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martes, 20 de octubre de 2020

_- Respondiendo a Vox sobre el mito del «Oro de Moscú»

_- El 14 de septiembre de 1936 dio comienzo la evacuación de las reservas de oro y plata así como de billetes de curso legal de las cámaras acorazadas del Banco de España para su traslado a los polvorines de La Algameca en el puerto de Cartagena. De aquí la mayor parte del metal amarillo se transportó un mes más tarde en cuatro mercantes soviéticos a Odesa. Es la base del mítico “oro de Moscú”, una de las excusas, si no la más importante, que blandió la dictadura franquista para “explicar” la desastrosa situación de la que no salió la economía española durante los años cuarenta (añadió la segunda guerra mundial y, para colmo, el no menos mitificado “cerco internacional”).También sirvió para arrojar al más tenebroso pozo de la historia al régimen republicano y a sus dirigentes, primero y ante todo, a los comunistas y socialistas. De los primeros ya no se habla mucho. De los segundos no se cesa.

En este año de desgracia pandémica VOX ha encontrado, por consiguiente, al principal “culpable”. Véase el twit que ha enviado a este blog un amable lector:

Si en el lapso de un día o dos ese twit se reprodujo 153.000 veces servidor no aspira a que unos cuantos posts que se ríe a carcajadas tengan tamaña difusión. Diré, en principio, que aducir que milicianos socialistas, en plan de gánsteres armados de ametralladoras Thomson, hicieran un atraco al venerable establecimiento de la plaza de la Cibeles madrileña es un poco exagerado. Que se llevaran “más de 500 toneladas” no lo es menos.

También diré que, salvo por VOX y su aparato mediático, pocas son las voces que se han levantado para recordar y maldecir tal supuesta efemérides del 14 de septiembre. A mí ni se me había ocurrido pensar en la fecha, pero no puedo permanecer en silencio (“quien calla otorga”) ante la desfachatez de ese partido y de cierta prensa que se ha hecho eco de sus estupideces.

La realidad es muy diferente del supuesto “latrocinio”. La evacuación del oro respondió a una necesidad perentoria. Después de la caída de Irún y de Talavera de la Reina las tropas sublevadas habían conseguido dos cosas: la primera, cerrar la frontera con Francia; la segunda, acercarse peligrosamente a Madrid. Esto había ocurrido en poco más de mes y medio desde que estalló la planeada revuelta contra la República con, ¿debemos subrayarlo una vez más?, la ayuda de dos reconocidos supergánsteres internacionales como fueron Mussolini (que ya venía ayudando a los conspiradores desde 1932) y de Hitler (que se decidió a la semana de producido el golpe).

La idea de poner a salvo las reservas había aflorado en el mes de agosto con los anarcosindicalistas como principales proponentes. Sus proyectos los rechazó el Gobierno Giral y la CNT/FAI no se atrevió, lógicamente, a hacerlo por su cuenta y riesgo.

Los historiadores de VOX no han dicho nada, que se sepa, acerca del “oro de París”. Tampoco lo dijo la dictadura que probablemente desean blanquear. Pero el hecho, que descubrió servidor en 1974/75 y publicó al año siguiente (el libro fue inmediatamente secuestrado), es que a los pocos días del golpe, el 21 de julio, el Gobierno Giral empezó a preparar la expedición y venta al Banco de Francia de pequeñas cantidades de oro para obtener divisas papel (francos, libras esterlinas, dólares norteamericanos). Se necesitaban para adquirir armamento en el extranjero. (Los sublevados no tuvieron problemas: fascistas y nazis, cogiditos de la mano, suministraron a crédito y los primeros aviones italianos contratados el 1º de julio de 1936 los pagó Juan March, siempre generoso).

Tampoco se les ha ocurrido a los propagandistas de VOX decir una palabra que los sublevados se enteraron inmediatamente de lo que pasaba con el mítico ORO. Hasta el despreciable general Cabanellas, jefecillo de la autodeclarada Junta de Defensa Nacional, puso el grito primero en el cielo escribiendo al gobernador del Banco central del país vecino el 3 de agosto oponiéndose de manera insolente a todas las operaciones que ordenara el Gobierno español (la JDN se consideraba ya como tal, aupada en hombros por el fervor popular, pero también por las bayonetas y un terror ciego). El 8 escribió también al ministro de Asuntos Exteriores francés (Yvan Delbos, antirepublicano de pro) y más tarde a través de la prensa francesa y por último ante el Banco de Pagos Internacionales de Basilea.

Para encontrar las cartas hay que leer, al menos, algún libro, pero si van al portal del BOE (que seguro conocen) y buscan en la serie histórica los boletines de la JDN el decreto de la misma de 14 de agosto comprobarán que los sublevados estaban bien enterados de lo que pasaba. Se declaró como “delito de traición el cometido con las exportaciones de oro del Banco de España”. Luego hubo otro del 25 que, prepotentemente, declaraba nulas las operaciones resultantes. A finales de setiembre, conocida ya la salida de Madrid, Cabanellas tuvo el tupé de apelar nada menos que a la Sociedad de Naciones. Al gobierno republicano (regalo esta perla a VOX para su futura propaganda) lo calificaba el general de la blanca barca como “el Soviet de Madrid” y cabeza de una “banda internacional”. ¿No es bonito? El lector ve que no es necesario acudir, de entrada, a Franco.

Naturalmente, ni en agosto ni en septiembre de 1936 ningún país civilizado, ayudara a la República o no, iba a considerar “legítima” a una banda de salteadores de uniforme que se arrogaban hablar en nombre del pueblo español, además de representantes de la Nación. Fascistas, nazis y salazaristas terminarían haciéndolo, pero todavía habría de pasar algún tiempo. No se les adelantaron ni siguieron muchos: solo un par de pequeñas repúblicas centroamericanas dirigidas, ¡cómo no!, por militares.

Pregunta a VOX: si los milicianos socialistas arramplaron con el 72 por ciento de las reservas metálicas del Banco de España, ¿adónde fue el 28 por ciento restante? ¿Lo rescató acaso el “Caudillo” a lo largo de sus cuarenta años de “magistratura”? ¿Se volatilizó en una atmósfera corrosiva que deshacía el metal amarillo como si fuera un disolvente venusiano? Misterio.

Pues no. No ocurrió nada de eso. Fue siempre una moda de los historiadores franquistas confundir al personal (quiero decir a sus lectores) la no recuperación del oro vendido al Banco de Francia con el oro remanente que quedó en el país vecino, a consecuencia de la devaluación del franco, del depósito que en sucursal del Banco emisor francés en Mont-de-Marsan la República hizo en 1931. Ese remanente pertenecía a España pero los tribunales franceses, siempre respetuosos con el honor de Marianne, hicieron todo lo posible por no retornarlo a los republicanos hasta que, ¡oh, milagro!, se reconoció a Franco en febrero de 1939 y poco más tarde se devolvió a este. Confundir churras con merinas es un artilugio muy querido de ciertos historiadores pero el oro de Mont-de-Marsan nunca fue el “oro de París”.

La salida del oro de Madrid fue una medida de prudencia. También salió de la capital el Gobierno republicano a principios de noviembre (algunos hablaron en la época de huida). Sin oro, no era posible mantener la resistencia. España apenas tenía divisas. Había acumulado oro amonedado (no como algunos autores norteamericanos o franceses dicen del tiempo de los aztecas) y sobre todo en lingotes y es cierto que, en términos de reservas metálicas, las españolas eran las cuartas del mundo (después de USA, Francia y Reino Unido, aunque excluyendo de la comparación las soviéticas). Así que el dilema era evidente (aunque tal vez no haya calado en los dirigentes de VOX): si caían en poder de los sublevados, adiós, bye-bye, a toda posibilidad de resistencia; si no caían, pero Madrid quedaba aislada o con comunicaciones cortadas, ¿cómo iban a utilizarse desde la Plaza de la Cibeles? Es muy verosímil que, de haber permanecido en la capital, Franco hubiese mostrado algo más de interés por tomarla a sangre fuego y no se hubiese demorado.

¿No saben los historiadores de dentro de VOX, si es que hay alguno, lo que hicieron varios países de cara al posterior conflicto europeo? Recordémoslo a ellos y también a los lectores. Por ejemplo, los franceses, que se suponía disponían del mejor ejército de la época (no era el caso del español), empezaron en noviembre de 1939 (a los dos meses de estallar el conflicto) a enviar oro a Nueva York, Fort-de-France (capital de La Martinique) y Kayes (en la colonia que hoy es Mali). Los belgas enviaron las suyas a Francia (y cayeron en poder de los alemanes, ¡quelle douleur!, por lo cual les fueron restituidas después de la guerra gracias al oro depositado en Nueva York). Los expertos mencionarán otros ejemplos. Hay para toda una panoplia de gustos.

En definitiva, el Gobierno republicano fue prudente. Tuvo la autorización del presidente de la República merced a un decreto reservado (de la víspera) del presidente Azaña. En esto también se seguían precedentes. Las ventas de oro se legalizaron a posteriori, pero con la vista puesta en otras siguientes, por otro decreto de igual característica del 30 de agosto, es decir, bajo el Gobierno Giral. “En evitación de posibles alarmas en el interior y recelos en el exterior, interesa quede en suspenso su publicación hasta que el Gobierno lo considere oportuno”. Normal.

¿Piensan los propagandistas a sueldo de VOX que tales operaciones deberían haberse voceado por los mercadillos y pasado por las Cortes? Si es así serían un tanto ignorantes. Incluso el tan amado Caudillo se parapetó detrás de un artilugio fenomenal, su voluntad fue ley, trasunto aprovechado del Führerprinzipnazi para, entre otros resplandecientes actos, hacer legal sus apropiaciones de dineros que no le pertenecían ¿Han dicho algo al respecto? No me consta. Lo cual es sorprendente porque tal principio duró tanto como él en vida.

A mitad de septiembre las milicias socialistas (más comunistas, anarquistas, republicanas, etc) se dedicaban preferentemente a luchar como podían para contener a los sublevados. ¿Iban a hacerse cargo del traslado? En realidad todo apunta a que los del PSOE estuvieron en lugar secundario. El acondicionamiento de las cajas necesarias para el traslado se hizo por cuenta del Gobierno y con la vigilancia de números de los Carabineros (que dependían del Ministerio de Hacienda y se habían mostrado leales) mientras se entregaban a la labor los empleados correspondientes y, en particular, los miembros del sindicato de Banca y Bolsa. Hay varios testimonios al respecto. ¿No los conocen los expertos de VOX?

Finalmente, ¿qué tiene que ver esto con la “memoria histórica”? Nada. Lo que hay es historia. Documentada. Analizada. Expuesta al público (con toda modestia por un servidor en repetidas ocasiones pero ya desde 1976). Y sobre los 140 años de historia, en lo que se refiere a latrocinios, encomiendo encarecidamente a los panfletarios voxistas que empiecen a refutar, documentalmente, la extensa experiencia de depredación de las élites españolas durante la Restauración y la dictadura primorriverista, como ha efectuado hace pocos meses Paul Preston en su último libro.

Mientras los trileros de VOX recargan pilas invito a los lectores que tengan la amabilidad de echar un vistazo a una antología de los ilustrados comentarios de quienes se han dejado embaucar por tan significado partido.

Aquí va una muestra:

https://twitter.com/hashtag/OroDeMosc%C3%BA?src=hashtag_click 

Ángel Viñas Historiador, economista, diplomático. Es catedrático emérito de la UCM. 

jueves, 17 de septiembre de 2020

_- Entrevista a Angel Viñas (I) «Todo historiador es un eslabón en una cadena ininterrumpida»

_- Ángel Viñas es catedrático emérito de la Complutense. De familia muy modesta, tuvo una educación estrictamente laica en las escuelas del barrio de Atocha (Madrid). Se apañó para estudiar en Alemania y Escocia a base de becas extranjeras y de esfuerzos propios (chico de recados en París y Stuttgart, docker en Hamburgo, profesor de castellano en el extranjero y de alemán y francés en Madrid, traductor). Sus intereses abarcan desde Germánicas y las viejas economías de dirección central a la política económica, exterior, de defensa y seguridad, las relaciones internacionales y la historia (de Alemania, Estados Unidos, España) que es su auténtica pasión. Premio extraordinario en la licenciatura y doctorado de Ciencias Económicas. Técnico comercial del Estado, con el número uno de su promoción. Exfuncionario del FMI y exdirector de Relaciones Exteriores en la Comisión Europea. Exembajador de la UE ante Naciones Unidas. Exdirector general de Universidades. Exasesor de Fernando Morán y Francisco Fernández Ordóñez. Ha sido catedrático numerario de Economía en Valencia, Alcalá, UNED y Complutense. Cinco años de docencia en la Facultad de Historia de esta última. Casado. Véase www.angelvinas.es

Ángel Viñas: "Franco fue un impostor, iba de machito y líder de la conspiración y es mentira" En el que creo que es su último libro publicado, ¿Quién quiso la guerra civil? Historia de una conspiración, hace usted referencia en la presentación a ¿Qué es la historia? de E. H. Carr, y recuerda un consejo del gran historiador inglés: “antes de estudiar los hechos, estudien a quien los historie”. ¿Debe deducirse de ello que no es posible una historia objetiva, que el marco conceptual e ideológico del historiador siempre deja huella en su obra?

Muchas gracias. Creo, ante todo, que hay que diferenciar entre objetividad e imparcialidad. No son conceptos similares, sino muy diferentes, aunque a veces, como parece deducirse de su pregunta, se utilizan casi indistintamente. Me apresuro a señalar que ambos tienen tras de sí una larguísima historia que no puedo resumir en unas líneas.

El historiador se hace, no nace. Tras un largo aprendizaje, se preocupa por comprender, analizar y describir una parte del pasado. Insisto: una parte, en general minúscula. El pasado, que ya no existe, es inmenso, inabarcable. Lo hace a través de ciertos instrumentos y ciertas metodologías. Unos y otras han cambiado en el curso del tiempo. En general, se trata de residuos: testimonios, descripciones, restos materiales (artísticos, literarios, documentales, monumentales, etc.). Todos ellos sometidos a un proceso de cambio. Dicho esto: todo historiador utiliza una parte más o menos amplia de ese inmenso abanico de instrumentos.

Para mí es objetivo quien analiza crítica, escrupulosa y científicamente los instrumentos en que se basa. Estos no hablan por sí mismos. Como dijo Carr, hay que preguntarles. Las preguntas varían según los propósitos del historiador. La historia -un encuentro con el pasado- se hizo como “ciencia”, ciencia blanda ciertamente, en el siglo XIX. Un subproducto de las Luces. Desarrolló una metodología. Quien la aplica es objetivo y sus resultados, siempre provisionales, están sometidos a crítica intersubjetiva, a contrastaciones múltiples. Por eso, entre otras razones, la historia no es una ocupación meramente literaria, artística, subjetiva.

Vd. creo que, en la segunda parte de su pregunta, a lo que apunta es a la imparcialidad. El historiador, hombre o mujer, es un ser cultural. Nace en un medio determinado; está expuesto en su educación a influencias varias; crece como historiador; desarrolla una teoría de la historia (incluso del conocimiento) explícita o implícitamente; tiene creencias (religiosas, estéticas, éticas, políticas, etc.). NO ES UN MEJILLÓN. Ve el mundo (y el pasado) a través de una retícula axiológica. No puede ser de otra manera. Y, naturalmente, eso se refleja en su obra. Pero esta obra se sustenta no solo en su formación sino en los resultados a que llega y estos resultados deben ser objeto de confrontación, confirmación y aprobación o rechazo. ¿Por quién? Por sus pares. Como los resultados en microbiología son criticables, aceptables o denunciables por ¿quién?: por otros microbiólogos. NO HAY HISTORIA DEFINITIVA.

Insisto un poco más en este punto. ¿Qué tipo de disciplina teórica es la historia? ¿A qué podemos aspirar sensatamente cuando hacemos historia? ¿A hipótesis o conjeturas bien establecidas? ¿Se puede hablar razonablemente de ciencia de la historia?

En parte, he contestado. La historia no es una disciplina exacta. Es una disciplina en progreso. En constante cambio. Este cambio se deriva, en primer lugar, del paso del tiempo; de las transformaciones del método que aplica; de la aparición de los objetos con los que lidia, a su vez sujetos a transformaciones. El carácter científico o no de la historia es un tema que ha dado lugar a controversias sin cuento. Las pretensiones de las Luces han ido revelándose un tanto ilusorias. Pero, para responder rápidamente, yo creo que tiene un lado científico en la medida en que aplica un método científico que reduce, en lo posible, la subjetividad, permite y estimula la crítica entre pares, se fundamenta en “pruebas”. En suma, no conduce a resultados caprichosos, sometidos al libre albur y sin restricciones, de sus practicantes. Lleva a conjeturas respaldadas, susceptibles de modificación.

De todas maneras, historia es un concepto pluriforme. No es lo mismo investigar la civilización maya que la guerra civil española.

Cuando se habla de hechos históricos, ¿de qué se está hablando? ¿Qué es un hecho histórico en su opinión?

Toda ocurrencia, toda arruga, en la tela del pasado es susceptible de considerarse hecho histórico. Su mayor o menor entidad depende del objetivo o del propósito del investigador. Por ejemplo, en el siglo XVI un molinero escribió sus reflexiones sobre el cosmos en unos papeles que podrían haber desaparecido. Como millones y millones de otros. Pero este molinero fue sometido a juicio por la Inquisición por tener concepciones consideradas heréticas. Sus papeles los encontró, varios siglos después, un investigador. Aplicó a ellos conceptos científicos y escribió un libro maravilloso, muy conocido, titulado El queso y los gusanos. Si este historiador, Carlo Ginzburg, no lo hubiese encontrado, tratado y escrito su libro, aquella ocurrencia en el pasado (un mero micropunto en la inmensidad de este) hubiese permanecido, como millones, miles de millones, billones de micropuntos en la más absoluta oscuridad.

Comparto su admiración por el libro de Ginzburg. Algunos filósofos de la ciencia de orientación analítica suelen hablar, refiriéndose a sobre todo a las ciencias naturales, de “hechos cargados de teoría”. ¿Ocurre de igual modo en la historia? ¿Los hechos están también muy marcados por las creencias previas del historiador? ¿Un historiador ve sólo aquello que está ya en predisposición de ver y comprobar?

No soy un filósofo de la ciencia. Lo que leí sobre ella, ya lo he olvidado. Con investigar parcelas del pasado (muy acotadas, por cierto) tengo bastante. Mi teoría de la historia, aplicada a estas parcelas (Segunda República, guerra civil, franquismo), me ha llevado a privilegiar el método inductivo. Es decir, desde mi primer libro de historia (aparecido en 1974) me dejé llevar por lo que descubriera en archivos. Era un tema prácticamente inexplorado en la literatura historiográfica (los antecedentes de la intervención nazi en la guerra civil). Subrayo el adverbio, porque obviamente se había escrito mucho sobre el tema, pero con una base empírica muy endeble: periódicos, relatos de protagonistas, controversias políticas e ideológicas, los documentos diplomáticos alemanes publicados.

En 1961, en un curso de verano en la Universidad de Freiburg, compré un libro que era la tesis doctoral de Manfred Merkes sobre la política nazi en la guerra civil. Tocaba de refilón los antecedentes. Al año siguiente compré en Berlín Oriental la respuesta de una historiadora comunista, Marion Einhorn. Los resultados eran completamente diferentes. (Todavía los conservo). Cuando empecé a investigar el tema, los aparté cuidadosamente (el primero ya había sido superado por la tesis de habilitación del mismo autor, que también dejé de lado) y me sumergí en los archivos. No en un archivo, sino en diez o doce. Y llegué a otras conclusiones. ¿Tenía yo alguna creencia previa? Creo que no. ¿En qué me basé? En la experiencia, modesta, adquirida como funcionario. Los procesos de adopción de decisiones suelen dejar huellas en expedientes, articulan alternativas, se basan en antecedentes, los actores se mueven en contextos determinados, están influidos por sus creencias, sus ambiciones, sus objetivos, sus esperanzas… Todo ello se refleja en papeles. Quizá con huecos, con lagunas, pero también en mucho papel. Un Estado moderno es un generador de inmensos volúmenes de información escrita.

Ahora bien, a medida que el historiador va haciéndose, en la praxis, va perfeccionando su metodología, va conociendo mejor el pasado, se familiariza con las querellas previas, lee a otros historiadores. En definitiva, “crece” en estatura y ambiciones.

¿Cómo concibe usted entonces el oficio del historiador?

Personalmente creo ser modesto. Aspiro a echar luz, nueva luz quizá, fundamentada empíricamente, sobre alguna parcelita del proceloso pasado. Sabiendo que muchos me han precedido y que muchos más hollarán el mismo camino después de haber desaparecido. En definitiva, todo historiador es un eslabón en una cadena ininterrumpida. Dentro de las coordenadas de la cultura, sociedad y embates del presente, sin poder anticipar el futuro, trato de explicar a los lectores de este que, en un período determinado, que para ellos será pasado, un historiador trató de comprender unas cuantas partículas de lo que para él también lo era. ¿Un modelo? Quizá el conde de Toreno, como historiador de la guerra contra los franceses a principios del XIX. Tengo una edición encuadernada en cuero primorosamente que me regaló Enrique Fuentes Quintana.

¿Cuáles han sido sus grandes maestros?

Un amplio repertorio, muy ecléctico. Por orden cronológico -y teniendo en cuenta lo que llegaría a ser mi campo de actividad como historiador- empezaría por Herbert R. Southworth y Manuel Tuñón de Lara (aunque lógicamente leí en mis años mozos a Hugh Thomas y Gabriel Jackson). Como me desperté a la escritura de la historia en Alemania, influyó sobre mí Andreas Hillgruber. Era un historiador muy conocido en los años sesenta y setenta sobre temas de política internacional y militar alemana, más bien conservador. Me impresionó estar sentado a su lado en los archivos federales de Coblenza, cuando él trabajaba en sus legajos, como si fuera lo mismo que el joven doctorando que yo era. De Southworth y de Hillgruber aprendí a hacer la exégesis crítica de documentos. Luego he leído a muchos otros, pero aquellos estuvieron presentes, de una u otra manera, en mis años de formación.

Sin embargo, mis maestros no fueron en general historiadores, sino economistas interesados por la historia: Enrique Fuentes Quintana, José Luis Sampedro, Manuel Varela Parache, Fabián Estapé. Un caso curioso, lo reconozco. Nunca he pretendido que aprendiese historia en la Universidad y mi recorrido por la española de la época fue un tanto accidentado, salpicado por largas estancias en el extranjero. Hoy eso no llama la atención. A principios de los años sesenta, no era así.

Una pregunta cuya desmesura no se me oculta. ¿Qué opinión le merece la historiografía de orientación marxista? ¿Hay algo o mucho de interés en ella, o se peca en general de un exceso de economicismo e ideologismo, y de cierta adoración acrítica por los grandes clásicos de la tradición y sus tesis más esenciales, nunca cuestionadas?

He leído mucho a historiadores marxistas, en particular a Pierre Vilar y a E. P. Thompson. También a Hobsbawn. Para el tipo de historia que escribo no se sitúan en el centro de mi interés, pero no dejo de reconocer su importancia en otros campos. Yo no escribo sobre grandes períodos históricos. No trato de comprender la emergencia, desarrollo y crisis de los sistemas económicos o políticos. Sí creo en la máxima del 18 de brumario de Marx de que los hombres (y mujeres) hacen la historia como pueden, pero siempre en condiciones dadas, condiciones que son superiores a ellos y que existen con independencia de su voluntad. Al estudiar esas condiciones creo que el análisis marxista aporta concepciones de interés.

Se escribía historia antes de Marx. Se escribe historia después de Marx. El peligro que siempre acecha al historiador es el de sobreimponer una determinada concepción del proceso histórico a los comportamientos que se manifiestan en el pasado que estudia. Digamos, más bien, que soy ecléctico, pero no hay que olvidar que cuando era joven fui uno de los pocos que viajaron por la RDA, por los países del Este, y que acumulé mucha literatura sobre la economía y la historia de la URSS. De hecho, mi ida a la universidad de Glasgow, al terminar la licenciatura de Económicas en Madrid, se explica porque quería estudiar con Alec Nove, uno de los grandes expertos británicos (de origen lituano) en la historia y economía soviéticas.

También debo decir una cosa que le ruego no considere como pretenciosa. Como no escribo grandes obras generales y me centro en cuestiones concretas (sigo a Rosa Luxemburg en esto), pero significativas para comprender rasgos esenciales de un período, a los 79 años de edad he ganado cierta experiencia (mejorable sin duda, siempre mejorable) y ya no soy muy susceptible de ningún tipo de adoración. Admiro, eso sí, a los grandes autores, pero ya no tengo tiempo de releerlos.

Una gran parte de su obra está centrada en la II República española. ¿Cuándo empezó a trabajar en este tema? ¿Qué le motivó a hacerlo?

Después de todo lo que le he dicho, me temo que se reirá Vd. En el fondo yo empecé a estudiar Germánicas. No sé por qué durante muchos años me sentí en Alemania (adonde llegué en 1959) como el pez en el agua. El idioma me encandilaba. También su literatura. Recuerdo que leía en voz alta los poemas de Bertolt Brecht. Gisela May, una cantante de la RDA en los años sesenta, me encantaba con sus interpretaciones. Cuando estoy deprimido la escucho en el móvil.

Luego hice Económicas, por razones familiares. Mi padre pensaba que con Germánicas no iría a ninguna parte y él quería que me hiciese inspector de Hacienda. Reconozco que lo defraudé en parte porque terminé haciendo, por sugerencia de Fuentes Quintana, oposiciones en 1968 y, como técnico comercial del Estado, pedí destino en Bonn (el FMI no me gustó nada) adonde llegué en 1971. Fuentes me pidió que le hiciera un artículo sobre la financiación nazi de la guerra civil. Escribí un estado de la cuestión que todavía conservo. Con la típica soberbia del economista eché de menos muchos aspectos y le dije que había que estudiar el tema yendo a las fuentes, a los informes, a los telegramas, a los expedientes. Así empecé y me di cuenta que primero había que explicar por qué diablos Hitler decidió ayudar a Franco. Fuentes aceptó el cambio y que lo presentara como tesis doctoral. Lo hice en 1973.

Cuando volví a España, ya con la idea de hacer cátedra, me acogió en el Instituto de Estudios Fiscales y me pidió que estudiase el “oro de Moscú”. Por las mañanas iba a los archivos (que se me abrieron gracias a él) y por la tarde preparaba oposiciones a cátedra. Una vida idílica en su simplicidad. Trabajar y empollar. Ni más, ni menos.

El libro sobre el oro se publicó y se embargó en 1976. Para entonces ya me había empapado en los problemas financieros de la República en guerra. He vuelto siempre a ellos que he podido y, como en 1971, seguí pensando que lo que había que estudiar era por qué hubo una guerra. Es en lo que estoy ahora y tengo mucho agrado en afirmar que sigo con el mismo método que descubrí hace más de cuarenta años.

Salvo error por mi parte, usted fue el primer historiador que, alejándose de propaganda e ideologismos, investigó en archivos el asunto del oro de Moscú, el pago de la República a la URSS por los suministros recibidos. ¿Qué significó para usted ese estudio sobre un asunto tan espinoso?

Dos cosas. La primera es que me permitió descubrir a Negrín, que me pareció haber sido un político desfigurado y difamado por sus múltiples adversarios en la derecha y en la izquierda. Amén, valga la expresión, de haber sido demonizado por el franquismo. La segunda es que su destino corrió en paralelo al de la República en guerra. Los abordé sin preconcepciones. En aquella época algo muy raro, porque la literatura existente era de llorar. Hice el descubrimiento de que no podía fiarme de NINGUNO de los historiadores españoles, los sedicentes maestros de la gente de mi generación que habían estudiado la licenciatura de Historia en España. Así que me fié de lo único que podía fiarme: de mi instinto. Y, bien o mal, creo más bien lo primero, llegué a conclusiones muy diferentes de las hasta entonces sostenidas en general. Añadí una diferencia: las demostré documentalmente.

En cuanto pude liberarme de la carga de mi profesión como economista y diplomático comunitario, volví a la guerra y a la Segunda República en ella. El oro fue, de nuevo, el eje central de mi investigación, simplemente porque fue el activo que permitió que la República mantuviera su resistencia contra la agresión, interior y exterior. Franco hizo su guerra a crédito gracias a las potencias fascistas y a la bolsa inagotable de Juan March. Nunca creí a la propaganda franquista, porque se caía a pedacitos viendo los papeles. Todavía algunos estúpidos siguen hoy propagándola por las redes sociales.

Sigo ahora. Descansemos un momento si no le importa.

Bien, de acuerdo, tomemos un respiro.

Fuente: El Viejo Topo, julio-agosto de 2020.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Zafra y la guerra civil

Cada vez que se reivindica la memoria de las víctimas de la violencia fascista hay quienes cuestionan esa reivindicación.

Basta con recordar que, en sitios como Zafra, fueron asesinadas en apenas unos meses de 1936 cerca de doscientas personas, para que haya quien ponga reparos a la oportunidad de rememorarlas o hasta busque justificaciones a esa violencia.

Y quienes lo hacen no siempre son descarados fanáticos ultras. Hay gente que ha interiorizado ese discurso miserable sin serlo o, incluso, a pesar de figurar antepasados suyos entre las víctimas.

Les molesta hablar de eso. Es como si no fueran capaces de acomodar esos hechos entre sus convicciones y los rechazaran como quien rechaza una pieza que no encaja en un puzle.
En cualquier caso, a todos esos negacionistas les resulta una historia insoportable (“los rojos, ¿las víctimas?”) y construyen varios argumentos defensivos ante ella.

Unos dicen que es hora de olvidar (cuando no se puede olvidar lo que no se conoce), o dicen que en todas las guerras hay muertos (aunque esas doscientas víctimas no murieran con las armas en la mano), o dicen que todos mataron (cuando es evidente que en Zafra solo hubo víctimas entre los partidarios de la República y de la izquierda), o dicen que hablar de eso es airear viejas disputas entre bandos (dándoles a los asesinos rango de contendientes, en vez de verdugos), o -en fin- dicen que eso atenta contra la concordia (cuando no hay paz sin justicia).

En la historia las víctimas son inapelables, sea cual sea su ideología. La injusticia de sus muertes no puede proseguir con la injusticia del silencio sobre ellas. El pebetero de la memoria nunca puede dejar de arder por ellas.

El próximo miércoles, día 12, en el auditorio al aire libre del Instituto “Suárez de Figueroa”, con las limitaciones de aforo que impone la situación actual, habrá un acto de divulgación histórica sobre lo que ocurrió en Zafra en agosto de 1936.

Tomado de J. M. Lama.

sábado, 20 de junio de 2020

Constancia de la Mora

La forja de una rebelde. Nieta de Antonio Maura y educada en la alta sociedad, Constancia de la Mora (1906-1950) abrazó la causa republicana.
La Vanguardia - 28 de abril 2005



Escrita a los 33 años, su autobiografía constituye un emotivo testimonio de la época

Su vida como mujer separada, con una hija, y decidida a vivir por sí misma en la España de 1931, no fue fácil.
GABRIEL TORTELLA - 27/04/2005

Una clara mañana de marzo de 1931 una joven de la alta sociedad española se apeaba en la estación de Atocha de Madrid del tren que la traía de Málaga; acababa de separarse definitivamente de su marido, el malagueño Manuel Bolín y, a los 25 años, venía dispuesta a "empezar una nueva vida". Entonces se dio cuenta de que "España entera se disponía a hacer algo muy parecido". Éste es uno de los atractivos del libro autobiográfico de Constancia de la Mora Doble esplendor. La vida de esta mujer aristocrática, nacida en 1906, se enlaza estrechamente con la historia de España, y esta autobiografía constituye un documento elocuente sobre la historia de la mujer española en la primera mitad del XX.

Resulta sorprendente lo poco conocidos que este libro y su autora son en España; resulta sorprendente porque, al haber sido la autora protagonista destacada en el esfuerzo republicano durante la Guerra Civil, la segunda mitad del libro es un apasionante diario de la guerra vista por una observadora inteligente y comprometida desde, sucesivamente, Madrid, Alicante, Valencia y Barcelona, ciudades donde la autora vivió durante la contienda, llevada por los avatares del conflicto y por sus diversos cargos y misiones. Pero aún más sorprendente resulta por cuanto el libro es citado por autores anglosajones de la talla y difusión en España de Edward Malefakis, Gabriel Jackson, Burnett Bollotten o Hugh Thomas, y además porque el interés por la historia de la mujer, con especial atención a su papel en la Guerra Civil, ha aumentado tanto en los últimos años. Se añade a todo ello el aspecto autobiográfico, casi novelesco, del libro, cuya primera parte describe con lúcido detalle cómo una niña bien -pero que muy bien- del Madrid de la Restauración se convierte en una rebelde con simpatías republicanas, enfrentada a su familia y su anterior círculo íntimo, y se refugia en la amistad de intelectuales como Zenobia Camprubí y su marido, el poeta Juan Ramón Jiménez, y acaba divorciándose y casándose por lo civil con un oficial de aviación republicano.

El que el libro sea más conocido en el mundo anglosajón se debe sin duda a que su primera edición (1939) fue en lengua inglesa. Educada en Inglaterra, Constancia de la Mora hablaba y escribía el inglés casi como el español, y el libro fue compuesto como una llamada de auxilio además de como un testimonio. Es evidente que al redactarlo en Estados Unidos en el verano de 1939 su autora todavía albergaba alguna esperanza de que cambiaran las tornas en España, quizá por el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Cuando sus esperanzas se frustraron, Constancia de la Mora se estableció en México, donde escribió la versión española que se publicó en el país azteca. Luego se hicieron traducciones al francés, alemán e italiano, pero ya puede suponerse que apenas entraron en la España de Franco. En 1977 se hizo una edición española (Crítica), que se agotó pronto, pero que no se reeditó. Iba siendo ya hora de que este impresionante documento llegara en condiciones normales al lector español.

Constancia de la Mora Maura era hija primogénita de un rico ingeniero miembro de una conocida familia de financieros y empresarios. Su madre era hija de Antonio Maura, el gran político liberal-conservador de origen mallorquín, cuya figura presidía lejanamente la vida de toda la familia. Educada en la opulencia, se fue encontrando cada vez más incómoda por la mediocridad intelectual de su medio, por la rigidez y frialdad de las relaciones familiares, por la injusticia social que percibía en su alrededor y por el destino de señora de sociedad que su condición le imponía.Un matrimonio desacertado, al que se sintió empujada por la presión social, con un miembro de una familia de la buena sociedad malagueña (su ex cuñado, Luis Bolín, corresponsal en Londres, fue quien fletó el famoso Dragon Rapide que llevó a Franco de Canarias a Marruecos el 18 de julio de 1936), la colocó en la tesitura que he descrito en el primer párrafo de este artículo. Su vida como mujer separada, con una hija, y decidida a vivir por sí misma en aquella España de 1931, no fue fácil. Sentía una cierta afinidad con su tío Miguel Maura, que pasó de la cárcel al ministerio de la Gobernación con el primer gabinete republicano, pero eran de diferente generación y las preferencias políticas de ella mucho más radicales. Conoció a Ignacio Hidalgo de Cisneros y López de Montenegro, oficial aviador amigo de Ramón Franco y sublevado como él en Cuatro Vientos, perseguido por la Monarquía, exiliado y repatriado con la República. Se enamoraron y esperaron impacientemente a que se aprobara la Ley del Divorcio; fue sin duda una de las primeras mujeres en acogerse a ella en la historia de España.

Hidalgo de Cisneros, amigo también de Indalecio Prieto, era aristócrata como ella, aunque no rico, y con simpatías comunistas. Él tuvo cargos importantes en el ministerio de la Guerra durante la República; ella trabajaba en una boutique y hacía traducciones. Durante la guerra él fue el jefe de la aviación republicana y ella trabajó en la oficina de prensa del ministerio de Asuntos Exteriores, además de dirigir escuelas para huérfanos en Alicante. La última ciudad española en que vivió por varios meses fue Barcelona; su narración de la batalla del Ebro y de los feroces bombardeos de la ciudad que siguieron, en preparación del asalto final, son vívidos y estremecedores. También es impresionante su descripción del valor con que la población civil soportaba las bombas, hasta el punto de que cita un informe militar que concluía que "la guerra española ha demostrado que las poblaciones civiles no pueden desmoralizarse con la aviación", y aducía el caso de Barcelona como prueba. La retirada final hacia los Pirineos, los últimos días en Puigcerdà, las mezquindades de algunos políticos en esas horas desesperadas, son de una lectura apasionante aunque deprimente. Constancia e Ignacio se separaron al cruzar los Pirineos, probablemente para no verse más. Él volvía a España para contribuir a la defensa del último reducto republicano, el triángulo Madrid-Alicante-Valencia. Ella partió hacia Estados Unidos para recabar ayuda a la ya desahuciada causa de la República. En América trabó amistad con Eleanor Roosevelt y con Ernest Hemingway (a éste le conoció muy posiblemente en España, pero no le menciona), que la apreciaron y la ayudaron, pero ya era tarde. A los 33 años escribió esta impresionante autobiografía y a los 44 moría accidentalmente en Guatemala dejando atrás una verdadera y heroica odisea.

Alternativa al franquismo
Constancia de la Mora no nos dice claramente cuando se hizo comunista. Habla maravillas de la Unión Soviética, y allí envió a su hija en los años de la guerra. Su primo Jorge Semprún, que escribe el prólogo, le reprocha con cariño "la ceguera habitual del militante comunista". Esto resulta claro 75 años más tarde; leyendo a Constancia se comprende su elección. Uno de los temas del último tercio del libro es el de la traición de las democracias occidentales a la República, que abandonaron a la invasión de las tropas y armamento italianos y alemanes. En aquel momento, como ella reitera, la Unión Soviética fue el único país que apoyó militar y económicamente a la República; lo que ella no advirtió fue cómo Stalin retiró a las Brigadas Internacionales cuando preparaba ya el pacto Ribbentrop-Molotov, cómo se quedó con el oro del Banco de España que los republicanos cándidamente le confiaron, y cómo envió a menudo material de saldo y lo cobró, nunca mejor dicho, a precio de oro. Tantos españoles, entonces y más tarde, abrazaron la causa comunista como única alternativa seria al franquismo que su apasionamiento en medio de la contienda resulta más que comprensible.

La vida de Constancia de la Mora, como la de Aquiles, fue corta y gloriosa, aunque la inmensa mayoría en España la haya desconocido hasta ahora. Ya lo decían los romanos: nemo propheta in patria. Pero su vida y su libro, tan de principios del siglo XX, tienen una gran actualidad hoy. Realmente sí tuvo mucho de profetisa, de precursora; tuvo tanto, que seguir ignorándola sería un desdoro para los españoles de hoy.

viernes, 3 de abril de 2020

De la estepa rusa al centro de Madrid. Las complicidades de Zúñiga le permitieron afinar su mirada para contar las entrañas de la guerra en la capital española.

En 1951 Juan Eduardo Zúñiga se estrenó en la novela con Inútiles totales. Se desarrolla en Madrid, en plena Guerra Civil, así que se oyen cañones lejanos y la ciudad tiene ese aire triste que procede del hambre, la falta de perspectivas, la pobreza. Aun así hay margen para la vida: a dos jóvenes, Cosme y Carlos, de “aspecto desmedrado y sucio”, les llega de pronto la amistad en cuanto cruzan las primeras palabras. Cosme va a visitar a Carlos a Vallecas y camina por zonas descampadas y rodea algunos huertos, el ruido del frente como telón de fondo, la gente con aspecto miserable, los niños jugando (los niños siempre siguen jugando). Llega a una pequeña casa, lo espera su amigo. Entran, “allí había libros amontonados por todos sitios y, en cambio, solo una cama de hierro, una mesita y una banqueta”. Cosme se da cuenta de que son los que a él también le gustan, y Zúñiga se refiere entonces a una “charla entusiasta sobre los libros conocidos”. No es mala manera de empezar una amistad.

El pasado lunes Juan Eduardo Zúñiga murió con 101 años, pero ha dejado, al margen de su propia obra literaria, ese puñado de caminos que permiten llegar de una manera estrictamente personal a los escritores rusos que tanto amó. La lectura es también el lugar de la amistad y de la celebración de la vida y, como ocurre con aquellos muchachos de su primera novela, es un buen caldo donde hervir las complicidades y aprender a mirar el mundo. No hay otra para encontrar la propia voz que recorrer los surcos que otros han recorrido antes. Y aquella pequeña casa de Vallecas puede servir como la síntesis de lo que resulta imprescindible: una cama, una mesa, una banqueta, libros por todas partes; ya está.

Fue en Desde los bosques nevados donde Zúñiga reunió ese puñado de ensayos en los que explora cuanto los escritores rusos le enseñaron y en el que incorporó también la biografía que hizo de Iván Turguénev, al que se rindió, confiesa, cuando todavía tenía en sus manos libros infantiles. Habla de “evocación de un entusiasmo juvenil”: quizá habría que añadir que acaso no haya otra época en la vida más propicia para facilitar el enigmático encuentro que se produce entre lector y escritor. Ya nada es igual cuando se ha cerrado un libro. Y de esa experiencia tan íntima y profunda y extraña, y que te transforma radicalmente, es de la que trata Zúñiga cuando entra en su memoria de escritores rusos. Los avatares del anillo de Pushkin, la canción de una mujer zíngara, las maneras de Chéjov, la transformación de Dostoievski cuando regresa del penal, la timidez de Turguénev, las extravagancias del círculo de los simbolistas, el afán de los revolucionarios por abolir las injusticias… “Nadie inventa las palabras que convocan a esa lucha: proceden de un hondo subterráneo abierto en las conciencias de las gentes”, escribe.

Zúñiga intimó tanto con esos escritores rusos que aprendió de primera mano cómo tratar los dolores y las quiebras, las ilusiones rotas y los sueños imposibles, las traiciones, los miedos. Estaba preparado para mirar con finura y una inmensa piedad lo que pasó en Madrid durante la guerra. No hizo literatura social, se metió en sus cuentos en las entrañas de los que padecieron aquel horror: por eso son admirables.

https://elpais.com/elpais/2020/02/27/opinion/1582807231_549869.html

Muere el escritor Juan Eduardo Zúñiga
El autor de 'La trilogía de la Guerra Civil' y premio nacional de las Letras Españolas fallece en Madrid a los 101 años

El escritor Juan Eduardo Zúñiga ha fallecido este lunes en Madrid a los 101 años. El autor más ruso de nuestros prosistas, como lo ha definido Luis Mateo Díez, porque hacía del oído su materia de creación literaria, como él mismo defendía. Esa era su bandera artística, la que protegió en su maestra trilogía del relato breve y bélico: Largo noviembre de Madrid, Capital de la gloria y La tierra será un paraíso. Tres libros compuestos por 34 cuentos publicados en 1980, 1989 y 2004. Sí, el oído de Zúñiga le ha hecho humanizar las consecuencias de la barbarie de la Guerra Civil, sin abandonar nunca el bando de los perdedores. Nadie fotografió la Guerra Civil como lo hizo él.

Gracias a él, la historia de la literatura española sabe que no se puede ser escritor sin intentar atrapar la vida, sin ser capaz de oír no solo los matices de la lengua, “sino también los repliegues del corazón”, decía. Por eso le interesó más el drama que la comedia, por eso más las personas que sufren y pueden ser vencidas por la vida. Por eso desmigó el caudal de sentimientos que cada uno de sus seres ocultaban bajo una vida opacada, en la Guerra Civil y la dictadura. Egoísmo, desolación, pasiones, miedos, ilusiones y revanchas en la sencilla luz de gentes sin atisbo de heroicidad. Lo pueden encontrar en el relato Invención del héroe, sobre el fracaso de la esperanza de una población desahuciada.

Eso es lo que le ha convertido en un autor de culto e, irremediablemente, en oculto, que no ha llegado a recibir el Cervantes, aunque fue galardonado con el Nacional de las Letras Españolas, en 2016. Cuando le concedieron este premio apuntó en una entrevista con este periódico que La trilogía de la Guerra Civil fue “una travesía de Madrid, relacionándome con los personajes, no precisamente ejemplares, que no se adscribieron a ninguno de los dos bandos que estaban en contienda, sino que vivían en soledad, con mala conciencia por no tener un compromiso”.

Con los rusos
Zúñiga aprendió de Chéjov su habilidad para describir con habilidad, con valentía y ternura las escenas que ante él suceden. Pero lo que más le llamó la atención del autor de La gaviota fue su anhelo para escapar, para cumplir con su necesidad de intimidad y su deseo de soledad, con la que dedicarse a ser escritor. Adoraba la obra que va desde Turguénev hasta Pushkin, Gorki o Tolstói. Lo ruso manda en la biblioteca de su casa.

De ellos le separa la perspectiva alegórica en su realismo: opera con precisión, austeridad y resistencia sobre la aparente cotidianidad, donde ocurren sucesos incomprensibles. Porque la fantasía busca otra realidad. Y así fue siempre. Su claridad sin fanfarrias ya se desveló en su primera novela, Inútiles totales (1951), autoeditada, que le permitió, según sus allegados, avanzar sin correr, sin plegarse ante nada.

Joan Tarrida ha sido su editor en Galaxia Gutenberg y lo recuerda como un autor “de exigencia extrema, que corregía y corregía hasta la extenuación”. El pasado mayo publicó sus memorias, que él mismo definía como una cartografía de la ciudad, en la que los ciudadanos han tratado de conquistar unas libertades y superar los traumas recientes. “Ha sido un privilegio trabajar con él, que ha sabido enfrentarse a los grandes temas con puntos de vista nuevos, como el retrato del horror de la guerra desde la retaguardia”, ha añadido el editor, que ha destacado los 40 relatos fantásticos breves que contiene el libro Misterios de las noches y los días (1992).

La memoria protegida
“Pasarán unos años y olvidaremos todo; se borrarán los embudos de las explosiones, se pavimentarán las calles levantadas, se alzarán casas que fueron destruidas. Cuanto vivimos, parecerá un sueño y nos extrañará los pocos recuerdos que guardamos”, puede leerse en el arranque de Noviembre, la madre, 1936, incluido en Largo noviembre de Madrid. La aparición, en 1980, de este libro de cuentos (junto con Mi hermana Elba, de Cristina Fernández Cubas) supuso un hito en la historia de este género. Y abrió en canal el relato consensuado de la inmaculada democratización española. Con la Transición en carne viva, Zúñiga se mostró como el albacea de las cuentas pendientes.

Por eso su obra no ha muerto, porque desmonta el mito del entierro de la memoria y descubre los conflictos derivados de su ninguneo. En el país de las fosas silentes, Juan Eduardo Zúñiga nunca ha dejado de ser pertinente, menos ahora. Es el forense de la posguerra: sus personajes nos avisan, dicen que todo pervivirá, que solo la muerte borrará “la persistencia de aquella cabalgata ennegrecida que fueron los años que duró la contienda”. Fue el primero en alertar sobre la necesidad de refrescar la memoria herida, mientras demostraba que la literatura puede ser sensible y cómplice ante el sufrimiento humano. Zúñiga nunca fue un cínico, ni defendió esa posición. Lecciones entre cascotes y escombros, que no han caducado a fuerza de ser silenciado.

https://elpais.com/cultura/2020/02/24/actualidad/1582556260_343913.html?rel=str_articulo#1583006057765

miércoles, 18 de marzo de 2020

Jamás. El fascismo no se puede resignificar.

Desmontaje de las placas en eel cementerio de La Almudena el pasado mes de noviembre.
Desmontaje de las placas en eel cementerio de La Almudena el pasado mes de noviembre. 

El término resignificación no está en el diccionario de la RAE. Aparecen otros, como mentir, manipular, falsear, blanquear, ofender, difamar o confundir, pero el alcalde de Madrid se ha apoyado en el primero para desmantelar el Memorial de la Almudena, un espacio que los descendientes de las víctimas del franquismo lograron levantar con muchísimo esfuerzo durante años tan largos que llegaron a parecer eternos.

He escrito víctimas del franquismo, y no de la guerra, porque los 2.963 fusilados cuyos nombres pretende borrar el alcalde y que muchos madrileños no olvidaremos jamás, fueron asesinados por el Estado franquista en tiempo de paz, entre 1939 y 1944.

Fueron procesados por una ley criminal —la de Responsabilidades Políticas, que permitía condenar a muerte a los simples militantes de los partidos del Frente Popular— y sentenciados en infames pantomimas que se autodenominaban consejos de guerra cuando ya, insisto, no había guerra.

¿De qué resignificación hablamos? ¿El Ayuntamiento va a certificar que se suicidaron, que murieron de gripe, que nunca existieron, que no llegaron a nacer?

Almeida pretende tapar sus nombres con una frase del presidente Azaña, que tuvo la suerte de morirse en Montauban el 3 de noviembre de 1940, mientras grupos de falangistas y agentes de la Gestapo merodeaban por los alrededores de su casa, al acecho de la oportunidad de detenerle y enviarle a España para que fuera fusilado. (1) ¿Eso también lo va a resignificar? ¿Va a poner las palabras paz, piedad, perdón, en sus aterrados labios de moribundo?

El fascismo no se puede resignificar. Un alcalde democrático debería saberlo, repudiar el crimen, el terror, la crueldad que significa, o dejar de llamarse a sí mismo democrático (2).

Notas..Las notas son del autor.

(1) Lo cual no es sólo una hipótesis. Fue la realidad de lo que le ocurrió al presidente de la Generalitat, Lluís Companys i Jover​ (Tarrós, 21 de junio de 1882-Barcelona, 15 de octubre de 1940). Quien fue raptado en Francia, traído a España, maltratado, torturado y en una infame pantomima de juicio fraudulento autodenominado consejo de guerra, cuando según ellos mismos ya no había guerra, y ejecutado, una vil actuación del franquismo.

(2) Demuestra una y otra vez que no cejan de la guerra civil y lamentablemente nos muestra su falta real de conciencia y comportamiento democrático. En muchos casos cometen fraude de Ley, pues recurren a la Ley de Memoria Histórica, para poner o mantener a personajes de la dictadura en calles y monumentos cuando la finalidad de la ley es la contraria.

Fuente: El País. Almudena Grandes

https://elpais.com/elpais/2020/02/23/opinion/1582471937_522991.html

miércoles, 18 de diciembre de 2019

_- La fosa donde enterraban a menores y embarazadas, la feroz represión de Queipo en Écija.

_- María Serrano
Público.es

Desde menores a jóvenes embarazadas y niños se encontraban dentro de esta fosa que albergaba en 1937 más de doscientos fusilados. En 2020, será de nuevo abierta para terminar de identificar lo que allí ocurrió.

Cuenta la arqueóloga Carmen Romero Paredes que “las unidades militares desplegadas por Queipo se iban expandiendo por las distintos pueblos de la provincia de Sevilla”. Y cómo el primer pueblo en caer después de la capital andaluza fue Écija, el mismo 18 de julio. Sin piedad, aplicando el bando de guerra, la represión más feroz en Écija se llevaría por delante a más de quinientos vecinos al formar parte de una maniquea limpieza de inocentes. Una huella que quedó para siempre en este pueblo. “Aquella eliminación directa con ejecuciones inmediatas” en el primer verano de la guerra civil no fue olvidada por ningún vecino.

La historiadora de la Universidad de Córdoba Carmen Jiménez Aguilera cuenta a Público que “el mismo día 18 se lee el bando de guerra en la plaza del Salón y allí mismo muere el primer ecijano”. Su nombre, José Pérez Jiménez, alias El Hormiguita. Jornalero de profesión. “Solo en el primer momento de la lectura, este hombre respondió con un viva la república, a lo que los militares respondieron con un tiro certero y directo que acabó con su vida”. Esa fue la carta de presentación de los golpistas en Écija nada más sublevarse. Juan Tamarit Martell, alcalde republicano también se personaría frente a la guarnición golpista en la noche del 18 de julio. Un mes después, su cuerpo se encuentra cosido a balazos frente a las tapias del cementerio, el 13 de agosto de 1936.

Pero la represión no solo se extendía por la corporación local y los políticos, sino que acompañó durante toda la dictadura a los familiares de estos. La hermana de Juan Tamarit Martell sufrió en plena posguerra un consejo de guerra, por denuncia de un vecino de Écija al que insultó en un autobús por haber asesinado a su hermano. Carmen destaca a Público que, al ser su marido falangista, el juez militar le impuso un arresto domiciliario por un breve tiempo y finalmente fue absuelta.

Pero, ¿cómo continuaría esa represión bien entrada la guerra para los vecinos ecijanos? Carmen Jiménez apunta a Público que hay muchas anécdotas e historias sin dar a conocer que muestran la extrema vigilancia a la que eran sometidos cada uno de los vecinos, ya casi acabada la guerra. Como la de María Rejano, una joven vecina que una tarde de febrero de 1939 fue al cine a ver una película y la Guardia Civil se dio cuenta de que no levantó el brazo cuando se proyectaba la imagen del Generalísimo y sonaba el himno nacional en el cine Cervantes. “Su vacilación a la hora de levantar el brazo, pues no sabemos si es que no lo levantó o no lo hizo con suficiente vehemencia, fue reflejado en un informe del cuerpo de investigación”. La joven recibió una multa de 15 pesetas, una importante fortuna para la época, “teniendo en cuenta que un kilo de pan podía costar en aquellos años de la posguerra entre los 50 y 90 céntimos”.

Desde el verano de 1936 hasta febrero de 1937 fueron fusiladas en Écija más de 200 personas. Jiménez destaca a Público que “esta cifra sigue creciendo, pues hay muchas víctimas de la represión franquista en Écija de las que no hay ningún registro documental”. Matar a más de 200 personas, que sepamos a día de hoy, “son muchas, demasiadas personas”. Y es que, tal y como destaca Jiménez Aguilera, “el golpe en Écija nació matando y sólo hubo un bando, el vencedor”.

En la cifra global de represaliados se puede hablar de 500 ecijanos como víctimas de la represión ejercida por el franquismo. “En este conteo tenemos incluidos fusilados, represaliados económicos (incautación de bienes y tribunal de responsabilidades políticas), los que sufrieron la cárcel o aquellos que fueron juzgados por tribunales militares”. Muchos de los ecijanos que fueron condenados por consejos de guerra serían juzgados una vez terminada la guerra civil. Otros huyeron y después de tres años volvieron y serían encarcelados.

El conocimiento de aquel horror y la primera exhumación en 1982
La voluntad de los familias ecijanas fue lo que permitió conocer los cuerpos y la atrocidad de aquella represión. “Doscientas familias ecijanas tenían un familiar en esa fosa. Son los primeros pasos de nuestra democracia, hay lugares en los que se estaba haciendo también, y ellos pensaron que porqué no”, apunta la investigadora.

Se recogió dinero, los trabajos se hicieron por suscripción popular, cada uno aportó lo que pudo. En la mayoría de los casos fueron los familiares los que donaron el dinero.

A pesar de las escasas técnicas arqueológicas de la época, se pudo crear un mausoleo donde recogieron y depositaron de forma artesanal los restos de todos los fusilados. Un proyecto donde fueron contabilizados, según los registros de la época, 635 cuerpos.

Treinta y siete años después de aquella exhumación, se ha pedido financiación al Ministerio de Justicia para realizar un “estudio antropológico de los huesos y análisis de ADN, es decir, una identificación de los mismos”. A día de hoy, todavía no han dado comienzo, e, igualmente, tampoco se ha realizado recogida de muestras de ADN a ningún familiar, a la espera de que se ejecuten los plazos para el inicio del proyecto en 2020.

Menores fusilados y hermanos con tan solo 14 y 16 años
Jiménez Aguilera señala que existen casos sangrantes y documentados dentro de aquella fosa de Écija, como dos hermanos menores en el momento de su fusilamiento. “Un familiar nos contó, en este caso una mujer, como sus dos hermanos de 16 y 14 años fueron fusilados. Ella era una niña de apenas 7 u 8 años. Unos falangistas vinieron a por el hermano mayor y el otro más chico se empeñó en acompañarlo. Ella también se fue detrás de ellos y vio cómo los ataban; intentó continuar hasta el cementerio como pudo”.

También está la historia de los médicos Carlos Ballesteros y Juan Jiménez García, y el hijo de este, practicante, Juan Jiménez Tovar, que fueron detenidos juntos y fusilados posteriormente pocos días después del golpe. El hijo fue el único que quedó vivo tras el fusilamiento y murió aquella noche desangrado mientras llamaba a su madre. La ejecución fue perpetrada por el jefe de Falange del municipio sevillano.

Hay muchos ejemplos de ensañamiento con otros menores. Jiménez señala el caso del cantinero de la Casa del Pueblo, detenido y fusilado poco después. Su hijo mayor, miembro del Partido Comunista fue detenido, pero no fusilado, a cambio de salvarle la vida. “Con sorna, le dicen que va a enterrar él a sus compañeros. Lo ponen a cavar en la fosa, a presenciar los fusilamientos y a enterrar, como le dijeron, a sus compañeros”. Su otro hermano, de apenas 14 años, quedaría traumatizado de por vida. “Aunque sabía leer y escribir, nunca más volvió a firmar un documento”. La hermana de este, Encarna, contaba a Carmen cómo “temblaba al ver a la Guardia Civil y sólo acertaba a firmar con el sello y el dedo”.

Sobre los fusilamientos a mujeres jóvenes, destaca que “muchos testimonios cuentan que hubo un fusilamiento sólo de mujeres, todas ellas muy jóvenes, incluso puede que algunas de ellas no fuesen más que unas niñas”. Las fuentes orales apunta cómo las mataron y las dejaron expuestas varios días a las puertas de un convento, el de Santa Inés, todas ellas con un escapulario sobre la boca.

En cuanto a las mujeres embarazadas, hay testimonios que afirman que de los cuerpos exhumados en 1982 en la fosa había mujeres embarazadas y algunos niños pequeños. “No hay ningún rastro documental de esto, no tenemos información, no hay un documento que lo corrobore. Con el trabajo que se va a realizar y la identificación de los restos, podremos confirmar o desmentir este dato en esta investigación que será definitiva”, concluye la historiadora.

Fuente:
http://www.publico.es/politica/queipo-ecija-fosa-enterraban-menores-embarazadas-feroz-represion-queipo-ecija.html

lunes, 9 de diciembre de 2019

_- "España me da miedo desde los Reyes Católicos". Entrevista a Joan Margarit.

_- Joan Margarit, uno de los poetas más seguidos en catalán y en español, prepara después de la publicación de sus memorias un nuevo libro que será un paso más en su ejercicio de reflexión íntima desde el lugar de la poesía. La entrevista la realizó Antonio Lucas.

Joan Margarit es un hombre de alegría contagiosa. Joan Margarit es un arquitecto en retirada, catedrático de cálculo de estructuras. Joan Margarit es un hombre de 81 años (nació en Sanaüja, en 1938) que vivió la infancia en una extrema soledad concurrida de afectos. Joan Margarit es un poeta con Premio Nacional de Poesía (2008). Joan Margarit es catalán. Joan Margarit también escribe su obra en español. Joan Margarit tiene en Austral su poesía completa hasta 2015 y en la editorial Visor los libros que ahí faltan. Joan Margarit publicó unas memorias que no son unas memorias donde entra a saco en su niñez para entender mejor su ahora. Lo tituló así: Para tener casa hay que ganar la guerra (Austral). Joan Margarit está escribiendo poemas nuevos. Escribiendo, como siempre, por el haz del folio en catalán, por el envés en español. Comenzamos.

¿'Para tener casa hay que ganar la guerra'?
Es el último verso de un poema mío. Se refiere a ganar la guerra civil interior de cada uno. Pero no es un libro de memorias, sino de búsqueda.

¿Qué búsqueda?
La de intentar saber por qué los 800 poemas de mi obra completa son como son. Y creo haberme acercado a la respuesta regresando a los primeros años de mi vida.

¿Tuvo una infancia feliz?
Sí. Sólo fui dos años a la escuela, pasé mucho tiempo con mi abuela, apenas tuve amigos y cambié 10 veces de domicilio... Pero fue una buena niñez.

Sin embargo, también asoma en el libro un punto de avería.
Cómo no. ¡Si es que nazco en medio de una Guerra Civil que se está perdiendo!

Y entonces llega la poesía.
La poesía estaba a mi lado desde muy pronto. Con ella aprendí que lo que me importaba decir en los poemas estaba dentro de mí, no en lo de afuera. Y por un extraño azar, a veces interesa también a otros. Quizá por eso la poesía es una herramienta de consuelo. Alguien que no conoces, en cualquier punto del mundo, lee aquello que encontraste dentro de ti y lo recibe como un espejo.

O como un antídoto contra la soledad o el desamparo.
Por qué no. Es como el descubrimiento de la casa para el ser humano. La casa es un combate contra la intemperie. Y alrededor de eso nace el primer código civil: el Código de Hammurabi. Qué maravilla cuando el hombre sale de la cueva y se da cuenta de que es capaz de construir una casa... ¿Qué otra cosa es el arte sino construcción y cobijo?

Las dos personas que me han hecho como soy no sabían leer ni escribir
Como lo es el idioma.
Para mí, el idioma es mucho más que palabras, quizá porque las dos personas que me han hecho como soy, y de algún modo me han salvado, no sabían leer ni escribir.

¿Quiénes fueron?
Mi abuela y mi hija Joana, deficiente mental. Qué paradoja: en la era de la prepotencia y de la abundancia informativa, mi vida ha sido determinada por dos mujeres maravillosas que no tuvieron la oportunidad de aprender a leer. Una porque estuvo de criada desde los 12 años. La otra, por su situación vital.

Su abuela...
Era de una inmensa bondad. Y mantuvo esa condición hasta el final. Qué lección de dignidad fue para mí.

¿En qué sentido?
En todo. Me enseñó a ser como soy en unos años muy difíciles, muy conflictivos, muy represores. Cuando acabó la Guerra Civil tengo cinco años y a esa edad me sucedió algo determinante. Iba con un compañero de clase hablando en catalán por una calle del pueblo y un señor uniformado me golpeó y me dijo: «¡Niño, habla en cristiano!». Que una cosa tan íntima como el idioma que uno habla se persiga es de las brutalidades más refinadas que existen. Es como castigarte por ser rubio o moreno, de un sexo u otro. Perseguir a la gente por algo que no ha elegido, y además no puede obviar, dice mucho del monstruo que anida en nosotros.

¿Cómo llega la poesía?
Empiezo a escribir a los 16 o 17 años. En español. El primer libro lo prologa Camilo José Cela y me define como «surrealista metafísico». Ya ves dónde está hoy el «surrealista»... Así voy caminando hasta los 40. Íntimamente considero mala esa parte de mi poesía, aunque continúo adelante. Esta terrible historia de descontento duró 20 años.

¿Y cómo acabó?
Pues por la correspondencia que mantenía entonces con un poeta catalán: Miquel Martí i Pol. Según me contó él, dio a leer una carta mía a su hija y le preguntó si consideraba que la persona que había escrito eso podría escribir poemas en catalán... Esa pregunta supone para mí un shock. No seguí leyendo la carta. Me quedé clavado. ¿Y si fuera eso?

Y pasó a escribir en catalán.
Así es. Y me di cuenta de que el catalán es la única lengua en el mundo sin Estado pero con cultura. Una cultura paralela a la española en tipo, en cantidad, en calidad. Lo único que nos diferencia es el tamaño. Por eso hay menos novelistas catalanes, menos filósofos catalanes, menos poemas catalanes...

No sólo es un problema de cantidad...
Pero espere, es que empiezo a buscar y me doy cuenta de que en poesía no hay un solo gran poeta que haya cambiado su lengua materna para escribir en otra. Novelistas o pensadores, muchos (Nabokov, Beckett, Cioran) pero poetas...

¿Y entonces?
Rehago mi historia y publico ocho libros de poemas en catalán que siguen siendo un fracaso. Pero un fracaso por exceso de alegría, de deslumbramiento ante las palabras.

Es decir, usted está determinado por un idioma estigmatizado durante años y por una guerra perdida...
Y por dos mujeres que no sabían ni leer ni escribir.

Este país es maravilloso. Entiendas lo que entiendas por «este país»

¿Queda ánimo de revancha?
En absoluto. Aunque tengo la sospecha de que siempre hay alguien dispuesto a joderte. Aún así, este país es maravilloso. Entiendas lo que entiendas por la expresión «este país».

¿Usted qué entiende?
Pues eso, este país. Lo que sucede es que hay demasiado espectáculo y protagonismo político. Aunque tampoco creo que todos los males vengan de los políticos. Sólo son los legítimos representantes de lo que somos nosotros.

A pesar de tantas cosas...
A pesar de tanto olvido, que por otro lado es un gran recurso de salvación. El olvido no es siempre negativo. En el diálogo, por ejemplo, el olvido es un buen aliado. Nada se resuelve borrando, tirando y empezando de nuevo. Ésa es la dificultad.

¿Le influye el momento sociopolítico para escribir?
Muy poco. El Romanticismo nos advirtió que existe la intimidad, el individuo y la sociedad. Haber sido un niño tan solitario me permitió vivir muy hacia dentro, también la poesía. Opté por la intimidad, y de eso me alimento literariamente.

¿Cuál es su relación con la poesía a los 81 años?
Igual que a los 16. Me sirve para lo mismo.

¿No le ha defraudado en ningún momento?
Nunca. Y lo confirmé definitivamente cuando nos advirtieron de que mi hija Joana moriría. Entonces me planteé algo tan infantil como utilizar la poesía para que ella muriese lo menos posible y yo sufriese lo menos posible. Si la poesía no me hubiera servido para esto, la habría dejado. Qué pintaba yo haciendo versos a mi edad si la poesía no me ayudaba en el momento más crítico de mi vida.

¿Qué le debe su escritura a lo onírico o a la imaginación?
Nada. La poesía se hace con la mente. Y el cerebro es lo más extraordinario y lo más peligroso que tenemos

En su poesía hay una toma de postura clara. También política.
Es que yo estoy en el mundo. Mal puedes hacer un poema si no sabes en qué mundo vives.

¿Quién es el enemigo de la poesía?
El eufemismo y las mentiras a secas. Y de eso, hoy, nos sobran. La poesía empieza por la belleza. Y después sólo se sostiene si se transforma en verdad.
Los hombres salimos felices de una miseria para entrar inconscientemente en otra

¿Cómo es su relación con la política?
Mantenerme alejado de la actualidad para poder pensar mejor. A mi edad puedo confirmar cómo tantas cosas se repiten. Los hombres salimos felices de una miseria para entrar inconscientemente en otra. Así una y otra vez.

Hablaba hace unos instantes de verdad y belleza, algo que parece hoy un exotismo.
La mentira ya está en todo. No es sólo un problema de políticos. Ellos son tan cabrones como nosotros, los ciudadanos. Qué podemos esperar de un mundo de expertos donde el 90% no sabe nada y tiene la mentira como norma. Por eso la poesía es una buena manera de estar alerta.

Su obra tiene una acogida similar en Cataluña que en el resto de España. ¿Qué relación mantiene con su lugar de origen y con el resto del país?
Te lo explicaré así: casi tengo dos lenguas...

¿Casi dos...?
Porque la que pesa más siempre es la materna. La otra (el español) la considero el único regalo que me hizo Franco. La aprendí por narices, pero esa riqueza nunca quise desaprovecharla. Escribo mis poemas, siempre, en catalán y en español.

¿Y su relación con Barcelona?
Mala. O, más exactamente, complicada. En Montjuic están enterradas dos hijas mías. Mi relación es de amor y odio. Una ciudad que consideré mía y que ha sido enterrada en favor de otra peor en la que no me reconozco y que ha venido a sustituir aquello con lo que yo me identificaba. Me marché de Barcelona por eso.

¿Verá una Cataluña independiente?
No se dan las condiciones necesarias.

¿Entonces, para qué todo esto?
La única solución es el diálogo. Y dialogar es un asunto de Estado, no de jueces. El recurso del mal político, que tiene un referente en Alfonso Guerra, es luchar por la judicialización de la política en vez de por la separación de poderes. Lo que está sucediendo con el procés, sustituir el diálogo por el castigo, traerá consecuencias horribles. Y vuestra generación seguirá sufriendo los efectos.

Pero hay delitos claros.
Es muy complejo. Lo que aquí faltó es un Adenauer o un Willy Brandt en vez de un Suárez, un Felipe González o un Aznar. Y después llegó Rajoy, que no supo lo peligroso que era no hablar con el adversario y confundirlo además con un enemigo.

¿Le ha desengañado el independentismo?
Difícil contestar a eso. No olvide que a los cinco años me golpearon por hablar en catalán. Existe un miedo dentro de mí que puedo paliar con cultura, pero no evitarlo. A mí España me da miedo. Y digo España con Cataluña dentro. Me da miedo España desde los Reyes Católicos.

Pero miedo a qué.
Porque España es un país cruel. Si somos el segundo país del mundo con más muertos enterrados en las cunetas, algo querrá decir. Otros estados europeos han ido avanzando hacia algo mejor después de procesos de regeneración muy fuertes. Y no tuvieron miedo a empezar de nuevo. Aquí lo más que hacemos es apelar a la II República, que no duró más de cuatro años. Después de la dictadura no se desplazó a nadie de entonces. A nadie. Y hasta hace poco se condecoraba a un policía torturador como Billy El Niño. No somos un país para lucirlo por ahí. Somos un país para andarnos con mucho cuidado. Me moriré con este miedo y para combatirlo sólo puedo intentar amar.

¿A todos?
A todos, aunque siempre se quiere más a quien se tiene más cerca. A pesar de algunos detalles extraños, como que nunca me hayan invitado a leer en el instituto de mi pueblo [Sant Just Desvern] y, sin embargo, haya leído poemas en decenas de institutos de Andalucía. ¿Ves? Todo es muy complejo.

Joan Margarit Poeta

Fuente: https://www.elmundo


Sobre su condición de poeta bilingüe escribió un poema,

 "Dignidad":

Si la desesperanza / tiene el poder de una certeza lógica, / y la envidia un horario tan secreto / como un tren militar, / estamos ya perdidos. // Me ahoga el castellano, aunque nunca lo odié. / Él no tiene la culpa de su fuerza / y menos todavía de mi debilidad. // El ayer fue una lengua bien trabada / para pensar, pactar, soñar, / que no habla nadie ya: un subconsciente / de pérdida y codicia / donde suenan bellísimas canciones. // El presente es la lengua de las calles, / maltratada y espuria, que se agarra / como hiedra a las ruinas de la historia. // La lengua en la que escribo. // También es una lengua bien trabada / para pensar, pactar. Para soñar. // Y las viejas canciones / se salvarán.

Y sobre la "Libertad":

Es la razón de nuestra vida, / dijimos, estudiantes soñadores. / La razón de los viejos, matizamos ahora, / su única y escéptica esperanza. / La libertad es un extraño viaje. / Son las plazas de toros con las sillas / sobre la arena en las primeras elecciones. / Es el peligro que, de madrugada, / nos acecha en el metro, / son los periódicos al fin de la jornada. / La libertad es hacer el amor en los parques. / Es el alba de un día de huelga general. / Es morir libre. Son las guerras médicas. / Las palabras República y Civil. / Un rey saliendo en tren hacia el exilio. / La libertad es una librería. / Ir indocumentado. / Las canciones prohibidas. / Una forma de amor, la libertad.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Los agujeros negros de nuestra memoria

Gregorio Morán
VozPópuli

Tenemos un problema con la memoria y es que se ha convertido en instrumental. No se trata tanto de recordar lo que hemos vivido y estudiado sino en convertirlo en un instrumento útil para confirmar nuestras posiciones. Se nos ha hecho inevitable organizar nuestro pasado borrando lo capital y engrandeciendo gestos minúsculos. Hemos asistido entre perplejos y avergonzados a la inhumación de los restos de Franco. Cualquiera diría que hasta la mirada de águila postinera de nuestro presidente en funciones nadie en cuarenta años de democracia se había dado cuenta de la anomalía. Es sintomático que los nietos quieran ver lo que los abuelos tenían muy presente. Los tertulianos han engolado la voz para señalar que en una democracia no cabían monumentos a dictadores. Una simpleza que ningunea a todos los que desde la Constitución de 1978 tenían muy claras determinadas reglas del juego. ¡En Alemania o en Italia no se hubieran permitido!, gritan.

Olvidan, como nietos engreídos e ignorantes, que mientras Hitler y Mussolini perdieron sus guerras, Franco las ganó todas. Ganó la guerra incivil que él provocó, arrasó la sociedad de posguerra llenándola de hambre y miedo, pero hete aquí que la Iglesia Católica le dio apoyo en sus crímenes desde el minuto uno de su primera victoria. España pasó a ser nacional-católica. Pero hay más que por obvio que sea conviene citar porque nadie quiere hacerlo: a partir de 1953 los presuntos avalistas de la democracia en el mundo le concedieron la garantía de su perdurabilidad, le avalaron. Sin el apoyo de los sucesivos gobiernos de los EEUU no hubieran sido posibles cuarenta años de cruenta dictadura. En lenguaje "gringo", Franco era su "hijo de puta" que les garantizaba paz y sangre y un lugar en las democracias de Occidente a costa de nuestra opresión.

La escena en cámara lenta de los nietos de Franco llevando a hombros las migas del sátrapa quedará en nuestra retina, la de los abuelos, como otra humillación más. No son más que los usurpadores del gran negocio que fue el franquismo para algunos, empezando por ellos. Delincuentes de Estado cuyos bienes abundantes provienes del expolio y que una democracia dirigida por ambiciosos sin principios les ha otorgado el derecho a la presunción de inocencia. Los nietos del Caudillo, como los nietos de la corrupción institucional que representó Pujol, merecerían la prisión permanente revisable, porque no se arrepienten de nada y siguen ejerciendo de príncipes sin corona. Otra cosa más a agradecer al presidente Sánchez. Desenterró a Franco y sepultó la dignidad. Bien lo sabían sus predecesores en el cargo; sólo cabían dos opciones: o discreción o humillación.

No es algo que se limite a hechos históricos del pasado muy pasado, si no del presente. Ahí están las necrológicas para enfrentarnos de nuevo a la historia instrumental. Tratamos a nuestros amigos y colegas con un tiento que convierte su fallecimiento en poco menos que la canonización. Borramos cualquier signo que ayude a entender los vericuetos que tiene toda vida plenamente vivida y dejamos solo lo que ayude a que quienes no están en los secretos entiendan que se trata de personas de una pieza, inmutables desde la más tierna infancia y para los que sólo cuenta lo que coincide con nuestra complacencia. En el fondo, edulcorándolos a ellos, que fueron nuestros cofrades, no hacemos si no esperar que de nosotros hagan lo mismo y vayamos todos al cielo de los desvergonzados donde nos contaremos entre risas cómplices las cuitas sobre cómo engañamos a los ingenuos.

Ha ocurrido con el historiador Santos Juliá recién fallecido. Meritorio en muchos aspectos a pesar de su prosa pastosa y su inclinación inveterada hacia el poder. Sus cronistas mortuorios además de las lágrimas, a las que toda persona de bien, está autorizada por más que se trate de una intimidad poco empática para quien lee una necrológica, han resumido su vida como si se tratara de un concurso de méritos para opositar en el paraíso.

El historiador Santos Juliá llegó tarde a la historia, aseguran sus amigos. Pero no porque lo recuperara J.J.Linz, el sociólogo que manipuló como nadie el mundo académico (de él dependían las becas a los EEUU en los años del cólera) y que introdujo la variante que fue maná para los tiempos del tardofranquismo: no vivíamos bajo una dictadura sino en un régimen autoritario. ¡Toma ya! No voy a volver sobre Linz del que ya escribí hace décadas. Pero nadie se toma la molestia de lo evidente, lo que tratándose de historiadores deja mucho que desear. Santos Juliá ejerció de cura parroquial en Sevilla durante quince años, lo que no hace falta señalar es importante en una biografía y que a buen seguro habría de dejar su huella.

Ahora nos encontramos con los agujeros biográficos que explican o ayudan a entender muchas actitudes. Víctor García de la Concha, ex director de la RAE y de los Cervantes, trató de prohibir un capítulo de “El cura y los mandarines”. No quería aparecer como “magistral” de la Catedral de Oviedo, sacerdote todo poderoso en aquella España nacional-católica. ¡Pero si le vi con manteo cuando yo llevaba pantalones cortos!

Sería una letanía la relación de agujeros de nuestra memoria. El colega Pepe Oneto, un periodista gracioso y dispuesto, recientemente fallecido, no fue una de las almas de la transición periodística sino un tipo capaz de escribir libros en apenas un fin de semana; un mérito, el suyo, que no el del texto. Pero su último trabajo periodístico y muy lucrativo consistió en hacer de portavoz del inefable estafador inmobiliario Paco “el Pocero”, constructor del Valle de los Caídos de Seseña.

Y eso sobre los recién fallecidos, ¿qué no podríamos contar sobre los vivos muy vivos tratando de ocultar años enteros de su vida, como si se tratara de gustosos de la papiroflexia, que como saben es el arte de hacer figuritas en papel? Un día se me ocurrió comentar en una televisión que presidía Alfonso Rojo, otro colega, que yo le había conocido cuando era representante del sindicato anarquista de fotógrafos; no me invitaron más. Viví el momento trascendental, para su biografía, en el que Manolo Campo Vidal presidente jubilado de la Academia de Televisión, fue preterido de la candidatura del PSUC -comunistas catalanes- a la alcaldía de Cornellá y con su decepción a cuestas se dedicó al periodismo.

Y no sigo, por problemas de salud. Quizá se trate de una maldición de nuestra historia. ¿Cómo vamos a ser rigurosos en la visión del pasado si andamos haciendo trampas con la nuestra?

Fuente:
https://www.vozpopuli.com/opinion/agujeros-memoria-exhumacion-franco-gregorio-moran_0_1296471055.html

viernes, 30 de agosto de 2019

_- La mayor barbarie (crímen de guerra contra civiles indefensos aún sin juzgar) del franquismo. El Centro Andaluz de la Fotografía revisa la masacre de civiles que huyeron de Málaga en 1937. El nuevo Gobierno regional despide al director que programó la muestra.

_- El infame bombardeo de Gernika por la Legión Cóndor en abril de 1937 se convirtió enseguida —y definitivamente gracias al célebre cuadro de Picasso— en el eje principal de la denuncia ante la opinión pública internacional tanto de la barbarie franquista como de la participación de las potencias nazi-fascistas en la Guerra Civil mientras las democracias europeas se encogían de hombros.

Aquella atrocidad relegaría a un segundo plano, hasta sumirlo en un casi absoluto olvido, al que probablemente constituya el mayor crimen de guerra del franquismo. Solo dos meses antes, en febrero, la caída de Málaga en poder del ejército sublevado lanzó a la carretera hacia Almería a decenas de miles de refugiados. Con la colaboración de fuerzas italianas y alemanas, los buques de la escuadra rebelde los bombardearon desde el mar mientras la aviación ametrallaba a la multitud. En palabras de Queipo de Llano, “para acompañarlos en la huida y hacerles correr más aprisa” (se mofaban criminalmente de los indefensos, eso eran valores cristianos?).

© Gerda Taro. Foto de la portada de la revista Regards


El Centro Andaluz de la Fotografía presenta la exposición Taro y Capa en el frente de Málaga. Las fotografías de las brigadas internacionales, comisariada por Fernando Alcalde de la ARMH 14 de Abril. Se inaugura el viernes 12 de julio a las 20.30 y se podrá visitar hasta el 29 de septiembre de 2019.

Muestran, por primera vez, las imágenes tomadas en el viaje que emprendieron Robert Capa y Gerda Taro desde Almería hasta Calahonda (Motril) acompañando al Batallón Tschapaiew de la XIII Brigada Internacional durante la contraofensiva republicana en La Desbandá (febrero de 1937).
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ARMH 14 de Abril 
Colabora: Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico











Concebida como una operación de propaganda a mayor gloria del golpismo y sus aliados, no existen apenas más imágenes que las realizadas por reporteros empotrados que las divulgaron en las principales revistas ilustradas europeas y los noticieros cinematográficos de la época. Solo las pocas fotografías del folleto del médico canadiense Norman Bethune, El crimen del camino Málaga-Almería, están hechas desde el lado de las víctimas y recogen el éxodo. Aparte, se conocían las firmadas por Robert Capa, tomadas ya en una Almería bajo el shock del bombardeo especialmente cruel del 12 de febrero, con la ciudad desbordada por la presencia de alrededor de 300.000 personas refugiadas.

Recientemente, y casi con cuentagotas, han ido viendo la luz más documentos gráficos relacionados con este episodio y que obligan a un replanteamiento de la autoría de la obra producida por el famoso fotógrafo y por Gerda Taro, demasiado tiempo despachada como “la novia de Robert Capa”. Las fotografías de ambos, publicadas en las revistas francesas Regards y Ce Soir, la alemana Die Volks-Illustrierte y la checoslovaca Španělsko, además de la documentación del contrataque del batallón Chapaiev de la XIII Brigada Internacional en la costa de Almería y Granada, constituyen el núcleo de la exposición Taro y Capa en el frente de Málaga. Las fotografías de las Brigadas Internacionales. Este valioso material procede del International ­Center of Photography de Nueva York, la Bibliothèque Nationale de France, el Archivo de la Resistencia Austriaca en Viena, los Archives Nationales de France y el legado del escritor y brigadista Alfred Kantorowicz en Hamburgo.

Comisariada por Fernando Alcalde, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica 14 de Abril, la exposición representa una ocasión idónea para la reflexión acerca del papel que en la construcción de la memoria colectiva y, a la postre, de nuestra identidad desempeñan las producciones culturales —y en concreto, la fotografía—. Qué y cómo se difunde y se consume. O, todo lo contrario, se silencia.

La muestra puede verse en el Centro Andaluz de la Fotografía, en Almería. A la inauguración, el pasado 12 de julio, en contra de lo habitual, no asistió el director del centro.

El CAF fue creado en 1992 y, por primera vez desde su fundación, su dirección fue adjudicada en 2017 en un concurso público, por un jurado de profesionales y siguiendo el código de buenas prácticas. Pero habiendo escasamente superado la mitad de los cuatro años de duración del contrato, este ha sido rescindido, y su titular, Rafael Doctor, despedido.

La razón aducida es la desaparición de la dirección de Programas de Fotografía, de la que depende el CAF. La mesa sectorial del arte contemporáneo español —que congrega asociaciones de artistas y comisarios, de coleccionistas, docentes o galeristas— ha respondido contundentemente, denunciando la supresión de una de las escasas instituciones dedicadas en España al ámbito de la fotografía y condenando la inaceptable injerencia política que implica esta medida de la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía.

Al frente de dicha Consejería se encuentra desde el pasado mes de enero la veterana militante del PP y experta en derecho comunitario Patricia del Pozo. Glosando su nombramiento, la prensa más afín destacó su gusto por el flamenco, “al que su padre es un gran aficionado”, o las corridas de toros. En esa línea cabe interpretarse su anuncio de “declarar bien de interés cultural las rehalas y la montería” o el de una “ley del flamenco”. En todo caso, el grueso de la gestión de la cultura andaluza ha ido a recaer en un cargo de nuevo cuño, el secretario general de Innovación Cultural y Museos, con el que, no menos sorprendentemente, ha sido agraciado el empresario cántabro Fernando Francés García, célebre por los continuos enredos, siempre al límite de la (i)legalidad, que provoca la porosidad con que concibe el lucro propio y la administración de los recursos públicos. A fin de cuentas, el modelo que el neoliberalismo sueña: sacrificarlo todo en el altar de los intereses de la libérrima y soberana empresa. Incluidas las instituciones públicas.

Es digna de admirarse la soltura con que el poder político simultanea, ambidiestro, la autoritaria censura de corte tradicional, propia de los regímenes dictatoriales, con su enmascaramiento tras subterfugios tecnoburocráticos de interminables reestructuraciones en nombre de una “optimización” de nunca queda claro exactamente qué. Una maraña entre la que se ve alejarse el improbable día del fin de esta querencia por una anomalía que se revela, ¡ay!, tan española.

En medio de un paisaje sometido a una violenta mutación —de un lado, una clónica y banal arquitectura turística; del otro, la arrolladora generalización de la agricultura intensiva–, no es fácil reconocer aquella carretera de 1937. En la Nacional 340 entre Málaga y Almería, abandonada hoy en muchos de sus tramos, no atruenan las bombas impeliendo al viajero a “ir más deprisa”: una moderna autovía le permite dejar cómodamente de lado las paradas y vistas indeseadas. Con la misma eficacia con que nuestros gestores político-culturales se desviven por ahorrarnos los siempre fastidiosos guernicas aún pendientes.

Taro y Capa en el frente de Málaga. Centro Andaluz de la Fotografía. Almería. Hasta el 29 de septiembre.

https://elpais.com/cultura/2019/07/19/babelia/1563555485_082094.html

domingo, 4 de noviembre de 2018

La represión política en la dictadura, ¿una realidad ignorada? La Universitat de València organiza un seminario sobre cómo abordar hoy la violencia franquista.


¿Y en cuanto a la violencia fascista durante la guerra civil y la posguerra? El investigador Francisco Moreno Gómez, autor de “Los desaparecidos de Franco” (Alpuerto, 2016), utiliza la expresión “genocidio” en una entrevista a Cuarto Poder, y cifra las víctimas mortales en 150.000. En una polémica con autores “revisionistas”, el historiador José Luis Ledesma menciona otras prácticas represivas, como los campos de concentración (por los que pasaron cerca de 500.000 republicanos), la explotación económica de los prisioneros, las cárceles, los juicios militares, las depuraciones profesionales, la violencia específica contra las mujeres y el robo de niños (“Franco y las violencias de la guerra civil”, revista Hispania Nova, 2015). Ya en 1939 el Estado franquista promulgó la Ley de Responsabilidades Políticas, en 1941 la Ley sobre Seguridad Interior del Estado y antes, en julio de 1936, el Bando del Estado de Guerra, que no se derogó hasta 1948.




Una muestra realizada en el curso 2013-2014 entre un centenar de estudiantes madrileños de Magisterio revela estos datos: el 30% desconocía los años que Franco detentó el poder; el 45% no sabía en qué consistió la resistencia del maquis (la página Web de la Guardia Civil destacaba en 2004, con motivo de una exposición itinerante de la institución armada, sus “valiosos servicios en la lucha contra la delincuencia”, entre los que incluía al maquis de posguerra); el 47% de los alumnos ignoraba cuándo se aprobó el actual texto constitucional y el 71,6% qué fue el Proceso 1001, por el que los tribunales franquistas condenaron en 1973 a penas de hasta 20 años de prisión a la dirección de Comisiones Obreras. Recoge esta encuesta el historiador Fernando Hernández Sánchez, autor de “El bulldozer negro del general Franco” (Pasado y Presente, 2016).

Tal vez la represión durante la guerra y la posguerra sea más conocida, pero “la violencia de la dictadura tuvo un carácter estructural y se prolongó hasta el final”, recuerda el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha, Manuel Ortiz Heras. El historiador ha impartido el seminario “El pasado incómodo: ¿Cómo abordar ahora la violencia franquista?”, organizado por el Institut Interuniversitari López Piñero de la Universitat de València. En septiembre de 1975 se produjeron los últimos fusilamientos de la dictadura, que tuvieron como víctimas a tres militantes del FRAP y dos de ETA. Ortiz Heras, que coordina el Seminario de Estudios de Franquismo y la Transición (SEFT) de la Universidad de Castilla-La Mancha, inicia el recorrido por la represión del franquismo unos años antes, en 1962; en abril comenzó, con un paro en el pozo “Nicolasa” de la sociedad Fábrica de Mieres, la huelga en la minería asturiana que se extendió por la región (participaron en el movimiento más de 60.000 obreros asturianos de diferentes sectores) y el estado español; la dictadura respondió con detenciones, encarcelamientos y el estado de excepción.

En diciembre de 1962 una Orden firmada en el BOE por el ministro de Información y Turismo, Fraga Iribarne, constituyó la Oficina de Enlace adscrita a este ministerio, destaca el catedrático de la Universidad de Castilla-La Mancha. Se trataba de coordinar “aspectos concretos de la información política” que se recibieran en la Administración; de la Oficina dependía “un departamento de investigación sobre comunismo y otras actividades subversivas”, según el artículo tercero. En abril de 1963 fue fusilado el dirigente del PCE Julián Grimau, a quien se atribuyó el delito de “rebelión militar continuada” supuestamente cometido durante la guerra civil. Detenido, torturado y condenado en Consejo de Guerra, contra la ejecución de Grimau se organizaron manifestaciones de protesta en París, Roma y Londres, entre otras capitales. Otros casos fueron menos difundidos. En agosto de 1963 la dictadura aplicó el “garrote vil” en la prisión de Carabanchel (Madrid) a los militantes libertarios Joaquín Delgado y Francisco Granado, condenados en Consejo de Guerra sumarísimo por unos atentados que no cometieron.

Manuel Ortiz Heras apunta que el año 1963 fue también el de la creación del Tribunal de Orden Público (TOP) franquista, una instancia judicial especial para reprimir a la oposición política; “las sentencias del TOP se basaban fundamentalmente en los atestados policiales de la Brigada Político-Social, con declaraciones obtenidas en la mayoría de las ocasiones con torturas y malos tratos”, escribe en su blog (“Justicia y Dictadura”) Juan José del Águila, magistrado jubilado y autor del libro “El TOP. La represión de la libertad (1963-1977)” (Planeta, 2001); en su tesis doctoral del Águila recoge 3.798 sentencias entre 1964 y 1976, de las que el 75% resultaron condenatorias. Del análisis de las sentencias, se desprende que los principales delitos fueron los de asociación ilícita, propaganda ilegal y relacionados con reuniones y manifestaciones; el total de las penas sumaban 11.800 años de prisión; así, hubo 6.158 personas condenadas por el TOP. En cuanto a la categoría socio-profesional de los inculpados, destacan los obreros (49%), administrativos (19%) y estudiantes (22%); entre los primeros condenados –en marzo de 1964- figura Timoteo Buendía, a diez años de reclusión por un delito de injurias graves al Jefe del Estado (gritó en un bar “¡Me cago en Franco!”).

“En Zamora hubo una cárcel especial para curas disidentes”, destaca Ortiz Heras, autor de “La insoportable banalidad del mal. La violencia política en la dictadura franquista 1939-1977. Albacete” (Bomarzo, 2013). Entre 1968 y 1975 decenas de religiosos que lucharon contra la dictadura cumplieron condena en la Cárcel Concordataria, que consistía en un pabellón separado dentro de la Prisión Provincial de Zamora; algunos de estos sacerdotes –detenidos, torturados y sometidos a juicios sumarísimos- han respaldado décadas después la querella argentina por los crímenes de la dictadura. El historiador continúa el recorrido con la figura del estudiante de 21 años Enrique Ruano, militante del Frente de Liberación Popular (FLP); el joven murió en 1969 al “caer” de un séptimo piso cuando se hallaba bajo custodia policial; otro ejemplo fue Salvador Puig Antich, activista libertario al que la dictadura ejecutó en 1974 mediante “garrote vil”; el militante del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) fue juzgado y condenado previamente por un tribunal militar.

Además de las víctimas, Manuel Ortiz Heras hace mención a personajes de pasado siniestro. Entre quienes han tenido relevancia mediática figura Antonio González Pacheco (“Billy el niño”), expolicía de la Brigada Político-Social franquista y acusado de presuntas torturas (la Audiencia Provincial de Madrid ha archivado este mes de octubre la querella de una de las víctimas, al considerar que los delitos de vejaciones y malos tratos han prescrito); en junio de 1977 el entonces ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa, otorgó al inspector González Pacheco la medalla de plata al mérito policial para premiar, según detalló el BOE, “servicios de carácter extraordinario”. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica denunció que esta condecoración implica un aumento del 15% en la pensión; además, “Billy el niño” se benefició de la Ley de Amnistía aprobada en octubre de 1977. También “en atención a los méritos” policiales Martín Villa otorgó la medalla de oro al comisario Roberto Conesa, exjefe de la Brigada Político-Social y uno de los superiores de “Billy el niño”.

En el libro titulado “La carta. Historia de un comisario franquista” (Debate, 2010), el periodista y escritor Antoni Batista reproduce la misiva que el comisario Antonio Juan Creix remitió a Martín Villa en 1974: “Durante muchos años fui jefe del grupo Anticomunista sustituyendo al Sr. Polo y en el año 1963 fui nombrado, sin ser todavía comisario, jefe de la Brigada Político-Social de Barcelona, desempeñando el cargo durante cinco años (…); la ciudad vivió con tranquilidad, tanto política, como laboral y estudiantil”. El policía resaltaba además los “importantes servicios” con que contribuyó a la pacificación. ¿Tiene conocimiento la ciudadanía española de esta parte del pasado? Ortiz Heras coordina la investigación Víctimas de la Dictadura en Castilla-La Mancha, que incluye una base de datos sobre los represaliados. “Creo que los historiadores hemos investigado adecuadamente el periodo, pero no hemos sabido divulgar; muchas veces escribimos para los compañeros de la academia, es decir, no hace falta –si te diriges a un público amplio- escribir enciclopedias de mil páginas; quizá tendríamos que aprender de los anglosajones, cuyos textos son mucho más asequibles sin por ello perder el rigor”.

En cuanto a la Transición, Manuel Ortiz considera que hubo hechos que modificaron el guión oficialmente establecido. Entre otros, la conflictividad laboral. Los historiadores Pere Ysàs y Carme Molinero apuntan que en 1975 se perdieron 10 millones de horas de trabajo por las huelgas, en las que participaron medio millón de trabajadores; las cifras se dispararon en 1976: 110 millones de horas no trabajadas y 3,5 millones de obreros implicados en los paros.

Tal vez la preocupación pudiera entreverse en unas declaraciones del presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, a Televisión Española en febrero de 1975: “Yo quiero llevar la seguridad a todos los españoles de que el Gobierno a través de las Fuerzas Seguridad dispone de elementos más que suficientes para aplastar inexorablemente cualquier intento de subvertir o alterar la vida del país”. En una ponencia titulada “Las otras víctimas de una transición nada pacífica” (2012), el historiador Gonzalo Wilhelmi cifró en 245 las víctimas mortales causadas por la violencia estatal entre 1975 y 1982; de estas muertes, 163 son responsabilidad de los cuerpos policiales mientras que 82 lo son de la extrema derecha y el terrorismo de Estado (entre 1975 y 1980 el total de víctimas por la violencia estatal se sitúa en las 35-40 anuales).