martes, 19 de enero de 2021

_- ¿Qué vitaminas sirven en qué casos?

_- Probablemente ni recuerdes la cantidad de veces que te han dicho que tomes vitamina C para fortalecer tus defensas y protegerte de la gripe.

Las vitaminas (y los minerales) son nutrientes fundamentales que requiere el cuerpo en pequeñas cantidades para funcionar adecuadamente.

Y, por lo general, se obtienen siguiendo una dieta variada y saludable.

Es importante considerar que el consumo de suplementos vitamínicos debe realizarse bajo estricta supervisión médica porque ingerir demasiado o por un tiempo muy prolongado puede tener efectos perjudiciales en el organismo.

Pero, aparte de la vitamina C, ¿qué sabes del resto? ¿Conoces la utilidad de la vitamina D, E o la K?

Siguiendo las recomendaciones del Sistema de Salud Nacional del Reino Unido, la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, BBC Mundo te cuenta en qué casos son útiles unas u otros y en qué alimentos puedes encontrarlos.

Vitamina A
Es un antioxidante, lo que quiere decir que puede prevenir o retrasar el daño en cierto tipo de células.

Sus funciones principales son: fortalecer al sistema inmunitario para poder prevenir las infecciones, ayudar a la visión cuando la luz es muy tenue y mantener saludable la piel y el revestimiento de algunas partes del cuerpo, como la nariz.

Además es importante para el crecimiento óseo, las funciones que desempeñan las células y para ciertas condiciones de la piel, como el acné y las arrugas.

Fuentes de vitamina A: queso, huevos, pescados grasos, hígado, leche y yogur.

Como el betacaroteno también le proporciona al cuerpo vitamina A, se pueden consumir frutas y verduras con este elemento: mango, duraznos, lechosa o papaya, espinaca, pimientos y zanahorias.

Vitamina B
En este grupo hay varios tipos:

La B6 le permite al cuerpo usar y almacenar la energía que viene de las proteínas y los carbohidratos que se consumen. También ayuda en la formación de la hemoglobina (la sustancia que se encuentra en los glóbulos rojos y que traslada el oxígeno en el cuerpo). Fuentes de vitamina B6: cerdo, pollo, pavo, pescado, pan, cereales, maní, papas y huevos.

La B12 contribuye a la formación de los glóbulos rojos, ayuda a mantener el sistema nervioso saludable, libera la energía de la comida que consumimos y permite que el organismo procese el ácido fólico, que también pertenece a este grupo vitamínico. Fuentes de vitamina B12: carne, salmón, bacalao, leche y queso.

La falta de vitamina B6 y B12 puede causar anemia.

El ácido fólico trabaja en conjunción con la vitamina B12 con el objetivo de formar glóbulos rojos saludables y también ayuda a reducir el riesgo de defectos en el sistema nervioso central, como la espina bífida, en bebés cuando se encuentran en el vientre materno. Fuentes de ácido fólico: brócoli, coles de Bruselas, hígado, espinaca, espárragos y guisantes.

La B1, B2 y B3 ayudan al mantenimiento saludable del sistema nervioso y están presentes en los huevos.

Vitamina C
Ayuda a la cicatrización de las heridas, protege las células y es necesaria para que el tejido conectivo, que fortalece a los órganos, se mantenga saludable.

También es importante para los huesos, la piel y para que el cuerpo absorba el hierro.

En cuanto a la creencia popular acerca de sus propiedades para prevenir los resfríos, es importante tomar en cuenta que es el caso en situaciones muy particulares: corredores de maratones, esquiadores y militares en climas muy fríos.

Estudios realizados con respecto al tema no han encontrado suficiente evidencia para asegurar que ayuda a la prevención de las gripe o acelera su cura en el resto de las personas.

El cuerpo no puede almacenarla, así que debe ingerirse diariamente. La falta de vitamina C puede causar escorbuto, una enfermedad que ocasiona debilidad, problemas en las encías y hemorragias cutáneas y musculares.

Fuentes de vitamina C: naranjas, pimientos verdes y rojos, fresas o frutillas, brócoli, papas y grosellas.

Vitamina D
Sirve para regular la cantidad de fosfato que hay en el cuerpo y ayudar en la absorción del calcio, lo que es fundamental para los huesos, y también para mantener los dientes sanos.

También juega un papel importante en los nervios, los músculos y el sistema inmunitario. El cuerpo la produce naturalmente al exponerse al sol.

Su falta puede ocasionar osteoporosis y dolor de huesos en los adultos y raquitismo en los niños.

Fuentes de vitamina D: salmón, sardinas, hígado, cereal, leche y yema de huevo.

Vitamina E
Es un antioxidante importante en la realización de los procesos metabólicos y en el fortalecimiento del sistema inmunitario.

También protege las membranas de las células y ayuda a que la piel y los ojos se mantengan en buen estado.

Fuentes de vitamina E: aceites vegetales como el de oliva, de maíz y de soya, margarina, nueces y semillas, vegetales de hojas verdes.

Vitamina K
Es necesaria para la coagulación de la sangre, lo que ayuda a que las heridas sanen adecuadamente. Si no se tiene suficiente, puede que la persona sangre mucho

También contribuye con el mantenimiento del tejido óseo y los tejidos corporales.

Fuentes de vitamina K: vegetales de hojas verdes como el brócoli y la espinaca, bayas oscuras, cereales y aceites vegetales.

Las bacterias que se encuentran en el intestino también producen cantidades pequeñas de cierto tipo de vitamina K.

lunes, 18 de enero de 2021

Un recorrido por la liberación de los campos nazis hasta Mauthausen, el último campo liberado

Por Rosa Toran | 07/05/2020 | Europa

Fuentes: Público

Liberar, término con connotaciones optimistas que no se corresponden con la realidad del final de los campos de concentración nacionalsocialistas, alejada de cualquier imagen épica. En una Europa sumergida en el caos, con signos de muerte y destrucción por todas partes, fueron liberadas unas 700.000 personas de los campos, que formaban parte de los más de 11 millones sin casa, desplazados, trabajadores forzados, prisioneros de guerra…, ubicados de forma temporal en instalaciones militares, estaciones ferroviarias, escuelas y castillos, pero también en antiguos campos de concentración.

Los ex deportados, diseminados en la extensa red de campos y sus miles de comandos, esperaban la repatriación, en distintos ritmos y medios de transporte, según la geografía de los campos o su procedencia. La mayoría de países organizaron las repatriaciones desde organismos específicos, como fue el caso de Francia que acogía a los ex deportados en centros instalados en la frontera o en las grandes ciudades, desde donde la mayoría eran trasladados a París al hotel Lutetia, habilitado para cumplir la función de acogida; o el caso de la URSS que hizo de Odesa la ciudad de acogida y posterior distribución. Fueron semanas, hasta bien entrado el mes de agosto, durante las cuales las multitudes llenaban estaciones y organismos oficiales, con gritos y fotografías, con la esperanza de encontrar a los suyos entre los supervivientes.

Es bien conocida la particular epopeya de los republicanos, que seguían abandonados por su país, igual como lo fueron en 1940, y que permanecieron semanas en los campos o en sus cercanías después de que sus compañeros de infortunio iban abandonando los recintos. La intervención de camaradas franceses ante las autoridades de su país les abrió la puerta para entrar en la tierra que tan mal les había acogido durante su exilio en 1939.

Iniciemos un recorrido por la secuencia de las liberaciones hasta llegar a Mauthausen, el último campo liberado. En los objetivos de los estados mayores de los ejércitos no figuraba la liberación de los campos que, sin embargo, se habían ido descubriendo desde 1944, bien por casualidad o por informaciones de antiguos prisioneros. Así, el Ejército Rojo, en el verano de 1944 cruzó por Belzec, Sobibor y Treblinka sin captar lo sucedido allí, ya que el desmantelamiento llevado a cabo por los nazis los convirtió en cementerios invisibles; y el 24 de julio de 1944 llegó a Lublin-Majdanek donde, a pesar de que las instalaciones de muerte permanecían casi intactas, era difícil imaginar que en el lugar se hubieran exterminado 500.000 personas. Documentadas y fotografiadas las instalaciones, no hubo gran impacto en la opinión pública, ya que se advertía de posibles exageraciones de los soviéticos. Tampoco dio cuenta de la magnitud del horror la llegada de los americanos a Natzweiler-Struthof, en Alsacia, el 23 de noviembre de 1944. Fue la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945, con la imagen tan recreada de los 4 soldados rusos entrando por su puerta, la que se ha convertido en emblema de las liberaciones. También en este caso, la permanencia de tan sólo 6.000 enfermos, por la anterior evacuación de 60.000 deportados hacia el oeste, pocos días antes, no permitió comprender el alcance del exterminio, a pesar del estudio de sus instalaciones, las palabras testimoniales y las imágenes publicadas en periódicos. En aquellos momentos, con la guerra abierta en Europa, las operaciones militares eran prioritarias.

Hubo que esperar a la llegada a los grandes campos de Alemania, Buchenwald, Dachau, Bergen-Belsen, Ravensbrück, Flossenburg…, para un cambio de tendencia, con la difusión de la brutalidad del sistema concentracionario a partir de los medios de comunicación y de las declaraciones de los líderes de la coalición antinazi. Eisenhower, Bradley y Patton visitaron Buchenwald el 12 abril y una semana después Churchill envió una comisión del Parlamento británico, como también hicieron miembros del Congreso de los EEUU y representantes de la Comisión de Crímenes de Guerra de las Naciones Unidas, al tiempo que la URSS daba a conocer un detallado informe de Auschwitz. Cuando Alemania ya había capitulado, reporteros de los principales diarios y fotógrafos de renombre penetraban en los campos y se realizaban films para su exhibición pública, a la par que se establecían visitas y trabajos obligatorios a las vecindades. Las pruebas del horror del sistema concentracionario estaban al alcance de la opinión pública, muchas de ellas obtenidas con imágenes de los supervivientes que o bien rechazaban el trato de curiosa morbosidad o bien accedían a ser fotografiados para mostrar el estado a que habían quedado reducidos.

Los hombres y mujeres que las tropas liberadoras se encontraron en los campos eran supervivientes de la última prueba que tuvieron que afrontar durante las semanas inmediatas: aumento de las operaciones de exterminio, barracones superpoblados a partir de la llegada de los que fueron trasladados en las marchas de la muerte, sin agua ni comida, epidemias, cadáveres amontonados, incertidumbre sobre la reacción de las SS, etc. El personal médico y militar atendió a restablecer los mínimos indispensables en la situación material, sin comprender a menudo los comportamientos de los ex prisioneros que basculaban entre ansias de venganza a sus antiguos captores o negativas a seguir encerrados.

Faltaba un largo trecho para alcanzar su rehabilitación física y psíquica. A su retorno, tuvieron que enfrentarse a una normalidad ya olvidada, tenían que relatar su periplo en medio de frases gastadas de conmiseración y miradas fugaces, acarrear, quizás, sentimientos de culpa, y sufrir una larga secuela de enfermedades.

En el caso particular de los supervivientes republicanos, en el mes de mayo 2005 cuando se cumplieron 60 años de la liberación, se pudieron todavía oír o leer numerosas voces sobre sus reacciones ante el fin de su tragedia. En aquella fecha la revista catalana L’Avenç sacó a la luz un número especial bajo el título «Els camps nazis. 60 anys després», en el cual los testimonios ofrecen una panorámica de lo vivido en los meses de abril y mayo de 1945 en los propios recintos del campo. Su excepcionalidad nos empuja a la reproducción de algunos de sus significativos fragmentos, en este 2020, cuando ya no es posible acceder a sus voces.

Mariano Constante Campo (1920-2010) reflejó la angustia y el dolor por los muertos: «La liberación del campo de Mauthausen fue para mí un momento indescriptible. Fue como una riada impetuosa que arrastraba recuerdos que, con una precisión secreta, invadían mi espíritu. Eran los primeros momentos de un hombre libre. La angustia me atenazaba y sentí la necesidad de aislarme para derramar las lágrimas que me hacían un nudo en la garganta. Llorar me parecía una cobardía, a pesar de que no eran lágrimas de impotencia o de desesperación; ante mí aparecían los compañeros exterminados en aquel ‘más allá del infierno´ que es como bauticé, al entrar, aquel centro del horror (…) No era pues la cobardía lo que me hacía llorar el 5 de mayo de 1945; era pensar en todos los compañeros que había visto morir a causa del hambre y la tortura».

Neus Català Pallejà (1915-2019), deportada a Ravensbrück, con sus frases sólo fue capaz de enfatizar el sentimiento de vacío: «Hacía tantos días que me sentía morir, sin tino, que no sentía nada, el vacío total, una sensación extraña que no hay forma de expresar (…) ¿Qué podía sentir? Nada, mi cerebro no reaccionaba; solamente podía llorar. Llorar es lo que humanamente podía hacer y ello me salvó».

Lise London (1916-2012) sufrió una de las mortíferas marchas de la muerte, tras ser evacuada del campo de Ravensbrück, y vivió la liberación de forma particular: «Vuelve a caer la noche. La oscuridad nos sorprende cuando atravesamos un bosque que parece inmenso y aterrador como el de Blancanieves. Cada vez oímos más cerca el ruido de las detonaciones. En este bosque se producen las primeras evasiones de nuestra columna. Nuestros SS gritan Halt y disparan a ciegas en la oscuridad del bosque, sin atreverse a adentrarse en la espesura (…) Apresurando el paso, me reúno con mi grupo, que empieza a impacientarse. Estamos muy cerca de un bosque y decidimos pasar allí la noche. Encontramos otras deportadas de diversas nacionalidades que también han escapado (…) Gracias a los silos de patatas que hay a lo largo de la carretera recuperamos fuerzas antes de acostarnos para dormir, muy juntas unas a las otras, sobre el suelo cubierto de pinaza. Allí pasamos nuestra primera noche de libertad, mecidas por los cañonazos lejanos y el zumbido de los aviones»

Francisco Aura Boronat (1918-2018) con su relato apunta la realidad de muchos deportados, alejada de cualquier explosión de alegría: «No puedo decir que recuerde la liberación del campo con una gran alegría, porque después de cuatro años en Mauthausen, no sabes que es la alegría, ni las lágrimas; te han convertido en una persona deshumanizada, sin derecho a tener sentimientos (…) Había gente que estaba en un estado físico mejor y podía celebrarlo, pero la inmensa mayoría nos encontrábamos en unas condiciones tales que no podíamos hacer nada, salvo intentar seguir sobreviviendo, ya que incluso después de la liberación mucha gente continuaba muriendo».

Y por último Francisco Batiste Bayla (1919-2007) nos introduce en la dura realidad a la que se enfrentaron los españoles después de la liberación: «El reducido grupo de españoles, al ver cómo se despedían y partían nuestros compañeros de deportación, compartíamos su inmensa alegría. Regresar a nuestro país añorado, poner fin a los largos años de sufrimiento de nuestros familiares por nuestra larga, trágica y a menudo desconocida ausencia, era lo que también imaginábamos próximo a nosotros. Pero el curso de la historia no tardó en menospreciar nuestra mayor ilusión. Con la libertad, llegó para nosotros el tiempo de las decepciones».

En efecto, tal como expresó Francisco Batiste a su llegada a Francia, a muchos de ellos no les esperaba nadie y se vieron obligados a construir su futuro lejos de su tierra. Los reencuentros tardarían en llegar. A pesar de que en el Hotel Lutetia les esperaba una delegación de la Cruz Roja de la República española para atenderles, los que no precisaban de cuidados hospitalarios pronto tuvieron que olvidarse de las sábanas limpias y de las abundantes comidas y buscar trabajo en diversos oficios a lo largo de la geografía francesa, siendo frecuentes los desplazamientos a Toulouse, entonces llamada la nueva capital de la República. Pocos fueron los que tentaron el retorno a España, pero tuvieron que pasar bastantes años hasta no sentirse atenazados por el miedo, real, a partir de controles policíacos habituales, o hipotético, ante posibles delaciones; y otros no cejaron en la defensa de sus convicciones por la vía del trabajo político, con entradas clandestinas a España, saldadas con alguna detención.

Republicanos antifascistas con un pasado de lucha que les condujo a los campos y con una liberación que no acarreó la conquista de su condición de personas libres, sino el inicio de un largo camino hasta poder integrarse de nuevo en el mundo. Hay que imaginar su vida y su diáspora y descubrir su valor, el de aquellos supervivientes que sufrieron todo tipo de expolios, materiales y afectivos, y a pesar de lo cual se mantuvieron íntegros y defendieron sus valores.

Por no pecar de incautos o ingenuos, el ¡Nunca Más! pronunciado en los campos fue una expectativa que no se ha cumplido, sin embargo no fue un error, so pena de caer en el cinismo. Antes y ahora no se puede renunciar a la utopía, no se puede perder la esperanza de que la vida de todas las personas del planeta pueda desarrollarse con dignidad. En tiempos convulsos como los nuestros, viejas y nuevas resistencias han de conjugarse para descubrir renovados sentidos a la vida: unión y esperanza, expresados en el internacionalismo y en el futuro soñado por los deportados en los campos de la muerte. Nos alertan y animan las frases incluidas en los juramentos pronunciados por los supervivientes después de la liberación: «Sobre la base de una comunidad internacional queremos erigir a los soldados de la libertad caídos en esta lucha sin tregua, el más bello monumento: 

EL MUNDO DEL HOMBRE LIBRE (…) 

Nos dirigimos al mundo entero para decirle: Ayúdanos en nuestra tarea. ¡Viva la solidaridad internacional! ¡Viva la libertad!»

https://rebelion.org/un-recorrido-por-la-liberacion-de-los-campos-nazis-hasta-mauthausen-el-ultimo-campo-liberado/

domingo, 17 de enero de 2021

_- El problema no es que sean ricos, sino riquísimos, ineficientes y a costa de los demás.

_- Hace unos días mi compañera y amiga Carmen Lizárraga, profesora Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Granada, publicó un comentario en Twitter señalando la abismal diferencia de ingresos entre los dueños de Inditex y Mercadona y sus trabajadores. Era una manera rápida, como no puede ser de otra forma en esa red social, de llamar la atención sobre las enormes diferencias de ingresos que se dan en el seno de las empresas, algo que muchos economistas bastante ortodoxos han reconocido siempre como una fuente de ineficiencias y pérdida de productividad, tal y como ella misma se encargó de señalar en un artículo posterior (aquí).

Lo curioso del caso fue la tremenda reacción que suscitó su comentario, desde los insultos más o menos habituales hasta las acusaciones de comunista, bolivariana, ignorante, radical… simplemente porque, tras limitarse a proporcionar los datos de ingresos, recurrió a la ironía escribiendo: “¿Como se llama la película? Con el sudor de los de abajo”.

El caso me parece que va más lejos de la simple anécdota. Cuando se proporcionan datos sobre las grandes desigualdades de nuestro tiempo y se reclaman medidas de política económica para reducirlas casi siempre se suele encontrar ese tipo de reacciones. Los medios de comunicación, los economistas, periodistas o políticos comprometidos con la defensa del orden establecido responden de manera furibunda, descalificadora y repitiendo siempre los mismos argumentos: las diferencias de ingresos actuales son naturales y han existido siempre, se deben exclusivamente al valor que aportan las personas ricas, más innovadoras y competitivas, y no son negativas sino deseables porque su existencia genera crecimiento económico y empleo, además de mucha ayuda a los demás, gracias a su generosidad.

Lo cierto, sin embargo, es que nada de esas supuestas ventajas responden a la realidad.

– En nuestra época hay más milmillonarios (o su equivalente en términos reales) que nunca. En 1996 había 423 en todo el mundo, mientras que, según la revista Forbes, en marzo de este año eran 2.095, cinco veces más (aquí). De ellos, 24 en España, muy por debajo de los 651 de Estados Unidos, 390 de China, 110 de Alemania o 39 de Francia y 36 de Italia.

– La riqueza de los milmillonarios también alcanza hoy día el porcentaje más alto sobre la riqueza total del último siglo y quizá de la historia: esas 2.095 personas representan el 0,00003% de la población mundial mientras que su riqueza equivale al 12% del producto bruto anual de todo el planeta. En Estados Unidos, las 614 personas más ricas tienen una riqueza equivalente a la que poseen los 165 millones que constituyen la mitad más pobre de su población.

– No es verdad que la riqueza de los milmillonarios sea el resultado de su innovación o de que sean capaces de incorporar avances que supongan mejoras en el crecimiento económico o el empleo. Hay una prueba evidente, precisamente en estos últimos meses de pandemia: desde el último mes de marzo al 7 de diciembre, el patrimonio neto de los 651 milmillonarios estadounidenses ha aumentado en un billón de dólares, al pasar de 2,95 billones a 4,01 billones (datos aquí).

Otras investigaciones también han demostrado que la innovación ha cambiado de pautas en los últimos cincuenta años. En los setenta del siglo pasado sí era cierto que la innovación se producía mayoritariamente en el seno o por impulso de compañías privadas, lo que justificaría sus beneficios extraordinarios. Actualmente, por el contrario, se sabe que alrededor de las dos terceras partes de la innovación se produce en el seno o bajo el impulso de equipos en donde están presentes fondos gubernamentales o que cuentan con una importante aportación de fondos públicos (datos aquí). Y eso no solo contrasta con los mayores beneficios extraordinarios que se reciben ahora sino también con la menor contribución fiscal que hacen las empresas y grandes patrimonios: en los años sesenta y setenta del siglo pasado (con menos beneficios) proporcionaban el 30% de los ingresos públicos de Estados Unidos y ahora sólo el 10%.

– Tampoco es verdad que los más ricos del planeta, esas 2.095 personas (sin contar a quienes tienen patrimonios escondidos, dictadores, o delincuentes internacionales), hayan acumulado su enorme riqueza solo gracias a su mérito o esfuerzo personal o contribuyendo a que la economía sea más eficiente y competitiva.

Según las investigaciones de Thomas Piketty y otros investigadores, en Estados Unidos el 60% de la riqueza se hereda y en Europa alrededor del 55% (aquí). Y el economista estadounidense Robert Reich muestra que el origen de las fortunas más grandes del planeta no es precisamente el mérito, la innovación o la mayor eficiencia sino, además de la herencia, el poder del mercado que aniquila la competencia, la información privilegiada y el pago a los políticos para conseguir leyes y normas favorables a sus intereses (aquí).

– También se ha demostrado que no es cierto que se produzca un supuesto efecto positivo de la desigualdad y de la existencia de personas muy ricas sobre el resto de la economía (el llamado “efecto derrame”). No es verdad, como se quiere hacer creer, que cuanto más superricos haya, más riqueza se “derrama” sobre el conjunto de la sociedad.

Una investigación de David Hope y Julian Limberg de la London School of Economics and Political Science (aquí) ha demostrado recientemente que también es falso que sea bueno para la economía que haya superricos y que sus fortunas estén cada día más exentas de impuestos. Después de estudiar lo ocurrido en 18 países de la OCDE durante los últimos 50 años, concluyen que, allí donde han bajado los impuestos, la desigualdad ha aumentado porque las rebajas impositivas solo han beneficiado al grupo que posee el 1% más elevado de la renta. Y en su investigación han comprobado que menos impuestos y más desigualdad va unido a menos crecimiento económico y a más desempleo, de donde deducen que no hay que tener miedo a subir los impuestos a los superricos (en concreto, en estos momentos de crisis por la epidemia) porque eso no va a producir menos actividad o menos empleo, sino todo lo contrario.

– Tampoco es verdad que mucha mayor riqueza vaya unida a una gran filantropía por parte de los superricos. Es significativo, por ejemplo, que cuando Bill y Melinda Gates y Warren Buffet propusieron a otros millonarios donar el 50% de su riqueza durante diez años a fondos de beneficencia sólo consiguieron reclutar a 211, uno de cada diez de los 2.095 milmillonarios del planeta. Y eso, sin entrar a considerar que ese tipo de filantropía no es, en realidad, sino una forma de privatizar la solidaridad que al final supone una merma de ingresos para la provisión de bienes públicos esenciales y para las organizaciones más pequeñas o independientes y que, lógicamente, lleva consigo el control de quien recibe las ayudas, lo que las envilece, a veces, de forma sustancial.

El coste y la bárbara irracionalidad de la desmesurada concentración de la riqueza de nuestros días se percibe con un simple dato sobre la mayor fortuna del planeta, la que posee el dueño de Amazon, Jeff Bezos: su riqueza ha aumentado en 74.000 millones de dólares del 18 de marzo al 7 de diciembre. Eso quiere decir que si ese incremento de ingresos para él solo se hubiera repartido entre todas las personas que emplea Amazon en todo el mundo, poco más de 1,2 millones, cada una de ellas hubiera recibido unos 62.000 dólares mientras que Bezos hubiera seguido siendo ahora en diciembre igual de superrico que hace nueve meses.

Es lógico que los grandes milmillonarios oculten el origen de sus grandes fortunas; que no reconozcan lo decisivo que ha sido a la hora de acumularla la disposición de bienes y recursos públicos por los que no están dispuestos a pagar. Pero lo que no se puede negar es que, en general, la concentración tan extraordinaria de la riqueza que se ha producido en los últimos años ha ido acompañada -en la economía- de menos actividad, de más crisis, de menos empleo, de peor provisión de bienes públicos imprescindibles, y de mercados más concentrados y, por tanto, más ineficientes. Y, desde otros puntos de vista, de menos derechos individuales y sociales, de más injusticias y de menos democracia porque ha aumentado el poder de quienes pueden decidir al margen de la política representativa gracias a su control sobre los partidos, los medios de comunicación y las fuentes de creación de opinión y formación.

Conseguir que no ya los ricos, sino los riquísimos que dominan el planeta, contribuyan como los demás al mantenimiento de la sociedad, que se desincentiven y penalicen sus abusos de poder en los mercados, que se persiga y castigue su torticera influencia en la política o que se fomente la meritocracia y se penalice la gran herencia no es, a la vista de la situación a la que hemos llegado, ni siquiera un objetivo político o ideológico, sino un imperativo ético que debiera defender cualquier persona sensible, honesta y concernida por el futuro del planeta y de las generaciones futuras.

https://juantorreslopez.com/el-problema-no-es-que-sean-ricos-sino-riquisimos-ineficientes-y-a-costa-de-los-demas/

sábado, 16 de enero de 2021

¿Por qué se opone a que suba el salario mínimo el partido de la Ministra de Economía?

Cuando Pedro Sánchez nombró a Nadia Calviño como ministra dije que fue un acierto. Si se proponía adoptar las medidas que había ofrecido al electorado en el Programa Electoral del PSOE, u otras mínimamente progresistas, sería muy probable que se encontrara con resistencias en las instituciones europeas. Incluso si se limitara a hacer la política más convencional posible tendría en Europa desconfianza, presión y obstáculos dado el tipo de gobierno de coalición que iba a formar. En esas condiciones, nombrar ministra de Economía a una persona que a su gran cualificación profesional unía el conocimiento directo de las instituciones y las personas que gobiernan la Comisión Europea era un acierto político innegable porque, sin duda, podría servir de dique de contención en momentos de apuro. Y, demás, Calviño tampoco era una fundamentalista neoliberal tan del estilo de otros ministros de economía “socialistas” anteriores.

Este reconocimiento, sin embargo, no significa que se pueda considerar que Calviño esté defendiendo todos los intereses que dice defender la mayoría del gobierno. No hay declaración suya en la que no se esfuerce en proteger los intereses de la gran patronal y de la banca así que, con independencia de que tenga o no el carné del PSOE (lo que yo desconozco) se puede decir de forma más que metafórica que forma parte de otro partido, ese de las grandes empresas, el IBEX y los banqueros que no se presenta nunca a las elecciones pero que actúa como si las hubiera ganado todas.

La última batalla en la que Calviño protege a los dirigentes de la gran empresa española es la que se está dando sobre la posibilidad de seguir aumentando el salario mínimo.

Mientras que el ministerio de Trabajo plantea subirlo el 0,9%, a la patronal y a la ministra de Economía le parece que esa es una subida inasumible que debe posponerse.

¿Por qué se oponen? ¿Qué hay de malo en subir tan moderadamente un salario mínimo que es de los más bajos de los países europeos que pueden compararse con el nuestro?

¿Realmente se puede decir sin provocar vergüenza que las empresas españolas se van a sentir dañadas por pagar nueve euros mensuales más a los trabajadores que reciben ese salario mínimo? En ese caso ¿realmente es bueno para la economía española que haya empresas tan incapaces de competir, de innovar y de incrementar su productividad como para no poder hacer frente a ese incremento tan ridículo de coste?

Y si nueve euros mensuales más para una parte muy reducida de sus plantillas suponen, de verdad, un coste excesivo ¿cómo es posible que la patronal no esté criticando con mucha más fuerza y razón el mucho mayor incremento de los costes empresariales que están generando unilateralmente y gracias a su dominio del mercado los bancos españoles a base de comisiones y trabas de todo tipo?

¿Cómo es que la patronal española se opone a que 1,5 millones de trabajadores vean incrementarse su salario mínimo cuando el montante total de esa subida se va a convertir, sin excepción, en ingresos de otras empresas, porque los trabajadores que lo reciben no ahorran, sino que se gastan todo su sueldo en consumo?

¿Por qué se opone la patronal española a que aumente el salario mínimo, a pesar de que la experiencia de otros países muestra que ese aumento, cuando no es excesivo como ahora y se realiza en tiempos de bajo crecimiento, lo que hace es aumentar la demanda agregada y, por tanto, generar más actividad empresarial y, a la postre, más empleo total (incluso cuando pudiera tener algún efecto negativo sobre una parte reducida del empleo juvenil).

La respuesta a todas esas preguntas es fácil: la patronal no se opone a que de nuevo suba el salario mínimo tan reducidamente porque eso sea malo para las empresas y para la economía en general. No se oponen a esa medida porque las empresas se vayan a quedar sin huevo, sino porque no quieren perder el fuero. Lo que les preocupa es que puedan perder poder de negociación, que los trabajadores puedan recurrir a un gobierno que defienda sus intereses y no sólo los de la gran patronal, que las relaciones laborales vuelvan a ser algo más simétricas y equilibradas.

Nos guste o no, el mundo del trabajo es un mundo dividido en cuanto a intereses y con dos partes con fuerza muy desigual a la hora de defenderlos. Los de la patronal son diferentes a los de la clase trabajadora y es lógico que cada parte trate de defender los suyos de la mejor manera que pueda. Pero lo que no puede ser es que se impida, como se viene haciendo, que los trabajadores lo hagan o que, cuando consiguen que haya un gobierno que los defiende se recurra a cualquier tipo de presión para impedirlo. Es más, la práctica legal y política más sensata y que mejores resultados ha dado a lo largo de la historia reciente para las economías es la de defender a la parte más débil de la relación laboral, los trabajadores, para evitar así desequilibrios que -como estamos viendo en los últimos años-son muy ineficientes y perjudiciales no sólo para estos últimos sino también para el conjunto de las empresas y para la economía en general.

El gran problema social y económico de nuestro es que las grandes empresas lo quieren todo, no una gran parte, sino todo. Es lo que han tratado de conseguir y lo que han conseguido con éxito en los últimos cuarenta años en todo el mundo. Lo malo es que la experiencia de esta época histórica de poder tan concentrado en lo laboral, lo económico, lo político, lo financiero, lo cultural y lo mediático es muy clara: las grandes empresas y los bancos tienen más beneficios pero la economía en su conjunto (incluidas las empresas que no tienen el poder de las más grandes) funciona peor, hay menos empleo, salarios más bajos y peor oferta de servicios esenciales, más crisis financieras y más inseguridad e incertidumbre.

Todo el mundo ha podido comprobar para quién trabajó la anterior ministra de Trabajo, Fátima Báñez, cuando poco después de dejar de serlo fue contratada por la patronal con un sueldo astronómico. Estaba en su derecho y nos vino bien para comprobar que eso de que la derecha defiende los intereses de todos los españoles es una patraña. Ahora ocurre lo contrario, la mayoría del gobierno y no sólo la nueva ministra de Trabajo, trabaja para defender también a la otra parte, a la más débil. Es una auténtica desgracia para España que la gran patronal no se quiera enterar de que es la justicia y el mejor reparto de la riqueza y no su concentración exagerada lo que permite que avancen y mejoren nuestras sociedades.

https://juantorreslopez.com/por-que-se-opone-a-que-suba-el-salario-minimo-el-partido-de-la-ministra-de-economia/

viernes, 15 de enero de 2021

El futuro de la empresa española

El enorme protagonismo de los problemas sanitarios y humanos y el de los económicos y políticos más generales que ha provocado la Covid-19 está dejando en un segundo plano un drama que se avecina en España, aunque también en otros países de nuestro entorno. Me refiero al que se cierne sobre miles de negocios, sobre todo de pequeñas y medianas empresas o de empresarios individuales, que de momento están sobreviviendo pero que van a desaparecer sin remedio cuando, antes o después, se acaben las ayudas de Estado.

Los datos estadísticos son engañosos. Según los que proporciona la Seguridad Social, a finales de noviembre pasado había 31.000 empresas menos que enero de 2020. Un número elevado, sin duda, pero muy por debajo del que se habría registrado si muchas más no siguieran funcionando por pura inercia pero sin suficiente actividad ni ingresos, solo gracias a los avales, los ERTE o a la prórroga concedida por el gobierno para presentar obligatoriamente concursos de acreedores o de extinción cuando carecen de liquidez o son insolventes.

Las estimaciones del Banco de España son más preocupantes: una de cada cuatro empresas españolas estaría ya en quiebra técnica; cuatro de cada diez tendrían serios problemas de liquidez o insolvencia y no podrían hacer frente a sus costes financieros; la mitad (o casi tres cuartas partes en los sectores más afectados por la crisis) habrán cerrado 2020 con pérdidas; y entre un seis y un diez por ciento tendrían riesgo cierto de desaparecer. Una estimación esta última que incluso parece muy optimista considerando las anteriores.

Una encuesta europea reciente señalaba que sólo el 6% de las pequeñas y medianas empresas españolas había mejorado ingresos desde marzo pasado y que el 80% había empeorado su situación. Y, para que no nos dejemos llevar por el consuelo de los tontos creyendo que lo que nos pasa es mal de muchos, diré que el estudio indicaba también que nuestras pymes eran las que más problemas tenían para hacer frente a los alquileres, para mantener el empleo y las cadenas de suministro o para pagar los suministros de insumos esenciales en su respectiva actividad.

Los dirigentes empresariales, sobre todo en los sectores más afectados, piden continuamente ayudas y con más o menos dificultad o celeridad las están recibiendo por parte del Estado. Pero nos estamos engañando.

Para salvar a los miles de empresas españolas que se encuentran ahogadas, para que no se pierdan para siempre su patrimonio y el empleo que generan, no basta con mantenerlas vivas artificialmente, a base de ayudas y de incrementos de su deuda con los bancos, por muy rentable que sea para estos últimos seguir proporcionándole cada día nueva financiación, sabiendo que siempre los salva el Estado cuando prestan por encima de sus posibilidades.

La razón de por qué nos estamos engañando es muy sencilla. La Covid-19 no está provocando tan solo una interrupción en la actividad, no es un simple accidente en mitad de la carretera que nos obliga a detenernos durante un rato más o menos largo. Además de eso, que ya es mucho, la pandemia que vivimos ha reescrito las reglas y los procesos que mueven la economía de todos los países sin excepción. La de 2022 será muy diferente a la que había a finales de 2019 y quien se limite a esperar que se recobre la actividad anterior se estrellará sin remedio contra la realidad.

Incluso la reactivación tras el confinamiento ha causado problemas a las empresas que se han beneficiado de ella. Se ha producido una avalancha de lo que se están llamando «compras de venganza», es decir, como desquite por el sufrimiento que se ha pasado en los meses anteriores o para dar salida al ahorro acumulado. Producen un incremento muy grande en el consumo, en las ventas o en el empleo pero de forma tan acelerada y desproporcionada que han llegado a colapsar incluso a muchas grandes empresas porque en la normalidad anterior no estaban acostumbradas ni tenían medios de cambiar de escala en tan gran medida y a tan gran velocidad como se ha hecho necesario para aprovecharse del repunte.

Se está empezando ya a producir y seguirá cada vez con más fuerza, un incremento extraordinario de la productividad en casi todos los sectores que va a alterar las estrategias de competitividad y de posicionamiento en los mercados. Pero sólo se podrá disfrutar de la mayor productividad si se innovan los procesos, si se cambia la organización y si los recursos se utilizan de otro modo. No va a bastar, ni mucho menos, con la continua intensificación del tiempo de trabajo a la que viene recurriendo la empresa española gracias a la gran asimetría en el poder de negociación que consolidaron las últimas reformas laborales. Y el parasitismo tecnológico propio de la gran mayoría de nuestras empresas ya no será una vía de escape sino una autopista que llevará directamente a la extinción.

Los estudios que se vienen realizando muestran también que se están produciendo cambios en los comportamientos de los consumidores que cada día que pasa tienden a consolidarse con más fuerza como estructurales y no como simples respuestas momentáneas a la pandemia. Y en España deberíamos tener muy presente que se constata, además, que los cambios que tienden a consolidarse son mucho más fuertes y visibles en actividades de servicios personales, restauración u hostelería, es decir, en las que tienen mucho peso, como es bien sabido, en nuestra economía.

La Covid-19 trae consigo también una auténtica «bio-revolución» que algunos estudios señalan que va a modificar las formas y los procesos de producción y utilización del 60% de los insumos productivos. Y cada día se da más por sentado en los informes prospectivos que la «economía sin contacto» ha llegado para quedarse y no sólo en algunos sectores específicos de consumo social sino en el conjunto de las actividades económicas. O que a partir de ahora se va a primar la seguridad en los aprovisionamientos frente al ahorro de costes de la globalización.

A estos cambios directamente provocados por la pandemia hay que unir los que ya se habían ido abriendo paso en los años anteriores: la nueva revolución tecnológica, los que vienen de la mano de la digitalización, la automatización a gran escala o el big data, las nuevas formas de financiación y medios de pago… Y, por último, quizá el más sutil de todos ellos pero posiblemente el más determinante del comportamiento empresarial: la certeza de que entramos en una fase histórica en la que la excepcionalidad y lo extraordinario van a ser lo normal y, por tanto, en la que el peligro más grande al que se enfrentan los negocios es el derivado del conservadurismo, la inflexibilidad, la inercia y la uniformidad o especialización a ultranza.

En este panorama, me parece que el futuro de las empresas españolas es muy negro porque están cometiendo tres errores muy graves.

El primero es el de no haberse dado cuenta de que la prioridad debía haber sido desde el principio combatir la pandemia. Todos los estudios están demostrando que la adversidad para las empresas crece proporcionalmente al número de muertes y contagios y en la misma medida en que empeora la experiencia personal de la gente, es decir, cuanto más se alarga en el tiempo la pandemia. La inmensa mayoría de las empresas españolas y sus dirigentes han vuelto a caer en lo que Paul Samuelson, el economista más reconocido de la segunda mitad del siglo pasado, llamaba «la falacia de la composición»: creer que lo que es bueno para cada una de ellas es lo mejor para todas. Una falacia que lleva a promover políticas generales (como las de supeditar la lucha contra la pandemia al salvamento de la economía) que al final hunden a casi todos.

Si se quiere salvar a la empresa española, lo prioritario debe ser atajar cuanto antes y a cualquier precio la pandemia y mantener vivas a las empresas por cualquier medio pero solo a cambio de que se reinventen con planes de readaptación a una situación posterior que no va a tener mucho que ver con la que tenían antes de la Covid-19. Es una obviedad: las empresas que más ayudas necesitan son las de actividades más afectadas pero, precisamente por eso, las que más han de cambiar si no quieren desaparecer automáticamente a poco que la pandemia vaya desvaneciéndose.

El segundo error que lastra el futuro de la inmensa mayoría de las empresas españolas es el de haber asumido como suya la estrategia de las grandes empresas que disponen de clientelas y mercados cautivos y, sobre todo, de lo que realmente marca las diferencias en el mundo de los negocios: el poder, la influencia política y mediática. Su posición dominante les permite obtener beneficios extraordinarios en cualquiera que sea la situación de los mercados, y más concretamente en uno interno deprimido en donde una menor masa salarial global significa menos coste pero no menos ventas. Sin embargo, la inmensa mayoría de las empresas españolas que no disponen del poder de negociación y decisión ni de la influencia de las muy grandes, las que no tienen cautiva a una parte sustancial del mercado, necesitarían, por el contrario, una estrategia de fortalecimiento del mercado interno, aumentar «la tarta». Para ellas, a diferencia de lo que ocurre con las grandes y aunque no sepan a veces reconocerlo, menos masa salarial supone menos ventas y menor empuje e incentivo para innovar y, por tanto, peores condiciones de existencia y la necesidad de salir adelante atándose ellas mismas la soga al cuello, es decir, bajando aún más los salarios y renunciando a los incrementos de productividad.

El tercer error que hipoteca a las empresas españolas es el de creerse las tonterías que dicen los economistas de mayor influencia que proclaman la inutilidad del Estado y defienden su jibarización continuada, algo que solo beneficia justamente a las grandes empresas rentistas que promocionan y financian esos discursos.

En conclusión y por utilizar una expresión muy nuestra, si se quiere salvar a los miles de empresas que están en riesgo cierto de desaparecer en cuanto acabe el apoyo del Estado, se debería coger al toro por los cuernos. Hay que plantearse para qué sirve mantener artificialmente a las que con toda seguridad van a cerrar si no se reinventan con toda urgencia, tendrían que vincularse las ayudas que reciben a estrategias de readaptación sin escatimar recursos, incentivos y apoyos de todo tipo para que ese proceso se lleve a cabo de la forma más efectiva, más rápida y mejor posible.

En lugar de reclamar que el sector público dé pasos atrás, para que tan solo se beneficien de ello algunas grandes empresas oligopolistas, la inmensa mayoría de las empresas españolas tendrían que luchar por establecer un nuevo tipo de asociación público-privada que no puedo basarse en un Estado mínimo, por un lado, y en un oligopolio empresarial todopoderoso, por otro. El mejor clima para los negocios y el desarrollo de la actividad empresarial es el que fomenta el poder adquisitivo y no el que lo destruye, el que impulsa de verdad la competencia y combate la concentración del poder sobre el mercado, el que proporciona financiación sin crear empresas y hogares esclavos de la deuda, el que garantiza que el Estado proporcione los recursos y bienes públicos que los mercados no pueden proveer, y el que destina recursos suficientes para hacer frente a la incertidumbre, la excepcionalidad y la emergencia para que no solo puedan enfrentarlas con seguridad y éxito los más grandes y poderosos.

Lo que estamos viendo en las últimas semanas alrededor de la normativa que ya ha empezado a generar el gobierno para el reparto de los fondos para la reestructuración es lo mismo de siempre: toman posiciones de ventaja las grandes empresas de siempre, lo que equivale a decir el gran poder económico y financiero, pero no la inmensa mayoría de las empresas españolas, las más afectadas.

Las grandes que controlan los mercados e imponen sus privilegios e ineficiencias, no solo a los consumidores sino también al resto de las empresas, buscan la continuidad, la inercia, mantener las asimetrías e imperfección en los mercados, que no cambien el statu quo, que todo siga igual que siempre… Es decir, lo peor que puede pasarle en esta coyuntura a la gran mayoría de las empresas españolas y mucho más a las que han sido afectada en mayor medida por la pandemia.

O las empresas españolas siguen confiando en el paso que le marcan las más grandes que dominan las patronales y los foros y centros de decisión, creyendo con ingenuidad que se salvarán individualmente de la debacle que saben que se avecina para la generalidad, o hacen suya una estrategia diferente de refortalecimiento del mercado interno y de creación de nuevos tipos de negocios con la complicidad del sector público y de las clases trabajadoras y profesionales. Algo que solo puede ser posible en el marco de un nuevo contrato social que establezca nuevas condiciones de actividad y de reparto de los costes y beneficios, única forma de evitar la mediocridad o el fracaso seguro de la mayoría en la nueva era en la que ya estamos entrando.

Fuente: https://blogs.publico.es/juantorres/2021/01/08/el-futuro-de-la-empresa-espanola/

jueves, 14 de enero de 2021

Las tres amenazas más graves para la vida en 2021

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Enormes zonas del mundo, sin incluir a China ni a unos pocos países más, se enfrentan a un virus descontrolado que no se ha detenido a causa de la incompetencia criminal de los gobiernos.

El hecho de que estos gobiernos de países ricos dejaran de lado cínicamente los protocolos científicos básicos publicados por la Organización Mundial de la Salud y por las organizaciones científicas revela sus prácticas mezquinas. Todo lo que no sea centrar la atención en la gestión del virus mediante pruebas, rastreo de contactos y aislamiento -y si esto no es suficiente, entonces imponer un confinamiento temporal- es una temeridad. Es igualmente preocupante que estos países más ricos hayan seguido una política de “nacionalismo de vacunas” al acumular candidatos para las vacunas en lugar de una política para la creación de una “vacuna popular”. Por el bien de la humanidad, sería prudente suspender las normas de la propiedad intelectual y desarrollar un procedimiento que promueva vacunas universales para todos los pueblos.

Aunque la pandemia es el principal problema que ocupa nuestras mentes, hay otras cuestiones importantes que amenazan la longevidad de nuestra especie y de nuestro planeta. A saber:

Aniquilación nuclear
El 23 de enero de 2020, el Bulletin of the Atomic Scientists estableció el Reloj del Juicio Final peligrosamente cerca, a 100 segundos para la medianoche. El reloj, creado dos años después de que se desarrollaran las primeras armas atómicas en 1945, es evaluado anualmente por la Junta de Ciencia y Seguridad del Bulletin, que decide si mover el minutero o mantenerlo en su lugar. Para cuando vuelvan a ajustar el reloj, bien podríamos estar aún más cerca de la aniquilación. Los tratados para el control de armamentos, que son ya bastante limitados, no son más que papel mojado en la medida en que las principales potencias poseen cerca de 13.500 armas nucleares (más del 90% de las cuales están solo en manos de Rusia y Estados Unidos). La producción de este armamento podría hacer fácilmente que este planeta sea aún más inhabitable. La Armada de los Estados Unidos ha desplegado ya ojivas nucleares tácticas W76-2 de bajo rendimiento. Es urgente incluir en la agenda mundial una serie de pasos inmediatos hacia el desarme nuclear. El Día de Hiroshima, que se conmemora cada año el 6 de agosto, debe convertirse en una fecha más sólida de meditación y protesta.

Catástrofe climática
Un artículo científico publicado en 2018 llevaba un titular sorprendente: “La mayoría de los atolones serán inhabitables a mediados del siglo XXI porque el aumento del nivel del mar intensificará las inundaciones provocadas por las olas”. Los autores descubrieron que pueden desaparecer todos los atolones desde las Seychelles hasta las Islas Marshall. Un informe de las Naciones Unidas de 2019 estimaba que 1 millón de especies animales y vegetales están en peligro de extinción. Agreguen a esto los catastróficos incendios forestales y el severo blanqueamiento de los arrecifes de coral, y está claro que ya no podemos perder más tiempo con clichés sobre una cosa u otra como canarios en la mina de carbón de la catástrofe climática; el peligro no está en el futuro, sino en el presente. Es esencial que las grandes potencias -que no quieren sacudirse los combustibles fósiles- se comprometan con el enfoque de “responsabilidades comunes pero diferenciadas” establecido en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992 en Río de Janeiro. Es revelador que países como Jamaica y Mongolia ajustaran sus planes climáticos a las prescripciones de la ONU antes de finales de 2020, como exige el Acuerdo de París, a pesar de que estos países producen una pequeña fracción de las emisiones globales de carbono. Los fondos comprometidos con los países en desarrollo para que participen en el proceso están prácticamente agotados y la deuda externa se ha disparado. Esto demuestra una falta de seriedad fundamental por parte de la “comunidad internacional”.

Destrucción neoliberal del contrato social
Los países de América del Norte y Europa han aniquilado su función pública en la medida en que el Estado se ha entregado a los especuladores y las fundaciones privadas han mercantilizado la sociedad civil. Esto significa que las vías de transformación social en estas partes del mundo se han visto obstaculizadas grotescamente. La terrible desigualdad social es el resultado de la relativa debilidad política de la clase trabajadora. Es esta debilidad la que permite a los multimillonarios establecer políticas que hacen que aumenten las tasas del hambre. 

Los países no deben ser juzgados por las palabras escritas en sus constituciones sino por sus presupuestos anuales; Estados Unidos, por ejemplo, gasta casi 1 billón de dólares (si se suma el presupuesto estimado de inteligencia) en su maquinaria de guerra, al tiempo que dedica una fracción de esa cantidad a bienes públicos (como atención médica, algo que se ha puesto en evidencia durante la pandemia). 

Las políticas exteriores de los países occidentales parecen estar bien lubricadas por acuerdos de armas: los Emiratos Árabes Unidos y Marruecos acordaron reconocer a Israel con la condición de que compraran 23.000 millones y 1.000 millones de dólares, respectivamente, en armas fabricadas en Estados Unidos. Los derechos de los palestinos, los saharauis y el pueblo yemení no influyeron en estos acuerdos. El uso de sanciones ilegales por parte de Estados Unidos contra 30 países, entre ellos Cuba, Irán y Venezuela, se ha convertido en parte normal de la vida incluso durante la crisis de salud pública de la COVID-19. Es un fracaso del sistema político que las poblaciones del bloque capitalista sean incapaces de obligar a sus gobiernos, que en muchos aspectos son democráticos sólo de nombre, a adoptar una perspectiva global ante esta emergencia. Las crecientes tasas del hambre revelan que la lucha por la supervivencia es el único horizonte de miles de millones de personas en el planeta (siempre que China sea capaz de erradicar la pobreza absoluta y eliminar en gran medida el hambre).

La aniquilación nuclear y la extinción debido a la catástrofe climática son amenazas gemelas para el planeta. Mientras tanto, para las víctimas del asalto neoliberal que ha asolado a la generación pasada, los problemas a corto plazo para sustentar su mera existencia desplazan preguntas fundamentales sobre el destino de nuestros hijos y nietos.

Problemas globales a tal escala requieren de cooperación global. Las principales potencias, presionadas por los Estados del Tercer Mundo en la década de 1960, acordaron el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares de 1968, aunque rechazaron la muy importante Declaración sobre el Establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional de 1974. Ya no existe el equilibrio de fuerzas necesario que impulse esa agenda de clase en el escenario internacional; las dinámicas políticas en los países de Occidente en particular, pero también en los Estados más grandes del mundo en desarrollo (como Brasil, India, Indonesia y Sudáfrica) son necesarias para que cambie la naturaleza de los gobiernos. 

Es necesario un internacionalismo sólido que preste una atención adecuada e inmediata a los peligros de la extinción: por guerra nuclear, por catástrofe climática y por colapso social. Las tareas que tenemos por delante son abrumadoras y no pueden aplazarse.

Noam Chomsky es un lingüista, filósofo y activista político legendario. Es profesor laureado de lingüística de la Universidad de Arizona. Su libro más reciente es Climate Crisis and the Global Green New Deal: The Political Economy of Saving the Planet.

Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es compañero de redacción y corresponsal-jefe de Globetrotter. Es editor-jefe de LeftWord Books y el director del Tricontinental: Institute for Social Research. Asimismo, es miembro destacado no residente del Chongyang Institute for Financial Studies, Universidad Renmin de China. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. Su último libro es Washington Bullets, con una introducción de Evo Morales.

Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/01/06/three-major-threats-to-life-on-earth-that-we-must-address-in-2021/

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a los autores, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la traducción.

miércoles, 13 de enero de 2021

Nueva biografía sobre John Maynard Keynes

Una nueva biografía sobre John Maynard Keynes, firmada por Zach Carter, suscita grandes elogios y consigue grandes ventas. Apunta al corazón de los errores económicos

Se titula ‘The Price of Peace. Money, Democracy and the Life of John Maynard Keynes’, lo firma un periodista, Zachary D. Carter, es una biografía sobre uno de los economistas más importantes de la Historia y se ha convertido en uno de los libros de la temporada estadounidense. Es un texto muy ameno en la exposición, que sabe mezclar ágilmente los elementos personales con las teorías económicas y que describe bien la influencia ambigua que han tenido las propuestas de Keynes, incluso en nuestra época; su mayor mérito, sin embargo, reside en la comprensión diáfana de lo que implicaban realmente las ideas del economista británico.

En momentos de crisis como el presente suele hablarse de regreso al keynesianismo, a esa presencia estatal imprescindible para ayudar a que los problemas se solucionen. Todo el mundo coincide en la necesidad de la acción institucional, aunque en los grados, duración y dirección de la misma suele haber divergencias. El sector empresarial, por ejemplo, es absolutamente partidario de ella, pero siempre que tenga lugar como paréntesis selectivo.

La normalidad de siempre
Esta semana, el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, afirmaba que las empresas no quieren una nueva normalidad tras la pandemia, sino la de siempre y bien sujeta al rigor presupuestario. Pero esa vieja normalidad no es posible, precisamente porque se está actuando para combatir la crisis. Demandar rigor presupuestario implica consecuencias presentes que deberían ser explicadas: cada euro que se dé a las empresas españolas, por una u otra vía, va a tener un coste muy elevado en el futuro cercano, ya que provocará que aumente nuestra deuda, y la factura que nos van a pasar los mercados puede ser demasiado elevada. Si se fuera consecuente con la intención de mantener un presupuesto equilibrado cuyo objetivo fuese reducir la deuda, la acción lógica sería no ofrecer ningún tipo de ayuda que implicase coste económico. No estoy seguro de que esa sea la opción preferida por quienes abogan por la frugalidad.

Además, esa visión austera ha estado ligado a un concepto, «riesgo moral», que se hizo muy popular en la anterior crisis: no era pertinente prestar dinero a Estados que se habían endeudado irresponsablemente y no habían realizado las reformas adecuadas en los buenos tiempos, pero que pretendían en las recesiones que otros les ayudasen. Dado que habían incurrido en una actitud irresponsable, debían pagar las consecuencias. Es una actitud que vemos cómo se repite hoy, y en Europa está muy instalada en los países del norte. Pero si esta perspectiva fuera la correcta, tendría sentido aplicarla íntegramente, y esta crisis sería un buen momento. Desde el punto de vista del equilibrio presupuestario, no tendría sentido que los Estados gastasen grandes cantidades de dinero en ayudar o rescatar a muchas grandes empresas que están en dificultades, ya que se endeudaron para ofrecer enormes cantidades a sus accionistas a través de dividendos y recompras de acciones.

Que hubieran hecho los deberes
Esa es la causa principal, con la ligazón que la une al sector financiero, de esta crisis, por lo que supondría un tremendo riesgo moral aliviar sus cuentas: las compañías que han sido mal gestionadas, gastaron irresponsablemente y no pensaron en guardar para tiempos difíciles, no tendrían que ser recompensadas con ayudas públicas. Por los mismos motivos, si los Estados del norte no quieren dar ni un euro a los del sur, tampoco deberían hacerlo con las empresas que llevan su bandera: que hubieran hecho los deberes.

Si no se hace de este modo, estaríamos inyectando dinero a las empresas más grandes para que ajustasen sus cuentas de resultados, para que después la factura de la deuda se distribuya entre los ciudadanos. Pero eso no sería austeridad, sino trasladar los resultados de una mala gestión privada a las arcas públicas. Desde el punto de vista de la economía ortodoxa, algo así sería intolerable.

Lo curioso no es que Garamendi o los países del norte insistan en la austeridad sin tener en cuenta la contradicción de solicitarla en estos instantes, sino que sea un lugar común entre la gran mayoría de nuestros expertos económicos. El gobernador del Banco de España, Hernández de Cos, ha defendido el gasto público que ha impulsado el Gobierno para hacer frente a la pandemia, pero también ha señalado que habría que trazar rápidamente una estrategia para reducir los niveles de déficit y deuda públicos generados por la crisis. Ha alertado, además, de que deberían existir cautelas frente a medidas como la renta mínima, ya que ha provocado en otros países «trampas de pobreza» que pueden desincentivar la búsqueda de empleo. Quizá le falte algo de coherencia a sus declaraciones, porque, en ese caso, también sería conveniente acercarse con mucha cautela a las ayudas públicas a las empresas que ha concedido el Gobierno: podrían generar «trampas de riqueza», ya que al acudir el Estado a su rescate, se desincentivaría a los propietarios y directivos de las empresas para que las gestionasen bien, las hicieran rentables y guardasen para los malos tiempos.

En momentos de crisis como el presente suele hablarse de regreso al keynesianismo, a esa presencia estatal imprescindible para ayudar a que los problemas se solucionen. Todo el mundo coincide en la necesidad de la acción institucional, aunque en los grados, duración y dirección de la misma suele haber divergencias. El sector empresarial, por ejemplo, es absolutamente partidario de ella, pero siempre que tenga lugar como paréntesis selectivo.

martes, 12 de enero de 2021

_- De cómo el pensamiento dominante lo devora todo: el caso de Chaves Nogales (I)

_- Francisco Espinosa Maestre (*)
Historiador

El mito de “La Tercera España”, cuyo origen resulta un tanto confuso aunque se suele asociar a Niceto Alcalá-Zamora y a Salvador de Madariaga, resurgió a fines del siglo pasado con el libro de Andrés Trapiello Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), publicado por Planeta en 1994. Como he escrito en otra ocasión[1] esta obra, un compendio de historias y leyendas carente del más mínimo aparato crítico, vino a ser una respuesta a Literatura fascista española, de Julio Rodríguez-Puértolas (Akal, 1986), que reunió allí a los escritores que apoyaron el fascismo español mostrando una amplia selección de los textos que escribieron. Para el pensamiento dominante que se había ido consolidando desde la transición, este libro resultaba una provocación al mostrar abiertamente un pasado que se consideraba enterrado desde que se aprobó la Constitución de 1978. Además, ese contenido se oponía frontalmente a la campaña que desde 1983 venía haciéndose desde El País, por entonces la “referencia dominante”, a favor de algunos de esos escritores, caso de Foxá, Sánchez Mazas, Mourlane, Del Valle, D’Ors, Torrente, Tovar, Rosales, Vivanco, Laín o Ridruejo por parte de Pere Gimferrer, Francisco Vega Díaz o Rafael Conte. Trapiello, en esa misma línea, los reivindicaba, lo cual no era novedad, ya que lo venía haciendo desde los primeros años ochenta cuando decidió recuperar a Sánchez Mazas en la editorial Trieste. Sirva este preámbulo para que quede claro el contexto en que enclavar la recuperación de “La Tercera España”.

De todas formas no fue hasta este siglo cuando este mito encajó en la realidad española al presentarse como otra opción frente al movimiento pro memoria surgido en torno a 1996-97. Como se suponía que todo había quedado bien establecido desde la transición, la “memoria histórica” fue considerada un movimiento indeseable desde ámbitos tan diferentes como el mediático, el académico y el político. Se trató de una lucha desigual, ya que oponía a un movimiento social, potente pero minoritario, con el poder real de los medios de comunicación, todos muy críticos cuando no acérrimos enemigos de dicho movimiento; con la Academia, que osciló entre el compromiso con la memoria de algunos de sus miembros, en medio de la inhibición general, y el embate revisionista que animó a otros a decir lo que habían callado hasta el momento; y con los grupos políticos, siempre reacios a mirar atrás y de los que bastará con decir que lo único que salió de ellos fue la tímida “ley de memoria” de 2007 por parte de Rodríguez Zapatero.

Antes de entrar en materia cabe añadir algo sobre “La Tercera España”. Se trata de un invento asociado desde su origen a quienes decidieron huir del país ante la convulsión desatada por el golpe militar de julio de 1936.[2] Se insiste siempre en que formaron parte de ella aquellas personas que no se identificaron con ninguno de los dos bandos, que no se sentían ni rojos ni azules.[3] Escapaban de esa España tantas veces plasmada en el recurso al cuadro de Goya “Duelo a garrotazos”. Pero la realidad no fue esa.[4] En febrero de 1936 las elecciones generales habían dado el triunfo a los partidos agrupados en el Frente Popular, quienes estaban decididos a llevar a cabo su programa después de las trabas y problemas surgidos en el primer bienio (1931-1933) y a la marcha atrás que en una serie de cuestiones clave acarreó el segundo (1933-1936). Pero la idea de acabar con la República no surge tras las elecciones sino que cabe rastrearla hasta el mismo 14 de abril de 1931, con resultados en agosto de 1932; durante el llamado “Bienio Negro”, con la búsqueda de ayuda en la Italia fascista, y, sobre todo, tras la victoria del Frente Popular, con toda la trama, civil y militar, a toda máquina para impedir que se instalara el nuevo poder salido de las urnas.

Chaves Nogales con Unamuno y Azorín en la celebración del cuarto aniversario de la fundación del diario Ahora (diciembre de 1934)(foto: Obra periodística, tomo I, Diputación de Sevilla, 2001)
Es esa maquinaria la que se mueve con toda su fuerza en África el día 17 de julio y en la península el día siguiente provocando el caos en todo el país y consiguiendo imponerse por la violencia y el terror en cuestión de días o semanas en más de la mitad del territorio. No estamos ante dos bandos destrozándose mutuamente, sino ante una gravísima y brutal agresión por parte de militares y paramilitares fuera de la ley a un Estado democrático y a un gobierno legal, que no estaba preparado para hacerles frente y que tardará meses en reponerse y poder controlar la situación. ¿Dónde estaba la “Tercera España” en esos primeros tiempos? ¿Acaso la República buscaba el enfrentamiento? ¿Deseaban la guerra los dirigentes republicanos y la izquierda en general? ¿Azaña, sus ministros y los partidos agrupados en el Frente Popular representaban lo mismo que los militares que llevaban meses tramando el golpe?

No. No hubo dos bandos, sino un agresor y un agredido que se vio obligado a defenderse. Bando, en sentido literal, solo hubo uno, el de los golpistas, frente a un gobierno y un país a los que se impusieron por la fuerza. En aquellos momentos muchos de quienes estaban en lugares de responsabilidad, desde el alcalde de una pequeña localidad hasta el presidente del gobierno, hubieran deseado escapar de la realidad y pasar a una hipotética “tercera España” libre de aquella amenaza. Pero no podían, ya que su compromiso político y la responsabilidad que habían contraído al asumir sus cargos, les exigía afrontar aquella terrible realidad que se les presentaba. Lo mismo pensaron muchos ciudadanos, mostrando su oposición al golpe militar e incluso ofreciéndose a defender lo que tanto trabajo les había costado conseguir. 

Algunos, sin embargo, incapaces de soportar la situación, optaron por salir del país. Y lo malo no es que hicieran esto, que cabe comprender como reacción humana ante el peligro y el miedo, sino que quisieron presentarlo como la única salida ante un conflicto en el que no se identificaban con ninguno de los dos bandos, ni con los agresores ni con los agredidos. Porque hay que aclarar que el terror fue el principio básico de los golpistas desde el primer momento, pero nunca del gobierno de la República, por más que en su territorio se cometieran terribles crímenes tras la quiebra de los resortes del Estado para mantener el principio de autoridad. Es en este contexto en el que cabe analizar el caso de Manuel Chaves Nogales, protagonista de una operación de recuperación ya analizada en el artículo aludido que se inicia en la pasada década –ajena por completo a la investigación iniciada en 1990 por María Isabel Cintas, de la que se nutrió torticeramente– desde las páginas de Babelia, suplemento de El País, y que se prolongó durante varios años hasta culminar en 2012 y 2013 en diversos actos, publicaciones e incluso un documental cuya publicación tuvo como prologuista a Soledad Gallego-Díaz, actual directora del periódico.[5] 

Hablamos de algo más que de recuperar la obra de un periodista importante, ya que se trata de un proyecto de más calado con el que se pretendió ofrecer una nueva visión de la República y la guerra civil. Se trataba de retorcer todo, empezando por la obra de Chaves, para que quedara de relieve que a partir del 18 de julio solo hubo dos opciones: comunismo o fascismo, y que solo mentes preclaras como la de Chaves Nogales percibieron pronto que allí sobraban, ya que podían ser engullidos por ambos bandos. Todo ello se hizo sobre la base del que llamaron “el eslabón perdido”, que no era otra cosa que el prólogo de A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España (Santiago de Chile, 1937), obra que reunía una serie de relatos relacionados con la situación creada tras el golpe militar y cuyo prólogo fue escrito en los primeros meses de 1937, es decir, tras la huida. 

Los principales responsables de la operación fueron Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina y el periodista Jesús Ruiz Mantilla, todos ellos reunidos en el suplemento Babelia de 28 de febrero de 2009, donde pudieron leerse frases que recuerdan a los martirologios y las vidas de santos:

… cuando en España la cosa se puso cruda y salpicaba la sangre, Chaves exigió eso tan poco valorado entonces como era el sentido común… (Sin firma).

… su vida fue una película en una época trágica y revuelta. (…). (Sin firma).

… quiso alertarnos y dar luz. Por eso recogió el estigma del olvido. (Sin firma).

;… tuvo que huir de España hacia Francia pero su compromiso no le dio tregua. Le persiguieron los nazis y la izquierda le condenó a la hoguera por no responder al patrón de los dogmas. (Sin firma). …

... su inteligencia tan aguda le permitió intuir que a pesar de todo, el fascismo no prevalecería sobre Europa. (Muñoz Molina). …

... la trayectoria de Chaves es equivalente a nuestra trayectoria como país. (Trapiello). …

.... Chaves advirtió y denunció antes que nadie la semejanza del terror, que estaba siendo igual en uno y otro lado. (Trapiello).

Seguir aquí:
https://conversacionsobrehistoria.info/2020/02/11/de-como-el-pensamiento-dominante-lo-devora-todo-el-caso-de-chaves-nogales-i/

lunes, 11 de enero de 2021

_- La cordura en medio del caos

_- Con el final de la Segunda Guerra Mundial no acabó la violencia en Europa. Las mujeres fueron las principales víctimas en un continente que ha tardado mucho tiempo en ajustar cuentas con su pasado. Este es un fragmento del nuevo libro Una lección olvidada, Viajes por la historia de Europa

Un testimonio refleja mejor que ninguno lo ocurrido aquellas semanas de 1945 cuando las tropas soviéticas entraron en Berlín al final de la Segunda Guerra Mundial; es un relato de supervivencia e ignominia, pero también de vida. Cuando alguien puso en duda su autenticidad, Antony Beevor escribió una carta a The New York Times en la que defendía que no era una falsificación y aseguraba que era "el testimonio personal más impresionante que ha surgido de la Segunda Guerra Mundial". Se trata de Una mujer en Berlín (Anagrama) y su autora es anónima (aunque su nombre ha circulado ampliamente después de su fallecimiento, e incluso cuenta con una entrada en Wikipedia, prefiero respetar su voluntad: nunca quiso firmar ese libro). Ian Buruma también lo considera "el mejor y más desgarrador testimonio" del sufrimiento de las mujeres alemanas en los meses finales del conflicto y de un aspecto que quedó oculto durante décadas: las violaciones masivas perpetradas por el Ejército Rojo, a las que Stalin dio el visto bueno cuando afirmó que, tras una campaña tan dura, "los soldados tenían derecho a entretenerse con mujeres". La propia historia de la publicación del libro, además, expone de forma ejemplar la dificultad de lidiar con la memoria después del nazismo.

El libro parte de las anotaciones de un diario realizadas entre el 20 de abril y el 22 de junio de 1945, durante la batalla de Berlín y las primeras semanas de la posguerra (la guerra en Europa acabó el 8 de mayo). La autora, según cuenta Hans Magnus Enzensberger en el prólogo, era una periodista con experiencia que abandonó su oficio cuando los tentáculos de Goebbels no dejaron ya un solo resquicio. Conocía a Kurt W. Marek, otro periodista que acabó como prisionero de los Aliados y que después de la guerra se fue a vivir a Estados Unidos con el dinero que le proporcionó el libro Dioses, tumbas y sabios, que publicó con el seudónimo de C. W. Ceram. Este recibió el manuscrito y logró que se editase en Estados Unidos en 1954, con un prólogo suyo. "Así fue como Una mujer en Berlín apareció primero en versión inglesa, a la cual siguieron traducciones al noruego, italiano, danés, japonés, español, francés y finlandés", escribe Enzensberger. Y prosigue:

"Tuvieron que pasar cinco años más para que el original en alemán viera la luz, e incluso entonces no fue a cargo de una editorial alemana, sino de Kossodo, una pequeña editorial suiza con sede en Ginebra. Obviamente, el público alemán no estaba preparado para enfrentarse a ciertos hechos desagradables. Uno de los pocos críticos que lo reseñó se lamentó de lo que dio en denominar "la desvergonzada inmoralidad de la autora". Nadie esperaba que las mujeres alemanas hicieran mención a la realidad de las violaciones, ni que presentaran a los varones alemanes como testigos impotentes cuando los rusos victoriosos reclamaban a sus mujeres como botín de guerra".

Stalin afirmó que, tras una dura campaña, “los soldados tenían derecho a entretenerse con mujeres”
La autora se negó a que su libro fuese reeditado mientras viviese, pese a que las cosas empezaron a cambiar durante los años sesenta, pero en 2001 Enzensberger recibió una llamada de la viuda de Marek, asegurando que ella había muerto y que, por tanto, el libro podría ser reeditado. Inmediatamente se convirtió en un gran éxito. Poco después se publicó el libro de Beevor sobre la batalla de Berlín, que fue un best seller internacional, en el que también se describían las violaciones masivas perpetradas por los soviéticos en su avance hacia Berlín y durante la ocupación de la ciudad. En Budapest y Viena había ocurrido lo mismo; pero era un asunto que tampoco había sido estudiado a fondo. Los datos que proporcionaba el historiador británico —100.000 mujeres violadas solo en la capital, de las que un 10% murieron como consecuencia de las agresiones— ocuparon los titulares de la prensa internacional. Tony Judt escribe en Postguerra (Taurus), su obra maestra sobre la historia de Europa tras la Segunda Guerra Mundial: "Los alemanes habían infligido un daño terrible a Rusia; ahora les tocaba a ellos sufrir. Sus posesiones y sus mujeres estaban ahí a su disposición. Con el consentimiento tácito de sus comandantes, el Ejército Rojo quedó libre de campar por sus respetos entre la población civil de las tierras alemanas".

No era, ni mucho menos, la primera vez que la violación se utilizaba como arma de guerra, es más bien una constante en todos los conflictos de la historia. Goya dedica varios de sus Desastres de la guerra (1810-1814) a la violencia contra las mujeres: 'Amarga presencia', 'No quieren' o 'Ya no hay tiempo', aunque el más conocido es 'Ni por esas', en el que se ve a dos soldados a punto de violar a unas mujeres junto a las que hay un bebé llorando. Fue algo que practicó el Ejército de Franco en la Guerra Civil, incitado por llamamientos como el de Queipo de Llano, quien arengó a sus tropas desde Radio Sevilla: "Es totalmente justificado, porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen", aunque en España es una de las atrocidades de la Guerra Civil que no han sido suficientemente debatidas y estudiadas. El trato que el Ejército japonés dio a las esclavas sexuales coreanas es un asunto que todavía provoca tensiones entre los dos países. En Ruanda, en Bosnia, en el Congo se convirtió en una rutina y es considerado un crimen contra la humanidad por la renqueante justicia internacional. Sin embargo, en el caso ruso, los que habían cometido esa atrocidad eran los buenos, los que habían librado al mundo del nazismo. Otros ejércitos aliados, como el francés o el estadounidense, también cometieron violaciones, aunque los datos disponibles no hablan de un carácter tan masivo ni sistemático.

El libro anónimo 'Una mujer en Berlín' es de una crudeza y sinceridad implacables 

Una mujer en Berlín es un libro de una sinceridad implacable. Pocas veces he leído unas memorias narradas con tanta crudeza, en las que la protagonista no oculta ningún dato, ni trata de endulzar la verdad. Su historia es el relato de alguien que intenta sobrevivir entre las ruinas y las bombas, que escribe en los refugios, esperando que todo acabe pronto sin imaginar que luego vendrá algo peor. Este pasaje representa una muestra de su estilo, de su soberbia capacidad narrativa, de su voluntad de no ocultar nada:

"Sí, la guerra viene arrollando sobre Berlín. Lo que ayer era tan sólo un retumbar lejano es hoy un redoble constante. Se respira fragor de mortero. El oído, ensordecido, ya sólo percibe los disparos del calibre más grueso. Hace ya mucho que dejó de distinguirse su procedencia. Vivimos en un cerco de cañones que se va estrechando con cada hora que pasa. De vez en cuando hay horas de un silencio inquietante. De pronto se le pasa a una por la mente que es primavera. A través de las ruinas calcinadas del barrio sopla vaporosamente el aroma de las lilas desde jardines sin dueño. (...) Por el portal de casa vi pasar tropeles de soldados. Iban arrastrando cansinamente los pies. Algunos cojeaban.
—¿Qué sucede? —les grito—, ¿hacia dónde van?
Nadie responde. Uno gruñe unas palabras ininteligibles. Otro dice con claridad hablando para sí: "El Führer ordena, nosotros le seguimos hasta la muerte". Todas esas figuras dan mucha pena. Ya no son hombres. Una sólo puede compadecerse. Ya no se espera nada de ellos, ni pueden crear ninguna expectativa. Producen un efecto de cautivos, de derrotados. A nosotras, que estamos en el bordillo de la acera, nos miran con apatía, sin vernos. Por lo visto, nosotros, pueblo o civiles o berlineses, o lo que seamos, les somos indiferentes, incluso molestos".

Cuando creen que lo peor ha pasado, llegan entonces los soldados rusos y comienzan las violaciones indiscriminadas. Aunque señala algún acto de heroísmo, muestra muchas veces la ruindad que surge en los momentos más insospechados, un rasgo de descarnada humanidad propio de cualquier situación de lucha por la supervivencia. Cuando alguna trata de resistirse, a menudo se encuentra con una respuesta masculina demasiado pragmática: no nos metas en problemas, déjate hacer. Salir a la calle es un peligro, pero no puede quedarse en su vivienda, que comparte con una viuda, porque necesita víveres y agua. Al final toma una decisión práctica: buscar una relación estable con un oficial, que mantenga al resto de los soldados a distancia. Ese es uno de los motivos por los que fue más criticada la autora. Sin embargo, es una decisión imposible de juzgar en tiempos de paz. Mientras todavía se escuchan disparos en la calle y se producen combates por todos lados, pasan las noches aterrorizadas, escrutando cualquier ruido en la escalera por si son rusos que puedan tirar la puerta abajo. Sin embargo, lo inevitable ocurre, incluso dentro del domicilio. Así describe, por ejemplo, un asalto:

Los rusos que cometían atrocidades eran aquellos que habían derrotado a los nazis.
"El sábado al mediodía, a eso de las tres, había dos soldados golpeando la puerta principal con los puños y las armas. Uno de ellos me agarra, me lleva a la habitación que da a la calle después de quitar de en medio de un empujón a la viuda. El otro se planta junto a la puerta principal, tiene a la viuda en jaque, sin decir palabra, amenazándola con el fusil sin tocarla. El que me empuja huele a aguardiente y a caballo. Cierra la puerta tras de sí accionando cuidadosamente el picaporte. Al no encontrar ninguna llave en la cerradura, arrastra el sillón contra el entrepaño de la puerta. Parece no ver para nada a la presa. Tanto más terrible así el empujón con que la arroja al lecho. Cerrar los ojos, apretar fuertemente los dientes. Ni un sonido. Sólo cuando se desgarra la ropa interior con un crujido, mis dientes rechinan involuntariamente. Eran las últimas bragas intactas. De pronto siento unos dedos en mi boca, olor pestilente a jaco y a tabaco. Abro los ojos de golpe. Hábilmente, esas manos extrañas me tienen inmovilizada la mandíbula abierta. Cara a cara. Entonces, el que está encima de mí deja caer lentamente en mi boca la saliva acumulada en su boca. Me quedé petrificada. No era asco, sólo frío".

Aquella mujer anónima no quiere ocultar ningún detalle, quiere contar lo que ocurrió, seguramente no con voluntad de permanencia, sino porque solo enfrentándose a los hechos será capaz de asimilarlos. Una de las grandes lecciones de la Segunda Guerra Mundial es la capacidad de resistencia de los seres humanos, y también la fuerza y la cordura que mostraron algunas personas en medio del caos y de la violencia más absoluta. La narradora de Una mujer en Berlín es sensata en casi todas sus decisiones, pragmática, solidaria (salvo cuando su propia vida está en peligro), pero sobre todo es una superviviente. Y eso es algo que Enzensberger, en su prólogo, aplica también a otras mujeres en la sangrienta decadencia del Tercer Reich: "Fueron ellas quienes mantuvieron una apariencia de cordura en un entorno de caos creciente. Mientras los hombres combatían en una guerra devastadora lejos de casa, las mujeres resultaron ser las heroínas de la supervivencia entre las ruinas de la civilización. En la medida en que existió un movimiento de resistencia, fueron ellas quienes atendieron a su logística, y cuando sus maridos y novios volvieron desmoralizados, envueltos en harapos y anonadados por la derrota, fueron ellas las primeras en despejar el terreno".

En La guerra alemana (Galaxia Gutenberg), Nicholas Stargardt relata muchas historias del sufrimiento cotidiano de las mujeres, como la novelista Hertha von Gebhardt, que se encontró en la calle los cadáveres de cinco mujeres destrozados por un impacto de artillería, todavía con las bolsas medio vacías a su lado. Su obsesión era que nadie tratase de defender la casa en la que vivía: convenció a los vecinos para que se mudasen al sótano, tras buscar lo que quedaba de comida y, sobre todo, registrar las viviendas en busca de cualquier elemento militar que pudiese llevar a los soldados a destrozar la vivienda y matar a sus habitantes. Poco después comenzó una lluvia de cohetes Katiusha, los llamados órganos de Stalin. El 27 de abril, Berlín se encontraba totalmente rodeada y entonces comenzaron los saqueos. Cuando escucharon disparos en la calle, supieron que ya habían llegado los Ivanes, apodo que recibían los soldados rusos. "Cada vez que un soldado ruso entraba en su sótano, Hertha von Gebhardt esperaba que se llevase a otra mujer e intenta ocultar a su hija Renate con su propio cuerpo", cuenta Stargardt. Las violaciones se producían sin distinción de edad y muchas veces en presencia de hijos, maridos y vecinos. La anónima narradora cuenta maliciosamente que los soviéticos preferían las mujeres gruesas, lo que era para ella una pequeña venganza: las que habían logrado no perder peso solían ser privilegiadas. Las violaciones eran además, en numerosas ocasiones, colectivas: otra testigo, Ursula von Kardorff, cuenta cómo una amiga, que se había escondido en una pila de carbón, fue denunciada por una vecina que quería salvar a su hija. Fue forzada por 23 soldados y acabó en el hospital. Sobrevivió, pero dijo que nunca más quería tener a un hombre cerca en su vida.

En Alemania, año cero, la película de Roberto Rossellini, no se habla de las violaciones, aunque son  las mujeres las que logran que las familias sobrevivan, mientras los hombres añoran el Tercer Reich, se muestran egoístas e insolidarios o siguen ahogados en su derrota. Ellas, en cambio, sufren otro tipo de violencia sexual: se ven obligadas a prostituirse. Sin embargo, todos esos relatos tardaron mucho tiempo en ser asimilados, al igual que se tardó mucho tiempo en comenzar a perseguir a los culpables: muchos antiguos SS, guardias de campos de concentración o de exterminio y dirigentes nazis volvieron a sus antiguos trabajos como si nada hubiese pasado. No solo era incómoda la memoria de la derrota, sino también la de los crímenes.

En mayo de 1945 llegó el final de la guerra, pero no de la violencia para muchos europeos, y no solo para las mujeres de Berlín. Europa quedó partida en dos, una parte recuperaría la libertad, pero otra quedó atrapada durante cuatro décadas al otro lado del telón de acero. Unos 13 millones de alemanes étnicos fueron expulsados de las tierras en las que vivían desde hacía generaciones. Los Sudetes, en Checoslovaquia, es el caso más famoso, aunque también fueron expulsados de Hungría, Yugoslavia, Polonia y la Unión Soviética. La mayoría se asentaron en Alemania Occidental. La Europa en la que diferentes pueblos compartían el mismo país dentro de unas fronteras políticas y no étnicas, ese mundo de ayer que refleja la obra de Stefan Zweig, desapareció al final de la guerra. "La historia de la posguerra de Europa es una historia ensombrecida por los silencios; por la ausencia. El continente europeo fue antaño un intrincado tapiz de lenguas, religiones, comunidades y naciones entremezcladas", escribe Tony Judt. El reputado historiador no pretende idealizar esa Europa, en la que estallaban pogromos y enfrentamientos muy a menudo, pero es un hecho que existió y que fue borrada del mapa. Siguieron existiendo países formados por tapices entrelazados de nacionalidades, como la Unión Soviética, Yugoslavia (que estalló en los noventa), Bulgaria (con la mayor minoría turca de la Unión Europea) o Rumania (donde las tensiones llegaron hasta la década de 2000), y ciudades que personifican ese mundo diverso, como Trieste, pero en 1945 una Europa desapareció. Las ruinas de Berlín que retrató Rossellini representan el estado moral y físico del continente. De todas las ausencias, una era especialmente profunda e irreversible: la de los judíos.

Comunidades milenarias habían sido borradas del mapa por los nazis, que contaron con la ayuda de la población de los países a los que pertenecían los perseguidos. Los supervivientes se encontraron con que el antisemitismo no se había extinguido. Incluso en Polonia, el país que más judíos había perdido y donde estuvieron situados los campos de exterminio nazis durante la ocupación alemana, las persecuciones continuaron. "Si el antisemitismo en Hungría era pavoroso después de la guerra, fue aún peor en Polonia. Era con mucho el país más peligroso para los judíos", escribe Keith Lowe en Continente salvaje (Galaxia Gutenberg), una historia de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Los judíos comenzaron a huir muy rápidamente hacia países que consideraban más seguros, como Francia, Reino Unido y Estados Unidos. La creación de Israel les proporcionó un lugar adonde ir, pero la huida había empezado antes. Toda esa violencia, todo ese horror que continuó tras el final del conflicto ha sido prácticamente borrado de la memoria colectiva, y solo ha comenzado a ser estudiado seriamente después de la caída del telón de acero. Más que ninguna otra ciudad, Berlín representa el continente que ha logrado lidiar con esos fantasmas (o que continúa lidiando con ellos, con tensiones soterradas pero no extinguidas en los Balcanes y con países que han lanzado ofensivas contra el Estado de derecho, como Hungría o Polonia).

Construir una memoria colectiva nunca es fácil, y en eso Alemania ha sido ejemplar. No fue algo inmediato, sino un proceso de décadas, pero llegó un momento en el que los alemanes pudieron enfrentarse a lo que habían hecho sin que eso fuese contradictorio con lo que habían sufrido. Pero siempre han reconocido su culpa, algo que en otros países sometidos a una violencia atroz por un régimen fascista, como España, deberíamos aprender. Exceptuando a unos pocos, y muy minoritarios, grupos de ultras, han sabido construir una memoria común, un trabajo en el que tuvieron un papel destacado escritores como Martin Walser, Heinrich Böll, Günter Grass o aquella escritora sincera y subyugante que nunca quiso que su nombre fuese conocido.

"Una lección olvidada. Viajes por la historia de Europa" (Tusquets), de Guillermo Altares, acaba de llegar a las librerías.

https://elpais.com/elpais/2018/10/08/eps/1539023082_112706.html?rel=mas

domingo, 10 de enero de 2021

_- Física cuántica: qué es la dualidad partícula-onda de la luz y cómo su descubrimiento revolucionó la ciencia

_- Albert Einstein puede ser famoso por su teoría de la relatividad general, pero no fue esta la que le dio el único Premio Nobel de su carrera.

El físico obtuvo el galardón por un descubrimiento que hizo cuando tenía tan solo 26 años.

Se trata de la ley del efecto fotoeléctrico que publicó en 1905 y que planteaba que la luz tenía una propiedad tan contraintuitiva que llevaría a cuestionar la propia noción de la realidad.

No en vano terminó dando origen a la física o mecánica cuántica, una rama que estudia la naturaleza a escala atómica y subatómica, o sea, el mundo de lo ultrapequeño y sus leyes, que son muy distintas a aquellas que gobiernan al mundo que podemos ver.

"La mecánica cuántica marcó una ruptura entre la física clásica y la moderna", explica a BBC Mundo la física colombiana Nelly Yolanda Céspedes Guevara.

"Fue toda una revolución", agregó la también doctora en educación y docente de la Fundación Universitaria del Área Andina, de Colombia.

Para ello, Einstein hizo lo que mejor sabía hacer: romper con ideas largamente establecidas y aceptadas.

"No podemos solucionar nuestros problemas con las mismas líneas de pensamiento que usamos cuando los creamos", dijo el físico alguna vez.

La ley del efecto fotoeléctrico no fue la excepción.

¿Partícula u onda?
En la física, las ondas y las partículas son tan distintas que cada una obedece a sus propias reglas matemáticas.

Einstein ganó el Nobel de Física en 1921 por la ley del efecto fotoeléctrico, que descubrió con 26 años.
"La partícula es todo aquello que tú puedes cuantificar y que en teoría puedes agarrar o tocar", dice Céspedes.

Imagínalo como una piedra: la puedes tomar con tu mano, lanzar contra una pared y, luego de verla rebotar, incluso puedes señalar el lugar preciso donde cayó.

En cambio, explica la física, "la onda es capaz de atravesar de un lugar a otro y no la puedes coger".

Sería como tirar la piedra en un cubo con agua y tratar de agarrar las pequeñas olas que se generan: pasarán por los costados de tu mano, por arriba y entre tus dedos, pero no podrás atraparlas.

Tampoco serás capaz de decir exactamente dónde están esas olas, más que haciendo un gesto aproximado que englobe toda la onda expansiva provocada por la piedra.

Hasta la llegada del siglo XX, el consenso científico indicaba que, por ejemplo, la luz era una onda y el electrón, una partícula.

Pero todo estaba a punto de cambiar.
Según la ley del efecto fotoeléctrico de Einstein, la luz podría generar electricidad solo si, bajo determinadas circunstancias, se comportaba como una suerte de partícula.

En otras palabras, planteó que "la luz no podía ser solo una onda", explica Céspedes.

Para llegar a esa conclusión, agrega, Einstein se basó en ideas previas de físicos como el alemán Max Planck.

El "revolucionario renuente"
En el año 1900, Planck ya había descubierto que había un problema con la luz como onda.

Lejos de ser un flujo constante, afirmó, la luz viajaba en "paquetes" de una gran "cuantía" de energía, concepto de donde luego derivaría el nombre de física cuántica.

Planck fue galardonado en 1918 con el Nobel "en reconocimiento de los servicios que prestó al avance de la física por su descubrimiento de los cuantos de energía".

"El concepto de Planck de cuantos energéticos", explica la Enciclopedia Británica, "entraba en conflicto con toda la esencia de la física teórica pasada".

Y si bien sus investigaciones no le dejaban otra opción más que derribar el conocimiento previo establecido y hasta ganó un Nobel por "descubrir la energía cuanta", Planck fue un "revolucionario renuente", afirma la enciclopedia.

Tal es así que distintos historiadores de la ciencia como el famoso Thomas Kuhn se han negado a darle el título de padre de la física cuántica.

Según argumentan, a partir de sus trabajos, Planck podría haber inferido que la luz se comportaba como una partícula, sin embargo, no lo vio o no se atrevió a afirmarlo y provocar un cambio de paradigma.
Para eso tendría que llegar Einstein.

Ni una cosa ni la otra
En 1905, Einstein había argumentado que, a veces, la luz parecía consistir en "cuantos" (lo que hoy son los fotones) y, cuatro años más tarde, introdujo la dualidad onda-partícula en la física.

Es decir que la luz no era una onda o una partícula: era ambas cosas. Einstein estaba pensando lo impensable.

"La hipótesis de Einstein de los cuantos de luz no fue tomada en serio por los físicos adeptos a las matemáticas durante poco más de 15 años", escribió el historiador de la ciencia Bruce R. Wheaton.

"Incluso (el físico estadounidense) R. A. Millikan, quien en 1914-16 proporcionó la primera evidencia inequívoca de la sorprendente ley de emisión fotoeléctrica de Einstein, siguió también inequívocamente desdeñando la hipótesis de la partícula de luz de la cual se había derivado esa ley", agregó.

Es más: Millikan, quien fue discípulo de Planck, terminaría ganando un Nobel "por su trabajo en la carga elemental de la electricidad y en el efecto fotoeléctrico".

Para desdén de muchos de estos físicos, la dualidad onda-partícula no se quedó en la luz, sino que se amplió a la materia a escala atómica.

La física moderna
En 1924, el físico francés Louis de Broglie propuso una osada analogía: si la luz, que se creía que era una onda, tenía comportamiento de partícula bajo ciertas condiciones, entonces partículas como el electrón también cumplían con esa dualidad.

"Cuando De Broglie propuso esta idea, no había evidencia experimental alguna" que la respaldara, explica la Enciclopedia Británica.

"La sugerencia de De Broglie, su principal contribución a la física, constituyó un triunfo de la intuición", agrega.

Es que, tres años después, la naturaleza ondulatoria de los electrones era demostrada empíricamente por el físico británico George Paget Thomson.

Lo increíble es que así como Thomson obtuvo el Premio Nobel por demostrar que los electrones son ondas, su padre, Joseph John Thomson, lo había ganado décadas antes por probar que los electrones son partículas.

Y sí, De Broglie también recibió el Nobel.
"La idea de Louis de Broglie, que condujo a la formulación más completa del dualismo onda-partícula fue el último acto en una serie de intentos preliminares por parte de los físicos para resolver las paradojas que habían surgido en las teorías de la radiación", escribió Wheaton.

En esa búsqueda, dieron la estocada final al determinismo en la física y provocaron una revolución en el conocimiento que incluso trascendió a la ciencia.

En palabras de Wheaton: "La teoría de partículas de luz de Einstein ha demostrado ser un componente fundamental de la física moderna, quizás la característica que más la distingue de la física newtoniana de los 300 años anteriores".