miércoles, 27 de mayo de 2020

_- Morir para salvar al Dow Jones

_- Trump y la derecha presionan para una reapertura rápida de la economía porque creen que eso hará que la Bolsa suba

A mediados de marzo, tras varias semanas negándose a aceptarlo, Donald Trump admitió por fin que la covid-19 era una amenaza seria y pidió a los estadounidenses que practicasen el distanciamiento social. El reconocimiento tardío de la realidad — supuestamente debido a la preocupación de que admitir que el coronavirus suponía una amenaza perjudicaría al mercado de valores— tuvo consecuencias mortales. Expertos en modelos epidemiológicos creen que, de haberse iniciado el confinamiento aunque fuese solo una semana antes, Estados Unidos podría haber evitado decenas de miles de muertes. Aun así, más vale tarde que nunca. Y durante un breve periodo de tiempo tuvimos la impresión de que por fin nos habíamos decidido por una estrategia para contener el virus y a la vez limitar las penurias económicas del confinamiento.

Pero Trump y el Partido Republicano han abandonado ya esa estrategia. Se niegan a decirlo explícitamente, y están dando varias explicaciones insinceras para lo que hacen, pero su posición básica es que miles de estadounidenses deben morir por culpa del Dow Jones. ¿Cuál era la estrategia que Trump abandonó? La misma que ha funcionado en otros países, desde Corea del Sur hasta Nueva Zelanda. Primero, usar el confinamiento para “aplanar la curva”, o sea, reducir el número de estadounidenses infectados hasta un nivel relativamente bajo. Después, combinar la reapertura gradual con las pruebas generalizadas, el seguimiento de contactos cuando se detecte un paciente infectado y el aislamiento de quienes pudieran contagiar la enfermedad.

Ahora bien, un confinamiento prolongado significa una gran pérdida de ingresos para muchos trabajadores y empresas; de hecho, casi la mitad de la población adulta vive en hogares que han perdido las rentas del trabajo desde marzo. De modo que, para hacer tolerable el confinamiento, hay que acompañarlo de ayudas para situaciones de desastre, de prestaciones especialmente generosas por desempleo y de ayudas a pequeñas empresas. Y el hecho es que la ayuda para situaciones de desastre ha sido más eficaz de lo que en general se reconoce.

En un principio, las sobrepasadas oficinas de desempleo fueron incapaces de procesar la avalancha de solicitudes. Pero poco a poco han ido poniéndose al día y, a estas alturas, parece que la mayoría de los estadounidenses en situación de desempleo está recibiendo prestaciones que sustituyen una gran parte de los salarios perdidos. La ayuda a pequeños empresarios, a través de préstamos que se convierten en subvenciones si el dinero se utiliza para mantener las plantillas, ha sido mucho más caótica. Así y todo, muchas pequeñas empresas han recibido préstamos y de hecho están usando el dinero para mantener las plantillas. En resumen, la red de seguridad tejida a toda prisa contra la covid-19, aunque esté llena de agujeros, ha protegido a muchos estadounidenses de la pobreza extrema.

Pero esa red de seguridad se retirará en los próximos meses a no ser que el Congreso y la Casa Blanca actúen. Las pequeñas empresas tienen solo una ventana de ocho semanas para convertir los préstamos en subvenciones, lo que significa que muchas empezarán a despedir aproximadamente dentro de un mes. La ampliación de las prestaciones por desempleo expirará el 31 de julio. Y a no ser que los Gobiernos estatales y locales reciban una amplia ayuda de Washington, pronto veremos despidos masivos de maestros, bomberos y policías.

Sin embargo, Trump y su partido se han pronunciado contra el aumento de las ayudas para los desempleados y contra las subvenciones a los asediados Gobiernos estatales y locales. En cambio, el partido pone cada vez más sus esperanzas en la rápida reapertura de la economía, a pesar de que la perspectiva aterra a los expertos, que advierten de que podría conducir a una segunda oleada de infecciones.

¿De dónde proviene este ímpetu por la reapertura? Algunos republicanos afirman que no podemos permitirnos seguir proporcionando una red de seguridad porque estamos incurriendo en un endeudamiento excesivo. Pero eso es al mismo tiempo mala teoría económica y una hipocresía. Al fin y al cabo, los déficits presupuestarios por las nubes no han impedido a los funcionarios de Trump proponer, sí, más rebajas fiscales.

Está también el pretexto de que la presión para que se reabra la economía procede de trabajadores de a pie. Pero a la ciudadanía le preocupa más reabrir demasiado rápido que reabrir demasiado despacio, y los que han perdido su salario por el confinamiento no se inclinan más por una reapertura rápida que los que no lo han perdido. No, la presión para desoír a los expertos viene de arriba; procede de Trump y sus aliados, y cualquier apoyo limitado que puedan estar recibiendo de la ciudadanía deriva del partidismo, no del populismo.

Entonces, ¿por qué Trump y sus amigos tienen tantas ganas de arriesgarse a que la cifra de muertos se eleve mucho más? La respuesta, sin duda, es que están volviendo a las andadas. En las primeras fases de esta pandemia, Trump y la derecha en general restaron importancia a la amenaza porque no querían perjudicar las cotizaciones bursátiles. Ahora están presionando para que se ponga fin prematuramente al confinamiento porque imaginan que eso volverá a hacer que las acciones suban otra vez.

No había por qué seguir este camino. Otro líder podría haberles dicho a los estadounidenses que se encuentran en una dura batalla, pero que al final vencerán. Gobernadores como Andrew Cuomo, que han adoptado esa postura, han visto dispararse su aprobación en las encuestas. Pero Trump no logra ir más allá de esta tendencia a la promoción de sí mismo. Y claramente sigue obsesionado con el mercado bursátil como baremo de su presidencia. De modo que Trump y su partido quieren avanzar a toda velocidad hacia la apertura, sin importar a cuánta gente mate. Como he dicho, en realidad su posición es que los estadounidenses deben morir por el Dow Jones.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips.
https://elpais.com/economia/2020-05-22/morir-para-salvar-al-dow-jones.html

martes, 26 de mayo de 2020

La gripe española de 1918 y el ascenso del nazismo: tomen nota

Los estudios científicos que han demostrado la alta correlación existente entre el deterioro de la vida económica y el ascenso de la extrema derecha son muy abundantes.

Más concretamente, se han podido demostrar algunos hechos que deberían ser tomados muy en cuenta por nuestros políticos y gobernantes.

En primer lugar, sabemos que el ascenso de la extrema derecha no se produce como consecuencia de cualquier tipo de crisis, sino de las financieras y cuando el periodo de recesión posterior a la crisis es duradero.

También sabemos que las políticas de austeridad, los recortes en el gasto público que llevan consigo disminución de las prestaciones sociales y deterioro de los servicios públicos, están altamente correlacionadas con el ascenso del la extrema derecha. Algo que se ha podido demostrar perfectamente en el caso alemán: tras las políticas de grandes recortes que se llevaron a cabo entre 1930 y 1932, el partido nazi multiplicó su voto, pasando de tener poco más del 2% en 1928 a casi el 45% en 1933.

Desde hace unos días sabemos un poco más sobre el ascenso del nazismo en Alemania pues un economista de la Reserva Federal de Nueva York, Kristian Blickle, ha publicado un estudio, todavía en versión preliminar, en el que se demuestra la gran influencia que la pandemia de gripe española tuvo en el éxito posterior de Adolf Hitler (puede leerse aquí).

Blickle ha analizado las muertes producidas por aquella pandemia en las diferentes regiones y ciudades alemanas y ha podido comprobar que allí donde la mortalidad fue más alta se registró tiempo después un mayor apoyo electoral a los partidos de extrema derecha y particularmente al nazi.

Su análisis pone de manifiesto que las ciudades y regiones donde hubo más muertos a causa de la pandemia registraron luego más desempleo y recortes de gasto público. Estos dos factores están claramente relacionados con el ascenso de la extrema derecha, según el análisis de Blickle, aunque igualmente demuestra que ni el mayor nivel de paro ni las políticas de austeridad fueron las únicas vías por las que la pandemia terminó produciendo un aumento del voto al partido nazi. De hecho, señala que otras enfermedades, como la tuberculosis, que producían más o menos las mismas muertes que provocó la gripe española, no tuvieron el mismo efecto sobre el electorado.

En su opinión, lo que ocurrió fue que aquella pandemia concentró principalmente sus efectos sobre la juventud, primero en cuanto a mortalidad se refiere y, más tarde y a consecuencia del recorte de gasto y del cambio demográfico, en la mentalidad y en las actitudes sociales. Blickle señala, por ejemplo, que los recortes afectaron a servicios disfrutados especialmente por la población más joven y que el origen foráneo del virus fomentó el resentimiento hacia los extranjeros que fueron vistos como responsables de la pandemia. De hecho, muestra que el porcentaje de votos para los extremistas de derecha aumentó particularmente en las regiones que históricamente habían culpado a las minorías de las plagas medievales.

En todo caso, el ascenso del nazismo seguramente no pueda explicarse sólo por ese tipo de razones económicas. También se ha comprobado que influyó decisivamente la enorme polarización social y política de aquel periodo. Leon Trotski retrató muy gráficamente lo que ocurría en esa Alemania donde germinaba el terror. Decía que era como una pirámide en cuyo vértice superior había una bola que la extrema derecha, por una parte, trataba de volcar hacia la izquierda para romper la espalda del movimiento obrero mientras que el partido comunista, por otra, la empujaba hacia el otro lado, para rompérsela al capitalismo.

Después de 2008 sufrimos una recesión larga y muy dura, durante unos años que han visto crecer la extrema derecha en casi todos los países del mundo, hasta el punto de que son bastantes los que están gobernados por líderes extremistas como Trump, Orban o Bolsonaro. El Royal United Service Institute, un centro de estudios inglés bastante conservador, acaba de publicar un pequeño informe en el que se indica que el nivel de amenaza del extremismo de derecha amplificado por la crisis global es alto (aquí). Por un lado, porque está extendiendo la idea de que «la reconstrucción de un orden mundial racialmente puro requiere avivar el caos mediante ataques masivos y tomar las armas para desencadenar una guerra racial»; y, por otro, por el riesgo de que un colapso económico provocado por las medidas necesarias para atajar la pandemia produzca disturbios civiles masivos que desestabilicen a los gobiernos y fuerzas de seguridad.

La covid-19 no es una pandemia exactamente igual que la provocada por la gripe española, pero deberíamos tener cuidado pues sus antecedentes y la situación que se está generando tienen casi todos los ingredientes que facilitaron la llegada al poder de los nazis: el deterioro económico es evidente, los recortes ya los hemos sufrido y otros nuevos están a la vuelta de la esquina, el desprecio de la política democrática como instrumento de gestión de los asuntos públicos es extraordinario, la polarización agobiante y la xenofobia tremenda. ¿Qué se puede esperar cuando nada más y nada menos que el portavoz del Departamento de Salud y Servicios Humanos de la primera potencia mundial, Michael Caputo, dice que la covid-19 se produce porque «millones de chinos chupan la sangre de los murciélagos rabiosos como aperitivo y se comen el culo de los osos hormigueros», o que «los demócratas están presionando para que el virus mate a mucha gente»? (aquí).

A mi juicio, la conclusión ante estos estudios históricos y ante la situación en la que nos encontramos es bastante clara. Hay que ser muy pragmáticos porque lo mejor suele ser enemigo de lo bueno: hay que evitar, antes que cualquier otra cosa, que la economía, la situación de las empresas y las condiciones de vida de la gente se deterioren. Y, además, hay que luchar contra la polarización política y tratar de evitarla por todos los medios. Insistir hoy día en una estrategia de confrontación entre derecha e izquierda es la forma más rápida y segura de provocar un choque social de consecuencias nefastas que sufrirán en mayor medidas las clases trabajadoras y las personas menos favorecidas. Es imprescindible diseñar un proyecto político de mucha más amplia mayoría, basado en la defensa de los derechos humanos, de la democracia, de la transparencia, la libertad, la solidaridad y la justicia; un proyecto que sólo tenga enfrente a quienes se atrincheran en el búnker de sus privilegios y de su inmenso egoísmo, y no a la mitad de la sociedad.

Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y ‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’

Fuente:
https://blogs.publico.es/juantorres/2020/05/22/la-gripe-espanola-de-1918-y-el-ascenso-del-nazismo-tomen-nota/

lunes, 25 de mayo de 2020

¿Por qué lo llaman libertad cuando quieren decir poder?

Los demás países de Europa miran con sorpresa a los que piden libertad a gritos pensando que se han equivocado de país. Es porque no saben que los españoles cuando decimos amor lo que queremos decir es sexo.

Lo decía Manuel Jabois en su crónica del debate parlamentario del martes para este periódico: “Se desliza una idea para almas sensibles que empieza a prender en las calles de España: nos quieren encerrados para imponer una dictadura de facto (…) un argumento altamente contagioso que amenaza con extenderse con el mismo objetivo de siempre: devolvednos no la libertad, que nunca la han perdido, sino el poder”. Es decir, que cuando la gente grita “¡libertad!” desde los balcones o en las manifestaciones que últimamente se producen en algunas ciudades españolas trasgrediendo el estado de alarma en vigor lo que está diciendo realmente es “¡devolvednos el poder, que es nuestro!”. Solo de esta manera se explica que gritar “¡libertad!” no le cueste a nadie su detención, cosa que sucedería si verdaderamente no la hubiera, como más de uno y más de dos aún pueden atestiguar en este país. Otro que podría hacerlo, el comisario franquista Billy el Niño, desgraciadamente ya no está entre nosotros para confirmarlo.

La dictadura de Sánchez-Iglesias deja, pues, mucho que desear. En los demás países de Europa, de hecho, la consideran una democracia y miran con sorpresa a los que piden libertad a gritos pensando que se han equivocado de país o que han bebido. Es porque no saben que los españoles cuando decimos amor lo que queremos decir es sexo.

Este verano, los extranjeros vendrán en mucho menor número a nuestras playas, pero no porque no haya libertad en España, sino por miedo al contagio de una enfermedad que sigue amenazándonos a todos y que aconseja que permanezcamos en nuestros países. En ninguno de los de Europa sé de nadie que grite pidiendo libertad por ello. Solo en España, que siempre tiene que ser diferente, por lo que se ve. Cuando había una dictadura de verdad, los extranjeros se sorprendían de que aquí poca gente se quejara de ella (no era cierto, muchos lo hacían, pero en voz baja: había que tener cuidado) y ahora se sorprenden de que en el país que muchos consideran el más liberal de Europa por su avanzada legislación social haya gente que pide libertad a gritos.

¿Cómo explicarles que lo que piden realmente los que lo hacen, que no son tantos, no nos engañemos (eso sí, hacen mucho ruido), no es libertad, sino el poder que han perdido en las elecciones; un poder que consideran suyo por definición? La única forma que se me ocurre es explicarles la historia de España, esa historia que cuenta que cada vez que la izquierda ha llegado al poder la derecha se ha levantado en armas (1936) o a gritos (“¡váyase, señor González!”, “¡Zapatero, vete con tu abuelo!”, “¡Sánchez okupa!”), lo que demuestra su mal perder democrático. Aunque los extranjeros posiblemente lo entiendan mejor mostrándoles la película de Manuel Gómez Pereira cuyo título, ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, dice más del carácter de los españoles que 100 tratados de sociología. Luego que cambien amor por libertad y sexo por poder y tendrán una visión perfecta de lo que verdaderamente mueve a todos esos manifestantes que, envueltos en banderas españolas como si les pertenecieran en exclusividad también, piden la dimisión de un Gobierno que ha sido el elegido por los españoles en las urnas hace tan solo seis meses. Seis meses de bronca incesante, antes y después del estado de alarma aprobado en el Parlamento por mayoría.

https://elpais.com/opinion/2020-05-22/por-que-lo-llaman-libertad-cuando-quieren-decir-poder.html

domingo, 24 de mayo de 2020

El anillo del rey

Miguel Ángel Santos Guerra


Estamos viviendo una crisis sin precedentes. Nos asedia el miedo del contagio. Y el de ser portadores del virus y convertirnos en un arma mortal para personas que se acerquen a nosotros, conocidas o no.

No vemos cerca la salida de esta crisis que nos tiene todavía encerrados en las casas, en un confinamiento tan necesario como difícil. Cada día nos inundan de gráficas y de estadísticas y a veces nos olvidamos de que, detrás de los números, hay una personas de carne y hueso.

Ha comenzado la desescalada. Estamos recorriendo las fases con pies de plomo, tratando de deshacer el dilema salud versus economía. Las comunidades autónomas se han instalado en una extraña competitividad para ver quién recorre primero las cuatro fases. Y no hay que apresurarse. No hay que salir primero. Hay que salir todos.

Quiero mandar un mensaje de esperanza, de optimismo y de fuerza. Porque, sea temprano o sea tarde, saldremos de esta. Es cierto que algunos compatriotas no van a poder contarlo. Con las muertes hemos pagado el más alto precio de la crisis. El más cruel. No solo por la muerte sino por la triste y solitaria forma en que ha ocurrido.

Creo que deben alegrarnos las pasos que vamos dando. Nos estamos convirtiendo en supervivientes. Todos tenemos una responsabilidad en la superación de la pandemia. Es la hora de la gente.

Algunos, lamentablemente, han salido del confinamiento como sale el champán cuando se descorcha la botella después de agitarla. Y eso es muy peligroso. Seamos responsables, seamos rigurosos en el cumplimiento de las indicaciones políticas y sanitarias. Acabo de ver una manifestación contra el gobierno de vecinos y vecinas del lujoso barrio madrileño de Salamanca. Apelotonados, sin mascarillas, sin guantes, poniéndonos en riesgo a todos. Envueltos en la bandera de España, eso sí, porque las consideran suyas. Me refiero a la bandera y a la patria. Indignante. Despreciable. No es el momento de decir “Abajo Sánchez” sino “Abajo el virus”. Pueden decir lo que quieran, ya lo sé. Pero, por Dios, respetando las normas de protección porque, de lo contrario, todo el esfuerzo no valdrá para nada. Esos manifestantes han tenido un comportamiento delictivo. No por lo que gritaban sino por lo que hacían. Libertad de opinión, sí. Libertad de destrucción, no.

A pesar de todo, saldremos adelante. Hay países, como Dinamarca, que han dado por superada la crisis. Otros están avanzando a pasos más o menos rápidos hacia la salvación. Nosotros también saldremos. Pasará todo. Pasará. Aunque tengamos que seguir conviviendo con el virus.

En el libro de Jaume Soler y M. Mercè Conangla titulado “La ecología emocional. El arte de transformar positivamente las emociones”, he encontrado una historia que me parece de singular importancia para esta coyuntura. Dice así:

Una vez, un rey de un país no muy lejano reunió a los sabios de su corte y les dijo: He mandado hacer un precioso anillo con un diamante a uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar, ocultas dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño el mensaje, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo.

Todos aquellos que escucharon los deseos del rey eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados… Pero, ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía durante muchas horas, sin encontrar nada que se ajustara a los deseos del poderoso monarca.

El rey tenía muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como de la familia y gozaba del respeto de todos.

El rey, por esos motivos, también lo consultó. Y éste le dijo:

– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.

– ¿Como lo sabes?, preguntó el rey.

– Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje.

En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.

– Pero no lo leas, dijo. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida en una situación.

Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle. Caer por él sería fatal. No podía volver atrás, porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad del enemigo.

Fue entonces cuando recordó lo del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento… Simplemente decía: Esto también pasará.

En ese momento fue consciente de que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto es que le rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos.

El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejército y reconquistó su reinado.

El día de la victoria, en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de sí mismo.

En ese momento, nuevamente el anciano estaba a su lado y le dijo:

– Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo.

– ¿Qué quieres decir?, preguntó el rey. Ahora estoy viviendo una situación de euforia y alegría, las personas celebran mi retorno, hemos vencido al enemigo”.

– Escucha, dijo el anciano. Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje… Esto también pasará.

Y, nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.

Entonces el anciano le dijo:

Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.

Hasta aquí la historia del anillo del rey. Con su moraleja de esperanza y con su advertencia para los tiempos de bonanza cuando esto haya pasado. La historia nos dice que, una vez alcanzado el fin de la crisis, es probable que no podamos instalarnos en la plena tranquilidad de forma definitiva. Porque también esa bonanza pasará. Podemos echar las campanas al vuelo pero con la seguridad de que su repique podría cesar en cualquier momento. Hoy toca esperanza porque la pandemia de la covid-19 está pasando. Porque, sin duda, pasará.

sábado, 23 de mayo de 2020

Eduardo Mendoza: “No hay épica; estamos en casa esperando a que pase el chaparrón”

El escritor analiza desde su casa de Barcelona la crisis actual: “Claro que he tenido miedo, otra cosa es exteriorizarlo y hacer con eso literatura”

Cuando Eduardo Mendoza (Barcelona, 77 años) publicó La verdad sobre el caso Savolta Juan García Hortelano escribió en el segundo número de EL PAÍS, el 5 de mayo de hace 44 años, que sería bueno que “monopolizados por la estadística” leyeran a aquel nuevo novelista que había afrontado una historia de pistoleros, patriotas y anarquistas que vivían los restos de una guerra y se acercaban a otras de dimensiones pandémicas, la guerra civil española y la II Guerra Mundial. Muchos años después, Mendoza (Premio Cervantes de 2016) publicó El rey recibe (Seix Barral, 2018), donde recorre las distintos hechos (guerras y plagas) que lo tuvieron a él mismo como testigo en el convulso siglo XX. Vive estos años de su madurez en Londres, pero pasa el confinamiento en su ciudad, Barcelona, donde nació en medio de la Segunda Guerra Mundial. Sobre este tiempo de pandemia, el autor de Sin noticias de Gurb (ficción distópica nacida en este periódico), nos habló desde su casa, por FaceTime.

Pregunta. En El rey recibe recorre usted guerras y plagas (como el sida). En esa sucesión de hechos, ¿qué lugar ocuparía lo que nos pasa ahora?
Respuesta. Lo pienso desde hace mucho tiempo. Lo curioso será cómo lo veremos cuando tengamos un poco de perspectiva, cuando no estemos metidos en esta situación tan extraña. Nunca habíamos imaginado una cosa así. Habíamos imaginado guerras, sunamis, terremotos, pero estar encerrados en casa, ir por la calle con mascarillas, no poder tocar nada ni a nadie…, esa es una situación muy extraña. Desde los políticos a las personas normales, yo incluido, le estamos dando una dimensión épica que no tiene. Ha habido conductas abnegadas, admirables, pero lo que se dice épicas..., épicas no las hay. Estamos metidos en casa, esperando que pase el chaparrón, como animalitos que se esconden en la cáscara aguardando a que el mal se vaya. Imagina qué dirán los que vengan: hubo una época en que la gente se metió en casa, escribían unos diarios de confinamiento que realmente no valían nada, y estaban a la espera de lo que pudiera suceder, que en realidad desconocían. La incertidumbre que se plantea es en qué consiste perder y en qué consiste ganar. Perder es fácil de decirlo, porque es morir. Pero, ¿en qué consiste ganar? Vamos a ganar, se dice, pero ¿qué vamos a ganar? No sabemos. Es una batalla bien extraña esta, bien extraña.

P. Ya se dice menos, pero hubo un tiempo en el que se comentaba que íbamos a salir mejores de esto. 
R. Sí, “nada volverá a ser como antes”. Yo creo que todo volverá a ser como antes una vez que nos hayamos olvidado de esto. Ha habido cosas mucho más tremendas, como guerras y otras plagas, y al cabo del tiempo se han olvidado y los enemigos se han vuelto amigos y la gente ha vuelto a reír y a disfrutar. No cambiará la naturaleza humana por la covid-19. Desde los políticos a las personas normales, yo incluido, le estamos dando una dimensión épica que no tiene. Ha habido conductas abnegadas, admirables, pero lo que se dice épicas..., épicas no las hay

P. Vive o ha vivido en países prestigiosos, como el Reino Unido, donde ahora reside, y Estados Unidos. Ambos están en cuestión, después de ser tenidos como potencias capaces de afrontarlo todo. 
R. Esto ha servido para aprender muchas cosas, algunas de las cuales algunos que hemos vivido en esos sitios ya sospechábamos. Sabemos que son gigantes con pies de barro. Gigantes, a pesar de todo; los demás son enanos con pies de barro. Algo que me ha sorprendido mucho ha sido la falta de material, de mascarillas, de guantes. La potencia industrial tremenda que tienen Estados Unidos, el sudeste asiático, Japón, no ha sido capaz de fabricar unas mascarillas de papel con una goma y unos guantes de usar y tirar. Esto quiere decir que las cosas no son como nos las imaginábamos, que la industria no es tan poderosa. Esa es una sorpresa muy grande: ¿por qué faltaba material? ¿Por qué durante dos meses hemos estado así en un mundo de tan alta tecnología? Qué cosa más curiosa: se puede hacer un portaviones en una semana y no se pueden hacer mascarillas.

P. Cuando publicó Mauricio y las elecciones primarias, Agustí Fancelli le dijo en EL PAÍS que usted no renuncia nunca a su humor corrosivo, pase lo que pase. ¿Lo que ha vivido en la Inglaterra de Boris Johnson ha sacado a flote ese humor suyo?
R. Boris Johnson es un payaso; inteligente, ambicioso, astuto, pero un payaso de vocación. No lo puede evitar, tiene que hacer el payaso. Enfrentado a una situación así, la combinación payaso y drama es explosiva. Trump es otra cosa. Es un payaso más corrosivo, con un trasfondo peor. Es un producto de una sociedad frívola, y es un hombre de una extraordinaria frivolidad. Lo dijo: “Por aquí no pasará el virus”. Todo esto es digno de Chaplin, de Buster Keaton, de este tipo de personajes. Pero, claro, puede tener consecuencias muy graves para la cadena del poder, porque afecta a quienes están en puestos de responsabilidad ya que las cosas funcionan solas. En el momento en el que hay que tomar las riendas no tienen ni idea, ni idea.

P. Desde el punto de vista particular, ¿a usted le ha satisfecho haber pasado el confinamiento en España?
R. Es lo que elegí. Estaba en Inglaterra cuando empezó el confinamiento y pensé que la cosa no sería corta, que además yo era una de las personas que está en situación de riesgo, por la edad, y pensé que pasara lo que pasara estaría mejor en España, más protegido y con más recursos. Salí corriendo, en uno de los últimos aviones en que se permitió el viaje sin mayor dificultad, con mascarilla. Estoy muy contento de haber venido a España, y de estar en mi casa, en Barcelona. Lo que se llaman “productos de proximidad” aquí son mejores.

P. ¿Cómo ha visto la gestión de este mal entre nosotros, no solo en el ámbito político, sino también en la ciudadanía?
R. No tengo elementos de juicio. Los políticos han hecho lo que buenamente podían en una cosa de la que no sabían nada. Quizá su fallo ha sido no saber explicarlo bien, no saber confesar que no hay soluciones fáciles y que nadie sabe muy bien lo que tiene que hacer. A nivel ciudadano creo que el comportamiento ha sido muy bueno. Pero tengo una visión muy limitada: mis amigos, mi barrio, todo esto es ejemplar, todos se comportan aquí como alumnos aventajados. No sé qué ocurre en otros grupos y comunidades más apretadas, más necesitadas, en condiciones más precarias. Deduzco que el comportamiento ha sido bueno. Siempre hemos sido bastante disciplinados, más de lo que parece. Nos dicen que no fumemos y no fumamos. Nos dicen que no salgamos de casa y no salimos.

P. Aquí el disenso político es más ríspido que el se produce en otros países. ¿Lo percibe así?
R. Creo que empezó la cosa bien, con una cierta solidaridad, con el deseo de colaborar todos por el bien común. Poco a poco esto se ha ido desgastando y volvemos a los enfrentamientos, a sacar partido. La historia los juzgará. Por ejemplo, en el caso de Portugal parece que es ejemplar lo que ocurre; en Inglaterra siempre ha habido un cierto patriotismo en el mejor sentido de la palabra: que salga el país adelante, ya habrá momento de pelearse. Ellos han pasado muchas guerras y no han tenido guerras civiles recientes. Están acostumbrados a trabajar juntos. Nosotros tenemos cosas muy buenas, mejores que las que tienen los ingleses, somos más amables y generosos, pero como colectivo somos peleones, no tenemos sentido de lo que José Antonio [Primo de Rivera] llamaba “unidad de destino en lo universal”. No le hicimos ningún caso al pobre José Antonio…(!!!!)

P. Tanto en la escrituras como en lo humano, hasta en su forma de vestir, usted siempre ha dado sensación de aplomo, como si físicamente le resbalaran las cosas. En este caso, y no solo por los riesgos de la edad, sino por los hechos mismos, ¿usted ha sentido miedo?
R. Miedo lo he tenido y lo sigo teniendo. Lo tengo por mí mismo, porque pienso que en cualquier momento, por la cosa más simple e imprevisible, puedo agarrar la enfermedad y no contarlo. Y dejar interrumpido lo que estoy haciendo, lo que estoy leyendo, ¡incluso no llegar a saber cómo acabará La Liga! Cosas que parecen muy tontas hasta que realmente te enfrentas con ellas. La de cosas que no has hecho, los planes que tenías. Por supuesto, tengo mucho miedo por las personas que me rodean, por las personas que quiero. Muchos amigos o conocidos que hubieran vivido más años y que se han ido rápidamente por el coronavirus, una muerte fea y triste. Claro que he tenido miedo, otra cosa es exteriorizarlo y hacer con eso literatura.

P. ¿Y qué hace un hombre de ficciones como usted con todos estos materiales? ¿Qué pasa por su cabeza?
R. Soy muy distinto de los periodistas, no tengo ese espíritu. Con la realidad inmediata casi nunca se me ocurre hacer nada. Siempre estoy hablando de historias pasadas. Desde el punto de vista del presente, con la perspectiva actual, pero siempre de historias pasadas. Con esto que pasa ahora, en vez de observar soy observado por la realidad y ya veremos lo que pasa más adelante.

P. Cuando empezó todo esto hubo quienes se dirigieron a usted para que resucitara a Gurb y este observara, como usted dice, a los observados.
R. Me hace siempre mucha gracia esto que ocurre con Gurb. Es un personaje que me persigue, me acompaña, al que tengo mucho cariño, pero que es casi independiente de mi, porque así lo considera la gente. Lo que me pedían no era que yo escribiera, sino que yo volviera a llamar a este personaje para que él viniera y dijera lo que tuviera que decir. Pero esto es muy absurdo. Yo no puedo ahora repetir una cosa en circunstancias muy distintas. Yo soy otro, lo que pasa es otra cosa. Gurb ya se ha convertido en un personaje independiente, tengo su número de teléfono, pero nada más.

P. Si se sentara con ese personaje seguro que le hubiera dado humor a este tiempo. ¿Falta humor ahora?
R. No, no. Yo creo que hay una buena dosis de humor. Precisamente es algo que caracteriza a esta situación. La invasión de chistes que llegan por los distintos medios, gente que hace minipelículas…, nadie me manda cosas trágicas. A veces me llega alguien cantando un aria, pero en general son bromas, chistes, historias divertidas de parejas hartas de confinar, recetas de cocina. ¡Lo que hemos aprendido de cocina! El humor es siempre la cara oculta de los miedos, de problemas… Responde a una realidad del encierro, de las convivencias forzosas en unos espacios reducidos, en un tiempo para el que nadie estaba preparado. Londres es museos, teatro, bares, ¡y solo puedes ver pajaritos!

P. “Las ciudades son las grandes protagonistas de nuestras vidas”, le decía usted también al compañero Fancelli. Y ahora vive encerrado en Barcelona, una ciudad que es como un ombligo sin ventanas.
R. No sé lo que está pasando, no sé qué pasa en mi barrio, aquí al lado. Yo soy una persona que va a las ciudades y trata de ocuparlas en toda la extensión. Voy a barrios que no conozco, me meto en bares a los que no he entrado nunca… Me gusta el fenómeno ciudad. Pero ahora no sé qué pasa a 300 metros de mi casa, Barcelona vacía, Barcelona sin turistas. Hoy me decían que hay restaurantes y bares que han puesto el cartelito de “en alquiler”, porque ya han cerrado antes de pasar a la primera fase. ¿En qué se convertirá Barcelona, una ciudad que ha vivido precisamente de venderse a sí misma? No lo sé, es una gran incógnita. Pero cuando hay un momento de necesidad el salto que hay entre tener y no tener es tremendo. ¿Cómo vive esta situación la gente sin medios y cómo la vive gente con medios, con casas grandes, con una bodega bien surtida?

P. Decía usted, al hablar de El rey recibe, que las plagas y conflictos del siglo XX pasaron una enorme factura. ¿Imagina la factura de este tiempo?
R. Una cosa de la que no se habla mucho es de cómo resucitan las diferencias sociales, cómo han pasado esta situación los ricos y los pobres. Una diferencia abismal. Mientras la vida es normal, se disimula un poco, porque todo el mundo tiene sus compensaciones. Pero cuando hay un momento de necesidad el salto que hay entre tener y no tener es tremendo. ¿Cómo vive esta situación la gente sin medios y cómo la vive gente con medios, con casas grandes, con una bodega bien surtida, con una despensa llena, con dinero del que echar mano hasta que las cosas vuelvan a funcionar? No sé si las revoluciones salen de estas situaciones o no.

P. Siempre se ha mostrado atento y crítico a la realidad del periodismo. Este tiempo ha sido también el tiempo de los periodistas. ¿Cómo ve usted este instrumento social que es la prensa hoy?
R. Una de las cosas que nos ha enseñado esta situación es el valor de la prensa, de la información. En épocas de más inercia el periódico era un entretenimiento de las mañanas. Ahora es lo primero que se mira, antes de desayunar, antes de lavarse la cara. A ver si ha mejorado, o si ha empeorado la situación… Cuando salgo a aplaudir no solamente aplaudo a los sanitarios, sino a mucha más gente. A los que hacen que no falte comida en los supermercados. Y también a los periodistas, que están ahí cada mañana y que me están dando a cada momento lo que necesito para saber. Yo creo que los periodistas se habían relajado un poco y ahora han estado otra vez a la altura. El periodismo ha cumplido y sigue cumpliendo y hay que ponerle buena nota. Toda esa cuestión de los nacionalismos, que han estado tan presentes, ahora están un poquito por ahí, perdidos. Pero ya volverán, porque estas cosas no se apagan tan fácilmente.

P. La verdad sobre el caso Savolta es sobre lo que ocurre después de una guerra y antes de que ocurran otras. Cuando se reeditó este libro en 2015, celebrando 40 años desde su publicación en 1975, estaba en efervescencia el asunto de la independencia de Cataluña. Usted dijo: “No entiendo lo que pasa, no veo a dónde va, me preocupa. Me da miedo”. Ahora tantas cosas parecen desvanecerse…
R. El vuelco que han dado noticias que parecían graves y que estaban en primera página y ahora están en la página 20 o en los crucigramas…

P. “Felizmente insatisfecho” se declaraba usted tras el premio Cervantes. ¿Y ahora?
R. Cada vez menos insatisfecho. He tenido mucha suerte, y la sigo teniendo. He visto tanta gente que no ha tenido suerte, o que no la tiene, y que ha pasado por cosas tan dramáticas. No he vivido toda mi vida de cumpleaños feliz, pero he tenido una gran suerte. Este es un balance de nota bastante alta, como la que le doy a los periodistas.

P. Tras su Cervantes en 2016 decía que entonces un hueco grande que sentía era no poder llamar a su agente, Carmen Balcells [fallecida en 2015]. Ella representaba, como Hortelano, como Juan Benet, como aquellos veteranos, una época de añorada calidad…
R. De la calidad de este tiempo hablarán los que vengan luego. ¡A lo mejor nosotros somos los Hortelano y Benet de estos tiempos, quién sabe! En mi caso particular, tuve una suerte muy grande: conocí a toda esa gente. En cuanto a Carmen Balcells… Vivir en su tiempo y cerca de ella era como haber nacido en casa de millonarios, era un lujo reservado a muy pocos, era un lujo mayor que tener un yate. Hay en su agencia gente magnifica, que sigue ahí muy atenta, aunque ahora ya no estoy construyéndome una carrera y construyéndome a mi mismo. Ahora estoy, digamos, hecho o en proceso de deshacer. Tener años significa que hay cosas que ya tienes hechas, que no las tienes que volver a hacer.

https://elpais.com/cultura/2020-05-17/eduardo-mendoza-no-hay-epica-estamos-en-casa-esperando-a-que-pase-el-chaparron.html?event_log=fa&o=cerrado

viernes, 22 de mayo de 2020

_- No hagan caso a José Carlos Díez: Recortar ahora el gasto es suicida

_- El economista José Carlos Díez acaba de publicar un comentario en su cuenta de Twitter que obliga a criticarlo por lo que tiene de infundado e irresponsable.

En condiciones normales no me haría eco de sus observaciones. Es, posiblemente, el economista que más falló en sus análisis de la última crisis, cuando negaba que en España se estuviera produciendo una burbuja inmobiliaria o que aquí se fuese a producir una recesión económica. Y ya he demostrado en alguna ocasión que se equivoca tanto porque no tiene independencia de criterio y porque desconoce rudimentos esenciales de la teoría económica. No sabe, por ejemplo, cómo es el funcionamiento elemental de la circulación monetaria, como puse hace tiempo de manifiesto en un artículo publicado en este mismo diario (Economistas que pierden el norte atacando a Podemos). Además, siempre me ha tratado mal y con poca educación, de modo que no le tengo ningún aprecio personal. Puedo pasar por alto que alguien no sea un buen economista, pero no que sea descortés y mala persona.

En este caso, sin embargo, tengo que dedicar unos minutos a rebatir su opinión porque, como he dicho, no sólo no tiene fundamento, sino que es sumamente irresponsable y porque sería muy peligroso para España que se llevara a cabo lo que propone.

Dice Díez que «un gobierno serio asumiría que no podemos financiar un déficit del 15% del PIB y haría recortes para limitarlo este año».

Esa observación no tiene fundamento porque no se puede afirmar que sea imposible que España financie ese déficit. Si se alcanzara, nos situaría más o menos en el nivel de deuda en relación con el PIB que a finales de 2019 tenía Portugal (117,7%) o bastante por debajo de la de Italia (134,8%).

No digo ahora que alcanzar ese nivel sea bueno o malo (lo comentaré enseguida) lo que digo es que no tiene fundamento aceptar que esos dos países pueden financiar ese porcentaje de deuda y una cantidad absoluta mayor (en el caso de Italia) y España no. Sobre todo, cuando el incremento se ha producido por el efecto de una crisis sanitaria que ha obligado a que todos los gobiernos realicen gastos extraordinarios y cuando hasta el Banco Central Europeo está diciendo que pondrá el dinero que haga falta para que los bancos proporcionen el crédito necesario para evitar el colapso económico.

¿Qué tiene en la cabeza Díez para creer que los bancos centrales van a dar dinero ilimitado a los privados para que presten y que estos no van a aprovechar para conceder todo el crédito posible a los gobiernos? Otra cosa será que las consecuencias de ese endeudamiento sean muy onerosas, o incluso fatales (enseguida diré que no tiene por qué ser así), pero decir que será imposible que España se financie, cuando están prestando a países en condiciones económicas mucho peores y con mayor nivel de deuda pública, es algo que sólo puede decir quien, como Díez, ha demostrado ya en otras ocasiones que desconoce los entresijos reales de la vida económica.

Además de infundado, el juicio de Díez (si es que el comentario mereciera esta denominación) es irresponsable.

¿Quién, en plenitud de condiciones mentales, puede decir que lo que debe hacer un gobierno, en medio de una epidemia que obliga a cerrar actividades económicas en todo el mundo, es reducir el gasto?

¿Qué debe hacer el gobierno español, anular las ayudas a las empresas, cuando, en realidad, deberían haber sido aún más cuantiosas? ¿Dejar que cierren miles de ellas, que se hunda el sector turístico, que perdamos el comercio de cercanía o que se arruinen millones de trabajadores autónomos? ¿Debe anular el gobierno las prórrogas en el cobro de los impuestos que se están dejando de pagar? ¿Deja de financiar expedientes de regulación temporal de empleo? ¿Reduce el gasto sanitario en medio de una emergencia sanitaria, cuando todo indica que habrá un rebrote en el otoño o invierno? ¿Recorta el gasto educativo, justo cuando cientos de miles de estudiantes tienen más dificultades para cursar su enseñanza por el confinamiento? ¿Recorta las pensiones, para terminar de matar a nuestros padres, madres o abuelas y abuelos, o para destrozar todavía más las residencias en donde viven muchos de ellos? ¿Renuncia a establecer un ingreso mínimo o al subsidio de desempleo para las personas que no tienen medios de subsistencia? ¿Recorta en administración de Justicia, en cuidados, en la investigación que puede ayudar a encontrar vacunas o a fomentar la innovación que necesita nuestra economía?

Francamente, creo que hay que ser muy irresponsable para pedir que, en este año 2020, el gobierno español haga esas cosas.

Ahora no se puede recortar el gasto. Al recortar gastos públicos como los que he mencionado lo que se hace es reducir el ingreso que inmediatamente va a recibir un sector privado que en estos momentos no puede generarlos. La propuesta de recorte de Díez llevaría directamente al colapso de nuestra economía y a una crisis social sin precedentes en nuestra historia. Y eso ahora, pues no quiero ni pensar en las consecuencias de lo que propone si el virus vuelve a propagarse con más fuerza tras el verano y es necesario realizar un nuevo confinamiento.

La prueba de que recortar gasto es una irresponsabilidad es que no hay ni un sólo gobierno de países avanzados que lo haya hecho, ni una sola institución, autoridad u organización internacional que lo proponga.

En mitad de una emergencia sanitaria una persona inteligente y responsable habla como habló Ángela Merkel: «Haremos lo necesario para superar esta situación. Y luego veremos qué significa esto para nuestro presupuesto». Una irresponsable y sin conocimientos de economía dice lo que ha dicho Díez, que hay que recortar el gasto.

Díez escribe como si desconociera los efectos tan negativos que tuvo en España y en toda Europa la política de recortar gasto en plena crisis de 2008, cuando los agentes privados no generaban ingresos; y ahora, en una situación aún peor y mucho más justificada al tratarse de una crisis sanitaria, pide que se vuelva a cometer el mismo error que retrasó la recuperación, que debilitó el aparato productivo y las fuentes de generación de ingreso y que redujo el bienestar social.

El gobierno de España debe mantener las ayudas a las empresas, a autónomos y a los hogares, e incluso yo creo que debe tratar de aumentarlas y alargarlas en el tiempo lo más posible, con seguridad y certidumbre, hasta que reanuden plena y satisfactoriamente su actividad. Y no puede permitirse reducir el gasto social, ya por debajo de la media europea, ni las inversiones productivas que son necesarias para que las empresas realicen cambios imprescindibles ante las transformaciones globales que están a la vuelta de la esquina.

Otra cosa es que hay que plantear cómo financiar el incremento inevitable de la deuda. Yo vengo criticando en estos dos meses últimos la política europea al respecto pero, incluso siendo extraordinariamente crítico, no puedo dejar de reconocer que la Unión Europea y el Banco Central Europeo están proporcionando fuentes de financiación que hasta ahora no han estado a nuestro alcance; además de permitir algo tan significativo como que los países se salten las reglas de estabilidad presupuestaria. No hay un día en que sus propios dirigentes no digan que hay que hacer lo imposible por financiar las necesidades extraordinarias de los gobiernos frente a la pandemia. Y hoy viernes 15 de mayo se vota en el Parlamento Europeo una resolución conjunta reclamando por amplísima mayoría (80% de la Cámara) un paquete de actuaciones basado en transferencias y en préstamos para hacer frente a la reconstrucción. Díez, sólo por estar resabiado con Pedro Sánchez y sus equipos porque apoyó a Susana Díaz, pide que renunciemos a ello y que España haga lo contrario. Una irresponsabilidad.

Desgraciadamente, el aumento de deuda que vamos a registrar lo vamos a tener que financiar en condiciones que no van a ser ni las deseables ni las mejores que podrían darse si las autoridades europeas fuesen sensatas y utilizaran los medios que utilizan otros gobiernos, si se monetizara aumentando la capacidad productiva (algo que no tendría por qué provocar subida de precios) o si el Banco Central Europeo aprovechase la ocasión para reestructurar la deuda de todos los gobiernos. Pero, a pesar de ello y aunque no sea en las mejores condiciones, España podrá financiar un incremento de deuda que es imprescindible que se produzca si no queremos que nuestra economía se venga abajo. Lo que deberíamos hacer todos los economistas sin distinción de ideologías es aportar ideas y apoyo para encontrar las mejores fuentes de financiación.

Y, por supuesto, todo esto tampoco quiere decir que no haya que revisar el gasto que realizan nuestras administraciones. Hay que aprovechar para auditar, para detectar el innecesario y acabar con el despilfarro que en ocasiones se produce, para aumentar los controles y ser siempre austeros, en el sentido auténtico de la expresión, a la hora de utilizar los recursos comunes. Como también hay que pensar en la otra cara del presupuesto, de la que no habla Díez. Limitarse a recortar gasto para equilibrar el presupuesto, como pregona, es una solución tan inteligente para una economía en crisis por emergencia sanitaria, como la de matar al enfermo para bajarle la fiebre. Una auténtica barbaridad. Hay que mirar también el otro lado, el de los ingresos. No para aumentar la carga fiscal general sino para bajarla, haciendo que todos paguemos en función de nuestra capacidad y no de nuestro privilegio.

Lo que menos necesita España en estos momentos es el resentimiento que lleva a enfrentarse al gobierno recurriendo a cualquier tipo de argumento, por irresponsable o infundado que sea, como el de Díez. Hay que criticar, hay que señalar lo que no se hace bien pero también es necesario pensar un poco lo que se dice, dedicar algún tiempo al estudio antes de sacar conclusiones y dejar el rencor en el armario.

https://www.juantorreslopez.com/no-hagan-caso-a-jose-carlos-diez-recortar-ahora-el-gasto-es-suicida/#more-8805

jueves, 21 de mayo de 2020

Desmemoria. El Estado democrático les ampara, pero su aprecio por la democracia está supeditado a que los suyos ganen, o no, las elecciones

La historia de España es como la morcilla de mi tierra, escribió el poeta Ángel González, se hacen las dos con sangre, se repiten. Las protestas del madrileño distrito de Salamanca, ajenas hasta ahora a la sangre, estremecen como repetición. Ya sé que son todos pijos, ya sé que son sólo cien, ya sé que parecen un chiste, pero no tienen gracia. Un extranjero creería que protestan por el confinamiento y se equivocaría.
Aunque gritan “libertad”, la libertad les trae sin cuidado. Sus padres jamás la echaron de menos mientras vivieron en una dictadura. Sus abuelos, que financiaron y patrocinaron esa dictadura, se enriquecieron gracias a ella.
Sus descendientes se manifiestan ahora contra un Gobierno que no sienten como propio, aunque sea el que legítimamente rige el destino de la nación, y se envuelven en la bandera nacional como si bastara para identificarles, porque creen que no representa a nadie más que a ellos.
El Estado democrático les ampara, pero su aprecio por la democracia está supeditado a que los suyos ganen, o no, las elecciones. Cuando es que no, ni siquiera el razonable deseo de preservar la salud, propia y ajena, en plena pandemia, logra refrenar sus ansias de recuperar el botín de sus mayores. Aunque no lo sepan, son una muestra de la fragilidad congénita de la democracia española, el afán por pasar página sin haberla leído previamente con tal de tener la fiesta en paz, que caracterizó el espíritu de la Transición.
La falta de análisis, de crítica, de ruptura efectiva con el franquismo les persuadió de que no tenían nada de lo que avergonzarse y ahí están, gritando que la calle es suya. La memoria no tiene que ver con el pasado, sino con el presente, pero la desmemoria logra que pasado y presente se confundan.

miércoles, 20 de mayo de 2020

La alegría de trabajar en un proyecto sobre alegría

Por Anya Strzemien

Las cosas están tan mal en este momento, ¿qué mejor momento para leer sobre las cosas que no lo están?

18 de mayo de 2020

Times Insider explica quiénes somos y qué hacemos, y ofrece información detrás de escena de cómo se combina nuestro periodismo.

No es divertido y definitivamente no es genial poner esto por escrito, pero la diversión es sumamente importante para mí. A mi madre le encanta contar una historia sobre cuando era joven. Alguien llamó a nuestra casa para preguntarme si iba camino a una función escolar. Cuando ella confirmó que sí, esa persona se volvió hacia otra persona y le dijo: “¡Anya! ¡Divertido!" Mi madre irradia orgullo cada vez que cuenta esto. Ella tiene una hija divertida. Y tal vez soy divertido o tal vez solo creo que soy divertido porque mi mamá lo dice (gracias, mamá), pero sin embargo, pienso mucho en la diversión, junto con sus parientes cercanos, alegría y deleite.

Como uno de los editores adjuntos de la sección Estilos, es parte de mi trabajo planificar y crear proyectos especiales como I Quit, The Office y This Gen X Mess. Cuando comencé a planificar para 2020, me preguntaba cómo podríamos sorprender más a los lectores del New York Times. Esto fue en enero (¿recuerdas enero?), Cuando las cosas se sentían tan difíciles: tal vez íbamos a la guerra con Irán, Australia estaba ardiendo, un virus misterioso comenzaba a extenderse por todo el mundo y se estaba llevando a cabo un juicio por juicio político en el Senado. Todo se sintió tan sin alegría, así que ¿por qué no crear la contraprogramación definitiva: alegría ?!

Luego escuché un episodio de "This American Life" de finales de enero llamado "The Show of Delights", que fue producido por razones similares. Me sentí más ligero al escucharlo. Fue realmente encantador. Esto me motivó a mover la idea a mi lista.

Cuando ese misterioso virus se convirtió en una pandemia en marzo, me sentí aturdido. La diversión era lo más alejado de mi mente. De hecho, no recuerdo haberme sentido tan asustado. Pero "acción opuesta", como a algunos terapeutas les gusta enseñar, y un paquete sobre "alegría" lo sintí más esencial que nunca. Publicamos ese paquete en línea hoy.

El marco de “La alegría de [en blanco]” tomó forma cuando Sarah Miller, una escritora independiente, y yo estábamos enviando un correo electrónico acerca de lo terrible que fue este momento. Le dije que quería hacer un paquete sobre la alegría, y ella dijo que tenía justo lo que necesitaba: la alegría de la vigilancia del odio. Ella sintió que había estado salvando "Sra. Doubtfire”por este mismo momento. (Más tarde se dirigió a "La princesa prometida" y de hecho le encantó odiarla).

Casi al mismo tiempo, Taffy Brodesser-Akner, redactora de The New York Times Magazine, y yo estábamos enviando un correo electrónico acerca de lo terrible que fue este momento. (¿Quién podría hablar de otra cosa?) Acordamos que un pequeño lado positivo estaba haciendo que nuestros calendarios se despejaran de repente, con cero obligaciones sociales en el horizonte. "La alegría de que los planes se cancelen a sí mismos" siguió.

Luego le pedí a Alexandra Jacobs, mi compañera de redacción adjunta de Styles, cuya escritura me alegra, que contribuya. Giró en una pieza para trotar lentamente, lo que le traía alegría.

Luego seguí contactando a escritores que amo: Jenna Wortham, Allison P. Davis, Aminatou Sow, Caity Weaver, Max Read, Heather Havrilesky, Lesley M.M. Blume, Ross Gay, Alex Williams, Jane Hu y Brian Keith Jackson, preguntándoles qué era, si acaso, lo que les traía alegría en este momento. La mayoría de ellos estaban confinados dentro de sus casas. Después de todo, ¿qué más estábamos haciendo? Nuestros planes se habían cancelado a sí mismos.

El paquete fue diseñado por Tracy Ma, Adriana Ramić y Tala Safié. Para las ilustraciones, Tracy y Tala aprovecharon el talento de la sala de redacción y pidieron a personas de diferentes departamentos que hicieran un garabato basado en el ensayo. Fue una colaboración de oficina divertida en un momento en que no teníamos una oficina.

En cuanto a las abreviaturas en la página de inicio, la estructura "la alegría de" me hizo pensar en abreviaturas como FOMO (El miedo a perderse) y JOMO (La alegría de perderse). Pensé que hacer abreviaciones cada vez más exageradas (como J.O.C.A.O.N.O.C.B.N.) reflejaba nuestros estados emocionales cada vez más desconcertados de forma aislada. Las abreviaturas nos hicieron reír, pero con suerte no solo a nosotros.

Get For You, un resumen diario personalizado con más historias como esta.

Regístrate Al final, espero que este paquete, y su sección de impresión especial el 24 de mayo, brinde alegría a los lectores, o al menos algo de alivio. Que todos encuentren algo, donde sea que estén ahora. Mientras escribo esto, he comido casi una baguette entera con queso para desayunar y no hubo nada de tristeza en ello.

https://www.nytimes.com/2020/05/18/reader-center/insider-joy.html?action=click&module=Well&pgtype=Homepage&section=Reader%20Center

_- Avispas: 3 soluciones naturales para mantenerlas alejadas

_- Avispas

¿Cómo mantener alejadas a las avispas?
Cuando llega el buen tiempo, es agradable aprovechar el jardín y poder comer al aire libre. Pero cuando las avispas se entrometen en nuestra tranquilidad, ya no es realmente un momento de relajación ... ¿Cómo cazar las avispas a nuestros amigos? Aquí hay algunos consejos de abuela fáciles de aplicar.

Clavos
Los clavos son un repelente natural contra las avispas. Coloque en su mesa de comedor tazas que contengan un buen puñado de dientes machacados. Resultado garantizado!

El café
Queme café molido fresco (no usado) en tazas con un encendedor o fósforo. El humo de él asustará a las avispas. Repita la operación regularmente. ¡El olor del café solo es desagradable para las avispas!

Aceites esenciales
El aroma del verdadero aceite esencial de lavanda ahuyentará a las avispas, por lo que puede usarlo como repelente natural. Para hacer esto, ponga unas gotas de aceite en piezas de tela que colocará en lugares estratégicos.

Le Monde.

martes, 19 de mayo de 2020

:- Thomas Piketty: "Después de la crisis, el momento del dinero verde"

:- El paro económico debería usarse para reflexionar sobre un resurgimiento a través de inversiones en sectores como la salud y el medio ambiente, con una reducción en las actividades más intensivas en carbono, estima el economista Thomas Piketty en su columna.

Crónica
¿Puede la crisis de Covid-19 precipitar la adopción de un nuevo modelo de desarrollo más justo y sostenible? Sí, pero con la condición de que asumamos un cambio claro en las prioridades y desafiemos un cierto número de tabúes en la esfera monetaria y fiscal, que finalmente deben ponerse al servicio de la economía real y de los objetivos sociales y ecológicos.

Primero debemos aprovechar este paro económico forzado para reiniciar lo contrario. Después de tal recesión, las autoridades públicas tendrán que desempeñar un papel central en el impulso de la actividad y el empleo. Pero debe hacerse invirtiendo en nuevos sectores (salud, innovación, medio ambiente) y decidiendo una reducción gradual y duradera de las actividades más intensivas en carbono. Concretamente, es necesario crear millones de empleos y aumentar los salarios en hospitales, escuelas y universidades, renovación térmica de edificios, servicios locales.

En el futuro inmediato, el financiamiento solo puede hacerse a través de deuda y con el apoyo activo de los bancos centrales. Desde 2008, estos últimos han llevado a cabo una creación monetaria masiva para salvar a los bancos de la crisis financiera que ellos mismos habían causado. El balance del Eurosistema (la red de bancos centrales gestionados por el BCE) aumentó de 1.150 millones de euros a principios de 2007 a 4.675 millones a finales de 2018, es decir, de solo el 10% a casi 40% del PIB de la zona euro (12,000 millones de euros).

Debemos suponer que la creación monetaria se utiliza para financiar la recuperación verde y social, y no para impulsar los precios del mercado de valores.

Sin duda, esta política hizo posible evitar las quiebras en cascada que habían arrastrado al mundo a la depresión en 1929. Pero esta creación monetaria, decidida a puerta cerrada y sin una integración democrática adecuada, también contribuyó a impulsar los precios. financiero e inmobiliario y para enriquecer a los más ricos, sin resolver los problemas estructurales de la economía real (falta de inversión, aumento de la desigualdad, crisis ambiental).

Agrupe la tasa de interés
Sin embargo, existe un riesgo real de que simplemente continuemos en la misma dirección. Para tratar con Covid-19, el BCE lanzó un nuevo programa de recompra de activos. El balance del Eurosistema aumentó de 4.692 millones de dólares el 28 de febrero a 5.395 millones de dólares el 1 de mayo de 2020 (según datos publicados por el BCE el 5 de mayo). Sin embargo, esta inyección monetaria masiva (700 mil millones en dos meses) no será suficiente: el diferencial de tasas de interés contra Italia, que se había reducido a mediados de marzo tras los anuncios del BCE, muy rápidamente comenzó a levantarse de nuevo.

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https://www.lemonde.fr/idees/article/2020/05/09/apres-la-crise-le-temps-de-la-monnaie-verte_6039129_3232.html

lunes, 18 de mayo de 2020

_- Un virus viejo y sabio. El genoma del SARS-2 revela múltiples adaptaciones que delatan su origen antiguo.

_- El coronavirus que ha puesto el mundo patas arriba no ha sido creado en un laboratorio de Wuhan, como le gusta decir a Donald Trump. Ni siquiera es una creación reciente de la naturaleza. Su genoma revela una batería de adaptaciones desarrolladas a lo largo de décadas, tal vez siglos, en un proceso que empezó mucho, mucho antes de que los laboratorios humanos estuvieran en condiciones de diseñar una maquinaria de caos y destrucción tan perfeccionada. Ni siquiera ahora lo están, por fortuna para todos, aunque seguramente esto es solo cuestión de tiempo. Pero la genética del SARS-CoV-2 (SARS-2, para abreviar) nos revela incluso en esta fase preliminar de la investigación unas cuantas lecciones que nos interesa aprender.

Los coronavirus se descubrieron hace más de un siglo en un gato con fiebre y un vientre hinchado como una bota de vino recién llenada. Se vio después que la misma familia viral causaba bronquitis en los pollos y una gastroenteritis en las cerdas que mataba a casi todos sus cochinillos. No fue hasta la época de los Beatles que se descubrió que los coronavirus eran la causa más común del catarro humano. Sabemos también desde entonces que los virus de este tipo pueden saltar entre especies, del perro al gato, del gato al cerdo y de ahí a toda el arca de Noé. Como en humanos solo causaban catarros, los coronavirus pasaron inadvertidos para la biomedicina hasta 2003, cuando el SARS acabó con la vida de 800 personas. El SARS-2 con el que bregamos ahora ha matado a un cuarto de millón y subiendo.

La razón, naturalmente, está en sus genes, que muestran toda una serie de novedades (adaptaciones, en la jerga evolutiva) para infectar mejor, reproducirse más y por tanto causar más daño a sus víctimas. Eso no se hace de martes a jueves, y los científicos citados por David Cyranoski en Nature piensan que el SARS-2, el causante de la rabiosamente actual covid-19, lleva décadas oculto en la naturaleza, discreto y agazapado hasta dar el salto a nuestra especie perpleja.

SARS-2 muta poco, pero eso no tiene por qué ser una buena noticia. Lo es en que, cuando haya una vacuna, no será necesario renovarla cada año como hacemos con la gripe. Pero no lo es en que algunos de los antivirales más eficaces actúan justo causando mutaciones a los virus. Como el SARS-2 se protege contra las mutaciones, esos fármacos no están funcionando contra él. Nuestro coronavirus ha evolucionado seguramente por recombinación genética, donde dos virus que infectan la misma célula se intercambian genes en toda clase de combinaciones. Es posible que esa sea la razón de que la mayoría del genoma de SARS-2 se parezca a los virus del murciélago salvo por los genes de su espícula, que son casi idénticos a los del pangolín, y son los que le permiten infectar las células humanas con gran eficacia. Un virus con historia.

https://elpais.com/ciencia/2020-05-07/un-virus-viejo-y-sabio.html

domingo, 17 de mayo de 2020

_- La izquierda española nunca aprende. Con ERC no vale el “no se podía saber” porque si alguien pacta sabiéndolo y haciéndolo saber es el independentismo

_- La frase la dijo Joan Tardà en sus últimos días en el despacho de ERC en el Congreso: “¡La izquierda española nunca aprende!”. Estaba enfadado porque le recordé que en la última legislatura de Zapatero lo habían expulsado de la tribuna por hablar catalán. “Zapatero nos decía: ‘No podemos abrir ese melón porque la derecha se nos echa encima’. ¡Pero si la derecha se te va a echar encima hagas lo que hagas siempre!”. He ido a ver la fecha de la entrevista: era octubre de 2018 y Esquerra había anunciado que votaría en contra de los Presupuestos si el PSOE no instaba a la Fiscalía a retirar los cargos de los políticos presos. Un mes después ERC dijo que aquellas cuentas eran las de un “Gobierno opresor y represor”. La negativa llevó a Pedro Sánchez a convocar elecciones generales.

Tras repetir esas elecciones, Sánchez se dispuso a pactar con ERC para ser investido. Lo cierto es que Sánchez nunca habría sido presidente del Gobierno sin el independentismo catalán, primero en la moción de censura y, después, tras las elecciones de noviembre de 2019. Es un hecho, no es una opinión, del mismo modo que es un hecho que el objetivo político de ERC es independizarse de España y utilizar su presencia en las instituciones para ello. La democracia española permite estas cosas y el día que no las permita será menos democracia o, directamente, no será, del mismo modo que permite el monstruo que se generó en la extrema derecha y ayudó a legitimar entre la izquierda un pacto rechazado hasta hartarse por los socialistas, empezando por Pedro Sánchez I (hoy ya Pedro Sánchez IV). Por eso ahora que Esquerra anuncia que votará no a la prórroga del estado de alarma, dejando tirado al Gobierno en el momento más delicado, conviene preguntarse si semejante bofetada no es proporcional al abrazo recibido; conviene preguntarse, en definitiva, si no es parte del juego que si al adversario del Estado que representas le debes el Gobierno, el adversario te lo recuerde de vez en cuando, a ser posible cuando más falta hace. Nunca se da el poder de todo, siempre se guarda uno un poco para sí.

Políticamente, lo peor que se ha hecho a sí mismo el Gobierno no ha sido su trato a la oposición, sino a sus apoyos parlamentarios. Alguien ha pensado en La Moncloa que el mando único consistía en una mayoría absoluta espontánea y prolongada sine die sin más diálogo que un ensimismamiento general con el que hacer y deshacer a gusto creyendo, en algún momento, que sus votos bastaban. Ahora nadie del Gobierno puede decirle a Esquerra que ir contra el estado de alarma es ir contra España porque, aún por encima, se ganaría un abrazo. “Con la información de la que disponíamos” sabían que llegaría el momento en que ERC se bajase, porque siempre se baja. Ni siquiera cabe un “no se podía saber” porque si alguien pacta sabiéndolo y haciéndolo saber es el independentismo.

Nadie lo expresó como Tardà, que ahora se muestra contrario al no de su partido, aquel octubre de 2018: “Carod y Puigcercós lo tenían clarísimo: si la república no nos está esperando, hay que ir con la izquierda española hasta una España federal. Y cuando lleguemos a esa España federal, la izquierda española se bajará, y nosotros seguiremos hasta nuestra estación final, que es la república catalana”. Un instrumento, eso es la izquierda española para el independentismo. Nunca aprende. Tenía razón Tardà, pero al revés.

https://elpais.com/opinion/2020-05-05/la-izquierda-espanola-nunca-aprende.html?rel=lom

sábado, 16 de mayo de 2020

¿Suecia o Portugal? Si buscamos enseñanzas contra la covid-19, empecemos por nuestro país vecino antes de viajar al Norte: datos y tiempos

Suecia: un país sin cuarentena, pero también sin colapso del sistema hospitalario (por ahora). ¿Por qué? ¿En qué nos hemos equivocado nosotros para no estar así? Preguntas así van a acompañarnos durante toda la desescalada. Son necesarias: es mediante la comparación entre países que podemos aprender qué podemos hacer mejor para luchar contra la pandemia. Pero hay que hacerlas de manera metódica para que nos informen correctamente, en lugar de confirmar nuestras preconcepciones.

Cuando comparemos un resultado determinado de la epidemia entre dos países, tratando de averiguar qué lo ha producido, deberíamos intentar en la medida de lo posible que todos los factores que puedan explicar la variación sean idénticos entre ambos. No hay dos países iguales, es cierto, pero podemos conseguir aproximaciones razonables.

Sigamos con el caso sueco: un país menos poblado, menos denso, con menor contacto físico en la interacción social que España, probablemente también con ancianos teniendo menos relación cotidiana entre ellos y con personas de otras generaciones. Donde además, y esto es crucial ante una epidemia, las medidas (a pesar de ser más leves) se tomaron antes que en España. Nosotros esperamos a confirmar 8.000 casos para decretar una cuarentena, pero con menos de 800 en Suecia ya estaban aconsejando distancia social y prohibiendo eventos masivos.

Así que lo justo es comparar a Suecia con países con características estructurales similares, donde las medidas tampoco se tomaron con particular retraso, pero sí fueron más duras. Dinamarca y Noruega, por ejemplo. Ambos decretaron confinamientos en la segunda mitad de marzo, con entre 1.000 y 2.000 casos confirmados. Y en ambos la curva de fallecimientos ha crecido menos que en Suecia. Así que la enseñanza escandinava no parece ser que las cuarentenas no salvan vidas.

Una cuarentena general, completa, es el último recurso cuando no quedan otros disponibles para detener al virus. Idealmente no deberíamos volver a necesitarla. Y si buscamos enseñanzas en nuestro entorno para evitarla, no tenemos que mirar tan lejos. Comparémonos con Portugal, país vecino y similar. Impuso medidas con menos casos, recogiendo, además, mejores datos (estimo que España registra de un 2% a un 4% de los casos reales, y Portugal, hasta un 17%). Empecemos por ahí, antes de viajar al Norte: datos y tiempos. @jorgegalindo

https://elpais.com/opinion/2020-05-06/suecia-o-portugal.html

La doctora X. La extraordinaria idea de Santo Tomás de Aquino no demuestra la existencia de Dios, pero tiene mucho que decir sobre la psicología humana

El genoma humano tiene cerca de 3.000 millones de letras de ADN.
El genoma humano tiene cerca de 3.000 millones de letras de ADN.

Santo Tomás de Aquino demostró la existencia de Dios cinco veces, o por cinco vías, por si una no bastara para volarle a uno la cabeza. La primera vía parece un tratado newtoniano, solo que escrito cinco siglos antes de Newton, y por tanto sin tener ni idea de los experimentos y las matemáticas necesarias para resolver el problema. Un solo ente, nos dice Aquino, no puede mover y ser movido a la vez, luego todo lo que se mueve está movido por otro ente, que a su vez lo está por otro y así hasta una reclusión mareante que nos lleva directamente a Dios, el Primer Motor Inmóvil, el principio de todo. Esta extraordinaria idea no demuestra la existencia de Dios, pero tiene mucho que decir sobre la psicología humana. Todos somos tomasinos en que estamos programados para buscar las causas de lo que vemos, y lo peor es que las encontramos aun cuando no las haya. Este sesgo cognitivo debió resultar muy útil en nuestro pasado estepario. En el presente resulta un verdadero estorbo.

En epidemiología, el efecto tomasino se llama “caso cero”. Si comparas los genomas de las personas vivas, verás que se organizan en la forma de un árbol. Los genomas más parecidos son las ramitas terminales de una sola rama madre, las ramas madre más parecidas son versiones de una gran rama común, y así hasta llegar al tronco de donde proviene todo el árbol. El origen de las especies, el libro de Darwin que fundó la biología moderna, tenía solo una ilustración, y ¿saben qué era? Un árbol. Esa es la forma de cualquier mundo generado por un proceso evolutivo. Dios crearía una lista de cosas. La evolución crea árboles genealógicos de cosas.

Lo mismo se puede hacer con el coronavirus. Si alguien ha contagiado a alguien, como diría Gila, sus virus tendrán un genoma muy parecido. Cuanto más lejos esté su nexo común de infección, más diferirá el genoma del virus. Esa es otra vez la estructura de un árbol. Basta aplicar el estilo tomasino para concluir que debe haber un tronco, el Primer Motor Inmóvil, el principio de todo contagio. Y es probable que lo haya, pero casi imposible que lo encontremos.

Pero hay pacientes que tienden a cero, como diría un matemático. No son culpables de nada, pero resultan útiles para la medicina. Pablo Guimón informaba el miércoles desde Washington de uno de esos pacientes, y Joel Cohen cuenta en Science el caso de la doctora X, una investigadora que no quiere dar su nombre y que fue también una de las primeras personas que llegó a Estados Unidos contagiada.

Voló a Pekín en enero para celebrar el Año Nuevo Lunar con su familia en Pekín. Un hermano suyo voló desde Wuhan para añadirse a la celebración, en uno de los últimos vuelos que salieron de allí antes de que esa ciudad quedara aislada. Los siete miembros de la familia acabaron contagiados, y el padre murió. La doctora X volvió a Estados Unidos poco antes sin saber que tenía el virus. Un proyecto financiado por la DARPA (la agencia de investigación avanzada del Pentágono) persigue terapias contra el coronavirus basadas en los anticuerpos de la doctora X y otros casos cero, o que tienden a cero. Ese es el verdadero valor del enfoque tomasino. Dios sigue sin comparecer.

https://elpais.com/opinion/2020-05-06/la-doctora-x.html

viernes, 15 de mayo de 2020

_- Las donaciones filantrópicas de Bill Gates son un fraude. Rob Larson 03/05/2020

_- El cofundador de Microsoft creó una fundación benéfica para maquillar su reputación, destrozada por el juicio antimonopolio contra su compañía. Gates se hizo multimillonario con prácticas depredadoras ilegales

Bill Gates anunció hace poco que abandonaba el consejo de Microsoft, el coloso del software de un billón de dólares que cofundó, para, anunció: “Dedicar más tiempo a mis prioridades filantrópicas, que incluyen la salud mundial, el desarrollo o la educación, así como a mi creciente compromiso con la lucha contra el cambio climático”. El New York Times informaba alegremente: “En su carrera post-Microsoft, Gates es ampliamente conocido por su trabajo en la lucha contra enfermedades infecciosas y contra el cambio climático. [En febrero], la Fundación Gates dijo que asignará 100 millones de dólares adicionales para luchar contra el coronavirus”.

Este es el típico tratamiento afectuoso que la prensa da a Gates, quien es considerado uno de los mejores multimillonarios, si lo comparamos con Trump o con los hermanos Koch. Esto se debe sobre todo a la Fundación Bill &  Melinda Gates, la entidad benéfica privada más grande del mundo, que ha invertido miles de millones para luchar contra el SIDA, para acelerar el desarrollo económico y para otras muchas causas dignas.

Pero Bill Gates y su fundación son la imagen perfecta de por qué este modelo de filantropía de millonarios es tan defectuoso. La fundación fue originalmente ideada como un bonito maquillaje para tapar una reputación destruida por el juicio antimonopolio de Microsoft, lo que le integra en la larga tradición de personas obscenamente ricas que usan las donaciones ocasionales y generosas para tratar de justificar su enorme poder y riqueza.

Ventanas Rotas
Merece la pena recordar de dónde viene el dinero de Gates. En 1981, Microsoft compró los derechos de una versión de un temprano sistema operativo (“DOS”), el software básico de un ordenador que permite que sea funcional y que proporciona soporte a otras aplicaciones. Lo modificaron y lo vendieron a IBM para sus increíblemente exitosos ordenadores personales, lo que llevó a un crecimiento extraordinario de Microsoft, ya que IBM y otros muchos fabricantes de ordenadores querían el mismo sistema operativo para atraer a más desarrolladores de software, cuyas aplicaciones son las que hacen útil el PC.

Esto creó “efectos de red”: los economistas sabemos que este es un factor fundamental para la monopolización. Gates y sus colegas –también CEOs de empresas de tecnología– han usado la monopolización para reunir beneficios gigantescos y para reforzar su control sobre porciones crecientes de la economía mundial. Los efectos de red se presentan cuando un servicio incrementa su valor conforme más personas lo usan, como la red telefónica. Los mercados que dan este tipo de servicio son especialmente propensos al monopolio, tanto porque los líderes del mercado tratan de aprovechar sus redes más grandes como porque esas redes necesitan un estándar uniforme para que muchos usuarios se puedan conectar y beneficiarse de ello.

La gente quiere usar o unirse a redes que ya tienen muchos otros usuarios, como Facebook, antes que a otras con muy pocos. El prolongado monopolio telefónico de AT& T es un gran ejemplo histórico, así como los monopolios de transporte regional por ferrocarril o el imperio de redes sociales de Facebook; pero fue la compañía de Gates la que obtuvo el mejor pedazo del pastel de la temprana revolución tecnológica.

Durante el periodo de crecimiento frenético de su compañía, Gates emergió como un moderno magnate de la Edad Dorada. Incluso los biógrafos más comprensivos comentan sus “rabietas infantiles” y cómo “despotrica de manera infantil y grosera”. El número dos de Gates y CEO sucesor, Steve Ballmer, mantuvo esta reputación de la dirección, gritando como un descosido a sus empleados y, ocasionalmente, arrojando sillas. Estos patrones de comportamiento son alentados por la estricta jerarquía de los negocios, y el sector tecnológico, a pesar de su fama de practicar yoga en la oficina y de tener máquinas expendedoras de té verde, no es una excepción.

La habilidad de la jerarquía corporativa para crear ese conformismo propio de una secta es ampliamente conocida, pero Gates lo llevó a nuevas cumbres sectarias, como muestran quienes informaron del hábito de Gates de balancearse: “Entre los programadores de Microsoft se ha convertido en parte de la cultura corporativa intentar recrearse en la imagen del presidente. Gates se balancea habitualmente en la silla, los codos en las rodillas, para contener su intensidad, especialmente cuando la conversación gira en torno a los ordenadores; al entrar en una reunión importante de Microsoft no es inusual encontrarse a la mayoría de los directivos de la sala balanceándose en sincronía con él”.

El carisma de Gates también se muestra en episodios en los que golpeaba su mano contra el puño diciendo: “Tenemos que aplastar” a cualquier rival que se haya atrevido a vender software en los 90. “Vamos a arruinar a Digital Research”, se lee en la ampliamente aceptada historia de la empresa escrita por James Wallace y Jim Erickson, “mientras golpea su puño contra la palma de la otra mano. Repetiría el mismo juramento un par de veces más el siguiente año (…), asegurando que arruinaría a MicroPro y a Lotus, y siempre enfatizaba la promesa golpeando el puño contra la mano”.

Además de los efectos de red, era un deseo ardiente de Gates machacar a sus competidores, así como marcar el estándar al que debían someterse todos los productores de software, lo que llevó a Microsoft a vender más del 90% de los sistemas operativos para ordenadores en las décadas de los 90 y los 2000. Esta supremacía convirtió a Gates en la persona más rica del mundo durante decenios.

Cuando apareció nueva tecnología online fuera del control de Gates, especialmente el navegador de Internet vendido por Mosaic (más tarde Netscape), el magnate inauguró un periodo descrito en la historia de los negocios y de la informática como “la guerra de los navegadores”. Microsoft comenzó ocultando los detalles de su software a Netscape cuando la compañía solicitó probar su producto con la siguiente versión del DOS de Windows. A continuación, abordaron a la dirección de Netscape y, según las demandas legales que posteriormente antepusieron estos últimos, les ofrecieron dividirse el mercado de navegadores con una fórmula que asegurara una “relación especial”. Netscape desestimó la oferta debido a la gigantesca ventaja que tendría el nuevo navegador de Microsoft, al venir probablemente con actualizaciones del sistema operativo de Windows que alcanzarían a casi todos los ordenadores operativos del mundo.

Gracias a las consiguientes batallas legales, conocemos una buena parte de la estrategia de la guerra de los navegadores. Los debates eran planes explícitos sobre el uso del poder monopolístico para aplastar a cualquier advenedizo. Microsoft arrebató la licencia de la versión original de Mosaic a sus titulares y la volvió a desarrollar precipitadamente, obteniendo Internet Explorer, el penoso navegador que tu ordenador de trabajo todavía elige como predeterminado. Gates y sus secuaces temían que Netscape alcanzara en no mucho tiempo un punto crítico en el que los efectos de red le convirtieran en referencia. Por ello un alto ejecutivo de Windows declaró: “No entiendo cómo IE (Internet Explorer) va a poder ganar… Tenemos que impulsar más a Windows”.

Del mismo modo, se sabe que el vicepresidente de Microsoft, Paul Maritz, al crear su propio navegador gratuito, estableció el objetivo de la empresa: “Ahogar a Netscape”. Cuando se lanzó Windows 98, la compañía había ido más allá y obligó a los fabricantes de ordenadores a incluir Explorer en sus escritorios, colocándolo a la vista de millones de usuarios. Por supuesto, la pregunta acerca de cuál es el mejor navegador no es el tema principal aquí, sino más bien cómo usa la violencia en el mercado un personaje que la prensa pretende definir como un dulce abuelo benefactor.

Las duras tácticas de las guerras de navegadores, así como el interminable desfile de estos juegos de poder que van desde el diseño de chips a los reproductores multimedia, comienzan a pasar factura cuando Estados Unidos, extremadamente favorable a los negocios, finalmente tuvo que tomar medidas. Gates dijo en público: “¿Quién decide qué hay en Windows? Los clientes que lo compran”, pero en una cena de gala la conversación viró a la política y alardeó: “Por supuesto, tengo tanto poder como el presidente”.

De hecho, jugó al golf con el presidente Bill Clinton, cenó con el presidente de la cámara Newt Gingrich y recibió en el campus de Microsoft de Redmond al vicepresidente Al Gore. Como todos los grandes capitalistas, disfrutó de la compañía de personajes poderosos con intereses colindantes, pero las agresivas medidas para tomar nuevos mercados, como el de navegadores de internet, obligó al Departamento de Justicia a actuar.

El consiguiente juicio fue fascinante por varias razones, entre las que destacó la actuación de Gates. Entregó horas de testimonio grabado para el caso, que hoy en día se puede ver online. Además de comportarse como un capullo elitista, evasivo y condescendiente, Gates hizo una serie de afirmaciones que fueron refutadas en el juzgado comparándolas con sus propios emails. Los medios le estaban destruyendo en los telediarios e incluso una revista empresarial tan anodina como BusinessWeek informaba: “Discute con los fiscales la definición de palabras tan comunes como ‘nosotros’ y ‘competir’. Las primeras rondas de su declaración le muestran dando respuestas oscuras y diciendo ‘No recuerdo’ tantas veces que incluso el juez tuvo que reírse. Lo que es peor aún: mucho de lo que el jefe negaba o alegaba ignorar ha sido refutado directamente por la fiscalía gracias a fragmentos de los emails que Gates mandó y recibió”.

Fue en este momento cuando Gates descubrió las maravillas de las donaciones caritativas.

El litigio de Gates
La prensa de negocios ha observado cómo “hace veinte años se asociaba el nombre de Gates con una conducta monopolística, depredadora e implacable”, y que “tras salir muy mal parado durante el juicio antimonopolio de Microsoft, a finales de 1998, la empresa inició un periodo, descrito en su momento como ‘ofensivo seductor’, que buscaba mejorar su imagen (…) Gates contribuyó con 20,3 miles de millones de dólares, el 71% de su contribución total a la fundación (…) en los 18 meses que transcurrieron desde el comienzo del juicio hasta el veredicto”. Un gestor patrimonial declaró en un alarde de sinceridad que “su filantropía le ayudó a reinventar su nombre”.

Efectivamente, la filantropía de los hombres y mujeres más ricos del mundo es uno de los principales argumentos que sus defensores tienen: sí, claro, Gates y otros millonarios ganan mucho dinero, pero luego lo usan para ayudarnos, ¡qué generosos! ¡Fíjate, es más listo que nuestro presidente racista y televisivo! Sin embargo, la filantropía tiende a ser la hoja de parra bajo la que se oculta la clase dominante.

Además, en esta era de recortes de impuestos para los hogares adinerados y de los resultantes déficits en los presupuestos gubernamentales, muchos de los partidarios de acabar con el estado social siguen apuntando a la filantropía privada y a las organizaciones religiosas como las que pueden asumir ese papel. Resulta absurdo: las organizaciones benéficas privadas, incluso a la escala de la de Gates, no pueden responder, ni por asomo, a las necesidades sociales de todo un país de manera independiente, ya sea alojar a enfermos mentales o proveer de vacunas a la población.

Las mismas organizaciones reconocen esto, como dijo la entonces directora de la Fundación Gates, Patty Stonesifer: “Nuestras donaciones son una gota en el mar comparadas con la responsabilidad del gobierno”. Esto se confirmó cuando la fundación asignó 50 millones de dólares a la lucha contra el Ébola en África occidental, mientras que Naciones Unidas estimaba el coste total de contener el brote en unos 600 millones de dólares. Estas cantidades están al alcance de estas fundaciones modernas, pero muy lejos del tipo de compromiso que se les supone. Por supuesto, si las fortunas de los multimillonarios se socializaran y se sometieran a algún tipo de control popular, podríamos ir mucho más allá y realmente tener un sistema de salud público robusto, que permitiera hacer pruebas rápidamente sin ánimo de lucro y que evitara que las epidemias llegaran a producirse.

A veces esto es reconocido incluso por los conservadores partidarios de la austeridad y de los recortes. Milton Friedman, el consejero económico de Reagan y autor de Capitalismo y libertad, escribió en su momento: “Estaría bien poder confiar en las actividades voluntarias de los individuos para que alojaran y cuidaran de los locos, pero creo que no podemos descartar que estas actividades caritativas serían insuficientes”.

Respecto al imperio original de Gates, el Departamento de Justicia de la administración de Bush retiró la exigencia de disolver la empresa, a pesar de que el tribunal federal resolvió que Microsoft mantenía un monopolio de sistemas operativos para ordenadores basados en Intel, y que había usado tácticas monopolísticas ilegales para acabar con otros softwares que le resultaban amenazadores, como Netscape, Sun, Apple... Con todo, Gates sigue siendo hoy grotescamente rico, y por supuesto ha podido retirarse de la junta directiva de Microsoft dictando sus condiciones.

Entretanto, los medios corporativos ayudan encantados a pulir su reputación de generoso benefactor de la humanidad, en vez de la de canalla mezquino y abusón.

Rob Larson.  Colabora habitualmente en Jacobin y es profesor de economía en el Tacoma Community College y autor de Bit Tyrants: The Political Economy of Silicon Valley, publicado por Haymarket Books.

Fuente:
https://ctxt.es/es/20200401/Politica/31980/Rob-Larson-Jacobin-fundacion-Melinda-Bill-Gates-donaciones-fraude.htm. 24/04/20202

jueves, 14 de mayo de 2020

_- El ‘putsch’ de Karlsruhe. La sentencia del Tribunal Constitucional alemán es un golpe a la comunidad de derecho que es la Unión Europea

_- La sentencia del Tribunal Constitucional alemán, con sede en Karlsruhe, es un putsch. Un golpe a la comunidad de derecho que es la Unión Europea. En términos domésticos, un intento de golpe de Estado, pero contra Europa, pues Europa no es un Estado. Esa es la calificación que amerita un tribunal inferior cuando contraviene la resolución de otro superior en la materia, el TJUE con sede en Luxemburgo (la del 11-12-2018, que validó las compras de bonos públicos por el BCE) intentando usurpar su competencia como último intérprete del derecho comunitario.

Y lo hace, no en presunta defensa de la Constitución local (su domaine réservé), sino atribuyéndose la competencia de dirimir sobre el Tratado de la Unión: su artículo 5, que consagra el principio de proporcionalidad. En términos jurídicos, pero eso equivaldría a invadir Polonia. Además, los togados de Karlsruhe prevarican: dictan una resolución que es injusta a sabiendas porque no son legos en la materia. Y lo hacen además en beneficio de los ultras de Alternativa para Alemania, los fachas demandantes.

Sangran por los celos nacionalistas de haber perdido la prejudicial sobre las OMT de 2012, las compras de bonos sureños del famoso “haré lo necesario para salvar al euro” de Mario Draghi.

Deben ser sometidos a disciplina, esa asignatura en la que como alemanes deberían mostrar excelencia. Debe cuadrarlos la Comisión, de oficio, por incumplidores (artículo 258 del TFUE). O a instancia de cualquiera de los 27 Gobiernos (artículo 259). Y al cabo, si no deponen su rebeldía, debe sujetarlos el propio TJUE, obligando a Alemania a “adoptar las medidas necesarias para la ejecución” de su decisión (artículo 260) de diciembre de 2018.

O sucede esto —o bien el castigo del BCE al Buba si rompe su disciplina colectiva en el BCE (artículo 271)— o se acaba la Unión como comunidad de derecho, como unión, y como europea.

Económicamente hay más tela que cortar. El tribunal alemán muestra un cinismo insuperable al asegurar que su resolución no atenta contra el Programa de Compra de Emergencia de Bonos Públicos contra la Pandemia, del BCE (750.000 millones de euros). Que su decisión “no concierne a las medidas de asistencia adoptadas por la UE o el BCE en el contexto de la actual crisis del coronavirus”.

Nos toman por imbéciles.
Porque sí, sí, sí atentan contra ese programa, pues vulneran a los vulnerados de la recesión. ¿Por qué? Porque Karlsruhe aparenta centrarse solo en pedir explicaciones de si la expansión cuantitativa de Draghi (el Programa de Compra de Bonos Públicos) fue desproporcionada, al no detallar si consideró también sus efectos adversos.

Y presume de que no lo sería —a la espera de demostración ajena— porque las compras no serían ilimitadas; no se adquiriría más de un 33% de cada emisión, y no se compraría deuda de cada país más que en proporción exacta a su cuota de capital en el BCE.

El conjunto de esas salvaguardas es lo que el BCE de Christine Lagarde acaba, sabio, de flexibilizar. Si no vale el último Draghi, tampoco la primera Lagarde. Karlsruhe, símbolo hoy de prevaricación y supremacismo.

https://elpais.com/economia/2020-05-06/el-putsch-de-karlsruhe.html

miércoles, 13 de mayo de 2020

Adiós al padre del caos Robert May, biólogo, matemático, innovador e influyente político, muere a la edad de 84 años.

El científico australiano Robert May, pionero en estudios teóricos de biología y uno de los padres de la teoría del caos, murió a la edad de 84 años, el pasado 28 de abril. Fue uno de los investigadores más distinguidos de su país, como promotor de la ciencia y asesor político. Fue influyente en el modelado de las enfermedades infecciosas, y cambió nuestra comprensión de los ecosistemas, la dinámica de poblaciones y la teoría de juegos. Tras la crisis financiera de 2008, también contribuyó al modelado de la economía.

Robert May nació en Sidney en 1938. Estudió ingeniería química y física en la Universidad de Sidney, obteniendo el título en 1956, y se doctoró en física teórica, en la especialidad de superconductividad, en 1959. Posteriormente se trasladó como investigador a la Universidad de Harvard en Boston (EE UU) para regresar luego a su ciudad natal, donde fue promocionado a profesor titular de universidad a la edad de 33 años. Ocupó una cátedra de Zoología en la Universidad de Princeton (EE UU) en 1973 y en 1988 se convirtió en profesor de investigación de la Royal Society en la Universidad de Oxford, Reino Unido. Entre 1995 y 2000 fue Asesor Científico Principal del Gobierno Británico, y se convirtió en Presidente de la Royal Society (Reino Unido) en 2000. En 1996 fue nombrado caballero por sus servicios a la ciencia, y se convirtió en “Lord May de Oxford”.

El trabajo de Robert May se centró en lo que ahora se conoce como los sistemas no lineales y complejos. Fue uno de los primeros en estudiar modelos matemáticos simples que daban lugar a una dinámica muy complicada. En la década de 1970 muy pocos científicos creían que la complejidad y variación que vemos en nuestro mundo pudiera ser capturada por ecuaciones matemáticas relativamente sencillas. ¿Cómo describirían ecuaciones simples cosas tan complicadas como el clima, el cerebro, el colapso de las comunidades ecológicas, o las repentinas caídas del mercado financiero? May, junto con otros científicos, descubrió que ecuaciones no lineales muy básicas pueden dar lugar a una variedad extraordinariamente rica de fenómenos, momento en el cual nació la teoría del caos. May pronto se dio cuenta de las profundas implicaciones que esto tendría, y escribió en 1979: “No solo en la investigación, sino también en el mundo cotidiano de la política y la economía, todos estaríamos mejor si más gente se diera cuenta de que los sistemas no lineales simples no poseen necesariamente propiedades dinámicas simples”.

May desafió nuestra comprensión de los ecosistemas cuando usó un modelo sencillo para argumentar que los ecosistemas grandes y complejos pueden ser inestables May desafió nuestra comprensión de los ecosistemas cuando usó un modelo sencillo para argumentar que los ecosistemas grandes y complejos pueden ser inestables. Las teorías convencionales habían llegado a la conclusión de que la variedad y la complejidad hacían que las comunidades ecológicas fueran más estables. El trabajo de May fue rápidamente cuestionado, y provocó el llamado debate de la “estabilidad de la diversidad”. Este debate ha continuado por más de 40 años, y sigue estando muy activo hoy en día.

El artículo titulado Juegos evolutivos y caos espacial de Robert May y Martin Nowak se ha convertido en una contribución clave al campo de la teoría de juegos. En su trabajo, May y Nowak estudian los juegos competitivos de cooperantes y desertores, y muestran como pueden surgir complejas estructuras caóticas de altruismo y engaños.

Junto con Roy Anderson, a quien había conocido en el Imperial College de Londres, Robert May hizo contribuciones pioneras en el modelado matemático de las enfermedades infecciosas. A May y Anderson se les atribuye, en particular, la conexión de las matemáticas de la epidemiología con la biología de las enfermedades. Estuvieron entre los primeros en interpretar conceptos matemáticos como el número reproductivo R en un lenguaje próximo al de los biólogos. Este es el mismo número reproductivo que usamos hoy en día para monitorizar el estado de la pandemia de la covid-19. Las circunstancias actuales son un recordatorio diario de la importancia de las matemáticas para nuestra comprensión de las enfermedades, y para la toma de decisiones políticas.

Como asesor científico principal del gobierno británico, May defendió que las decisiones políticas se hicieran sobre una base científica. En un informe de 1997, El uso del asesoramiento científico en la elaboración de políticas, argumentó que el gobierno “debería tratar de publicar todas las pruebas y análisis científicos que subyacen a las decisiones políticas”. Continúa diciendo que “la apertura estimulará una mayor discusión crítica de la base científica de las propuestas políticas”, y que “hay buenas razones para divulgar información [...] que podría en sí misma evitar una mayor controversia a largo plazo”.

May ganó numerosos premios y galardones, entre ellos la Orden de Mérito que le otorgó la Reina Isabel en 2002. Ha recibido títulos honoríficos de Uppsala, Yale, Sydney, Princeton, ETH Zürich, Harvard y Oxford, entre otros. Sus honores incluyen el Premio Balzan suizo-italiano para la biodiversidad, la Medalla Copley de la Royal Society (Reino Unido), y el Premio Crafoord de la Real Academia Sueca. Quienes le han conocido personalmente lo describen como enérgico y directo, aunque tal vez menos hábil en el ejercicio de la diplomacia que otros científicos.

Tobias Galla es investigador distinguido del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (IFISC, CSIC-UIB).

https://elpais.com/ciencia/2020-05-04/adios-al-padre-del-caos.html?rel=lom