En los últimos años se ha puesto de moda una palabra que cobra sentido cuando hay una crisis: "resiliencia".
La psicóloga Laura Rojas-Marcos prefiere el término "personalidad resistente" para hablar de nuestra capacidad de adaptación, de la fuerza interior que nos permite recuperarnos de las adversidades.
Ella, que es especialista en ansiedad, estrés, depresión y psicooncología, asegura que ahora que el coronavirus ha puesto nuestro mundo patas arriba, estamos en el mejor momento que nunca para trabajar una cualidad "que todos podemos aprender a desarrollar".
Nacida en Nueva York y afincada en Madrid, Rojas-Marcos es autora de varios libros sobre desarrollo personal.
Ferviente defensora de la psicología positiva —herencia de su padre, el psiquiatra Luis Rojas-Marcos ("La fuerza del optimismo", 2005)— no pasa por alto que vivimos un momento crítico, pero confía en nuestra "capacidad de reinventarnos" para superarlo.
Lo que sigue es un extracto de la conversación que la psicóloga mantuvo con BBC Mundo desde su confinamiento en Madrid, desde donde ahora también teletrabaja con su consulta de psicoterapia.
Naciones Unidas publicó recientemente un informe en el que avisaba de que se viene una "crisis masiva" de salud mental debido a la pandemia. ¿Cuál es su opinión como especialista?
Sí, así es. Lo que vemos quienes nos dedicamos a la salud mental es un tsunami de síndromes psicológicos.
Algunas personas con una historia clínica que ya estaban recibiendo tratamiento por ansiedad, depresión o cualquier otra enfermedad mental han tenido que intensificarlo, y otras que ya se habían recuperado están recayendo.
Por otro lado, encontramos un aumento en los problemas de adicciones. Es increíble lo que ha aumentado el nivel de consumo de alcohol o el juego online, y eso es algo que realmente me produce miedo y me preocupa.
¡Y qué decir de los problemas relacionales...! Por un lado, estoy viendo que muchas personas están tomando decisiones vitales y que otros están aprendiendo a compartir en la convivencia, pero también hay muchísimos conflictos porque la irascibilidad hace que se generen muchas tensiones.
¿Qué otros desafíos psicológicos identifica con respecto al coronavirus?
En estos momentos, desde mi experiencia en la consulta todo el día y después haciendo voluntariado con los sanitarios, lo que más observo es un nivel de estrés muy agudo, ansiedad, angustia y tristeza... mucha tristeza.
Después de tantas semanas de confinamiento, están surgiendo dos síndromes: el "síndrome de la cabaña" y la "fiebre de la cabina".
El primero es el miedo y la ansiedad a salir a la calle; el segundo, una respuesta emocional asociada a sentimientos de angustia que sucede cuando se pasa mucho tiempo encerrado en algún lugar.
Estamos viendo que los niveles de ansiedad han aumentado drásticamente en varios países.
El miedo, el pavor a ser contagiado, que a veces se vuelve bastante desproporcionado, lleva a que las personas de repente se paralicen, no puedan pensar y actuar, y entonces llega un momento en que no pueden analizar la situación. Hay un pánico generalizado respecto al virus.
La situación de los sanitarios es tremenda. Están sufriendo mucho y están bajo una presión extrema porque, por un lado, no solamente son más conscientes de lo que es una epidemia, sino que además están más expuestos —entonces, el grado de miedo que sienten a contagiar y ser contagiados es muy alto— y, a nivel global, no todos tienen la protección necesaria.
Y algo que voy observando a medida que va pasando el tiempo es que muchos de ellos están desarrollando lo que llamamos en psicología un trastorno por estrés postraumático (TEPT) porque lo que están viendo y viviendo es muy duro.
Si salimos de ese entorno y nos vamos a la ciudadanía, lo que está viviendo todo el mundo es una tragedia sin precedentes. Pero también estoy encontrando muchos aspectos positivos, y eso me maravilla.
La incertidumbre respecto a esta situación es uno de los aspectos más difíciles de manejar.
¿Por ejemplo? ¿Qué cosas positivas observa en esta crisis?
Pues que hemos tenido que reinventarnos todos. ¿Qué es lo bueno? Que el ser humano tiene la capacidad de reinventarse y eso es lo que estamos haciendo.
Y hay una serie de aprendizajes que también estamos teniendo todos —unos mejor y otros peor— para gestionar esta situación.
Estamos aprendiendo a gestionar la espera, la (falta de) inmediatez y la tolerancia a la frustración, la paciencia y la comunicación. A gestionar la incertidumbre, cómo rellenamos el tiempo, si somos más o menos productivos.
Tenemos menos prisa, y eso es algo a lo que no estamos acostumbrados. Es un cambio bestial.
También estamos aprendiendo a aprender, que aunque suene muy redundante es un arte; desde trabajar de manera diferente, hasta organizarnos distinto o a vivir el tiempo y el espacio también de una manera diferente.
Y luego estoy viendo a muchas personas que están haciendo un trabajo personal precioso, que están aprovechando este momento —sobre todo aquellos que no están pasando por determinados duelos— para hacer un trabajo de crecimiento personal, de reflexión, de introspección, de toma de decisiones.
Pero también estoy viendo que todos (y me incluyo) estamos más sensibles a la información, a nosotros mismos y a lo que pasa en nuestro entorno, a esa incertidumbre. Hay una serie de preguntas que nos hacemos todos: "¿Qué va a pasar después?" "¿Qué va a ser de mí?"
Cómo proteger tu salud mental durante la pandemia de coronavirus
Precisamente en ese contexto de incertidumbre escuchamos cada vez más la palabra"resiliencia". Es un concepto que a muchos les resulta abstracto. ¿Qué significa y cómo puede aplicarse en una situación tan difícil como esta?
¡Sí, es una palabra maravillosa! Cuando hablamos de resiliencia estamos hablando de desarrollar una personalidad resistente. Una persona resiliente es la persona que ha aprendido de la experiencia vivida, que ha superado la adversidad, la crisis, el dolor, el sufrimiento.
Se trata de cambiar el foco de atención de lo negativo a lo positivo, pero sin fantasías, con los pies en la tierra. Eso viene de uno mismo, del "yo sí puedo".
En la psicología positiva no se niega lo negativo, simplemente se refuerzan las fortalezas, porque dejarse caer en un pozo sin fondo no es la mejor manera de superar una crisis.
Y ese proceso de superación le lleva a uno a construir una parte de sí mismo más fuerte. Entonces, aprende una serie de herramientas y estrategias que le van a ayudar en un futuro a poder superar otras situaciones adversas.
Pero todavía no estamos en esa parte del proceso. Dentro de las diferentes etapas de resiliencia, todavía en el proceso de superación y de gestión de la situación adversa.
¿Cuáles son esas diferentes etapas de la resiliencia?
Frente a cualquier situación está el detonante, el estímulo adverso al que tenemos que adaptarnos y hacer una serie de cambios (radicales, en este caso).
Esa sería la primera etapa: confinarnos en casa, informarnos sobre qué significa esta crisis y cuáles son los efectos. Poco a poco, vamos recibiendo esa información, que vamos interiorizando.
Eso produce miedo, inseguridad, dudas, ansiedad...sobre todo al principio.
Después hay un proceso de adaptación: ¿qué puedo hacer en mi día a día para sobrevivir? Cómo me voy a organizar para alimentarme? ¿Cómo voy a conseguir dinero? ¿Cómo voy a trabajar? ¿Qué puedo hacer si me quedo sin trabajo? Entonces uno empieza a planificar y a organizarse, adaptándose a la circunstancia.
Todo ello produce un nivel de estrés y de ansiedad altísimos. Hasta que llega un momento en que los hábitos se vuelven automáticos a través de la repetición, y nos acostumbramos.
Y entonces llegamos al mantenimiento, que es donde estamos ahora. Ahora mismo estamos manteniendo una serie de hábitos, y ese "mientras tanto" cada uno decide cómo utilizar este momento. Eso es clave.
7 CLAVES PARA SER MÁS RESILIENTES, según Laura Rojas-Marcos
1. Ten un plan de acción, te ayudará a tener una sensación de control sobre tu día a día.
2. Usa esta regla de 3: el día tiene 24 horas, si las divides entre 3 quedan 8. Dedica 8 horas a trabajar, 8 a descansar y otras 8 a ti mismo. Será más o menos fácil según cada situación, pero el autocuidado es importante.
3. Mantente ocupado. No estresado, sino de una manera ordenada, aunque puedes cambiar el orden de las tareas para no sentir que todos los días son iguales. El ejercicio y la meditación ayudan mucho.
4. Sé realista, flexible y paciente. Ten los pies en la tierra y al mismo tiempo sé comprensivo y empático contigo mismo.
5. Céntrate en el presente: ¿Hoy qué puedo hacer? Es muy importante cómo te organizas el día.
6. Crea círculos virtuosos. Son los buenos hábitos (amables, responsables, de autocontrol, de diversión, de desahogo). Es lo contrario a los círculos viciosos, que son destructivos.
7. Tener un propósito. ¿Por qué y para qué voy a hacer esto? ¿Qué puedes hacer por ti y qué puedes hacer por otros? Cuando ayudas a alguien te sientes bien.
¿Hay algo que podamos hacer para saber si vamos por buen camino?
Desde hace una semana, una de las preguntas que te hago a la gente es: "¿Qué puedes hacer hoy para que tu futuro 'yo' se sienta orgulloso?"
Si tú haces algo hoy que sea constructivo y positivo —para ti o para otros— el día de mañana tú te sentirás orgulloso de ti, y todo eso influye de manera positiva en la autoestima, que ayuda a su vez a poder construir esa personalidad resiliente.
"¿Qué puedes hacer hoy para que tu futuro 'yo' se sienta orgulloso?", reflexiona Rojas-Marcos.
La manera en la que nos resolvamos nos ayudará a ser más resilientes.
Personas que se sienten todo el tiempo víctimas, vulnerables, indefensas, que están deprimidas, que no hacen nada ni por ellas mismas ni por otras personas —y no estoy hablando de una depresión, sino de una actitud pasiva— son personas que, evidentemente, van a tener dificultad para sentirse bien el día de mañana.
Y no hay que hacer grandes cosas, sino pequeñas acciones —desde ayudar a un vecino, hasta cuidar la alimentación— que nos ayudan a construir esa personalidad resiliente y a sentirnos útiles.
Es tener esos momentos de tristeza y vivirlos, pero no quedarnos ahí. Precisamente en esa etapa es donde estamos.
¿Y después? ¿Hacia dónde vamos?
Después toca recoger toda la información y analizar y evaluar todo lo que hemos hecho. Todo eso está lleno de aprendizajes que nos van ayudar a gestionar situaciones difíciles en el futuro.
Y yo no sé lo que va a pasar porque no tengo una bola de cristal, pero sí se que nos vamos reinventar, que nos vamos a reconstruir y que lo vamos a superar. ¿En cuanto tiempo? Pues no lo sé. Eso no lo sabe nadie.
No va a ser fácil. Va a ser lento y tendremos que arrimar mucho el hombro (unos más que otros) y muchos necesitarán ayuda psicológica. Pero si hay algo que me queda claro y de lo que no tengo la menor duda es que lo vamos a superar.
Incluso hay personas que van a salir fortalecidas de esta crisis, más reforzadas... y muy resilientes.
BBC
viernes, 5 de junio de 2020
Coronavirus | Entrevista con Laura Rojas-Marcos: "Estamos aprendiendo a gestionar la incertidumbre".
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jueves, 4 de junio de 2020
Entrevista a Frances Fox Piven, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Ciudad de Nueva York. “La pobreza extrema (y la degradación que puede acompañarla) es un crimen social”.
Por Maya Adereth,
Jack Gross | 28/05/2020 |
Economía Fuentes: CTXT Can Frances Fox Piven's Theory of Disruptive Power Create the Next ... Frances Fox Piven
Hay pocos teóricos de los movimientos sociales que sean capaces de influir en los eventos que analizan. Frances Fox Piven, profesora de Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y una de las pocas que lo ha conseguido, lleva estudiando y agitando los movimientos sociales estadounidenses desde la década de 1960.
En 1966, Piven y Richard Cloward publicaron “El peso de los pobres” en la revista The Nation. Ese ensayo desarrollaba lo que desde entonces se ha conocido como la “estrategia Cloward-Piven”: una inscripción en masa de pobres en los programas de asistencia social. Si todos los que tuvieran derecho a prestaciones públicas las solicitaran, rezaba su argumento, el sistema cedería y se pondría de manifiesto la magnitud de la pobreza en Estados Unidos y la insuficiencia de su red de protección social. La subsiguiente crisis política brindaría una oportunidad para introducir políticas amplias y duraderas con el objetivo de combatir la pobreza. Cloward y Piven publicaron el artículo en medio de un intenso período de acciones populares por parte de los receptores de ayudas. Ese mismo año, los grupos antipobreza de todo el país formaron una amplia coalición que se convirtió en la Organización Nacional por el Derecho al Bienestar (NWRO, por sus siglas en inglés), de la que Piven era miembro fundadora. El número de miembros que constituía la base de la NWRO aumentó drásticamente a finales de los 60 y llegó a alcanzar los 20.000 afiliados activos y los 540 grupos comunitarios a finales de la década, lo que les permitió ganar capacidad de influencia en la política nacional de la asistencia pública.
A medida que la NWRO iba creciendo, en 1971, Cloward y Piven publicaron el libro Regular a los pobres, un relato histórico y sociológico de los movimientos sociales en Estados Unidos a lo largo del siglo XX. El libro intentaba explicar el raquitismo de las prestaciones sociales en Estados Unidos y alegaba que el bienestar social en EE.UU. era cíclico: se distendía para lidiar con los desórdenes sociales en situaciones de desempleo generalizado y se contraía, aunque reteniendo las prestaciones necesarias para fomentar el empleo. Seis años más tarde, y después de que la NWRO se disolviera, el libro Los movimientos de los pobres de Piven y Cloward exploró los movimientos de los pobres desde la Gran Depresión hasta los años de posguerra “para comprender las características de la política económica estadounidense que explican por qué esos brotes se producían cuando lo hacían, por qué los brotes adoptaban la forma que adoptaban y por qué las élites respondían de la manera en que lo hacían”. Su argumento, que fue polémico no solo entre las organizaciones que analizaba, sostenía que, a lo largo de la historia de Estados Unidos, la disrupción, y no la organización en masa, había sido el principal mecanismo por el que los movimientos sociales habían conseguido avances.
Este pasado invierno hablamos por teléfono con Piven.
Jack Gross: Regular a los pobres articula un marco teórico para explicar la función del bienestar en Estados Unidos, ¿cómo desarrolló ese enfoque hacia el bienestar estadounidense, y cómo aplicó ese marco al caso práctico de los Movimientos de los pobres?
El sufrimiento que experimenta la gente cuando se la presiona hacia abajo y hacia fuera de los márgenes de la sociedad es un delito
El argumento central de ambos libros era la amenaza de los desórdenes: el poder de la desobediencia colectiva. Sosteníamos que cuando la gente se sublevaba y desobedecía las normas que normalmente rigen su comportamiento (como pagar el alquiler o someterse a las condiciones de la asistencia social) podían producir un impacto en la política social. Cuando argumentamos esto por primera vez en la década de 1960, parecía una verdad evidente: miraras donde miraras, la gente estaba organizando marchas, manifestándose e interrumpiendo el sistema en el que estaban involucrados. Era una especie de huelga a gran escala y con esto me refiero a una huelga en el sentido más amplio. Incluso la gente que no tenía trabajo fijo, que no podía hacer lo que normalmente se considera una huelga laboral, podía organizar una sentada frente a la oficina de servicios sociales y coordinar una solicitud en masa de prestaciones sociales. También disponían de la capacidad para obstruir el sistema.
Maya Adereth: Uno de los elementos distintivos que todavía caracteriza a su libro es la utilización de la gente pobre como un agente político, en lugar de utilizar a la clase obrera. ¿Qué motivó ese cambio de énfasis?
Creo que la pobreza extrema, y la degradación que puede acompañarla, es un crimen social. El sufrimiento que experimenta la gente cuando se les presiona hacia abajo y hacia fuera de los márgenes de la sociedad es un delito. Y en la década de 1960 muchas personas sentían lo mismo, entre ellas, lógicamente, los propios pobres. Proliferaban las formas de protesta colectiva, sobre todo en las grandes ciudades y sobre todo entre la gente de color. Se desató un escándalo moral generalizado por la pobreza colectiva que una sociedad rica imponía sobre algunos de sus miembros.
Yo estaba estrechamente relacionada con un grupo de mujeres del Lower East Side y de Harlem, que vivía de las ayudas sociales y que estaba organizando la resistencia al departamento de servicios sociales de Nueva York. Estaba teniendo cada vez más experiencias directas con la acción colectiva que llevaban a cabo algunas personas pobres que eran víctimas de la próspera sociedad estadounidense.
JP: En El peso de los pobres, uno de los elementos más sorprendentes de la tristemente célebre estrategia Cloward-Piven es su teoría de la coalición. Usted vincula las crisis (en este caso la crisis fabricada de la sobrecarga de los sistemas de asistencia social) con períodos de reestructuración, y pone como ejemplos la Gran Depresión y los movimientos por los derechos civiles. ¿Cuál es la relación entre crisis y coalición, y qué significa eso para la estrategia de los movimientos sociales actuales?
La estrategia que propusimos en ese ensayo y que hemos propuesto en multitud de contextos adicionales, como por ejemplo en huelgas de alquileres, es una de disrupción. Para poder comprender la relevancia que tiene en la actualidad, hay que dar un paso atrás y observar la vida social en un sentido más amplio: en el complejo sistema de cooperación y respeto a las leyes que sustentan algunas de las funciones sociales clave. La sociedad es un esquema de cooperación, aunque eso significa que casi todo el mundo tiene que desempeñar su papel, no solo en las fábricas, sino también en nuestras escuelas, en nuestro sistema de salud y en nuestros sistemas habitacionales. A la inversa, todo el mundo tiene asimismo el poder para dejar de cooperar. La protesta es eficaz cuando la gente se da cuenta de que representa un papel crucial en los grandes modelos sociales y en las instituciones. Creo que eso sigue siendo plenamente relevante hoy en día.
Una de las maneras en que la gente, la gente pobre, ha sido silenciada en la sociedad estadounidense contemporánea es a través de su humillación sistemática por parte de los líderes políticos estadounidenses. Ciertamente eso lleva siendo así desde mucho antes de la década de 1970, pero no puede durar para siempre. Antes o después, la gente se da cuenta de que el papel que desempeña puede convertirse en una palanca con la que influir en las políticas públicas.
MA: Algunas de sus obras hacen hincapié en retirar el apoyo, pero otros aspectos hacen hincapié en una mayor participación: la inscripción en masa para recibir ayudas sociales aparece en ambos casos, pero el empadronamiento de votantes con más claridad en el segundo. ¿Hay momentos en los que un método es más eficaz que el otro?
Creo que es más fácil que la protesta surja en un contexto electoral, cuando los líderes electos se preocupan más por la adhesión de un gran número de personas de entre lo más bajo del escalafón social. Durante mucho tiempo, la tendencia entre los activistas ha sido pensar que la labor electoral imposibilita la protesta, aunque en realidad, en la historia de EE.UU., la protesta en sí ha sido más factible cuando hemos tenido una especie de asidero en el sistema electoral a través de los propios grupos que conforman los potenciales constituyentes del movimiento.
Por lo tanto, creo que es más exacto e iluminador pensar en las maneras en que la protesta y la política electoral se potencian la una a la otra. La protesta tiene más posibilidades de tener éxito cuando al menos uno de los cargos públicos expresa su solidaridad por el sufrimiento de los disconformes y los desposeídos. Si se les ignora, o escupe, o insulta, es probable que eso les subyugue y acabe con sus aspiraciones. Por ejemplo, creo que eso se puede observar en el movimiento por los derechos civiles y también en el movimiento obrero. El movimiento por los derechos civiles contaba con aliados políticos en Washington D.C., senadores y congresistas que eran responsables ante circunscripciones electorales negras o hispanas. Por eso creo que también existe una relación de complementariedad entre el poder electoral y el poder de la protesta.
JG: Teniendo en cuenta ese tipo de complementariedad entre poderes, me pregunto si podría hablarnos un poco sobre la Alianza Obrera de Estados Unidos (WAA, por sus siglas en inglés) y la Organización Nacional por el Derecho al Bienestar, y las relativas virtudes o debilidades de ambas organizaciones.
Aun en los casos en que las protestas tienen éxito, el éxito es solo parcial. El movimiento obrero de los años 30 no logró una utopía para la gente trabajadora de Estados Unidos, sino una serie de derechos para el movimiento sindicalista. Siempre se obtienen algunas victorias, pero luego hay que salir de nuevo y seguir luchando.
La protesta es eficaz cuando la gente se da cuenta de que representa un papel crucial en los grandes modelos sociales y en las instituciones
La Alianza Obrera de Estados Unidos era una organización comunista de los años 30 que intentó tender una mano a los receptores de beneficencia. En nuestra sección sobre la WAA en Los movimientos de los pobres, fuimos críticos con sus organizadores porque su intención fue desarrollar una organización formal sumamente articulada utilizando la disconformidad de los pobres en los años 30. Nosotros creímos que las manifestaciones, las revueltas y las protestas eran más eficaces que los clubs que organizaba la WAA. Y en la misma línea, creímos que durante los años 60 aquellos que pretendían organizar a los beneficiarios de ayudas sociales y que estaban decididos a constituir una organización formal terminaron ignorando las protestas que servían para desestabilizar las políticas municipales y la organización asimétrica que ya existía. En Regular a los pobres, criticamos el modelo organizativo de la NWRO en la década de 1960, aunque nosotros estábamos entre los organizadores.
MA: Usted defiende que las organizaciones jerárquicas son menos eficaces porque es más fácil infiltrarse en ellas y apropiarse de ellas. Si no se cuenta con una organización de ese tipo, ¿cómo concibe una estrategia política a largo plazo?
Es a través de la movilización continuada que se consigue el cambio a largo plazo. Cuando nos movilizamos de forma continuada, nos beneficiamos de la experiencia de anteriores movilizaciones. Adquirimos un conocimiento de los incentivos de las élites y del potencial que tienen las élites para apropiarse o suprimir el descontento que ha surgido.
Cuando constituimos organizaciones que cooperan con los gobiernos municipales, también nos ponemos en la situación de perder el impulso y la conciencia de nuestro propio rol en el conjunto del sistema, pero eso se vuelve a conseguir; la política continúa y la relación entre grupos dominantes y subordinados sigue desarrollándose. La gente redescubre una y otra vez el poder de la disrupción.
JG: Varias décadas después del libro Regular a los pobres, ¿cómo teoriza la situación de las ayudas sociales en Estados Unidos, en relación con el resto del norte global?
En los 60 el tipo de movimientos que se sublevaba no era forzosamente el de una clase obrera organizada, sino más bien el de las minorías raciales y los pobres
Solíamos pensar que la situación en Estados Unidos era diferente a la situación en Europa, donde se presentó un exhaustivo sistema de bienestar como un compromiso de clase. Aquí no teníamos eso, y en los años 60 el tipo de movimientos que se sublevaba no era forzosamente el de una clase obrera organizada, sino más bien el de las minorías raciales y los pobres. Sencillamente, nuestros movimientos tenían una composición diferente y no se ajustaban exactamente al modelo del estado de bienestar europeo.
MA: Estamos experimentando desde hace ya algunas décadas un proceso de desindustrialización y de densidad sindical en decadencia en todo el mundo. ¿Cómo afecta a las políticas de bienestar social esta cambiante composición del mercado laboral? ¿Cómo afecta, por ejemplo, a la relativa importancia de las exigencias que se plantean a las empresas si las confrontamos con las que se plantean directamente al Estado?
No hay forma de generalizar en estos casos. Cada grupo tendrá poder de influencia sobre diferentes sectores sociales. Cuando se piensa en un grupo social concreto, lo que hay que preguntarse es: ¿qué instituciones sociales tiene la capacidad de alterar?
Uno de los elementos que ha conseguido cambiar profundamente el panorama de la acción social en la actualidad es que ya no podemos hablar de disrupción institucional sin pensar en el cambio climático. Para poder desarrollar políticas públicas que controlen eficazmente el comportamiento de los actores que están destruyendo el clima dependemos del Estado. Necesitamos un poder estatal fuerte y centralizado del lado del movimiento. Esta crisis es demasiado grande. Para derrotar a la industria de los combustibles fósiles hará falta contar con el apoyo de las autoridades municipales y estatales.
JG: Existe un debate en la actualidad sobre las ventajas de una política de empleo garantizado en contraposición con unos programas universales de transferencias económicas. ¿Qué opinión le merece este debate y el renovado interés de una opción política bastante diferente a la suya y a la de la NWRO?
Una forma de describir el objetivo clásico de la izquierda es pleno empleo y salarios dignos. El problema que plantea eso es que fracasa rotundamente en cuanto al tipo de políticas que hacen falta para prevenir el cambio climático. Ese objetivo se basaba en la idea de que la economía podía crecer indefinidamente, pero hoy en día ya no necesitamos más crecimiento. Lo que tendríamos que estar pensando es en la relación entre producción y contaminación.
Así que la idea de que todo el mundo trabaje 40 horas a la semana, con el rumor de las máquinas de fondo y más y más artilugios fabricándose es una utopía muy limitada. Tendríamos que estar imaginando nuevas formas de vivir una buena vida que no impliquen fabricar automóviles, utilizar combustibles fósiles, ensuciar el planeta, etc.
MA: ¿De dónde cree que provendrá el movimiento en los años venideros? ¿Qué es lo que le genera esperanza?
Hay muchas movimientos esperanzadores que se están produciendo. Por ejemplo, en el sector servicios, o lo que ahora se llama el sector de los cuidados, se han producido movilizaciones increíblemente exitosas entre los profesores, enfermeros y trabajadores del comercio. Estas son personas que hacen cosas que todo el mundo puede ver y valorar. No es ningún misterio que los necesitamos. En la medida en que el trabajo se considera una fuerza de cambio, tendríamos que estar pensando en los cuidadores y en lo que pueden hacer.
Este texto se publicó en Phenomenal World.
Traducción de Álvaro San José.
Fuente:
https://ctxt.es/es/20200501/Politica/32320/Frances-Fox-Piven-entrevista-pobreza-delito-protestas-movimientos-sociales-EEEUU.htm
Jack Gross | 28/05/2020 |
Economía Fuentes: CTXT Can Frances Fox Piven's Theory of Disruptive Power Create the Next ... Frances Fox Piven
Hay pocos teóricos de los movimientos sociales que sean capaces de influir en los eventos que analizan. Frances Fox Piven, profesora de Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y una de las pocas que lo ha conseguido, lleva estudiando y agitando los movimientos sociales estadounidenses desde la década de 1960.
En 1966, Piven y Richard Cloward publicaron “El peso de los pobres” en la revista The Nation. Ese ensayo desarrollaba lo que desde entonces se ha conocido como la “estrategia Cloward-Piven”: una inscripción en masa de pobres en los programas de asistencia social. Si todos los que tuvieran derecho a prestaciones públicas las solicitaran, rezaba su argumento, el sistema cedería y se pondría de manifiesto la magnitud de la pobreza en Estados Unidos y la insuficiencia de su red de protección social. La subsiguiente crisis política brindaría una oportunidad para introducir políticas amplias y duraderas con el objetivo de combatir la pobreza. Cloward y Piven publicaron el artículo en medio de un intenso período de acciones populares por parte de los receptores de ayudas. Ese mismo año, los grupos antipobreza de todo el país formaron una amplia coalición que se convirtió en la Organización Nacional por el Derecho al Bienestar (NWRO, por sus siglas en inglés), de la que Piven era miembro fundadora. El número de miembros que constituía la base de la NWRO aumentó drásticamente a finales de los 60 y llegó a alcanzar los 20.000 afiliados activos y los 540 grupos comunitarios a finales de la década, lo que les permitió ganar capacidad de influencia en la política nacional de la asistencia pública.
A medida que la NWRO iba creciendo, en 1971, Cloward y Piven publicaron el libro Regular a los pobres, un relato histórico y sociológico de los movimientos sociales en Estados Unidos a lo largo del siglo XX. El libro intentaba explicar el raquitismo de las prestaciones sociales en Estados Unidos y alegaba que el bienestar social en EE.UU. era cíclico: se distendía para lidiar con los desórdenes sociales en situaciones de desempleo generalizado y se contraía, aunque reteniendo las prestaciones necesarias para fomentar el empleo. Seis años más tarde, y después de que la NWRO se disolviera, el libro Los movimientos de los pobres de Piven y Cloward exploró los movimientos de los pobres desde la Gran Depresión hasta los años de posguerra “para comprender las características de la política económica estadounidense que explican por qué esos brotes se producían cuando lo hacían, por qué los brotes adoptaban la forma que adoptaban y por qué las élites respondían de la manera en que lo hacían”. Su argumento, que fue polémico no solo entre las organizaciones que analizaba, sostenía que, a lo largo de la historia de Estados Unidos, la disrupción, y no la organización en masa, había sido el principal mecanismo por el que los movimientos sociales habían conseguido avances.
Este pasado invierno hablamos por teléfono con Piven.
Jack Gross: Regular a los pobres articula un marco teórico para explicar la función del bienestar en Estados Unidos, ¿cómo desarrolló ese enfoque hacia el bienestar estadounidense, y cómo aplicó ese marco al caso práctico de los Movimientos de los pobres?
El sufrimiento que experimenta la gente cuando se la presiona hacia abajo y hacia fuera de los márgenes de la sociedad es un delito
El argumento central de ambos libros era la amenaza de los desórdenes: el poder de la desobediencia colectiva. Sosteníamos que cuando la gente se sublevaba y desobedecía las normas que normalmente rigen su comportamiento (como pagar el alquiler o someterse a las condiciones de la asistencia social) podían producir un impacto en la política social. Cuando argumentamos esto por primera vez en la década de 1960, parecía una verdad evidente: miraras donde miraras, la gente estaba organizando marchas, manifestándose e interrumpiendo el sistema en el que estaban involucrados. Era una especie de huelga a gran escala y con esto me refiero a una huelga en el sentido más amplio. Incluso la gente que no tenía trabajo fijo, que no podía hacer lo que normalmente se considera una huelga laboral, podía organizar una sentada frente a la oficina de servicios sociales y coordinar una solicitud en masa de prestaciones sociales. También disponían de la capacidad para obstruir el sistema.
Maya Adereth: Uno de los elementos distintivos que todavía caracteriza a su libro es la utilización de la gente pobre como un agente político, en lugar de utilizar a la clase obrera. ¿Qué motivó ese cambio de énfasis?
Creo que la pobreza extrema, y la degradación que puede acompañarla, es un crimen social. El sufrimiento que experimenta la gente cuando se les presiona hacia abajo y hacia fuera de los márgenes de la sociedad es un delito. Y en la década de 1960 muchas personas sentían lo mismo, entre ellas, lógicamente, los propios pobres. Proliferaban las formas de protesta colectiva, sobre todo en las grandes ciudades y sobre todo entre la gente de color. Se desató un escándalo moral generalizado por la pobreza colectiva que una sociedad rica imponía sobre algunos de sus miembros.
Yo estaba estrechamente relacionada con un grupo de mujeres del Lower East Side y de Harlem, que vivía de las ayudas sociales y que estaba organizando la resistencia al departamento de servicios sociales de Nueva York. Estaba teniendo cada vez más experiencias directas con la acción colectiva que llevaban a cabo algunas personas pobres que eran víctimas de la próspera sociedad estadounidense.
JP: En El peso de los pobres, uno de los elementos más sorprendentes de la tristemente célebre estrategia Cloward-Piven es su teoría de la coalición. Usted vincula las crisis (en este caso la crisis fabricada de la sobrecarga de los sistemas de asistencia social) con períodos de reestructuración, y pone como ejemplos la Gran Depresión y los movimientos por los derechos civiles. ¿Cuál es la relación entre crisis y coalición, y qué significa eso para la estrategia de los movimientos sociales actuales?
La estrategia que propusimos en ese ensayo y que hemos propuesto en multitud de contextos adicionales, como por ejemplo en huelgas de alquileres, es una de disrupción. Para poder comprender la relevancia que tiene en la actualidad, hay que dar un paso atrás y observar la vida social en un sentido más amplio: en el complejo sistema de cooperación y respeto a las leyes que sustentan algunas de las funciones sociales clave. La sociedad es un esquema de cooperación, aunque eso significa que casi todo el mundo tiene que desempeñar su papel, no solo en las fábricas, sino también en nuestras escuelas, en nuestro sistema de salud y en nuestros sistemas habitacionales. A la inversa, todo el mundo tiene asimismo el poder para dejar de cooperar. La protesta es eficaz cuando la gente se da cuenta de que representa un papel crucial en los grandes modelos sociales y en las instituciones. Creo que eso sigue siendo plenamente relevante hoy en día.
Una de las maneras en que la gente, la gente pobre, ha sido silenciada en la sociedad estadounidense contemporánea es a través de su humillación sistemática por parte de los líderes políticos estadounidenses. Ciertamente eso lleva siendo así desde mucho antes de la década de 1970, pero no puede durar para siempre. Antes o después, la gente se da cuenta de que el papel que desempeña puede convertirse en una palanca con la que influir en las políticas públicas.
MA: Algunas de sus obras hacen hincapié en retirar el apoyo, pero otros aspectos hacen hincapié en una mayor participación: la inscripción en masa para recibir ayudas sociales aparece en ambos casos, pero el empadronamiento de votantes con más claridad en el segundo. ¿Hay momentos en los que un método es más eficaz que el otro?
Creo que es más fácil que la protesta surja en un contexto electoral, cuando los líderes electos se preocupan más por la adhesión de un gran número de personas de entre lo más bajo del escalafón social. Durante mucho tiempo, la tendencia entre los activistas ha sido pensar que la labor electoral imposibilita la protesta, aunque en realidad, en la historia de EE.UU., la protesta en sí ha sido más factible cuando hemos tenido una especie de asidero en el sistema electoral a través de los propios grupos que conforman los potenciales constituyentes del movimiento.
Por lo tanto, creo que es más exacto e iluminador pensar en las maneras en que la protesta y la política electoral se potencian la una a la otra. La protesta tiene más posibilidades de tener éxito cuando al menos uno de los cargos públicos expresa su solidaridad por el sufrimiento de los disconformes y los desposeídos. Si se les ignora, o escupe, o insulta, es probable que eso les subyugue y acabe con sus aspiraciones. Por ejemplo, creo que eso se puede observar en el movimiento por los derechos civiles y también en el movimiento obrero. El movimiento por los derechos civiles contaba con aliados políticos en Washington D.C., senadores y congresistas que eran responsables ante circunscripciones electorales negras o hispanas. Por eso creo que también existe una relación de complementariedad entre el poder electoral y el poder de la protesta.
JG: Teniendo en cuenta ese tipo de complementariedad entre poderes, me pregunto si podría hablarnos un poco sobre la Alianza Obrera de Estados Unidos (WAA, por sus siglas en inglés) y la Organización Nacional por el Derecho al Bienestar, y las relativas virtudes o debilidades de ambas organizaciones.
Aun en los casos en que las protestas tienen éxito, el éxito es solo parcial. El movimiento obrero de los años 30 no logró una utopía para la gente trabajadora de Estados Unidos, sino una serie de derechos para el movimiento sindicalista. Siempre se obtienen algunas victorias, pero luego hay que salir de nuevo y seguir luchando.
La protesta es eficaz cuando la gente se da cuenta de que representa un papel crucial en los grandes modelos sociales y en las instituciones
La Alianza Obrera de Estados Unidos era una organización comunista de los años 30 que intentó tender una mano a los receptores de beneficencia. En nuestra sección sobre la WAA en Los movimientos de los pobres, fuimos críticos con sus organizadores porque su intención fue desarrollar una organización formal sumamente articulada utilizando la disconformidad de los pobres en los años 30. Nosotros creímos que las manifestaciones, las revueltas y las protestas eran más eficaces que los clubs que organizaba la WAA. Y en la misma línea, creímos que durante los años 60 aquellos que pretendían organizar a los beneficiarios de ayudas sociales y que estaban decididos a constituir una organización formal terminaron ignorando las protestas que servían para desestabilizar las políticas municipales y la organización asimétrica que ya existía. En Regular a los pobres, criticamos el modelo organizativo de la NWRO en la década de 1960, aunque nosotros estábamos entre los organizadores.
MA: Usted defiende que las organizaciones jerárquicas son menos eficaces porque es más fácil infiltrarse en ellas y apropiarse de ellas. Si no se cuenta con una organización de ese tipo, ¿cómo concibe una estrategia política a largo plazo?
Es a través de la movilización continuada que se consigue el cambio a largo plazo. Cuando nos movilizamos de forma continuada, nos beneficiamos de la experiencia de anteriores movilizaciones. Adquirimos un conocimiento de los incentivos de las élites y del potencial que tienen las élites para apropiarse o suprimir el descontento que ha surgido.
Cuando constituimos organizaciones que cooperan con los gobiernos municipales, también nos ponemos en la situación de perder el impulso y la conciencia de nuestro propio rol en el conjunto del sistema, pero eso se vuelve a conseguir; la política continúa y la relación entre grupos dominantes y subordinados sigue desarrollándose. La gente redescubre una y otra vez el poder de la disrupción.
JG: Varias décadas después del libro Regular a los pobres, ¿cómo teoriza la situación de las ayudas sociales en Estados Unidos, en relación con el resto del norte global?
En los 60 el tipo de movimientos que se sublevaba no era forzosamente el de una clase obrera organizada, sino más bien el de las minorías raciales y los pobres
Solíamos pensar que la situación en Estados Unidos era diferente a la situación en Europa, donde se presentó un exhaustivo sistema de bienestar como un compromiso de clase. Aquí no teníamos eso, y en los años 60 el tipo de movimientos que se sublevaba no era forzosamente el de una clase obrera organizada, sino más bien el de las minorías raciales y los pobres. Sencillamente, nuestros movimientos tenían una composición diferente y no se ajustaban exactamente al modelo del estado de bienestar europeo.
MA: Estamos experimentando desde hace ya algunas décadas un proceso de desindustrialización y de densidad sindical en decadencia en todo el mundo. ¿Cómo afecta a las políticas de bienestar social esta cambiante composición del mercado laboral? ¿Cómo afecta, por ejemplo, a la relativa importancia de las exigencias que se plantean a las empresas si las confrontamos con las que se plantean directamente al Estado?
No hay forma de generalizar en estos casos. Cada grupo tendrá poder de influencia sobre diferentes sectores sociales. Cuando se piensa en un grupo social concreto, lo que hay que preguntarse es: ¿qué instituciones sociales tiene la capacidad de alterar?
Uno de los elementos que ha conseguido cambiar profundamente el panorama de la acción social en la actualidad es que ya no podemos hablar de disrupción institucional sin pensar en el cambio climático. Para poder desarrollar políticas públicas que controlen eficazmente el comportamiento de los actores que están destruyendo el clima dependemos del Estado. Necesitamos un poder estatal fuerte y centralizado del lado del movimiento. Esta crisis es demasiado grande. Para derrotar a la industria de los combustibles fósiles hará falta contar con el apoyo de las autoridades municipales y estatales.
JG: Existe un debate en la actualidad sobre las ventajas de una política de empleo garantizado en contraposición con unos programas universales de transferencias económicas. ¿Qué opinión le merece este debate y el renovado interés de una opción política bastante diferente a la suya y a la de la NWRO?
Una forma de describir el objetivo clásico de la izquierda es pleno empleo y salarios dignos. El problema que plantea eso es que fracasa rotundamente en cuanto al tipo de políticas que hacen falta para prevenir el cambio climático. Ese objetivo se basaba en la idea de que la economía podía crecer indefinidamente, pero hoy en día ya no necesitamos más crecimiento. Lo que tendríamos que estar pensando es en la relación entre producción y contaminación.
Así que la idea de que todo el mundo trabaje 40 horas a la semana, con el rumor de las máquinas de fondo y más y más artilugios fabricándose es una utopía muy limitada. Tendríamos que estar imaginando nuevas formas de vivir una buena vida que no impliquen fabricar automóviles, utilizar combustibles fósiles, ensuciar el planeta, etc.
MA: ¿De dónde cree que provendrá el movimiento en los años venideros? ¿Qué es lo que le genera esperanza?
Hay muchas movimientos esperanzadores que se están produciendo. Por ejemplo, en el sector servicios, o lo que ahora se llama el sector de los cuidados, se han producido movilizaciones increíblemente exitosas entre los profesores, enfermeros y trabajadores del comercio. Estas son personas que hacen cosas que todo el mundo puede ver y valorar. No es ningún misterio que los necesitamos. En la medida en que el trabajo se considera una fuerza de cambio, tendríamos que estar pensando en los cuidadores y en lo que pueden hacer.
Este texto se publicó en Phenomenal World.
Traducción de Álvaro San José.
Fuente:
https://ctxt.es/es/20200501/Politica/32320/Frances-Fox-Piven-entrevista-pobreza-delito-protestas-movimientos-sociales-EEEUU.htm
miércoles, 3 de junio de 2020
Cosa que hacen y que debemos reflexionar
Medidas que aplicaron:
- Te rebajaron la indemnización por despido de 45 días por año a 20 días por año. No hiciste nada.
- Te subieron el IVA del 18% al 21%. No hiciste nada
- Fomentaron la proliferación de contratos basura. No hiciste nada.
- Te pusieron el copago farmacéutico. No hiciste nada.
- Te pusieron una penalización a las renovables. No hiciste nada.
- Sacaron la Ley mordaza. No hiciste nada.
- Redujeron la inversiones publicas en sanidad, educación e infraestructuras. No hiciste nada.
- Dieron una amnistía fiscal a los evasores. No hiciste nada.
- Basaron su modelo en las concesiones a empresas privadas con una perdida de calidad en los servicios (geriátricos, hospitales...). No hiciste nada.
- Rescataron a la banca y a las autopistas. No hiciste nada.
- Fueron condenados por corrupción. No hiciste nada.
- Hicieron recaer todo el peso de la crisis sobre autónomos y las clases trabajadoras. No hiciste nada.
Medidas que proponen ahora:
- Hablan ahora de subir otra vez el IVA. No vas a hacer nada.
- Piden mayor flexibilidad laboral (trabajar por días). No vas a hacer nada.
- Piden abaratar el despido más aún. No vas a hacer nada.
- Piden rescates para determinadas empresas concesionarias a través de las organizaciones empresariales. No vas a hacer nada.
- Exenciones fiscales para las grandes empresas. No vas a hacer nada.
Cosas que si haces:
- Ponerte banderas de España por todas partes.
- Golpear una cacerola sin proponer nada.
- Echarle la culpa de todo a los rojos.
- Compartir memes sobre Simón.
- Decir que toda la culpa la tiene el comunismo, aunque no tienes ni idea de lo que es, solo sabes lo que te repiten.
A ver si el problema van a ser las cosas que no haces, por ejemplo reivindicar derechos independientemente de a quien votes. Ah! Y todo es ETA claro.
Encarna Rabanal
Público
Alguien muy, muy especial para mí, que no es nada, nada partidista, la persona más social y humana que conozco, nos ha enviado este mensaje:
“Están gestionando la mayor crisis en España desde el Desastre del 98 (pérdida de las últimas colonias españolas en 1898) y, habiendo cometido errores, me merecen todo el respeto. Al fin y al cabo son seres humanos y empatizan. Han tenido la oposición más ruin, mezquina y deleznable de la historia de la democracia. Y es verdad, no es un bulo que, hayas votado a quién hayas votado, estas personas han:
✅Prohibido los despidos
✅Dado prestaciones a autónomos y pymes
✅Dado cobertura a 4 millones de trabajadores mediante ERTEs
✅ Dado prestaciones para trabajadores temporales y empleadas del hogar
✅Prohibidos los desahucios
✅Dado moratorias para alquileres e hipotecas
✅Prohibidos los cortes de suministros
✅Van a dar un Ingreso mínimo vital para los que no tienen nada.
Si estáis en contra de todo esto, mi más sincero pésame a la humanidad, porque entonces, todo se ha ido a la mierda.
Jose Alberto Hidalgo Piñero
Público
Por mucho que cada uno de nosotros/as digamos lo que somos o como somos, lo que realmente dice lo que somos o como somos, son nuestros actos.
En este país, por mucho que digan que es de una forma, lo que hace, es lo que demuestra verdaderamente como es:
- Hacienda no somos todos.
- La justicia no es igual para todos.
- No hay separación de poderes.
- La política está judicializada y la justicia está politizada.
- La Igualdad no es para todos igual.
- Y a cada uno/a lo que se merezca en función de sus cualidades y su esfuerzo es mentira.
Podemos decir lo que queramos, pero la realidad es otra.
Soy un español normal que he vivido en Francia, en USA, en Alemania y he viajado y visto algo de mundo, África, America, Europa, y sigo y seguiré viajando. Se aprende mucho...
- Te rebajaron la indemnización por despido de 45 días por año a 20 días por año. No hiciste nada.
- Te subieron el IVA del 18% al 21%. No hiciste nada
- Fomentaron la proliferación de contratos basura. No hiciste nada.
- Te pusieron el copago farmacéutico. No hiciste nada.
- Te pusieron una penalización a las renovables. No hiciste nada.
- Sacaron la Ley mordaza. No hiciste nada.
- Redujeron la inversiones publicas en sanidad, educación e infraestructuras. No hiciste nada.
- Dieron una amnistía fiscal a los evasores. No hiciste nada.
- Basaron su modelo en las concesiones a empresas privadas con una perdida de calidad en los servicios (geriátricos, hospitales...). No hiciste nada.
- Rescataron a la banca y a las autopistas. No hiciste nada.
- Fueron condenados por corrupción. No hiciste nada.
- Hicieron recaer todo el peso de la crisis sobre autónomos y las clases trabajadoras. No hiciste nada.
Medidas que proponen ahora:
- Hablan ahora de subir otra vez el IVA. No vas a hacer nada.
- Piden mayor flexibilidad laboral (trabajar por días). No vas a hacer nada.
- Piden abaratar el despido más aún. No vas a hacer nada.
- Piden rescates para determinadas empresas concesionarias a través de las organizaciones empresariales. No vas a hacer nada.
- Exenciones fiscales para las grandes empresas. No vas a hacer nada.
Cosas que si haces:
- Ponerte banderas de España por todas partes.
- Golpear una cacerola sin proponer nada.
- Echarle la culpa de todo a los rojos.
- Compartir memes sobre Simón.
- Decir que toda la culpa la tiene el comunismo, aunque no tienes ni idea de lo que es, solo sabes lo que te repiten.
A ver si el problema van a ser las cosas que no haces, por ejemplo reivindicar derechos independientemente de a quien votes. Ah! Y todo es ETA claro.
Encarna Rabanal
Público
Alguien muy, muy especial para mí, que no es nada, nada partidista, la persona más social y humana que conozco, nos ha enviado este mensaje:
“Están gestionando la mayor crisis en España desde el Desastre del 98 (pérdida de las últimas colonias españolas en 1898) y, habiendo cometido errores, me merecen todo el respeto. Al fin y al cabo son seres humanos y empatizan. Han tenido la oposición más ruin, mezquina y deleznable de la historia de la democracia. Y es verdad, no es un bulo que, hayas votado a quién hayas votado, estas personas han:
✅Prohibido los despidos
✅Dado prestaciones a autónomos y pymes
✅Dado cobertura a 4 millones de trabajadores mediante ERTEs
✅ Dado prestaciones para trabajadores temporales y empleadas del hogar
✅Prohibidos los desahucios
✅Dado moratorias para alquileres e hipotecas
✅Prohibidos los cortes de suministros
✅Van a dar un Ingreso mínimo vital para los que no tienen nada.
Si estáis en contra de todo esto, mi más sincero pésame a la humanidad, porque entonces, todo se ha ido a la mierda.
Jose Alberto Hidalgo Piñero
Público
Por mucho que cada uno de nosotros/as digamos lo que somos o como somos, lo que realmente dice lo que somos o como somos, son nuestros actos.
En este país, por mucho que digan que es de una forma, lo que hace, es lo que demuestra verdaderamente como es:
- Hacienda no somos todos.
- La justicia no es igual para todos.
- No hay separación de poderes.
- La política está judicializada y la justicia está politizada.
- La Igualdad no es para todos igual.
- Y a cada uno/a lo que se merezca en función de sus cualidades y su esfuerzo es mentira.
Podemos decir lo que queramos, pero la realidad es otra.
Soy un español normal que he vivido en Francia, en USA, en Alemania y he viajado y visto algo de mundo, África, America, Europa, y sigo y seguiré viajando. Se aprende mucho...
martes, 2 de junio de 2020
_- PSICOLOGÍA. Ni amor ni obsesión: esto es lo que ocurre cuando no puedes olvidar a una persona
_- MANUELA SANOJA
25 MAY 2020.
Lo hemos visto en el cine, escuchado en canciones, leído en novelas y poemas, y prácticamente todos lo hemos experimentado en nuestras propias carnes. Esos amores que nunca llegan a ser, en los que una de las partes sigue enganchada meses e incluso años después de que acaben. Se clavan como una espina en el corazón y su recuerdo da vueltas en la cabeza como un fantasma que se resiste a desaparecer. Atención al spoiler de tu propia película: lo que sientes no es amor, pero tampoco una obsesión. Es, más bien, una adicción.
Empecemos por la ciencia del amor, que lejos de ser un sentimiento etéreo, tiene toda una explicación lógica y comprobable. Desde el momento en el que cruzaste la mirada con esa persona, tu cuerpo puso en marcha una compleja maquinaria, una especie de cadena de montaje del amor que te lleva por las distintas fases del amor: la lujuria, que es el primer momento de deseo; la atracción, que ocurre durante el inicio de una relación y es lo que se denomina "amor apasionado" o "amor romántico"; y la unión, que viene a ser cuando una pareja se asienta. El problema del que tienes que desengancharte ocurre en la segunda fase y es, literalmente, una atracción fatal.
Todo por un subidón de neurotransmisores
Durante la atracción, esa segunda y traicionera etapa, el cuerpo se comporta como un auténtico coctelero. Los ingredientes de su poción de amores son una serie de neurotransmisores capaces de revolucionar nuestra vida, según el profesor de Psiquiatría de la Universidad de Harvard Richard Schwartz. Aumentan los niveles de cortisol —conocida como la hormona del estrés—, que hará que aumenten nuestros nervios y que aparezcan las clásicas mariposas en el estómago. También los de dopamina —la hormona de la felicidad—, que estimula los centros de placer en el cerebro y, finalmente, los de serotonina —la del amor—, que pone la guinda al pastel: una pizca de obsesión.
"Los neurotransmisores que actúan en esta fase, la del amor apasionado, hacen que te pases el día pensando en la otra persona, que tengas una sensación de energía desbordante. Puedes hasta pasarte tres noches sin dormir y aun así ir como una moto por el efecto de las hormonas", explica la directora de Psicología Clínica y Sexología del Instituto Lyx e integrante del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (COP Madrid), Miren Larrazabal. Vamos, como si flotaras en una nube. Si la relación sigue pasando de fases, los niveles de cortisol, dopamina y serotonina se normalizan y llega la calma. Pero si algo ocurre y la relación acaba en medio de esta vorágine es posible que te quedes enganchado, pero no precisamente a la otra persona, sino a este cóctel explosivo. "Es como la adicción al tabaco. No estás enganchado al pitillo, sino a todas las sustancias que actúan en tu cerebro", dice la experta. En otras palabras, te has convertido en un yonqui de tus propias hormonas, la otra persona solo es el detonador de la explosión.
Romeo, Julieta y una máquina tragaperras
Para algunos la cosa no se queda simplemente en una adicción al bienestar químico de la atracción; al terminar la relación y convertirse en imposible, se cuelgan todavía más. Es algo que puede ocurrir incluso sin que nada hubiera empezado, es decir, cuando te rechazan de primeras. "Es lo que llamamos el efecto Romeo y Julieta, que representa el amor prohibido. Cuanto más difícil es, mejor. Cuantas más dificultades haya, más te aferras a él", indica Larrazabal, quien añade que se trata de motor muy básico del ser humano y que le ocurre a muchísima gente: "En general, a los seres humanos nos motivan los retos y la transgresión, nos generan deseo y ganas de conseguirlos. En una relación cuanto más privación me pongas más voy a querer luchar". En resumen: los amantes de Verona se tenían tantas ganas por lo imposible de la situación y, como ellos, el resto de seres humanos no podemos menos que excitarnos ante las relaciones prohibidas.
Rizando el rizo, la cosa puede complicarse todavía más si, en lugar de haber un rechazo, la otra persona muestra interés en algunas ocasiones y en otras pasa olímpicamente de ti. Es "el efecto máquina tragaperras", según explica la psicóloga. Todos tenemos en la cabeza la triste imagen de la típica persona enganchada a un viejo artilugio colocado en un rincón oscuro de un bar. Le vemos meter dinero sin parar y la máquina responde aspavientos: luces, ruidos y colores que dan un poco de esperanza cada vez que aprieta los botones, con cierta rabia porque no saca nada de nada. Hasta que, de pronto, después de una veintena de intentos, cae una moneda. Y vuelta a empezar.
"Funciona como un programa de refuerzo intermitente y esto engancha muchísimo a la gente", continúa la experta, quien añade que se trata de una forma dañina de relacionarse. "Estos comportamientos producen ideas obsesivas en la otra persona porque no logra entender por qué un día quiere y el otro no, o por qué a veces dice una cosa y otras, la contraria", explica la sexóloga del Instituto iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sexología Francisca Molero. Por si te surge la duda, es muy probable que la otra persona se dé cuenta de lo que está haciendo. "Quizá no sea de una forma completamente consciente de las consecuencias, pero sabe que la estrategia funciona. Lo ha hecho más veces y le ha dado el resultado que quería, que es tener el control de la relación. Te tiene comiendo de la palma de su mano", continúa la psicóloga. Y cuando por fin consigues desengancharte, lo más probable es que desaparezca porque "lo que les llena es el patrón de comportamiento, no la relación", continúa Larrazabal.
El amor romántico es el malo de la película
Detrás de todos estos escenarios se esconde un concepto arraigado en nuestra sociedad, que ha sido transmitido por la cultura y las artes a través de una infinidad de historias: el del amor romántico, que "tendemos a considerar como el verdadero amor, el que está unido al sufrimiento, el dolor y el sacrificio", indica Molero. Y eso que, en realidad, debe ser totalmente lo opuesto: "No debe doler ni hacer sufrir". Cuando una relación genera este tipo de malestar se puede definir con el ya algo manido término de "tóxica". No hay excusa para dejarla atrás: nadie está a salvo de caer en ellas, pero todos somos capaces de salir. El tiempo que dure dependerá de cuánto tardemos en tomar conciencia del origen de la adicción.
Al rescate de nuestra mente (que no del corazón, que no tiene nada que ver con el amor) llegan, una vez más, las terapias cognitivo-conductuales, que harán las veces de adictos al amor anónimos. Este tipo de metodología trata la forma en la que interpretamos las situaciones que vivimos, cómo reaccionamos ante ellas y las emociones que nos generan. "No toca buscar el porqué, sino el para qué. Es decir, qué recompensa buscamos con ese enganche, qué nos proporciona o da esa relación", indica la psicóloga. Hay que levantar la alfombra de nuestra conducta y mirar lo que hay debajo. A veces logramos hacerlo de manera inconsciente y otras puede que necesitemos ayuda. Sea como sea, con el tiempo, cuando hayamos comprendido los motivos, lograremos desengancharnos y una buena mañana nos daremos cuenta de que llevamos mucho sin pensar en esa persona. Al fin, limpios.
https://elpais.com/elpais/2020/05/25/buenavida/1590384802_369780.html
Lo hemos visto en el cine, escuchado en canciones, leído en novelas y poemas, y prácticamente todos lo hemos experimentado en nuestras propias carnes. Esos amores que nunca llegan a ser, en los que una de las partes sigue enganchada meses e incluso años después de que acaben. Se clavan como una espina en el corazón y su recuerdo da vueltas en la cabeza como un fantasma que se resiste a desaparecer. Atención al spoiler de tu propia película: lo que sientes no es amor, pero tampoco una obsesión. Es, más bien, una adicción.
Empecemos por la ciencia del amor, que lejos de ser un sentimiento etéreo, tiene toda una explicación lógica y comprobable. Desde el momento en el que cruzaste la mirada con esa persona, tu cuerpo puso en marcha una compleja maquinaria, una especie de cadena de montaje del amor que te lleva por las distintas fases del amor: la lujuria, que es el primer momento de deseo; la atracción, que ocurre durante el inicio de una relación y es lo que se denomina "amor apasionado" o "amor romántico"; y la unión, que viene a ser cuando una pareja se asienta. El problema del que tienes que desengancharte ocurre en la segunda fase y es, literalmente, una atracción fatal.
Todo por un subidón de neurotransmisores
Durante la atracción, esa segunda y traicionera etapa, el cuerpo se comporta como un auténtico coctelero. Los ingredientes de su poción de amores son una serie de neurotransmisores capaces de revolucionar nuestra vida, según el profesor de Psiquiatría de la Universidad de Harvard Richard Schwartz. Aumentan los niveles de cortisol —conocida como la hormona del estrés—, que hará que aumenten nuestros nervios y que aparezcan las clásicas mariposas en el estómago. También los de dopamina —la hormona de la felicidad—, que estimula los centros de placer en el cerebro y, finalmente, los de serotonina —la del amor—, que pone la guinda al pastel: una pizca de obsesión.
"Los neurotransmisores que actúan en esta fase, la del amor apasionado, hacen que te pases el día pensando en la otra persona, que tengas una sensación de energía desbordante. Puedes hasta pasarte tres noches sin dormir y aun así ir como una moto por el efecto de las hormonas", explica la directora de Psicología Clínica y Sexología del Instituto Lyx e integrante del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (COP Madrid), Miren Larrazabal. Vamos, como si flotaras en una nube. Si la relación sigue pasando de fases, los niveles de cortisol, dopamina y serotonina se normalizan y llega la calma. Pero si algo ocurre y la relación acaba en medio de esta vorágine es posible que te quedes enganchado, pero no precisamente a la otra persona, sino a este cóctel explosivo. "Es como la adicción al tabaco. No estás enganchado al pitillo, sino a todas las sustancias que actúan en tu cerebro", dice la experta. En otras palabras, te has convertido en un yonqui de tus propias hormonas, la otra persona solo es el detonador de la explosión.
Romeo, Julieta y una máquina tragaperras
Para algunos la cosa no se queda simplemente en una adicción al bienestar químico de la atracción; al terminar la relación y convertirse en imposible, se cuelgan todavía más. Es algo que puede ocurrir incluso sin que nada hubiera empezado, es decir, cuando te rechazan de primeras. "Es lo que llamamos el efecto Romeo y Julieta, que representa el amor prohibido. Cuanto más difícil es, mejor. Cuantas más dificultades haya, más te aferras a él", indica Larrazabal, quien añade que se trata de motor muy básico del ser humano y que le ocurre a muchísima gente: "En general, a los seres humanos nos motivan los retos y la transgresión, nos generan deseo y ganas de conseguirlos. En una relación cuanto más privación me pongas más voy a querer luchar". En resumen: los amantes de Verona se tenían tantas ganas por lo imposible de la situación y, como ellos, el resto de seres humanos no podemos menos que excitarnos ante las relaciones prohibidas.
Rizando el rizo, la cosa puede complicarse todavía más si, en lugar de haber un rechazo, la otra persona muestra interés en algunas ocasiones y en otras pasa olímpicamente de ti. Es "el efecto máquina tragaperras", según explica la psicóloga. Todos tenemos en la cabeza la triste imagen de la típica persona enganchada a un viejo artilugio colocado en un rincón oscuro de un bar. Le vemos meter dinero sin parar y la máquina responde aspavientos: luces, ruidos y colores que dan un poco de esperanza cada vez que aprieta los botones, con cierta rabia porque no saca nada de nada. Hasta que, de pronto, después de una veintena de intentos, cae una moneda. Y vuelta a empezar.
"Funciona como un programa de refuerzo intermitente y esto engancha muchísimo a la gente", continúa la experta, quien añade que se trata de una forma dañina de relacionarse. "Estos comportamientos producen ideas obsesivas en la otra persona porque no logra entender por qué un día quiere y el otro no, o por qué a veces dice una cosa y otras, la contraria", explica la sexóloga del Instituto iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sexología Francisca Molero. Por si te surge la duda, es muy probable que la otra persona se dé cuenta de lo que está haciendo. "Quizá no sea de una forma completamente consciente de las consecuencias, pero sabe que la estrategia funciona. Lo ha hecho más veces y le ha dado el resultado que quería, que es tener el control de la relación. Te tiene comiendo de la palma de su mano", continúa la psicóloga. Y cuando por fin consigues desengancharte, lo más probable es que desaparezca porque "lo que les llena es el patrón de comportamiento, no la relación", continúa Larrazabal.
El amor romántico es el malo de la película
Detrás de todos estos escenarios se esconde un concepto arraigado en nuestra sociedad, que ha sido transmitido por la cultura y las artes a través de una infinidad de historias: el del amor romántico, que "tendemos a considerar como el verdadero amor, el que está unido al sufrimiento, el dolor y el sacrificio", indica Molero. Y eso que, en realidad, debe ser totalmente lo opuesto: "No debe doler ni hacer sufrir". Cuando una relación genera este tipo de malestar se puede definir con el ya algo manido término de "tóxica". No hay excusa para dejarla atrás: nadie está a salvo de caer en ellas, pero todos somos capaces de salir. El tiempo que dure dependerá de cuánto tardemos en tomar conciencia del origen de la adicción.
Al rescate de nuestra mente (que no del corazón, que no tiene nada que ver con el amor) llegan, una vez más, las terapias cognitivo-conductuales, que harán las veces de adictos al amor anónimos. Este tipo de metodología trata la forma en la que interpretamos las situaciones que vivimos, cómo reaccionamos ante ellas y las emociones que nos generan. "No toca buscar el porqué, sino el para qué. Es decir, qué recompensa buscamos con ese enganche, qué nos proporciona o da esa relación", indica la psicóloga. Hay que levantar la alfombra de nuestra conducta y mirar lo que hay debajo. A veces logramos hacerlo de manera inconsciente y otras puede que necesitemos ayuda. Sea como sea, con el tiempo, cuando hayamos comprendido los motivos, lograremos desengancharnos y una buena mañana nos daremos cuenta de que llevamos mucho sin pensar en esa persona. Al fin, limpios.
https://elpais.com/elpais/2020/05/25/buenavida/1590384802_369780.html
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lunes, 1 de junio de 2020
Los olvidados
Foto: Una cola de personas con mascarillas para recibir ayuda alimentaria en el asentamiento informal de Itireleng, cerca del suburbio de Laudium en Pretoria, Sudáfrica. REUTERS / Siphiwe Sibeko
Desde que se comprobó el enorme impacto económico de la propagación del coronavirus, los países más ricos del mundo, en donde se concentra sólo la tercera parte de la población mundial, no han parado de adoptar medidas de apoyo a sus economías. Alemania, uno de los más poderosos, ha podido poner en marcha programas de ayuda a sus hogares y empresas por un valor equivalente a casi la mitad de su Producto Interior Bruto, un esfuerzo posiblemente nunca registrado. Con menos intensidad, todos los países ricos lo vienen haciendo, pues en todos ellos prima la idea de que hay que hacer lo que haga falta para evitar el colapso económico, incluso a costa de un incremento récord de su deuda.
Sin embargo, se está hablando muy poco de la situación en la que se encuentran las dos terceras partes de la humanidad, los países pobres o ahora llamados «emergentes»; una denominación, por cierto, bastante inadecuada pues la realidad es que no terminan de emerger nunca, sino más bien todo lo contrario.
La situación en todos ellos empieza a ser ser dramática, a pesar de que la pandemia les ha afectado más tarde y no ha registrado todavía el pico del daño más elevado que, sin lugar a duda, va a terminar provocando.
Las salidas de capital desde esos países más pobres en el primer mes de la pandemia fueron ya el doble de las que se produjeron en el primero posterior al estallido de la crisis de 2008 y las inversiones hacia esos países también se están desplomando, lo que aventura que la pérdida de liquidez y recursos va a ser ahora mucho mayor que entonces.
En esta crisis no sólo tendrán que hacer frente a gastos sanitarios de carácter extraordinario para combatir la pandemia, sino que se encontrarán en unas condiciones económicas propias y de entorno mucho más complicadas y difíciles por diversas razones.
En primer lugar, las economías más pobres del mundo van a perder una parte muy importante de sus ingresos por exportaciones debido a la caída de los precios (un 37% en lo que va de año) de los productos básicos en los que suelen estar especializadas y porque la demanda de importaciones se está reduciendo en todo el mundo a consecuencia de la pérdida de ingresos y de la paralización de los transportes. Además, y a diferencia de lo que pasó en 2008, la demanda exterior de China está siendo menor, de modo que no ayudará tanto como antes a «tirar» de las economías más atrasadas. Y, para colmo, muchas de las cadenas globales de suministro se encuentran no sólo detenidas sino algunas literalmente destrozadas a causa de los confinamientos.
En segundo lugar, los países emergentes hacen frente a la crisis en peores condiciones que en otras ocasiones porque las políticas aplicadas tras la de 2008 los han hecho todavía más vulnerables desde el punto de vista financiero. Ahora disponen de menos reservas, la deuda ha aumentado y una mayor parte de ella ha pasado a estar en manos de acreedores más exigentes y peligrosos, y a estar registrada en dólares. Y al deteriorarse las condiciones financieras mundiales van a tener muchos problemas para poder renovar la deuda, no ya en 2021 sino incluso este año (en 2020 la totalidad de los países emergentes deberán pagar 1,6 billones de deuda, de los cuales casi la tercera parte corresponde a los más pobres de entre los países pobres).
La depreciación casi generalizada de sus monedas empeora todo lo anterior y aumenta una factura ya de por sí muy difícil de afrontar.
En tercer lugar, también van a sufrir ahora mucho más que en 2008 porque la salida a esa última crisis llevó consigo el debilitamiento de sus sectores públicos y, en particular, de sus sistemas fiscales, siguiendo los dictados que constantemente imponen los grandes organismos internacionales; y también porque en todo el mundo han aumentado los flujos de capital ilícito, las finanzas a la sombra, la evasión de capitales y las inversiones especulativas que hacen que todas las economías -pero en mayor medida la ya de por sí más vulnerables- se encuentren ahora en condiciones de creciente fragilidad.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) calcula, en el informe del que he sacado los datos anteriores (aquí), que las malas condiciones económicas generales y todas esas circunstancias a las que acabo de hacer referencia pueden hacer que los países emergentes pierdan este año unos 800.000 millones de dólares de ingresos, una buena parte de ellos por la caída de las remeses que les proporciona su población emigrante hacia los países más ricos.
La tentación de estos últimos es olvidarse, como siempre viene ocurriendo, de los más pobres ahora que están concentrados en salvar a sus propias economías, a sus empresas y hogares, con las ayudas que, con más o menos generosidad, pueden proporcionarles gracias a que son eso, los países más ricos del mundo.
Una actitud no sólo egoísta, sino a la larga suicida.
Nuestro planeta, la economía mundial en su conjunto, no está formada por un montón de cajones estancos. Se pueden cerrar las fronteras para que no pasen personas, capitales o mercancías, pero no para evitar que las crisis se propaguen de un lugar a otro. Las economías dependen entre sí y es imposible que las más ricas salgan adelante, que puedan sortear sus propias crisis y gozar de mínima estabilidad, si las demás se vienen abajo. El colapso de las economías en los países pobres producirá caídas en las exportaciones e importaciones globales, cortes de suministros, impagos en cadena, tensiones sociales, flujos migratorios y multitud de otros problemas que terminarán por afectar a quienes ahora creen que puede ponerse a salvo salvándose sólo a ellos mismos. Lo mismo que a Alemania o a Holanda no le servirá de mucho salvar a sus empresas proporcionándoles ayudas multimillonarias si las economías del resto de Europa a quienes les venden sus mercancías se vienen abajo o terminan boicoteando sus productos para censurar su política egoísta, tampoco los países más ricos del planeta podrán salir adelante si se siguen olvidando de los más pobres.
Los problemas globales que estamos viviendo en nuestro planeta necesitan, quizá más que nunca, perspectivas y soluciones globales, instituciones y políticas a escala planetaria capaces de proporcionar, eso sí, los recursos y condiciones que hagan posible que se den respuestas en lo espacios y a las gentes concretas que sufren las adversidades y las carencias particulares.
Nos estamos centrando en lo que pasa en los países que disponen de recursos para hacer frente a la pandemia y nos olvidamos de la mayor parte de la humanidad, sin percatarnos que eso nos supone a medio plazo un peligro quizá mucho mayor.
Es imprescindible garantizar que los países más pobres dispongan de liquidez suficiente para enfrentarse a la pandemia, hay que establecer controles a los movimientos de capital para evitar que los flujos especulativos los arruinen, evitar que se ahoguen en la deuda suspendiendo el pago y estableciendo con urgencia un proceso internacional de reestructuración y jubileo, hay que aumentar la ayuda al desarrollo y, lo más importante, hay que reconsiderar las condiciones tan injustas e ineficientes en que se desenvuelve el comercio y las finanzas internacionales.
A los países ricos les pasa lo que decía Francis Bacon que ocurre a los seres egoístas: son capaces de provocar un incendio en casa del vecino para freírse un huevo.
Incendiamos de pobreza a la inmensa mayoría de la población mundial para freír en su sufrimiento el huevo de nuestros privilegios de ricos, sin darnos cuenta de que las llamas se propagan sin remedio y que nos asfixiaremos todos si no las apagamos cuanto antes de la única forma en que puede apagarse el incendio de la pobreza, con justicia, respeto, ayuda mutua y solidaridad.
Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y ‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’
Fuente:
https://blogs.publico.es/juantorres/2020/05/26/los-olvidados/
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domingo, 31 de mayo de 2020
_- Seis ideas filosóficas para reflexionar sobre la pandemia. El trabajo de los filósofos consiste en incordiar y “señalar lo que debe ser destruido para no repetir errores”
_- El vecino de Eduardo Infante subió a hablar con él sobre la pandemia. Estaba angustiado y quería conocer su opinión sobre todo lo que estaba ocurriendo. Infante lo invitó a pasar y estuvieron charlando un buen rato, intercambiando opiniones e intentando buscarle algo de sentido al confinamiento y a la enfermedad.
Infante no es científico, ni médico, ni psicólogo: es profesor de Filosofía en un instituto de Gijón y autor del libro Filosofía en la calle. Según cuenta a Verne, lo que pudo aportar a la conversación fue algo de “perspectiva, estuvimos hablando sobre cómo nuestra generación no se había preparado para algo así —Infante nació a finales de los setenta y su vecino es algo mayor—. La historia nos muestra que las situaciones adversas forman parte de la vida del ser humano. ¿Por qué íbamos nosotros a ser especiales y no íbamos a enfrentarnos a ninguna gran crisis?”. Es decir, la pregunta no era tanto “¿por qué nos está pasando esto?” como “¿por qué no nos iba a pasar?”.
La filosofía no va a ayudarnos a encontrar la vacuna contra la enfermedad, ni nada parecido, pero en una situación como la actual, llena de incertidumbres, es cuando se muestra más necesaria, como explica Eurídice Cabañes, filósofa especializada en tecnología. El pensamiento crítico “es imprescindible” no solo para intentar buscar algo de sentido a lo que está pasando, sino también para “reevaluar las condiciones del mundo tras la pandemia”. Y las de antes de la enfermedad: Ana Carrasco Conde, autora de En torno a la crueldad, apunta que esta crisis también ha puesto de relieve problemas estructurales. La tarea de los filósofos consiste, en gran medida, en “incordiar, ver dónde se producen estos problemas” y “señalar lo que debe ser destruido para no repetir errores”.
Hemos pedido a cinco filósofos de campos diferentes que nos den alguna idea que nos pueda servir como herramienta para poner en práctica este pensamiento crítico, por si nos sentimos tan perdidos como el vecino de Infante. Esto es lo que nos han dicho:
1. La importancia de la investigación científica. Eulalia Pérez Sedeño, profesora en el Instituto de Filosofía del CSIC y autora de Las 'mentiras' científicas sobre las mujeres, explica que la pandemia ha puesto de manifiesto “la necesidad de que el Estado financie la ciencia básica” para garantizar la investigación en campos en los que “los beneficios pueden no ser inmediatos”. Ni siquiera a medio plazo.
Pone el ejemplo de Margarita Salas, bióloga que creó una tecnología que revolucionó las pruebas de ADN y cuya patente ha reportado al CSIC más de seis millones de euros. No lo hizo buscando ninguna aplicación práctica: el objetivo de sus investigaciones en biología molecular era aprender más sobre cómo funciona el ADN y cómo se transmite la información que contiene. La propia Salas, fallecida en 2019, explicó que “hay que hacer investigación básica de calidad, pues de esta investigación saldrán resultados que no son previsibles a priori y que redundarán en beneficio de la sociedad",
Pérez Sedeño añade que es importante que esta investigación se haga en entidades públicas, ya que así es más fácil que los resultados “estén al alcance de todo el mundo”. De este modo no entraría en juego la necesidad de obtener beneficios rápidamente como ocurre con las farmacéuticas privadas. Y como podría pasar con la vacuna de la covid-19.
2. El postureo moral. Así traduce Antonio Gaitán, coautor de Una introducción a la ética experimental, el concepto “moral grandstanding”, acuñado por Justin Tosi y Brandon Warmke en un artículo de 2016. Con este término, que también se puede traducir por “exhibicionismo moral”, estos filósofos estadounidenses se refieren a los discursos exagerados e hipermoralistas, que muestran una indignación impostada o fuera de tono. El objetivo no es exponer razones, alimentar un debate o llegar a acuerdos con los demás, sino que los interlocutores (o seguidores en redes sociales) puedan ver que estamos en el bando que consideramos correcto, el "de los buenos".
Se trata de una actitud, explica Gaitán, que “devalúa el debate moral”. Hace más difícil llegar a acuerdos y contribuye a la polarización, además de dar una falsa sensación de consenso, como cuando un político dice que algo es de sentido común sin que lo sea necesariamente. Este exhibicionismo de la indignación y de la moralina “incrementa la intolerancia hacia las ideas ajenas”, lo que además acaba provocando que se expulse a mucha gente del debate público, dejando la conversación en manos de los más agresivos o grandilocuentes.
El concepto “está muy en línea con hallazgos recientes sobre cómo el comportamiento de grupo afecta a las creencias”, explica Gaitán, mencionando el filtro burbuja y las cámaras de eco. Tosi y Warmke advierten en su libro Grandstanding, recientemente publicado, de dos cosas a tener en cuenta: primero, que no es una actitud exclusiva de derechas o de izquierdas (aunque sí hay más tendencia en las personas situadas en los extremos) y, segundo, que nos resulta muy fácil advertir el postureo en los demás, pero, en cambio, no caemos en la cuenta cuando lo hacemos nosotros.
3. La soberanía tecnológica. Eurídice Cabañes, fundadora de la asociación cultural Arsgames, recuerda que, con el confinamiento, el espacio público está siendo estos días casi por entero digital: “Hemos dejado de habitar las calles e interactuamos a través de espacios digitales”. Estos espacios son de gestión privada y no pública, con normas de participación decididas por corporaciones. “La ciudadanía digital está privatizada, incluso en el caso de las entidades públicas”, que tienen, por ejemplo, contratos de almacenamiento digital con Amazon.
Cabañes también recuerda que muchas escuelas están usando para las clases a distancia la Suite de Google, entre otras aplicaciones similares, que puede almacenar y vender datos a terceros. Esta práctica puede ser especialmente peligrosa en ámbitos como la educación y la sanidad. Todo esto no es nuevo, pero “el confinamiento ha supuesto un salto brutal. Por ejemplo, todas las clases han pasado de presenciales a digitales de un plumazo”.
La soberanía tecnológica apuesta por iniciativas de software libre (es decir, modificable para adaptarlo a usos concretos, por ejemplo) que sean menos intrusivas con nuestra privacidad y nuestros datos. Cabañes recuerda que hay propuestas que ya están en marcha, además de productos y servicios accesibles: “Por ejemplo, se puede usar Jitsi en lugar de Zoom, que es mucho más respetuoso con la información privada”. También propone incentivar iniciativas locales, introduciendo la idea de “tecnología situada, por analogía con el conocimiento situado que proponía la filósofa Donna Haraway". Es decir, en contexto y aplicado a necesidades concretas y no globales.
Otro aspecto relacionado es el de la necesidad de fijarnos en la igualdad de acceso a estas nuevas tecnologías. Eulalia Pérez Sedeño recuerda cómo estas desigualdades se han puesto de manifiesto con las clases a distancia de escuelas y universidades. El confinamiento ha afectado de manera más grave a familias desfavorecidas sin medios ni recursos, como ordenadores para conectarse y atender a estas clases.
4. El cosmopolitismo. Para Eduardo Infante, “una de las cosas que nos ha mostrado el virus es la artificiosidad de nuestras fronteras y las incapacidades del Estado-nación”. El filósofo recuerda que “lo que estamos viviendo es un problema global". Los virus "no distinguen naciones ni clases sociales, y los problemas globales exigen soluciones globales”. Infante apunta que “esta crisis nos desvela, una vez más, que somos vulnerables e interdependientes”. Y añade: “El orgullo de sentirse español, catalán o estadounidense, no cura esta enfermedad y ninguna bandera detiene el virus”.
Infante compara nuestra situación con la Grecia helenística (siglos IV-I antes de Cristo). Era “una época muy parecida a la nuestra: de profunda crisis e incertidumbre” y fue cuando muchos pensadores propusieron el modelo cosmopolita. Cuando a Diógenes el Cínico le preguntaron por su nacionalidad, respondió: “Soy ciudadano del mundo”. Hierocles, filósofo estoico del siglo II, “afirmaba que en nuestras relaciones con los demás vamos construyendo círculos concéntricos en función de la proximidad". La propuesta de Hierocles consiste en "tratar a las personas de los círculos exteriores como tratamos a las de los interiores: a nuestros vecinos como familiares y a cualquier ser humano como mi compatriota”.
5. El allanamiento epistémico. Este allanamiento ocurre cuando un experto en un terreno rebasa de forma clara su campo de estudio y habla de un tema sobre el que carece de datos o de los conocimientos para evaluar esos datos. El término fue acuñado por el filósofo estadounidense Nathan Ballantyne en un artículo de 2016.
El allanamiento no tiene por qué ser negativo. De hecho, a veces es necesario: muchas de las preguntas que tratan de responder ciencias y humanidades son “híbridas”. Por ejemplo, escribe Ballantyne, para saber qué causó la extinción del cretácico-paleógeno hace falta contar con el trabajo de “paleontólogos, geólogos, climatólogos y oceanógrafos, entre otros”.
El problema viene cuando se cae en la tentación de opinar sobre algo que desconocemos. Por ejemplo, ¿estoy seguro de que esto que voy a tuitear sobre la covid-19 está bien fundamentado o, por el contrario, estoy contribuyendo al ruido y a la desinformación?
Para evitar este allanamiento hay tres respuestas posibles. Dos de ellas son obvias: formarnos en esas disciplinas o reducir el foco de nuestra investigación. Ballantyne recuerda al respecto con ironía que “tanto el trabajo duro como la modestia son incómodos”. La tercera vía, que es la que le parece más interesante a Antonio Gaitán -quien nos ha propuesto la idea-, pasa por la colaboración entre profesionales de diferentes ámbitos.
Gaitán cree que es conveniente aplicar este concepto también a los filósofos: “En muchas ocasiones, traspasamos la barrera de nuestra disciplina. No es algo malo en sí mismo, pero sí es problemático y una señal de arrogancia”. El profesor de la Universidad Carlos III opina que hace falta “mucha reflexión a nivel metodológico y conceptual: qué hacemos, qué nos interesa y qué podemos decir sin allanar dominios ajenos, teniendo en cuenta nuestra tradición y la posibilidad de dar con hallazgos robustos”.
6. Meditar sobre la muerte (y sobre la vida). Desde la propia filosofía se ha intentado ver la muerte con indiferencia (como proponía Epicteto), como una ganancia (Sócrates) o como un mal, una pérdida (Sartre). Pero Ana Carrasco Conde propone cuestionar que sea una frontera, un límite o un final de trayecto: “No somos mortales al final de nuestra vida, sino durante toda ella”.
Vida y muerte “no son conceptos antagónicos, sino que son en gran medida complementarios”, explica la filósofa. La autora propone tener en cuenta no solo la duración de la vida sino, sobre todo, su intensidad, para “llenarla de sentido y de algo que nos realice a nosotros mismos”, que no suele ser ni el trabajo ni los productos que acumulamos. Y resume: “Lo contrario a vivir no es morir, sino malvivir”. Y aprender a morir, un tema filosófico clásico, es en realidad “aprender a vivir”.
Coincide Eduardo Infante, que sobre este tema recuerda que “vivimos de espaldas a la muerte como si fuera algo que le ocurre a los demás, pero no a nosotros. Esta manera de pensar provoca que llevemos vidas inauténticas, en las que las cosas dejan de ser un medio y se vuelven un fin en sí mismas”.
Todo esto también está relacionado con la pérdida, es decir, no solo hemos de reflexionar acerca de nuestra muerte, sino también sobre la de nuestros seres queridos. Carrasco Conde explica que esta ausencia es dolorosa, pero al recordar a las personas que nos dejan, al hacer que protagonicen nuestros relatos, “el otro forma parte de tu vida, de tu vivir”. La filósofa también señala que las dificultades para despedirse de los seres queridos estos días pueden hacer especialmente difícil esta transición.
https://verne.elpais.com/verne/2020/05/22/articulo/1590144101_955396.html
Infante no es científico, ni médico, ni psicólogo: es profesor de Filosofía en un instituto de Gijón y autor del libro Filosofía en la calle. Según cuenta a Verne, lo que pudo aportar a la conversación fue algo de “perspectiva, estuvimos hablando sobre cómo nuestra generación no se había preparado para algo así —Infante nació a finales de los setenta y su vecino es algo mayor—. La historia nos muestra que las situaciones adversas forman parte de la vida del ser humano. ¿Por qué íbamos nosotros a ser especiales y no íbamos a enfrentarnos a ninguna gran crisis?”. Es decir, la pregunta no era tanto “¿por qué nos está pasando esto?” como “¿por qué no nos iba a pasar?”.
La filosofía no va a ayudarnos a encontrar la vacuna contra la enfermedad, ni nada parecido, pero en una situación como la actual, llena de incertidumbres, es cuando se muestra más necesaria, como explica Eurídice Cabañes, filósofa especializada en tecnología. El pensamiento crítico “es imprescindible” no solo para intentar buscar algo de sentido a lo que está pasando, sino también para “reevaluar las condiciones del mundo tras la pandemia”. Y las de antes de la enfermedad: Ana Carrasco Conde, autora de En torno a la crueldad, apunta que esta crisis también ha puesto de relieve problemas estructurales. La tarea de los filósofos consiste, en gran medida, en “incordiar, ver dónde se producen estos problemas” y “señalar lo que debe ser destruido para no repetir errores”.
Hemos pedido a cinco filósofos de campos diferentes que nos den alguna idea que nos pueda servir como herramienta para poner en práctica este pensamiento crítico, por si nos sentimos tan perdidos como el vecino de Infante. Esto es lo que nos han dicho:
1. La importancia de la investigación científica. Eulalia Pérez Sedeño, profesora en el Instituto de Filosofía del CSIC y autora de Las 'mentiras' científicas sobre las mujeres, explica que la pandemia ha puesto de manifiesto “la necesidad de que el Estado financie la ciencia básica” para garantizar la investigación en campos en los que “los beneficios pueden no ser inmediatos”. Ni siquiera a medio plazo.
Pone el ejemplo de Margarita Salas, bióloga que creó una tecnología que revolucionó las pruebas de ADN y cuya patente ha reportado al CSIC más de seis millones de euros. No lo hizo buscando ninguna aplicación práctica: el objetivo de sus investigaciones en biología molecular era aprender más sobre cómo funciona el ADN y cómo se transmite la información que contiene. La propia Salas, fallecida en 2019, explicó que “hay que hacer investigación básica de calidad, pues de esta investigación saldrán resultados que no son previsibles a priori y que redundarán en beneficio de la sociedad",
Pérez Sedeño añade que es importante que esta investigación se haga en entidades públicas, ya que así es más fácil que los resultados “estén al alcance de todo el mundo”. De este modo no entraría en juego la necesidad de obtener beneficios rápidamente como ocurre con las farmacéuticas privadas. Y como podría pasar con la vacuna de la covid-19.
2. El postureo moral. Así traduce Antonio Gaitán, coautor de Una introducción a la ética experimental, el concepto “moral grandstanding”, acuñado por Justin Tosi y Brandon Warmke en un artículo de 2016. Con este término, que también se puede traducir por “exhibicionismo moral”, estos filósofos estadounidenses se refieren a los discursos exagerados e hipermoralistas, que muestran una indignación impostada o fuera de tono. El objetivo no es exponer razones, alimentar un debate o llegar a acuerdos con los demás, sino que los interlocutores (o seguidores en redes sociales) puedan ver que estamos en el bando que consideramos correcto, el "de los buenos".
Se trata de una actitud, explica Gaitán, que “devalúa el debate moral”. Hace más difícil llegar a acuerdos y contribuye a la polarización, además de dar una falsa sensación de consenso, como cuando un político dice que algo es de sentido común sin que lo sea necesariamente. Este exhibicionismo de la indignación y de la moralina “incrementa la intolerancia hacia las ideas ajenas”, lo que además acaba provocando que se expulse a mucha gente del debate público, dejando la conversación en manos de los más agresivos o grandilocuentes.
El concepto “está muy en línea con hallazgos recientes sobre cómo el comportamiento de grupo afecta a las creencias”, explica Gaitán, mencionando el filtro burbuja y las cámaras de eco. Tosi y Warmke advierten en su libro Grandstanding, recientemente publicado, de dos cosas a tener en cuenta: primero, que no es una actitud exclusiva de derechas o de izquierdas (aunque sí hay más tendencia en las personas situadas en los extremos) y, segundo, que nos resulta muy fácil advertir el postureo en los demás, pero, en cambio, no caemos en la cuenta cuando lo hacemos nosotros.
3. La soberanía tecnológica. Eurídice Cabañes, fundadora de la asociación cultural Arsgames, recuerda que, con el confinamiento, el espacio público está siendo estos días casi por entero digital: “Hemos dejado de habitar las calles e interactuamos a través de espacios digitales”. Estos espacios son de gestión privada y no pública, con normas de participación decididas por corporaciones. “La ciudadanía digital está privatizada, incluso en el caso de las entidades públicas”, que tienen, por ejemplo, contratos de almacenamiento digital con Amazon.
Cabañes también recuerda que muchas escuelas están usando para las clases a distancia la Suite de Google, entre otras aplicaciones similares, que puede almacenar y vender datos a terceros. Esta práctica puede ser especialmente peligrosa en ámbitos como la educación y la sanidad. Todo esto no es nuevo, pero “el confinamiento ha supuesto un salto brutal. Por ejemplo, todas las clases han pasado de presenciales a digitales de un plumazo”.
La soberanía tecnológica apuesta por iniciativas de software libre (es decir, modificable para adaptarlo a usos concretos, por ejemplo) que sean menos intrusivas con nuestra privacidad y nuestros datos. Cabañes recuerda que hay propuestas que ya están en marcha, además de productos y servicios accesibles: “Por ejemplo, se puede usar Jitsi en lugar de Zoom, que es mucho más respetuoso con la información privada”. También propone incentivar iniciativas locales, introduciendo la idea de “tecnología situada, por analogía con el conocimiento situado que proponía la filósofa Donna Haraway". Es decir, en contexto y aplicado a necesidades concretas y no globales.
Otro aspecto relacionado es el de la necesidad de fijarnos en la igualdad de acceso a estas nuevas tecnologías. Eulalia Pérez Sedeño recuerda cómo estas desigualdades se han puesto de manifiesto con las clases a distancia de escuelas y universidades. El confinamiento ha afectado de manera más grave a familias desfavorecidas sin medios ni recursos, como ordenadores para conectarse y atender a estas clases.
4. El cosmopolitismo. Para Eduardo Infante, “una de las cosas que nos ha mostrado el virus es la artificiosidad de nuestras fronteras y las incapacidades del Estado-nación”. El filósofo recuerda que “lo que estamos viviendo es un problema global". Los virus "no distinguen naciones ni clases sociales, y los problemas globales exigen soluciones globales”. Infante apunta que “esta crisis nos desvela, una vez más, que somos vulnerables e interdependientes”. Y añade: “El orgullo de sentirse español, catalán o estadounidense, no cura esta enfermedad y ninguna bandera detiene el virus”.
Infante compara nuestra situación con la Grecia helenística (siglos IV-I antes de Cristo). Era “una época muy parecida a la nuestra: de profunda crisis e incertidumbre” y fue cuando muchos pensadores propusieron el modelo cosmopolita. Cuando a Diógenes el Cínico le preguntaron por su nacionalidad, respondió: “Soy ciudadano del mundo”. Hierocles, filósofo estoico del siglo II, “afirmaba que en nuestras relaciones con los demás vamos construyendo círculos concéntricos en función de la proximidad". La propuesta de Hierocles consiste en "tratar a las personas de los círculos exteriores como tratamos a las de los interiores: a nuestros vecinos como familiares y a cualquier ser humano como mi compatriota”.
5. El allanamiento epistémico. Este allanamiento ocurre cuando un experto en un terreno rebasa de forma clara su campo de estudio y habla de un tema sobre el que carece de datos o de los conocimientos para evaluar esos datos. El término fue acuñado por el filósofo estadounidense Nathan Ballantyne en un artículo de 2016.
El allanamiento no tiene por qué ser negativo. De hecho, a veces es necesario: muchas de las preguntas que tratan de responder ciencias y humanidades son “híbridas”. Por ejemplo, escribe Ballantyne, para saber qué causó la extinción del cretácico-paleógeno hace falta contar con el trabajo de “paleontólogos, geólogos, climatólogos y oceanógrafos, entre otros”.
El problema viene cuando se cae en la tentación de opinar sobre algo que desconocemos. Por ejemplo, ¿estoy seguro de que esto que voy a tuitear sobre la covid-19 está bien fundamentado o, por el contrario, estoy contribuyendo al ruido y a la desinformación?
Para evitar este allanamiento hay tres respuestas posibles. Dos de ellas son obvias: formarnos en esas disciplinas o reducir el foco de nuestra investigación. Ballantyne recuerda al respecto con ironía que “tanto el trabajo duro como la modestia son incómodos”. La tercera vía, que es la que le parece más interesante a Antonio Gaitán -quien nos ha propuesto la idea-, pasa por la colaboración entre profesionales de diferentes ámbitos.
Gaitán cree que es conveniente aplicar este concepto también a los filósofos: “En muchas ocasiones, traspasamos la barrera de nuestra disciplina. No es algo malo en sí mismo, pero sí es problemático y una señal de arrogancia”. El profesor de la Universidad Carlos III opina que hace falta “mucha reflexión a nivel metodológico y conceptual: qué hacemos, qué nos interesa y qué podemos decir sin allanar dominios ajenos, teniendo en cuenta nuestra tradición y la posibilidad de dar con hallazgos robustos”.
6. Meditar sobre la muerte (y sobre la vida). Desde la propia filosofía se ha intentado ver la muerte con indiferencia (como proponía Epicteto), como una ganancia (Sócrates) o como un mal, una pérdida (Sartre). Pero Ana Carrasco Conde propone cuestionar que sea una frontera, un límite o un final de trayecto: “No somos mortales al final de nuestra vida, sino durante toda ella”.
Vida y muerte “no son conceptos antagónicos, sino que son en gran medida complementarios”, explica la filósofa. La autora propone tener en cuenta no solo la duración de la vida sino, sobre todo, su intensidad, para “llenarla de sentido y de algo que nos realice a nosotros mismos”, que no suele ser ni el trabajo ni los productos que acumulamos. Y resume: “Lo contrario a vivir no es morir, sino malvivir”. Y aprender a morir, un tema filosófico clásico, es en realidad “aprender a vivir”.
Coincide Eduardo Infante, que sobre este tema recuerda que “vivimos de espaldas a la muerte como si fuera algo que le ocurre a los demás, pero no a nosotros. Esta manera de pensar provoca que llevemos vidas inauténticas, en las que las cosas dejan de ser un medio y se vuelven un fin en sí mismas”.
Todo esto también está relacionado con la pérdida, es decir, no solo hemos de reflexionar acerca de nuestra muerte, sino también sobre la de nuestros seres queridos. Carrasco Conde explica que esta ausencia es dolorosa, pero al recordar a las personas que nos dejan, al hacer que protagonicen nuestros relatos, “el otro forma parte de tu vida, de tu vivir”. La filósofa también señala que las dificultades para despedirse de los seres queridos estos días pueden hacer especialmente difícil esta transición.
https://verne.elpais.com/verne/2020/05/22/articulo/1590144101_955396.html
sábado, 30 de mayo de 2020
El sabio y la mariposa
Miguel Ángel Santos Guerra
Estamos en plena desescalada. Parece que ya se ve alguna claridad al final del túnel, aunque todavía quede mucho camino por recorrer hasta salir a plena luz . Un camino lleno de miedo y de muertes que solo podremos recorrer con esfuerzo, disciplina y esperanza. Hemos avanzado en la buena dirección. Del 35% de contagio hemos pasado a 0,2% y de 900 muertos diarios hemos pasado a menos de 50. Como decía Winston Churchill tras El Alamein, “esto no es el fin, ni el principio del fin, pero sí es el fin del principio”. Para que sigamos avanzando tenemos que poner cada uno nuestro mayor esfuerzo. Ahora todo depende de nosotros y nosotras. Es la hora de la gente.
En los primeros compases de la crisis fue la hora de los políticos. Tuvieron que tomar medidas rápidas, improvisadas, duras, arriesgadas, difíciles. Tuvieron que sostener la economía con decisiones novedosas, urgentes y solidarias para que nadie quedase en el camino por no poder satisfacer las necesidades básicas.
Luego fue la hora de los sanitarios y las sanitarias, que tuvieron que hacer frente a una avalancha de enfermos y enfermas que necesitaban camas, cuidados y remedios. Se vieron obligados a trabajar con un altísimo riesgo y con escasos medios, bordeando siempre el abismo del colapso.
Llegó también la hora de los militares y de los policías que pusieron su actividad al servicio de la desinfección, la vigilancia, la seguridad y el orden, arriesgando sus vidas y luchando contra el miedo a un posible contagio.
Y luego les llegó la hora a aquellos servicios y comercios que proveían de artículos de primera necesidad con el fin de que pudiéramos satisfacer las necesidades más apremiantes: supermercados, farmacias, panaderías…
Luego llegó la hora del profesorado que tuvo que hacer frente a unos compromisos docentes y evaluadores llenos de exigencia que necesitaron de esfuerzo, ingenio y coraje suplementarios. Porque nunca había tenido que trabajar en esas circunstancias. Porque lo hacía desde sus casas, con tareas domésticas e hijos a los que cuidar.
No es tan diacrónica la lista, ya lo sé. Tiene, más bien, carácter sincrónico, pero era necesaria la enumeración para hacer patente su relevancia en la crisis. No es que haya desaparecido o disminuido la necesidad de la acción de todos estos agentes, pero creo que este es el momento de cada ciudadano. Es la hora de la responsabilidad. Sé que no es fácil. Una cosa es esconderse del virus en la casa y otra luchar contra él en la calle. Aun queriéndolo hacer bien no es nada fácil. Pero hay que querer hacerlo bien.
Ha llegado la hora de la gente, como decía. La hora de la responsabilidad ciudadana. Ahora somos nosotros, todos y cada uno, quienes debemos dar muestras de seriedad, exigencia y compromiso con el bien común.
Tenemos la obligación de conocer al dedillo la normativa vigente. Tenemos que saber cuándo, cómo, a dónde y durante cuánto tiempo se puede salir. Y qué se puede hacer en esas salidas. Y que desde el jueves pasado es obligatorio el uso de mascarillas. Tenemos que cumplir escrupulosamente cada una de las normas, tanto las de higiene como las de distancia o movilidad.
Y tenemos que ayudar a que otras personas cumplan las normas, especialmente aquellos y aquellas que dependen de nosotros. No podemos ser testigos impasibles de cómo nuestros hijos e hijas, por ejemplo, se saltan las normas y nos exponen a todos al contagio.
No es la hora de la crítica. Es la hora de la acción. No es la hora del individualismo sino la hora de la solidaridad. No es la hora de la inconsciencia sino del comportamiento responsable. No podemos traicionar el esfuerzo de todos y todas quienes han trabajado y siguen trabajando denodadamente. No podemos echar por la borda, a través de comportamientos irresponsables, aquellos logros ya conseguidos.
“Es incorrecto e inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos”, decía Gandhi. Da la impresión de que algunas personas no son conscientes de los efectos de sus acciones. Pareciera que fuesen niños sin uso de razón o enajenados que no tienen capacidad de discernimiento.
He visto en la televisión (y en la calle) aglomeraciones estúpidas, contactos irresponsables, desplazamientos inadmisibles a segundas residencias, encuentros prohibidos, comportamientos inconscientes, rupturas injustificadas del confinamiento…
Nadie puede declararse a sí mismo una excepción. Nadie tiene derecho a convertirse en una fuente de contagio. Nadie debe pensar que es lo mismo hacer las cosas bien que hacerlas mal. Esta es una llamada a la sensatez, al sentido común y al sentido de lo común. Nos estamos jugando el presente y el futuro. Es la hora de pensar lo que sucedería si todos actuasen como nosotros.
No tienen que ser las multas el principal elemento disuasorio, sino el sentido del deber ciudadano. La responsabilidad de ser respetuosos y solidarios. Me pregunto en este momento por la educación que hemos recibido en las escuelas. ¿Qué tipo de ciudadanos somos hoy? ¿Hemos aprendido a pensar en la escuela y en a universidad? ¿Hemos aprendido que las causas producen unos efectos de manera inexorable? ¿Hemos aprendido a ser solidarios, responsables, compasivos? ¿Qué hemos aprendido si no? “La libertad significa responsabilidad. Por eso la mayoría de las personas la temen”, decía George Bernard Shaw.
He contado alguna vez la siguiente historia, de autor anónimo, que ahora quiero compartir con el lector o lectora para avivar estas reflexiones sobre la responsabilidad y la libertad. Sobre los diversos determinismos que, a veces, nos atan al enajenamiento.
Había un viudo que vivía con sus dos hijas, curiosas e inteligentes. Las niñas siempre hacían muchas preguntas. Él sabía responder algunas, otras no.
Como pretendía ofrecerles la mejor educación, mandó a las niñas de vacaciones con un sabio que vivía en lo alto de una colina. El sabio siempre respondía a las preguntas sin la menor vacilación. Impacientes con el sabio, las niñas decidieron inventar una pregunta que él no sabría responder.
Una de ellas apareció con una hermosa mariposa azul que utilizaría para engañar al sabio.
– ¿Qué vas a hacer?, preguntó la hermana.
Voy a esconder la mariposa en mis manos y voy a preguntar al sabio si está viva o muerta. Si él dijese que está muerta, abriré mis manos y la dejaré volar. Si dice que está viva, la apretaré y la aplastaré. Y así, cualquiera que sea su respuesta, será una respuesta equivocada.
Las dos niñas fueron entonces al encuentro del sabio, que estaba meditando.
– Tengo aquí una mariposa azul, dijo una de las hermanas. Dígame, sabio, ¿está viva o está muerta?
Con mucha calma, el sabio sonrió y respondió:
– Depende de ti… Ella está en tus manos.
Así es nuestra vida, nuestro presente y nuestro futuro. No debemos culpar a nadie cuando algo falle porque somos nosotros los responsables por aquello que conquistamos (o no conquistamos). Nuestra vida está en nuestras manos como la mariposa azul. Nos toca a nosotros escoger qué hacer con ella. Depende de nosotros mismos el hacerla respetable o indecente, salvífica o destructiva. Muchas veces la hacemos depender del pensamiento de otros, de las actitudes de los otros, de las decisiones de los otros, de las condiciones que nos rodean. El determinismo nos entrega al conformismo, al desaliento y a la irresponsabilidad. Pero en realidad somos nosotros quienes podemos salvarnos o hundirnos.
Dice Stephen Covey: “La clave es tomar la responsabilidad y la iniciativa, decidir de qué trata tu vida y priorizarla alrededor de las cosas más importantes”. Y ya sabemos que las cosas más importantes de la vida no son las cosas. Son las personas, que tienen por el hecho de serlo, una dignidad consustancial y unos derechos inalienables.
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/05/23/la-hora-de-la-gente/
Estamos en plena desescalada. Parece que ya se ve alguna claridad al final del túnel, aunque todavía quede mucho camino por recorrer hasta salir a plena luz . Un camino lleno de miedo y de muertes que solo podremos recorrer con esfuerzo, disciplina y esperanza. Hemos avanzado en la buena dirección. Del 35% de contagio hemos pasado a 0,2% y de 900 muertos diarios hemos pasado a menos de 50. Como decía Winston Churchill tras El Alamein, “esto no es el fin, ni el principio del fin, pero sí es el fin del principio”. Para que sigamos avanzando tenemos que poner cada uno nuestro mayor esfuerzo. Ahora todo depende de nosotros y nosotras. Es la hora de la gente.
En los primeros compases de la crisis fue la hora de los políticos. Tuvieron que tomar medidas rápidas, improvisadas, duras, arriesgadas, difíciles. Tuvieron que sostener la economía con decisiones novedosas, urgentes y solidarias para que nadie quedase en el camino por no poder satisfacer las necesidades básicas.
Luego fue la hora de los sanitarios y las sanitarias, que tuvieron que hacer frente a una avalancha de enfermos y enfermas que necesitaban camas, cuidados y remedios. Se vieron obligados a trabajar con un altísimo riesgo y con escasos medios, bordeando siempre el abismo del colapso.
Llegó también la hora de los militares y de los policías que pusieron su actividad al servicio de la desinfección, la vigilancia, la seguridad y el orden, arriesgando sus vidas y luchando contra el miedo a un posible contagio.
Y luego les llegó la hora a aquellos servicios y comercios que proveían de artículos de primera necesidad con el fin de que pudiéramos satisfacer las necesidades más apremiantes: supermercados, farmacias, panaderías…
Luego llegó la hora del profesorado que tuvo que hacer frente a unos compromisos docentes y evaluadores llenos de exigencia que necesitaron de esfuerzo, ingenio y coraje suplementarios. Porque nunca había tenido que trabajar en esas circunstancias. Porque lo hacía desde sus casas, con tareas domésticas e hijos a los que cuidar.
No es tan diacrónica la lista, ya lo sé. Tiene, más bien, carácter sincrónico, pero era necesaria la enumeración para hacer patente su relevancia en la crisis. No es que haya desaparecido o disminuido la necesidad de la acción de todos estos agentes, pero creo que este es el momento de cada ciudadano. Es la hora de la responsabilidad. Sé que no es fácil. Una cosa es esconderse del virus en la casa y otra luchar contra él en la calle. Aun queriéndolo hacer bien no es nada fácil. Pero hay que querer hacerlo bien.
Ha llegado la hora de la gente, como decía. La hora de la responsabilidad ciudadana. Ahora somos nosotros, todos y cada uno, quienes debemos dar muestras de seriedad, exigencia y compromiso con el bien común.
Tenemos la obligación de conocer al dedillo la normativa vigente. Tenemos que saber cuándo, cómo, a dónde y durante cuánto tiempo se puede salir. Y qué se puede hacer en esas salidas. Y que desde el jueves pasado es obligatorio el uso de mascarillas. Tenemos que cumplir escrupulosamente cada una de las normas, tanto las de higiene como las de distancia o movilidad.
Y tenemos que ayudar a que otras personas cumplan las normas, especialmente aquellos y aquellas que dependen de nosotros. No podemos ser testigos impasibles de cómo nuestros hijos e hijas, por ejemplo, se saltan las normas y nos exponen a todos al contagio.
No es la hora de la crítica. Es la hora de la acción. No es la hora del individualismo sino la hora de la solidaridad. No es la hora de la inconsciencia sino del comportamiento responsable. No podemos traicionar el esfuerzo de todos y todas quienes han trabajado y siguen trabajando denodadamente. No podemos echar por la borda, a través de comportamientos irresponsables, aquellos logros ya conseguidos.
“Es incorrecto e inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos”, decía Gandhi. Da la impresión de que algunas personas no son conscientes de los efectos de sus acciones. Pareciera que fuesen niños sin uso de razón o enajenados que no tienen capacidad de discernimiento.
He visto en la televisión (y en la calle) aglomeraciones estúpidas, contactos irresponsables, desplazamientos inadmisibles a segundas residencias, encuentros prohibidos, comportamientos inconscientes, rupturas injustificadas del confinamiento…
Nadie puede declararse a sí mismo una excepción. Nadie tiene derecho a convertirse en una fuente de contagio. Nadie debe pensar que es lo mismo hacer las cosas bien que hacerlas mal. Esta es una llamada a la sensatez, al sentido común y al sentido de lo común. Nos estamos jugando el presente y el futuro. Es la hora de pensar lo que sucedería si todos actuasen como nosotros.
No tienen que ser las multas el principal elemento disuasorio, sino el sentido del deber ciudadano. La responsabilidad de ser respetuosos y solidarios. Me pregunto en este momento por la educación que hemos recibido en las escuelas. ¿Qué tipo de ciudadanos somos hoy? ¿Hemos aprendido a pensar en la escuela y en a universidad? ¿Hemos aprendido que las causas producen unos efectos de manera inexorable? ¿Hemos aprendido a ser solidarios, responsables, compasivos? ¿Qué hemos aprendido si no? “La libertad significa responsabilidad. Por eso la mayoría de las personas la temen”, decía George Bernard Shaw.
He contado alguna vez la siguiente historia, de autor anónimo, que ahora quiero compartir con el lector o lectora para avivar estas reflexiones sobre la responsabilidad y la libertad. Sobre los diversos determinismos que, a veces, nos atan al enajenamiento.
Había un viudo que vivía con sus dos hijas, curiosas e inteligentes. Las niñas siempre hacían muchas preguntas. Él sabía responder algunas, otras no.
Como pretendía ofrecerles la mejor educación, mandó a las niñas de vacaciones con un sabio que vivía en lo alto de una colina. El sabio siempre respondía a las preguntas sin la menor vacilación. Impacientes con el sabio, las niñas decidieron inventar una pregunta que él no sabría responder.
Una de ellas apareció con una hermosa mariposa azul que utilizaría para engañar al sabio.
– ¿Qué vas a hacer?, preguntó la hermana.
Voy a esconder la mariposa en mis manos y voy a preguntar al sabio si está viva o muerta. Si él dijese que está muerta, abriré mis manos y la dejaré volar. Si dice que está viva, la apretaré y la aplastaré. Y así, cualquiera que sea su respuesta, será una respuesta equivocada.
Las dos niñas fueron entonces al encuentro del sabio, que estaba meditando.
– Tengo aquí una mariposa azul, dijo una de las hermanas. Dígame, sabio, ¿está viva o está muerta?
Con mucha calma, el sabio sonrió y respondió:
– Depende de ti… Ella está en tus manos.
Así es nuestra vida, nuestro presente y nuestro futuro. No debemos culpar a nadie cuando algo falle porque somos nosotros los responsables por aquello que conquistamos (o no conquistamos). Nuestra vida está en nuestras manos como la mariposa azul. Nos toca a nosotros escoger qué hacer con ella. Depende de nosotros mismos el hacerla respetable o indecente, salvífica o destructiva. Muchas veces la hacemos depender del pensamiento de otros, de las actitudes de los otros, de las decisiones de los otros, de las condiciones que nos rodean. El determinismo nos entrega al conformismo, al desaliento y a la irresponsabilidad. Pero en realidad somos nosotros quienes podemos salvarnos o hundirnos.
Dice Stephen Covey: “La clave es tomar la responsabilidad y la iniciativa, decidir de qué trata tu vida y priorizarla alrededor de las cosas más importantes”. Y ya sabemos que las cosas más importantes de la vida no son las cosas. Son las personas, que tienen por el hecho de serlo, una dignidad consustancial y unos derechos inalienables.
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/05/23/la-hora-de-la-gente/
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viernes, 29 de mayo de 2020
Joselito el Gallo, el rey de los toreros, murió dos veces en Talavera. El periodista Paco Aguado reedita la biografía del gran genio en el centenario de su muerte.
“Un hombre muy serio, responsable y profesional en el gran y mejor sentido del término; una persona religiosa y de salud quebradiza. Y como torero, un adelantado a su tiempo, un revolucionario, que tenía todo el toreo en la cabeza y marcó la estructura de la fiesta actual”.
Este podría ser el retrato urgente de José Gómez Ortega, Joselito el Gallo, (Gelves, Sevilla, 1895), sobre el que el periodista madrileño Paco Aguado cimentó el espectacular trabajo de una magna biografía que ahora se reedita tras su publicación en 1999.
Veinte años después, con motivo del centenario de la muerte del genio el 16 de mayo de 1920 en la plaza de Talavera de la Reina, la editorial sevillana El Paseo y Aguado han revisado la edición anterior, le han añadido cien nuevas páginas y acaban de presentar Joselito el Gallo, rey de los toreros, el libro de referencia sobre la figura del diestro sevillano, que redescubre al personaje, al hombre y al torero, que murió dos veces aquella tarde de hace cien años.
“La tragedia de Talavera ha distorsionado mucho la figura de Joselito”, comenta Paco Aguado. “Lo paró en seco, y se ha hablado mucho más de las circunstancias de la muerte y el morbo que esta produjo que de su vida profesional”.
Esa es la razón por la que el autor no habla de la cogida mortal. “Me interesa Joselito vivo, no muerto; lo que me importa es su legado”.
“Sin Joselito y Belmonte, el toreo quizá hubiera desaparecido”
Joselito murió dos veces; murieron el torero y su enseñanza, y Aguado, belmontista como toda su generación por obra y gracia de otro periodista, Manuel Chaves Nogales, autor de la biografía de Juan Belmonte, se ha zambullido en la historia, se ha empapado de la opinión de viejos aficionados y ha presentado a un resucitado Joselito como lo que siempre fue: un visionario.
“He encontrado el material suficiente para sostener una tesis muy clara”, comenta Aguado. “Belmonte fue un revolucionario de la estética y el temple, y Joselito en la técnica del toreo ligado en redondo, esencia de la faena moderna, y en el cambio de las estructuras del toreo para llegar a la modernidad. Y añado: sin Joselito y Belmonte, todo hubiera sido muy distinto; quizá, el toreo se hubiera estancado, y quién sabe si desaparecido”.
Rey de los toreros lo llama el autor, e insiste: "Más que un rey fue un emperador; Joselito fue el Napoleón del toreo”.
Y se extiende Aguado cuando se le pregunta por la aportación del torero de Gelves a la fiesta de los toros.
“En primer lugar, es el creador de la lidia moderna, como he explicado antes. Fuera de los ruedos, fue el promotor de las plazas monumentales al objeto de convertir los toros en un espectáculo de masas, en inmuebles con más aforo y con las entradas más baratas. Modificó sustancialmente la administración de una figura del toreo. En su época, los apoderados eran meros contables, y los toreros decidían por sí solos su carrera. De sus enseñanzas beben dos referentes del apoderamiento, como son Domingo Dominguín y Camará. Y otro factor decisivo es su aliento a los ganaderos para que críen un toro más bravo, más completo. El toro del siglo XIX era perfecto para el primer tercio, que ofrecía espectáculo en varas en aquellos duros tendidos, pero en cuanto llegaba el último tercio era un toro acobardado y parado, fiero, pero manso”.
“Los nuevos caminos de la técnica y la estética que marcan Joselito y Belmonte”, continúa Aguado, “necesitan un animal con más entrega, recorrido y duración; y es el primero, que tiene en sus manos el poder del toreo, quien convence a los ganaderos para el cambio de rumbo”.
—¿Mandó tanto como se ha dicho?
—“Tanto y más… Decimos la edad de oro del toreo, pero fue la época en que menos corridas se celebraron porque a los públicos solo interesaban Joselito y Belmonte; y este último siempre se quedaba a un lado porque no le interesaba la política taurina. De ahí, el conocido dicho de ‘lo que diga José”.
—El hombre… ¿Cómo era José Gómez Ortega?
“Joselito fue más que un rey; fue el Napoléon del toreo”
—“Muy serio, muy responsable, muy profesional y muy entregado a su oficio, dentro y fuera de la plaza. Religioso, también, devoto de La Macarena y otras vírgenes sevillanas, y de salud quebradiza, con problemas intestinales y períodos febriles que le obligaron a guardar cama”.
—Un hombre, también, de arrolladora personalidad…
—“Se enfrentó a la oligarquía de su tiempo, una montaña de intereses creados que, de algún modo, acabó derribando; pero eso le costó muchos disgustos personales, y no sé si también la vida”.
Cuenta Aguado que el hecho de ser torero, “una profesión todavía mal vista por las clases altas”, y de raza gitana por su madre, le impidió casarse con su novia, Guadalupe Pablo-Romero.
Al mismo tiempo, la oligarquía sevillana, representada por la Real Maestranza, se sintió molesta con el proyecto de construcción de la plaza Monumental, “financiada por José Julio Lissén, un nuevo rico al que no soportaban las clases altas”.
Paco Aguado ahonda en este episodio fundamental de la historia taurina de Sevilla del siglo XX.
“La Real Maestranza tenía la exclusiva de los festejos taurinos, que les proporcionaba mucho dinero, y una nueva plaza ponía en serio peligro su hegemonía. Fue un duelo largo y duro, del que no ha trascendido mucho. El ideólogo fue Joselito, pero el proyecto no se hubiera llevado a cabo sin Lissén. La plaza se cierra al año siguiente de la muerte de Joselito, pero no se derriba hasta diez años después. Es cierto que ya no estaba Joselito para defenderla, pero su dueño, Lissén, se arruinó tras la I Guerra Mundial —tenía invertida gran parte de su fortuna en bonos alemanes—, y no pudo defender su plaza”.
—¿Y cuál fue la actitud de Belmonte?
—“Era un tío muy zorro. No quiso entrar en esa pelea y se apoyó en la Maestranza. Se convirtió por ello en un personaje respetadísimo y queridísimo hasta el punto de que es él quien consigue el contrato de arrendamiento de la plaza a Eduardo Pagés por el plazo de tres generaciones y que aún está vigente”.
—Sea como fuere, lo cierto es que el toreo de hoy existe gracias a esta pareja de la edad de oro.
—“Sin duda. Hay una fusión evidente, una mezcla de ambos, no se puede entender uno sin el otro. Más que rivales fueron complementarios.
—¡Qué pena, Paco Aguado, que no exista un Ministerio del Tiempo para que hubiera podido viajar a la España de 1915…!
—“Eso hubiera sido un bonito sueño… Hace tiempo, tuve la oportunidad de tener entre mis manos la montera de Joselito y me temblaban las piernas. ¿Viajar a 1915? Creo que no sería capaz ni de hablarle…”.
—Al menos, ha tenido usted la oportunidad de convertirse en el Chaves Nogales de Joselito…
—“Yo no diría tanto; no voy a compararme con un genio del periodismo, pero sí he colaborado a que el concepto que hoy se tenga sobre este grandísimo torero sea bastante más aproximado a la realidad”.
https://elpais.com/cultura/2020/05/20/el_toro_por_los_cuernos/1589995614_206209.html
Este podría ser el retrato urgente de José Gómez Ortega, Joselito el Gallo, (Gelves, Sevilla, 1895), sobre el que el periodista madrileño Paco Aguado cimentó el espectacular trabajo de una magna biografía que ahora se reedita tras su publicación en 1999.
Veinte años después, con motivo del centenario de la muerte del genio el 16 de mayo de 1920 en la plaza de Talavera de la Reina, la editorial sevillana El Paseo y Aguado han revisado la edición anterior, le han añadido cien nuevas páginas y acaban de presentar Joselito el Gallo, rey de los toreros, el libro de referencia sobre la figura del diestro sevillano, que redescubre al personaje, al hombre y al torero, que murió dos veces aquella tarde de hace cien años.
“La tragedia de Talavera ha distorsionado mucho la figura de Joselito”, comenta Paco Aguado. “Lo paró en seco, y se ha hablado mucho más de las circunstancias de la muerte y el morbo que esta produjo que de su vida profesional”.
Esa es la razón por la que el autor no habla de la cogida mortal. “Me interesa Joselito vivo, no muerto; lo que me importa es su legado”.
“Sin Joselito y Belmonte, el toreo quizá hubiera desaparecido”
Joselito murió dos veces; murieron el torero y su enseñanza, y Aguado, belmontista como toda su generación por obra y gracia de otro periodista, Manuel Chaves Nogales, autor de la biografía de Juan Belmonte, se ha zambullido en la historia, se ha empapado de la opinión de viejos aficionados y ha presentado a un resucitado Joselito como lo que siempre fue: un visionario.
“He encontrado el material suficiente para sostener una tesis muy clara”, comenta Aguado. “Belmonte fue un revolucionario de la estética y el temple, y Joselito en la técnica del toreo ligado en redondo, esencia de la faena moderna, y en el cambio de las estructuras del toreo para llegar a la modernidad. Y añado: sin Joselito y Belmonte, todo hubiera sido muy distinto; quizá, el toreo se hubiera estancado, y quién sabe si desaparecido”.
Rey de los toreros lo llama el autor, e insiste: "Más que un rey fue un emperador; Joselito fue el Napoleón del toreo”.
Y se extiende Aguado cuando se le pregunta por la aportación del torero de Gelves a la fiesta de los toros.
“En primer lugar, es el creador de la lidia moderna, como he explicado antes. Fuera de los ruedos, fue el promotor de las plazas monumentales al objeto de convertir los toros en un espectáculo de masas, en inmuebles con más aforo y con las entradas más baratas. Modificó sustancialmente la administración de una figura del toreo. En su época, los apoderados eran meros contables, y los toreros decidían por sí solos su carrera. De sus enseñanzas beben dos referentes del apoderamiento, como son Domingo Dominguín y Camará. Y otro factor decisivo es su aliento a los ganaderos para que críen un toro más bravo, más completo. El toro del siglo XIX era perfecto para el primer tercio, que ofrecía espectáculo en varas en aquellos duros tendidos, pero en cuanto llegaba el último tercio era un toro acobardado y parado, fiero, pero manso”.
“Los nuevos caminos de la técnica y la estética que marcan Joselito y Belmonte”, continúa Aguado, “necesitan un animal con más entrega, recorrido y duración; y es el primero, que tiene en sus manos el poder del toreo, quien convence a los ganaderos para el cambio de rumbo”.
—¿Mandó tanto como se ha dicho?
—“Tanto y más… Decimos la edad de oro del toreo, pero fue la época en que menos corridas se celebraron porque a los públicos solo interesaban Joselito y Belmonte; y este último siempre se quedaba a un lado porque no le interesaba la política taurina. De ahí, el conocido dicho de ‘lo que diga José”.
—El hombre… ¿Cómo era José Gómez Ortega?
“Joselito fue más que un rey; fue el Napoléon del toreo”
—“Muy serio, muy responsable, muy profesional y muy entregado a su oficio, dentro y fuera de la plaza. Religioso, también, devoto de La Macarena y otras vírgenes sevillanas, y de salud quebradiza, con problemas intestinales y períodos febriles que le obligaron a guardar cama”.
—Un hombre, también, de arrolladora personalidad…
—“Se enfrentó a la oligarquía de su tiempo, una montaña de intereses creados que, de algún modo, acabó derribando; pero eso le costó muchos disgustos personales, y no sé si también la vida”.
Cuenta Aguado que el hecho de ser torero, “una profesión todavía mal vista por las clases altas”, y de raza gitana por su madre, le impidió casarse con su novia, Guadalupe Pablo-Romero.
Al mismo tiempo, la oligarquía sevillana, representada por la Real Maestranza, se sintió molesta con el proyecto de construcción de la plaza Monumental, “financiada por José Julio Lissén, un nuevo rico al que no soportaban las clases altas”.
Paco Aguado ahonda en este episodio fundamental de la historia taurina de Sevilla del siglo XX.
“La Real Maestranza tenía la exclusiva de los festejos taurinos, que les proporcionaba mucho dinero, y una nueva plaza ponía en serio peligro su hegemonía. Fue un duelo largo y duro, del que no ha trascendido mucho. El ideólogo fue Joselito, pero el proyecto no se hubiera llevado a cabo sin Lissén. La plaza se cierra al año siguiente de la muerte de Joselito, pero no se derriba hasta diez años después. Es cierto que ya no estaba Joselito para defenderla, pero su dueño, Lissén, se arruinó tras la I Guerra Mundial —tenía invertida gran parte de su fortuna en bonos alemanes—, y no pudo defender su plaza”.
—¿Y cuál fue la actitud de Belmonte?
—“Era un tío muy zorro. No quiso entrar en esa pelea y se apoyó en la Maestranza. Se convirtió por ello en un personaje respetadísimo y queridísimo hasta el punto de que es él quien consigue el contrato de arrendamiento de la plaza a Eduardo Pagés por el plazo de tres generaciones y que aún está vigente”.
—Sea como fuere, lo cierto es que el toreo de hoy existe gracias a esta pareja de la edad de oro.
—“Sin duda. Hay una fusión evidente, una mezcla de ambos, no se puede entender uno sin el otro. Más que rivales fueron complementarios.
—¡Qué pena, Paco Aguado, que no exista un Ministerio del Tiempo para que hubiera podido viajar a la España de 1915…!
—“Eso hubiera sido un bonito sueño… Hace tiempo, tuve la oportunidad de tener entre mis manos la montera de Joselito y me temblaban las piernas. ¿Viajar a 1915? Creo que no sería capaz ni de hablarle…”.
—Al menos, ha tenido usted la oportunidad de convertirse en el Chaves Nogales de Joselito…
—“Yo no diría tanto; no voy a compararme con un genio del periodismo, pero sí he colaborado a que el concepto que hoy se tenga sobre este grandísimo torero sea bastante más aproximado a la realidad”.
https://elpais.com/cultura/2020/05/20/el_toro_por_los_cuernos/1589995614_206209.html
jueves, 28 de mayo de 2020
Guy Ryder: “Necesitamos mucha más solidaridad internacional para superar la crisis”
Para el director general de la OIT la cuestión hoy es saber si seremos capaces de aprender de esta crisis, sacar conclusiones de los problemas de la gente y adaptar las políticas de protección
El golpe de la covid-19 en el mercado laboral no tiene precedentes. “Es una situación trágica”, alerta el director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Guy Ryder (Liverpool, 1956), al teléfono desde Ginebra. Asegura que son cifras nunca vistas en el mundo, donde se van a perder 305 millones de puestos de trabajos equivalentes (“ya que hoy los sistemas de retención de empleo complican mucho contabilizar el número de parados”), y que la semana que viene, cuando la OIT lance su cuarto informe desde marzo, no cree que se vaya a ver una mejora, "más bien los datos empeorarán”.
Por eso Ryder no duda en afirmar que la próxima pandemia será la del hambre, ya que el impacto de la covid-19 se ceba con los trabajadores más vulnerables, 2.000 millones de personas con empleos informales, que pueden perder el 60% de sus ingresos y disparar sus niveles de pobreza en 35 puntos, incluso en los países más ricos. Porque en una economía globalizada, lo que pasa en una región afecta al resto. “La pandemia nos muestra la precariedad del trabajo en todos los continentes. Tenemos grandes niveles de inequidad y vulnerabilidad en todos los países del mundo y lagunas terribles en la protección social hasta en los más desarrollados”.
Pese a ello, Ryder no pierde el optimismo: “No debemos ceder ante la fatalidad. La salida de la crisis, que va a ser más complicada que el confinamiento, depende de nosotros y de las políticas que se apliquen. Hemos de construir un marco mejor”. La cuestión ahora, aprecia, es si seremos capaces o no de aprender de esta pandemia, de sacar conclusiones sobre los problemas de la gente y adaptar las políticas de protección social. “En la crisis de 2008 no aprendimos mucho. Ojalá esta vez sea diferente”.
El director de la OIT es muy crítico con las instituciones internacionales: “Mientras que los paquetes de ayudas nacionales han sido impresionantes —se calcula que el total de los recursos invertidos es de nueve billones de dólares, algo inédito—, las transferencias internacionales han sido muy insuficientes, a diferencia de en la crisis financiera. Necesitamos muchísima más solidaridad internacional y europea. Falta un liderazgo internacional”. Ryder reconoce, no obstante, que el plan de reconstrucción presentado esta semana por Alemania y Francia es alentador, “un paso en la buena dirección”.
España
“España se ha mostrado a la altura de la crisis, con los ERTE o la propuesta del ingreso mínimo vital del Gobierno, y está teniendo un papel importante en el debate europeo”, destaca, igual que los acuerdos conseguidos a través del diálogo social. Eso sí, el mercado de trabajo tiene debilidades estructurales y desafíos importantes por delante, aprecia.
Ante la diversificación cada vez mayor de las formas de trabajo y contratación, con el ejemplo más evidente de las plataformas de Internet, que son sinónimo de la degradación de la protección del trabajador, Ryder opina: “Si aceptamos que esa diversificación es inevitable e incluso positiva, habrá que crear las condiciones para que ofrezcan los mismos niveles de protección a cualquier trabajador independientemente de su forma de contratación. Los trabajadores más golpeados por esta crisis muestran que es un tema pendiente. Hemos de abordar unas garantías mínimas”.
Respecto al teletrabajo, que solo lo pueden ejercer el 18% de los empleados mundiales y el 30% o 35% en los países desarrollados, el directivo no da por hecho que se vaya a extender tras la pandemia y favorecer la desigualdad. “Hay una nueva normalidad en el mundo que será impuesta durante el tiempo que estemos obligados a vivir con el virus. Pero después podremos elegir el futuro del trabajo que queremos. Tendremos que tomar decisiones. Cuando salgamos de este túnel no podemos caer en la trampa de la austeridad”.
https://elpais.com/economia/2020-05-23/guy-ryder-oit-necesitamos-mucha-mas-solidaridad-internacional-para-superar-la-crisis.html
El golpe de la covid-19 en el mercado laboral no tiene precedentes. “Es una situación trágica”, alerta el director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Guy Ryder (Liverpool, 1956), al teléfono desde Ginebra. Asegura que son cifras nunca vistas en el mundo, donde se van a perder 305 millones de puestos de trabajos equivalentes (“ya que hoy los sistemas de retención de empleo complican mucho contabilizar el número de parados”), y que la semana que viene, cuando la OIT lance su cuarto informe desde marzo, no cree que se vaya a ver una mejora, "más bien los datos empeorarán”.
Por eso Ryder no duda en afirmar que la próxima pandemia será la del hambre, ya que el impacto de la covid-19 se ceba con los trabajadores más vulnerables, 2.000 millones de personas con empleos informales, que pueden perder el 60% de sus ingresos y disparar sus niveles de pobreza en 35 puntos, incluso en los países más ricos. Porque en una economía globalizada, lo que pasa en una región afecta al resto. “La pandemia nos muestra la precariedad del trabajo en todos los continentes. Tenemos grandes niveles de inequidad y vulnerabilidad en todos los países del mundo y lagunas terribles en la protección social hasta en los más desarrollados”.
Pese a ello, Ryder no pierde el optimismo: “No debemos ceder ante la fatalidad. La salida de la crisis, que va a ser más complicada que el confinamiento, depende de nosotros y de las políticas que se apliquen. Hemos de construir un marco mejor”. La cuestión ahora, aprecia, es si seremos capaces o no de aprender de esta pandemia, de sacar conclusiones sobre los problemas de la gente y adaptar las políticas de protección social. “En la crisis de 2008 no aprendimos mucho. Ojalá esta vez sea diferente”.
El director de la OIT es muy crítico con las instituciones internacionales: “Mientras que los paquetes de ayudas nacionales han sido impresionantes —se calcula que el total de los recursos invertidos es de nueve billones de dólares, algo inédito—, las transferencias internacionales han sido muy insuficientes, a diferencia de en la crisis financiera. Necesitamos muchísima más solidaridad internacional y europea. Falta un liderazgo internacional”. Ryder reconoce, no obstante, que el plan de reconstrucción presentado esta semana por Alemania y Francia es alentador, “un paso en la buena dirección”.
España
“España se ha mostrado a la altura de la crisis, con los ERTE o la propuesta del ingreso mínimo vital del Gobierno, y está teniendo un papel importante en el debate europeo”, destaca, igual que los acuerdos conseguidos a través del diálogo social. Eso sí, el mercado de trabajo tiene debilidades estructurales y desafíos importantes por delante, aprecia.
Ante la diversificación cada vez mayor de las formas de trabajo y contratación, con el ejemplo más evidente de las plataformas de Internet, que son sinónimo de la degradación de la protección del trabajador, Ryder opina: “Si aceptamos que esa diversificación es inevitable e incluso positiva, habrá que crear las condiciones para que ofrezcan los mismos niveles de protección a cualquier trabajador independientemente de su forma de contratación. Los trabajadores más golpeados por esta crisis muestran que es un tema pendiente. Hemos de abordar unas garantías mínimas”.
Respecto al teletrabajo, que solo lo pueden ejercer el 18% de los empleados mundiales y el 30% o 35% en los países desarrollados, el directivo no da por hecho que se vaya a extender tras la pandemia y favorecer la desigualdad. “Hay una nueva normalidad en el mundo que será impuesta durante el tiempo que estemos obligados a vivir con el virus. Pero después podremos elegir el futuro del trabajo que queremos. Tendremos que tomar decisiones. Cuando salgamos de este túnel no podemos caer en la trampa de la austeridad”.
https://elpais.com/economia/2020-05-23/guy-ryder-oit-necesitamos-mucha-mas-solidaridad-internacional-para-superar-la-crisis.html
miércoles, 27 de mayo de 2020
_- Morir para salvar al Dow Jones
_- Trump y la derecha presionan para una reapertura rápida de la economía porque creen que eso hará que la Bolsa suba
A mediados de marzo, tras varias semanas negándose a aceptarlo, Donald Trump admitió por fin que la covid-19 era una amenaza seria y pidió a los estadounidenses que practicasen el distanciamiento social. El reconocimiento tardío de la realidad — supuestamente debido a la preocupación de que admitir que el coronavirus suponía una amenaza perjudicaría al mercado de valores— tuvo consecuencias mortales. Expertos en modelos epidemiológicos creen que, de haberse iniciado el confinamiento aunque fuese solo una semana antes, Estados Unidos podría haber evitado decenas de miles de muertes. Aun así, más vale tarde que nunca. Y durante un breve periodo de tiempo tuvimos la impresión de que por fin nos habíamos decidido por una estrategia para contener el virus y a la vez limitar las penurias económicas del confinamiento.
Pero Trump y el Partido Republicano han abandonado ya esa estrategia. Se niegan a decirlo explícitamente, y están dando varias explicaciones insinceras para lo que hacen, pero su posición básica es que miles de estadounidenses deben morir por culpa del Dow Jones. ¿Cuál era la estrategia que Trump abandonó? La misma que ha funcionado en otros países, desde Corea del Sur hasta Nueva Zelanda. Primero, usar el confinamiento para “aplanar la curva”, o sea, reducir el número de estadounidenses infectados hasta un nivel relativamente bajo. Después, combinar la reapertura gradual con las pruebas generalizadas, el seguimiento de contactos cuando se detecte un paciente infectado y el aislamiento de quienes pudieran contagiar la enfermedad.
Ahora bien, un confinamiento prolongado significa una gran pérdida de ingresos para muchos trabajadores y empresas; de hecho, casi la mitad de la población adulta vive en hogares que han perdido las rentas del trabajo desde marzo. De modo que, para hacer tolerable el confinamiento, hay que acompañarlo de ayudas para situaciones de desastre, de prestaciones especialmente generosas por desempleo y de ayudas a pequeñas empresas. Y el hecho es que la ayuda para situaciones de desastre ha sido más eficaz de lo que en general se reconoce.
En un principio, las sobrepasadas oficinas de desempleo fueron incapaces de procesar la avalancha de solicitudes. Pero poco a poco han ido poniéndose al día y, a estas alturas, parece que la mayoría de los estadounidenses en situación de desempleo está recibiendo prestaciones que sustituyen una gran parte de los salarios perdidos. La ayuda a pequeños empresarios, a través de préstamos que se convierten en subvenciones si el dinero se utiliza para mantener las plantillas, ha sido mucho más caótica. Así y todo, muchas pequeñas empresas han recibido préstamos y de hecho están usando el dinero para mantener las plantillas. En resumen, la red de seguridad tejida a toda prisa contra la covid-19, aunque esté llena de agujeros, ha protegido a muchos estadounidenses de la pobreza extrema.
Pero esa red de seguridad se retirará en los próximos meses a no ser que el Congreso y la Casa Blanca actúen. Las pequeñas empresas tienen solo una ventana de ocho semanas para convertir los préstamos en subvenciones, lo que significa que muchas empezarán a despedir aproximadamente dentro de un mes. La ampliación de las prestaciones por desempleo expirará el 31 de julio. Y a no ser que los Gobiernos estatales y locales reciban una amplia ayuda de Washington, pronto veremos despidos masivos de maestros, bomberos y policías.
Sin embargo, Trump y su partido se han pronunciado contra el aumento de las ayudas para los desempleados y contra las subvenciones a los asediados Gobiernos estatales y locales. En cambio, el partido pone cada vez más sus esperanzas en la rápida reapertura de la economía, a pesar de que la perspectiva aterra a los expertos, que advierten de que podría conducir a una segunda oleada de infecciones.
¿De dónde proviene este ímpetu por la reapertura? Algunos republicanos afirman que no podemos permitirnos seguir proporcionando una red de seguridad porque estamos incurriendo en un endeudamiento excesivo. Pero eso es al mismo tiempo mala teoría económica y una hipocresía. Al fin y al cabo, los déficits presupuestarios por las nubes no han impedido a los funcionarios de Trump proponer, sí, más rebajas fiscales.
Está también el pretexto de que la presión para que se reabra la economía procede de trabajadores de a pie. Pero a la ciudadanía le preocupa más reabrir demasiado rápido que reabrir demasiado despacio, y los que han perdido su salario por el confinamiento no se inclinan más por una reapertura rápida que los que no lo han perdido. No, la presión para desoír a los expertos viene de arriba; procede de Trump y sus aliados, y cualquier apoyo limitado que puedan estar recibiendo de la ciudadanía deriva del partidismo, no del populismo.
Entonces, ¿por qué Trump y sus amigos tienen tantas ganas de arriesgarse a que la cifra de muertos se eleve mucho más? La respuesta, sin duda, es que están volviendo a las andadas. En las primeras fases de esta pandemia, Trump y la derecha en general restaron importancia a la amenaza porque no querían perjudicar las cotizaciones bursátiles. Ahora están presionando para que se ponga fin prematuramente al confinamiento porque imaginan que eso volverá a hacer que las acciones suban otra vez.
No había por qué seguir este camino. Otro líder podría haberles dicho a los estadounidenses que se encuentran en una dura batalla, pero que al final vencerán. Gobernadores como Andrew Cuomo, que han adoptado esa postura, han visto dispararse su aprobación en las encuestas. Pero Trump no logra ir más allá de esta tendencia a la promoción de sí mismo. Y claramente sigue obsesionado con el mercado bursátil como baremo de su presidencia. De modo que Trump y su partido quieren avanzar a toda velocidad hacia la apertura, sin importar a cuánta gente mate. Como he dicho, en realidad su posición es que los estadounidenses deben morir por el Dow Jones.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips.
https://elpais.com/economia/2020-05-22/morir-para-salvar-al-dow-jones.html
A mediados de marzo, tras varias semanas negándose a aceptarlo, Donald Trump admitió por fin que la covid-19 era una amenaza seria y pidió a los estadounidenses que practicasen el distanciamiento social. El reconocimiento tardío de la realidad — supuestamente debido a la preocupación de que admitir que el coronavirus suponía una amenaza perjudicaría al mercado de valores— tuvo consecuencias mortales. Expertos en modelos epidemiológicos creen que, de haberse iniciado el confinamiento aunque fuese solo una semana antes, Estados Unidos podría haber evitado decenas de miles de muertes. Aun así, más vale tarde que nunca. Y durante un breve periodo de tiempo tuvimos la impresión de que por fin nos habíamos decidido por una estrategia para contener el virus y a la vez limitar las penurias económicas del confinamiento.
Pero Trump y el Partido Republicano han abandonado ya esa estrategia. Se niegan a decirlo explícitamente, y están dando varias explicaciones insinceras para lo que hacen, pero su posición básica es que miles de estadounidenses deben morir por culpa del Dow Jones. ¿Cuál era la estrategia que Trump abandonó? La misma que ha funcionado en otros países, desde Corea del Sur hasta Nueva Zelanda. Primero, usar el confinamiento para “aplanar la curva”, o sea, reducir el número de estadounidenses infectados hasta un nivel relativamente bajo. Después, combinar la reapertura gradual con las pruebas generalizadas, el seguimiento de contactos cuando se detecte un paciente infectado y el aislamiento de quienes pudieran contagiar la enfermedad.
Ahora bien, un confinamiento prolongado significa una gran pérdida de ingresos para muchos trabajadores y empresas; de hecho, casi la mitad de la población adulta vive en hogares que han perdido las rentas del trabajo desde marzo. De modo que, para hacer tolerable el confinamiento, hay que acompañarlo de ayudas para situaciones de desastre, de prestaciones especialmente generosas por desempleo y de ayudas a pequeñas empresas. Y el hecho es que la ayuda para situaciones de desastre ha sido más eficaz de lo que en general se reconoce.
En un principio, las sobrepasadas oficinas de desempleo fueron incapaces de procesar la avalancha de solicitudes. Pero poco a poco han ido poniéndose al día y, a estas alturas, parece que la mayoría de los estadounidenses en situación de desempleo está recibiendo prestaciones que sustituyen una gran parte de los salarios perdidos. La ayuda a pequeños empresarios, a través de préstamos que se convierten en subvenciones si el dinero se utiliza para mantener las plantillas, ha sido mucho más caótica. Así y todo, muchas pequeñas empresas han recibido préstamos y de hecho están usando el dinero para mantener las plantillas. En resumen, la red de seguridad tejida a toda prisa contra la covid-19, aunque esté llena de agujeros, ha protegido a muchos estadounidenses de la pobreza extrema.
Pero esa red de seguridad se retirará en los próximos meses a no ser que el Congreso y la Casa Blanca actúen. Las pequeñas empresas tienen solo una ventana de ocho semanas para convertir los préstamos en subvenciones, lo que significa que muchas empezarán a despedir aproximadamente dentro de un mes. La ampliación de las prestaciones por desempleo expirará el 31 de julio. Y a no ser que los Gobiernos estatales y locales reciban una amplia ayuda de Washington, pronto veremos despidos masivos de maestros, bomberos y policías.
Sin embargo, Trump y su partido se han pronunciado contra el aumento de las ayudas para los desempleados y contra las subvenciones a los asediados Gobiernos estatales y locales. En cambio, el partido pone cada vez más sus esperanzas en la rápida reapertura de la economía, a pesar de que la perspectiva aterra a los expertos, que advierten de que podría conducir a una segunda oleada de infecciones.
¿De dónde proviene este ímpetu por la reapertura? Algunos republicanos afirman que no podemos permitirnos seguir proporcionando una red de seguridad porque estamos incurriendo en un endeudamiento excesivo. Pero eso es al mismo tiempo mala teoría económica y una hipocresía. Al fin y al cabo, los déficits presupuestarios por las nubes no han impedido a los funcionarios de Trump proponer, sí, más rebajas fiscales.
Está también el pretexto de que la presión para que se reabra la economía procede de trabajadores de a pie. Pero a la ciudadanía le preocupa más reabrir demasiado rápido que reabrir demasiado despacio, y los que han perdido su salario por el confinamiento no se inclinan más por una reapertura rápida que los que no lo han perdido. No, la presión para desoír a los expertos viene de arriba; procede de Trump y sus aliados, y cualquier apoyo limitado que puedan estar recibiendo de la ciudadanía deriva del partidismo, no del populismo.
Entonces, ¿por qué Trump y sus amigos tienen tantas ganas de arriesgarse a que la cifra de muertos se eleve mucho más? La respuesta, sin duda, es que están volviendo a las andadas. En las primeras fases de esta pandemia, Trump y la derecha en general restaron importancia a la amenaza porque no querían perjudicar las cotizaciones bursátiles. Ahora están presionando para que se ponga fin prematuramente al confinamiento porque imaginan que eso volverá a hacer que las acciones suban otra vez.
No había por qué seguir este camino. Otro líder podría haberles dicho a los estadounidenses que se encuentran en una dura batalla, pero que al final vencerán. Gobernadores como Andrew Cuomo, que han adoptado esa postura, han visto dispararse su aprobación en las encuestas. Pero Trump no logra ir más allá de esta tendencia a la promoción de sí mismo. Y claramente sigue obsesionado con el mercado bursátil como baremo de su presidencia. De modo que Trump y su partido quieren avanzar a toda velocidad hacia la apertura, sin importar a cuánta gente mate. Como he dicho, en realidad su posición es que los estadounidenses deben morir por el Dow Jones.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips.
https://elpais.com/economia/2020-05-22/morir-para-salvar-al-dow-jones.html
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martes, 26 de mayo de 2020
La gripe española de 1918 y el ascenso del nazismo: tomen nota
Los estudios científicos que han demostrado la alta correlación existente entre el deterioro de la vida económica y el ascenso de la extrema derecha son muy abundantes.
Más concretamente, se han podido demostrar algunos hechos que deberían ser tomados muy en cuenta por nuestros políticos y gobernantes.
En primer lugar, sabemos que el ascenso de la extrema derecha no se produce como consecuencia de cualquier tipo de crisis, sino de las financieras y cuando el periodo de recesión posterior a la crisis es duradero.
También sabemos que las políticas de austeridad, los recortes en el gasto público que llevan consigo disminución de las prestaciones sociales y deterioro de los servicios públicos, están altamente correlacionadas con el ascenso del la extrema derecha. Algo que se ha podido demostrar perfectamente en el caso alemán: tras las políticas de grandes recortes que se llevaron a cabo entre 1930 y 1932, el partido nazi multiplicó su voto, pasando de tener poco más del 2% en 1928 a casi el 45% en 1933.
Desde hace unos días sabemos un poco más sobre el ascenso del nazismo en Alemania pues un economista de la Reserva Federal de Nueva York, Kristian Blickle, ha publicado un estudio, todavía en versión preliminar, en el que se demuestra la gran influencia que la pandemia de gripe española tuvo en el éxito posterior de Adolf Hitler (puede leerse aquí).
Blickle ha analizado las muertes producidas por aquella pandemia en las diferentes regiones y ciudades alemanas y ha podido comprobar que allí donde la mortalidad fue más alta se registró tiempo después un mayor apoyo electoral a los partidos de extrema derecha y particularmente al nazi.
Su análisis pone de manifiesto que las ciudades y regiones donde hubo más muertos a causa de la pandemia registraron luego más desempleo y recortes de gasto público. Estos dos factores están claramente relacionados con el ascenso de la extrema derecha, según el análisis de Blickle, aunque igualmente demuestra que ni el mayor nivel de paro ni las políticas de austeridad fueron las únicas vías por las que la pandemia terminó produciendo un aumento del voto al partido nazi. De hecho, señala que otras enfermedades, como la tuberculosis, que producían más o menos las mismas muertes que provocó la gripe española, no tuvieron el mismo efecto sobre el electorado.
En su opinión, lo que ocurrió fue que aquella pandemia concentró principalmente sus efectos sobre la juventud, primero en cuanto a mortalidad se refiere y, más tarde y a consecuencia del recorte de gasto y del cambio demográfico, en la mentalidad y en las actitudes sociales. Blickle señala, por ejemplo, que los recortes afectaron a servicios disfrutados especialmente por la población más joven y que el origen foráneo del virus fomentó el resentimiento hacia los extranjeros que fueron vistos como responsables de la pandemia. De hecho, muestra que el porcentaje de votos para los extremistas de derecha aumentó particularmente en las regiones que históricamente habían culpado a las minorías de las plagas medievales.
En todo caso, el ascenso del nazismo seguramente no pueda explicarse sólo por ese tipo de razones económicas. También se ha comprobado que influyó decisivamente la enorme polarización social y política de aquel periodo. Leon Trotski retrató muy gráficamente lo que ocurría en esa Alemania donde germinaba el terror. Decía que era como una pirámide en cuyo vértice superior había una bola que la extrema derecha, por una parte, trataba de volcar hacia la izquierda para romper la espalda del movimiento obrero mientras que el partido comunista, por otra, la empujaba hacia el otro lado, para rompérsela al capitalismo.
Después de 2008 sufrimos una recesión larga y muy dura, durante unos años que han visto crecer la extrema derecha en casi todos los países del mundo, hasta el punto de que son bastantes los que están gobernados por líderes extremistas como Trump, Orban o Bolsonaro. El Royal United Service Institute, un centro de estudios inglés bastante conservador, acaba de publicar un pequeño informe en el que se indica que el nivel de amenaza del extremismo de derecha amplificado por la crisis global es alto (aquí). Por un lado, porque está extendiendo la idea de que «la reconstrucción de un orden mundial racialmente puro requiere avivar el caos mediante ataques masivos y tomar las armas para desencadenar una guerra racial»; y, por otro, por el riesgo de que un colapso económico provocado por las medidas necesarias para atajar la pandemia produzca disturbios civiles masivos que desestabilicen a los gobiernos y fuerzas de seguridad.
La covid-19 no es una pandemia exactamente igual que la provocada por la gripe española, pero deberíamos tener cuidado pues sus antecedentes y la situación que se está generando tienen casi todos los ingredientes que facilitaron la llegada al poder de los nazis: el deterioro económico es evidente, los recortes ya los hemos sufrido y otros nuevos están a la vuelta de la esquina, el desprecio de la política democrática como instrumento de gestión de los asuntos públicos es extraordinario, la polarización agobiante y la xenofobia tremenda. ¿Qué se puede esperar cuando nada más y nada menos que el portavoz del Departamento de Salud y Servicios Humanos de la primera potencia mundial, Michael Caputo, dice que la covid-19 se produce porque «millones de chinos chupan la sangre de los murciélagos rabiosos como aperitivo y se comen el culo de los osos hormigueros», o que «los demócratas están presionando para que el virus mate a mucha gente»? (aquí).
A mi juicio, la conclusión ante estos estudios históricos y ante la situación en la que nos encontramos es bastante clara. Hay que ser muy pragmáticos porque lo mejor suele ser enemigo de lo bueno: hay que evitar, antes que cualquier otra cosa, que la economía, la situación de las empresas y las condiciones de vida de la gente se deterioren. Y, además, hay que luchar contra la polarización política y tratar de evitarla por todos los medios. Insistir hoy día en una estrategia de confrontación entre derecha e izquierda es la forma más rápida y segura de provocar un choque social de consecuencias nefastas que sufrirán en mayor medidas las clases trabajadoras y las personas menos favorecidas. Es imprescindible diseñar un proyecto político de mucha más amplia mayoría, basado en la defensa de los derechos humanos, de la democracia, de la transparencia, la libertad, la solidaridad y la justicia; un proyecto que sólo tenga enfrente a quienes se atrincheran en el búnker de sus privilegios y de su inmenso egoísmo, y no a la mitad de la sociedad.
Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y ‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’
Fuente:
https://blogs.publico.es/juantorres/2020/05/22/la-gripe-espanola-de-1918-y-el-ascenso-del-nazismo-tomen-nota/
Más concretamente, se han podido demostrar algunos hechos que deberían ser tomados muy en cuenta por nuestros políticos y gobernantes.
En primer lugar, sabemos que el ascenso de la extrema derecha no se produce como consecuencia de cualquier tipo de crisis, sino de las financieras y cuando el periodo de recesión posterior a la crisis es duradero.
También sabemos que las políticas de austeridad, los recortes en el gasto público que llevan consigo disminución de las prestaciones sociales y deterioro de los servicios públicos, están altamente correlacionadas con el ascenso del la extrema derecha. Algo que se ha podido demostrar perfectamente en el caso alemán: tras las políticas de grandes recortes que se llevaron a cabo entre 1930 y 1932, el partido nazi multiplicó su voto, pasando de tener poco más del 2% en 1928 a casi el 45% en 1933.
Desde hace unos días sabemos un poco más sobre el ascenso del nazismo en Alemania pues un economista de la Reserva Federal de Nueva York, Kristian Blickle, ha publicado un estudio, todavía en versión preliminar, en el que se demuestra la gran influencia que la pandemia de gripe española tuvo en el éxito posterior de Adolf Hitler (puede leerse aquí).
Blickle ha analizado las muertes producidas por aquella pandemia en las diferentes regiones y ciudades alemanas y ha podido comprobar que allí donde la mortalidad fue más alta se registró tiempo después un mayor apoyo electoral a los partidos de extrema derecha y particularmente al nazi.
Su análisis pone de manifiesto que las ciudades y regiones donde hubo más muertos a causa de la pandemia registraron luego más desempleo y recortes de gasto público. Estos dos factores están claramente relacionados con el ascenso de la extrema derecha, según el análisis de Blickle, aunque igualmente demuestra que ni el mayor nivel de paro ni las políticas de austeridad fueron las únicas vías por las que la pandemia terminó produciendo un aumento del voto al partido nazi. De hecho, señala que otras enfermedades, como la tuberculosis, que producían más o menos las mismas muertes que provocó la gripe española, no tuvieron el mismo efecto sobre el electorado.
En su opinión, lo que ocurrió fue que aquella pandemia concentró principalmente sus efectos sobre la juventud, primero en cuanto a mortalidad se refiere y, más tarde y a consecuencia del recorte de gasto y del cambio demográfico, en la mentalidad y en las actitudes sociales. Blickle señala, por ejemplo, que los recortes afectaron a servicios disfrutados especialmente por la población más joven y que el origen foráneo del virus fomentó el resentimiento hacia los extranjeros que fueron vistos como responsables de la pandemia. De hecho, muestra que el porcentaje de votos para los extremistas de derecha aumentó particularmente en las regiones que históricamente habían culpado a las minorías de las plagas medievales.
En todo caso, el ascenso del nazismo seguramente no pueda explicarse sólo por ese tipo de razones económicas. También se ha comprobado que influyó decisivamente la enorme polarización social y política de aquel periodo. Leon Trotski retrató muy gráficamente lo que ocurría en esa Alemania donde germinaba el terror. Decía que era como una pirámide en cuyo vértice superior había una bola que la extrema derecha, por una parte, trataba de volcar hacia la izquierda para romper la espalda del movimiento obrero mientras que el partido comunista, por otra, la empujaba hacia el otro lado, para rompérsela al capitalismo.
Después de 2008 sufrimos una recesión larga y muy dura, durante unos años que han visto crecer la extrema derecha en casi todos los países del mundo, hasta el punto de que son bastantes los que están gobernados por líderes extremistas como Trump, Orban o Bolsonaro. El Royal United Service Institute, un centro de estudios inglés bastante conservador, acaba de publicar un pequeño informe en el que se indica que el nivel de amenaza del extremismo de derecha amplificado por la crisis global es alto (aquí). Por un lado, porque está extendiendo la idea de que «la reconstrucción de un orden mundial racialmente puro requiere avivar el caos mediante ataques masivos y tomar las armas para desencadenar una guerra racial»; y, por otro, por el riesgo de que un colapso económico provocado por las medidas necesarias para atajar la pandemia produzca disturbios civiles masivos que desestabilicen a los gobiernos y fuerzas de seguridad.
La covid-19 no es una pandemia exactamente igual que la provocada por la gripe española, pero deberíamos tener cuidado pues sus antecedentes y la situación que se está generando tienen casi todos los ingredientes que facilitaron la llegada al poder de los nazis: el deterioro económico es evidente, los recortes ya los hemos sufrido y otros nuevos están a la vuelta de la esquina, el desprecio de la política democrática como instrumento de gestión de los asuntos públicos es extraordinario, la polarización agobiante y la xenofobia tremenda. ¿Qué se puede esperar cuando nada más y nada menos que el portavoz del Departamento de Salud y Servicios Humanos de la primera potencia mundial, Michael Caputo, dice que la covid-19 se produce porque «millones de chinos chupan la sangre de los murciélagos rabiosos como aperitivo y se comen el culo de los osos hormigueros», o que «los demócratas están presionando para que el virus mate a mucha gente»? (aquí).
A mi juicio, la conclusión ante estos estudios históricos y ante la situación en la que nos encontramos es bastante clara. Hay que ser muy pragmáticos porque lo mejor suele ser enemigo de lo bueno: hay que evitar, antes que cualquier otra cosa, que la economía, la situación de las empresas y las condiciones de vida de la gente se deterioren. Y, además, hay que luchar contra la polarización política y tratar de evitarla por todos los medios. Insistir hoy día en una estrategia de confrontación entre derecha e izquierda es la forma más rápida y segura de provocar un choque social de consecuencias nefastas que sufrirán en mayor medidas las clases trabajadoras y las personas menos favorecidas. Es imprescindible diseñar un proyecto político de mucha más amplia mayoría, basado en la defensa de los derechos humanos, de la democracia, de la transparencia, la libertad, la solidaridad y la justicia; un proyecto que sólo tenga enfrente a quienes se atrincheran en el búnker de sus privilegios y de su inmenso egoísmo, y no a la mitad de la sociedad.
Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y ‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’
Fuente:
https://blogs.publico.es/juantorres/2020/05/22/la-gripe-espanola-de-1918-y-el-ascenso-del-nazismo-tomen-nota/
lunes, 25 de mayo de 2020
¿Por qué lo llaman libertad cuando quieren decir poder?
Los demás países de Europa miran con sorpresa a los que piden libertad a gritos pensando que se han equivocado de país. Es porque no saben que los españoles cuando decimos amor lo que queremos decir es sexo.
Lo decía Manuel Jabois en su crónica del debate parlamentario del martes para este periódico: “Se desliza una idea para almas sensibles que empieza a prender en las calles de España: nos quieren encerrados para imponer una dictadura de facto (…) un argumento altamente contagioso que amenaza con extenderse con el mismo objetivo de siempre: devolvednos no la libertad, que nunca la han perdido, sino el poder”. Es decir, que cuando la gente grita “¡libertad!” desde los balcones o en las manifestaciones que últimamente se producen en algunas ciudades españolas trasgrediendo el estado de alarma en vigor lo que está diciendo realmente es “¡devolvednos el poder, que es nuestro!”. Solo de esta manera se explica que gritar “¡libertad!” no le cueste a nadie su detención, cosa que sucedería si verdaderamente no la hubiera, como más de uno y más de dos aún pueden atestiguar en este país. Otro que podría hacerlo, el comisario franquista Billy el Niño, desgraciadamente ya no está entre nosotros para confirmarlo.
La dictadura de Sánchez-Iglesias deja, pues, mucho que desear. En los demás países de Europa, de hecho, la consideran una democracia y miran con sorpresa a los que piden libertad a gritos pensando que se han equivocado de país o que han bebido. Es porque no saben que los españoles cuando decimos amor lo que queremos decir es sexo.
Este verano, los extranjeros vendrán en mucho menor número a nuestras playas, pero no porque no haya libertad en España, sino por miedo al contagio de una enfermedad que sigue amenazándonos a todos y que aconseja que permanezcamos en nuestros países. En ninguno de los de Europa sé de nadie que grite pidiendo libertad por ello. Solo en España, que siempre tiene que ser diferente, por lo que se ve. Cuando había una dictadura de verdad, los extranjeros se sorprendían de que aquí poca gente se quejara de ella (no era cierto, muchos lo hacían, pero en voz baja: había que tener cuidado) y ahora se sorprenden de que en el país que muchos consideran el más liberal de Europa por su avanzada legislación social haya gente que pide libertad a gritos.
¿Cómo explicarles que lo que piden realmente los que lo hacen, que no son tantos, no nos engañemos (eso sí, hacen mucho ruido), no es libertad, sino el poder que han perdido en las elecciones; un poder que consideran suyo por definición? La única forma que se me ocurre es explicarles la historia de España, esa historia que cuenta que cada vez que la izquierda ha llegado al poder la derecha se ha levantado en armas (1936) o a gritos (“¡váyase, señor González!”, “¡Zapatero, vete con tu abuelo!”, “¡Sánchez okupa!”), lo que demuestra su mal perder democrático. Aunque los extranjeros posiblemente lo entiendan mejor mostrándoles la película de Manuel Gómez Pereira cuyo título, ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, dice más del carácter de los españoles que 100 tratados de sociología. Luego que cambien amor por libertad y sexo por poder y tendrán una visión perfecta de lo que verdaderamente mueve a todos esos manifestantes que, envueltos en banderas españolas como si les pertenecieran en exclusividad también, piden la dimisión de un Gobierno que ha sido el elegido por los españoles en las urnas hace tan solo seis meses. Seis meses de bronca incesante, antes y después del estado de alarma aprobado en el Parlamento por mayoría.
https://elpais.com/opinion/2020-05-22/por-que-lo-llaman-libertad-cuando-quieren-decir-poder.html
Lo decía Manuel Jabois en su crónica del debate parlamentario del martes para este periódico: “Se desliza una idea para almas sensibles que empieza a prender en las calles de España: nos quieren encerrados para imponer una dictadura de facto (…) un argumento altamente contagioso que amenaza con extenderse con el mismo objetivo de siempre: devolvednos no la libertad, que nunca la han perdido, sino el poder”. Es decir, que cuando la gente grita “¡libertad!” desde los balcones o en las manifestaciones que últimamente se producen en algunas ciudades españolas trasgrediendo el estado de alarma en vigor lo que está diciendo realmente es “¡devolvednos el poder, que es nuestro!”. Solo de esta manera se explica que gritar “¡libertad!” no le cueste a nadie su detención, cosa que sucedería si verdaderamente no la hubiera, como más de uno y más de dos aún pueden atestiguar en este país. Otro que podría hacerlo, el comisario franquista Billy el Niño, desgraciadamente ya no está entre nosotros para confirmarlo.
La dictadura de Sánchez-Iglesias deja, pues, mucho que desear. En los demás países de Europa, de hecho, la consideran una democracia y miran con sorpresa a los que piden libertad a gritos pensando que se han equivocado de país o que han bebido. Es porque no saben que los españoles cuando decimos amor lo que queremos decir es sexo.
Este verano, los extranjeros vendrán en mucho menor número a nuestras playas, pero no porque no haya libertad en España, sino por miedo al contagio de una enfermedad que sigue amenazándonos a todos y que aconseja que permanezcamos en nuestros países. En ninguno de los de Europa sé de nadie que grite pidiendo libertad por ello. Solo en España, que siempre tiene que ser diferente, por lo que se ve. Cuando había una dictadura de verdad, los extranjeros se sorprendían de que aquí poca gente se quejara de ella (no era cierto, muchos lo hacían, pero en voz baja: había que tener cuidado) y ahora se sorprenden de que en el país que muchos consideran el más liberal de Europa por su avanzada legislación social haya gente que pide libertad a gritos.
¿Cómo explicarles que lo que piden realmente los que lo hacen, que no son tantos, no nos engañemos (eso sí, hacen mucho ruido), no es libertad, sino el poder que han perdido en las elecciones; un poder que consideran suyo por definición? La única forma que se me ocurre es explicarles la historia de España, esa historia que cuenta que cada vez que la izquierda ha llegado al poder la derecha se ha levantado en armas (1936) o a gritos (“¡váyase, señor González!”, “¡Zapatero, vete con tu abuelo!”, “¡Sánchez okupa!”), lo que demuestra su mal perder democrático. Aunque los extranjeros posiblemente lo entiendan mejor mostrándoles la película de Manuel Gómez Pereira cuyo título, ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, dice más del carácter de los españoles que 100 tratados de sociología. Luego que cambien amor por libertad y sexo por poder y tendrán una visión perfecta de lo que verdaderamente mueve a todos esos manifestantes que, envueltos en banderas españolas como si les pertenecieran en exclusividad también, piden la dimisión de un Gobierno que ha sido el elegido por los españoles en las urnas hace tan solo seis meses. Seis meses de bronca incesante, antes y después del estado de alarma aprobado en el Parlamento por mayoría.
https://elpais.com/opinion/2020-05-22/por-que-lo-llaman-libertad-cuando-quieren-decir-poder.html
domingo, 24 de mayo de 2020
El anillo del rey
Miguel Ángel Santos Guerra
Estamos viviendo una crisis sin precedentes. Nos asedia el miedo del contagio. Y el de ser portadores del virus y convertirnos en un arma mortal para personas que se acerquen a nosotros, conocidas o no.
No vemos cerca la salida de esta crisis que nos tiene todavía encerrados en las casas, en un confinamiento tan necesario como difícil. Cada día nos inundan de gráficas y de estadísticas y a veces nos olvidamos de que, detrás de los números, hay una personas de carne y hueso.
Ha comenzado la desescalada. Estamos recorriendo las fases con pies de plomo, tratando de deshacer el dilema salud versus economía. Las comunidades autónomas se han instalado en una extraña competitividad para ver quién recorre primero las cuatro fases. Y no hay que apresurarse. No hay que salir primero. Hay que salir todos.
Quiero mandar un mensaje de esperanza, de optimismo y de fuerza. Porque, sea temprano o sea tarde, saldremos de esta. Es cierto que algunos compatriotas no van a poder contarlo. Con las muertes hemos pagado el más alto precio de la crisis. El más cruel. No solo por la muerte sino por la triste y solitaria forma en que ha ocurrido.
Creo que deben alegrarnos las pasos que vamos dando. Nos estamos convirtiendo en supervivientes. Todos tenemos una responsabilidad en la superación de la pandemia. Es la hora de la gente.
Algunos, lamentablemente, han salido del confinamiento como sale el champán cuando se descorcha la botella después de agitarla. Y eso es muy peligroso. Seamos responsables, seamos rigurosos en el cumplimiento de las indicaciones políticas y sanitarias. Acabo de ver una manifestación contra el gobierno de vecinos y vecinas del lujoso barrio madrileño de Salamanca. Apelotonados, sin mascarillas, sin guantes, poniéndonos en riesgo a todos. Envueltos en la bandera de España, eso sí, porque las consideran suyas. Me refiero a la bandera y a la patria. Indignante. Despreciable. No es el momento de decir “Abajo Sánchez” sino “Abajo el virus”. Pueden decir lo que quieran, ya lo sé. Pero, por Dios, respetando las normas de protección porque, de lo contrario, todo el esfuerzo no valdrá para nada. Esos manifestantes han tenido un comportamiento delictivo. No por lo que gritaban sino por lo que hacían. Libertad de opinión, sí. Libertad de destrucción, no.
A pesar de todo, saldremos adelante. Hay países, como Dinamarca, que han dado por superada la crisis. Otros están avanzando a pasos más o menos rápidos hacia la salvación. Nosotros también saldremos. Pasará todo. Pasará. Aunque tengamos que seguir conviviendo con el virus.
En el libro de Jaume Soler y M. Mercè Conangla titulado “La ecología emocional. El arte de transformar positivamente las emociones”, he encontrado una historia que me parece de singular importancia para esta coyuntura. Dice así:
Una vez, un rey de un país no muy lejano reunió a los sabios de su corte y les dijo: He mandado hacer un precioso anillo con un diamante a uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar, ocultas dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño el mensaje, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo.
Todos aquellos que escucharon los deseos del rey eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados… Pero, ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía durante muchas horas, sin encontrar nada que se ajustara a los deseos del poderoso monarca.
El rey tenía muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como de la familia y gozaba del respeto de todos.
El rey, por esos motivos, también lo consultó. Y éste le dijo:
– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.
– ¿Como lo sabes?, preguntó el rey.
– Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje.
En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.
– Pero no lo leas, dijo. Manténlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida en una situación.
Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle. Caer por él sería fatal. No podía volver atrás, porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad del enemigo.
Fue entonces cuando recordó lo del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento… Simplemente decía: Esto también pasará.
En ese momento fue consciente de que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto es que le rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos.
El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejército y reconquistó su reinado.
El día de la victoria, en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de sí mismo.
En ese momento, nuevamente el anciano estaba a su lado y le dijo:
– Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo.
– ¿Qué quieres decir?, preguntó el rey. Ahora estoy viviendo una situación de euforia y alegría, las personas celebran mi retorno, hemos vencido al enemigo”.
– Escucha, dijo el anciano. Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje… Esto también pasará.
Y, nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.
Entonces el anciano le dijo:
– Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
Hasta aquí la historia del anillo del rey. Con su moraleja de esperanza y con su advertencia para los tiempos de bonanza cuando esto haya pasado. La historia nos dice que, una vez alcanzado el fin de la crisis, es probable que no podamos instalarnos en la plena tranquilidad de forma definitiva. Porque también esa bonanza pasará. Podemos echar las campanas al vuelo pero con la seguridad de que su repique podría cesar en cualquier momento. Hoy toca esperanza porque la pandemia de la covid-19 está pasando. Porque, sin duda, pasará.
Estamos viviendo una crisis sin precedentes. Nos asedia el miedo del contagio. Y el de ser portadores del virus y convertirnos en un arma mortal para personas que se acerquen a nosotros, conocidas o no.
No vemos cerca la salida de esta crisis que nos tiene todavía encerrados en las casas, en un confinamiento tan necesario como difícil. Cada día nos inundan de gráficas y de estadísticas y a veces nos olvidamos de que, detrás de los números, hay una personas de carne y hueso.
Ha comenzado la desescalada. Estamos recorriendo las fases con pies de plomo, tratando de deshacer el dilema salud versus economía. Las comunidades autónomas se han instalado en una extraña competitividad para ver quién recorre primero las cuatro fases. Y no hay que apresurarse. No hay que salir primero. Hay que salir todos.
Quiero mandar un mensaje de esperanza, de optimismo y de fuerza. Porque, sea temprano o sea tarde, saldremos de esta. Es cierto que algunos compatriotas no van a poder contarlo. Con las muertes hemos pagado el más alto precio de la crisis. El más cruel. No solo por la muerte sino por la triste y solitaria forma en que ha ocurrido.
Creo que deben alegrarnos las pasos que vamos dando. Nos estamos convirtiendo en supervivientes. Todos tenemos una responsabilidad en la superación de la pandemia. Es la hora de la gente.
Algunos, lamentablemente, han salido del confinamiento como sale el champán cuando se descorcha la botella después de agitarla. Y eso es muy peligroso. Seamos responsables, seamos rigurosos en el cumplimiento de las indicaciones políticas y sanitarias. Acabo de ver una manifestación contra el gobierno de vecinos y vecinas del lujoso barrio madrileño de Salamanca. Apelotonados, sin mascarillas, sin guantes, poniéndonos en riesgo a todos. Envueltos en la bandera de España, eso sí, porque las consideran suyas. Me refiero a la bandera y a la patria. Indignante. Despreciable. No es el momento de decir “Abajo Sánchez” sino “Abajo el virus”. Pueden decir lo que quieran, ya lo sé. Pero, por Dios, respetando las normas de protección porque, de lo contrario, todo el esfuerzo no valdrá para nada. Esos manifestantes han tenido un comportamiento delictivo. No por lo que gritaban sino por lo que hacían. Libertad de opinión, sí. Libertad de destrucción, no.
A pesar de todo, saldremos adelante. Hay países, como Dinamarca, que han dado por superada la crisis. Otros están avanzando a pasos más o menos rápidos hacia la salvación. Nosotros también saldremos. Pasará todo. Pasará. Aunque tengamos que seguir conviviendo con el virus.
En el libro de Jaume Soler y M. Mercè Conangla titulado “La ecología emocional. El arte de transformar positivamente las emociones”, he encontrado una historia que me parece de singular importancia para esta coyuntura. Dice así:
Una vez, un rey de un país no muy lejano reunió a los sabios de su corte y les dijo: He mandado hacer un precioso anillo con un diamante a uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar, ocultas dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño el mensaje, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo.
Todos aquellos que escucharon los deseos del rey eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados… Pero, ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía durante muchas horas, sin encontrar nada que se ajustara a los deseos del poderoso monarca.
El rey tenía muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como de la familia y gozaba del respeto de todos.
El rey, por esos motivos, también lo consultó. Y éste le dijo:
– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.
– ¿Como lo sabes?, preguntó el rey.
– Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje.
En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.
– Pero no lo leas, dijo. Manténlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida en una situación.
Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle. Caer por él sería fatal. No podía volver atrás, porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad del enemigo.
Fue entonces cuando recordó lo del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento… Simplemente decía: Esto también pasará.
En ese momento fue consciente de que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto es que le rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos.
El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejército y reconquistó su reinado.
El día de la victoria, en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de sí mismo.
En ese momento, nuevamente el anciano estaba a su lado y le dijo:
– Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo.
– ¿Qué quieres decir?, preguntó el rey. Ahora estoy viviendo una situación de euforia y alegría, las personas celebran mi retorno, hemos vencido al enemigo”.
– Escucha, dijo el anciano. Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje… Esto también pasará.
Y, nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.
Entonces el anciano le dijo:
– Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
Hasta aquí la historia del anillo del rey. Con su moraleja de esperanza y con su advertencia para los tiempos de bonanza cuando esto haya pasado. La historia nos dice que, una vez alcanzado el fin de la crisis, es probable que no podamos instalarnos en la plena tranquilidad de forma definitiva. Porque también esa bonanza pasará. Podemos echar las campanas al vuelo pero con la seguridad de que su repique podría cesar en cualquier momento. Hoy toca esperanza porque la pandemia de la covid-19 está pasando. Porque, sin duda, pasará.
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