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martes, 26 de mayo de 2015

Ni pena ni miedo. Arena, aliento y piedra

Chile. Esta tierra dura está preñada de minerales (de aquí viene el famoso cobre chileno), lo cual pinta el paisaje con una infinidad de tonalidades ocres y verdosas, rosadas y malvas


El desierto de Atacama, en el norte de Chile, es el más árido del planeta: hay zonas en las que no se ha registrado ninguna precipitación en 400 años. Además esta tierra dura está preñada de minerales (de aquí viene el famoso cobre chileno), lo cual pinta el paisaje con una infinidad de tonalidades ocres y verdosas, rosadas y malvas. Es un territorio inhumano y hermoso, poderoso, tan sereno como un paraíso para gigantes.

Lo de los gigantes no se me ha ocurrido porque sí, no es una simple desmesura poética, sino que me lo ha sugerido una pieza de arte singular que está escondida en el corazón de este desierto frío. A 57 kilómetros al sur de la ciudad de Antofagasta, tras adentrarse en Atacama por una pista sin asfaltar, se llega a un geoglifo tan enorme que, como sucede con las misteriosas líneas de Nazca en Perú, alguien tiene que señalártelo para que lo veas, porque si no caminarías inadvertidamente sobre él. Se trata de un verso escrito o más bien excavado en la endurecida costra del desierto. Es una frase muy breve, pero mide más de tres kilómetros de largo y cuatrocientos metros de ancho. Tienes que subir a una pequeña colina adyacente en la que han construido un mirador para poder contemplar el texto entero. Ni pena ni miedo. Eso es lo que dice esta caligrafía en letras minúsculas que alguien ha arañado sobre la tierra.

El autor es el poeta y artista chileno Raúl Zurita (1950). Durante la época de Pinochet, Zurita, que por entonces militaba en el partido comunista, fue detenido, encerrado y torturado. En aquellos tiempos de plomo, Raúl se refugiaba mentalmente de su agonía imaginando que escribía poemas “en el cielo, en las laderas de los cañones, en el desierto”. En 1993, tres años después de que acabara la dictadura, consiguió reunir fondos para excavar su verso en Atacama. Ni pena ni miedo. Las palabras adquieren aún más sentido al conocer su historia.

A medida que envejeces, te vas acercando a los confines del mundo

Luego pasó el tiempo y el geoglifo se olvidó. El desierto se fue comiendo las palabras de Zurita hasta que, hará unos cinco años, unos estupendos locos antofagastinos que, bajo el nombre de Corporación Cultural PAR, han montado, entre otras cosas, la joven y dinámica Feria del Libro de Antofagasta, decidieron recuperar la obra del poeta. Alisaron y adecentaron la pista hasta el geoglifo; construyeron el modesto mirador en la colina desde el que se pueden atisbar con cierta claridad los enormes signos y, por supuesto, limpiaron las letras. Allí estaban. Escondidas, pero aguantando, como no podía ser de otra manera, porque son un emblema perfecto de la resistencia. De la supervivencia. Cuando Zurita construyó su frase, no se podía ver con total claridad salvo desde el aire. Hoy existen programas como Google Earth y Google Maps que permiten contemplar ese monumento de arena, aliento y piedra. Estas son las coordenadas para encontrarlo: 24°02’49.0”S 70°26’43.0”W.

Durante muchos años he pensado que mi frase de guerra preferida, y me refiero a la guerra de la vida, era carpe diem. Sí, desde luego, disfrutar del momento es cosa de sabios. Saber vivir en el presente es algo parecido a un estado de gracia (lo dijo Marie Curie) y desde luego un logro muy difícil. Pero hace unos días, en Atacama, viendo esa frase gigantesca escrita en paradójicas minúsculas sobre el polvo, sentí una especie de pequeña revelación, un deslumbramiento. Sentí que me hablaba a mí.

Cuentan las biografías de Zurita que padece párkinson desde principios de los noventa. Un dato frío que esconde una realidad extremadamente dura. Yo no sé si cuando excavó su geoglifo, en 1993, ya conocía su estado, ya se sabía rehén de su cuerpo. Qué espíritu indomable el de Zurita si fue así; si gritó y horadó su “ni pena ni miedo" contra la inclemencia de la enfermedad, contra el negro destino. Pero el párkinson, en cualquier caso, sólo adelantó cruelmente en él esa decadencia que todos los humanos hemos de afrontar. A medida que cumples años, a medida que envejeces, te vas acercando a los confines del mundo. El pasado tira de ti como si llevaras a la espalda una mochila de piedras y empieza a asustarte mirar hacia delante. El viento arrecia, las nubes se arremolinan y el sol no deja de bajar por el arco del cielo. Dentro de poco comenzará la edad de la heroicidad. Sí; de más joven creía que la vida era una selva y que mi lema preferido era carpe diem. En mi madurez empiezo a pensar que la vida es más bien un desierto, desnudo y desolado pero sereno y bello. Y para ser feliz, para ser sabio en esta frontera final del Atacama inmenso, sólo es necesario ser capaz de vivir a la altura de esa frase perfecta. Ni pena ni miedo.
 24 MAY 2015 - El País.
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lunes, 30 de marzo de 2015

El papelajo. Que expedir un título lleve tantos años es un misterio más impenetrable que la física cuántica y una clara medida de la modernidad del país. ¿Forma parte de lo que ahora tanto nos exponen como "marca España"?

S. es un profesor madrileño que lleva varios cursos dando clase en una universidad de Estados Unidos, y que ha estado a punto de perder su trabajo y la residencia en el país porque no podía mostrar su título de doctor. S. acabó el doctorado hace dos años y medio en la Universidad Pontificia de Comillas, pero, al igual que todos los flamantes doctores españoles, sólo obtuvo un recibo diciendo que había pagado las tasas y que ya le darían el título algún día. Recibo que adjuntó en Utah a los demás documentos y que, naturalmente, causó la estupefacción e hilaridad de los funcionarios americanos. ¿Cómo? ¿Que hacía más de dos años que había terminado y sólo podía mostrar ese papelajo? S. tenía que estar mintiendo, dedujeron los burócratas, incapaces de concebir un sistema educativo que tarde años en entregar un documento oficial. Rozando ya la deportación, el desesperado S. recibió por fin el título, aunque previamente su padre tuvo que ir al Ministerio de Educación español (¡que es quien lo concede!) para legalizar allí la firma del rector. Este retraso intolerable e inconcebible sucede con todas las universidades: el padre de S., que acaba de doctorarse tardíamente en la Complutense, ha sido advertido de que tardará cuatro años en obtener el diploma por ser de un plan antiguo. Miles de jóvenes que están saliendo por la crisis de España se encuentran atrapados en esta trampa angustiosa, incapaces de convalidar sus estudios o de emplearse por la falta de ese maldito papel. Que expedir un título lleve tantos años es un misterio más impenetrable que la física cuántica y una clara medida de la modernidad del país: estamos más o menos a la altura de los monjes copistas de la Alta Edad Media. Cuando por fin recibió su título, S. lloró. Yo también estoy a punto de hacerlo.
 24 MAR 2015

viernes, 16 de enero de 2015

Gente mala y fea. Quizá la mayoría de los individuos prefieran ser buenos, pero lo primero que escogen es no meterse en líos

Yo suelo escribir bastante sobre la buena gente. Y no sólo escribo: pienso a menudo en ella. Cuando aprieta la zozobra, cuando abrir un periódico te araña el corazón, cuando te enteras de alguno de los horrores que suceden por el mundo, como la reciente matanza de niños cometida por los talibanes, consuela recordar que hay muchísimos individuos maravillosos que nunca salen en las noticias y a quienes no prestamos atención. Pero existen, de eso no tengo duda. Vivo en la certidumbre de que la mayoría de los humanos son razonablemente buenos.

Sin embargo, hoy me han entrado ganas de hablar de los malos. Y no de los completos monstruos, de los psicópatas, de los criminales, de los fanáticos; no hablo de la perversión monumental y sin paliativos de los talibanes, o de los que queman vivas a sus mujeres, o de los que ordenan torturar salvajemente a un preso, o de quienes, como Blasco, exconseller de Cooperación y Solidaridad de la Generalitat Valenciana, roban el dinero donado con generosa urgencia por los ciudadanos para socorrer a los damnificados del terremoto de Haití (esa también es una manera de matar). No. Me refiero a los malos insidiosos y mezquinos, a los malos mediocres pero feroces en su cobarde medianía. Y me temo que ese tipo de gente abunda más que el malvado monumental.

Un día llegué a casa de una amiga y encontré que su puerta había sido manchada con violentos brochazos de pintura verde chillón. Vive en una casa antigua del centro de Madrid, un edificio popular, con muchos vecinos, añosos y supuestamente afables en su mayoría. Pues bien: la presidenta de la comunidad, una mujer todavía joven, había mandado un escrito protestando por una nimiedad contra uno de los vecinos, con la intención de recoger firmas en su contra. Mi amiga, que no tenía nada que reprocharle a ese hombre, no firmó. Al día siguiente, todas las puertas de quienes se abstuvieron, que fueron unos cuantos, aparecieron marcadas con ese color verde vómito, como las puertas de los egipcios de la Biblia. En fin, hace falta ser muy vándalo, muy descerebrado y muy cobarde para actuar así. Y, además, hace falta ser malo.

Las comunidades de propietarios parecen fomentar estas furias locas, esta animosidad estúpida y dañina Las comunidades de propietarios parecen fomentar estas furias locas, esta animosidad estúpida y dañina: no es el único caso que conozco de batallas campales entre vecinos. Y suceden cosas aún peores; de hecho, este artículo se me ocurrió tras leer un acongojante comentario que dejó en mi Facebook Gema Martínez González, a raíz de un texto mío de EL PAÍS en el que hablaba de los muchos ancianos discapacitados que no pueden salir de sus casas porque viven en pisos altos sin ascensor. Gema escribió: “Yo soy enfermera y voy a sus casas, les llamamos ancianos confinados porque podrían salir a la calle si tuvieran ascensor, pero quedan encerrados en sus pisos; y en mi barrio se da otra circunstancia, hay portales en los que la comunidad pone el ascensor con llave y el que no paga (porque no tiene dinero para hacerlo) no tiene llave, yo he ido a hacer visitas a un anciano y el vecino, al saber al piso que iba, ¡no me ha dejado subir con su llave!”. No me digan que no es el más perfecto y desnudo ejemplo de la crueldad imbécil: una comunidad entera coaligada para impedir que un pobre viejo pueda pisar la calle. Es decir, condenándolo a una cadena perpetua hasta la muerte, sin juicio, sin defensa y sin apelación. En verdad repugnante.

Me pregunto si todos esos vecinos serán igual de malos, o si habrá uno o dos energúmenos en la escalera empeñados en prohibirle el ascensor al anciano y los demás se limitarán a seguir la corriente dominante; y no por miedo a represalias concretas, sino por pereza y cobardía moral. Porque, pensándolo bien, ahora se me ocurre que la mayor parte de la gente quizá no sea buena, sino amorfa, volátil cual pluma en tormenta. Y que, por egoísmo y debilidad, se adapta a lo que haya. Quizá incluso la mayoría de los individuos prefirieran ser buenos; pero lo primero que escogen es no meterse en líos, sin saber que ése es el mayor lío posible, el error fatal que arruinará sus vidas, como explicó tan bien Martin Niemöller en su celebérrimo poema: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista (ni socialdemócrata, ni sindicalista, ni judío…). Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar”. Por eso es tan importante el clima ético de un país, por eso son tan importantes los líderes de opinión, los modelos sociales, el ejemplo de los dirigentes, la moral pública: para fomentar la rectitud en el corazón de los tibios y minimizar la aparición de la gente mala, tonta y fea.
4 ENE 2015 -El País.
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jueves, 15 de enero de 2015

Yo también

O nos unimos con el islam moderado contra la barbarie, o estamos abocados a una guerra mundial de inimaginables dimensiones


Sí, yo también me indigno cuando escucho a los imanes y a los musulmanes conservadores decir esas barbaridades retrógradas que dicen. E igualmente me indigno cuando se las oigo a los obispos españoles y a los reaccionarios que les apoyan, como el obispo de Alcalá hablando de las feministas demoníacas y del loby gay que ha “infectado” al PP. Son opiniones con consecuencias a veces muy graves (la oposición católica al condón fomenta el sida, el machismo islámico esclaviza a las mujeres…), pero en ningún momento me creo que ni siquiera ese disparatado obispo de Alcalá esté a favor de coger un kalashnikov y ejecutar a una docena de personas. Pues bien, lo mismo sucede con los musulmanes conservadores: no son terroristas. Eso sí, los conservadores son mayoría en el islam; los progresistas son una amplia minoría, quizá el 30%, y son las primeras víctimas de los fundamentalistas. Una argelina de izquierdas me dijo: “Quisimos modernizar la sociedad de golpe, implantando el laicismo occidental e ignorando nuestra propia cultura, y nos equivocamos”. Hace 60 años, también España era terriblemente machista y reaccionaria: los emigrantes que llegaban a Europa eran como las familias árabes tradicionales de hoy. Hay que apoyar no ya a los musulmanes progresistas, sino a la mayoría moderada, para que anden su camino hacia el respeto a unos derechos humanos que son el patrimonio de todos. Y hay que hacerlo sin soberbia, porque nuestra sociedad también está llena de miserias, y sin prejuicios: estoy harta de oir que los musulmanes no condenan estos atentados, cuando lo cierto es que ha habido montones de condenas y de manifestaciones, pero nosotros simplemente las ignoramos. O nos unimos con el islam moderado contra la barbarie, o estamos abocados a una guerra mundial de inimaginables dimensiones.
Fuente: Rosa Montero. El País. http://elpais.com/elpais/2015/01/12/opinion/1421082656_973110.html

jueves, 13 de noviembre de 2014

El buen morir. La vejez extrema está siendo a menudo extremadamente penosa, solitaria, incapacitante

Mi padre, que llevó con enorme dignidad, coraje y alegría una enfermedad deteriorante que terminó amarrándole a una bombona de oxígeno y una silla de ruedas, siempre repetía una conocida frase: “Nadie es tan joven como para no poder morir al día siguiente ni tan viejo como para no poder vivir un día más”. Le consolaba recordar este dicho porque su gusto por la vida era legendario. Era una de esas personas, mi madre lo es también a sus 93 años, capaces de disfrutar con la mera contemplación de una nube que se deshilacha. Hace falta mucho valor para soportar las traiciones del cuerpo, el marchitamiento de la salud, el constante empequeñecer del futuro y de sus posibilidades. Si tienes la gran suerte de llegar a viejo, la vida te va quitando todo. Pero algunos hombres y mujeres siguen ahí, incólumes, serenos, guerreros formidables de la existencia, gozando de sus horas hasta el final. Admiro su temple y su inmensa capacidad de adaptación.

Viniendo de dos padres tan valientes, yo he salido sorprendentemente cobardilla. O quizá, más que cobardilla, vehemente, voraz e inadaptable. No soporto la pérdida. No soporto la decadencia. No soporto crecer. Me gustaría poder decir que, con los años, se aprende a convivir con el tiempo que te deshace, pero, la verdad, yo no he aprendido. Y me temo que hay muchísima gente que es como yo. Ya lo decía Oscar Wilde: “Lo peor no es envejecer; lo verdaderamente malo es que no se envejece”. Y con esto se refería a que no envejecemos por dentro, a que nos seguimos viendo siempre iguales, eternos Dorian Gray de tersas mejillas enfrentados al retrato pavoroso de nuestra carne cada vez más marchita, de modo que se va creando una disociación entre nuestro ser real y el yo ilusorio interior. Creo que la mayoría de los humanos somos inmaduros peterpanes.

Todas estas reflexiones algo lúgubres me las ha suscitado la tremenda historia de Brittany Maynard, la mujer estadounidense que, con 29 años y cáncer de cerebro terminal, se ha mudado con su familia al Estado de Oregón, en donde se permite la eutanasia. Tiene previsto abandonar este mundo el 1 de noviembre; mientras escribo este artículo, que tardará dos semanas en publicarse, esta mujer sigue viva y está haciendo la formidable y heroica travesía de sus días finales. Cuando lo lean ustedes, ya habrá desaparecido de este mundo. Un puñado de células que detienen su combustión y rápidamente decaen. Una memoria, una voluntad, un deseo, esa ligera voluta de aire que es el yo, o el alma, o el espíritu, deshaciéndose en la bruma del atardecer. En un abrir y cerrar de ojos, en fin, no queda nada. No me extraña que las religiones hayan inventado tantos mundos de ultratumba, paraísos e infiernos, porque nos es insoportable asumir ese vacío. “Os voy a echar mucho de menos”, he oído decir una y otra vez a los moribundos, incluso a los ateos, dirigiéndose a sus seres queridos. “Os voy a echar de menos”: el yo se empeña en seguir siendo contra toda razón.

Y en realidad eso es algo bello, porque demuestra que, mientras vives, eres. Y cuando ya no vives, simplemente no eres. Si no nos angustia la oscuridad que precede a nuestro nacimiento, ¿por qué permitimos que nos angustie la que nos espera?

Eso sí, es crucial la manera en que la salida se produce. En Occidente estamos batiendo récords de longevidad. Nunca tanta gente ha sido tan mayor en toda la historia de la Humanidad. Pero ¿a qué precio? La vejez extrema está siendo a menudo extremadamente penosa, solitaria, dolorosa, incapacitante. La sociedad no está preparada para este aluvión de ancianos con achaques. Necesitamos medios para ofrecer una vida más sana y más protegida a todos los mayores (es de justicia y también puro egoísmo, porque ese será nuestro futuro). Que el entorno social sea lo suficientemente acogedor para que los viejos disfrutones y valientes como mis padres sigan extrayendo hasta la última gota de placer a la vida. Pero también tenemos que regular la eutanasia, tenemos que formalizar y facilitar los protocolos de una muerte digna. Porque puede haber muchas personas que no quieran seguir adelante en según qué condiciones. La muerte puede ser una opción de la vida. Una bella, emocionante, heroica opción, como lo ha demostrado esa mujer de Oregón tan joven, tan guapa, tan rodeada de amor, que ha sido capaz de tomar las riendas de su existencia, pese a todo.
Rosa Montero. P @BrunaHusky
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Asociación Derecho a Morir Dignamente.
El teólogo Hans Küng, enfermo de Parkinson, se plantea pedir el suicidio asistido
Los enfermos que van a Suiza para suicidarse se duplican en cuatro años

viernes, 20 de junio de 2014

Basta ya. “Nos hemos acostumbrado a la esclavitud femenina y echo de menos un movimiento mundial”

Un amigo que, por otra parte, es un encanto, me dijo el otro día que la India goza de un estado espiritual superior a Occidente; que nosotros estamos en el tercer chacra, que es el ego, y los indios en el cuarto, que es el amor universal.

Me dejó atónita porque demuestra hasta qué punto somos capaces de no ver los horrores que se cometen contra las mujeres. Llevamos mucho tiempo sabiendo de los atroces asesinatos sexistas de la India. Por citar los más recientes: una muchacha ultrajada y luego obligada a beber ácido, y dos niñas violadas en grupo y después colgadas de un árbol.

Comentario ante esto de un ministro del Gobierno indio: “La violación es un crimen social que algunas veces está bien y algunas veces está mal”. Puro amor universal. Claro que también llevamos toda la vida sabiendo (y olvidando) las monstruosidades que cometen todos los días los talibanes; los tres millones de niñas cuyo clítoris es rebanado cada año; las muertas de Ciudad Juárez; los millones de feminicidios, mujeres lapidadas, azotadas, torturadas, ultrajadas, abrasadas con ácido, quemadas vivas. O secuestradas, como las niñas de Nigeria.

¿Pero qué demonios nos pasa? ¿Cómo podemos asistir a estas brutalidades e ignorarlas? “Nos hemos acostumbrado a la esclavitud femenina y echo de menos un movimiento mundial”, me dice Paco Cuéllar, secretario general de Proyecto Gran Simio. Y lo compara con el movimiento antiesclavista de hace 150 años, cuando los ingleses abordaban y liberaban barcos de negreros.

¿Por qué no sucede lo mismo con las mujeres? Paco reclama un grupo de trabajo en la ONU, una Cruz Rosa Internacional, convenios mundiales defendidos por cascos azules.
Tiene razón. Es urgente, esencial.
Hay que hacer algo.

Rosa Montero

martes, 18 de marzo de 2014

Primavera

Me gustan las personas que van por la calle con una especie de alegría en el cuerpo, el puro gozo animal de saberse vivo

Me gustan los viejos que se sientan en los bancos de la calle con sus pequeños perros repantingados sobre el asiento a su lado, unos animales tan mayores como ellos, igual de cachazudos e impertinentes mirones; los dos, humano y chucho, de vuelta ya de los afanes mundanos, amigos tan íntimos que ya no necesitan hablarse ni ladrarse, porque les basta con saberse juntos y disfrutar tranquilos de la contemplación del río de la vida.

Me gustan los bebés que están dando sus primeros pasos y que se acuclillan inestables y alargan la mano con absorto y concentradísimo cuidado para coger una margarita, objeto fabuloso que jamás han visto; su esfuerzo es tal y su lentitud de movimientos tan penosa que parecen astronautas en gravedad cero, y de algún modo lo son, porque esos pequeños exploradores están descubriendo el Cosmos, y esa margarita es más alienígena para ellos que la constelación de Andrómeda.

Me gusta que el camello del barrio (un subsahariano) les dé migas de pan a los pajaritos (la vida es poliédrica).

Me gusta ver a esas parejas de ancianos que llevan tanto tiempo juntos que se parecen en todo; y que, agarrados de la mano como dos niños, van paseando por las alamedas moteadas de sol con un vaivén gemelo de reuma y de cojera.

Me gustan los hombres y mujeres entrados en carnes y en fatiga que, vestidos de deporte, trotan desarboladamente y van más despacio que yo cuando ando despacio, pero que, aun así, se esfuerzan y no se rinden.

Me gustan esas parejas de adolescentes fundidas en un beso de tornillo, altos hornos de feromonas, explosivos paraísos de los primeros amores.

Me gustan las personas que van por la calle con una especie de alegría en el cuerpo, el puro gozo animal de saberse vivo, y que, cuando cruzan los ojos contigo, te sonríen. Los días buenos espero ser yo también una de ellas.

Fuente:
Rosa Montero, El País.

jueves, 20 de febrero de 2014

Todas esas veces que pude haber muerto

Esas son las ironías de la vida: escapas de las balas y las bombas, te das la vuelta al mundo varias veces y al final siempre te atrapa tu destino

Hace un par de semanas murió Manu Leguineche, periodista magnífico, hombre generoso, maestro en tantas cosas. Fue un gran corresponsal de guerra; se jugó el pellejo en muchas ocasiones, pero la muerte le estaba esperando en su casa, vengativa y pérfida, haciéndole antes sufrir durante largo tiempo: llevaba demasiados años muy enfermo. Esas son las ironías de la vida: escapas de las balas y las bombas, te das la vuelta al mundo varias veces y al final siempre te atrapa tu destino, como en el conocido cuento de Las mil y una noches del criado que, asustado al encontrar a la Muerte en el mercado y ver que le hacía llamativos gestos, sale huyendo de su ciudad y no para hasta llegar a Bagdad; cuando los gestos de la Muerte sólo manifestaban la sorpresa de hallarle en aquel sitio, porque esa misma noche tenía una cita con él en la lejana Bagdad. Tanto correr, tanta agitación para acabar en eso.

Recordé entonces que me encontré con Manu Leguineche en Managua, dos o tres días después de que Somoza huyera del país. Los sandinistas habían ganado la guerra, pero el conflicto bélico todavía coleaba. Había muertos en las calles y por las noches dormíamos debajo de la cama porque por las ventanas podían colarse balas perdidas. Y recordé que entré en el país por tierra, junto con una amiga también periodista, la colombiana Ana Cristina Navarro. La salida de Somoza nos pilló estando en Guatemala y para poder llegar a Managua aprovechamos el coche de un jesuita que supuestamente iba a devolver a sus padres nicaragüenses a una adolescente que había pasado la guerra refugiada en Guatemala. Y digo supuestamente porque, en efecto, la niña venía con nosotros y la depositamos con su familia; pero al regresar a Guatemala, el cura nos confesó que su coche iba cargado de “algo” peligrosísimo (lo más probable es que trajera armas de los sandinistas para la resistencia guatemalteca). Y con este contrabando de alto voltaje habíamos atravesado El Salvador (bajo una sangrienta dictadura militar y en estado de excepción), jugándonos Ana Cristina y yo inocente y estúpidamente la vida, la libertad y desde luego indudables torturas si nos descubrían. Odié a aquel jesuita y todavía le odio.

Este recuerdo avivó otros de otras ocasiones en las que mi vida había estado en peligro. Aquella vez en la que la periodista Sol Fuertes y yo estuvimos a punto de naufragar en el lago Titicaca, entre Bolivia y Perú, y nos pasamos horas en una barca infame con el agua helada hasta las rodillas y achicando con un solo cubo (por cierto que achicar a 4.200 metros de altitud asfixia muchísimo). O aquel viaje en un trenecito, también en Perú, en el Valle Sagrado del Urubamba, colgada de los estribos, porque el tren iba lleno; y ver a tus pies los abismos de las montañas de los Andes, y sentir que las manos con las que te agarrabas frenéticamente a la barra se quedaban entumecidas; y pensar que no ibas a aguantar hasta la próxima parada (obviamente aguanté). O bien ese avión de Iberia en el que el fotógrafo Chema Conesa y yo íbamos a ir a Roma para entrevistar al presidente italiano, Sandro Pertini. El vuelo salía a las 8.30 de la mañana y la noche anterior nos llamamos para atrasar el viaje y embarcar dos horas más tarde (eran épocas opulentas del periodismo y los billetes eran enteros y se podían cambiar sin más problemas). Pues bien, ese avión de Iberia se estrelló en la pista de despegue contra uno de Aviaco; hubo cerca de doscientos muertos y heridos muy graves y abrasados (el avión de Iberia se incendió). O aquella vez que cuatro adolescentes marginales me arrinconaron en un descampado con un coche de lujo obviamente recién robado; me salvó mi perra Trasto, una pastora alemana mestiza que se plantó delante,...

...La vida es un puro azar, un milagro renovado en cada instante. Me pregunto cuánto queda, qué me queda...

Leer más aquí, Rosa Montero, El País Semanal.

miércoles, 15 de enero de 2014

ABC. Con esta ley se seguirá abortando igual, solo que las ricas lo harán con garantías y en el extranjero y las pobres en una carnicera mesa de cocina. Ya hemos vivido eso

Nunca pensé que me tocaría volver a discutir este tema desde tan abajo. Creí que ese nivel básico de debate estaba superado, que era una obviedad, un logro civil comúnmente aceptado. Ese fue mi primer error: todo avance colectivo puede verse amenazado por un impulso reaccionario; no se debe bajar jamás la guardia.

Así que heme aquí volviendo a teclear, 30 años después, el mismo abecedario elemental sobre el aborto. Y así, repetiré que nadie está a favor del aborto: es siempre un horror, una pena, un trauma. Y, desde luego, no es un método anticonceptivo; de hecho, debemos fomentar por todos los medios el acceso a los anticonceptivos para minimizar los embarazos no deseados (por cierto: a veces quienes más protestan contra el aborto son también los más reticentes a la contracepción). De lo que estamos a favor es de una ley justa que permita el acceso igualitario a una intervención que, además de penosa, puede ser peligrosa. Es evidente que hay grandes desigualdades sociales y culturales; hay personas desprotegidas que no conocen bien los métodos anticonceptivos o no tienen acceso a ellos: por dinero, por prejuicio social, por imposición familiar. Y ni siquiera usando un método adecuado se está a salvo de un fallo: el condón, por ejemplo, solo tiene un 98% de efectividad. Por no hablar de la crueldad de no contemplar la malformación del feto como causa suficiente. Como dice Mónica Arango, del Centro de Derechos Reproductivos, desde 1994 más de 30 países del mundo han liberalizado sus leyes de aborto. El retrógrado proyecto de Gallardón (contestado incluso desde el PP) nos descolgaría del entorno europeo y nos dejaría al nivel de la ultracatólica Polonia y de Malta. Con esta ley se seguirá abortando igual, solo que las ricas lo harán con garantías y en el extranjero y las pobres en una carnicera mesa de cocina. Ya hemos vivido eso.
Fuente: Rosa Montero. El País.

martes, 10 de diciembre de 2013

Otra manera de hacer política. Mandela demostró que hay otras formas de hacer política.

Me admira que, tantos días después, sigamos pegados a la catarata de las páginas necrológicas de Mandela sin repulsión ni hastío, que es lo que se suele experimentar en este tipo de hemorrágicos ditirambos mortuorios. De Mandela, en cambio, nos interesa todo, desde los magníficos textos de Carlin hasta las imágenes de esa fiesta interminable que está siendo su despedida. La intensidad de nuestro interés nos da la medida de lo muy necesitados que todos estamos de creer en lo que Mandela representa: alguien a quien la adversidad no doblegó, a quien el odio no envenenó, a quien el poder no corrompió. Era un político que honró la política.

Corren malos tiempos para la democracia. Veo en todo el mundo una crisis en la credibilidad de este sistema, un creciente enojo ante sus abusos evidentes, ante su hipocresía y su cinismo. Nadie parece confiar en los políticos: la frase “todos son iguales” es el lema de moda. Y los únicos que parecen un poco menos iguales, justamente, son los que preconizan las hogueras purificadoras y la mano dura. Quiero decir que veo brotar por doquier la flor negra de la añoranza de la tiranía. Haber nacido en una dictadura me vacunó contra ello, pero el mundo está lleno de ignorantes que, escandalizados por las corruptelas democráticas, creen que los sistemas dictatoriales son más limpios sólo porque son infinitamente más opacos: no sólo la porquería y los abusos no trascienden, sino que además dan respuestas simples a los problemas complejos y luego se encargan de ocultar todo el daño que esa simplificación ha provocado. Yo sigo creyendo, en fin, que la democracia es el sistema menos malo, y que, con todas sus contradicciones, ha permitido mejorar notablemente la situación del mundo. Y también creo que no hay que rendirse y que hay otra manera de hacer política. Lo demostró Mandela. . El País.
Más sobre Mandela en el NYT. Aprenda con el NYT, para centros educativos, vídeo.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Se estrena en España la película Camille Claudel 1915. Cómo destruir a una persona

Acaba de estrenarse en España la película Camille Claudel 1915, del director francés Bruno Dumont. Es un film tremendo porque refleja una historia brutal, uno de los destinos de mujer más trágicos que jamás he conocido: la vida de Camille Claudel (1864-1943), maravillosa escultora, hermana del escritor Paul Claudel, amante de Auguste Rodin. Una artista destruida por los prejuicios de la época. Para peor, tras el suplicio de su vida el sexismo la condenó a esa segunda muerte que es el olvido. Escribí un capítulo sobre ella hace casi veinte años en mi libro Historias de mujeres, y entonces anoté que la Enciclopedia Británica le daba foto y dos columnas de texto a Paul Claudel, pero a Camille, que estaba justo encima, sólo le concedía la siguiente línea: “(C. 1883-1898), amante y modelo de Rodin”. Y lo más indignante y alucinante era que las fechas sólo abarcaban el tiempo que Camille compartió con Auguste, como si, fuera de la cama del famoso escultor, ella ni siquiera hubiera existido.

Las nuevas tecnologías han corregido en parte esta barbaridad. Hoy podemos googlear el nombre de Camille y encontrar numerosas entradas y, lo que es mucho más importante para una artista, fotos de todas sus obras. Qué feliz se sentiría Camille de saber que hoy sus trabajos pueden verse con sólo pulsar una tecla… Antes de la llegada de Internet, sus hermosas esculturas estaban desperdigadas y perdidas en colecciones o museos remotos. Por lo menos hoy tenemos las fotografías.

Hija de un registrador de la propiedad y de una terrateniente ultraconservadora que terminó siendo su mayor verdugo, Camille era bellísima, audaz, precoz, genial. A los doce años esculpía y modelaba tan bien que llamó la atención de los artistas locales. Ya entonces su obra se parecía un poco a la de Rodin, aunque la niña no le conociera; es decir que, pese a lo que sostenía la Británica, Camille era Camille antes de conocer a Auguste. El registrador de la propiedad, librepensador, mandó a la hija a París a estudiar arte; Camille llegó a la ciudad consciente de su talento y dispuesta a comerse el mundo. Y enseguida todo empezó a torcerse. A los 19 años se hizo amante de su maestro Rodin, que tenía 44 y estaba casado, de manera que siempre la mantuvo en el humillante puesto de la amancebada. Naturalmente, esa caída en el pecado supuso su ruptura total con la familia. Rodin la utilizó durante diez años de modelo y de ayudante, dos trabajos que eran normalmente remunerados pero que él no le pagó jamás. Se ha hablado mucho de la influencia de Auguste (qué nombre tan simbólico, tan aplastante) sobre Camille, pero muy poco de la de Camille sobre Rodin: en los diez años que estuvo con ella, realizó sus mejores obras, y tras separarse hizo poco más que volver sobre los viejos temas, que quizá surgieran, al menos en parte, de las ideas de la muchacha.

En cualquier caso, el tiempo pasaba y Camille no conseguía que nadie tomara en cuenta su trabajo. Era considerada un mero apéndice de Rodin y su invisibilidad terminó siendo tan asfixiante que la escultora se separó de él para intentar sacar adelante su propia obra. Fue la lucha final, desesperada e inútil. Camille se moría literalmente de hambre; no tenía dinero para los caros materiales de las esculturas ni para pagar modelos. Día tras día su fracaso se fue haciendo más y más evidente, y al final Camille se rompió. Sufrió una crisis nerviosa, depresión, delirios persecutorios con Rodin, a quien culpaba, no sin buena parte de razón, de su desgracia.

El 2 de marzo de 1913 murió el padre de Camille, y el 10 de marzo, enviados por la cruel madre, dos enfermeros irrumpieron en casa de Camille y la internaron en un psiquiátrico. Fue enviada a Montdevergues, un manicomio de siniestra reputación muy lejos de París. Y allí permanecerá rodeada de enfermos psíquicos muy deteriorados, en un lugar helador y sin nada que hacer más que vegetar. Su madre jamás fue a verla; su hermano Paul sí, muy de cuando en cuando, pero tampoco intentó ayudarla. Durante años, Camille imploró que la sacaran de allí; luego, cuando menos que la mudaran de psiquiátrico. Sus médicos escribieron a la familia diciendo que Camille estaba lo suficientemente bien como para irse, pero todo fue en vano: la pobre Camille pasó 30 años en ese infierno, del que sólo se liberó al morir. Esta maravillosa película recoge unos días de 1915 en Montdevergues, mientras Camille aguarda la visita de su hermano y aún tiene esperanzas. Qué desolación, qué desamparo; qué magnífica está Juliette Binoche como Camille; qué hipócrita e indecente resulta Paul Claudel. Y qué aterrador pensar en el destino de tantas mujeres que, como Camille, fueron encerradas de por vida en estos manicomios demoledores como castigo a su deseo de ser libres.
Fuente: Rosa Montero, El País. www.rosa-montero.com
Trailer Aquí.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Aprendiendo a reír

Saber gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia

Yo creía, y así lo escribí en mi último libro, que no había ninguna foto de la gran Marie Curie en la que apareciera sonriente. Antes al contrario: sus retratos la muestran invariablemente adusta, tensa, a menudo incluso trágica, una dura máscara de esfuerzo y dolor. Una lectora genial, sin embargo, me mandó hace poco una instantánea de Madame Curie, ya mayor y pareciendo aún mucho más vieja por los estragos causados por la radiactividad, muy cercana sin duda a la fecha de su muerte, vestida como siempre de negro y, también como siempre, sin maquillaje y con los cabellos recogidos de cualquier manera. Pero sonríe. ¡Sonríe! No es una risa franca, pero es un gesto indudablemente risueño. Y a mí me parece que esa pequeña curvatura de sus labios es un logro monumental de la científica. Quizá más importante para ella, incluso, que el descubrimiento del polonio y el radio.

“El joven que no llora es un salvaje, pero el viejo que no ríe es un necio”, decía el filósofo George Santayana. Es una frase profundamente conmovedora; y creo que he tenido que llegar a los alrededores de la vejez para poder comprenderla en toda su sabiduría. Las palabras de Santayana me recordaron uno de mis cuadros preferidos; se trata de un autorretrato de Rembrandt, el último del centenar de autorretratos que se hizo. Lo pintó más o menos un año antes de morir y es un cuadro casi monocromático, una explosión de ocres, de luces doradas y brillos que se apagan entre las sombras. Por entonces el artista debía de tener 62 años (murió a los 63), pero parece ancianísimo. Rembrandt fue un hombre muy vital y probablemente supo ser feliz en muchas ocasiones. Alcanzó un tremendo éxito como pintor siendo muy joven, tuvo varios amores, se casó en segundas nupcias con una mujer a la que adoraba. Pero luego la vida le pasó factura. Su inmenso talento le impidió seguir siendo el artista comercial que triunfa haciendo los retratos complacientes que le pide el mercado. Eligió pintar cada vez mejor y de manera más auténtica, y eso le hizo perder la clientela. Su éxito terminó, los encargos dejaron de llegar y se llenó de deudas. Para comer tuvo que venderlo todo, incluso su colección de arte. Cuando murió estaba en la más completa miseria.

El Rembrandt que pintó el último autorretrato era este hombre olvidado y arruinado. Y no sólo eso: para entonces había enterrado a su primera mujer, y luego también a su segunda y muy amada esposa, fallecida prematuramente pese a que era mucho más joven que él; por último, también había tenido que soportar la muerte de su hijo Titus. Y, sin embargo, pese a toda esta devastación, o seguramente por todo eso, el Rembrandt de este autorretrato sonríe. Asomado de escorzo a la ventana del lienzo, el pintor nos contempla y parece decirnos: mirad, esta es la vida, la gran broma pesada de la vida, así es la inocencia de los humanos, así el afán, el fulgor, el dolor. Es una sonrisa triste, pero serena e inmensamente sabia.

“El arte es una herida hecha luz”, decía el pintor francés Georges Braque. Otra frase certera que me viene a la cabeza cuando recuerdo este cuadro de Rembrandt. La luz otoñal del rostro del pintor emerge de las tinieblas del fondo, de la oscura herida de la vida, cauterizando y suavizando su dolor y el nuestro. Por lo menos, Rembrandt tuvo su arte hasta el final (el valor de seguir pintando, de no rendirse). Por lo menos, nosotros tenemos a Rembrandt. El arte nos salva, la belleza nos salva, y la vida, si se vive con conciencia de vivir e intentando aprender de lo vivido, quizá nos proporcione esa comprensión final, ese entendimiento apaciguado que permite que aflore la sonrisa.

En las Navidades de 1928, Marie Curie le mandó una carta a su hija Irene para felicitarle las fiestas. Y escribió: “Os deseo un año de salud, de satisfacciones, de buen trabajo, un año durante el cual tengáis cada día el gusto de vivir, sin esperar que los días hayan tenido que pasar para encontrar su satisfacción y sin tener necesidad de poner esperanzas de felicidad en los días que hayan de venir. Cuanto más se envejece, más se siente que saber gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia”. Creo que estas palabras son el logro de una vida. Y la insólita sonrisa de Curie en la foto que me envió la generosa lectora es sin duda una consecuencia de estos pensamientos. Alcanzar esa maravillosa sencillez no es fácil, desde luego, así que habrá que aplicarse. Aquí estoy, en fin, intentando aprender a reír día tras día.
Fuente Rosa Montero, El País.
www.facebook.com/escritorarosamontero www.rosa-montero.com

lunes, 16 de septiembre de 2013

La vida se renueva constantemente... o cuando no se puede decir "no puedo"

Este bello artículo sobre la vida, la fuerza de la vida, de Rosa Montero, viene perfecto para presentar a Antonio, mi nuevo nieto. Antonio han nacido muy bien, es un bebé precioso, llama la atención por lo bonito que es. Podría haber sido menos guapo y para nosotros, su familia, sería igualmente una gran alegría. La vida nos sorprende gratamente muchas veces y hay que disfrutarlo. La maravilla y el regalo que es la vida, nos ha llenado de felicidad con Antonio, todos le deseamos una vida larga y plena de felicidad.

"Hace años fui a cumplir un encargo a un piso de unos amigos que llevaba cerrado y desocupado más de dos meses. Recogí los papeles que iba a buscar y, cuando ya estaba a punto de irme, vi por casualidad que en la jardinera del balcón, bajo un sol veraniego achicharrante, seguía viva una planta. Estaba muy alicaída, agonizante; a su alrededor, todas las demás plantas habían muerto ya, dejando un panorama desolado de hojarasca reseca y telarañas. Pero ella seguía luchando por vivir a pesar de los dos meses de abandono. Comprendo que es ri­dículo, pero casi me dieron ganas de llorar al contemplar ese esfuerzo tan heroico e inútil. Como una loca, regué concienzudamente la jardinera, y luego me marché sintiéndome aún peor, porque el agua sólo prolongaría el sufrimiento de la planta. Pero, a fin de cuentas, la vida consiste justo en eso: en el regocijo de vivir cada instante, cada segundo robado antes del fin.

Qué tenaz es la vida, qué maravillosamente peleona. Un amigo argentino me ha mandado la foto de su hija, una niñita nacida prematuramente a los seis meses. Es una guerrera hermosa y diminuta que lleva semanas librando el fiero combate de la supervivencia: todas sus células están concentradas en la proeza de existir. De hecho, todos nosotros somos un prodigio, todos representamos una proeza descomunal. Estar vivo es el resultado feliz de una batalla feroz contra las circunstancias: sólo recordar que el espermatozoide que participó en tu concepción tuvo que competir contra cien millones de espermatozoides da idea del esfuerzo. Repitamos una vez más lo obvio: para nacer es necesario que antes se haya dado una larguísima cadena de éxitos. Nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros recontratatarabuelos de las cavernas lograron ser un huevo fertilizado, y luego un embrión viable, y luego un bebé lo suficientemente sano. Y a partir de ahí supieron crecer, mantenerse vivos, encontrar pareja, procrear, cuidar de su prole. Somos guerreros e hijos de guerreros, todos victoriosos. Haber llegado a nacer es más venturoso y más difícil que sacarse el Gordo de la lotería

Así pues, la vida siempre se empecina en seguir viviendo. Lo cual es una buenísima noticia, desde luego. No hay que perder la fe en esa fuerza bruta y ciega de la vida...

...para autoayudarse no hay como confiar en tu propia fuerza. O, como dice mi amigo Pepe Mendoza: hay que borrar del lenguaje la frase "no puedo",...  Rosa Montero, leer más en El País."
Un amigo, Máximo, le ha escrito una nana, al felicitarme, para que se la cante su abuelo. Gracias Máximo.

Nana para Antonio

Nana, nanita, nana,
canta el abuelo
y al mirar al infante
descubre un cielo.

Nana, nanita, nana,
sigue cantando
y una lágrima oculta
le está asomando.

Nana, nanita, nana,
le tararea
y una nueva ternura
le zarandea.

Y el infante, dormido,
siente la nana
y en su corazón tierno
va y se la guarda.


lunes, 24 de junio de 2013

Confesiones entre ciencia y literatura. Margarita Salas y Rosa Montero hablan del pasado y del futuro, de la ciencia y de la muerte. Una cita en la que es inevitable que aparezca Marie Curie, otra científica de altura, protagonista de la última obra de la escritora.


No es el mejor momento para científicos ni escritores. Trabajar es para ellos una proeza, entre recortes y caídas de ventas. Bien lo saben Margarita Salas y Rosa Montero. Tan distintas, pero ambas pasionales, trabajadoras, empeñadas por hacerse un hueco en mundos de hombres y marcadas por la pérdida del ser amado. La escritora no se encoge ante las adversidades, y en marzo publicó La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral), con trazos autobiográficos, reflexiones sobre el papel de los padres, los problemas de las mujeres o la ciencia. Todo entrelazado con la vida de Marie Sklodowska y el desolador diario que escribió tras fallecer su marido, Pierre Curie, atropellado por un coche de caballos en 1906.
 
Ambas califican ese diario de “tremendo”. La admiran y saben tanto de esta científica polaca, ganadora de dos Premios Nobel (uno de Física en 1903, junto a su marido, y en 1911, el de Química), que pronto se convierte en la tercera protagonista del encuentro. “Una mujer apasionada”, la define Rosa Montero (Madrid, 1951). Para la científica, alguien que “se mató a trabajar [su muerte, en 1934, estuvo determinada por su repetida e inconsciente exposición al radio]. Una mujer que en los finales del siglo XIX y comienzos del XX se saltó todas las barreras para dedicarse a la ciencia”.

La cita tiene lugar en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBMSO) –centro de investigación mixto del CSIC y de la Universidad Autónoma de Madrid–, donde Salas es profesora ad honorem. Se encuentran en su despacho, entre libros, recuerdos y fotografías. Más pequeño de lo esperado para alguien con su currículo, donde está escrito, entre otras cosas, que es miembro de la RAE desde 2001 –la tercera mujer en ocupar un sillón, el i, en su caso– o que en 2007 fue la primera española en entrar en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Una oficina ordenada, seguramente porque a sus 74 años pasa la mayor parte del día en su laboratorio, situado a un par de pasillos de distancia. Con la mirada curiosa de quien dedica su vida a la literatura, en la recepción, Montero se ha fijado en un detalle:

Rosa Montero. En los casilleros de correspondencia hay muchas mujeres.

Margarita Salas. Sí, pero son jefas de grupo, y todavía hay más hombres. En la galería de retratos de los directores del centro, la única soy yo.

Montero. Viendo tu biografía, has sido, como Marie Curie, pionera en muchas cosas.

Salas. ¡Yo no soy como Mada­­me Curie! –interrumpe con una sonrisa–.

Montero. Obviamente, son décadas más tarde, pero sí que has sido la primera mujer en cantidad de cosas. ¿Sentías que estabas rompiendo una barrera?

Salas. Sí, pero tampoco me sen­­tía mal por ello. En 1988 fui la primera en la Academia de las Ciencias, la segunda entró en 2010. Ahora ya –un “ya” que delata escasez– somos tres.

Montero. Creo que en el ámbito de la ciencia el avance de la mujer va más lento.

Salas. Yo creo que no falta mucho. A nivel de doctorando, las mujeres son mayoría. Y la mayoría de las que ahora están haciendo su tesis doctoral van a seguir su carrera profesional. Yo doy un plazo de 15 años para que la mujer científica alcance la posición que le corresponde de acuerdo a su capacidad y trabajo.

Montero. ¡Qué optimista! Me encanta.

Salas. Vamos a poner 20 años [risas].

La realidad es mucho más dura: el futuro para los jóvenes doctores de Margarita Salas es irse al extranjero, lamenta. Y el porvenir es poco halagüeño: la inversión pública en I+D se ha reducido un 13,7% en subvenciones en el último año, un 40% menos de presupuesto desde 2009, denunció en mayo la Carta por la Ciencia, un colectivo que surgió como respuesta a los recortes en investigación. Por suerte o, mejor dicho, gracias a mucho trabajo, el bichito con el que Salas ha compartido su vida, el virus bacteriano Phi29, le ha dado una nueva patente que le ha permitido contratar a algunos doctores para su equipo. El mundo de las letras en el que nada Montero también está convulso. En 2012 se publicaron un 8% menos de libros, y la piratería causó unas pérdidas de más de 300 millones, según la agencia ISBN.

La pionera en investigación molecular en España critica cómo “desgraciadamente” muchas científicas fueron eclipsadas por los hombres. La ridícula idea de no volver a verte recoge casos escandalosos: Lise Meitner, clave en el descubrimiento de la fisión nuclear, no recibió un Nobel que fue a manos de Otto Hahn, quien ni siquiera la mencionó en su discurso. O Rosalind Franklin, descubridora de los fundamentos de la estructura molecular del ADN (o, como siempre dice Salas, DNA), a quien varios compañeros robaron su trabajo y se apropiaron de un Nobel en falso.

Le podría haber sucedido a Marie Curie. Ambas coinciden en que la diferencia la marcó Pierre, quien la valoraba como profesional. Un marido científico y generoso, algo en común entre Salas y Curie, ya que la primera rechaza el calificativo de genio por parte de Rosa Montero. Prefiere definirse como normal. “Pues eres la persona normal más anormal”, replica la periodista y escritora. Ella también tiene un vínculo con Marie Curie, como explica en su libro: “Su trabajo ayudó a que me diagnosticaran y me curaran. Por no mencionar que su madre murió de tuberculosis”, la enfermedad que de niña la mantuvo años en cama.

Margarita Salas (Canero, Asturias, 1938) siempre tuvo claro que continuaría con su carrera de Químicas en vez de dedicarse a ser una esposa devota de Eladio Viñuela. “Hicimos la tesis con el mismo doctor y yo era invisible, nos reuníamos para hablar de mi trabajo y el director de tesis se dirigía a él. En cambio, en Nueva York, Severo Ochoa nos puso en grupos diferentes, dijo que así al menos aprenderíamos inglés. Creo que lo hizo porque quería que cada uno desarrollara sus capacidades”. Tras cuatro años en EE UU realizando su trabajo posdoctoral, regresaron a España en 1967 con su famoso fago Phi29 en un tubito metido en el bolsillo. Poco después, Eladio daría un paso determinante: dejó esa investigación en manos de su mujer, y él se puso a estudiar la peste porcina africana. “Entonces me empecé a convertir en una científica con nombre propio. Dejé de ser ‘la mujer de’ para ser Margarita Salas”. Tenía un marido profundamente generoso, recuerda sin titubear la científica. Montero puntualiza: “Hace falta ser fuerte para no tener miedo de quedar eclipsado por tu pareja en esta sociedad tan machista”.

Hablar de una sociedad aún machista trae a la conversación la discriminación positiva en favor de las mujeres. Margarita Salas no cree en las conocidas cuotas, no las quiere. “Creo que la que quiere, se lo propone y lucha, lo consigue”, aunque matiza que entiende que existan porque tiene que haber mujeres para hacer ver a los hombres que las necesitan. La escritora lo apoya como medida temporal para romper el llamado techo de cristal: “El sexismo es una ideología en la que se nos educa a todos. Yo he sentido muchísimo que era una intrusa. Todo te dice que eres una extraña, estás todo el rato siendo la única entre un montón de hombres. Y me sigue pasando: ser jurado del Premio Cervantes y ser una mujer entre 12 hombres. A pesar de estar acostumbrada, siempre hay un poso de violencia en el interior”.

Montero desliza una idea que también recoge en su libro. Son las mujeres quienes a veces se ponen sus barreras, “nunca han considerado que su deseo fuera importante y siempre lo han supeditado al de los demás. Esto ha cambiado en los últimos veinte años, pero, hasta entonces, la mujer tenía que luchar por conseguir lo que quería, incluso contra sí misma”. Salas asiente sin dudar. “Cuando entré en la Academia de Ciencia era la primera y me sentía un bicho raro. Posiblemente no había ni baño para mujeres. No estaba previsto que llegáramos ahí, la idea era que no valíamos para la ciencia”, una anécdota que podría servir de ejemplo de su lucha en su profesión.

Cuando parece que solo queda desear un reencuentro pronto, Margarita Salas lanza: “Te tengo que decir que me gustó mucho tu libro, y me emocionó mucho tu relación con Pablo”, la pareja de Rosa Montero durante 21 años, fallecido en 2009. Una frase que automáticamente lleva a las primeras impactantes líneas del libro: “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos”. Ahí está, el tema de la muerte. Un momento vital que tanto ha marcado a estas dos mujeres. Como Marie Curie, ambas han perdido a sus maridos, sus compañeros de vida que siempre las apoyaron para que tuvieran éxito profesional. A pesar de denostar a aquellos artistas que utilizaban el dolor de la muerte, el diario de Marie Curie inspiró a la escritora. “Creo que he conseguido tener la distancia para poder hacer un libro que no es testimonial, sino que habla de la pérdida, que es algo tan habitual… Y tenemos que hacer algo con eso. Hay que reinventarse. Es difícil, pero es una de las circunstancias básicas de la vida. Hay dos cosas seguras en la vida: que vas a morir y que va a haber una cuota de sufrimiento, y hay que aprender a hacer algo con ese sufrimiento para que no nos destruya”, contesta ante el halago de la científica.

Salas dice que la muerte cada vez le asusta más, pero confía en que sea un temor temporal. El laboratorio es su refugio, donde se olvida de sus problemas. En el ordenador enseña emocionada un vídeo sobre su vida que le hicieron los niños del instituto Giner de los Ríos de Lisboa. Lógico que afirme no querer volver atrás, con lo que le ha costado llegar donde está. Antes de la despedida, un paseo. Nos acompaña a la galería de retratos de los directores del CBMSO desde 1975, 16 fotografías y solo una de mujer.

http://elpais.com/elpais/2013/06/17/eps/1371487516_939272.html

miércoles, 29 de mayo de 2013

Algo bueno. Decía Einstein, para ser buen científico, “dedica un cuarto de hora al día a pensar todo lo contrario de lo que piensan tus amigos”

Hemos vivido momentos de intransigencia tan aguda que familiares y amigos han dejado de hablarse, pero se diría que en los últimos tiempos ese ciego sectarismo ha remitido

La reciente encuesta de Metroscopia sobre la religión como asignatura me ha levantado el ánimo: un 70% de los españoles en contra y apenas un 27% a favor. Y me alegro no solo porque muestra la sensatez de la ciudadanía frente al servilismo santurrón del Gobierno, sino, sobre todo, porque creo que es una prueba más de algo estupendo que está sucediendo en España últimamente. Y es que, según todos los datos, la sociedad parece estar inusitadamente unida en sus opiniones. Por ejemplo, el 90% de los españoles, tanto del PP como del PSOE, están en contra la legislación hipotecaria. Y ahora hasta un tema tan politizado como el religioso consigue esta asombrosa concordancia del 70%.

Siempre me ha desesperado el carácter cainita de este país, nuestra tradición ferozmente sectaria y virulenta, esa tendencia a la adscripción ideológica forofa, al fusilamiento real o metafórico de todo aquel que opine distinto. Hemos vivido momentos de intransigencia tan aguda que familiares y amigos han dejado de hablarse, pero se diría que en los últimos tiempos ese ciego sectarismo ha remitido: ahora, en vez de matarnos los unos a los otros, nos unimos en el deseo común de matar a los banqueros, a los grandes empresarios y a los políticos. Sí, vale, admito que esa rabia total contra las instituciones y los partidos puede ser peligrosa: nos urge hacer una profunda renovación democrática. Pero, mientras tanto, podemos ir sacando algo bueno del diluvio: la costumbre de reflexionar por nosotros mismos, más allá de la ciega adhesión al grupo. Para ser un buen científico, decía Einstein, “dedica un cuarto de hora al día a pensar todo lo contrario de lo que piensan tus amigos”. Pongan “ciudadano” en donde dice “científico” y tendrán el remedio más eficaz contra nuestra tradicional intolerancia de fanáticos. A lo mejor al final la crisis sirve de algo.
Rosa Montero, El País.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2013/05/27/opinion/1369653783_708260.html

martes, 2 de abril de 2013

Pataleo. Se han mostrado tan recalcitrantemente sordos con la Ley Hipotecaria que yo diría que se han ganado a pulso que les peguen unos cuantos gritos en el portal

Vamos a ver: ¿llueven meteoritos ardientes de los cielos y el Papa se funde en un abrazo con el Antipapa, y nosotros nos preocupamos de los escraches? Me he puesto apocalíptica porque usar la realidad me parecía aún más duro, o sea: ¿estamos hasta las cejas de financiaciones ilegales, ERE corruptos, políticos y banqueros rapiñadores, y nosotros nos preocupamos de los escraches? A mí, por el contrario, cada día me admira más la moderación de la sociedad española, la capacidad de aguante de los ciudadanos y lo poco que recurren a la violencia, sufriendo tantos lo mucho que sufren (eso sí, lo he dicho y lo repito: si consiguen desmantelar del todo la sanidad pública veremos correr sangre, porque con la salud de tus hijos no se juega). La gente es buena, en fin, y lo es pese a la contumaz cerrazón de nuestros dirigentes. Ni el PSOE ni el PP hicieron nada por paliar la carnicería de los desahucios; si algo se mueve ahora es gracias a la presión popular. No es de extrañar que el 81% de los españoles confíe en las plataformas sociales para solucionar este drama, mientras que en el PP solo confía un 11% y en el PSOE, un 10%. Se han mostrado tan recalcitrantemente sordos con la Ley Hipotecaria que yo diría que se han ganado a pulso que les peguen unos cuantos gritos en el portal. Sí, es cierto, el escrache puede derivar en esa cosa tan atroz e inadmisible que es el matonismo y el linchamiento. Pero creo que la mejor forma de fomentar esta deriva es demonizando las protestas populares. Limitemos las broncas a la acera de enfrente, sin aporrear puertas (no hay que asustar niños) y desde luego sin violencia: es lo justo y también lo más útil, porque, si no, perderán apoyos populares. Pero que no me digan que, después de tantos años sin que nadie responda, la gente no tiene por lo menos derecho al pataleo. Rosa Montero. Fuente: El País.

lunes, 7 de noviembre de 2011

"El dolor de los otros". Rosa Montero.



Tradicionalmente, las comunidades con pocos recursos y de vida difícil han sido siempre más solidarias con sus vecinos. Recuerdo que una diputada noruega me contaba hace años cómo en su país había imperado una perfecta, admirable hermandad frente al infortunio mientras fueron un pueblo pobre y acosado por el frío, y que esa empatía social había ido disminuyendo con el desarrollo y la riqueza. Si se piensa bien, es algo lógico; cuando tu existencia bordea lo precario y el abismo te ronda, la ayuda mutua es un recurso muy eficaz para conseguir salir adelante. Esto es, compartes tu poca comida con el vecino si éste está a punto de morirse de hambre, y así te aseguras de que, en un trance crítico parecido, tú también tendrás su apoyo. El "hoy por ti y mañana por mí" debe de ser un mandato genético de supervivencia, un truco más de los muchos trucos adaptativos que han hecho que nuestra especie sea tan triunfante. No quiero con esto empañar la conmovedora belleza de esos actos de solidaridad, pero parece demostrado que, contra lo que cabría pensar en un primer momento, los que menos tienen son los que más dispuestos están a compartir sus magras posesiones. A decir verdad, no creo que sea sólo por ese imperativo innato de supervivencia, sino también, supongo, porque están más cerca del sufrimiento, y el dolor propio, si lo digieres bien, te hace más sensible al dolor ajeno...

En cualquier caso, creo que al abandonar la pobreza radical la gente se hace por lo general más autosuficiente, más ensimismada, menos solidaria. ¡Incluso más rácana! Según la sabiduría popular, cuanto más rico es alguien, más agarrado. ... Nos sentamos sobre nuestras posesiones y no queremos prescindir ni de la milésima parte de ellas. Por eso ahora que el mundo financiero retiembla y que las paredes del tenderete económico amenazan con derrumbarse estamos todos aterrados y absortos, concentrados en el rugir de los mercados. Tan hipnotizados por la merma en nuestro patrimonio que no somos capaces de ver nada más. Creo que esta crisis bursátil, que está dejando sin casa y sin trabajo a cientos de miles de personas, no sólo nos está empobreciendo materialmente, sino también espiritualmente...

Porque se están muriendo. Ya sé que es desagradable escucharlo y aún más hacer el esfuerzo de imaginarlo, pero cada día mueren en esa zona 300 niños de hambre, de pura y maldita hambre. Ya ha habido otras hambrunas antes en el mundo. En la de 1980 murieron un millón de personas en Etiopía; y en 1992, fallecieron otras 300.000 en Somalia. Después la comunidad internacional creyó haber superado esos dantescos abismos catastróficos. A mediados de los noventa se desarrolló un alimento terapéutico de fácil uso que, por sólo 40 euros, podía salvar la vida de un niño desnutrido. Y se hizo un calendario para acabar con el hambre mundial. Pero, por desgracia, el horror ha regresado y es para quedarse. La violencia, la inseguridad alimentaria, la fragilidad social y la sequía han hecho que Somalia vuelva a agonizar. El 20 de julio se declaró oficialmente la hambruna y la emergencia durará por lo menos hasta 2012. Actualmente hay 750.000 personas en riesgo inminente de morir de hambre, en su mayoría niños menores de cinco años. Hay dos millones y medio de desplazados en campos de refugiados y, en todo el Cuerno de África, doce millones de personas gravemente afectadas por la sequía.

Hoy, 16 de octubre, es el Día Mundial de la Alimentación. Lo vamos a celebrar con este moridero famélico y callado del África sedienta. Déjame darte sólo dos datos más; uno, la hambruna actual ha estallado tras haberse producido las tres cosechas más grandes de la historia de la Humanidad. Y dos, sólo un escaso 9% de los niños con desnutrición severa reciben ese alimento terapéutico que, por tan sólo cuarenta euros, les salvaría la vida. ¿No es evidente que no sabemos repartir, gestionar, compartir, ayudar? Y que no queremos ni mirar: nos importa un pito el dolor de los otros. Sentados en nuestras posesiones, lloramos nuestras pérdidas mientras damos la espalda a los moribundos. A los que sería tan fácil ayudar, si de verdad quisiéramos. (Para hacer algo: www.accioncontraelhambre.org). Leer todo el artículo en El País Semanal.

Como respuesta a este artículo, unos alumnos del IES "Rey Fernando VI" de San Fernando de Henares un pueblo de Madrid, han enviado la carta siguiente.

"Somos un grupo de alumnos de cuarto de ESO,... que hemos leído, comentado y analizado en clase el texto de Rosa Montero "El dolor de los otros". Nos ha impactado, sobrecogido y concienciado la situación por la que atraviesa el Cuerno de África. Del vocabulario del texto quitaríamos término y expresiones como "rácana", "avaro", "cerrar los ojos", "nos importa un pito"... Y nos quedaríamos con otros como "hermandad", "empatía", "solidaridad", "compartir", "hoy por ti, mañana por mí"... Y como no queremos empobrecernos espiritualmente, si solo 40 euros son suficientes para salvar del hambre a un niño, nosotros, gracias al texto de la señora Montero y dentro de nuestras modestas posibilidades económicas, hemos contribuido para aportar nuestro granito de arena, ya que no queremos mirar para otro lado, sino de frente a la realidad que nos rodea, porque el dolor de los otros debe ser también nuestro propio dolor, el dolor de todos." (alumnos de 4º de Diversificación).

(Fotos de monumentos megalíticos de los alrededores de Évora, en Portugal, absolutamente recomendable.
En Portugal está el crómlech más importante de la península ibérica, el crómlech neolítico "dos Almendres", a unos 12 km al oeste de Évora, por la carretera de Sines).

martes, 23 de agosto de 2011

El sangriento y patriótico verano verbenero

Siempre he mantenido que la manera en que una sociedad trata a los animales es uno de los indicadores más fiables del nivel de desarrollo de ese país. Ahora acabo de descubrir que Gandhi ya dijo lo mismo hace muchos años: "La grandeza de una nación y su progreso pueden medirse en cómo trata ésta a sus animales". La cultura es así, un palimsesto, una larga trenza de pensamientos compartidos: todos vamos reescribiendo sobre las palabras de nuestros padres y nuestras madres. En fin, me encanta disponer de la frase exacta de alguien tan admirable como Gandhi y saber que ya luchó por los derechos de quienes no tienen ni siquiera voz para expresarse.

Y si la grandeza se puede medir así, no cabe duda de que en España somos especialmente miserables y pequeños durante el verano. Es decir, durante la orgía de sangre y de dolor a la que nos entregamos en las llamadas fiestas populares. Según datos recogidos por la Asociación Nacional para la Protección y el Bienestar de los Animales (ANPBA), en estos meses son maltratados (y después, casi siempre, sacrificados) 60.000 animales, la mayoría toros, pero también gallos, patos, carneros o caballos. La temporada de los verdugos se abre y se cierra, muy apropiada y simbólicamente, con dos "fiestas" repugnantes, tal vez las más bárbaras de todas: para comenzar, en junio, el toro de Coria (Cáceres), que consiste en soplar dardos sobre el animal hasta convertirlo en un acerico (al parecer, dicen que acertar en los ojos o en los genitales trae suerte), y después, cuando la pobre bestia "ya no da más", liquidarlo de un tiro; y, para finalizar, el segundo martes de septiembre se perpetra en Tordesillas (Valladolid) el infame Toro de la Vega, con una manada de carniceros persiguiendo y acuchillando lentamente al astado hasta matarlo. Entre estas dos apoteosis de sadismo discurre nuestro largo, febril, patriótico verano verbenero.

Que gente en apariencia normal, mínimamente educada, integrada en la sociedad, conciudadanos míos; gente que tal vez sea muy tiquismiquis respecto a cierta violencia y que incluso haya puesto el grito en el cielo acusando a los del 15-M de agresivos; que esta gente, en fin, luego se vaya al pueblo de vacaciones y, para divertirse, tenga que torturar a un animal y se lo pase genial tomándose un cubata mientras disfruta de un horrible espectáculo de sufrimiento y sangre, es algo que me sume en el desconsuelo. Es la banalidad del mal, como decía la maravillosa Hannah Arendt: la torpe, necia, inmoral ligereza con que los individuos participan en atrocidades colectivas sin pararse a reflexionar sobre sus actos. Nunca me siento menos española que en estos largos meses estivales. En verano aborrezco mi país.

Pero no quiero rendirme al pesimismo. Incluso en esta sociedad tan feroz empieza a desarrollarse cierta conciencia animalista. Estas "fiestas" crueles están siendo cada vez más combatidas y criticadas, y hay muchas mujeres y hombres españoles que se están dejando la piel para ayudar a las llamadas criaturas irracionales (aunque, para mí, la criatura más irracional sea el ser humano). Muchos de esos paladines del bienestar animal me escriben contándome sus cuitas.

Como María de Gracia, de la protectora Huellas, de Puertollano (http://huellaspuertollano.es/index.html): supuestamente, el Ayuntamiento les da 3.000 euros al mes, pero los pagos se atrasan, "con el cambio de concejales aún no hemos visto nada, la burocracia nos devora, tenemos más de 180 perros y gatos que comen cada día, pero que están en unas instalaciones penosas, ahora se achicharran y en invierno se hielan (...) funcionamos a base de voluntarios (...) un panorama dantesco". Sí, son muchos los que están en la misma situación, personas que abren refugios, que se hacen cargo de protectoras municipales para evitar que sigan sacrificando animales, que se encuentran desbordados, arruinados, asfixiados. Gente maravillosa como la de la protectora Arcoairis de Cuenca (http://protectoraarcoairis.blogspot.com), o Cuencanimal (http://www.cuencanimal.com), otra asociación que también se quiebra el espinazo todos los días intentando ofrecer un mínimo cobijo a todos esos seres indefensos y maltratados que son nuestros compañeros de vida y de planeta. Ayúdales, o busca otra asociación cerca de ti. Hay cientos, quizá miles, de organizaciones parecidas en nuestro país. Es otra manera de ser español.

(Rosa Montero en El País Semanal)

Toros torturados
Después de leer el artículo de Rosa M. El sangriento y patriotico verano verbenero del 7 de agosto, es imposible no estremecerse de espanto con el toro de Coria y el toro de la Vega. ¿Todavía hoy, en pleno siglo XXI, hay gente tan primitiva y cruel? ¿tan cobardes y primitivos como para ejercer tanta crueldad? Esto parece el Medievo, cuando el ser humano era cruel, miedoso y gregario. Da mucha pena y mucha vergüenza. Berta Miravete. Valencia.

(Fotos del autor, puesta de sol en la playa de la Barrosa, Chiclana de la Frontera, Cadiz, verano de 2011 y Yago y Hannah con la preciosa y buena gata "Chispa")

lunes, 11 de julio de 2011

Los ángeles del parque del Retiro

...En los últimos meses me he hecho asidua del parque del Retiro de Madrid. ¡Y qué lugar increíble es ese parque! Es un mundo en sí mismo, un universo entero en miniatura... He visto de todo, en fin. Incluso ángeles...
Pobres ángeles: están en franca decadencia. La palabra misma suena fatal; suena cursi y fofa, suena a chiflado con alucinaciones metafísicas o a esa apestosa moda de los querubines de purpurina. Pero el caso es que los ángeles existen. Me refiero a los inocentes; a los seres puros. A cierto tipo de discapacitados. A los aquejados por el síndrome de Down, por ejemplo, siempre luminosos; o a quienes sufren precisamente el síndrome de Angelman ("hombre ángel"), que es una grave y rara enfermedad neurogenética. Los afectados padecen retraso, dificultades motrices, no llegan a aprender a hablar y, según dice la Wikipedia, "muestran un estado aparente permanente de alegría, con risas y sonrisas en todo momento". Un regocijo mudo. Así de extrañas son las maneras que escoge el dolor para manifestarse. O quizá la felicidad, ¿quién sabe? Puede que, en efecto, vivan en una sublime bienaventuranza.
En estos últimos meses me han rozado dos veces los ángeles en el Retiro. En ambas ocasiones sucedió en torno a las nueve de la mañana, cuando el parque está recién regado y casi se diría que recién pintado. En el primer encuentro caminaba delante de mí y lo vi de espaldas; era un niño muy pequeño, como mucho tres años, aunque quizá tuviera más y su dolencia le achicara. Iba sentado en una silla de ruedas minúscula, la silla de ruedas más primorosa y diminuta que he visto jamás; el niño estiraba su brazo derecho hacia arriba y casi colgaba de la mano de un hombre joven alto y fuerte, quizá el padre, y era este joven quien impulsaba al crío al llevarlo agarrado. Paseaban los dos plácidamente por la avenida arbolada, la manita en el puño, toda esa enorme indefensión y esa absoluta confianza, y de cuando en cuando el niño levantaba la cara y miraba al hombre con la expresión más radiante y dichosa que jamás he visto. Era una sonrisa que detenía el mundo.
Al otro me lo he encontrado varias veces. También está en silla de ruedas, pero es un hombre muy mayor. Cuando hace bueno, un cuidador lo lleva a determinada zona del Retiro y lo deja aparcado junto a un banco. He pasado junto a él varias veces, siempre por detrás, no le he visto la cara; tampoco le vi nunca ni moverse ni hablar. Desplomado sobre sí mismo, parecía un anciano medio muerto. Pero un día, cuando crucé por su lugar habitual, lo encontré casualmente solo, sin su cuidador. Se hallaba de espaldas, como siempre, en mitad de una pradera que las hojas de los árboles moteaban de sol; pero en esta ocasión estaba erguido muy derecho en su silla y con el brazo
izquierdo totalmente extendido en el aire, y alrededor de él, revoloteando y en el suelo, había por lo menos un centenar de gorriones que acudían a comer de su mano. Un inesperado golpe de vida.
Los ángeles son, tradicionalmente, espíritus intermediarios entre este mundo y el celestial. Yo soy agnóstica y no creo en el cielo, pero estos dos centauros en sus sillas de ruedas me mostraron un destello de la eternidad. Por eso he sabido que son ángeles. No creo que hubiera humanos de este tipo en los barracones de la mili. Aunque quizá sí; una nunca sabe por dónde puede irrumpir la belleza. ROSA MONTERO. El País, 10/07/2011
(Acuarelas:  y otros Nápoles)