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martes, 5 de abril de 2016

La guerra que tocó el corazón americano. Adam Hochschild aborda en un libro el papel de los estadounidenses que lucharon en la contienda civil española. La obra también trata la colaboración de la compañía Texaco con Franco.

Albert Camus escribió que los hombres de su generación tenían a España en el corazón, que allí supieron “que uno puede tener razón y aun así ser golpeado, que algunas veces el coraje no tiene recompensa”. Eso lo aprendieron entre 1936 y 1939, en una guerra civil, la española, que comenzó con un golpe militar contra un Gobierno democrático. Para muchos, era la oportunidad de derrotar al fascismo en la Europa de Hitler y Mussolini.

La mecha prendió más allá de España tras el 18 de julio. Unos 40.000 hombres y mujeres de 52 países acudieron a luchar contra el fascismo en las Brigadas Internacionales. De ellos, 2.800 eran voluntarios estadounidenses, pese a que el presidente Franklin D. Roosevelt decidió no involucrar a EE UU en el conflicto. Más de 700 perdieron la vida, como el comandante Bob Merriman, ejecutado en Gandesa (Tarragona) en 1938. Nunca se encontró su cadáver.

También hubo estadounidenses que colaboraron con Franco, como Torkild Rieber, el presidente de la petrolera Texaco, quien desde su oficina en Nueva York vulneró la ley de neutralidad de su país y envió petróleo a los nacionales.

Madrid se llenó de corresponsales extranjeros. Muchos se alojaban en el Hotel Florida, en el centro de la ciudad, desde donde enviaban sus crónicas. Hemingway comenzó allí su romance con la escritora y periodista Martha Gellhorn, con quien se acabaría casando. Y allí se las tuvo y retuvo con su compatriota y colega John Dos Passos.

Adam Hochschild (Nueva York, 1942) reúne las mil y una historias de los estadounidenses en la Guerra Civil en Spain in Our Hearts, recién publicada en su país y que próximamente se editará en España. Hochschild pone el acento en el idealismo que movió a los jóvenes, la mayoría de ellos comunistas, de la Brigada Lincoln, donde se enrolaron los voluntarios estadounidenses que apoyaron a la República. “Retrasen el reloj a 1936. Había pasado la Gran Depresión en Estados Unidos. En España, el rey había dejado el poder y se habían celebrado elecciones democráticas. Fue visto con entusiasmo en todo el mundo, porque era la época de Hitler y Mussolini”, dijo el autor en la presentación de su obra el pasado jueves en Nueva York.

Parar al fascismo
Los ojos del mundo estaban sobre España. El conflicto mereció cerca de un millar de menciones en la portada de The New York Times durante sus tres años de duración. “Pero los periodistas internacionales tienden a pasar todo el tiempo juntos y escriben las mismas historias porque temen que les reprochen que han leído esta u otra historia en otro medio. Ese es el motivo por el que algunas historias no se contaron, como la colaboración de Texaco con Franco”, apunta.

Rieber ni siquiera le cobró el envío del crudo a los sublevados, algo que el ingeniero Guillem Martínez Molinos descubrió décadas más tarde buceando en los archivos de la antigua Campsa, según relata el libro. Se topó a su vez con la sorpresa de que la red internacional de la petrolera informaba a los franquistas de los tanqueros que iban a proveer a la República para que pudieran atacarlos.

El volumen también aborda el duelo entre los corresponsales de The New York Times. Herbert L. Matthews era el principal designado para cubrir a los republicanos y William P. Carney, su homólogo con los nacionales. El historiador sostiene que ambos simpatizaban con sus respectivos bandos: mientras uno destacaba la muerte de civiles por los bombardeos de Franco y el apoyo de Alemania e Italia, el otro enfatizaba el asesinato de sacerdotes.

De algún modo, también a ellos esa guerra les había tocado el corazón. El último superviviente de la Brigada Lincoln, Delmer Berg, murió en California el 28 de febrero con 100 años. Entre aquellos milicianos que perdieron la guerra estaba Maury Collow, un estudiante neoyorquino que fue a la guerra con 20 años. Tiempo después diría: “Para nosotros nunca se trató de Franco, sino de Hitler. Si el fascismo no se paraba en España, ¿dónde se pararía?”

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/03/actualidad/1459650278_430820.html
Rescatan del olvido a las mujeres brigadistas de la Guerra Civil Española. http://economia.elpais.com/economia/2013/06/15/agencias/1371288215_437899.html

jueves, 31 de marzo de 2016

Gilbert Grellet: “No ayudar a la República en 1936 fue un error”. El periodista y escritor francés sostiene que París y Londres podrían haber cambiado el curso de la historia de haber actuado contra la sublevación militar en España

París y Londres podrían haber cambiado el curso de la historia de haber apoyado en el verano de 1936 a la República Española contra la sublevación militar. ¿Por qué no lo hicieron? Es la cuestión que el periodista y escritor francés Gilbert Grellet plantea en su libro, de reciente aparición,  Un été impardonnable (un verano imperdonable; editorial Albin Michel). “Fue una enorme injusticia”dice Grellet en un café de París. “El Gobierno español democrático tenía todo el derecho a comprar armas para defenderse”. Mientras los golpistas contaron de manera inmediata con la ayuda de Adolf Hitler y Benito Mussolini, los Gobiernos de Francia y Reino Unido se entregaban a una política de no intervención para evitar la guerra en Europa y el avance de Moscú. Es la razón por la cual Grellet considera no solo que París y Londres (además, de Washington) obraron injustamente, sino que se equivocaron de estrategia.

“Algunos dirán: ‘imperdonable’ es una palabra fuerte”, ha escrito el primer ministro francés Manuel Valls prologando este libro. “Sí. Es fuerte. Pero justa”. Valls ocupa hoy el palacio de Matignon y utiliza la misma mesa de Léon Blum, un hombre clave de esta historia, que abandonó a su suerte al Gobierno español a pesar de sus firmes convicciones socialistas y democráticas. “Blum perdió parte de su alma”, dice Grellet sobre su posición acerca de la guerra civil española.

PREGUNTA. Dice usted que Li­se London es la persona que le animó a escribir este libro.
RESPUESTA. Sí. Lise London es una francesa de origen español (su apellido era Ricol) a la que conocí hace 10 años, cuando asistía a una reunión de las Brigadas Internacionales en Madrid con motivo del 70º aniversario del inicio de la Guerra Civil. Hablamos de su historia [luchó en la Resistencia y fue capturada por los nazis] y de las Brigadas Internacionales, pero me dijo que a ella lo que le interesaba era el asunto “imperdonable” de la no intervención de las democracias occidentales. Como ve, ella misma me dio el título. Es un asunto que retomé ya de vuelta en París, en 2012, cuando Lise London murió.

P. Usted destaca en su libro la brutalidad de los primeros meses de la guerra.
R. En su momento me interesó especialmente el libro del historiador Francisco Espinosa sobre la columna de la muerte, la de los legionarios y moros que salieron de Sevilla en los primeros días de agosto para subir a Madrid pasando por Extremadura y Toledo. Fue terrible.

P. Hace usted un muy duro retrato de Léon Blum, un político tan apreciado en Francia.
R. Es verdad. Blum es un hombre interesante que ocupa un importante lugar en la historia de Francia. Fue el presidente del Consejo del Gobierno del Frente Popular e hizo muchas cosas desde el punto de vista social, como la limitación de la jornada laboral a 40 horas semanales o el derecho a las vacaciones pagadas. Con respecto a España, sin embargo, fue un desastre. Estaba muy influido por el Quai d’Orsay [el Ministerio de Exteriores] y ahí estaba Alexis Leger, secretario general del Ministerio, que consideraba que no se podía hacer nada sin el acuerdo de los ingleses, que defendían la política de distensión. En Londres influyeron mucho Stanley Baldwin [primer ministro], Anthony Eden [secretario de Estado de Asuntos Extranjeros] y también Winston Churchill, que no estaba entonces en el Gobierno, pero ejercía una gran influencia en los círculos conservadores. Publicaba un artículo semanal en el Evening Standard en el que criticaba de una manera sistemática al Gobierno republicano español, al que tachaba de comunista y bolchevique, lo que no era cierto. Churchill creía al principio que era más fácil entenderse con Hitler que con Stalin y era muy amigo de Blum. Le visitaba siempre que venía a Francia. Fue en una de esas reuniones cuando le aconsejó: “Keep out of Spain”.

P. Llega usted a decir que Blum perdió su alma por no ayudar a la República Española.
R. Sí, porque finalmente fue una enorme injusticia no ayudar a un Gobierno amigo, socialista, que tenía todo el derecho a comprar armas para defenderse de los militares. Perdió su alma y al mismo tiempo se equivocó, porque, si se hubiera aliado con los ingleses para oponerse a Hitler, quizá habría evitado la Segunda Guerra Mundial. Fue el mismo error que se cometió con la ocupación de Renania en marzo de 1936.

P. En descargo de Blum cuenta usted que era judío y que la presión de la prensa de la derecha era enorme. Dice incluso que ningún político del siglo XX ha sido tan calumniado como él.
R. No creo que ser judío fuera un factor importante en este caso. Fue más bien la presión de la prensa de la derecha, como Acción Francesa, un periódico que fue muy agresivo contra él. Hay que tener en cuenta que la derecha y la extrema derecha francesas flirteaban con Hitler y Mussolini y preferían que Franco ganara la guerra.

P. A finales de la Guerra Civil, tanto Churchill como el presidente americano Roosevelt reconocieron haberse equivocado. ¿Nunca hizo Blum lo mismo?
R. Nunca admitió su error. Siempre dijo que gracias a la no intervención se había evitado la guerra, lo que no fue cierto.

P. Usted fue el jefe de France Presse en España durante cinco años, de 2005 a 2010. Supongo que durante ese tiempo también comprendió que la Guerra Civil y la división social seguían muy presentes en la sociedad española.
R. Exacto. En aquellos años se debatía la Ley de Memoria Histórica de José Luis Rodríguez Zapatero, que quedó descafeinada, y se produjo la caída de Garzón, que a mí me pareció un disparate. Un juez que había sido tan importante en la persecución de Pinochet, expulsado de la magistratura por querer investigar los crímenes del franquismo. ¿Cómo era posible?

P. ¿Cree que España sigue sin tener superada esa etapa de su historia?
R. Adoro España y no quiero criticar a ese país, pero tuve esa impresión hace 10 años y ahora recuerdo aquello cuando veo que la alcaldesa de Madrid quiere aplicar la Ley de Memoria Histórica y, por tanto, desechar los símbolos franquistas. La pregunta es por qué los anteriores alcaldes, Alberto Ruiz-Gallardón y Ana Botella, no hicieron nada entre 2007 y 2015.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/11/babelia/1457720199_544614.html?rel=lom

viernes, 25 de marzo de 2016

Batallas

La generación que llegamos a este mundo entre la Guerra Civil y el final de la autarquía en 1960, sobrevivimos de milagro al parto de nuestras madres, que apenas se cuidaron durante el embarazo. Crecimos bajo la amenaza del infierno y de la represión moral, pero entonces las puertas de las casas, incluso de noche, nunca estaban cerradas con llave. Dormimos en colchones de borra o de lana apelmazada y sobre ellos soñábamos con El Hombre Enmascarado; bebíamos agua pura de la fuente y jugábamos todo el día en la calle con patinetes, aros y flechas que habíamos fabricado con nuestras manos; hacíamos la guerra a pedradas contra la pandilla contraria y si volvías herido a casa nadie te regañaba, pero la idea de que tu padre se enfrentara en tu defensa al maestro, al párroco, al alcalde o al policía era impensable; nuestras madres nos bañaban en un barreño con agua caliente una vez a la semana en invierno, pero en verano íbamos al río o a la playa en una bicicleta en cuyos radios habíamos colocado una carta de la baraja, a menudo el as de oros, para que sonara a motor. Siempre entrábamos sin llamar en casa de un compañero con el que nos iniciamos en el sexo bajo los limoneros y compartíamos nidos y nombres de los pájaros, tebeos y gusanos de seda con aquel niño silencioso cuyo padre estaba en la cárcel o había sido fusilado.

Esta generación nacida durante la autarquía franquista consiguió romper los hierros de la dictadura y entre la libertad conquistada y la corrupción sobrevenida, ha dado a este país, pese a todo, grandes científicos, líderes empresariales y artistas internacionales. Ahora desde la altura del tiempo contempla el paso de la juventud airada sin adivinar hasta dónde llevará a este país la cólera social y puesto que el pasado no parece servir de nada, se limita a contar a sus nietos estas lejanas y perdidas batallas. http://elpais.com/elpais/2016/03/12/opinion/1457799836_953820.html

jueves, 24 de marzo de 2016

Muere el último combatiente de la brigada Lincoln en la Guerra Civil. Delmer Berg falleció en su casa de California a los 100 años de edad

La última voz de la generación de norteamericanos que luchó en la Guerra Civil española se apagó el domingo después de un siglo en una casa de piedra en el norte de California. Delmer Berg (Anaheim, 1915) era el último superviviente de la Brigada Lincoln, formada por milicianos de Estados Unidos que combatieron en la Guerra Civil española (1936-1939) para defender la II República. Allí resultó herido. Berg estuvo toda su vida involucrado en movimientos de izquierda. “Mi vida se ha construido alrededor de las cuestiones por las que fuimos a España”, decía a EL PAÍS en el comedor de su casa durante una entrevista el pasado mes de abril.

La forma de ver el mundo de Berg quedó definida para siempre cuando le tocó vivir como adolescente el hundimiento de la economía de Estados Unidos en 1929. El año pasado aún recordaba con sorprendente detalle su vida de lavaplatos en Hollywood mientras a su alrededor se hundían agricultores y pequeños negocios. Recordaba a su padre preocupado por la situación en el campo y las colas en los bancos para sacar un dinero que se había evaporado. “Había un sentimiento, un ambiente, de qué vamos a hacer al respecto”. Contaba que empezó a creer en la movilización social cuando vio a los veteranos de la I Guerra Mundial ganar un pulso al Gobierno para cobrar sus pensiones a través de movilizaciones masivas.

Se alistó en el Ejército con 21 años para rescindir su contrato al año siguiente, cuando le surgió la posibilidad de ir a España, que veía como el lugar donde se estaba defendiendo una especie de conciencia global trabajadora. “Yo me sentía parte de eso. Soy así. Sentía que había un nosotros, en todo el mundo. Y yo soy parte de ese nosotros. Sentí que lo que pasaba allí me concernía”. Unos 2.800 norteamericanos participaron en la Guerra Civil española, según la asociación de veteranos Archivos de la Brigada Lincoln (Alba), que informó del fallecimiento de Berg en su web.

Durante el resto de su vida en California, Berg siguió involucrado en movimientos sindicales y organizaciones de izquierda. Aseguraba que perdió trabajos en los años siguientes por su compromiso y sintió la persecución de la furia anticomunista del macarthismo. Volvió a España tres veces en tours organizados para veteranos de las Brigadas Internacionales. Se emocionaba recordando el reconocimiento que se le había dado, tantos años después y se quedó con la sensación de que España en general valoraba su lucha.

Cuando EL PAÍS visitó a Delmer Berg en Columbia, un pueblo del oeste conservado como parque turístico al norte de California, era un momento difícil en su vida. Su tercera esposa, June, acababa de ser internada en un hospital. Falleció tres meses después, en junio, a la edad de 93 años. Se conocieron en un baile en Modesto y vivieron juntos cuatro décadas. Construyeron la casa de su vejez ellos mismos con materiales sacados de su propia finca, según el obituario que publicó The Union Democrat, el periódico local de la zona de la fiebre el oro. Berg era una celebridad local en un lugar donde poca gente compartía sus ideas. “Todos respetan el hecho de que fuera a España”, decía.

En aquella casa de piedra en un lugar inaccesible, con 99 años Berg se movía con dificultad, apoyado en un bastón y con ayuda de la asistenta que iba tres veces por semana. Aun así subía dos tramos de escaleras hasta su dormitorio. Tenía un potente timbre de voz, aunque rasgado y tembloroso por la edad. Había perdido casi completamente su capacidad auditiva y había que gritarle, literalmente, cerca del oído o escribirle las preguntas en un papel. Hablaba y reía con energía, sin embargo, y devoraba unos bollos con leche. Pasaba las mañanas sentado al sol en el porche.

La muerte de Berg hace presente qué poco nos queda, cuando se van a cumplir 80 años de la rebelión militar, para que perdamos definitivamente cualquier posibilidad de escuchar de viva voz recuerdos de la guerra de España. Qué poco queda para que no haya nadie a quién preguntar.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/02/actualidad/1456908585_999275.html

Entrevista con Delmer Berg (mayo de 2015)

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Recuerdos de Carmen Parga. Esos jóvenes vivieron la II República como una excitación jubilosa, pero todo lo arruinó la gran carnicería de la guerra.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

 Uno nunca sabe donde va a encontrarse con las grandes lecturas, las voces inesperadas que suenan a veces con una extraña realidad en las páginas impresas. Tuve que ir a México, a la feria del libro de Guadalajara, para encontrar una voz española que desconocía, la de Carmen Parga, que murió en 2004, con casi noventa años, después de una vida a la vez común y prodigiosa, una de esas vidas arrebatadas por la fuerza centrífuga de los exilios y las guerras que sin embargo preservan como un germen indestructible de sensatez y serenidad. En Guadalajara alguien me habló de la situación penosa del Ateneo Español de México, y cuando me dijo que su presidenta se llamaba Carmen Tagüeña le pregunté si no sería hija del teniente coronel Manuel Tagüeña, uno de los héroes del Ejército republicano durante la Guerra Civil. La coincidencia avivó la conversación. Yo conocía las memorias de Tagüeña, Testimonio de dos guerras, uno de esos relatos en primera persona fundamentales para conocer desde dentro los años que van desde la llegada de la II República en España hasta lo más tenebroso de la Guerra fría, el tránsito de una vida desde la ilusión juvenil de la libertad política y la justicia social hasta el sombrío desengaño en la Unión Soviética de Stalin y en las dictaduras que se llamaron sin sarcasmo “democracias populares”.

Cuando empezó la guerra en España, Manuel Tagüeña, a los 23 años, era un doctor en Matemáticas y Física. En el verano del 36 ya mandaba patrullas de milicianos en la Sierra de Madrid. Su valentía personal destacaba tanto como su sentido de la disciplina y de la estrategia. Dos años más tarde, ascendido a teniente coronel, tuvo a su cargo un cuerpo de Ejército en la batalla del Ebro. Militó en la Juventud Socialista Unificada y luego en el Partido Comunista. En sus memorias el relato pormenorizado de las operaciones de la guerra tiene un poderoso pulso narrativo y al mismo tiempo está despojado de sectarismo ideológico. Tagüeña escribía en México, en 1969, sabiéndose ya muy enfermo, con la seguridad de que el libro solo se publicaría después de su muerte, resuelto a contar la verdad de lo que había vivido y también a que su testimonio no pudiera ser manipulado por la dictadura franquista. Su experiencia en la Unión Soviética, en Yugoslavia y en Checoslovaquia lo habían desengañado del comunismo, pero el desengaño, en lugar de convertirlo en un reaccionario, había acentuado su sentido de la justicia y del valor de las libertades civiles y la soberanía personal. Su curiosidad, su entereza, su voluntad de aprender, asombran tanto como su determinación de no cerrar los ojos ni rendirse al infortunio. Aprendió ruso, francés, inglés, serbocroata, checo. Fue profesor con apenas 30 años en la academia militar Frunze, de Moscú, y asesor del Ejército yugoslavo. Hizo entera la carrera de Medicina en Checoslovaquia. Llegó a México con su familia en 1955, después de trámites y esperas de pesadilla para que le permitieran irse de la Europa comunista, y se ganó la vida en un laboratorio farmacéutico.

En las memorias de Tagüeña hay una presencia discreta y asidua de su mujer, Carmen Parga. Los dos pertenecen a esa generación que retrata mejor que nadie Max Aub en La calle de Valverde: hombres y mujeres que eran muy jóvenes en las vísperas prometedoras de la II República y que vivieron ese tiempo como una excitación jubilosa que no era solo política, porque tenía el impulso de la irrupción personal en la edad adulta, el de las promesas prácticas que ya estaban cumpliéndose y las expectativas racionales o utópicas que quedarían igualmente arruinadas por la gran carnicería y la destrucción de la guerra, y luego del régimen vengativo de los vencedores. Carmen Parga, en la República, a los veinte años, es una de esas muchachas que aparecen en los anuncios de las revistas ilustradas o en las páginas deportivas en huecograbado de los periódicos: delgada, con el pelo muy corto y la raya a un lado, vestida unas veces para ir a la universidad o al trabajo en una oficina y otras para practicar un deporte. Carmen Parga, como Manuel Tagüeña, como los amigos reales y los personajes inventados de Max Aub, tiene la buena suerte biográfica, más acentuada todavía en las mujeres, de ser joven en un tiempo en el que se abren posibilidades políticas y educativas que no habían existido antes. Tagüeña disfruta las ventajas del gran salto en la enseñanza y en la investigación científica que había iniciado Ramón y Cajal y que sostenían sus discípulos. Carmen Parga, a los 20 años justos, pertenece al primer grupo de estudiantes, mujeres en su mayoría, que inaugura el edificio de Filosofía y Letras en la Ciudad Universitaria de Madrid.

Dice Henry James que todos los futuros son crueles. El de los jóvenes de esa generación fue inaudito. Estudiaron con los mejores maestros que ha tenido nunca el conocimiento humanista y científico en España. Disfrutaron de los primeros grandes logros modernos de la cultura popular, el cine sonoro, la radio, los bailes con música de jazz, las piscinas públicas, los deportes. Vivieron por primera vez la posibilidad de una relación igualitaria entre hombres y mujeres, en la vida privada y en el activismo político. Todo ocurrió a una velocidad de la que es difícil darse cuenta: en la primavera de 1939 Carmen Parga y Manuel Tagüeña son dos refugiados que han logrado escapar al cautiverio indigno en los campos de concentración franceses y viajan en un carguero por el golfo de Finlandia, camino de Leningrado.

Pero ahora el libro de memorias que sigo no es el del marido, sino el de la esposa. A los ochenta años, en México, viuda desde hacía mucho y ya jubilada de sus tareas como profesora, Carmen Parga siente la necesidad de consignar por escrito lo que ha contado muchas veces en voz alta a los amigos que le preguntaban por los mundos ya lejanos que ella había conocido. Se lo ha propuesto de vez en cuando, y siempre lo ha postergado. Pero le da remordimiento pensar que algunas de las personas que le pedían que escribiera ya han muerto. Y ahora, urgida por el tiempo, comprende que debe hacerlo, antes que sea tarde, antes de que la desmemoria y la muerte borren sin rastro todo lo que ella ha conocido, lo que han visto sus ojos, la belleza de los ideales y la lucidez de los desengaños necesarios, la exaltación liberadora en el Madrid de la República y el veneno lento del terror en el Moscú de Stalin, el miedo y la alegría de dar a luz a una hija sana y vigorosa en un invierno soviético de guerra y de fríos polares. Antes que sea tarde, llamó Carmen Parga a sus memorias cuando se decidió por fin a escribirlas. Leerlas al mismo tiempo que las de Manuel Tagüeña es un ejercicio de restitución de una memoria civil verdadera, no banalizada ni simplificada. Y también una lección tan necesaria hoy como hace un siglo: sin libertad de conciencia y de expresión, sin ejercicio de la crítica y de los controles democráticos, sin respeto a lo singular y a lo minoritario, los ideales más seductores de igualdad y justicia acaban en tiranías monstruosas.

Testimonio de dos guerras. Manuel Tagüeña Lacorte. Planeta, 2005. 750 páginas. 29 euros.
Antes que sea tarde. Carmen Parga. Compañía Literaria, 2002. 182 páginas. 6 euros.
Fuente:
https://elpais.com/cultura/2015/12/22/babelia/1450798626_431333.html


viernes, 9 de octubre de 2015

Lydie Salvayre: “En Francia se censura todo lo que sea popular”. ÁLEX VICENTE. La autora francesa relata la historia de juventud de su progenitora, exiliada republicana, en ‘No llorar’, ganadora del Goncourt.

Lydie Salvayre (Autainville, Francia, 1946) llevaba años intentando dar forma de novela a la historia vivida por su madre, quien fue una joven catalana tentada por la aventura libertaria en los años previos a la Guerra Civil, cuando se instaló con su hermano anarquista en Barcelona. Allí viviría su primera historia de amor y participó en la efervescencia revolucionaria antes de emigrar a Francia. Lo consiguió al leer Los grandes cementerios bajo la luna, donde el escritor católico y monárquico Georges Bernanos expresa su desazón respecto a las atrocidades cometidas por el bando nacional, al que en un principio dio apoyo y en cuyas tropas combatía su propio hijo. La condena le valdría ser expulsado del partido ultraderechista Acción Francesa.

“Mi madre murió hace siete años, pero nunca me acababa de decidir a contar su historia. La lectura de Bernanos me despertó. Fue como si me dieran un puñetazo”, afirma Salvayre en su domicilio parisino, una casita de dos plantas pegada al cementerio de Père-Lachaise. Del enfrentamiento entre el relato de juventud de su madre y el remordimiento expresado por Bernanos, dos personajes en las antípodas que acaban encontrándose en un terreno común, surgió No llorar (Anagrama), con la que el año pasado ganó el premio Goncourt, el más importante de las letras francesas.

En el libro, la autora reproduce el habla de su madre, una mezcla de español y francés donde no faltan las incorrecciones y barbarismos, y que la autora vincula al frañol, lengua oficial de los cerca de 500.000 exiliados republicanos en el país vecino. Salvayre ha querido dignificarla. “De pequeña me daba vergüenza oír cómo hablaba mi madre, pero ahora me apasiona. Al hacerme mayor entendí que, en lugar de estropear el francés, lo convertía en algo más poético y más divertido”, expresa. “Detrás de mi escritura también se halla una cuestión política. ¿El francés debe seguir siendo una lengua pura, o las palabras surgidas del exilio tienen derecho a introducirse en ella?”. No hace falta preguntarle por qué opción se decanta la autora, consagrada al fin tras publicar veinte novelas respetadas por la crítica y traducidas a una veintena de idiomas.

La autora habla igual que escribe: una palabra en español por cada cuatro en francés. En la traducción al castellano, a cargo de Javier Albiñana, los fragmentos en español han sido transcritos en negrita para que el lector español se haga una idea de esta lengua híbrida, inhabitual en la narrativa francesa, menos abierta al mestizaje que otras tradiciones literarias. Existen numerosos ejemplos de autores que se sirven del spanglish, como Sandra Cisneros o Junot Díaz, sin contar con la literatura poscolonial de la esfera anglosajona, donde la lengua dominante suele aceptar préstamos de la dominada. En francés, en cambio, los casos no abundan. “Es verdad. Francia es un país donde, a partir de la creación de la Academia Francesa en el siglo XVII, se censura todo lo que sea popular, como si fuera una mancha que borrar”, afirma Salvayre. “Frente a la rigidez de ese modelo, lo extranjero es percibido como una amenaza”.

Sin ir más lejos, cuando ganó el Goncourt, el crítico literario Bernand Pivot, presidente del jurado, le dedicó elogios pero apuntó que en el libro había “demasiado español”. “Todavía nos gobierna esa exigencia de hablar como es debido”, responde Salvayre. “A mí me han tildado mil veces de vulgar por introducir tacos en mis novelas”.

Puede que la literatura no haga más que reflejar la rigidez y la exigencia del modelo de integración francés, que requiere una asimilación casi total. El propio nombre de la autora lo revela. Sus padres la llamaron Lidia. En el registro civil, su nombre es Lydie.

La autora tuvo, durante años, sentimientos encontrados respecto a esa herencia familiar. “Hasta las adolescencia, las historias de la guerra me aburrían sobremanera”, reconoce. Salvayre creció en Auterive, pequeña localidad cercana a Toulouse, junto a una comunidad de exiliados en la que “se organizaban grandes comidas, se contaban chistes verdes y nadie se compraba muebles”, porque todo el mundo creía que terminaría volviendo a la patria abandonada. Cuando llegó al colegio, recuerda haber sido ridiculizada por hablar igual que sus padres y equivocarse sistemáticamente con el género de los artículos, ese tic del que todo expatriado nunca se desprende del todo. “Pero ese sentimiento de vergüenza fue un motor. Me afectó al orgullo y me impulsó a demostrar que podía hablar y escribir tan bien como cualquiera”, afirma. A veces, ese absurdo sentimiento de inferioridad vuelve a aparecer. “Lo detecto en las cenas burguesas, donde me veo paralizada por miedo a no tener las maneras adecuadas en la mesa o a decir algo que me deje en evidencia”, admite.

En Francia, su padre trabajó de albañil. Fue un comunista estalinista “hasta el día de su muerte”, que no dudó en abofetear a sus tres hijas si osaban criticar a la Unión Soviética. Si Salvayre prescindió de su apellido de soltera, Arjona, para escribir, fue como rebelión a ese padre autoritario. La protagonista del libro es, sin embargo, su madre. “Quise dejar por escrito las historias que me contaba, más teñidas de alegría que de desgracia. Mi único lamento es que no haya podido ver este éxito. Estaría muy orgullosa, pese a que la literatura le diera totalmente igual. Pero eso me gustaba: era lo opuesto a esos intelectuales de Saint-Germain para quien la literatura es el centro del universo”, sostiene. “En cambio, mi madre siempre estuvo muy orgullosa de que fuera médico”. Salvayre trabajó durante décadas como psiquiatra infantil y juvenil en la periferia de París, donde sus pacientes de origen magrebí y turco hablaban una lengua bastarda emparentada con la de su familia.

Para Salvayre, el Goncourt no era un objetivo en sí. “Muchos de mis escritores favoritos no lo tienen, como Samuel Beckett o Claude Simon. Reconozco que no está nada mal tenerlo, porque el número de tus lectores aumenta increíblemente”, afirma. Tras obtener el premio, No llorar pasó de los 20.000 ejemplares vendidos a más de 400.000. “A la vez, cuando firmo libros, ahora veo en la cola a gente que no viene a comprar una novela, sino una marca. Es algo nuevo para mí, y reconozco que me molesta”, concluye.

Ecos en el presente

Para Salvayre, su novela describe un mundo pasado que resuena en el presente. “Ahí siguen el nacionalismo abyecto, el fanatismo religioso, la cobardía de Europa y el drama del exilio”, dice la autora. “Todos los exilios no son iguales, pero sí expresan el mismo dolor”. A Salvayre también sigue los últimos movimientos en la política española. “Más allá de Podemos como partido, me interesa que surjan movimientos sin líder, manifestaciones formadas por personas de perfiles e intereses distintos”, afirma. “No se trata de esperar una gran revolución que no llegará, sino de actuar de manera concreta y efectiva. No sé qué dará de sí, pero reconozco que me gusta. Reconozco en esos movimientos una forma de libertarismo”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/10/04/actualidad/1443981484_842999.html

miércoles, 29 de julio de 2015

La Universitat de València expone hasta el 4 de septiembre las fotografías del médico canadiense Norman Bethune, entre la medicina solidaria y el antifascismo. Enric Llopis

“Me niego a rebelarme contra un mundo que genera crimen y corrupción”. Este propósito guió al médico canadiense Norman Bethune (1890-1939) durante toda la vida, en un recorrido altruista, incansable, desgarrador y presidido por una palmaria divisa política: el antifascismo. Después de participar en la primera guerra mundial como camillero de ambulancia, los ideales solidarios inspiraron su actividad en Montreal, donde atendía a la gente más pobre en los años posteriores a la “gran depresión”. Durante la guerra civil española, Norman Bethune se enroló como médico voluntario de las Brigadas Internacionales y creó el Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre. El objetivo fue salvar el máximo de vidas durante la conflagración. Al igual que en China. Allí trabajó como médico de campaña en el frente, donde prestó su apoyo entre 1938 y 1939 al Ejército Popular frente a la invasión japonesa. A los 49 años murió de septicemia en Hebei (China), en la humilde cabaña de un campesino.

Organizada por la Universitat de València, la exposición fotográfica “Norman Bethune. La huella solidaria” puede visitarse hasta el 4 de septiembre en el Palau Cerveró de esta ciudad. “La tuberculosis causa más muertos por la falta de dinero que por la de resistencia a la enfermedad; el pobre muere porque no puede pagarse la vida”. Entre 1928 y 1936 Norman Bethune ejerció como cirujano torácico en Montreal y llegó a ser un especialista reputado en el tratamiento de la tuberculosis. Los ideales le condujeron a España, tres meses después del alzamiento faccioso. Fumador empedernido, el hecho de cruzar el océano para participar en la guerra de 1936, le supuso una renuncia en la proyección profesional (Bethune ocupaba la jefatura de Servicio del Hospital Sacré-Coeur de Montreal). En la contienda española permaneció ocho meses que le marcaron durante toda la vida: “España es una herida en mi corazón. Una herida que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá conmigo, recordándome siempre los casos que he visto”.

Por un lado Norman Bethune participó en los servicios médicos de las Brigadas Internacionales. Constituyó –y propuso al gobierno de la República tanto organizar como financiar- una unidad móvil de transfusión de sangre. “Las transfusiones móviles nunca se habían hecho antes en el mundo”, destaca la muestra de la Universitat de València. El objetivo era, en una primera fase, trasladar el plasma a los hospitales de Madrid, en una camioneta Ford de estructura muy sencilla: un frigorífico, un esterilizador y material médico. El proyecto, austero y efectivo, de la ambulancia móvil se complementó con un banco de sangre instalado en un piso de la calle Príncipe de Vergara (Madrid). Los periódicos exhortaban a la colaboración de los donantes. “Al amanecer, 2.000 personas abarrotaban la avenida”, apunta uno de los paneles. Después de surtir a los hospitales, el servicio de transfusión del médico canadiense amplió el horizonte y pasó a los frentes cercanos, como la Sierra de Guadarrama.

Más aún la ambulancia desempeñó su función altruista en febrero de 1937, cuando colaboró en el auxilio de la población que huía de Málaga rumbo a Almería. El galeno y su colaborador, Hazen Sise, dejaron testimonio escrito y fotográfico de lo que la exposición titula como “el crimen de la carretera Málaga-Almería”. Pese a que Norman Bethune se marchó de España en junio de 1937, la huella de la tragedia le acompañaría siempre. Después de volver a Canadá y Estados Unidos, se embarcó en una gira para dar a conocer el servicio de transfusión sanguínea. Recolectó fondos para el proyecto. La muestra fotográfica, comisariada por Jesús Majada, incluye una frase que más bien representa toda una transición biográfica en Norman Bethune: “España y China están comprometidas en la misma lucha; me voy a China porque creo que es allí donde las necesidades son más urgentes y donde puedo ser más útil”.

El doctor canadiense dispuso en el país asiático de medios muy escasos, pero esto no obstó para que planificara la medicina del ejército y colaborara en la implantación del sistema de sanidad pública. Prueba del frenesí en que se convirtió la actividad médica (cirujano de campaña en el frente) es el siguiente testimonio: “El Hospital Central tiene ahora 350 camas, todas ellas ocupadas; debería ampliarse inmediatamente hasta 500; otro cirujano y yo hemos realizado 110 operaciones en 25 días; esta gente necesita todo; les adjunto una lista de sus medicinas en el almacén; lamentable ¿no? ¿Pueden enviarnos morfina, codeína, instrumental quirúrgico, salvarsán, carbasona…? Aquí hay demasiada disentería”. La labor humanitaria de Norman Bethune llenaba toda su existencia (muy solitaria), de hecho, sólo podía hablar en inglés con su intérprete. Salvar la vida de los malheridos y damnificados daba sentido a la vida del doctor. Entres sus pocos objetos personales, la máquina de escribir, con la que redactaba informes, directrices, cartas y libros. Sin desfallecer pedía ayuda médica.

La falta de equipamiento y material tuvo un desenlace fatal. El hecho de no contar con guantes de goma para las operaciones, agravó las consecuencias del corte de un dedo durante una operación de urgencia (octubre de 1939). La herida se infectó, extendió por el cuerpo y terminó con su vida el 12 de noviembre de 1939. La muestra de la Universitat de València incluye fotografía de estatuas levantadas en China a este médico occidental, que con la unidad médica móvil formada por ocho personas (un intérprete, el cocinero-ayudante Ho Tzu-Hsin y el personal médico) salvó la vida de muchos soldados.

Además de la exposición, la muestra incluye otras actividades como la proyección del documental “De Madrid al hielo”, del director hispano-canadiense Bruno Lázaro. Producido en 2011 y con una duración de 75 minutos, la película es una mezcla de tramas que finalmente se conectan. Por un lado el director, que con diez años (en 1968) emigra con su familia a Canadá. Otro punto argumental lo constituye un joven de Saskatchewan (provincia central de las Praderas de Canadá) que con otros jóvenes canadienses viajan a España para defender a la II República como voluntarios internacionalistas. De ese modo desafiaban el principio de “no intervención”. En el Batallón Mackenzie-Papineau canadiense (conocidos como Mac-Paps), se alistaron 1.448 miembros (un número considerable, en relación con la población total de Canadá, si se compara con otros países). El tercer nudo del filme es Jesús López Pacheco, novelista y poeta adscrito al realismo crítico, además de padre del director de la película. El escritor emigró a Canadá en 1968 como profesor universitario de la Western Ontario.

“De Madrid al hielo”, realmente un ensayo experimental-documental, se distancia de los documentales más convencionales al incluir elementos del cómic, la animación, el fotomontaje y superposiciones que sugieren técnicas vanguardistas. Uno de los hilos narradores de la película, en inglés con subtítulos en castellano, son las poesías de Jesús López Pacheco. Una de ellas, dedicada a Norman Bethune, completa el cuadrado argumental: “El canadiense más humano de nuestro tiempo/fue a España cuando España le gritaba al mundo/ “¡Venid a ver la sangre derramada!” “El canadiense más humano de nuestro tiempo/subió a un camión pequeño y recorrió los frentes/con botellas de sangre. Habiendo descubierto/que los versos del hombre pueden dar en el hombre,/fundó el Canadian Blood Transfusión Service,/Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre”.

También aparece recitado en la película el poema de Jesús López Pacheco, “Sueño americano”, alumbrado en el exilio:
“Los envuelve una bruma de deseos/
insatisfechos, pero renovados siempre./
Son libres de comprar vendiendo el alma/
y, esclavos de sus pobres propiedades nunca suyas,/
no hacen la digestión jamás sin hipoteca./
El cráneo les horada, gota a gota, una secreta admiración por los canallas”.

A la dictadura franquista le escribe estos versos:
“A una época larga como un día sin pan/
a una larga plaga de miedos, silencios y dolores,/
a una charca de historias en la historia de España/
que ha de tener también historiadores”.

sábado, 13 de junio de 2015

La Segunda República, vista sin pasión. Cuatro historiadores diseccionan en un extenso ensayo los claroscuros del régimen que intentó reformar las costuras políticas y sociales de España

Sobre la Guerra Civil se ha escrito infinito, pero sobre la Segunda República escasean los estudios que la abordan con independencia de su final. Cuatro historiadores han aunado esfuerzos para tratar de ofrecer una visión sobre el primer régimen democrático instaurado en España en el siglo XX, cuyo afán reformista fue guillotinado por el más dramático de los finales. La Segunda República (Pasado y Presente), un volumen de casi 1.400 páginas, acaso sea el intento más ambicioso de la historiografía española para explicar aquellos años de luces y sombras, abiertos entre dos periodos siniestros de dictaduras y guerra. “Durante años hemos vivido del libro de Gabriel Jackson, publicado en 1965. Luego ha habido otros, pero se trató de obras de síntesis y fragmentarias”, expone Josep Fontana, catedrático emérito de Historia e Instituciones Económicas por la Universidad Pompeu Fabra.

Tanto Fontana, como los autores de la obra (Eduardo González Calleja, Francisco Cobo Romero, Ana Martínez Rus y Francisco Sánchez Pérez), destacan el hecho de que por vez primera se aborda en sí misma, emancipada de su dramático desenlace (sin que esto quiera decir que se omita). “Muchos autores explican la República traumatizados por la experiencia de la guerra”, subraya González Calleja, profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III, que explica que han huido tanto de la visión “propagandística” como de la “fatalista”. “A estas alturas, la República no debe ser denigrada ni reivindicada, sino analizada”, añade.

En opinión de Fontana, los meses que van de abril de 1931 a julio de 1936 son uno de esos raros periodos de progreso en la historia española. A Fontana le gusta recordar una anécdota del historiador Ramón Carande, que respondió así a la petición de un periodista para definir en dos palabras la historia de España: “Demasiados retrocesos”.

Con un final que no estuvo a la altura de su civilizado principio —el rey Alfonso XIII salió hacia el exilio sin corona pero con cabeza—, la República estuvo marcada por un espíritu reformista que, en algunos mundos rígidos como el campo, pareció revolucionario. Se podría decir también que fue el primer régimen amigo de las mujeres: se aprobó el sufragio femenino en igualdad de condiciones que el masculino (a los 23 años), se le concedió igualdad jurídica y desapareció el delito de adulterio que las penalizaba.

En materia de derechos civiles, se regularon con leyes el divorcio, el matrimonio civil y los derechos de los hijos ilegítimos. La escuela pública dejó de segregar alumnos según sexos y se implantó la coeducación. “Se aprueban una serie de cambios legales fundamentales, aunque no dio tiempo a que se convirtieran en cambios sociales”, aduce Ana Martínez Rus, profesora titular de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense. La cultura se transformó de arriba abajo. Invitar a leer fue una herramienta revolucionaria no muy apreciada en ámbitos conservadores y eclesiásticos, reacios a la instrucción de campesinos o mujeres.

Los libros como símbolo
En el Congreso, Pedro Sainz Rodríguez, diputado de Renovación Española y futuro ministro de Educación con Franco, interrogaba: “¿Para qué quieren leer a Oscar Wilde?”. Interesante cuestión en boca de un catedrático de Bibliología. “El concepto de biblioteca pública y el fomento de la lectura son de la República, que gastó mucho dinero en fondos, aunque no en personal, lo que hacía que la atención fuese voluntarista y que en algunas poblaciones se entorpeciese. Las biliotecas se convirtieron en un símbolo político”, señala Martínez Rus. Eso explica el castigo que los libros sufrirían durante la guerra y la dictadura, inmolados en hogueras y expurgados de bibliotecas como portadores del mal.

En el mundo laboral también se impulsaron novedosas normas, aunque Francisco Sánchez, profesor titular de Historia Contemporánea en la Carlos III, puntualiza su impacto en el sector industrial. “No son tan rupturistas como se las ha presentado. Beben de un debate que se venía dando desde la I Guerra Mundial. Donde se produce la gran novedad es en el campo, donde no existían los contratos por escrito y los patronos eran amos y señores del trabajo”.

Un impacto notable teniendo en cuenta que casi el 50% de la población activa española en los treinta trabajaba en el sector primario. “La cuestión agraria ha sido injustamente olvidada al estudiar la República y, sin embargo, no se entiende la Guerra Civil sin las cuestiones agrarias”, advierte Francisco Cobo, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Granada. Asegura que ni la reforma agraria fue revolucionaria (“era una ley comedida para modernizar las estructuras agrarias, pero beneficiaba a los jornaleros”) ni la conflictividad excepcional (“las huelgas no fueron mayores que en otros países europeos”).

Obras sobre armas y letras
Voces de la trinchera (Alianza). James Matthews.
Los soldados como corresponsales del frente. Las misivas, escritas entre 1938 y 1939 por combatientes del Ejército de Andalucía, rebelan hastío, sufrimiento (“Nos están saliendo telarañas en el cielo de la boca porque no tenemos ni agua para beber”) y desapego hacia consignas políticas.

El final de la guerra civil (Marcial Pons). Fernando Rodríguez Miaja.
Un joven de 22 años, Fernando Rodríguez Miaja, fue un testigo privilegiado de los últimos días de la guerra como secretario particular de su tío, el general José Miaja. Los coletazos del régimen republicano, ante su previsible derrota, siguen rodeados de claroscuros por la implicación de algunas autoridades en el golpe de estado de Casado y su colaboración con el quintacolumnismo.

Cuba y la guerra civil española.
La voz de los intelectuales (Calambur). Niall Binns, Jesús Cano Reyes y Ana Casado Fernández.
El nuevo volumen del grupo de investigación, que indaga en el impacto de la guerra en los intelectuales de América Latina, se centra en Cuba, el país Cuba fue el país latinoamericano con el mayor número de voluntarios en la guerra civil y también con el mayor número de corresponsales, algunos tan conocidos como Alejo Carpentier.

Parlamentarios más libres
Nada tiene que ver el actual sistema con el que rigió los procesos electorales en la Segunda República, más pluralista y más inestable. Francisco Sánchez cree, de hecho, que “la República se usó como contramodelo”. De entrada, “no se votaba a partidos sino a personas”. Esto propiciaba que los diputados tuviesen más autonomía a la hora de defender sus propuestas.

No había Senado, lo que agilizaba la aprobación de leyes, y las listas eran abiertas en cada circunscripción, con un sistema establecido para elegir mayorías y minorías. Había dos vueltas. “Intentaba fomentar el pluralismo. Se le ha criticado porque permite que partidos muy pequeños lleven sus representantes al Parlamento”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/05/29/actualidad/1432922096_318230.html?rel=lom

lunes, 8 de junio de 2015

Reseña del documental “Hollywood contra Franco”, de Oriol Porta. Cine, compromiso y “caza de brujas”

Enric Llopis

La guerra civil española supuso un aldabonazo para los artistas de Hollywood. Muchos participaron en mítines, financiaron ambulancias para la zona republicana y rechazaron las políticas de no-intervención del presidente Roosevelt. “La derrota de la España democrática dejó una herida abierta en los corazones liberales de Hollywood”, afirmó el realizador Fred Zinnemann, quien dirigió en 1964 una película sobre el último maqui español, Quico Sabaté (“Behold a pale Horse”). Desde el año 1940 más de 50 películas de Hollywood contenían referencias a la guerra civil española. El documental de Oriol Porta, “Hollywood contra Franco”, pone de manifiesto la imagen que de la guerra de 1936 difundió la factoría estadounidense: la que se correspondía con los intereses de la política norteamericana en cada coyuntura.

La película de 91 minutos, producida por Àrea de Televisió en colaboración con la Televisió de Catalunya, tiene como hilo conductor la biografía de Alvah Bessie (1905-1985), miembro de la Brigada Lincoln y voluntario en 1938 en la guerra contra el fascismo en España. Las palabras de este novelista, guionista y crítico de literatura (que descubrió el marxismo en los ratos libres para escribir) acompañan en “off” a fragmentos de películas de la época (“Arise, mi amor”, “Casablanca”, “Las nieves del Kilimanjaro”…), intercalados con el testimonio de la actriz Susan Sarandon, el historiador del Cine Román Gubern, Dan Bessie (hijo del protagonista); Arthur Laurents (autor de clásicos como “West Side Store”, miembro del Partido Comunista y señalado en las listas negras de Hollywood) o Walter Bernstein, autor y guionista que también sufrió la “caza de brujas”. El protagonista, Avah Bessie, militó durante 20 años en el Partido Comunista de los Estados Unidos y estuvo entre “los diez de Hollywood” que se negaron a testificar ante el Comité de Actividades Anti-americanas por sus afinidades políticas.

El conflicto de 1936 fue la primera guerra “moderna” cubierta por los medios de comunicación de masas. El cine permitía difundir por todo el mundo, y de manera casi inmediata, lo que sucedía en el estado español. El documental de Oriol Porta da cuenta de cómo en 1933 se funda el Sindicato de Actores de Cine en Estados Unidos, entre otras razones para enfrentarse a las situaciones de explotación laboral a las que les sometían los estudios. Román Gubern recuerda que los directores, actores y guionistas eran fundamentalmente partidarios de la República, mientas que la cúpula de Hollywood, muy conservadora, defendía posiciones cercanas al franquismo. Mientras Roosevelt se oponía a la venta de armas al gobierno legal, artistas e intelectuales pagaban material sanitario y participaban en protestas.

El documental “Tierra Española”, producido en 1937 por el director holandés Joris Ivens y con narración de Ernst Hemingway, tiene como objetivo desmentir las mentiras de la propaganda franquista. En el audiovisual pueden advertirse dos de las visiones –comunista y anarquista- integradas en el Frente Popular. Pese a que la primera proyección tuvo lugar en la Casa Blanca, ante Roosevelt y su esposa, éste no se echó atrás en su posición respecto a la II República. En 1938 William Dieterle realizó “Bloqueo”, película que pese a tener muchos problemas con la censura norteamericana, defendió la causa de la República. En Estados Unidos provocó una fuerte polémica: los grupos católicos y pro-fanquistas la boicotearon, pero el filme también sirvió para recaudar fondos y financiar ambulancias en la zona republicana. El argumento se centra en un campesino que rechaza abandonar la tierra para incorporarse a filas, e intenta convencer a una mujer de que su ideología representa la opresión.

Paramount se implicó en la producción de películas con un “mensaje” antifascista, por lo que la dictadura de Franco incluyó a la compañía en su “lista negra”. Por ejemplo en “Arise, mi amor” (1940), de Mitchell Leisen y con guión de Billy Wilder, se trata de advertir a las clases populares –en tono didáctico- de los peligros del fascismo. En esta película una periodista norteamericana defiende la República española al tiempo que el ejército nazi invade Polonia; de hecho ofrece ayuda a un norteamericano, que está a punto de sufrir la ejecución, y que combatía por la democracia en España. Los nexos entre la guerra española y la conflagración mundial también se visualizan en “Watch on the Rhine”, filme básicamente antinazi de 1943, producido por Warner Bros Picture y con guión de Dashiell Hammett.

En 1943 Paramount produjo una de las películas más conocidas y de mayor impacto, “Por quién doblan las campanas”, dirigida por Sam Wood e interpretada por Gary Cooper e Ingrid Bergman. Pese a que la diplomacia española logró varios cambios de guión, la película no se estrenó en España hasta 1978. A los exbrigadistas no les gustó, pues consideraban que se había primado la ficción sentimental a la suerte de los voluntarios y de la República. Mientras algunos periódicos hablaron de tergiversación de la realidad, Paramount valoró que fuese una película sin connotaciones políticas y de la dictadura franquista, que había frenado a la propaganda roja. Durante mucho tiempo el filme fue uno de los grandes canales por los que el público estadounidense conoció la guerra de 1936.

En los oscuros años 40, el departamento de Propaganda de la dictadura prohibía que se citara a artistas significadamente antifranquistas, como Chaplin, Paulette Goddard o Lewis Milestone. Los doblajes se aprovechaban para cambiar los diálogos, como ocurrió con Humphrey Bogart en Casablanca. El documental de Oriol Porta explica la pugna en estos términos: los guionistas de Hollywood trataban de subrayaban el compromiso republicano de los personajes (eran los “buenos” de la película), mientras la dictadura aplicaba la censura.

Después de la segunda guerra mundial, en plena guerra fría, el Macarthismo se encarnizó con directores, artistas y escritores. La “caza de brujas” también afectó a quienes habían mantenido alguna relación con la República española, una acción considerada “subversiva”, “antiamericana” e “inspirada por el comunismo”. Más que en las películas, las pesquisas se centraron en directores y actores, quien tenían que responder ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas a preguntas como estas: “¿Está afiliado usted al gremio de los guionistas?”; o “¿Está usted afiliado al partido comunista?”. En las “listas negras” figuraban personajes tan conocidos como Bertolt Brecht, Howard Fast, Frank Capra o Charles Chaplin. “Si estabas en las listas no había trabajo, salvo alguno temporal”, afirma Alvah Bessie en “Hollywood contra Franco”. “Era una época de delatores y vencidos, en los que unos perdían la dignidad, otros el trabajo y algunos la vida; los guionistas nos teníamos que organizar para sobrevivir”, agrega.

El consulado español se dirigió asimismo a la 20th Century Fox para que introdujera cambios en el guión de “Las nieves del Kilimanjaro”, estrenada en 1952 a partir de un texto de Hemingway, con Gregory Peck y Ava Gardner en el reparto. La empresa accedió. Según Román Gubern, “la imagen de la guerra civil resultó aséptica, algo turbia y despojada de valores épicos”. “Ojalá pudiéramos volver a Detroit”, exclama un miliciano mientras combate en la trinchera. No es casualidad que la película, vaciada de carga ideológica, coincidiera con los Acuerdos entre Eisenhower y Franco para la instalación de las bases militares norteamericanas en España.

La década de los 60 destaca por los cineastas independientes que se lanzan a producir películas ambientadas en España. En 1964, Fred Zinnemann realiza “Caraquemada”, un filme centrado en la biografía de Quico Sabaté, uno de los últimos maquis anarquistas. Asesinado en 1960 por la guardia civil, traspasaba los Pirineos para llevar a cabo la “acción directa” en territorio español. Anthony Quinn interpreta a un sádico agente del cuerpo armado. La película no gustó a la dictadura franquista, de hecho, Fraga Iribarne prohibió el rodaje en España. Columbia Pictures, sancionada por el régimen, tuvo que grabar la película en el sur de Francia. 

En 1969 se estrenó “España otra vez”, dirigida por Jaime Camino. El realizador invitó a participar en la película a Alvah Bessie, quien 30 años después retornó a España. La película es un retrato de su experiencia vital. Se trata de un exbrigadista estadounidense que regresa a España (donde combatió en la Batalla del Ebro), en busca de un antiguo amor de guerra. Alvah Bessie se encuentra con un país vaciado de los ideales políticos por los que había peleado. El documental de Oriol Porta culmina en la explosión de creatividad de los años 70, vinculada con la oposición a la guerra de Vietnam. Hija de esos tiempos fue “Tal como éramos”, dirigida por Sydney Pollack en 1973, y protagonizada por Robert Redford y Barbara Streisand. En la película aparecen referencias a la guerra civil española, la segunda guerra mundial, el rol del Partido Comunista de Estados Unidos o la “caza de brujas”. De todo ello da cuenta, con esmero artesanal, este documental producido en 2008.

sábado, 4 de abril de 2015

Reprimenda de la ONU a España por no extraditar a cargos franquistas. Una juez argentina los reclama para interrogarlos por crímenes de lesa humanidad, pero el Gobierno alega que les ampara la ley de amnistía de 1977

La ONU vuelve a reprender a España por desatender a las víctimas del franquismo. Cuatro expertos de Naciones Unidas -el presidente del Grupo de Trabajo sobre las desapariciones forzadas, Ariel Dulitzky; el relator especial sobre las ejecuciones extrajudiciales o arbitrarias, Christof Heyns; el relator especial sobre la tortura, Juan E. Méndez, y el relator especial sobre la promoción de la verdad, la justicia y la reparación, Pablo de Greiff- han redactado un duro comunicado contra la decisión del Gobierno español de no extraditar a Argentina a los 17 ex cargos franquistas a los que la juez Maria Servini de Cubría reclama para interrogar en Buenos Aires. La magistrada les imputa posibles crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura.

"La denegación de la extradición deja en profundo desamparo a las víctimas y a sus familiares, negando su derecho a la justicia y a la verdad", afirman los cuatro expertos. "Reconocemos que cabe entre las competencias del Estado español la posibilidad de denegar esa solicitud de extradición, pero si no extradita, el Estado tiene la obligación de garantizar, ante las jurisdicciones nacionales, el acceso a la justicia para las víctimas de violaciones graves de los derechos humanos", añaden. Es decir, para la ONU, España debe enviar a esos 17 excargos franquistas a Argentina o juzgarlos en su territorio.

Los cuatro expertos rebaten, además, los argumentos presentados en el Consejo de Ministros para denegar la extradición de los 17 ex cargos franquistas, entre los que figura José Utrera Molina, suegro del exministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón. "Carecen de base, pues parecen ignorar y contradecir las normas y estándares internacionales de los derechos humanos. El Estado español no puede escudarse en los principios de prescipción y extinción de la responsabilidad penal [la ley de amnistía de 1977] para no extraditar o juzgar a los responsables de violaciones graves de derechos humanos. La tortura, las ejecuciones sumarias y la desaparición forzada pueden constituir crímenes de lesa humanidad, que son imprescriptibles. Es decir, que no vence la obligación del Estado de investigar y sancionar a los responsables"...
http://politica.elpais.com/politica/2015/03/27/actualidad/1427485906_256091.html

MÁS INFORMACIÓN


(Foto: Botas de un fusilado cuyos restos fueron exhumados el verano pasado gracias a la donación de un sindicato noruego de electricistas. / ÓSCAR RODRÍGUEZ. Internet, El País)

viernes, 3 de abril de 2015

El Estado tiene la obligación de garantizar el acceso a la justicia para las víctimas, según la ONU. Se reabre en Soria el único caso en marcha por desaparecidos en la Guerra Civil

Diso Press
El Juzgado número 1 de Almazán (Soria) ha reabierto el caso por los diez desaparecidos de Barcones durante la Guerra Civil española, y ha solicitado a la Guardia Civil que facilite las "órdenes puestas a disposición de Guardia Civil y Falange dadas por el comandante militar y se averigüe si fueron únicas, o bien si fueron sistemáticas". La reapertura de este caso por parte de la magistrada María Luisa García lo convierte en el único caso abierto en España por desaparecidos durante la Guerra Civil española. La asociación soriana Recuerdo y Dignidad hizo entrega el pasado día 16 de Marzo, en el juzgado de Almazán, un escrito que solicitaba la reapertura del caso, después de que el archivo de la causa se produjera por desconocerse los autores materiales, pese a estar demostrados los asesinatos. En dicha solicitud de reapertura del caso se adjuntaba la información procedente de la exhumación -realizada entre el 19 y 21 de Julio de 2013-, así como la obtenida de documentos de la época, incluyendo nombres de posibles cómplices o autores. En aquella exhumación, realizada por Recuerdo y Dignidad, se localizaron seis cuerpos, por lo que cuatro siguen todavía desaparecidos. Se trata de Arsenio Martínez, Tomás Cué, Antonio Lafuente y Fermín González, todos vecinos de Soria y miembros de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

Antes de llevar acabo aquellos trabajos, la citada asociación presentó la correspondiente denuncia en el juzgado de Almazán, solicitando la participación del juzgado en la exhumación, pero tras la apertura de diligencias, el 23 de octubre de 2013, se declaró el sobreseimiento provisional. La denuncia llegó hasta el Tribunal Constitucional, pero también fue desestimada.

España tiene la obligación de garantizar el acceso a la justicia para las víctimas, según la ONU
Por otra parte, un grupo de expertos de la ONU pidieron este viernes en Ginebra que España "extradite a los responsables de violaciones graves de los Derechos Humanos" durante el franquismo "mientras no se tomen medidas para garantizar el acceso a la justicia" española de las víctimas.

El 13 de marzo, el Gobierno denegó la extradición de 17 ciudadanos españoles acusados por la justicia argentina de violaciones graves de los Derechos Humanos cometidas durante el régimen franquista.

"El Estado español está obligado a extraditar a los responsables de violaciones graves de los Derechos Humanos, mientras no se tomen medidas para garantizar el acceso a la justicia y el derecho a la verdad de las víctimas ante las instancias legales españolas", dijo el comunicado de los expertos. “La denegación de la extradición deja en profundo desamparo a las víctimas y a sus familiares, negando su derecho a la justicia y a la verdad”, añadieron.

Los expertos estuvieron en contacto con el Gobierno en relación con las extradiciones ordenadas en octubre de 2014, en el marco de la llamada 'querella argentina', en la que se investigan fusilamientos, torturas, robos de bebés y otros delitos.

"Reconocemos que cabe entre las competencias del Estado español la posibilidad de denegar esta solicitud de extradición", dijeron los expertos. "Pero si no extradita, el Estado tiene la obligación de garantizar, ante las jurisdicciones nacionales, el acceso a la justicia para las víctimas de violaciones graves de los Derechos Humanos y el derecho a la verdad", agregaron.

El grupo está integrado por Ariel Dulitzky (Grupo de Trabajo sobre las desapariciones forzadas o involuntarias), Christof Heyns (Relator Especial sobre las ejecuciones extrajudiciales), Juan E. Méndez (Relator Especial sobre la tortura) y Pablo de Greiff (Relator Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición).

jueves, 5 de marzo de 2015

Philip Levine, bardo del corazón industrial de EE UU. La guerra civil y el movimiento anarquista españoles marcaron de forma decisiva la obra del poeta de Detroit

Philip Levine, uno de los poetas urbanos esenciales de su país, a quien su compatriota Edward Hirsch caracterizó como el Whitman irónico del corazón industrial de América, falleció en la localidad de Fresno, California, el pasado 14 de febrero a los 87 años, apenas un mes después de serle diagnosticado un cáncer de páncreas. Su lugar de trabajo, ubicado en el centro de un viejo caserón rodeado de alisos, naranjos y eucaliptos, estaba presidido por una fotografía de Robert Cappa en la que un grupo de anarquistas posan sonrientes delante de un puchero, durante la guerra civil española. En la entrada que le dedica el Diccionario biográfico de autores contemporáneos, tras señalar sus circunstancias familiares y profesionales, se apostilla escuetamente: Ocupación: “Poeta”; credo político: “Anarquista”; religión: “Anarquista”. El anarquismo era, efectivamente, el elemento que vertebraba y del que se nutrían sus dos obsesiones mayores: dar voz a los trabajadores de la industria automovilística de Detroit, junto a los cuales se forjó en la adolescencia, y la tragedia de la Guerra Civil, en la que varios conocidos de su familia tomaron parte activa.

En una conversación con la novelista Mona Simpson, Levine señaló que En torno al asesinato del teniente José del Castillo a manos del falangista Bravo Martínez, 12 de julio de 1936, uno de sus composiciones más emblemáticas, la muerte del oficial republicano condensa la esencia de la tragedia a punto de desencadenarse. “Lo escribí décadas después de la guerra, tras escuchar el alegato de un predicador negro mientras conducía por un Detroit devastado por los disturbios raciales. La voz del predicador me hizo sentir la universalidad del dolor anónimo de todos los conflictos”, manifestó Levine sobre su composición. A propósito de otro de sus poemas más conocidos, Coming Home Detroit 1968, en el que refiere de manera desgarrada la decrepitud física y moral de su ciudad, Levine señaló: “En Detroit, la ciudad más devastada de América, no hay el menor atisbo de grandeza heroica. Lo único que queda son hombres, animales, plantas y flores que insisten en afirmar su derecho a la existencia”.

Philip Levine nació en el Hospital Henry Ford de Detroit, en 1928. Sus padres, emigrantes judíos de origen ruso, vivieron la catástrofe de la Gran Depresión cuando el niño tenía un año. A los cinco perdió a su padre. Cuando tenía ocho, estalló la guerra civil española, cuyas vicisitudes siguieron angustiosamente los amigos de la familia, algunos de los cuales se alistaron en las Brigadas Internacionales. En sus memorias, el poeta cuenta que cuando iba a pie al colegio se imaginaba que llevaba un rifle y que la emprendía a tiros con los cadillacs, chevrolets y lincolns de lujo que había aparcados frente a las mansiones de los ricos. A los 14 empezó a trabajar en las plantas donde se fabricaban aquellos vehículos. Fue el primer miembro de su familia en acceder a la universidad, donde tuvo la fortuna de conocer a John Berryman, quien le ayudó a encontrar la voz que daría forma a sus experiencias en el cinturón industrial de Detroit. En No preguntes, libro de entrevistas publicado en 1981, afirmó: “A ningún poeta le importa lo que pasa en ese mundo, de modo que me impuse el reto de hacerlo yo. Cuando volví a ver a mis antiguos compañeros de trabajo y les expliqué que me dedicaba a escribir poesía, ninguno se rió de mí”. La pasión de Levine por España le llevó a pasar unos años en nuestro país en la década de los sesenta. Tradujo a Jaime Sabines y Gloria Fuertes. Visor publicó el año pasado La búsqueda de la sombra de Lorca, una antología a cargo de Andrés Catalán de sus poemas relacionados con España. Autor de más de 25 colecciones de versos, fue uno de los poetas más galardonados de su tiempo. Además de obtener el Pulitzer y el Premio Nacional del Libro (en dos ocasiones), entre 2011 y 2012 fue Poeta Laureado de su país. Al igual que Whitman, su maestro, Levine tenía el don de saber llegar a un amplio número de lectores con su poesía. Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/02/24/actualidad/1424818216_823335.html

miércoles, 25 de febrero de 2015

Entrevista al historiador inglés Paul Preston. "Azaña no estuvo a la altura de las circunstancias"

Paul Preston se acerca a la Guerra Civil con la seguridad del especialista. Autor de Franco, La Guerra Civil española, Las tres Españas del 36 y El holocausto español, entre otras obras importantes, recorre los últimos meses de la contienda siguiendo los pasos, principalmente, de tres protagonistas: el coronel golpista Casado, el presidente Negrín y el socialista Besteiro. Esta es la entrevista realizada a través de correo electrónico.

-Tras leer el libro, queda la impresión de que usted ha querido hacer justicia a Negrín.
-Mi proyecto no empezó así aunque así terminara. Mi intención era explicarme a mí mismo los últimos meses de la guerra, sobre todo para explicar la tragedia final, que ya había descrito en El holocausto español aunque no me había parado a investigar las responsabilidades políticas en la zona republicana. De los tres protagonistas principales, trabajé sobre Besteiro en Las tres Españas del 36. Era consciente de sus contactos con la Quinta Columna y de su ceguera sobre las consecuencias de la victoria de Franco. Pero me chocó de nuevo su candidez e irresponsabilidad. A Casado, quizás influido por sus propios libros, le había dado el beneficio de la duda, creyendo que quería poner fin a las matanzas. En cambio, me enfrenté con un cínico, mentiroso, egoísta que actuó siempre en su propio interés y no hizo nada para evitar las consecuencias trágicas de la victoria de Franco. En comparación con estos dos, el comportamiento de Negrín era más realista que el de Besteiro y más honesto que el de Casado.

-¿Por qué costó tanto a los dirigentes políticos y a muchos militares entender el lema de Negrín "resistir es vencer"? ¿Fue el presidente del Gobierno lo suficientemente explícito para que entendieran que no pretendía ganar la guerra, sino conseguir una paz negociada, con garantías?
-Creo que muchos leían el lema a través de unos filtros emocionales. Estaban ya agotados con la guerra, al borde del derrotismo y muchos no se fiaban de los comunistas. Sin entrar a pensar a fondo lo que buscaba Negrín –o sea ganar tiempo para organizar las evacuaciones y buscar la manera de sacarle concesiones a Franco para los que no se podían exiliarse– daban por supuesto que él quiso una lucha numantina que no era el caso. En palabras de Dr Rafael Méndez, íntimo amigo de Negrín: 'Resistencia a ultranza y movilización de recursos internacionales, para conseguir una paz que previniera el exterminio de miles y miles de republicanos, constituyó el eje de la política de Negrín desde que consideró inalcanzable la victoria. El 31 de marzo de 1939, el mismo Negrín se dirigió a la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados diciendo: 'Resistir, ¿para qué? ¿Para entrar triunfalmente en Burgos? Nunca hemos hablado ni pensado en ello. Señores, proclamar una política de resistencia implica el confesar que no se cuenta con medios para aplastar al enemigo, pero que causas superiores obligan a luchar hasta lo último, y para ello es necesario estimular y alentar el ánimo bélico de los combatientes. Negrín veía que, aunque la República no podía ganar tampoco estaba derrotada. Tenía un ejército enorme y más de la tercera parte del territorio español. Diez días después del golpe de Casado, los alemanes entraron en Praga y completaron la ocupación de Checoslovaquia. La situación internacional estaba cambiando y una amenaza de resistencia podría haberle preocupado profundamente a Franco. Sin embargo, dentro de España, muy pocos tenían la visión internacional que tenía Negrín.

-Alarma ver de qué forma la cúpula militar de la zona Centro había quedado infiltrada de espías.
-Esto lo explica muy bien el libro magistral de Ángel Bahamonde. Los oficiales de carrera que dominaban en la zona Centro habían mantenido lazos de amistad con sus antiguos compañeros. Algunos, desde el primer momento, ayudaron a la causa rebelde a base de sabotaje y filtración de información estratégica y otros, conforme se acercaba la derrota, querían intensificar esos lazos de amistad con la esperanza de salvarse.

-¿Por qué le costó tanto a Negrín confiar en algunos de los informes que le llegaban, sobre todo, de Cordón, sobre el espionaje en los altos mandos militares?
-Esta pregunta solamente la podría contestar el mismo Negrín. De todas formas, yo me atrevería a sugerir que le costaba pensar que alguien, supuestamente leal a la República, pudiera traicionarla, máxime cuando hacerlo suponía ignorar lo que supondría la victoria de Franco en términos de la represión consiguiente. Además, hay que recordar que era solamente hacia el final que Casado se arriesgó a tantear a gente próxima a Negrín, como Ignacio Hidalgo de Cisneros o Antonio Cordón. Es verdad que Negrín no tomó muy en serio esas actividades porque se fiaba de otros (también traidores y colaboradores de Casado) como los generales Matallana y Miaja.

-¿Cómo es que la República no actuó con dureza con algunos de esos mandos? ¿no cometían un delito de traición?
-Al principio, la República necesitaba oficiales con capacidad profesional, estratégica, táctica etc. Se hizo un proceso de investigación de la lealtad a través del Gabinete de Información y Control presidido por el Capitán Eleuterio Díaz-Tendero Merchán. Los que no fueron clasificados como ‘indiferentes’ o ‘fascistas’ y mostraron su disposición a luchar por la República fueron mantenidos en el Ejército y se fiaba de ellos. El cuerpo responsable de vigilarles, el SIM, se concentraba mucho más sobre los civiles de la quinta columna.

-Parece increíble que los servicios del SIM no detectaran la preparación del golpe de Casado. ¿Es porque estaba buena parte de la cúpula militar copada por la quinta columna y el SIPM?
-Por una parte, creo que Casado personalmente no era tan indiscreto. Mantenía en secreto sus relaciones con los servicios franquistas salvo con Besteiro y un grupo de sus más estrechos colaboradores militares. Sus aliados anarquistas no sabían nada de esas actividades. También hay que recordar que unos elementos importantes del Servicio de Información Militar estaban ya conspirando con Casado. Cuando Santiago Garcés Arroyo, el jefe supremo del SIM, ordenó el arresto de Casado, tropezó con el hecho de que el comandante del SIM del Ejército del Centro, Ángel Pedrero, se negó porque ya participaba en el contubernio de Casado.

-Tiene usted un capítulo, el 10, llamado El golpe, que, de ser su obra una novela, podríamos decir que es el clímax ¿Coincide? ¿Cómo se planteó su escritura? ¿No le parece a usted la base de un guión fantástico para una película histórica?
-Si yo fuera novelista, pensaría en estos términos. Sin embargo, soy historiador y mi cometido es contar lo que pasó de la manera más verídica posible a base de una investigación. Habiendo dicho esto, creo que el historiador no es solamente un investigador sino también alguien que cuenta historias basadas en la realidad. Por tanto, tiene el deber para con sus lectores de hacerlo de la manera más amena posible.

-El Partido Comunista, su teórica masiva presencia e influencia en el Ejército e incluso su supuesto control sobre el Gobierno y el propio Negrín, fue usado para justificar el golpe del 5 de marzo de 1939. Se sirvió de este argumento Casado, también lo hicieron los anarquistas, incluso lo hizo Besteiro. Era falso, pero ¿se tenía esa percepción en 1939? ¿Calaba este argumento? Parece que incluso hoy aún perdura en algunos historiadores.
-Claro que era falso. Si fuera la verdad, como siguen diciendo algunos historiadores de derechas, que la República era una marioneta de Moscú, Casado no habría tenido el éxito que tuvo. Negrín colaboraba con los comunistas porque defendían la República y porque eran el canal a través del cual llegaba la ayuda soviética. Esto no significaba que él fuera comunista o excesivamente influido por ellos. Había anarquistas y socialistas que creyeron ese mito porque, al abogar Negrín y los comunistas por la resistencia continuada, era una manera de canalizar su derrotismo y su cansancio de la guerra. También había el resentimiento por lo que habían hecho los comunistas al reprimir las ambiciones revolucionarias de los anarquistas.

-También cuesta entender la participación de Julián Besteiro.
-La motivación de Besteiro era una mezcla de soberbia e ingenuidad. Evidentemente, dada su reputación de hombre por encima de las rencillas políticas, a Casado le vino de perlas como legitimación de lo que estaba conjurando.

-Creo que usted hace una descripción muy acertada del proceder de Besteiro, al calificarlo de "ingenuidad culposa". ¿Por qué utiliza esta expresión?
-Porque había que ser ingenuo, o no haber leído ningún periódico en los dos años y medio anteriores, para no darse cuenta de lo que iba a ser la represión franquista. Y era ingenuidad culposa porque, a base de su creencia errónea de que no iba a haber una represión, obstaculizó las posibilidades de evacuación de miles de republicanos y así contribuyó a su suerte trágica.

-Al final, Besteiro decide quedarse en España. ¿Una decisión que, de alguna manera, le honra, aunque quizás no oculte su tremendo error?
-Efectivamente. Un sacrificio inútil que contribuyó a mantener su reputación pero que no sirvió para limitar la represión en lo más mínimo.

-Otro papel discutible es el de Azaña. ¿Cree que estuvo a la altura de las circunstancias?
-No. Hubo muchísimos elementos admirables en Azaña. Sin embargo, su cobardía al huir después de la caída de Catalunya dejó a la República sin jefe de Estado y dio una excusa a los gobiernos francés y británico para reconocer a Franco y dificultar la situación de Negrín.

-Al final, la Guerra Civil terminó un poco como empezó: con un golpe de Estado, en el que los sublevados se justifican por el peligro revolucionario comunista. ¿Se cierra un círculo que Franco explotó muy convenientemente y que le benefició incluso cuando gobernó, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial?
-Sí. En ninguna de las dos circunstancias hubo peligro revolucionario comunista alguno pero las circunstancias internacionales permitían a Franco aprovecharse de esa retórica falsa.

-El papel de Gran Bretaña ayudó poco a la República y el reconocimiento del gobierno de Burgos, cuando aún no había finalizado la guerra, perjudicó todavía más las pretensiones de Negrín de conseguir una paz negociada. ¿Por qué esa especie de desconfianza o animadversión hacia la República por parte de las autoridades británicas?
-El gobierno británico durante la Guerra Civil era muy conservador y ferozmente anticomunista. Se había tragado el bulo de la conspiración comunista lanzado por los golpistas en 1936. Además, las clases altas británicas tenían muchos lazos con las españolas, desde el duque de Alba (también duque de Berwick-on-Tweed y emparentado con la familia real británica) hasta los muchos españoles (sobre todo de Jerez) educados en los colegios privados ingleses más elitistas. El gobierno conservador simpatizaba con Hitler y Mussolini porque esperaba que ellos fuesen una fuerza anticomunista.

-También queda al final del libro una cosa clara, un rasgo de Franco que usted ha puesto en evidencia en otras de sus obras: su carácter tremendamente astuto y calculador y su decisión de acabar físicamente con el contrario. ¿Es así? ¿Por qué maltrató incluso a los militares que le ayudaron, como Matallana, Casado…?
-No hay duda de que Franco, a pesar de su mediocridad cultural, era muy astuto cuando de medir las debilidades de un enemigo se tratase. La gratitud nunca fue uno de sus rasgos y, a los que no se habían declarado plenamente a favor del alzamiento, por muy útiles que fuesen sus servicios a su causa, les trataba como enemigos. Había algunas excepciones –las explica muy bien el Dr. Bahamonde Magro– y una de ellas fue Casado. Si bien no tuvo los premios que él esperaba, en cambio Franco facilitó su evacuación a Gran Bretaña donde recibió un trato excepcional por sus servicios en acelerar la derrota republicana.
Blai Felip Palau. La Vanguardia
Fuente original: http://www.lavanguardia.com/cultura/20150222/54426429380/paul-preston-azana.html

sábado, 31 de enero de 2015

El canto de las trincheras españolas. Un sello alemán edita la mayor antología de temas de la Guerra Civil del bando republicano

Dos kilos de historia. España en el corazón / Spain in my heart / Spanien in herzen es una caja que contiene un riquísimo libro tamaño elepé, siete CD y un DVD con el documental Madrid before Hanita, que revela un dato poco conocido: la participación en nuestra Guerra Civil de unos 300 voluntarios judíos que partieron desde Palestina, junto a un puñado de comunistas árabes y armenios, para unirse a las Brigadas Internacionales.

He escrito “nuestra Guerra Civil” y conviene corregir eso: el conflicto de 1936-1939 es hoy patrimonio de la memoria sentimental de toda la izquierda planetaria. Se trata como material sensible: Bear Family, la editorial alemana de España en el corazón, no ha dado cabida a las canciones del bando nacional. Urge mencionar que, en otro colosal proyecto de la misma compañía, Next stop is Vietnam: the war on record 1961-2008, sí se incluyeron canciones en contra y a favor de la intervención estadounidense en el Sudeste de Asia.

Con las leyes antinazis en la mano, puede que en Alemania no sea posible publicar el Cara al sol. Según Detlev Hoegen, director de Bear Family, ni se planteó: “Nunca fue una opción para nosotros el poner en circulación canciones del movimiento fascista español. No queríamos publicitar las canciones de los contrarios a la democracia. Nos enfocamos en las canciones de los defensores de la lucha legítima por la libertad”.

Aun con esa limitación, la cosecha de Bear Family es extraordinaria: se han juntado 127 grabaciones, incluyendo un corte con audio de Tierra de España, el documental de Joris Ivens. Musicalmente, abundan los coros. Se repiten piezas como el Himno de Riego, Valle del Jarama, Els segadors, El quinto regimiento, Los cuatro generales o Si me quieres escribir (que, por cierto, se cantaba en ambos bandos). Y se cuela una versión de Gallo rojo, gallo negro, aquí titulada Los dos gallos. A pesar de sus hechuras, nunca se cantó en las trincheras: fue compuesta por Chicho Sánchez Ferlosio a principios de los sesenta.

Se han rescatado numerosas pizarras hechas durante el conflicto, a veces con resultados escalofriantes. Como protagonista omnipresente está Ernst Busch, el tenor y actor alemán. Busch incluso grabó en Moscú las canciones que había aprendido en España; comienzan con rotundos recitados del actor Vasily Kachalov antes de que Busch cante. También estuvo detrás de una de las ediciones más raras de la discografía guerracivilista: Lieder der zeit-Spanien 1936-39, un álbum con tres pizarras registradas entre Barcelona y París; encargó cien ejemplares a la compañía Polydor, que quedaron inmovilizados hasta que el cantante, prisionero de los nazis, fue liberado en 1945.

La guerra inspiró a compositores como los españoles Rodolfo Halfter y Carlos Palacio, el mexicano Silvestre Revueltas o el alemán Hans Eisler. Posteriormente, la hoguera del recuerdo fue alimentada por folk singers que cultivaban el repertorio tradicional, del incansable Pete Seeger a Max Parker, que cayó prisionero de los franquistas y que en 1981 recreó el cancionero aprendido en las celdas de San Pedro de Cardeña.

La aportación de sus equivalentes españoles resulta deslucida. Aparecen Francisco Curto y el dúo Juan y José, que trabajaban con medios limitados; resultan superiores las grabaciones del chileno Rolando Alarcón y el mexicano Óscar Chávez. La selección pudo ser bastante más audaz: algunas interpretaciones de Paco Ibáñez o Joan Manuel Serrat habrían elevado el nivel general. Lo más moderno (2010) son las grabaciones lorquianas de Josephine Foster, la vocalista estadounidense afincada en España.

El libro de España en el corazón sí es un festín visual. Aparte de docenas de carteles, aquí se reproduce el fastuoso programa de la versión cinematográfica de Por quién doblan las campanas. Se recuperan las Estampas de la Revolución Española, colección de 31 acuarelas de José Luis Rey Vila, publicada por las Oficinas de Propaganda de CNT y FAI. También se suman fragmentos de reportajes y memorias de participantes, desde Hemingway a Arthur Koestler, pasando por las crónicas de Iliá Ehrenburg, tan efervescentes como dudosas.

Resulta evidente que España en el corazón tiene un destinatario internacional. El lector español rápidamente descubre que los textos complementarios no se caracterizan por el rigor histórico: hay despistes en las transcripciones, fallan algunas traducciones y se cuelan afirmaciones desconcertantes.

En el libro se insiste en que el Ministro de la Guerra durante la Revolución de Asturias fue Francisco Franco (y no). Se habla del Fuerte de San Cristóbal, infausta prisión navarra, como escenario de una victoria republicana. Al menos una vez, se describe UGT como organización anarcosindicalista. El muy legendario Gustavo Durán, el compositor que en 1936 se recicló en militar y llegó a coronel, es identificado como “un abogado francés y músico aficionado”.

Para el buscador atento, también aparecen sorpresas más agradables. Son conocidas las canciones firmadas a medias por el compositor ucraniano Lan Adomian y el poeta Miguel Hernández pero menos las aportaciones del cantante Ewan MacColl o de Lewis Allan, el letrista de Strange fruit. No faltan Paul Robeson y Woody Guthrie.

Mejor reconocerlo: la Guerra Civil forma parte del acervo global. Para el resto del mundo, más allá de la tragedia que ocurrió realmente en España, su importancia reside en la abundancia y la calidad de los visitantes, fueran famosos simpatizantes o anónimos militantes que se apuntaron a las Brigadas Internacionales (los interbrigadistas, como aquí se les denomina). Queramos o no, la Guerra Civil también es Marca España.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/12/20/actualidad/1419095619_920943.html

miércoles, 21 de enero de 2015

El exterminio en Navas del Madroño. En enero de 1937, 68 venteros fueron fusilados en Cáceres sin saber por qué los mataban

Una de las cosas peores que te pueden pasar en esta vida es que te maten y no sepas por qué. Esto les sucedió hace ahora justamente 78 años a 68 vecinos del pueblo cacereño de Navas del Madroño. En su mayoría, tenían entre 30 y 50 años, habían formado una familia y trabajaban en el campo o en la cantería, aunque no faltaban los carreros, los pescadores ni los comerciantes.

Entre el 27 de diciembre de 1937 y mediados de enero de 1938, los 68 venteros, que así se llaman los de Navas, fueron detenidos sin explicaciones y trasladados a la cárcel de Cáceres. El 9 de enero de 1937 fue especialmente kafkiano: llegaron varios camiones cargados de guardias y de falangistas, detuvieron a medio centenar de vecinos y se los llevaron. Los presos tranquilizaban a sus mujeres y a sus hijos. Es una equivocación, decían. No pasará nada. Pero pasó.

Antes de que acabara aquel terrible mes de enero del 37, los 68 venteros habían sido fusilados. Solo el día 15, los pelotones acabaron con la vida de 54 hombres de Navas. Y murieron sin saber por qué morían.

«Manuel Conde Paz, Antonio Conde Paz, Benigno Corchado Canales.». Mediodía del sábado 17 de enero de 2015. Unas 60 personas rodean a Ana María García Cava. Es la presidenta de la Asociación de Familiares de Víctimas del Franquismo en Navas del Madroño, constituida en 2012 y formada por representantes de 30 familias que padecieron aquel exterminio sin explicación. Ana lee la lista de los 68 fusilados ante el monumento erigido en su honor en el cementerio del pueblo. Hace un frío que congela hasta las palabras. Menos mal que, cada 10 o 15 nombres, Flora Talavera lee un poema dedicado a las víctimas y pone un poco de calor en el ambiente. Flora es ama de casa y nieta de Juan Canales, uno de los fusilados sin saber por qué.

«La mañana estaba clara, ella estaba blanqueando», recita Flora y los presentes vuelven a imaginar aquel inexplicable 9 de enero, que tantas veces les contaron sus madres y sus abuelas en la clandestinidad de la lumbre de invierno. «Gracias, señor Chaves, por habernos dado voz», declama otro verso. Entre los presentes, el historiador Julián Chaves, que ha investigado el exterminio de Navas y lo ha referido en varios libros.

Del camposanto a la Casa de Cultura. Conferencia del profesor José Hinojosa, que aporta nuevos datos para entender lo que los fusilados no comprendieron. El desencadenante del exterminio en Navas fue la famosa lista de Máximo Calvo, que sería como la de Schindler, pero al revés: los que en ella aparecían, no se salvaban. Este activista comunista fue muerto tras un tiroteo en Almoharín el 27 de diciembre de 1937. Llevaba unos papeles cifrados en su cartera. El 28 se descifraron. En ellos aparecía una relación de vecinos de Navas susceptibles de ser convencidos para la causa. Ni Máximo los conocía ni los vecinos sabían quién era Máximo. Pero fueron exterminados. Por si acaso.

Espinosa matiza la explicación de la lista como único desencadenante. Entre 1931 y 1936, Navas fue un pueblo particularmente luchador, muy azotado por el paro, con episodios de tensión social que no se dieron en el resto de Extremadura como un conato revolucionario en octubre de 1934, al tiempo que los mineros se levantaban en Asturias. «Esto sí pudo marcar los fusilamientos», resume el historiador.

Los venteros interiorizaron aquel intento de exterminio hasta bien entrada la democracia. Solo se exteriorizaba en síntomas como que las películas que siempre triunfaban en Navas, según me contaba un empresario cinematográfico que proyectaba filmes por las cárceles y los pueblos de España, eran las que acababan con una venganza. Pero el drama 'La taberna de Cadalso' de Miguel Murillo, sobre la vida de Máximo Calvo y los sucesos de Navas, tardó años en representarse en un pueblo al que le costaba enfrentarse cara a cara con su tragedia. Ahora, por fin, empieza a conocerse la verdad del exterminio.
Fuente: Diario Hoy. J. R. ALONSO DE LA TORRE.
http://www.hoy.es/hemeroteca/Exterminio%20en%20Navas%20del%20Madro%C3%B1o.html?