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sábado, 27 de mayo de 2017

La conmemoración de la victoria sobre el nazismo en el contexto de la Tercera Guerra Fría

Alberto Betancourt Posada y Aldo Mier Aguirre Rebelión

El 9 de mayo se celebró el día de la victoria sobre el nazismo en un contexto de resurgimiento del neonazismo, una incipiente 3ª Guerra Fría (EEUU vs Rusia) y la formación de la superpotencia euroasiática Sino-rusa. El pueblo ruso realizó sin duda la mayor contribución a la derrota del fascismo y el nazismo; perdió 26 millones de personas, 11 millones de combatientes y sufrió la destrucción 2 100 ciudades y 30 mil industrias. La fuerza con la que la URSS resistió el mayor embate militar de la historia provino de su propia historia. Alexander Pushkin, ese prodigioso bisnieto de un príncipe etíope, llevado como esclavo a Rusia (lo que explica los rizos de su cabello) describió en su novela-en verso Eugenio Oneguin la historia de un hombre que decidió liberar a sus siervos, por lo que sus vecinos consideraron que había perdido la razón. En fecha posterior, en octubre de 1917 el pueblo ruso tuvo otro ataque colectivo de locura, cuando efectuó la gran revolución socialista que dio lugar a la fundación de la CCCP, federación de repúblicas soviéticas que resistió el embate nazi.

Ernst Mandel considera que tanto la primera como la segunda guerras mundiales fueron resultado de las pugnas interimperialistas e intercapitalistas ocasionadas debido a que la fase superior del capitalismo obligó a los estados nacionales a colocar sus capitales en el exterior, y a controlar regiones y sectores de la economía planetaria, para poder efectuar sus procesos de reproducción ampliada de capital. La revolución rusa ofreció en sus primeros años una alternativa al capitalismo, pero la formación de una rígida burocracia y la traición de los movimientos revolucionarios en España, Alemania y Francia, así como las purgas internas debilitaron al movimiento obrero internacional. El estallido de la 2ª guerra fue posible porque la burguesía internacional había obtenido triunfos contrarevolucionarios como la masacre de comunistas realizada por Chang Kai Shek, en Shangai, en China, España, el ascenso del fascismo en Italia y Alemania, la caída de la República española, el fracaso del Frente Popular en Francia y la derrota de la huelga general en Gran Bretaña. Fue en ese contexto que en 1941 el ejército nazi lanzó el más grande ataque militar de todos los tiempos para aniquilar a la URSS.

Los trabajadores soviéticos realizaron un esfuerzo extraordinario para derrotar al nazismo que había sentado sus reales en Italia, Alemania, Checoslovaquia, Austria, Hungría, Rumania, Polonia, Finlandia, Bélgica, Holanda y Francia. La tenacidad del pueblo ruso logró contener la ofensiva, replegarse organizadamente y resistir. Entre agosto de 1942 y juio de 1943, el pueblo soviético y específicamente rusos y ucranianos libraron y ganaron la batalla de Stalingrado que marcó el principal viraje de la guerra. En aquel momento el apoyo popular en la retaguardia fue crucial. Vasili Grossman narra en “Por una causa justa”, la intervención del minero Motorin en una asamblea: “Acabo de recordar que cuando yo era aún niño, el dueño de la mina donde trabajaba mi padre lo echó a la calle y mandó arrojar todas nuestras cosas del apartamento donde habíamos nacido mis dos hermanas y yo. Era otoño, como ahora... Llegaron los guardias, se congregaron algunos obreros... teníamos que marcharnos, pero dónde íbamos a ir si aquella era nuestra casa, la casa en la que habíamos vivido toda la vida... Cuando mi padre empezó a despedirse de la casa, lo miré y escuché sus palabras, de las que aunque ya tengo el pelo cano no he podido olvidarlas, sería imposible.... Camaradas comprenden a donde quiero llegar...” La asamblea acordó mejorar las cuotas de producción. Al igual que Motorin muchos trabajadores rusos estaban convencidos de que рабочая сила все переборет, всё преодолеет/“la fuerza obrera todo lo superará a todo se sobrepondrá”, Grossman, 2011 p771. Pese al estalinismo los trabajadores mantuvieron su voluntad de resistir. El esfuerzo fue heroico. Al concluir la guerra el régimen estalinista persiguió al propio movimiento obrero ruso y traicionó las revoluciones en Grecia e Italia. Pero, ¿como se recordó el día de la victoria en la Rusia post-socialista?

El pasado 9 de mayo Vladimir Putin se refirió al día de la victoria como un día sagrado y afirmó: hoy sabemos por documentos nazis que tenemos en nuestro poder que el estado mayor alemán pretendía esclavizar a una parte de la población y exterminar a otra. La victoria militar, afirmó, parió una nueva época libre de la tragedia. Una de las más graves amenazas del mundo actual, remató Putin lo constituye el surgimiento del neonazismo en el mundo. El diario Izvestia narró escenas del día del «Бессмертного полка», desfile inomortal en el que participaron 850 mil personas, muchas de las cuales, portaban retratos de sus familiares difuntos; fue un día lluvioso, mucha gente contaba historias con finales tristes, hubo muchas lágrimas. En la plaza Pushkin se transmitieron escenas de la película “Cuando pasan las cigüeñas”; un video reprodujo el momento histórico en que un locutor exclamó: «Фашистская Германия полностью разгромлена!»/La Alemania fascista ha sido completamente destruida. La gente recordó que en 1945 cuando se anunció la victoria muchas personas salieron a las calles llorando, se abrazaron y corearon hurras. En el desfile participaron uzbekos, tayikos, kirguises, armenios y georgianos.

Dice Perry Anderson en “Rusia Inconmensurable” (New Left Review 2014) que según Medvedev la elección de 1996 aparentemente ganada por Yeltsin y aplaudida por la Casa Blanca y Downing Street, fue ganada realmente por el comunista Zyuganov. Aunque, dice Anderson, a partir de ahí, Putin no ha requerido de fraudes electorales pues goza de una gran popularidad, aunque gobierna un país con una muy débil división de poderes y con presidencia dotada de superpoderes. Putin ha sido amigo de los empresarios. Mantiene el monopolio del gas pero solo el 49% del petróleo. Tiene impuestos más bajos que la mayoría de los países occidentales. Es menos violento que México y menos estatista que Brasil. Putin es consciente del repudio popular a la prikhvatizatsiya (la privatización que tiene cola que le pisen) de los noventas. Al expropiar Yukos y enfrentarse a Khodorkovsky mandó el claro mensaje de que permitiría el enriquecimiento pero no toleraría desafíos al estado. Su equipo desde que trabajaba con el alcalde de San Petersburgo lo integran neo-empresarios, agentes de seguridad, agentes financieros y abogados. Todos los políticos rusos han hecho dinero, pero Putin es una especie de gran árbitro entre millonarios y estatistas (siloviki). Según Gleb Pavlobski, citado por Anderson, Putin cree que fue una equivocación “dedicarnos a construir una sociedad justa en lugar de dedicarnos a hacer dinero”. Moscú ha abandonado cualquier pretensión de constituir una civilización alternativa al capital. Pero eso si, es un país celoso de su independencia y sus tradiciones.

Por nuestra parte podemos agregar que Rusia preocupa por las privatizaciones, el empeño por crear una burguesía nacional “a toda costa”, el autoritarismo, cierto aventurerismo militar y la fusión de lo político y lo religioso en un discurso nacionalista. En cambio Rusia refulge cuando: se opone al nazismo, defiende el derecho internacional, promueve el multilaterialismo y defiende la paz. Aunque sin duda, la mejor herencia del pueblo ruso la constituyen esos momentos en que se ha atrevido a “asaltar el cielo”, cuando en el pasado, como el Oneguin, de Pushkin, se “volvió loco” y puso en práctica los más radicales experimentos libertarios del siglo XX.

domingo, 26 de marzo de 2017

Frente a la impunidad del mayor crimen de la historia. El descubrimiento de antiguos criminales nazis recuerda que miles de perpetradores del Holocausto no tuvieron castigo.

El Holocausto es el crimen por antonomasia de la historia de la humanidad. Lamentablemente, también es el crimen cuyos principales perpetradores y responsables, tanto inspiradores políticos como organizadores y asesinos directos, menos han pagado sus culpas ante un tribunal. Y si esa apreciación vale para los escalones más altos en la cadena de implicación, se multiplica casi exponencialmente cuando se piensa en los miles de implicados a pie de obra en el exterminio, imprescindibles para que el mecanismo funcionase.

Solo en los campos de concentración, unos 60.000 “si no más” hombres y mujeres sirvieron en algún momento, como recuerda Nikolaus Wachsmann en KL, su monumental historia del mundo concentracionario. Súmense los varios miles que pasaron por los cuatro Einsatzgruppen (unidades móviles de matanza) desplegados en el frente oriental y que arrancaron en 1941 con 2.990 miembros. Los miles de miembros de la Policía del Orden, las Totenkopfverbände y otras unidades de las SS que cometieron o ayudaron a cometer asesinatos, fundamentalmente en el Este. Los miles de soldados de la Wehrmacht o las Waffen SS que facilitaron el trabajo de los perpetradores. Los miles de burócratas —lo que nunca dejó de ser Eichmann—, de colaboradores.

Súmense a los alemanes o austriacos los ucranianos, lituanos, letones, croatas, bielorrusos… que se apuntaron de forma entusiasta a la hora estelar de los asesinos. Una cifra incalculable —en el sentido de que no existe ningún cálculo hecho—, pero no menos de "varios cientos de miles", como los cifra el historiador británico Max Hastings.

“La lista completa de perpetradores llenaría varias guías telefónicas (…) Pero no hay informe de posguerra sobre la gran mayoría. Algunos huyeron a Sudamérica, Australia o el Oriente Próximo árabe. Algunos se mantuvieron completamente en silencio y pasaron desapercibidos. A la mayoría simplemente los pasaron por alto. No habían vivido según la ley. No murieron por la ley”. La frase de Raul Hilberg en su imprescindible La destrucción de los judíos europeos simboliza bien lo que ocurrió ya en los primeros años, cuanto más a medida que iba pasando el tiempo. “La falta de voluntad política para llevar a los criminales de guerra nazis a los tribunales y/o castigarlos sigue siendo el principal obstáculo para lograr justicia, especialmente en la Europa del Este poscomunista”, enfatiza uno de los últimos informes del Centro Simon Wiesenthal.

Un cálculo del Centro Simon Wiesenthal apunta que desde los juicios de Nuremberg unos 106.000 nazis han sido acusados de crímenes de guerra, de los que cerca de 13.000 han sido hallados culpables, y más o menos la mitad, sentenciados. Sin salir, por ejemplo de las SS, la organización del aparato nazi más íntimamente implicada en el Holocausto, la mayoría de sus líderes “fueron tratados con una magnanimidad considerable”, en palabras del historiador y periodista Heinz Höhne. Dicha cifra puede parecer alta, pero hay que tener en cuenta, por ejemplo, que solo en los primeros años cuarenta el número de miembros estimados de las SS ascendía a unos 800.000 y una cifra similar en sus unidades de combate (las Waffen SS).

¿Quedan grandes criminales nazis vivos que pudieran ser capturados y llevados ante un tribunal? No. Quizá los dos últimos casos más relevantes —y ninguno de ellos juzgado— hayan sido los de Alois Brunner, muerto en 2001 en un sótano de Damasco, según la investigación más reciente, y Aribert Heim, declarado en 2012 oficialmente muerto —muy probablemente falleció en Chile— por un tribunal alemán. ¿Y criminales nazis sin más? Sí, pero no solo cada vez menos por el paso del tiempo, sino —y hay que resignarse— en niveles más bajos —o muy bajos— que medios de la escala de responsabilidad, con dificultades para que se pueda armar en un tribunal un caso que lleve a su condena, con papeles auxiliares y, en ocasiones, ajenos a lo que específicamente sería la maquinaria del Holocausto. El más reciente episodio conocido, el del carpintero de Minneapolis, Michael Karkoc, lo muestra: la única causa de la que se tienen testigos presenciales en su contra es el asesinato de 44 personas en una localidad polaca (Claniow) en 1944 en una operación de represalia. ¿Criminal de guerra si se llega a demostrar su culpa? Sí, muy probablemente ¿Relacionado directamente con el Holocausto? No (en ese caso concreto al menos). Es importante la diferenciación. Muchos (y notables) criminales de guerra nazis, no tuvieron relación con el crimen específico que fue el Holocausto. Oradour-sur-Glane, Lidice, las Fosas Ardeatinas son tan infames como Treblinka o Auschwitz, pero etiológicamente —y numéricamente— diferentes.

Uno de los últimos —y más interesantes, léase o reléase a Gitta Sereny— casos llegados a los tribunales —y no una sola vez— fue el de John Demjanjuk y se le acusaba, primero en Israel, de ser uno de los operarios de las cámaras de gas de Treblinkay luego en Alemania de ser un guardia auxiliar en Sobibor, otro de los campos de exterminio de la Operación Reinhard.

El lugar en la cadena no resta relevancia a los nuevos casos que se puedan descubrir. Y no solo por recordar a las víctimas —cada nombre importa—, sino por recordar cuántos hombres corrientes —los “hombres grises”, los “ordinarymen” de Christopher R. Browning, de cuyo libro homónimo son estas palabras—“llevaron a cabo por voluntad propia el mayor genocidio de la historia de la humanidad”. Solo en el campo de exterminio de Treblinka, fueron asesinadas entre finales de julio de 1942 y mediados de octubre de 1943, el plazo en que estuvo en funcionamiento, entre 870.000 y 925.000 personas, según los dos principales museos del Holocausto. Ajustando las fechas, suponen entre 1.916 y 2.037 asesinatos diarios. Cada día. Uno tras otro. Sin parar. Es ocioso decir que no lo cometieron solos Eber, Stangl y Franz, sus sucesivos comandantes. La mayoría de los oficiales, suboficiales y clases de tropa de las SS y los auxiliares, en su mayoría ucranianos y polacos, que actuaron en campos de la Operación Reinhard (Belzec, Sobibor y Treblinka) nunca fueron llevados a juicio. Esos tres campos de exterminio son comparativamente los peores mataderos de la historia: en ellos fueron asesinados (fundamentalmente en las cámaras de gas) 1,7 millones de personas, en su inmensa mayoría judíos. Hubo solo alrededor de 120 sobrevivientes. Y además Auschwitz, Majdanek, los asesinatos en masa en el Este, las muertes en los guetos…

En virtud de ambos recuerdos, esta es la última relación de criminales de guerra nazis más relevantes elaborada, a fecha de 2016, por el Centro Simon Wiesenthal. Varios de ellos están localizados e incluso ha habido intentos de llevarlos ante la justicia:

1. Helma Kissner. De 92 años, y pendiente de proceso, sirvió como operadora de radio en Auschwitz. Acusada de complicidad en 260.000 asesinatos.

2. Helmut Oberlander, de 93. Sirvió en el Einsatzkommando 10A, parte del Einstazgruppe D, que asesinó a unos 23.000 judíos.

3. Hubert Zafke, de 94 años. Médico en Auschwitz durante 1943 y 1944. Complicidad en 3.681 asesinatos.

4. Alfred Stark, de 93. Participó en el asesinato masivo en septiembre de 1943 de 120 oficiales italianos en la isla griega de Cefalonia.

5. Helmut Rasbol, de 91 En 1942 y 1943 sirvió como guardia en el gueto de Bobruisk, en Bielorrusia. Casi todos internos del campo fueron ejecutados o murieron.

6. Aksel Andersen. El mismo caso del anterior.

7. Johann Robert Riss, de 93. Participó en el asesinato de 184 civiles en Padule di Fucecchio (Italia) el 23 de agosto de 1944.

8. Algimantas Dailide, de 96. Sirvió en la Saugumas (la policía de seguridad lituana) en Vilna. Arrestó a judíos y polacos ejecutados por los nazis y sus colaboradores en Lituania.

9. Jakob Palij, de 93. Fue guardia en el campo de Trawniki, de donde salieron muchos de los auxiliares que actuaron en los campos de la Operación Reinhard.

En diciembre pasado, el centro listó otros ocho casos: cinco miembros del Einsatzgruppe A, cuya zona de actuación fueron los Estados del Báltico, (identificados como Alfreds B., Anton K., Rudolf L, Andreas L. y Siegfried R.) y otros tres de Einsatzgruppe C, que actuó en Ucrania (Kurt. G., Karl o Wilhem H. y Herbert W.).

¿Merece la pena seguir persiguiendo a estos ancianos? Responde en el mismo texto el autor del informe, Efraim Zuroff, quien coordina las investigaciones del centro sobre criminales de guerra nazis en todo el mundo: "Durante los últimos 15 años, se han logrado al menos 103 condenas contra criminales de guerra nazis, se han presentado al menos 102 nuevas acusaciones y se han abierto más de 3.600 nuevas investigaciones. Pese a la premisa de que es demasiado tarde para llevar a los asesinos nazis a la justicia, las cifras demuestran claramente lo contrario”.

Fuente: El País

martes, 20 de septiembre de 2016

Entrevista: “Es importante atender a las fuentes nazis de los escritos de Hannah Arendt”.

“Hannah Arendt … en vez de formular expresamente posiciones tan controvertidas como las de esos autores [en que realmente se inspira] –lo que la habría expuesto a una probable reprobación—, Hannah Arendt supo transmitir su visión de manera indirecta. Procedimiento harto más persuasivo, y cuya eficacia ha contribuido por mucho, luego de los años 80 –tras la derrota política del marxismo en Europa—, al deslizamiento de una fracción de la izquierda culturalista y postmoderna hacia posiciones prontas a tomar en préstamo buena parte de sus conceptos y de su potencial pretendidamente revolucionario a autores de la extrema derecha alemana de los años 30, de Heidegger a Gehlen, pasando por Carl Schmitt. Resulta estupefaciente el espectáculo ofrecido por buena parte de los teóricos de la política, siempre necesitados de valerse de la autoridad de un nombre célebre (…)

“Hannah Arendt es el único escritor político apreciado, a la vez, por doctrinarios de la izquierda más radical –aun tratándose de una autora obviamente antimarxista—, por politólogos liberales –aun cuando convirtió el liberalismo en su blanco—, así como por comunitaristas y autores archiconservadores.”
    El periodista Roger-Pol Droit entrevistó el pasado 16 de septiembre para Le Point al filósofo francés Emmanuel Faye, que acaba de publicar en la editorial Albin Michel un libro fundamental, tan erudito y bien investigado como devastador, sobre la filosofía y la publicística políticas de Hannah Arendt (Arendt et Heidegger. Extermination nazie et destruction de la pensée, París, 2016, 518 pàginas, 29 euros). Tras la breve entrevista concedida a Le Point, reproducimos un extracto del Epílogo del libro de Faye en un Anexo intitulado: “¿Cómo se explica el éxito de Hannah Arendt?”. SP.

Le Point : La figura de Hannah Arendt, su obra, incluso su persona, han terminado por ser objeto de una especie de culto. ¿Por qué y cómo?
    Emmanuel Faye : La celebridad de Arendt es indisociable de su amistad con Heidegger y del escándalo suscitado por su Eichmann en Jerusalem. En tanto que judía, Arendt ha servido útilmente a modo de fianza para Heidegger: según lo expresó Barbara Cassin, “en ella estaba Heidegger sin Heidegger”. Por otra parte, la desgermanización del nazismo y la voluntad de exonerar de toda responsabilidad a los intelectuales más notorios del régimen –como Martin Heidegger, autor en 1933 de una “Profesión de fe a Hitler”, el jurista Carl Schmitt, que escribió en 1935 una justificación de las leyes raciales de Nuremberg, o el sociólogo Arnold Gehlen, que desarrolló en 1940 una concepción racial del hombre— han contribuido lo suyo al éxito de Arendt en Alemania, acompañando a la rehabilitación intelectual de esos autores nazis (incluido Heidegger). En Francia, Hannah Arendt ha venido a substituir, en la teoría política, la referencia a Marx sin que se hayan comprendido suficientemente las dimensiones anti-igualitarias y deshumanizantes de fondo de sus tesis.

¿Cómo se explica usted que los comentaristas y los exégetas hayan pasado esto por alto?
    Los historiadores, Raul Hilberg, autor de La destrucción de los judíos en Europa, o Ian Kershaw, que ha escrito una biografía de referencia sobre Hitler, siempre han sido muy críticos con los trabajos de Hannah Arendt. Es en los ámbitos de la teoría política, de los estudios culturales, y luego, entre los propios filósofos, que su celebridad no ha dejado de crecer a caballo de lecturas demasiado fragmentarias y descontextualizadas. En Francia, la recepción de Arendt fue orquestada a partir de 1972, año en que los jefes de fila del heideggerianismo publicaron La crise de la culture [Originalmente publicado en inglés en 1961 con el título de Between Past and Future].

¿Qué le autoriza a usted a ver de manera tan distinta a Hannah Arendt? ¿Una toma de partido previa? ¿Un método de trabajo?
    Para comprender las intenciones de Arendt, hay que tener en cuenta la versión alemana de sus escritos. Se ve entonces, por ejemplo, que el “estar en común” arendtiano es un falso amigo que lo que hace, en realidad, es traducir el Mitsein [literalmente: el Conser] heideggeriano. Me explico: no se trata, según suele creerse, de defender una sociedad democrática en la que coexistan individualidades libres, sino de promover una concepción orgánica de la comunidad política que no reconoce derecho natural alguno a los excluidos. Entonces se entienden mejor los ataques de Arendt al yo y al libre arbitrio individual, o su negativa a reconocer la legitimidad política de las reivindicaciones de los norteamericanos de origen africano durante las luchas por los derechos civiles en los años 60.

Importa, asimismo, prestar atención a las fuentes nazis de los escritos de Arendt, no solamente en lo tocante a los historiadores, sino también a los sociólogos, a los juristas y a los filósofos. Lo más difícil es romper con el culto del que ella ha sido hecha objeto y tomar en serio sus tesis más inaceptables, como la indiferenciación entre víctimas y verdugos en los campos nazis, o la deshumanización de la humanidad en el trabajo.

¿No es una exageración decir que Arendt quiere destruir la filosofía?
    La propia Hannah Arendt se cuenta entre quienes se han propuesto “desmantelarla”, y ella misma se sitúa “tras la desaparición de la filosofía”. Exactamente como Heidegger después de 1945, Arendt opone a la filosofía lo que ella llama el “pensamiento”. Mi crítica versa sobre el modo en que el pensamiento queda secuestrado cuando Arendt propone a Heidegger como modelo de pensador frente a Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del exterminio de judíos, a quien ella describe como “desprovisto de pensamiento” y carente de motivo alguno. Los estudios recientes, como el del inglés David Cesarini en su biografía de referencia de Eichmann, muestran, al contrario, que éste no fue un mero ejecutor sin pensamiento, sino un antisemita genocida y fanático.

¿Diría usted que todos los que se han visto marcados por el pensamiento de Heidegger –de Levinas a Badiou, pasando por Sartre y Derrida— han de releerse de manera crítica a la luz del lazo que usted establece entre este pensamiento y el asunto del nazismo?
    Hay que distinguir. Levinas, por ejemplo, promueve contra Heidegger una exigencia ética que no puede encontrarse en Arendt. Pero cuando uno descubre, en sus [tardíamente publicados] Cuadernos negros y en algunos de sus cursos de filosofía, con qué radicalidad hizo suyo Heidegger el antisemitismo exterminador de los nacionalsocialistas, se puede legítimamente considerar que las puestas en cuestión están sólo en sus comienzos. Recordemos que Heidegger fue el inspirador de Ahmad Fardid, el ideólogo más importante de la revolución islámica en Irán. De Heidegger también se reclama Alexander Duguin, que busca enfrentar a Rusia con el “Occidente” con argumentos tomados de la “metapolítica” de Heidegger. Y cuando en Francia se ve cómo Alain Badiou pretende renovar lo que él llama la “hipótesis comunista” a partir de la concepción heideggeriana de la comunidad, uno no puede dejar de pensar que está jugando con fuego.


ANEXO: ¿Cómo se explica el éxito de Hannah Arendt? (Un extracto del Epílogo, págs. 516-518)
«¿Cómo es posible que una autora como Arendt, que ha profesado puntos de vista políticos tan aristocráticos y excluyentes como los desarrollados en sus escritos, haya podido ser recibida como una pensadora capaz de refundar el “vivir en común” o, incluso –acabamos de verlo—, como una referencia para repensar los derechos humanos? Sin duda comprenderemos mejor esta contradicción si tomamos consciencia de la forma indirecta de argumentación privilegiada por Arendt, forma que ha contribuido mucho a neutralizar el espíritu crítico de más de un intérprete. He aquí dos ejemplos. En Los orígenes del totalitarismo, sugiere que, al pretender superar las desigualdades naturales que ella considera insuperables, los Estados nacionales, pretendiendo la igualdad, no habrían sino agravado las diferencias y abierto el camino a la radicalización völkisch [populachera]. Asimismo, Arendt da a entender en escritos posteriores –de la Condición del hombre moderno a De la Revolución— que, pretendiendo realizar la igualdad social, la Revolución francesa y los movimientos modernos de emancipación de ella surgidos no habrían hecho sino extender a la sociedad toda el sometimiento de la especie humana a las necesidades de la vida y al imperio ineluctable de la naturaleza. Precipitando el advenimiento de nuestras sociedades de empleados, lo que la democratización social habría hecho es pavimentar el camino del totalitarismo. Esa democratización marcaría el triunfo del hombre trabajador, a quien Arendt se niega a considerar propiamente humano, designándolo con la expresión de homo laborans.

«Se trata de una forma de “chantaje teórico”, merced al cual Arendt nos invita a renunciar, en Los Orígenes del totalitarismo, al principio universal de igualdad y, en la Condición del hombre moderno y, luego, en De la Revolución, a todo proyecto de emancipación económica y social. El caso es que este rechazo de toda política fundada en el principio de una igualdad entendida como derecho natural y favorable a la emancipación humana se retrotrae a determinadas corrientes de ideas. Se pueden mencionar, para los siglos XVIII y XIX ingleses y alemanes, a los contrarrevolucionarios inspirados en las ideas de Burke y, en los primeras décadas del siglo XX alemán, a la galaxia de revolucionarios-conservadores, entre los que Spengler figura como uno de los inspiradores y Moeller van der Bruck como uno de los jefes de fila.

«Sin embargo, en vez de formular expresamente posiciones tan controvertidas como las de esos autores –lo que la habría expuesto a una probable reprobación—, Arendt supo transmitir su visión de manera indirecta. Procedimiento harto más persuasivo, y cuya eficacia ha contribuido por mucho, luego de los años 80 –tras la derrota política del marxismo en Europa—, al deslizamiento de una fracción de la izquierda culturalista y postmoderna hacia posiciones prontas a tomar en préstamo buena parte de sus conceptos y de su potencial pretendidamente revolucionario a autores de la extrema derecha alemana de los años 30, de Heidegger a Gehlen, pasando por Carl Schmitt. Resulta estupefaciente el espectáculo ofrecido por buena parte de los teóricos de la política, siempre necesitados de valerse de la autoridad de un nombre célebre. Cuando la referencia a Marx dejó de ser la referencia dominante, Arendt se convirtió en el nuevo icono de esos teóricos. Los mismos que, unos pocos decenios antes, apelaban a las Tesis sobre Feuerbach como su Biblia, ahora se apoyan en el paradigma arendtiano del vivir en común y de la acción política. Ya no se trata de “transformar el mundo”, sino de propiciar su advenimiento por la vía de la acción común.

«Si Arendt no consigue construir un pensamiento tan articulado como el del autor de El Capital, presenta en política una ventaja federadora que ha contribuido por mucho a su éxito. La estrategia indirecta más arriba descrita le ha permitido, en efecto, hacerse difícilmente vulnerable, no sólo teórica, sino también políticamente. No es cosa fácil atribuirle alguna posición determinada dentro del espectro político. Por eso es hoy, sin duda, Hannah Arendt el único escritor político apreciado, a la vez, por doctrinarios de la izquierda más radical –aun tratándose de una autora obviamente antimarxista—, por politólogos liberales –aun cuando convirtió el liberalismo en su blanco—, así como por comunitaristas y autores archiconservadores.» [1]

Nota: [1] En Francia, y a título de ejemplo, se puede citar a intelectuales tan distintos como Alain Badiou (autor de una apología de Arendt como profeta de la modernidad), Phillipe Raynaud (editor y prologuista de Arendt) y Chantal Delsol (fundadora del Instituto Hannah Arendt).

Emmanuel Faye es profesor de filosofía moderna y contemporánea en la Universidad de Rouen. En 2005 había publicado su gran investigación: Heidegger, l’introduction du nazisme dans la philosophie (París, Albin Michel), traducida al castellano por la Editorial Akal (Madrid, 2009) con el título: Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofía. En torno a los seminarios inéditos de 1933-35.
 http://www.sinpermiso.info/textos/es-importante-atender-a-las-fuentes-nazis-de-los-escritos-de-hannah-arendt-entrevista

miércoles, 13 de julio de 2016

Muere Virgilio Peña, combatiente republicano, preso 40.843 en Buchenwald


Virgilio Peña, en una imagen de 2005 en la exposición 'Imágenes y Memoria de Mauthausen', en Sevilla.
El fallecido, de 102 años, compartió barracón con Semprún en el campo de concentración tras luchar en la guerra civil española y en la Resistencia francesa

A sus 102 años, al combatiente republicano español Virgilio Peña le llegó el reconocimiento de Francia a finales del mes pasado, solo dos semanas antes de morir. Nombrado caballero de la Orden Nacional de la Legión el pasado 24 de junio, falleció este miércoles en Billère (Pau). Comunista desde su adolescencia, combatió en la guerra civil española y luego en la Resistencia francesa hasta que fue deportado al campo de concentración de Buchenwald. Allí compartió el barracón número 40 con Jorge Semprún, el político y escritor español muerto hace cinco años.

Virgilio Peña, en una imagen de 2005 en la exposición 'Imágenes y Memoria de Mauthausen', en Sevilla. PÉREZ CABO

Hijo de la churrera del pueblo y de un campesino, Virgilio Peña nació en enero de 1914 en Espejo (Córdoba). A los diez años perdió a su padre, pero de él le quedó grabado su activismo sindical en el medio rural y su ideología comunista. A los 17 ya militaba en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), de tendencia marxista y revolucionaria.

Los primeros vientos de guerra le llegaron con 22 años y, pese al peligro que implicaba, colgó del balcón de su casa la bandera republicana. De allí la arrancaron los fascistas que tomaron su pueblo el primer día del golpe de Estado, el 18 de julio de 1936. Como miliciano, Peña combatió para que en los pueblos próximos como Villa del Río o Bujalance no ocurriera lo mismo.

Dos meses después y cientos de muertos ante sus ojos, el 25 de septiembre recuperó con otros milicianos y militares republicanos el control de su pueblo. Enrolado en el Ejército regular en una unidad de transmisiones, participó en decenas de batallas, incluidas las de Teruel y el Ebro, y fue herido en dos ocasiones.

Perdida la guerra, Peña fue uno de los 500.000 españoles de La Retirada, la columna de derrotados que entre enero y febrero de 1939 llenó en pésimas condiciones las playas del sureste francés de combatientes leales a la República. Mientras muchos compatriotas se quedaban en campos construidos para los llamados “Indeseables” –españoles, gitanos, judíos...-, como el de Rivesaltes, Virgilio Peña se enroló en la Resistencia, convencido de que, si Alemania perdía la guerra, también en España caería la dictadura del general Franco.

Guardaba su pistola bajo las tejas de la pensión en la que vivía cerca de Pau y ayudaba a los patriotas franceses a vigilar a los alemanes, fijar objetivos o castigar a colaboracionistas. Un compatriota lo delató. “Creo que era de Jaén”, contaba en la que quizás haya sido su última entrevista publicada que la difundió EL PAÍS el pasado 10 de junio.

Bajo la supervisión del sanguinario comisario Pierre Poinsot, Peña fue torturado antes de ser entregado a los nazis. Su dramático traslado al campo de exterminio de Buchenwald, contado al detalle en esa entrevista, lo convirtió en el preso 40.843 en el barracón donde ya estaba Semprún, también entonces del Partido Comunista.

En Buchenwald, a Peña le llamaban El Campesino porque era el único agricultor. Cosido a su uniforme a rayas, el triángulo rojo de “terrorista” con la S de Spanien. “Siempre me ha tocado lo peor en la vida”. Allí vio trasladar a miles de personas a los hornos crematorios. Y a Semprún salvar a algunos al modificar nombres en las fichas de los presos.

Pesaba 42 kilos cuando el campo fue liberado por tropas estadounidenses en abril de 1945. Él se quedó dentro dos meses más porque no tenía a dónde ir. Regresó a Pau. Su pistola ya no estaba bajo las tejas. Empezó a trabajar en el campo y, después, como alpargatero y albañil.

En los últimos años, aquejado de una enfermedad renal pero en perfectas condiciones mentales, vivía acompañado temporalmente por alguna de sus tres hijas o su hijo. Evelyn fue la que le acompañó en los últimos días. Y el activista y cineasta Jean Ortiz, asiduo visitante. “Se apagó su corazón, pero no su cabeza”, cuenta Ortiz, autor, junto con Dominique Gautier, de la película “Espejo Rojo”, que en 2005 dio a conocer la figura de Peña. “Nunca había querido contar nada hasta entonces”, recuerda Ortiz.

Cuando hace dos semanas le impusieron la legión de honor en el ayuntamiento de Billère, el alcalde, el socialista Jean-Yves Lalanne, colocó en el balcón del consistorio la bandera republicana española y la mantuvo pese a las protestas del cónsul español, Fernando Riquelme. “Arriesgó su vida por salvar a la República española y luego se alistó en la Resistencia francesa. Milagrosamente sobrevivió al campo de exterminio de Buchenwald”, resumió el regidor. "No retiré la bandera porque no era un ceremonia franco-español, sino un homenaje a un combatiente que lo merecía", ha declarado este jueves.

En Espejo hay una calle con el nombre de Virgilio Peña. "Eso me emocionó más que nada", recordaba el luchador español. Murió en la clínica Marzet de Pau. El último adiós de su familia será este jueves en esa ciudad, en el crematorio de la calle dedicada a Pierre Brosolette, periodista y resistente socialista torturado hasta la muerte por la Gestapo en París el 22 de marzo de 1944.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/07/06/actualidad/1467836965_313897.html

jueves, 12 de mayo de 2016

La historia real de los Salzmann, víctimas del acoso, la deportación y el exterminio en los años más terribles de Europa. El drama de tres generaciones recuperado por el gran hispanista austriaco Erich Hackl.

LIBERATION DU CAMP DE CONCENTRATION DE RAVENSBRUCK 1945PARÍS, mediados de la década de 1930. Una joven pareja y su hijo posan mirando a cámara un día de primavera. Podrían pasar por un matrimonio francés cualquiera: ella, con blusa blanca y boina a la manera de Marlene Dietrich; él, con traje holgado, corbata de nudo fino y mirada resuelta, algo trágica. El niño, de unos tres años, rebosa candor en pantalón corto y medias blancas. Son Hugo Salzmann y su familia; sindicalista comunista y alemán, es uno más de entre el millón de exiliados internacionales en la República Francesa, en cuya frágil democracia buscan amparo los refugiados. Poco después de que se tomara el retrato, la unión familiar se dinamita; solo quedará esta instantánea en blanco y negro cuyos personajes nos saludan, esperanzados, desde la cubierta de El lado vacío del corazón, la última novela del escritor, hispanista y traductor austriaco Erich Hackl (Steyr, 1954). Es el autor germanófono que más ha escrito sobre España. En La boda de Auschwitz, por ejemplo, narra la historia de un austriaco y una catalana que, tras conocerse en la guerra civil española, protagonizan la única boda legal celebrada en el mayor centro de exterminio nazi. Fue al leer este libro, explica Hackl en su esmerado español, cuando el otrora niño de rostro cándido, fotografiado con sus progenitores en la capital gala, buscó a Hackl para contarle las peripecias de su familia truncada. A Hugo Salzmann júnior aquella narración de un enlace matrimonial en una factoría de la muerte le interesó por dos motivos: en primer lugar, hurgaba en su herida, aún abierta, causada por la muerte de su madre en Ravensbrück, el primer campo de concentración de las SS construido para mujeres; segundo, avivaba el sentimiento de injusticia ante el acoso laboral que sufrió su hijo Hanno en la Administración austriaca entre 1994 y 1998, un mobbing con móviles antisemitas pese a ser ario, si bien con apellido judío, tras comentarle a un compañero que su abuela murió en un campo de concentración.

El abuelo de Hanno, Hugo Salzmann, fue un hombre de profundas convicciones políticas que se empecinaba en llevar a la acción. Implicado en movimientos sindicales y de izquierdas, atesoraba las cualidades que más molestaban a los nazis: “Intrépido, altruista, libre de vicios”. A su determinación sumaba una vista de lince para distinguir los peligros que acechaban. A principios de los años treinta, en el ambiente políticamente caldeado de Bad Kreuznach, ciudad balneario alemana donde conoció a su futura mujer, Salzmann, a la sazón jefe de organización del KPD –el Partido Comunista de Alemania–, preveía los cataclismos que se desencadenarían si Hitler llegaba al poder y los comunistas no hacían frente común con la socialdemocracia; en su opinión, era preferible pactar para evitar males mayores. Sus colegas de partido, sin embargo, se mostraban confiados ante las buenas previsiones electorales: creían más probable el éxito de una revuelta marxista que la ascensión del fascismo. La historia está repleta de errores de cálculo. Antes de que se dieran cuenta, los nacionalsocialistas decretaron en 1933, tras incendiar el Reichstag, la suspensión de las garantías constitucionales y la detención de los cuadros dirigentes del KPD. Los nazis pusieron precio a la cabeza de Salzmann: 800 marcos. Pero este logró escabullirse gracias a personas que le tendieron la mano y no aceptaron “las condiciones sociales como ley de la naturaleza”.

En la visión humanista de Hackl encontramos un resquicio para la esperanza, en contraste con el abismal desencanto de otros nombres de la literatura austriaca, como Elfriede Jelinek y Thomas Bernhard. En junio de 1933, los Salzmann recalaron en París y vivieron tres años de manera ilegal, “siempre alerta y con miedo a ser denunciados o apresados en una redada”, hasta obtener el permiso de residencia. Entretanto, Hugo Salzmann continuó su lucha contra el nazismo en la clandestinidad, ojo avizor a los agentes infiltrados de la Gestapo. En poco tiempo, Francia pasó de ser un afable país de acogida a temible ratonera. Cuando empezaron a soplar vientos de guerra, cualquier germano era visto como potencial espía. En 1939 comenzó lo que el autor llama “la caza del exiliado”. Tras la firma del pacto de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética, los que eran comunistas, además, fueron tenidos por éléments indésirables. Ya antes de la guerra, Francia se había convertido en tierra de campos de internamiento, como los de Gurs, Le Vernet o Les Milles. Hackl reconstruye la atmósfera de miedo y de carestía crónica de esos años y el hostigamiento del Gobierno francés, que acabará por separar para siempre a la familia Salzmann. La situación se agravó con la firma del armisticio de 1940, que obligaba a la nación ocupada a entregar a alemanes y austriacos residentes en su territorio.

El lado vacío del corazón  traza el mapa europeo de la infamia: deportaciones, campos de reclusión, vagones de tren hacinados, salas de interrogatorio, juicios pantomima… Vemos a Juliana Salzmann pasar de celdas a barracones, desde la parisiense prisión de La Santé, utilizada para encarcelar a resistentes y opositores de la ocupación alemana, y la de Coblenza (suroeste de Alemania) hasta acabar en Ravensbrück –esa “abominación que el mundo decidió olvidar”, en palabras de François Mauriac–, donde trabajó en el taller de costura. Según se explica en KL: Historia de los campos de concentración nazis, de Nikolaus Wachsmann, las SS de Ravensbrück se centraron en la producción a gran escala de uniformes en talleres de sastrería, y en el verano de 1940 estos talleres se integraron en el gigante textil de las SS, Texled, en el que las prisioneras llegaron a alcanzar una alta productividad que hizo de este negocio el único rentable de las SS desde el principio. Entre julio de 1940 y marzo de 1941, en Ravensbrück se produjeron unas 73.000 camisas presidiarias. Por su parte, el periplo del marido incluyó el estadio de tenis de Roland Garros, donde los internos dormían sobre la paja extendida bajo las gradas, y el insalubre campo de Vernet d’Ariège, desde donde se veía “tras los alambres de púas, el campo, la carretera y allá, carcomiendo el cielo, los Pirineos”, como dijo Max Aub, que, junto con Arthur Koestler, entre muchos otros, compartió el mismo y aciago itinerario; pasó también por Castres, Moulins, La Santé, Colonia, Fráncfort, Hannover, Halle y Berlín. El hijo fue entregado al pueblo natal de la madre en Austria, donde lo esperaba la tía. Juntos vivieron en el seno hostil de una sociedad “que toleraba esa brutalidad hasta su propia destrucción”, como contaría el padre en un informe décadas después.

La novela arranca con la definición que Eric Hobsbawm hizo del siglo XX: “El siglo de los extremos”. Decía también el historiador que un fenómeno característico de esa época era “la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores”. Este relato a través de tres generaciones de una familia tiene la vocación de restablecer esos vínculos. Al comentárselo a Hackl, corrobora que ese es el impulso principal en todo lo que escribe y saca a colación una frase de la escritora alemana Anna Seghers. En su novela La séptima cruz, uno de sus protagonistas dice que el fascismo consiguió lo que ningún poder anterior: poner una tierra de nadie entre las generaciones para que las experiencias colectivas y políticas no pasaran de unas a otras. Es lo que ocurrió entre Hugo Salzmann padre y Hugo Salzmann hijo. Acabada la guerra, un muro de incomprensión, construido a base de silencio y frialdad, se levantó entre ellos. En Bad Kreuznach, el primero se entregó con denuedo a la reconstrucción de su país, la ayuda a las víctimas y la persecución de nazis; formó otra familia y, aunque acogió a su primogénito en casa, ni siquiera ese tiempo viviendo bajo el mismo techo los aproximó. “En la vida de Hugo, muchas cosas habrían sido distintas si alguna vez su padre lo hubiera tomado aparte; si 8 o 10 años después de pasados aquellos trances, aunque no acabados, le hubiera dicho: quiero contarte cómo me ha ido a mí en esta historia, para que comprendas algunas cosas. La impaciencia, la aspereza, la irascibilidad. Porque uno no sale indemne”.

El chocante episodio de antisemitismo que Hanno Salzmann sufre en una fecha tan reciente es el punto de partida y de llegada de esta novela documental. El subtítulo original del libro, Una historia de nuestro medio, alude a que no se narra nada excepcional, sino algo que tiene relación directa con nuestro presente. “Por supuesto, viendo este verano en las estaciones de Viena a miles de refugiados, inevitablemente pensé en la suerte que corrieron los Salzmann en Francia o los republicanos españoles en 1939”, comenta Hackl. El autor recuerda un pasaje de Tesis de filosofía de la historia, la última gran obra de Walter Benjamin antes de morir en Portbou en su huida del nazismo, acerca de la necesidad de “encender en lo pasado la chispa de la esperanza” y que “tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando este venza”. Este enemigo, concluía el filósofo alemán, “no ha cesado de vencer”.

http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/la-tragedia-de-una-familia-europea/

El lado vacío del corazón, Erich Hackl
Traducción de Richard Gross
Editorial Periférica 176 páginas |16,95 € |
ISBN: 978-84-16291-25-0

domingo, 28 de febrero de 2016

KL, Historia de los campos de concentración nazis (Crítica)

Sinopsis de KL Konzentrationslager, en alemán:

Nikolaus Wachsmann ofrece en esta obra histórica de referencia una crónica equilibrada, completa y sin precedentes de los campos de concentración nazis, desde sus comienzos en 1933 hasta su extinción —hace setenta años— en la primavera de 1945.

En marzo de 1933, Dachau, fue el primer campo construido cerca de Munich, está a unos 20 km por tren, se puede visitar como un lugar turístico, informan en la Oficina de Turismo de la estación de Munich.

A Hitler le entregó el poder el presidente Hindenburg, el 30 de enero anterior, a resultas de una carta, que así lo pedía, firmada por los representantes del capital industrial, financiero y militares junto a grandes propietarios de tierras y la aristocracia alemana. Hecho que se suele ocultar o ignorar.  Hitler no había obtenido mayoría absoluta en las últimas elecciones, ni en ninguna de las anteriores realizadas en democracia, es más, en las últimas, consideradas democráticas, de noviembre del 32, antes de ser nombrado canciller -obtuvo el 33%-, había perdido más de 2 millones de votos, con respecto a la anterior de septiembre del 32.

En solo dos meses -con casi un 38%, cuando había comenzado con un 3% en 1924- es decir, que los alemanes después de ir votándole cada vez más, comenzaron a ser conscientes del profundo error y el peligro que suponía darle la confianza y, por primera vez, empezaron a cambiar sus votos. La carrera ascendente no sólo se detuvo, sino que bajó y perdió votos, más de 2 millones.

No debemos ignorar que más del 60% de alemanes nunca le votó. La derecha pronazi alemana esperaba, después de la carrera ascendente, que en esas elecciones, de noviembre del 32, ya conseguirían los nazis la mayoría absoluta, pues había logrado un 38% en las anteriores.

No resultó así, y a pesar de la bajada de votos y la nueva tendencia, ese cambio ya fue en vano, las cartas estaban marcadas, los poderosos (1) que habían ayudado con grandes sumas de dinero y apostado por él, lo tenían más que decidido. (Esta impostura continua en muchos libros de historia donde se insiste en afirmar, "el pueblo alemán votó a Hitler" o "Hitler fue elegido democráticamente por Alemania" cuando más del 60% no le votó jamas. El ascenso del nazismo era un proceso anunciado y promocionado por las clases dominantes alemanas, no por la mayoría de su pueblo.

De ahí que ante la bajada que, sin duda, les sorprendió, y la subida del PK, (100 diputados) le entregaran el poder aún sin tener la mayoría absoluta, (aquí los partidos de izquierda también cometieron errores, pues no imaginaron lo que les aguardaba con los nazis. En verdad nadie podía imaginar hasta dónde llegarían los nazis, aunque en 1922, Mussolini se había hecho con el gobierno de Italia, y había acabado con la democracia, persiguiendo, encarcelando y asesinando (como al diputado Mateoti) a toda la oposición de izquierdas)

Sobre el Tercer Reich se ha investigado más a fondo que sobre casi cualquier otro período de la historia y, sin embargo no había existido hasta ahora ningún estudio del sistema de campos de concentración que revisara exhaustivamente su prolongada evolución, la experiencia cotidiana de quienes vivieron en ellos —tanto verdugos como víctimas— ni la de todos aquellos que estuvieron en lo que Primo Levi denominó «la zona gris».

Con K L, Wachsmann cubre esta ostensible laguna en nuestra comprensión de los hechos. Su obra no es solo la síntesis de una nueva generación de investigaciones académicas —la mayoría sin traducir y desconocida fuera de Alemania—, sino que además saca a la luz sorprendentes revelaciones sobre el funcionamiento y el alcance del sistema de los campos de concentración, descubiertas tras años de estudio en los archivos. Este minucioso repaso de la vida y la muerte dentro de estos recintos, donde Wachsmann asume una perspectiva más amplia y muestra las diversas formas que fue adoptando aquel sistema a tenor de los cambios acaecidos en las esferas política, legal, social, económica y militar, nos permite contemplar un retrato unitario del régimen nazi y sus campos, inedito hasta hoy.

El historiador Nikolaus Wachsmann, es el autor de la monumental K L, Historia de los campos de concentración nazis (Crítica). En sus más de un millar de páginas –más de 300 de notas y bibliografía–, el autor recorre todos los campos de las SS desde sus orígenes hasta su final trazando una historia íntegra, completa, del sistema concentracionario. Desde la creación de Dachau, el primer campo, abierto en marzo de 1933, hasta la del de Dora-Mittelbau, el último, en otoño de 1944 (con sus dantescos túneles dedicados a la fabricación de la cohetería nazi), y las marchas de la muerte y la liberación. Una historia en la que escuchamos continuamente, entre los datos concisos, las voces de los presos y los guardianes, las víctimas y los verdugos, los perpetradores y los martirizados. Una de las cosas más notables del libro es precisamente que sin dejar nunca de ser un ensayo científico, cuantificador y esclarecedor, jamás es frío, sino que está lleno de nombres y caras y recorrido por un enorme sentido de la humanidad. Hay que alabar asimismo el magnífico pulso narrativo del autor, que contribuye a que la obra pueda conectar no solo con el especialista, sino con el gran público. Wachsmann destaca que los campos, “en los que se vivía un terror desenfrenado”, encarnan como ninguna otra institución del III Reich el espíritu del nazismo.

La cita con Nikolaus Wachsmann (Múnich, 1971) es en Londres, en cuya universidad enseña historia alemana moderna. En principio habíamos quedado en las salas de la exposición sobre el Holocausto en el Imperial War Museum, pero finalmente prefiere la mucho más sobria Wiener Library. Como tengo tiempo me acerco al primer destino. Nunca deja de conmoverme esa exhibición, probablemente la mejor plasmación en formato expositivo que se ha hecho nunca del genocidio judío (no en balde la asesoró el gran historiador especialista en el Holocausto David Cesarani, fallecido, por cierto, el pasado octubre). Es una visita dolorosa. Hay algunos elementos cuya visión es casi insoportable: la fotografía a gran tamaño de un soldado de los Einsatzgruppen a punto de disparar su pistola sobre un judío arrodillado ante una fosa común en Vinnitsa (Ucrania) que mira a la cámara; las imágenes de las excavadoras arrastrando cadáveres en Bergen-Belsen, la mesa de disección… Me siento a repasar el libro de Wachsmann frente a la gran maqueta blanca de Auschwitz que representa a escala la entrada de Birkenau, la plataforma de selección y, al extremo, las cámaras de gas y crematorios II y III en mayo de 1944 durante la llegada de un convoy de judíos húngaros, cuyo exterminio convirtió al campo en el epicentro de la Solución Final y lugar del mayor asesinato en masa de la historia moderna. Uno podría pasarse la vida ante ese horror en miniatura, tratando de entender.

La Wiener Library para el estudio del Holocausto y el genocidio, una de las colecciones más importantes del mundo de documentos sobre el tema, se encuentra en Russell Square, junto a los jardines, a tiro de piedra del British Museum. La colección fue fundada por el judío alemán Alfred Wiener y su material ayudó a llevar a los criminales nazis ante la justicia. En la recepción me encuentro con Wachsmann, sorprendentemente joven y vestido de manera tan informal que me hace sentir improcedentemente arreglado con mi americana. Nos instalamos en la biblioteca del primer piso, que aún no ha abierto al público, rodeados por paredes cubiertas de estanterías hasta el techo con libros sobre temas como la eutanasia y la doctrina racial, los crímenes de guerra, los guetos o las SS. Un gran ventanal da al parque en el que corretean ardillas grises. Gris Feldgrau, anoto mentalmente.

Le digo a Wachsmann que sorprende descubrir en su libro que en Auschwitz se exterminó a otras personas (prisioneros de guerra soviéticos) antes que a los judíos o que Dachau no era en su inicio un mal sitio, ¡hasta se permitían las visitas! “Al principio, pero en cuanto las SS se hicieron con el control las cosas empezaron a cambiar y la vejación y el maltrato se convirtieron en el sello del sistema; la muerte dejó de ser una excepción”. Al final morirían casi 40.000 presos en Dachau. En total, contabiliza el historiador, las SS instauraron 27 campos de concentración principales y otros 1.100 secundarios, una verdadera telaraña de sufrimiento y terror. No todos existieron al mismo tiempo, unos se abrían y otros se cerraban. Dachau fue el primero, y el único que estuvo siempre en funcionamiento. De los 2,3 millones de personas, hombres, mujeres y niños, que fueron a parar a los campos entre 1933 y 1945, 1,7 millones murieron allí, casi un millón de judíos, aunque también otras víctimas muchas veces olvidadas, recalca el historiador, como los marginados sociales, los homosexuales (que sufrieron especialmente por la brutal homofobia de las SS) o los gitanos (a los que también tenían gran ojeriza las SS: Höss, el comandante de Auschwitz, creía que habían intentado raptarlo de niño).

¿Cuál era el propósito de los campos? “Obedecían a diferentes fines. Esencialmente eran parte de la red de terror de Estado que incluía los tribunales, la policía, las cárceles o los guetos. El KL debía erradicar a aquellos señalados como enemigos sociales, raciales y políticos para crear una comunidad nacional uniforme y "sana". Esa función adoptó, progresivamente, diferentes formas, en constante evolución y solapamiento, como el trabajo forzado, el asesinato selectivo, los experimentos humanos y el exterminio masivo. Los campos eran muy polifacéticos, algo que la gente no suele ver”.

De su libro KL explica que “es fruto de un largo proceso”: “Una de las cosas que me parecía fundamental era integrar las dos visiones, la de las víctimas y la de los perpetradores”. “Cuanto más leía e investigaba sobre los campos, más cuenta me daba de lo complicada que es su historia. No hay respuestas fáciles, no hay prisioneros típicos ni típicos guardianes, ni campos típicos. La historia de los campos es la de un cambio constante, muy dinámica, no es rectilínea, ni siempre coherente. La impunidad en el asesinato de presos, por ejemplo, se alcanzó solo gradualmente, y varios de las SS se sentaron en el banquillo de los acusados por malos tratos en 1934. En 1937 morían de media en los grandes campos (Dachau, Sachsenhausen y Buchenwald) solo cuatro o cinco prisioneros al mes. En 1941, 463 reclusos perdieron la vida sólo en Dachau. En septiembre y octubre de 1941, las SS ejecutaron a 9.000 prisioneros soviéticos en Sachsenhausen, 300 al día, y los quemaron. El mayor asesinato en una sola jornada tuvo lugar en Majdanek, el 3 de noviembre de 1943, cuando 18.000 judíos fueron eliminados a tiros; denominaron aquello Operación Fiesta de la Cosecha. Sin embargo, hubo un momento, antes de la guerra, en que los campos casi desaparecieron. Y otro en el que, aunque parezca increíble, Himmler, su gran artífice, mandó que se matara menos para aprovechar la mano de obra”.

Apunta el autor que la propia relación de los campos con el Holocausto –la parte de la historia de los KL que más ha impactado en la imaginación popular–, cómo se implicaron en él y cómo los nazis acabaron perpetrandolo en sus instalaciones, es muy distinta de lo que se suele creer. De hecho, cuando el Holocausto entró en los KL, “muchos de sus elementos estructurales ya habían aparecido antes de que las SS cruzaran el umbral del genocidio judío”. Los “mecanismos esenciales del Holocausto” –el engaño, la muerte de prisioneros inútiles para trabajar, el exterminio masivo, incluso el uso del gas y la profanación de los cadáveres– ya estaban implantados en 1941 en algunos campos como Auschwitz, aunque aún no se tenía en mente la matanza sistemática de judíos en sus instalaciones.

Una de las aseveraciones más impactantes de Wachsmann es que “hay que desmitificar Auschwitz” en la concepción popular de los campos. Auschwitz, afirma, era una singularidad en el sistema KL, y “no era inevitable”. La transición de Auschwitz (abierto el 14 de junio de 1940 para doblegar a los polacos conquistados) de campo de concentración a campo de exterminio “fue casi casual”, y Auschwitz, recalca, pese a representar para todo el mundo el símbolo del Holocausto (allí se asesinó a casi un millón de judíos, más que en cualquier otro lugar), no fue creado especialmente para exterminar a los hebreos ni fue esa su única razón de existir. Como sí lo fue, en cambio, la de otros campos que funcionaban de manera independiente en el sistema KL, los campos de la muerte, como Belzec, Sobibor y Treblinka.

Auschwitz, recuerda Wachsmann, no fue porcentualmente el campo más letal: “Sobrevivieron decenas de miles de prisioneros mientras que de Belzec, por ejemplo –uno de los campos concebidos específicamente para matar judíos y en el que el exterminio se realizaba inmediatamente, como en Treblinka–, solo se conocen tres supervivientes”. Pero eso no es óbice, matiza, para que Auschwitz sea la capital de Holocausto. “Aunque funcionara como un híbrido, su papel fue central en la Solución Final”. En todo caso, recuerda, solo se mató allí a uno de los seis millones de judíos asesinados en Europa: el resto lo fue en zanjas y campos por todo el este o en los campos de la muerte como Treblinka.

El Holocausto no iba a parar, revela Wachs­mann. Cuando en noviembre de 1944, ante el avance de los rusos, los nazis desmantelan las cámaras de gas de Birkenau, lo hacen, explica, para enviarlas a un lugar ultrasecreto cerca de Mauthäusen, un último campo de exterminio donde planeaban seguir el asesinato en masa sistemático de los judíos.

¿Hasta qué punto sabía Hitler lo que ocurría en los campos? A diferencia de Himmler, que lo hacía con frecuencia, él nunca visitó ninguno, ¿no? “Probablemente no, se mantenía deliberadamente lejos del trabajo sucio, de todo lo que le pudiera restar popularidad; no le interesaban los detalles y delegaba. Los campos tenían siempre algo de sucio y pecaminoso; cuando hablaba en público de ellos, Hitler siempre recordaba que los habían inventado los británicos. Durante la investigación me pareció encontrar una foto en la que aparecía visitando uno, lo que me entusiasmó, pero finalmente no era él”. ¿Hitler sabía cómo se desarrollaba todo dentro? “Sí y no. Por supuesto todo emanaba de sus decisiones. Pero no era un micromanager como Himmler”.

Los campos de concentración no los inventaron los nazis, pero Wachsmann recalca que los hicieron muy diferentes. “Se ha tratado de relativizar los campos nazis comparándolos con el Gulag. A los nazis no les hacía falta copiar nada, tenían su propio modelo. No hay nada comparable con el lado tecnológico de los campos nazis y su culminación en el complejo de exterminio de Auschwitz. Como decía Hannah Arendt, si los campos soviéticos eran el purgatorio, los nazis eran el infierno. En el Gulag, el 90% de los presos sobrevivieron; en el KL, menos de la mitad. La violencia es un aspecto común, pero lo que hacía tan destructivos los campos nazis es su modernidad: el terror burocrático, la tecnología, el gas. Todo ese lado oscuro de la modernidad que poseían los campos. La modernidad no lleva inevitablemente al progreso y la civilización”.

¿Tienen los campos nazis una lección para nosotros en momentos en que se debaten en Europa recortes a las libertades para frenar el terrorismo y llegan oleadas de refugiados? “Es difícil de contestar. De manera rápida le diría que sí. Que son una advertencia. Pero ¡cuidado con los paralelismos fáciles! Muchas veces buscamos lecciones que el pasado no puede dar. No se puede predecir el futuro y una de las verdaderas lecciones de la historia es su complejidad. Mi libro en todo caso no va por esos derroteros, no quiero imponer mis visiones, yo señalo que no hay inevitabilidad en los procesos y el lector debe sacar sus propias conclusiones”.

Probablemente una de las cosas que sorprenderán a mucha gente es que los campos nazis se hicieron originalmente para llenarlos de alemanes. “Así es, para destruir a la izquierda alemana. Los nazis tenían una paranoia con los comunistas. Y recuerde que los alemanes no votaron masivamente (ojo, el 33% de votos de noviembre del 32 no es masivamente) a los nazis por ser antisemitas, sino para que alejaran el espectro de la izquierda y de una revolución. Los KL emergieron en ese contexto, luego, con la guerra, se llenaron de otros europeos, como los españoles republicanos enviados a Mauthausen en 1940, y de judíos”. Pero si eras judío, ya desde el principio, subraya Wachs­mann, eras peor tratado. “Desde luego el antisemitismo y la violencia contra los judíos están presentes en los campos desde el primer momento. No es una coincidencia que los primeros asesinados en Dachau sean judíos. Pero la idea de los nazis al crear los campos no es matar judíos. El plan es mucho más extenso. El KL es el gran arma de terror del régimen contra todos los que considera enemigos”. Apenas ha acabado de pronunciar la frase el historiador cuando una urraca se estrella contra el ventanal con un golpe sordo. Se marcha volando, pero la escena resulta extrañamente perturbadora.

Wachsmann continúa explicando que lo que ocurrió es que al empezar los asesinatos de manera bárbara de cientos de miles de judíos de los territorios ocupados en el este, con ejecuciones masivas y entierro en fosas, los líderes nazis pensaron que esa manera de proceder era insana para… las SS. “Les pareció que resultaba muy duro psicológicamente para los ejecutores matar así”. Entonces Himmler, tan preocupado por el decoro, buscó la manera de hacerlo más humano para los asesinos y se experimentó con diferentes métodos. Como las inyecciones letales y el gas, que ya se habían empleado en los campos en otro contexto, para eliminar a los prisioneros desechables o a los millares de soldados soviéticos capturados.

“Las SS”, dice Wachsmann, “habían recurrido a una serie de expertos en eutanasia, los de la famosa Aktion T4, que habían asesinado en Alemania a minusválidos y deficientes mentales, unas 80.000 personas, muchos por gas, en aras de la política hitleriana de eugenesia, para que aplicaran su experiencia criminal en los campos a partir de 1941”. Cuando se empezó a exterminar en masa a los judíos en Auschwitz, dice el historiador, la maquinaria asesina ya estaba engrasada y había matado a decenas de miles de personas.

Sorprende encontrar en un libro como KL, junto a todo el espanto, la congoja y el hedor, sentido del humor. Como el del comunista Hans Beimler, que, tras escapar de Dachau en 1933, envió desde Checoslovaquia una postal para las SS del campo en la que solo ponía: “Bésame el culo”. Un poco de luz entre tanta oscuridad. “Es algo intuitivo, no premeditado. Tenía que mantener de alguna manera una cierta distancia, pero al tiempo necesitaba mostrar empatía, es un libro que no ha sido fácil de escribir”.

Una cuestión resulta especialmente atormentadora. ¿Cómo pudieron encontrar los nazis a tanta gente malvada, más de 60.000, calcula el historiador, para llevar los campos? Wachsmann ríe con amargura. “Esa es una buena lección. La mayoría de los guardianes, que Himmler y Eicke veían como soldados políticos, una élite, no eran psicológicamente anormales. Podían mostrarse brutales y violentos, sí, pero luego tenían vidas perfectamente normales. Lo que lleva a la pregunta ¿por qué? Que fueran fanáticos creyentes no es toda la historia. Querían imponerse a otros, probarse a sí mismos, ser duros, demostrar masculinidad” –el historiador apunta que las mujeres guardianas nunca fueron miembros de pleno derecho de las SS, no había paridad en las SS–. “Pero los guardias no eran unos sádicos en general, solo unos pocos sufrían alguna disfunción psicológica. No había tantos monstruos como cree generalmente la gente. Ya lo dijo Primo Levi: lo más peligroso son los hombres ordinarios”. Eso no quita que hubiera verdaderos matarifes, como el Oberscharführer Martin Sommer, que en Buchenwald abusaba sexualmente de prisioneros, los mataba y los metía debajo de su cama, o el también suboficial Erich Muhsfeldt, que bromeaba en Majdanek saludando con las extremidades desgajadas de los cadáveres. El historiador destaca “la continuidad de los guardianes”: mandos y subordinados pasaban de un campo a otro, llevando consigo su experiencia acumulada y su camaradería en la violencia.

Un apartado del libro está dedicado a la suerte que corrieron los campos después de la guerra y hasta nuestros días. Wachsmann detalla las polémicas en torno a Dachau o Ausch­witz como lugares de memoria. ¿Qué futuro contempla para los KL que se conservan? “No soy museólogo. Captar la historia en un lugar es increíblemente difícil, y tratar de explicarla en un campo resulta interesante pero complejo. Hoy en día encuentras gente que se hace selfies en Auschwitz y hay un turismo de los campos. Se opta por explicar historias individuales para captar audiencia, quizá las viejas exhibiciones con paneles eran más claras. La historia de los campos cambia, como cambiaron ellos mismos. Hay nuevas formas de pensarlos. No tengo claro que esté dicha la última palabra sobre los campos de concentración nazis".

http://elpais.com/elpais/2016/02/11/eps/1455205269_835047.html?rel=lom



Música en Dachau: Dachau Song - Dachaulied
https://youtu.be/H97ZjPwNm6A

Eric Hobsbawm hizo del siglo XX: “El siglo de los extremos”. Decía también el historiador que un fenómeno característico de esa época era, “la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores”.

También saca a colación una frase de la escritora alemana Anna Seghers. En su novela La séptima cruz, uno de sus protagonistas dice que el fascismo consiguió lo que ningún poder anterior: poner una tierra de nadie entre las generaciones para que las experiencias colectivas y políticas no pasaran de unas a otras.

"...las SS de Ravensbrück se centraron en la producción a gran escala de uniformes en talleres de sastrería, y en el verano de 1940 estos talleres se integraron en el gigante textil de las SS, Texled, en el que las prisioneras llegaron a alcanzar una alta productividad que hizo de este negocio el único rentable de las SS desde el principio. Entre julio de 1940 y marzo de 1941, en Ravensbrück se produjeron unas 73.000 camisas presidiarias."

(1) La Alemania nazi, Collotti, Enzo, Alianza Editorial (1972)

(2) Hay todo un trabajo de distracción, ocultamiento, camuflaje y manipulación para que esta operación de fomento e implantación del nazismo por las clases dominantes no aparecieran a la luz y ninguno de esos responsables fuese juzgado ni se les exigiese responsabilidad ninguna a ellos, a sus empresas e instituciones- Ningún empresario fue juzgado en Nuremberg, ni a los que trataron a trabajadores como esclavos en sus empresas, con un comportamiento delictivo por su gran crueldad, en cuanto a horarios, castigos, incluidas las ejecuciones por simples faltas o errores, su ritmo de trabajo, deficiente alimentación, maltrato, torturas, castigos crueles, asesinatos en público, ahorcamientos, palizas y apaleamientos hasta la muerte, uso de perros entrenados para matar  y deportaciones, etc. etc.

sábado, 17 de octubre de 2015

Las lecciones del Holocausto. Un nuevo y provocador ensayo, 'Tierra negra', reexamina la barbarie de la II Guerra Mundial y establece paralelismos con la actual amenaza climática

Describir a Hitler como un antisemita o un racista antieslavo es subestimar el potencial de las ideas nazis: no eran prejuicios extremistas por casualidad, sino más bien emanaciones de una cosmovisión coherente que contenía el potencial para cambiar el mundo. Su refundición de la política y la ciencia le permitía plantear los problemas políticos como si fuesen científicos y los científicos, como políticos. De ese modo se situaba en el centro del círculo e interpretaba todos los datos en función de su proyecto de un mundo perfecto de derramamiento de sangre racial que sólo se veía corrompido por la influencia humanizadora de los judíos. Mediante la presentación de los judíos como un defecto ecológico responsable de la discordia en el planeta, Hitler canalizó las tensiones inevitables de la globalización. La única ecología sensata consistía en eliminar a un enemigo político; la única política sensata consistía en purificar la Tierra.

Si Hitler no hubiese iniciado la guerra mundial que lo empujó a su propio suicidio, habría vivido para ver el día en el que el problema de Europa no fuese la escasez de alimentos, sino los excedentes. La ciencia ha proporcionado alimentos con tanta rapidez y en tanta abundancia que las ideas hitlerianas sobre la lucha perdieron buena parte de su resonancia.

En 1989, unos cien años después del nacimiento de Hitler, los precios mundiales de los alimentos eran la mitad que en 1939 —cuando él inició la II Guerra Mundial—, a pesar del enorme incremento de la población mundial y, por lo tanto, de la demanda.

La idea del auxilio nos parece cercana; la ideología del asesinato, lejana. El pánico ecológico, la destrucción del Estado, el racismo colonial y el antisemitismo global pueden resultar exóticos. La mayoría de las personas en Europa y Norteamérica viven en Estados funcionales donde se dan por descontados los elementos básicos de soberanía que preservaron las vidas de los judíos y de otras personas durante la guerra: la política exterior, la ciudadanía y la burocracia. Después de dos generaciones, la revolución verde [término que refleja el importante incremento de la productividad agrícola entre 1940 y 1970] ha eliminado el miedo al hambre de las emociones de los votantes y de los discursos de los políticos. Expresar abiertamente ideas antisemitas es un tabú en gran parte de Occidente. Alejados del nacionalsocialismo por el tiempo y la fortuna, nos es fácil rechazar las ideas nazis sin contemplar cómo funcionaron. Nuestra mala memoria nos convence de que somos diferentes de los nazis al ocultar los aspectos en que somos iguales.

Después de que la lucha de Hitler por el Lebensraum [espacio vital] fracasara con la derrota final alemana en 1945, la revolución verde satisfizo la demanda en Europa y en gran parte del mundo, proporcionando no sólo los alimentos necesarios para la mera supervivencia física, sino una sensación de seguridad y unas expectativas de plenitud. Sin embargo, ninguna solución científica es eterna; la decisión política de apoyar a la ciencia permite ganar tiempo, pero no garantiza que las decisiones futuras sean las buenas. Es posible que nos estemos aproximando a otro momento decisivo, de algún modo similar al que los alemanes afrontaron en los años treinta.

Es posible volver a ver a los judíos como una amenaza; también a los musulmanes y a los homosexuales. Puede que la revolución verde, quizás el adelanto que más distingue a nuestro mundo del de Hitler, se esté acercando a su techo. Esto se debe no tanto a que haya demasiadas personas en la Tierra como a que un número cada vez mayor de sus habitantes exigen provisiones de alimentos cada vez mayores y con más garantías. La producción mundial de cereales por cápita alcanzó su nivel máximo en la década de 1980. En 2003, China, el país más poblado del mundo, se convirtió en importador neto de cereales. En el siglo XXI, las reservas mundiales de cereales jamás han sobrepasado unos cuantos meses de suministro. Durante el caluroso verano y las sequías de 2008, los incendios en los campos de cultivo obligaron a los principales proveedores de alimentos a interrumpir totalmente las exportaciones, y se produjeron motines populares en Bolivia, Camerún, Costa de Marfil, Egipto, Haití, Indonesia, Mauritania, Mozambique, Senegal, Uzbekistán y Yemen. En 2010, los precios de los productos agrícolas se volvieron a disparar, lo que ocasionó protestas, revueltas, limpiezas étnicas y la revolución en Oriente Próximo.

Aunque no es probable que en el mundo se agoten los alimentos por completo, sí es posible que las sociedades más ricas vuelvan a preocuparse por las provisiones futuras. Sus élites podrían verse de nuevo frente a decisiones sobre cómo definir la relación entre la política y la ciencia. Como Hitler demostró, la fusión de las dos abre una vía a una ideología que puede parecer explicar y resolver la sensación de pánico.

En un contexto de masacres similar al Holocausto, puede que los líderes de un país desarrollado se dejasen llevar o indujesen el pánico ante una escasez futura y actuasen de forma preventiva, señalando a un grupo humano como fuente del problema ecológico y destruyendo otros Estados deliberada o accidentalmente. No hace falta ningún argumento convincente para que se considere una cuestión de vida o muerte, tal y como muestra el ejemplo nazi, tan sólo una convicción momentánea de que una acción drástica es necesaria para conservar un estilo de vida.

Parece razonable preocuparse por el hecho de que el segundo significado del término Lebensraum, que concibe el territorio de otras personas como hábitat, siga latente. En gran parte del planeta, el sentido predominante del tiempo se parece cada vez más, en algunos aspectos, al catastrofismo de la época de Hitler. Durante la segunda mitad del siglo XX —las décadas de la revolución verde—, el futuro se dibujaba como un regalo que pronto recibiríamos. Las dos ideologías enfrentadas, el capitalismo y el comunismo, prometían una recompensa próxima y aceptaban el futuro como su terreno de competición. En los planes de las agencias gubernamentales, en los argumentos de las novelas y en los dibujos de los niños se preveía un futuro halagüeño, pero esta sensibilidad parece haber desaparecido. En la cultura de élite, el futuro ahora se aferra a nosotros y viene cargado de complicaciones y crisis, repleto de dilemas y decepciones. En los medios de comunicación vernáculos —cine, videojuegos y novelas gráficas— el futuro se presenta como poscatastrófico: la naturaleza se venga de forma que la política convencional resulta irrelevante y reduce la sociedad a la lucha y la búsqueda de auxilio, la superficie terrestre se vuelve indómita; los humanos, salvajes, y cualquier cosa puede ocurrir.

El planeta está cambiando de tal forma que las descripciones hitlerianas de vida, espacio y tiempo podrían parecer más verosímiles. El aumento de cuatro grados previsto este siglo para las temperaturas medias globales podría transformar la vida humana en gran parte del planeta. El cambio climático es impredecible, lo que exacerba el problema. Las tendencias actuales pueden inducir a error, ya que habría que tener en cuenta los efectos provocados a su vez por estos cambios: si los casquetes glaciares se desmoronan, el calor del sol será absorbido por el agua del mar en vez de reflejado hacia el espacio; si la tundra siberiana se derrite, brotará metano de la Tierra, lo que retendrá el calor en la atmósfera; si la cuenca del Amazonas se ve despojada de su jungla, se producirá una emisión masiva de dióxido de carbono.

Cuando parece que se han roto las reglas normales y que se han pulverizado las expectativas, se puede bruñir la sospecha de que alguien (los judíos, por ejemplo) ha desviado de algún modo la naturaleza de su propio cauce. Un problema de escala verdaderamente planetaria, como lo es el cambio climático, requiere obviamente soluciones globales; una aparente solución es definir un enemigo global. El Holocausto se diferenció de otros episodios de asesinatos masivos y limpieza étnica en que la estrategia alemana tenía como objetivo el asesinato de todos los niños, las mujeres y los hombres judíos. La única razón por la que esto era concebible es porque los judíos eran considerados los creadores e instigadores de un orden planetario corrupto. Es posible volver a ver a los judíos como una amenaza universal, tal y como efectivamente son vistos por formaciones políticas cada vez más importantes de Europa, Rusia y Oriente Próximo; lo mismo podría ocurrir con los musulmanes, los homosexuales u otros grupos.

El cambio climático como problema local puede provocar conflictos locales; el cambio climático como crisis global podría plantear la exigencia de víctimas globales. En las dos últimas décadas, el continente africano ha proporcionado algunos indicios sobre cómo serán estos conflictos locales y pistas sobre cómo podrían convertirse en globales. Se trata de un continente de Estados débiles. En condiciones de hundimiento del Estado, las sequías pueden provocar cientos de miles de muertes a causa del hambre, como sucedió en Somalia en 2010.

El cambio climático también puede aumentar la probabilidad de que los africanos encuentren razones ideológicas para matar a otros africanos en épocas de aparente escasez. En el futuro, África podría convertirse también en el escenario de una competición global por la obtención de alimentos, quizás acompañada de justificaciones ideológicas globales.

África formaba parte del pasado colonial alemán cuando Hitler llegó al poder. La conquista de este continente fue la última etapa de la primera globalización de la época en que führer era un niño. Fue en el África subsahariana donde los alemanes y otros europeos volvieron a aprender sus lecciones sobre la raza. Ruanda es un artefacto resultante de la contienda y posterior desbandada de Europa en África en general y en el África alemana oriental en particular. La división de su población en los clanes de los hutus y los tutsis representaba el típico método europeo de gobierno: favorecer a un grupo con el fin de gobernar al otro. No tenía ni mayor ni menor sentido que la idea de que los polacos y los ucranianos pertenecían a una raza distinta que los alemanes, o de que se debía reclutar a los eslavos de los campos de concentración para que colaborasen en la matanza de los judíos. Los africanos de hoy día pueden aplicar, y de hecho aplican, divisiones y fantasías raciales entre sí, igual que hicieron los europeos con los africanos en las décadas de 1880 y 1890, y los europeos con los propios europeos en las décadas de 1930 y 1940.

La masacre en Ruanda sirve como ejemplo de respuesta política a una crisis ecológica a escala nacional. Al agotamiento de la tierra cultivable a final de los ochenta le siguió un descenso de las cosechas en 1993. El Gobierno reconoció que la superpoblación era un problema y comenzó a buscar la forma de exportar su propia población a países vecinos. Se enfrentaba a un rival político asociado con los tutsis cuyos planes de invasión conllevaban la redistribución de valiosas granjas. La medida gubernamental de animar a los hutus a matar a los tutsis en 1994 fue todo un éxito en las zonas con escasez de tierras: la gente que quería tierras denunciaba a sus vecinos. Los perpetradores afirmaban actuar movidos por el deseo de apropiarse de tierras y por el miedo a que otros lo hicieran antes que ellos. Durante la campaña de asesinatos, los hutus no dudaron en matar tutsis, pero cuando ya no quedaban más tutsis, los hutus comenzaron a matar a otros hutus, y a quedarse con sus tierras. En vista de que los tutsis habían sido favorecidos por las potencias coloniales, los hutus que los asesinaron pudieron camuflar su actuación bajo el mito de la liberación colonial. Entre abril y julio de 1994, fueron asesinadas al menos medio millón de personas.

El hambre en Somalia y la masacre en Ruanda son muestras atroces de las posibles consecuencias que el cambio climático puede generar en África. La primera ejemplifica la muerte provocada directamente por el clima, y la segunda, el conflicto racial resultante de la interacción del clima y la creatividad política. Puede que el futuro albergue la tercera y más temible posibilidad: una interacción entre la escasez local y una potencia colonial capaz de extraer alimentos y a la vez exportar ideología global. A pesar de los esfuerzos de los propios africanos por obtener acceso a terrenos cultivables y agua potable, su continente se presenta como la solución a los problemas de seguridad alimentaria de los asiáticos. La combinación de unos derechos de propiedad débiles, unos regímenes corruptos y el hecho de poseer la mitad de los terrenos aún sin cultivar del planeta ha situado a África en el centro de los planes asiáticos de seguridad alimentaria: los Emiratos Árabes y Corea del Sur han intentado hacerse con el control de grandes franjas de Sudán; a estos países se les han unido Japón, Qatar y Arabia Saudí en los esfuerzos constantes por comprar o arrendar terrenos agrícolas; y una empresa de Corea del Sur ha intentado arrendar la mitad de Madagascar.

Tener conciencia de la historia permite reconocer las trampas ideológicas y genera escepticismo sobre las exigencias de acción inmediata porque de repente todo haya cambiado.

En el caso del cambio climático, sabemos lo que puede hacer el Estado para domesticar el pánico y aliarse con el tiempo, sabemos que es más fácil y menos costoso obtener alimento de las plantas que de los animales, sabemos que las mejoras en la productividad agrícola siguen adelante y que es posible desalinizar el agua del mar, sabemos que la eficiencia energética es la forma más sencilla de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sabemos que los gobiernos pueden asignar un precio a la contaminación por dióxido de carbono y pueden comprometerse unos con otros para reducir las futuras emisiones y para revisar mutuamente dichos compromisos; también sabemos que los Gobiernos pueden estimular el desarrollo de las tecnologías energéticas apropiadas: las energías solar y eólica son cada vez más baratas, la energía de fusión, de fisión avanzada, la mareomotriz y los biocombustibles no alimentarios ofrecen una esperanza real de una nueva economía energética. A largo plazo, necesitaremos técnicas para capturar y almacenar el dióxido de carbono de la atmósfera. Todo esto no es sólo concebible, sino factible.

Los Estados deberían invertir en la ciencia para poder contemplar el futuro con serenidad. El estudio del pasado apunta a por qué éste sería un camino acertado. El tiempo respalda el pensamiento, el pensamiento respalda el tiempo; la estructura respalda la pluralidad, y la pluralidad, la estructura.

Timothy Snyder es profesor de Historia en la Universidad de Yale y autor de Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia (que publicará esta semana Galaxia Gutenberg), del cual este ensayo está extraído y adaptado.

Traducción de Irene Oliva Luque.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/10/08/actualidad/1444335461_565106.html

lunes, 15 de junio de 2015

“En Alemania, nadie pidió perdón a los supervivientes de los campos”. El director Christian Petzold pone la mirada sobre las consecuencias del nazismo con 'Phoenix'

Una cantante judía superviviente de los campos de concentración nazis que sale de ese tormento con el rostro desfigurado. Al acabar la guerra, la mujer se somete a una operación para que le reconstruyan el rostro. Ya es otra persona. Un fantasma que decide plantarse frente a esa angustiosa realidad y, en lugar de huir de su pasado, se queda en Alemania para saber porqué le pasó lo que le pasó. Y sale en busca de su marido, un soldado, del que sospecha que fue quien le traicionó, pero también de su vida anterior. “Cuando estaba en el campo me agarré a imágenes y recuerdos para protegerme y ahora quiero recuperarlos, quiero regresar al paraíso de los recuerdos”, dice esta mujer.


El director alemán Christian Petzold se propuso hace diez años ordenar su vida, cinematográfica y vital, y realizar dos trilogías, una sobre la opresión y otra sobre el amor. Craso error. Phoenix, un filme, contundente y poderoso, estrenado esta semana en España y que se presentó en el último Festival de Cine de San Sebastián, donde obtuvo el premio de la crítica (Fipresci), es al mismo tiempo una historia de opresión pero también de amor. “Mi vida está desordenada otra vez”, confiesa el realizador de 54 años. “El amor no lo salva todo, el amor no sobrevive a la opresión, en contra de lo que nos quieren hacer ver todas esas películas y novelas ñoñas”, dice Petzold, un devoto del cómic, en el que se refugia para buscar la soledad.


Phoenix, interpretada por Nina Hoss, una habitual en el cine de Petzold (Bárbara fue el último filme estrenado en España), surge de la necesidad de mirar en el pasado, de abrir las puertas cerradas, de levantar el velo de silencio que cubre el pasado nazi de Alemania. “Cuando tenía 13 o 14 años, en la escuela vi la película documental de Alain Resnais Noche y niebla [realizada en 1955 a partir de material fotográfico y cinematográfico incautado a los nazis] y me impactó tremendamente. Todavía hoy me sigue provocando una angustia terrible. Siempre he querido hacer algo sobre el pasado nazi. En Alemania hay magníficos museos y libros acerca del holocausto, pero curiosamente no hay mucho cine. En Italia, por ejemplo, hay toda una cinematografía que trata de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial o en Estados Unidos que después de Vietnam rodaron cantidad de películas sobre ello. Creo que el objetivo de mi cine, de alguna manera, es todo un intento de tapar ese agujero, pero Phoenix es la primera que va directamente al grano”.


¿Se puede olvidar y perdonar? La pregunta planteada en el filme no tiene respuesta clara por parte de su realizador. “No lo sé”, responde, “es verdad que Phoenix plantea esta pregunta pero no estoy en posición de responder. Lo que más me duele de Alemania es que nadie volvió su mirada hacia los supervivientes de los campos de concentración. Nadie les pidió perdón. Eso es lo más doloroso. ¿Cómo van a perdonar ellos si nadie les pidió perdón? El informe que se redactó sobre Auschwitz donde hay miles de declaraciones de alemanes, nadie dice ni siquiera un triste ‘lo siento’ o ‘lo sentimos”, se lamenta este realizador que compara su cine de fantasmas con el que realizó Carlos Saura durante la dictadura de Franco. “Recuerdo que muchos de esos personajes eran como fantasmas que hablaban detrás de las cortinas y las paredes”. Una metáfora de la propia Alemania, según Petzold, una tierra poblada de fantasmas.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/06/04/actualidad/1433430347_894478.html

jueves, 11 de junio de 2015

EE UU pagó millones en prestaciones sociales a excriminales nazis. Una investigación federal revela que más de 130 exnazis residentes recibieron 20 millones de dólares de la Seguridad Social pese a su pasado hitleriano

El Gobierno estadounidense pagó 20,2 millones de dólares (18 millones de euros al cambio actual) en prestaciones de la Seguridad Social a más de 130 residentes de Estados Unidos vinculados a las atrocidades nazis a lo largo de más de medio siglo, aunque algunos pagos se han hecho incluso en este mismo año, según una investigación federal.

El volumen del importe pagado, mucho mayor del que esperaban los funcionarios que llevan la investigación, da prueba de la facilidad con la que miles de exnazis lograron asentarse en una nueva vida en los Estados Unidos, sin apenas ningún control después del final de la Segunda Guerra Mundial .

Un informe que se publicará esta semana por el inspector general de la Administración de la Seguridad Social concluye que la práctica totalidad de los pagos se han realizado adecuadamente bajo la ley de cada momento, y que los funcionarios federales no tenían la autoridad legal para prohibir esos beneficios hasta que el nazi sospechoso fuera deportado, según funcionarios consignados en el informe citados por Bloomberg.

En las décadas de los 60 y los 70, docenas de antiguos nazis que habían envejecido en Estados Unidos comenzaron a recibir prestaciones de la Seguridad Social, sin que las autoridades federales investigaran los posibles vínculos de los inmigrantes alemanes con las atrocidades cometidas durante la guerra.

No fue sino hasta la década de los 80, bajo la presión del Congreso, cuando el Departamento de Justicia comenzó a investigar a cientos de sospechosos en los Estados Unidos y comenzó un proceso de deportación contra exoficiales nazis, guardias de campos de concentración, líderes de los escuadrones de ejecución y otros criminales de guerra.

El informe encontró que más de tres docenas de antiguos nazis recibieron un total de 5,7 millones de dólares del Seguro Social antes de ser deportados. Otros 95 presuntos exnazis que recibieron 14,5 millones de dólares nunca fueron deportados y continuaron cobrando sus prestaciones. Algunos murieron antes de que pudieran ser deportados, otros huyeron del país y a otros se les permitió seguir en el país tras ser investigados.

Indignación por los pagos
"Es indignante que los nazis pudieran recibir estas prestaciones pero el informe también deja claro que la Administración de la Seguridad Social carecía del derecho legal para suspender esos pagos en la mayor parte de los casos”, dijo Carolyn B. Maloney, congresista demócrata por Nueva York que pidió que se abriera una investigación después de surgieran nuevas pruebas el año pasado.

Los primeras pesquisas se realizaron en los años 80 después de que se detectara de que cientos de sospechosos nazis que habían trabajado desde el final de la guerra en ciudades de todo el país comenzaban a cobrar sus retiros. Pero fue una investigación de Associated Press el pasado otoño el que renovó el interés por el fenómeno, lo que llevó al Congreso a aprobar una legislación especial denominado No Social Security for Nazis Act.

Esta ley puso a fin a las prestaciones que recibían cuatro nazis que habían salido de los Estados Unidos para regresar a Europa. El pago más reciente a un exnazi tuvo lugar el pasado mes de enero. No hay constancia de que actualmente haya ningún exnazi cobrando prestaciones.
http://economia.elpais.com/economia/2015/05/31/actualidad/1433091969_095137.html?rel=ult

jueves, 28 de mayo de 2015

Y tras 80 años, justicia en la Universidad. La centenaria Ingeborg Rapoport logra el doctorado que los nazis le negaron por ser judía

Ingeborg Rapoport tenía todo listo a los 24 años para obtener su doctorado. Había entregado una tesis sobre la difteria y solo le quedaba pendiente el examen oral. Pero las leyes raciales recién aprobadas por la Alemania nazi impedían expedir títulos a gente como ella. Su pecado lo había heredado de su madre, que era judía. Han pasado 78 años desde entonces, y el mismo país que arrebató a Rapoport lo que era suyo le rendirá homenaje el próximo 9 de junio. Ese día recibirá el título para el que comenzó a prepararse de joven y ha concluido ya centenaria.

“Este ha sido el examen que más trabajo me ha costado en mi vida”, asegura en su casa del este de Berlín esta mujer que a los 102 años tiene la cabeza tan lúcida como para recibir al periodista con unos versos de Manuel Machado. “El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas. Polvo, sudor y hierro. ¡El Cid cabalga!”, recita en español, un idioma que desconoce.

Nadie ha regalado a Rapoport el doctorado que está a punto de recibir. La Universidad le ofrecía un título honorífico, pero esa solución no le convencía. Si lo hacía, debía ser con todas las de la ley.

La iniciativa partió del decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Hamburgo, que en un acto le dijo unas palabras que no olvida: “Usted va a tener noticias mías en breve”. A los pocos días, el decano le propondría hacer lo posible para recuperar su doctorado. Desde entonces, los obstáculos han sido muchos. Rapoport, que a su edad está prácticamente ciega, no podía investigar los avances científicos de los últimos años. Pero este hueco fue suplido con la colaboración de colegas, que le ayudaron a ponerse al día. Finalmente, el decano y otros profesores la examinaron en su propio salón hace dos semanas. Pasó la prueba con creces. “No lo he hecho por mí. A estas alturas de mi vida un título ya no me aporta nada. Era una cuestión de principios. Se trata de restituir la injusticia cometida”, asegura. “Además, quería hacer bien el examen para no decepcionar al decano”, añade con una sonrisa.

Los escollos burocráticos también han sido importantes. “Yo soy muy desordenada, pero por suerte encontramos el certificado en el que se me denegaba el título”, explica. Pese al tiempo transcurrido desde que se escribió este texto, leerlo hoy sigue estremeciendo. “Por la presente certifico que Ingeborg Syllm [su apellido de soltera] me entregó un trabajo que sería válido como doctorado si las leyes vigentes no lo hicieran imposible por la ascendencia de la señorita Syllm”, dice sin rodeos el documento, firmado por el director de la Clínica Universitaria Infantil de Hamburgo el 30 de agosto de 1938. “Sin este papel, no habría sido posible poner en marcha el proceso”, añade la doctora.

No es este el primer récord que bate Rapoport. Antes de convertirse en la persona de más edad que consigue un doctorado ya ocupó en 1969 la primera cátedra de neonatología de toda Europa en el hospital berlinés de Charité, en la antigua República Democrática de Alemania.

Rapoport, que descuelga el teléfono para evitar las constantes llamadas de felicitación y poder mantener una charla tranquila, está ya acostumbrada a que su vida genere interés.

En 1938 huyó del país que gobernaba Adolf Hitler rumbo a Estados Unidos. “Me sentí expulsada de mi propio hogar. Aquí se quedaba toda mi familia y yo me iba tan solo con 38 marcos en el bolsillo”, recuerda. Al otro lado del Atlántico conocería a su marido, tendría cuatro hijos y obtendría otro doctorado. Pero de allí también tuvo que huir. Las simpatías comunistas del matrimonio no eran bien vistas en la época de la caza de brujas del senador McCarthy. La familia se trasladó primero a Austria y en 1952 a la RDA. “Pese a todo lo que he pasado no me quejo. Las cosas han salido bien”, concluye.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/05/21/actualidad/1432202186_531906.html

sábado, 9 de mayo de 2015

Hace 70 años la Unión Soviética derrotó al nazismo. Una hazaña histórica que cambió el mundo.

“Hermanos, hoy podemos decir: el alba viene,
ya podemos golpear la mesa con el puño
que sostuvo hasta ayer nuestra frente con lágrimas. (…)
Éste es el canto del día que nace y de la noche que termina”.
Pablo Neruda,
Canto a Stalingrado


Este 9 de mayo de 2015 se cumplen 70 años de la derrota final del ejército nazi, la temible Werhmacht. El hundimiento del III Reich se debió fundamentalmente a la resistencia, primero, y a la contraofensiva después del Ejército Rojo. Desde que en el 22 de junio de 1941 comenzó la invasión alemana hasta la decisiva victoria soviética en Stalingrado (febrero de 1943), la URSS luchó sola; ninguna coalición internacional le ayudó a defenderse. Por eso, sus ciudades fueron arrasadas, sus campos quemados, sus industrias destruidas y su población diezmada por las bombas. El balance de la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta batalla terrestre de la historia y decisiva en el curso de la guerra, fue terrible: un millón cien mil muertos soviéticos. Después, vendría la Batalla de Kursk (verano del 43), el mayor combate de tanques jamás conocido. Y finalmente, la Batalla de Berlín donde los soldados soviéticos tuvieron que luchar contra las tropas de élite alemanas casa por casa y manzana por manzana, en el Metro inundado y hasta en el interior del Reichstag a oscuras hasta hacer ondear la bandera roja sobre este emblemático edificio, sede del parlamento. Treinta mil soviéticos perdieron allí la vida.

Tras 1418 días de guerra, el balance final de víctimas civiles y militares, hombres, mujeres y niños, que sufrió la Unión Soviética a consecuencia de la agresión nazi alcanzó la espantosa cifra de 27 millones de muertos. Con este inmenso tributo de vidas humanas y con el heroísmo de sus soldados se logró expulsar de la patria de Lenin a la Werhmacht y se rompió la columna vertebral del Ejército del Este, principio del fin del imperio hitleriano. Al mismo tiempo, se hizo posible la liberación de Europa con el golpe demoledor del Ejército Rojo que llevó su furia luchadora desde las estepas rusas al corazón mismo de la guarida del Führer en Berlín.

Por qué les molesta a algunos celebrar esta victoria histórica
La tragedia provocada en suelo europeo por el odio anticomunista y antisemita, así como por el expansionismo del III Reich (muchos países del continente, como Polonia, Grecia, Yugoslavia, Francia y Países Bajos, fueron invadidos), no puede olvidarse si no queremos que se repita. Una primera medida tomada por los ideólogos del revisionismo ha consistido en atenuar el infame rastro de destrucción del nazismo al tiempo que socavaban con toda clase de mentiras el apoyo popular al socialismo (eso mismo han hecho en España los falsificadores del pasado al negar la dictadura franquista y, en el colmo de la desvergüenza, culpar a la República de la Guerra Civil). Otras medidas similares han sido el silenciar los crímenes nazis en los grandes medios y la rehabilitación de antiguos militantes y dirigentes hitlerianos en el ejército y en la administración pública (algo que durante años vimos en la antigua RFA en contraste con la desaparecida RDA).

En contra de esa ocultación se manifestó en su día el mejor poeta alemán del siglo XX, Bertolt Brecht:

“¡Oh Alemania, pálida madre!
Entre los pueblos te sientas
cubierta de lodo.
Entre los pueblos marcados por la infamia
tú sobresales”.

Lo que se pretende encubrir con tales maniobras de distracción de la opinión pública europea y mundial no es otra cosa que la lógica interna del fascismo. Cuando el capitalismo se vio en peligro en su forma liberal, entonces parió de sus entrañas el monstruo del fascismo, primero en Italia con Mussolini (1922) y más tarde con Hitler (1933). Porque, en esencia, el fascismo no es otra cosa que Capitalismo+Militarismo. Eric Hobsbawm calificó oportunamente a los fascistas de (mercenarios) «revolucionarios de la contrarrevolución». Una contrarrevolución que era perjudicial para el pueblo y especialmente para los trabajadores, pero que ‒ como señalaba este historiador británico‒ fue muy rentable para el capitalismo por estas tres razones:
-Porque “eliminó o venció a la revolución social de izquierda”,
-Porque suprimió los sindicatos obreros que (eran los únicos que) limitaban el poder de la patronal,
-Y porque mediante la destrucción del movimiento obrero “contribuyó a garantizar a los capitalistas una respuesta muy favorable (para sus intereses y ganancias) a la Gran Depresión” (Historia del Siglo XX).

Los mismos que ignoran hoy la gran victoria soviética sobre el nazismo, antes ocultaron la revolución china, tergiversaron la derrota de los EEUU en Vietnam, agredieron y bloquearon a Cuba, asesinaron a Allende, y hoy calumnian a diario a los presidentes de Venezuela, Bolivia y Ecuador porque se han atrevido a defender la riqueza de sus pueblos del saqueo de las multinacionales.

La ayuda del franquismo a la agresión nazi
No puedo dejar de añadir una apostilla para hispanos. Es una obviedad, pero conviene repetirla: Franco y los generales golpistas no hubieran ganado la Guerra de España sin la decisiva ayuda militar de Hitler y Mussolini. La península Ibérica sirvió de campo de entrenamiento del ejército nazi, en especial de la aviación cuyos ataques a la población civil comenzaron a experimentarse aquí. Recordemos, por ejemplo, la destrucción de Guernica por la Legión Cóndor comandada por Wolfram von Richthofen, quien llegaría a ser Mariscal de Campo de la Luftwaffe durante la II Guerra Mundial.

En agradecimiento por la ayuda recibida y como testimonio de su compartido anticomunismo, el general Franco envió a Hitler la División Azul*, formada por 50.000 soldados. Algunos detalles de este cuerpo expedicionario fascista son muy reveladores. Se formó a toda prisa el 26 de junio de 1941, sólo unos días (4 días) después de la invasión nazi de la URSS, sus soldados juraron solemnemente “absoluta obediencia al jefe de las Fuerzas Armadas alemanas, Adolf Hitler, en la lucha contra el comunismo”, formaron la 250ª División de Infantería de la Wehrmacht cuyo uniforme y armamento usaron, y recibían doble sueldo (el correspondiente alemán y el de legionario español). Ramón Serrano Súñer, cuñado de Franco y entonces ministro del Interior y de Asuntos Exteriores (a quien en esta fotografía de procedencia alemana vemos junto a Franco y acompañando a los criminales de guerra nazi y dirigentes de las SS Karl Wolff, izq., y Heinrich Himler, centro) dictó sentencia el 24 de junio de 1941 desde el balcón de la sede de Falange en el número 44 de la madrileña calle de Alcalá:
“¡Rusia es culpable! El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa”.

Tras las históricas victorias del Ejército Rojo en Stalingrado y Kursk en 1943, la División Azul volvió a casa derrotada dejando tras sí cerca de 5000 muertos en su ciega obediencia al Führer. Para vergüenza colectiva, todavía muchos pueblos y ciudades de España conservan su nombre en calles y plazas. Mientras, centenares de hombres y mujeres republicanos yacen sepultados en las cunetas por mantenerse leales a la II República y no haber apoyado al fascismo. Dicen los apologistas de la Transición que mejor así para no remover las heridas.

Dejemos hoy a un lado a los antiguos y nuevos encubridores del fascismo y honremos como se merecen a los viejos héroes anónimos que dejaron su vida defendiendo la libertad de la Unión Soviética y de Europa. ¡Feliz aniversario, amigos, compañeros y hermanos amantes de la paz y la libertad en el ancho mundo!
Andrés Martínez Lorca.

*Camarada invierno: Experiencia y memoria de la División Azul (1941-1945). Libro de Xosé Manoel Núñez Seixas Más, Tabúes de la Segunda Guerra mundial.