, la empresa inició un periodo, descrito en su momento como ‘ofensivo seductor’, que buscaba mejorar su imagen (…) Gates contribuyó con 20,3 miles de millones de dólares, el 71% de su contribución total a la fundación (…) en los 18 meses que transcurrieron desde el comienzo del juicio hasta el veredicto”. Un gestor patrimonial declaró en un alarde de sinceridad que “su filantropía le ayudó a reinventar su nombre”.

Efectivamente, la filantropía de los hombres y mujeres más ricos del mundo es uno de los principales argumentos que sus defensores tienen: sí, claro, Gates y otros millonarios ganan mucho dinero, pero luego lo usan para ayudarnos, ¡qué generosos! ¡Fíjate, es más listo que nuestro presidente racista y televisivo! Sin embargo, la filantropía tiende a ser la hoja de parra bajo la que se oculta la clase dominante.

Además, en esta era de recortes de impuestos para los hogares adinerados y de los resultantes déficits en los presupuestos gubernamentales, muchos de los partidarios de acabar con el estado social siguen apuntando a la filantropía privada y a las organizaciones religiosas como las que pueden asumir ese papel. Resulta absurdo: las organizaciones benéficas privadas, incluso a la escala de la de Gates, no pueden responder, ni por asomo, a las necesidades sociales de todo un país de manera independiente, ya sea alojar a enfermos mentales o proveer de vacunas a la población.

Las mismas organizaciones reconocen esto, como dijo la entonces directora de la Fundación Gates, Patty Stonesifer: “Nuestras donaciones son una gota en el mar comparadas con la responsabilidad del gobierno”. Esto se confirmó cuando la fundación asignó 50 millones de dólares a la lucha contra el Ébola en África occidental, mientras que Naciones Unidas estimaba el coste total de contener el brote en unos 600 millones de dólares. Estas cantidades están al alcance de estas fundaciones modernas, pero muy lejos del tipo de compromiso que se les supone. Por supuesto, si las fortunas de los multimillonarios se socializaran y se sometieran a algún tipo de control popular, podríamos ir mucho más allá y realmente tener un sistema de salud público robusto, que permitiera hacer pruebas rápidamente sin ánimo de lucro y que evitara que las epidemias llegaran a producirse.

A veces esto es reconocido incluso por los conservadores partidarios de la austeridad y de los recortes. Milton Friedman, el consejero económico de Reagan y autor de Capitalismo y libertad, escribió en su momento: “Estaría bien poder confiar en las actividades voluntarias de los individuos para que alojaran y cuidaran de los locos, pero creo que no podemos descartar que estas actividades caritativas serían insuficientes”.

Respecto al imperio original de Gates, el Departamento de Justicia de la administración de Bush retiró la exigencia de disolver la empresa, a pesar de que el tribunal federal resolvió que Microsoft mantenía un monopolio de sistemas operativos para ordenadores basados en Intel, y que había usado tácticas monopolísticas ilegales para acabar con otros softwares que le resultaban amenazadores, como Netscape, Sun, Apple... Con todo, Gates sigue siendo hoy grotescamente rico, y por supuesto ha podido retirarse de la junta directiva de Microsoft dictando sus condiciones.

Entretanto, los medios corporativos ayudan encantados a pulir su reputación de generoso benefactor de la humanidad, en vez de la de canalla mezquino y abusón.

Rob Larson.  Colabora habitualmente en Jacobin y es profesor de economía en el Tacoma Community College y autor de Bit Tyrants: The Political Economy of Silicon Valley, publicado por Haymarket Books.

Fuente:
https://ctxt.es/es/20200401/Politica/31980/Rob-Larson-Jacobin-fundacion-Melinda-Bill-Gates-donaciones-fraude.htm. 24/04/20202

jueves, 14 de mayo de 2020

_- El ‘putsch’ de Karlsruhe. La sentencia del Tribunal Constitucional alemán es un golpe a la comunidad de derecho que es la Unión Europea

_- La sentencia del Tribunal Constitucional alemán, con sede en Karlsruhe, es un putsch. Un golpe a la comunidad de derecho que es la Unión Europea. En términos domésticos, un intento de golpe de Estado, pero contra Europa, pues Europa no es un Estado. Esa es la calificación que amerita un tribunal inferior cuando contraviene la resolución de otro superior en la materia, el TJUE con sede en Luxemburgo (la del 11-12-2018, que validó las compras de bonos públicos por el BCE) intentando usurpar su competencia como último intérprete del derecho comunitario.

Y lo hace, no en presunta defensa de la Constitución local (su domaine réservé), sino atribuyéndose la competencia de dirimir sobre el Tratado de la Unión: su artículo 5, que consagra el principio de proporcionalidad. En términos jurídicos, pero eso equivaldría a invadir Polonia. Además, los togados de Karlsruhe prevarican: dictan una resolución que es injusta a sabiendas porque no son legos en la materia. Y lo hacen además en beneficio de los ultras de Alternativa para Alemania, los fachas demandantes.

Sangran por los celos nacionalistas de haber perdido la prejudicial sobre las OMT de 2012, las compras de bonos sureños del famoso “haré lo necesario para salvar al euro” de Mario Draghi.

Deben ser sometidos a disciplina, esa asignatura en la que como alemanes deberían mostrar excelencia. Debe cuadrarlos la Comisión, de oficio, por incumplidores (artículo 258 del TFUE). O a instancia de cualquiera de los 27 Gobiernos (artículo 259). Y al cabo, si no deponen su rebeldía, debe sujetarlos el propio TJUE, obligando a Alemania a “adoptar las medidas necesarias para la ejecución” de su decisión (artículo 260) de diciembre de 2018.

O sucede esto —o bien el castigo del BCE al Buba si rompe su disciplina colectiva en el BCE (artículo 271)— o se acaba la Unión como comunidad de derecho, como unión, y como europea.

Económicamente hay más tela que cortar. El tribunal alemán muestra un cinismo insuperable al asegurar que su resolución no atenta contra el Programa de Compra de Emergencia de Bonos Públicos contra la Pandemia, del BCE (750.000 millones de euros). Que su decisión “no concierne a las medidas de asistencia adoptadas por la UE o el BCE en el contexto de la actual crisis del coronavirus”.

Nos toman por imbéciles.
Porque sí, sí, sí atentan contra ese programa, pues vulneran a los vulnerados de la recesión. ¿Por qué? Porque Karlsruhe aparenta centrarse solo en pedir explicaciones de si la expansión cuantitativa de Draghi (el Programa de Compra de Bonos Públicos) fue desproporcionada, al no detallar si consideró también sus efectos adversos.

Y presume de que no lo sería —a la espera de demostración ajena— porque las compras no serían ilimitadas; no se adquiriría más de un 33% de cada emisión, y no se compraría deuda de cada país más que en proporción exacta a su cuota de capital en el BCE.

El conjunto de esas salvaguardas es lo que el BCE de Christine Lagarde acaba, sabio, de flexibilizar. Si no vale el último Draghi, tampoco la primera Lagarde. Karlsruhe, símbolo hoy de prevaricación y supremacismo.

https://elpais.com/economia/2020-05-06/el-putsch-de-karlsruhe.html

miércoles, 13 de mayo de 2020

Adiós al padre del caos Robert May, biólogo, matemático, innovador e influyente político, muere a la edad de 84 años.

El científico australiano Robert May, pionero en estudios teóricos de biología y uno de los padres de la teoría del caos, murió a la edad de 84 años, el pasado 28 de abril. Fue uno de los investigadores más distinguidos de su país, como promotor de la ciencia y asesor político. Fue influyente en el modelado de las enfermedades infecciosas, y cambió nuestra comprensión de los ecosistemas, la dinámica de poblaciones y la teoría de juegos. Tras la crisis financiera de 2008, también contribuyó al modelado de la economía.

Robert May nació en Sidney en 1938. Estudió ingeniería química y física en la Universidad de Sidney, obteniendo el título en 1956, y se doctoró en física teórica, en la especialidad de superconductividad, en 1959. Posteriormente se trasladó como investigador a la Universidad de Harvard en Boston (EE UU) para regresar luego a su ciudad natal, donde fue promocionado a profesor titular de universidad a la edad de 33 años. Ocupó una cátedra de Zoología en la Universidad de Princeton (EE UU) en 1973 y en 1988 se convirtió en profesor de investigación de la Royal Society en la Universidad de Oxford, Reino Unido. Entre 1995 y 2000 fue Asesor Científico Principal del Gobierno Británico, y se convirtió en Presidente de la Royal Society (Reino Unido) en 2000. En 1996 fue nombrado caballero por sus servicios a la ciencia, y se convirtió en “Lord May de Oxford”.

El trabajo de Robert May se centró en lo que ahora se conoce como los sistemas no lineales y complejos. Fue uno de los primeros en estudiar modelos matemáticos simples que daban lugar a una dinámica muy complicada. En la década de 1970 muy pocos científicos creían que la complejidad y variación que vemos en nuestro mundo pudiera ser capturada por ecuaciones matemáticas relativamente sencillas. ¿Cómo describirían ecuaciones simples cosas tan complicadas como el clima, el cerebro, el colapso de las comunidades ecológicas, o las repentinas caídas del mercado financiero? May, junto con otros científicos, descubrió que ecuaciones no lineales muy básicas pueden dar lugar a una variedad extraordinariamente rica de fenómenos, momento en el cual nació la teoría del caos. May pronto se dio cuenta de las profundas implicaciones que esto tendría, y escribió en 1979: “No solo en la investigación, sino también en el mundo cotidiano de la política y la economía, todos estaríamos mejor si más gente se diera cuenta de que los sistemas no lineales simples no poseen necesariamente propiedades dinámicas simples”.

May desafió nuestra comprensión de los ecosistemas cuando usó un modelo sencillo para argumentar que los ecosistemas grandes y complejos pueden ser inestables May desafió nuestra comprensión de los ecosistemas cuando usó un modelo sencillo para argumentar que los ecosistemas grandes y complejos pueden ser inestables. Las teorías convencionales habían llegado a la conclusión de que la variedad y la complejidad hacían que las comunidades ecológicas fueran más estables. El trabajo de May fue rápidamente cuestionado, y provocó el llamado debate de la “estabilidad de la diversidad”. Este debate ha continuado por más de 40 años, y sigue estando muy activo hoy en día.

El artículo titulado Juegos evolutivos y caos espacial de Robert May y Martin Nowak se ha convertido en una contribución clave al campo de la teoría de juegos. En su trabajo, May y Nowak estudian los juegos competitivos de cooperantes y desertores, y muestran como pueden surgir complejas estructuras caóticas de altruismo y engaños.

Junto con Roy Anderson, a quien había conocido en el Imperial College de Londres, Robert May hizo contribuciones pioneras en el modelado matemático de las enfermedades infecciosas. A May y Anderson se les atribuye, en particular, la conexión de las matemáticas de la epidemiología con la biología de las enfermedades. Estuvieron entre los primeros en interpretar conceptos matemáticos como el número reproductivo R en un lenguaje próximo al de los biólogos. Este es el mismo número reproductivo que usamos hoy en día para monitorizar el estado de la pandemia de la covid-19. Las circunstancias actuales son un recordatorio diario de la importancia de las matemáticas para nuestra comprensión de las enfermedades, y para la toma de decisiones políticas.

Como asesor científico principal del gobierno británico, May defendió que las decisiones políticas se hicieran sobre una base científica. En un informe de 1997, El uso del asesoramiento científico en la elaboración de políticas, argumentó que el gobierno “debería tratar de publicar todas las pruebas y análisis científicos que subyacen a las decisiones políticas”. Continúa diciendo que “la apertura estimulará una mayor discusión crítica de la base científica de las propuestas políticas”, y que “hay buenas razones para divulgar información [...] que podría en sí misma evitar una mayor controversia a largo plazo”.

May ganó numerosos premios y galardones, entre ellos la Orden de Mérito que le otorgó la Reina Isabel en 2002. Ha recibido títulos honoríficos de Uppsala, Yale, Sydney, Princeton, ETH Zürich, Harvard y Oxford, entre otros. Sus honores incluyen el Premio Balzan suizo-italiano para la biodiversidad, la Medalla Copley de la Royal Society (Reino Unido), y el Premio Crafoord de la Real Academia Sueca. Quienes le han conocido personalmente lo describen como enérgico y directo, aunque tal vez menos hábil en el ejercicio de la diplomacia que otros científicos.

Tobias Galla es investigador distinguido del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (IFISC, CSIC-UIB).

https://elpais.com/ciencia/2020-05-04/adios-al-padre-del-caos.html?rel=lom

martes, 12 de mayo de 2020

¿Qué queda del comunismo en Estados Unidos?

La escritora, educada a la luz de los ideales marxistas, recuerda la desigual implantación de esta ideología en su país, donde hoy sigue estando "extrañamente viva" entre los jóvenes

Una noche de verano de principios de los sesenta, en una manifestación en Nueva York, el izquierdista Murray Kempton proclamó ante un público lleno de viejos rojos que, aunque Estados Unidos no los había tratado bien, había tenido mucha suerte de contar con ellos. Mi madre estaba entre el público aquella noche y, al volver a casa, dijo: “Estados Unidos ha tenido suerte de que hubiera comunistas aquí. Ellos son los que más empujaron al país a convertirse en la democracia que siempre dijo ser”. Me sorprendió que lo dijera con voz tan suave, porque siempre había sido una socialista exaltada; pero eran los años sesenta y, a esas alturas, estaba verdaderamente cansada.

El Partido Comunista de Estados Unidos se formó en 1919, dos años después de la Revolución Rusa. Durante 40 años, creció de forma constante, de unos dos o tres mil miembros a 75.000 en su momento de mayor influencia, en los años treinta y cuarenta. En total, casi un millón de estadounidenses fueron comunistas en un momento u otro. Aunque es cierto que la mayoría de los que entraron en el Partido Comunista en aquellos años eran miembros de la atribulada clase obrera (judíos del barrio de confección textil de Nueva York, mineros de Virginia Occidental, recolectores de fruta en California), es todavía más cierto que también se unieron muchos miembros de la clase media ilustrada (profesores, científicos, escritores), porque, para ellos, el partido poseía una autoridad moral que daba concreción a un sentimiento de injusticia social azuzado por la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Los comunistas estadounidenses, en su mayoría, nunca pisaron la sede del partido, ni vieron en persona a un miembro del Comité Central, ni supieron nada de las reuniones internas en las que se elaboraban las políticas. Pero todos sabían que los sindicalistas del partido fueron fundamentales para las mejoras de los trabajadores industriales en este país; que los abogados del partido fueron los que más defendieron a los negros en los estados del sur; que muchos organizadores del partido vivieron, trabajaron y, a veces, murieron con los mineros de los montes Apalaches, los temporeros de California y los obreros siderúrgicos de Pittsburgh. Gracias a su pasión por la estructura y la elocuencia de su retórica, el partido se materializó en el día a día y se dio a conocer no solo a sus propios miembros sino también a los numerosos simpatizantes y compañeros de viaje de aquella época. Había construido una red extraordinaria de secciones regionales y locales, escuelas y publicaciones, organizaciones que se ocupaban de remediar grandes problemas en las comunidades —la Orden Internacional de los Trabajadores, el Congreso Nacional de Negros, los Consejos de Desempleo— y un provocador periódico que leían habitualmente los progresistas y los radicales. Como decía un viejo rojo: “Durante toda la Depresión y la Segunda Guerra Mundial, cada vez que se anunciaba alguna nueva catástrofe, The Daily Worker agotaba sus ejemplares en cuestión de minutos”.

Tal vez ahora es difícil de comprender, pero, en aquella época, en este lugar, la visión marxista de la solidaridad mundial que transmitía el Partido Comunista despertó en los hombres y mujeres más corrientes una conciencia de su propia humanidad que daba grandeza a la vida: grandeza y claridad. Esa claridad interior fue algo con lo que muchos no solo se encariñaron sino a lo que se volvieron adictos. Frente a su influencia, ninguna recompensa vital, ni el amor, ni la fama ni la riqueza, podía competir.

Al mismo tiempo, esa totalidad absoluta del mundo y el yo era precisamente lo que, con demasiada frecuencia, hacía que los comunistas fueran unos auténticos creyentes, incapaces de afrontar la corrupción del Estado policial que constituía la base de su fe, incluso cuando cualquier niño de 10 años podía darse cuenta de que había un doble juego. El PC de Estados Unidos era miembro de la Komintern (la organización de la Internacional Comunista dirigida desde Moscú) y, en calidad de tal, debía responder ante los soviéticos, que intimidaban a los partidos comunistas de todo el mundo para que apoyaran políticas interiores y exteriores que, la mayoría de las veces, servían los intereses de la URSS, y no los de los países miembros de la Internacional. Como consecuencia, el PC estadounidense hacía siempre todo lo posible para satisfacer al que sus miembros consideraban el único país socialista del mundo y al que se sentían obligados a apoyar a toda costa. Esta devoción inamovible a la Rusia soviética permitió que los comunistas estadounidenses permanecieran engañados durante los años treinta y cuarenta y gran parte de los cincuenta, mientras la Unión Soviética aplastaba Europa del Este y se volvía cada vez más totalitaria, con su realidad cotidiana cada vez más oculta y sus exigencias cada vez más interesadas.

A principios de los cincuenta, el PC fue objeto de graves ataques debido al pánico que desató el mccarthyismo a propósito de la seguridad de Estados Unidos—decenas de comunistas pasaron a la clandestinidad por miedo a la cárcel u otros destinos peores—, pero luego, en 1956, el partido estuvo a punto de desintegrarse bajo el peso del escándalo del propio comunismo. En febrero de ese año, Nikita Jruschov habló ante el 20º Congreso del partido Comunista Soviético y reveló al mundo el horror inimaginable del mandato de Stalin. El discurso supuso la devastación política de la izquierda organizada en todo el mundo. En las semanas posteriores, 30.000 personas abandonaron el PC estadounidense y, antes de que acabara el año, el partido había vuelto a ser lo que había empezado siendo en 1919: una pequeña secta en el mapa político estadounidense.

Yo me crié en un hogar de izquierdas en el que se leía The Daily Worker, se hablaba de política obrera (mundial y local) en la mesa y pasaban habitualmente por casa progresistas de todo tipo. Nunca se me ocurrió considerarlos revolucionarios. Nunca tuve la impresión de que nadie de mi entorno quisiera derrocar al Gobierno por métodos violentos. Al contrario, los veía trabajar para que el socialismo se convirtiera en la norma mediante un cambio legal, un cambio que iba a garantizar que, con la derrota del capitalismo, la democracia estadounidense pudiera hacer realidad su promesa incumplida de la igualdad para todos. En resumen, quizá era una ingenuidad, pero los progresistas siempre me parecieron disidentes sinceros.

Cuando me gradué en el City College, a finales de los cincuenta, me fui al oeste, a Berkeley, para estudiar lengua y literatura. Fue la primera vez que me encontré con “estadounidenses” de forma masiva. Hasta entonces, solo había conocido a judíos neoyorquinos y a católicos irlandeses o italianos, casi todos hijos de inmigrantes. En Berkeley descubrí que Estados Unidos había nacido como país protestante; conocí a gente de Vermont, Nebraska y Idaho, unas personas extraordinariamente bien educadas, que pensaban que los comunistas eran el mal, el enemigo anónimo y sin rostro del otro lado del mar. “¿Tus padres fueron comunistas?”, me preguntaban. Al parecer, nadie había conocido nunca a ninguno.

El impacto en mi sistema nervioso fue intenso. Me volvió al mismo tiempo defensiva y agresiva y, con el tiempo, empecé a buscar excusas para proclamar que había sido un “bebé de pañal rojo” siempre que podía, igual que habría proclamado mi condición de judía ante cualquier muestra abierta de antisemitismo. La mayoría de las veces, la declaración del pañal rojo hacía que la gente se quedara mirándome como si fuera un objeto de museo, pero, en algunos casos, el interlocutor se encogía delante de mí. Varios decenios después, seguía con la impresión de no haber superado el hecho de que todas aquellas personas bien formadas considerasen a las mujeres y los hombres con los que había crecido gente distinta, otros. De vez en cuando, se me ocurría que debería escribir un libro.

Por aquel entonces —ahora hablo de mediados de los setenta—, llevaba varios años trabajando en el Village Voice y me había vuelto una activista de la liberación, siempre en las barricadas del feminismo radical. En aquellos años, veía en todas partes muestras de discriminación contra las mujeres, y todos los artículos que escribía estaban influidos por lo que veía. Hasta ahí, ningún problema. Sin embargo —y aquí empezó lo difícil—, pronto vi que en el movimiento empezaba a surgir una corriente separatista que hacía enérgicas sugerencias sobre lo que debía o no decir y hacer una auténtica feminista. Unas sugerencias que enseguida se convirtieron en órdenes.

Una tarde, durante una reunión en Boston, me levanté entre el público para instar a mis hermanas a que dejaran de fomentar el odio a los hombres: no eran ellos, dije, a los que teníamos que condenar, sino la cultura en su conjunto. Una mujer que estaba en el escenario me señaló con un dedo acusador y gritó: “¡Eres una intelectual y una revisionista!” Eres una intelectual y una revisionista. Unas palabras que no oía desde que era niña. Por lo visto, de la noche a la mañana, nos habían invadido lo políticamente correcto y lo políticamente incorrecto, y la velocidad a la que la ideología se transformaba en dogma me abrumó. Entonces se reavivaron mis simpatías por los comunistas, y sentí un nuevo respeto hacia el comunista normal y corriente que debía de haberse sentido esclavizado por el dogma en su vida diaria.

“Dios mío”, recuerdo que pensé, “estoy viviendo lo mismo que experimentaron ellos”. Por segunda vez, pensé en escribir un libro, una historia oral de los comunistas estadounidenses de a pie, que fuera una obra de sociología sobre la relación entre la ideología y el individuo y que demostrase a las claras que en esa relación está impresa la sed universal de una vida más completa y cómo se destruye cuando el dogma se apodera de la ideología.

Escribí el libro, y lo escribí torpemente. Lo malo fue que, cuando empecé a escribir The Romance of American Communism, estaba románticamente —es decir, a la defensiva— aferrada a mis fuertes recuerdos de los progresistas de mi infancia. Considerar romántica la experiencia de haber sido comunista me parecía y me sigue pareciendo legítimo; escribir de ello con romanticismo, no. Escribir con romanticismo hizo que no explorase la complejidad de las vidas de mis personajes; que no retratara al líder del brazo local que amaba a la humanidad y, sin embargo, sacrificó sin piedad a un camarada tras otro por las rigideces de partido: ni tampoco al jefe de sección capaz de citar a Marx con veneración durante horas y luego exigir la expulsión de un militante que había servido sandía en una cena; ni tampoco, y eso es mucho peor, al organizador que impuso una directriz emitida en la Unión Soviética a un sindicato local pese a que la orden significaba, sin lugar a dudas, traicionar a los miembros del sindicato.

Como escritora, sabía que solo podría lograr la comprensión del lector si exponía con la mayor sinceridad posible todas las contradicciones de carácter o de comportamiento que habían quedado al descubierto en determinada situación, pero se me olvidaba constantemente lo que sabía. Hoy leo el libro y me siento consternada por el estilo. Su sentimentalismo se puede cortar con un cuchillo. Hay miles de frases distorsionadas por los mismos adverbios y calificativos retóricos: “poderosamente”, “intensamente”, “profundamente”, “en lo más hondo de su ser”. Por otra parte, aunque el libro no es largo, tiene un estilo extrañamente farragoso: siempre hay tres palabras cuando habría bastado una, cuatro, cinco o seis frases que llenan una página cuando habrían sido suficientes dos. Y todos mis personajes son bellos o atractivos, elocuentes y, en una proporción extraordinaria, heroicos.

El libro recibió duras críticas de los pesos pesados intelectuales de la derecha y la izquierda. Irving Howe escribió una reseña corrosiva que me obligó a meterme en la cama durante una semana. Odiaba, odiaba el libro. Igual que Theodore Draper, que lo vilipendió ¡dos veces! También Hilton Kramer, y Ronald Radosh. Como estos hombres se habían tomado la libertad de atacarme con tanta agresividad, me convencí de que la culpa era mía por la pobreza de mi escritura. Por supuesto, todos ellos eran violentamente anticomunistas y habrían odiado el libro aunque lo hubiera escrito Shakespeare, pero fui increíblemente ingenua al no darme cuenta de que toda la animosidad de 1938 seguía igual de viva en 1978, en plena Guerra Fría.

Lo que no era ninguna ingenuidad fue pensar que merecía la pena narrar la vida de un comunista estadounidense. Y las historias que aquellas personas me contaron siguen vivas, su experiencia sigue emocionando, y ellos están indiscutiblemente presentes. Ahora que vuelvo a encontrarme, en las páginas de este libro, con las mujeres y los hombres entre los que me crie, ellos y su época cobran vida de forma vibrante. Me sorprende todo lo que no sabía y me encanta todo lo que capté; en cualquier caso, me parece que los comunistas interesaban cuando escribí sobre ellos y siguen importando hoy.

Por eso hay una cosa de la que no me arrepiento, que es de haber escrito sobre ellos como si todos fueran bellos o atractivos, todos elocuentes y muchos, heroicos. Porque lo eran. Y esta es la razón:

Existe cierto tipo de héroe cultural —el artista, el científico, el pensador— al que a menudo se caracteriza como alguien que vive para “el trabajo”. La familia, los amigos y las obligaciones morales no importan, el trabajo es lo primero. El motivo de que el trabajo sea lo prioritario en el caso del artista, el científico y el pensador es que hace resplandecer a plena luz una expresividad interior que es incomparable. Sentirse, no solo vivo, sino expresivo, es sentir que uno ha llegado al centro. Esa convicción de equilibrio irradia la mente, el corazón y el espíritu como ninguna otra cosa. Muchos comunistas —quizá la mayoría— que se creían destinados a una vida de seria radicalidad se sentían exactamente así. Sus vidas también estaban irradiadas por una especie de expresividad que les hacía sentirse brillantes y centrados.

Ese equilibrio relucía en la oscuridad. Eso era lo que los hacía bellos, elocuentes y, a menudo, heroicos.

Al margen de mis defectos como historiadora oral, que son muchos, me parece que The Romance of American Communism sigue siendo emblemático de un periodo rico y prolongado en la historia de la política estadounidense; un momento que, por desgracia, nos remite directamente al actual, puesto que los problemas que quiso abordar el PC estadounidense —injusticias raciales, desigualdades económicas, derechos de las minorías— permanecen sin resolver hasta la fecha.

Hoy,  la idea del socialismo está extrañamente viva en Estados Unidos, especialmente entre los jóvenes, como no sucedía desde hacía décadas. Sin embargo, no existe en el mundo un modelo de sociedad socialista que un joven radical pueda adoptar como guía, ni una organización verdaderamente internacional a la que pueda jurar lealtad. Los socialistas actuales deben construir su propia versión independiente de cómo lograr un mundo más justo, empezando desde abajo. Confío en que mi libro, que narra la historia de cómo lo intentaron hace 50 o 70 años, sirva de guía para quienes hoy sienten los mismos impulsos.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Vivian Gornick es escritora estadounidense, autora de los libros Apegos feroces, Mirarse de frente y La mujer singular y la ciudad, todos ellos editados por Sexto Piso. Este artículo sirve de nuevo prólogo para su libro The Romance of American Communism, reeditado este mes por Verso Books.

https://elpais.com/cultura/2020/05/04/babelia/1588615984_648296.html?rel=lom

Muere Carlos Martí Arís, un maestro discreto de la arquitectura. El creador, fallecido a los 71 años, tuvo una fructífera carrera en tres frentes: la docencia, la teoría y la construcción.

El 1 de mayo murió de coronavirus en su ciudad, Barcelona, Carlos Martí Arís. Tenía 71 años y era un arquitecto más reconocido que conocido. Tuvo una fructífera carrera en tres frentes: la docencia —fue profesor de proyectos de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona y dio clases en el Politécnico de Milán—, la teoría —publicó un puñado de libros y editó muchos más— y la construcción —donde formó equipo con su socio, Antonio Armesto—.

El arquitecto Carlos Martí Arís, en una imagen sin datar.

Martí llevaba cinco años sometido por un parkinson que lo retiró de la vida pública. Justo cuando comenzó a manifestarse esa enfermedad, en 2014, el entonces director de la ETSAB, Jordi Ros, impulsó un homenaje en su honor que —ante un gentío de alumnos y profesores internacionales— lo reconoció como magister honoris causa. “Carlos nos enseñó que una de las aspiraciones del arte es la superación de los aspectos individuales”, declararon Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta —los últimos Pritzker españoles— a EL PAÍS al conocer su muerte. Esa entrega hacia lo colectivo fue creciendo desde unos inicios —justo tras la muerte de Franco, en 1975— en los que otro arquitecto, Emilio Donato, le pidió que le ayudara a encontrar jóvenes para levantar en Argelia un poblado de repoblación tras la reforma agraria. “Martí, contestó que él mismo vendría y estuvo siete meses conmigo diseñando —y construyendo— más de 300 viviendas en condiciones complicadas”. Para Donato esa generosidad de “compartir enseñando pacientemente” es el principal legado de su colega.

Fernando Moral, director del Departamento de Arquitectura de la Universidad Nebrija, lo recuerda como un defensor de “la ciudad para los ciudadanos”. No en vano, ese era el objetivo de la revista 2C Construcción de la ciudad, que Martí codirigió durante 13 años y en la que divulgó las ideas de —entre otros— Aldo Rossi o un joven Rafael Moneo.

Respetado y respetuoso, o por respetuoso respetado, Martí Arís recopiló sus ideas en un puñado de ensayos, Las variaciones de la identidad (1990) La ciudad histórica como presente (1996), Silencios elocuentes (1999), La cimbra y el arco (2005) o Cabos sueltos (2012) y aún así, insistió en el papel secundario de la teoría arquitectónica: “Si algo he aprendido después de muchos años es que todo intento de construcción teórica en nuestro ámbito debe asumir de entrada un papel auxiliar, de condición secundaria, supeditado a las obras, verdaderas depositarias del conocimiento”. Por eso uno de sus más célebres escritos subraya la importancia de la cimbra, la armadura sin la que no se pueden construir los arcos. Se trata de un elemento fundamental que, sin embargo, debe retirarse cuando el arco está terminado. Así, Martí consideraba que un edificio puede apoyarse en una teoría, pero estaba convencido de que una teoría no podía explicar –y menos justificar- ningún edificio.

Como arquitecto, firmó con Armesto barrios de viviendas sociales —como el Conjunto en Poble Nou (1972), el Distrito de San Cosme en el Prat de Llobregat (1986)—, parques —como el de Sant Martí de Provençals (1991)— o el Ayuntamiento de Castellbisbal (1993). En línea con su enseñanza, esas intervenciones en la ciudad transmiten una misma idea de servicio y responsabilidad. Por eso, un oficio en el que el civismo es tan esencial como la necesidad de contribuir a la construcción de la ciudad debe recordar, y agradecer, el trabajo de un profesional como Martí Arís. Rafael Aranda —y sus socios en RCR— lo califican de “maestro de vida y de arquitectura” y lo describen y recuerdan como alguien “generoso, accesible, humilde y capaz de maravillarse”.

https://elpais.com/cultura/2020-05-02/muere-carlos-marti-aris-un-maestro-discreto-de-la-arquitectura.html

lunes, 11 de mayo de 2020

La cruel pedagogía del virus

8 mayo, 2020

Este es el interesante título del pequeño libro que ha escrito el portugués Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 1940), autor al que sigo con admiración desde hace muchos años, sobre la crisis que estamos atravesando. Altamente recomendable su lectura. Se puede encontrar en cualquier buscador de forma gratuita.

En medio del fárrago de fake news, de comentarios frívolos, de textos vacuos, de visiones apocalípticas y de conjeturas varias, es bueno acercarse a pensadores que, en parte por la edad y la experiencia y en parte por la sabiduría y el estudio profundo de la realidad, pueden aportarnos un análisis rico y riguroso de la crisis en la que estamos inmersos.

El virus está desarrollando una intensa pedagogía sobre el planeta. Imparte lecciones cada día para quien quiera aprender. Después de leer ese libro y muchos otros textos sobre la crisis que estamos atravesando quiero destacar diez ideas que considero importantes para comprender lo que sucede y afrontar el futuro de forma realista y positiva. Las tres primeras pertenecen al magisterio del pensador portugués.

Lección primera. La pandemia causa conmoción en todo el mundo, pero de forma desigual. Médicos sin Fronteras advierte, por ejemplo, de la extrema vulnerabilidad al virus de los miles de refugiados e inmigrantes detenidos en centros de intercambio en Grecia. En uno de ellos (campo de Moria) hay un grifo de agua para 1300 personas y no hay jabón. Los refugiados viven hacinados. Familias de cinco o seis personas duermen en un espacio de menos de 300 metros cuadrados. Esto también es parte de Europa, es la Europa invisible. Estas condiciones también prevalecen en la frontera sur de Estados Unidos, hay también allí una América invisible. ¿Nos importa que exista un orden mundial tan discriminatorio?

Lección segunda. El tiempo político y mediático condiciona cómo la sociedad contemporánea percibe los riesgos que corre. Ese camino puede ser fatal. Las crisis graves y agudas, cuya letalidad es muy significativa y rápida, movilizan a los medios de comunicación y poderes políticos, y llevan a tomar medidas que, en el mejor de los casos, resuelven las consecuencias de la crisis, pero no afectan sus causas. Por el contrario, las crisis severas pero de progresión lenta tienden a pasar desapercibidas incluso cuando su letalidad es exponencialmente mayor. La pandemia de coronavirus es el ejemplo más reciente del primer tipo de crisis. Mientras escribo esto, ya ha matado a unas 40.000 personas. La contaminación atmosférica es el ejemplo más trágico del segundo tipo de crisis. Como informó The Guardian el 5 de marzo, según la OMS, la contaminación atmosférica, que es solo una de las dimensiones de la crisis ecológica, cada año mata a 7 millones de personas.

Lección tercera. La extrema derecha y la derecha hiperneoliberal han sido (con suerte) definitivamente desacreditadas. La extrema derecha ha crecido en todo el mundo. Se caracteriza por el impulso antisistema, la manipulación grosera de los instrumentos democráticos, incluido el sistema judicial, el nacionalismo excluyente, la xenofobia y el racismo, la defensa de la seguridad que otorga el estado de excepción, el ataque a la investigación científica independiente y la libertad de expresión, la estigmatización de los opositores, concebidos como enemigos, el discurso de odio, el uso de redes sociales para la comunicación política en menosprecio de las herramientas y los medios convencionales. Defiende, en general, el estado mínimo pero aumenta los presupuestos militares y las fuerzas de seguridad. Ocupa un espacio político que a veces le fue ofrecido por el rotundo fracaso de los gobiernos provenientes de la izquierda que se rindieron al catecismo neoliberal bajo la astuta o ingenua creencia en la posibilidad de un capitalismo con rostro humano, un oxímoron que ha existido siempre o, al menos, que existe hoy.

Lección cuarta. De los 194 países soberanos que existen en el mundo reconocidos por la ONU con autogobierno y completa independencia, solo diez están gobernados por mujeres. Pues bien, esos países han tenido una gestión de la crisis más efectiva, más rápida, más audaz. Pensemos lo que ha pasado en Alemania, Nueva Zelanda, Islandia, Finlandia, Noruega, Dinamarca… Solo el 5% de los países del mundo están gobernados por mujeres. Pues bien, de los 12 más efectivos, 7 están dirigidos por mujeres. No es una casualidad. La gestión de la crisis en estos gobiernos ha sido más eficaz, más valiente, más creativa, más compasiva, más ética. (Hemos pensado alguna vez que no ha habido dictadoras en la historia?). Sobra mucha testosterona en el poder.

Lección quinta. En la mayoría de los países, para salir adelante, la oposición se ha mostrado colaboradora con el gobierno que ha tenido que gestionar una crisis sin precedentes a la que ha habido que hacer frente de forma imprevista y apresurada. Un gobierno aislado, machacado, criticado, y zancadilleado puede conseguir con más dificultad el éxito, que un gobierno apoyado, ayudado, estimulado y comprendido. En nuestro país, la actitud de la oposición ha sido escandalosa. El PP ha dicho una y otra vez que el gobierno es un caos y VOX ha insistido en que la solución a la crisis es la caída del gobierno.

Lección sexta. Hemos podido comprobar la importancia que tiene la sanidad pública. Los recortes que se realizaron y la privatización de los servicios han mermado la capacidad de respuesta ante la gravedad de la crisis. ¿Cómo no pensar en una forma segura y estable de garantizar la protección de la salud de todos los ciudadanos y ciudadanas de nuestra sociedad, sin entregar su suerte a la herencia o al azar?

Lección séptima. Se han presentado varios dilemas durante la crisis. Uno de ellos ha sido el de salud versus economía. Cuidar de la salud suponía destruir la economía. El primer ministro inglés Boris Johnson dijo que había que seguir con la actividad a pesar de que hubiera que pagar el tributo de muchas vidas. Luego, no sé si por la presión social o por qué, tuvo que rectificar. Ha habido otro dilema que se ha adueñado de la opinión pública: derecho a la libertad de expresión versus difusión de bulos y fake news. El derecho a la información se ha llenado de confusión y de mentiras. Un tercer dilema ha sido el de salud versus restricción de libertades. El gobierno ha confinado a la población para conseguir frenar la expansión del virus.

Lección octava. Los docentes han trabajado con esfuerzo, creatividad y coraje desde sus domicilios, en una experiencia jamás imaginada: desplegar un Proyecto Educativo desde una institución virtual que se expande por el espacio y por el tiempo y adaptar nuevas metodologías y formas de evaluación. Están siendo héroes anónimos. Es hora de valorar la importancia de la educación y de la investigación. El impacto de la brecha digital va a agrandar las diferencias durante la crisis y se van a hacer más graves e injustas las diferencias. Habrá que ayudar a los más vulnerables a recuperar el espacio perdido.

Lección novena. Nuestros ancianos y ancianas han sido castigados con crueldad por el covid-19. Muchos de ellos han muerto en condiciones lamentables de soledad y angustia. Las Residencias se han convertido en trampas terribles donde han encontrado la muerte muchos mayores por deficiencias de cuidado y de gestión. El personal sanitario se ha visto expuesto a situaciones de alto riesgo y hemos pagado un tributo elevadísimo de bajas y vidas He recibido una desgarradora carta de Rocío Casto Bertomeu en la que me cuenta que ha perdido en la crisis dos familiares a los que ha despedido en condiciones tristísimas: una sanitaria y una queridísima abuela. Cuánto dolor en sectores tan sensibles de la sociedad..

Lección décima. La crisis ha sacado lo mejor y lo peor de nosotros. En la crisis ha habido actuaciones heroicas sin límite, se ha desplegado un inmenso abanico de acciones generosas. Personas que ha arriesgado la vida para salvar a otros. Personas y grupos que han dedicado su tiempo, su conocimiento y sus bienes a la lucha por la recuperación. La ciudadanía ha respondido con responsabilidad y sacrificio a las exigencia que imponía el bien común. Pero también ha permitido mostrar lo más negativo de nuestro ser: personas que, con irresponsabilidad inconcebible, han contagiado a otras personas, individuos que se han enriquecido de forma injusta…

Después de la crisis seremos distintos, pero no necesariamente mejores. Para ser mejores hará falta algo más que las simples evidencias. Hará falta clarividencia, unidad, solidaridad y voluntad para no repetir los errores. Lecciones duras, difíciles de asimilar. Lecciones que no se aprenden sin esfuerzo y humildad. El aprendizaje tiene que incorporarse a la construcción de una normalidad mejor, de más calidad humana, de más profundidad ética.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/05/08/la-cruel-pedagogia-del-virus/