Juan Romero. Catedrático de Geografía Humana. Universidad de Valencia
El pasado mes de febrero Josep Fontana fue investido Doctor Honoris causa por la Universitat de València de la que fuera profesor como catedrático en la Facultad de Ciencias Económicas durante los años 1974 y 1975. El Doctorado Honoris Causa es la máxima distinción que la Universitat de València concede a una persona en reconocimiento a su trayectoria en el ámbito académico, científico o cultural, a sus valores, así como a su especial vinculación con la Universidad.
Quienes desde las Facultades de Geografía e Historia y de Economía promovimos su candidatura ante los órganos de gobierno queríamos de este modo no solo reconocer de forma solemne sus extraordinarios méritos académicos y científicos y su indiscutible influencia en una nueva generación de jóvenes profesores y estudiantes durante esos años en los que dejó una huella imborrable que aún perdura, sino una forma de darle las gracias y un reconocimiento a sus valores, a su forma de ver mundo y de estar en él. Si existiera un Doctorado Honoris causa global Josep Fontana sería uno de los candidatos indiscutibles.
HISTORIADOR
Queríamos reconocer, en primer lugar, su figura como historiador, por cuanto como tuvo ocasión de argumentar el profesor Pedro Ruiz, catedrático de Historia Contemporánea y ex-Rector de la Universitat que fuera el encargado de leer la “laudatio” que se encuentra completa pulsando aquí. Abrió nuevos caminos en el estudio de periodos fundamentales de la Historia de España del siglo XIX y XX. También contribuyó a enriquecer los enfoques de la Historia de España y de Cataluña desde su formidable trabajo editorial. Y todavía sigue proponiendo y sugiriendo la necesidad de revisar enfoques y miradas, tanto de la Historia de España, por ejemplo en la espléndida presentación a la Historia de las Españas, como en su propia lección magistral, que se puede consultar aquí. en la que sugiere la necesidad de revisar el concepto de progreso a la vista de la evolución de nuestras sociedades desde los años ochenta del siglo XX.
PROFESOR
En segundo lugar, su figura como profesor, porque desde su cátedra de Historia Económica impresionaba su forma de concebir y practicar la enseñanza de la Historia. Aquella inusual forma de enseñar dejó una huella imborrable. Quienes tuvimos el privilegio de asistir a sus clases, siempre llenas de estudiantes sentados hasta en el suelo, nunca hemos podido olvidarlo. Y muchos de nosotros, que años más tarde nos hemos dedicado a este extraordinario oficio de profesor, todavía procuramos inspirarnos en aquella forma de enseñar.
Con Josep Fontana aprendimos, aprendí y ya no he podido olvidar, que ser profesor significa mucho más que trabajar en la enseñanza. Ser profesor es una tarea noble, la más noble y comprometida que tal vez exista. Ser profesor es un privilegio. Supone una formidable responsabilidad. Un compromiso que no acaba en el aula o cuando se acaba la clase o el periodo lectivo, sino que se ha de prolongar durante todo el curso, toda la carrera e incluso más allá. Un compromiso que no acaba en la obligación de explicar de forma competente los contenidos de la materia.
No se trata de que los estudiantes sepan o piensen lo que dice, exige o piensa el profesor. Se trata de proporcionar a los estudiantes todos los conocimientos disponibles, un buen estado de la cuestión acerca de todo lo que se piensa, sobre las cuestiones relevantes de cada materia, para que cada estudiante sea capaz de comprender en profundidad los procesos en curso y de extraer sus propias conclusiones. Pero también de sugerirles caminos y vías de acceso a información variada y a actividades que tienen lugar fuera del aula.
Se trata de ayudar a formarse, como ciudadanos y como profesionales, a personas que son muy diferentes y que acuden a la universidad con trayectorias vitales muy distintas. Se trata de enseñar a pensar, a ser críticos, a ser capaces de resolver problemas, a saber trabajar en grupo con personas que piensan diferente. Se trata de crear un vínculo, invisible pero sólido, basado en la confianza mutua entre profesor y estudiante, en singular no en plural. Se trata, por supuesto, de ser competente y experimentado y de valorar con justicia el esfuerzo personal. Pero también de estar siempre disponible, de acompañar al estudiante durante su etapa formativa, de estar particularmente pendiente de quienes necesitan más ayuda, de saber también proporcionar alas a quienes quieren volar más alto. Un profesor nunca mira el reloj para ver si la clase o la tutoría han acabado. Esa es la diferencia entre ser profesor y trabajar en la enseñanza.
No es un trabajo cualquiera. Trabajas con personas, abiertas, atentas y sensibles y de tu trabajo y de tu actitud se derivan consecuencias muy importantes. Para bien o para mal. Quien entienda que el oficio de profesor es un trabajo ha equivocado su vocación y no será feliz en el aula. Y si un profesor no es feliz en el aula rápidamente transmite esa sensación a los estudiantes. Y entonces no es posible sacar nada bueno de ahí. Todo esto, y mucho más, es lo que sembró Josep Fontana entre muchos de nosotros. Prueba de ello es que mantiene hasta hoy relación con muchos de sus antiguos alumnos y alumnas. Y sigue disponible.
CIUDADANO CRÍTICO
En tercer lugar, queríamos reconocerle públicamente muchas más cosas. Queríamos agradecerle su incansable compromiso con las causas justas, su mirada crítica sobre el mundo actual, su batalla contra el aumento de las desigualdades, su interés por explicar, en especial a las jóvenes generaciones, que las cosas pueden cambiar y que el futuro será lo que nosotros queramos que sea. Todavía recuerdo que meses antes, en el propio paraninfo de la Universidad de Valencia, Josep Fontana impartió una conferencia sobre el mundo actual, con motivo de la presentación de su gran obra reciente Por el bien del Imperio, y lo más impresionante es que el paraninfo quedó completamente desbordado por la presencia de centenares de jóvenes.
Porque Josep Fontana es también un académico y un ciudadano comprometido con su tiempo y muy atento a los cambios recientes. Con ello quiero decir que entiende la importancia del conocimiento como algo fundamental. Como condición necesaria, pero no suficiente. También es necesario el compromiso cívico, la necesidad de impulsar movimientos sociales amplios y campañas explicativas.
REFERENTE ÉTICO
Personalmente creo que Josep Fontana es mucho más que un académico-activista. Para muchos de nosotros es una referencia ética. Forma parte de un grupo extraordinario de mujeres y hombres que dedican su vida a defender y explicar, con argumentos, que hay otras formas más decentes de hacer las cosas. Que hay una agenda alternativa a la impulsada por el pensamiento neoliberal. Que hay valores que hunden sus raíces en la Ilustración por los que merece la pena implicarse. Que no es posible callar frente a lo intolerable. Que hay que abandonar las “zonas de confort” académicas, el pensamiento “cómodo” y explicar lo que verdaderamente está pasando. Aunque te sientas en minoría en mitad de la gran marea neoliberal con todos sus bien financiados think tanks, fundaciones y departamentos universitarios dedicados a dar apariencia de barniz académico lo que no es más que una descarada estrategia dedicada a desmontar sistemáticamente los pilares fundamentales del Estado social y la democracia allí donde la democracia y el Estado social han ido más lejos. Y a impedir que en otras partes del mundo puedan imaginar un día en que las gentes puedan disponer de algo parecido. Y esto no es nada revolucionario. O sí, según se mire. Pero ese día hizo una afirmación que bien podría resumir lo que ha sido hasta ahora su brújula, que lo es también para muchos de nosotros: procurar que exista el mayor grado de igualdad posible con el mayor nivel de libertad posible.
En este grupo extraordinario de mujeres y hombres están, para mí, junto a Josep Fontana, personas como Susan George, David Harvey, Saskia Sassen, Vandana Shiva, Wendy Brown, Noam Chomsky, Amin Malouf, Zigmut Bauman o Sami Naïr. Desde otro plano personas como José Mujica o Josep Bové. También algunos que ya nos han dejado, como Eduardo Galeano y José Saramago. Son la conciencia global. Son el fundamento que inspira a muchos movimientos alterglobalizadores en el mundo. Y todos reúnen una cualidad que está al alcance de muy pocos: son referente para las jóvenes generaciones. Lo pude comprobar ese día en el paraninfo de mi universidad. También cuando meses más tarde vino al mismo lugar Susan George. Ambos “jóvenes” de más de 80 años.
En ese contexto hay que situar su insistencia en poner la atención en los grandes cambios que se están produciendo en las recientes décadas y además de no resignarse la necesidad de revisar paradigmas como el de progreso social. Y sobre todo en algo sobre lo que insiste de forma reiterada, también en la lección magistral que dictó en el acto académico: “Uno de los aspectos más alarmantes de la evolución actual de nuestras sociedades es que la desigualdad está experimentando un aumento incontrolable”.
Las causas que explican lo que Krugman ha llamado “la Gran Divergencia”, Rosanvallon “el Gran Cambio” y Susan George “ la Gran Regresión Neoliberal”, son de naturaleza política y responde a una estrategia que se remonta a los años setenta del siglo XX. La desproporcionada distribución de ingresos en las sociedades desarrolladas, aquella que hace que realmente haya sido una exigua minoría la que se beneficia en detrimento de la mayoría, obedece a cambios operados en “las normas, las instituciones y el poder político” y es en ese terreno donde ha de formularse un proyecto alternativo. Con un enfoque coincidente, lo explicó muy bien Josep Fontana, en un texto seminal que también merece ser leído con atención: “ (…) necesitamos evitar el error de analizar la situación que estamos viviendo en términos de una mera crisis económica
–esto es, como un problema que obedece a una situación temporal, que cambiará, para volver a la normalidad, cuando se superen las circunstancias actuales–, ya que esto conduce a que aceptemos soluciones que se nos plantean como provisionales, pero que se corre el riesgo de que conduzcan a la renuncia de unos derechos sociales que después resultarán irrecuperables. Lo que se está produciendo no es una crisis más, como las que se suceden regularmente en el capitalismo, sino una transformación a largo plazo de las reglas del juego social, que hace ya cuarenta años que dura y que no se ve que haya de acabar, si no hacemos nada para lograrlo. Y que la propia crisis económica no es más que una consecuencia de la gran divergencia”.
Esta profunda transformación del poder se basa en una ideología muy concreta que bien podemos definir como neoliberalismo que ha sido capaz de construir una narrativa hoy hegemónica, y también un nuevo tipo de legitimidad. A esta tarea se dedica “un amplio espectro de oscuros personajes no elegidos” (…) con muchos medios, para influir, infiltrar y en algunos casos reemplazar gobiernos, jibarizando siempre la democracia. Son los “escuderos” de los que habla Owen Jones en The Stablisment.
La Agenda de Washington no fue más que el corolario lógico de un trabajo previo que desbrozó todo el camino. Responde al gran consenso de las élites. Al consenso del sistema. La extraordinaria concentración de poder y riqueza en manos de grandes corporaciones transnacionales y de una clase alta global, el hecho de que pueda tomar sus decisiones de forma unilateral y sin que apenas se les pueda ofrecer resistencia, que puedan usurpar, detentar, el poder de forma ilegítima, no es ninguna casualidad sino fruto de una estrategia deliberada mantenida durante décadas. Y aunque algunos hechos geopolíticos contribuyeron a allanar el camino, lo cierto es que desde mucho antes había un propósito: ganar la batalla de las ideas y las percepciones. Y esa batalla a día de hoy la han ganado de forma incontestable. Y ganada la batalla de las ideas (y del lenguaje) han conseguido que la política se oriente a beneficiar a una reducida élite social, trasladando a su vez la percepción de que lo que es bueno para esa élite es bueno para la mayoría.
Hoy son los que menos tienen los que están a la defensiva. Bien mirado, el debate sobre el poder (y la capacidad de intimidación) ha sido siempre la gran cuestión central. Y desde hace tiempo el poder (y la capacidad de infundir temor) se ha concentrado solo en un lado de la mesa. La “capacidad de intimidación”, a la que también Fontana presta mucha atención, propia de las sociedades industriales y de los poderosos sindicatos obreros (el “reformismo del miedo” del que habla Rosanvallon es cosa del siglo pasado. Es más, las élites y las grandes empresas transnacionales no ven ahora razón alguna para tener que sentarse a la mesa de los consensos, puesto que en el otro lado hay ruido e indignación fragmentada, pero no alternativas consistentes ni organización. De ahí, la arrogante pero muy sincera afirmación de Warren Buffet, uno de los mayores exponentes de la élite global: “la lucha de clases sigue existiendo, pero los de mi clase van ganando”.
Han sido capaces de cambiar completamente el marco del debate. Para conseguir que las ideas que en los años sesenta eran impensables o extravagantes fueran lo único posible veinte años más tarde. Para “sentar las bases intelectuales para toda una serie de ideas radicales de derechas y luego popularizadas ante el gran público”. Ideas, mitos y creencias, muchas veces equivocadas o sin mayor fundamento que la fe, que hoy se consideran “verdades incuestionables” y que contribuyen a justificar una agenda no muy extensa pero consistente que objetivamente perjudica a la mayoría, aunque esa mayoría no lo perciba así, en el seno de nuestras sociedades.
Hoy, entre las verdades incuestionables de aquella formidable “contrarreforma” consolidada en los noventa (bancaria, educativa, sanitaria, de gestión pública, laboral…) encontramos aquellas que fundamentan la economía política de la desigualdad y de la inseguridad: subir los impuestos a los que más tienen es perjudicial para la mayoría, es necesario introducir recortes en el gasto público social para garantizar el equilibrio de las cuentas públicas, las políticas de austeridad y de recortes salariales acabarán por traer la recuperación a nuestras economías, la gestión privada es mucho más eficiente que la gestión pública por lo que la “externalización” es lo más adecuado, una economía desregulada es mejor que un sistema en el que el Estado mantenga estrictos mecanismos de regulación y control, las empresas funcionan mejor si no están sujetas a rígidos acuerdos sindicales o a convenios que regulan sectores, el Estado es demasiado grande y es necesario reducirlo en favor de los mercados, si las cosas me van mal yo soy el responsable, las políticas keynesianas son el pasado… No hay más que una política posible. No hay alternativa, dicen desde hace décadas.
Porque el marco del debate es otro: lo importante, dicen, es eliminar barreras comerciales porque se crearán millones de empleos, bajar los impuestos porque “el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos”, aunque la consecuencia sea recortar gasto público social. Lo importante es, al tiempo que se aprueban regalos fiscales y se decretan amnistías para los evasores de impuestos, perseguir a los “gorrones del Estado” que se “benefician” de forma fraudulenta del cobro de pequeños subsidios o ayudas por desempleo, hijos o vivienda. Lo importante es impedir que inmigrantes puedan acceder a servicios de sanidad o ayudas de vivienda. Estos son los adversarios del Estado a los que perseguir. Y no los otros.
Han conseguido también superar contradicciones injustificables y situar en el imaginario público la versión contraria a la realidad de los hechos. En especial una: afirman que son firmes partidarios de reducir el Estado pero en realidad las grandes corporaciones obtienen formidables beneficios de la esfera pública. Hasta el punto de que probablemente no podrían vivir sin los presupuestos del Estado. El nuevo “neoliberalismo de Estado” defendido por las élites, una curiosa variante del pensamiento liberal, consiste en privatizar y liberalizar lo que proporciona beneficios y en dejar en manos del Estado o devolver lo que no es rentable. Se trata de obtener el máximo de ventajas del presupuesto público, haciendo ver al tiempo que el Estado tiene que reducirse porque es lo mejor para la mayoría. “Se trata de convertir intereses privados en leyes de parlamentos nacionales”.
Y aunque los datos indiquen de forma reiterada que situar excesivamente el foco en déficit y deudas en detrimento de objetivos de largo plazo como crecimiento y reducción del desempleo es un camino equivocado, las corporaciones y sus representantes en los gobiernos y parlamentos insisten. Es el único camino posible que las élites europeas han sido capaces de ofrecer a sus ciudadanos mediante la aplicación sistemática de lo que Fituossi y Saraceno han definido como el Consenso Berlin-Washington. Aunque la teoría evidencie ausencia de robustez empírica y aunque los datos aconsejen lo contrario, no hay elección para los ciudadanos. Gobiernos y parlamentos aplican acuerdos y pactos de inspiración neoliberal.
Es, por tanto, en la política donde están las causas que explican la situación actual. Es el poder concentrado en pocas manos y la política puesta al servicio de las élites y las grandes corporaciones. Las causas que explican esta gravísima erosión del Estado social y el espectacular aumento de renta del 1 por ciento más rico no puede atribuirse a la globalización “sino que derivan del alcance y del poder globalizado de las élites económicas euro-estadounidenses”. Es decir, decisiones que se sitúan en el ámbito de la(s) política(s). Y además, las élites escriben las reglas del juego y también eligen a sus propios árbitros
Pero en ningún lugar está escrito que las cosas no puedan ser de otra manera. Esta es otra de sus ideas fundamentales. Hay que insistir en la batalla de las ideas. Para cambiar completamente el marco del debate. Pero como bien sabemos las ideas cambian lentamente y los cambios profundos todavía más. De ahí que no haya tiempo que perder.
ALTERNATIVA POSTNEOLIBERAL
Yo también creo, como él que es posible construir un nuevo relato alternativo para un futuro postneoliberal. Que lo que hoy puede parecer utópico puede ser un marco de referencia aceptado por la mayoría dentro de una década.
Hay que construir la alternativa sobre otros fundamentos. Trabajando de forma paciente para cambiar los términos del debate. Un reconocimiento honesto y realista de la situación de partida puede ser de gran utilidad para construir una alternativa a medio plazo. Los campos de discusión decisivos tienen que ver con la igualdad, con el papel del espacio público, con la redistribución de la riqueza, con el fortalecimiento del Estado social, con la autonomía de la política, y con la apuesta por la transición hacia nuevas formas de organización política, social, económica y ambiental.
Hoy, las élites europeas solo pueden presentar como credencial más sobresaliente su fracaso y su connivencia a la hora de impulsar su agenda neoliberal y sus políticas de austeridad. Por eso es imprescindible conseguir que suba la marea en favor de otra Europa. Para que las democracias low cost adquieran mayor densidad y capacidad. Para que democracia y soberanía sean conceptos que tengan pleno sentido. Para que el poder tenga que escuchar. Para obligarlo a cambiar. Porque “el poder no hace ninguna concesión a menos que se le exija (…) Nunca ha hecho ninguna y nunca lo hará”. Esto es lo que nos enseña la historia. Y los ciudadanos movilizados tienen una gran capacidad para llevar a las élites a la mesa de los consensos.
Esta es la invitación amable que nos hace Josep Fontana: aunque sea costoso y lento, trabajar con otros para conseguir cambios positivos en el mundo es la forma de vida más reconfortante. También sabemos por experiencia que hay avances y retrocesos, que no hay nada asegurado. Que lo que parecía estable, “sólido”, para una generación de europeos, ya no lo es para la siguiente. Al final dependerá de lo que los ciudadanos organizados decidamos respecto a nuestro futuro y el de nuestros hijos. Como suele repetir a menudo, lo que tengamos será lo que habremos merecido.
Gracias, querido maestro.
(Foto de Rosa Peña: Primavera en mi barrio. Rivermark. Santa Clara. California)
Pues bien, los gráficos ponen de manifiesto que, en un sentido muy diferente al defendido por la corriente dominante en economía, no hay evidencia empírica en la Unión Europea que sostenga la afirmación de que la moderación salarial es una vía para la creación de empleo. Más bien al contrario, en el periodo dominado por la austeridad salarial y presupuestaria encontramos una relación positiva entre la compensación real por empleado y el empleo. En otras palabras, el balance en términos ocupacionales ha sido más favorable para aquellas economías que han relajado la disciplina salarial.
¿Cómo interpretar estos resultados? Cuatro aspectos a tener en cuenta.
a) Las políticas de represión salarial, al contraer la demanda, han penalizado el crecimiento económico y, en esa medida, la capacidad de creación de empleo. Ese efecto de demanda supera, con mucho, los supuestos efectos positivos asociados a la activación de la inversión y el aumento de la competitividad.
b) La recuperación de los márgenes empresariales no se ha traducido en una mejora sustancial de la inversión productiva, que, cuando se escriben estas líneas, todavía se mantiene en niveles muy bajos. La atonía de la demanda y, más en general, las incertidumbres que amenazan la evolución de los mercados explican la prudencia inversora de las empresas.
c) El supuesto intercambio entre salarios (moderación) y empleo (crecimiento) no se ha materializado. La represión salarial no mejora sustancialmente el balance ocupacional. Lejos de abrir las puertas a la contratación de trabajadores de baja cualificación, ha supuesto la degradación salarial de los que antes recibían mejores retribuciones.
d) En el contexto de las reformas estructurales llevadas a cabo estos años por los gobiernos europeos, cuya piedra angular ha sido la desregulación de los mercados de trabajo, se han abierto para las empresas mayores posibilidades de intensificar la utilización de los recursos laborales disponibles (aumentar la explotación): alargamiento de las jornadas laborales e intensificación de los ritmos de trabajo. Ello, como no podía ser de otra manera, ha tenido una incidencia negativa sobre la creación de empleo.